Luto [ II ]
La seda negra se extendió por todos los rincones del Palacio, no hubo ni un solo centímetro que no se hubiese bañado de negro, haciendo recordar como es que el Gran y Benevolente Faraón había perdido la vida.
La aflicción se sentía en el aire, y la pena menguaba en los corazones de cada miembro que pertenecía al Palacio. No había rostro tan sonriente, ni ruido que perturbara la sagrada costumbre de luto.
Era un ambiente solemne.
Digno de la pérdida de un Faraón.
Como el Príncipe del Imperio, hijo de Aknamkanon debería estar orgulloso por como se estaba tratando la dolorosa muerte de mi Padre.
Pero, para ser sincero, me era imposible escapar de la enorme tristeza que descansaba sobre mi pecho. Cada día se sentía mas pesado que el anterior, y me era más difícil de sobrellevar. Resentía la pérdida de mi Padre, y eso me traía un sentimiento aun más sofocante.
Era como estar sumergido en un infinito laberinto. O en un mar oscuro y frío.
Estar dentro de mis aposentos incluso fue difícil, aunque los sirvientes trataban y se esforzaban en animarme, trayendo mis comidas favoritas o alcanzando alguna bebida que pudiera usar para relajarme.
El vino estuvo más de una vez en mi boca, y el té bajo por mis labios. Las hierbas relajantes también se incluyeron en la lista. Me impresionaba ser procurado de esta manera, aun cuando se suponía siempre debió ser así.
Sentí que debía regocijarme por ese detalle, pero, era algo banal y superficial. Algo que no valía la pena. Sabía que volvería a ser ignorado una vez el luto terminara, por lo que no deje que las palabras suaves de ajenos entraran en mis oídos o tocaran mi corazón.
Yo mismo era quien me susurraba. Remarcando mi verdadera posición.
'Es mejor de esta manera.'
Sería menos doloroso si es que me no me acostumbraba a los buenos tratos.
Aunque, quizá. Como todo lo malo, había alguien que me hacía ver un lado bueno.
Mi Madre. La Reina Nephthys.
Era la que me mandaba pequeños presentes, y con ellos, algunas cartas breves que me recordaban como es que me mantenía cerca de su corazón, y como es que era su estrella de cada noche y la última en irse por la mañana cuando Ra llegaba.
Era un grato detalle, un bálsamo dentro de tanta oscuridad que insistía en rodearme. Rogaba a Ra para que estuviese siempre a mi lado, o al menos hasta que fuese su propio momento de partida y reencuentro con mi padre.
Era como mi fortaleza.
No podía más que estar sinceramente agradecido con ella. Y mis pensamientos estaban de acuerdo frecuentemente.
'Madre realmente es la luna de este Imperio. La luz que aun alumbra estas tierras.'
Ella me hacía sentir conmovido. Jamás se olvido de mí.
Y eso provocaba que pudiera recuperar un poco más de mis fuerzas, al menos para enfrentar todo lo que ocurría a mi alrededor y dentro del Palacio, ahora mas sombrío que nunca.
Apenas deteniéndome en mis responsabilidades o mis estudios, enfocándome casi totalmente en ellos para no dejarme llevar por la pena y la tristeza. Consiguiendo que mas ojos se posaran en mi persona mientras murmuraban con descaro, siempre juzgando mis acciones.
'Debería cortar sus lenguas llenas de veneno, o romper sus afiladas palabras.'
Pero eso solo me traería mas consecuencias que beneficios. Lo que dañaría mi imagen, la cual siempre pedía de un delgado hilo.
Mancharla era un lujo que no podía darme, mucho menos apenas contando con el apoyo de mi madre. Quien ahora se mantenía en su oficina luchando día a día para mantener la estabilidad dentro del Palacio y el Reino.
Realizando un trabajo admirable.
Sinceramente, esperaba algún día ser como ella. Pero por ahora...
'Sería una deshonra que yo, como su hijo. El Príncipe Atem. De pronto causara problemas mientras trabaja arduamente.'
Era la única manera que encontraba para ayudarla. Así que trate constantemente de mantener mi presencia en un perfil bajo. Casi sin hacer algún sonido, solo siguiendo nuestras sagradas tradiciones y ritos al pie de la letra.
Estableciendo entonces una rutina que me fue fácil de seguir ante lo repetitivo que me pareció. Despertándome cuando Ra salía anunciando la mañana, y durmiendo cuando la luna se posaba a lo alto en el firmamento.
Era algo monótono. Pero no tenía intención de que fuese lo contrario. O al menos, no los primeros cuarenta días, pues luego de que escuchará a través de mi único sirviente que el albergue que mi Padre había creado y dejado como su legado, estaba en precarias condiciones, no tuve el valor de dejarlo tal cual. Por lo que me animé a dirigirme hasta ahí.
Ya había ido algunas veces secretamente, disfrazado. Pero eso fue antes de las acciones de Aknadin en mi contra. Por lo que...
Esperaba no encontrar algo que no pudiese ser solucionado con mi poco dinero o poder. Rezando para que mi intervención fuese algo oportuno o bien recibido.
¿Porqué bien recibido? Bueno, no era ajeno ni tonto a los malos comentarios que Aknadin había plantado a lo largo de todo el Palacio y el Reino. Haciéndome ver como un niño sin cerebro o sin modales. Motivo por el cual gozaba de esa reputación parecida al agua.
Estaba enojado por supuesto, pero no tenía siquiera la influencia para alcanzarlo. Mínimamente para rasguñarlo. Por lo que no me quedaba mas que luchar contra marea, tratando de limpiar mi nombre.
Apenas consiguiendo brisas que se iban con la tormenta causada por el vendaval. Mis acciones quedándose en las sombras, como en algún punto sucedió una vez Padre se alejo y Madre le siguió.
Podría culpar al pasado, pero eso no serviría de nada. Por lo que, dejando mis deprimentes pensamientos, fue que me dispuse a verme en el ahora.
Justamente a las puertas del albergue, el cual se encontraba en la última y mas alejada Ala del Palacio. En las precarias condiciones que mi sirviente había mencionado.
Recordaba como este lugar siempre había gozado de buena reputación y estado, recibiendo enfermos y humildes ciudadanos, e incluso esclavos, pero desde que mi tío había tomado parte del poder dentro del Imperio, esto parecía haber cambiado mucho. Sin embargo...
'No estoy sorprendido, Aknadin es una serpiente que devora todo lo que toca.'
Analice, dando una rápida mirada antes de hacer un ademán a mi sirviente. Pidiendo que las puertas fuesen abiertas.
Lo siguiente que me recibió, fue un espacio humilde con un fragante olor a hierbas y pociones que había estudiado y elaborado anteriormente como parte de mis estudios, tanto como personas de todas edades recostadas sobre el suelo o alguna cama hecha sin cuidado.
Se notaban sillas o madera usada para ese propósito.
Mientras médicos iban de aquí para allá, reusando y cuidando todo el material que tenían al alcance. Mostrándose tan ocupados que apenas notaron mi llegada, dándome un par de saludos que no se considerarían aceptables de acuerdo a mi posición.
Aunque eso me importó, pues entendía su apuración. Yo en su lugar, también atendería primero a los enfermos y lesionados. Los recibimientos serían después.
Y mirando un poco más, fue que pude percatarme de las miradas brillantes y empolvadas, de quiénes estaban conscientes. Escuchando ligeros murmullos que no lograron más que hacerme sonreír con suavidad. Haciéndome sentir curiosamente bienvenido.
"Es un milagro de Ra e Isis que esta puerta siempre esté abierta, el Príncipe ha venido a vernos."
"Su Alteza es generoso. Mis ojos lloran al saber que aun piensa en nosotros."
"Es una dicha poder ver el cuerpo de los Dioses tan cerca antes de que Osiris me reclame."
'Tanta humildad.'
Me preguntaba si es que habían escuchando los malos rumores de mí. Pero por sus rostros brillantes, parecía que no era así. Por lo que me acerqué al primero a mi lado derecho, haciendo un ademán a mi sirviente, Liderkin para que vigilará si es que algo pasaba afuera, o mi amado tío llegase a presentarse.
Dando mis saludos al médico que estaba junto a su paciente.
"Ra bendiga sus manos, su labor será bien recompensada."
"¡S-Su Alteza!"
"Espero no importunar en su rutina."
"¡Jamás! Ra interceda. Su Majestad, el Príncipe es bienvenido dónde sea que vaya."
"Muchas gracias."
Agradecí, acercándome un poco más, mientras el médico, un hombre viejo y de ojos cansados, me miraba con asombro. Levantándose del pequeño banco para ofrecerme un asiento a un lado del paciente.
"Por favor. Perdóneme no poder ofrecer algo mejor para su Alteza."
"No importa, esto esta bien. Solo es un asiento."
Minimice, sonriendo un poco más. Escuchando al niño que se mantenía en aquella incómoda cama.
"Realmente Ra concedió mi deseo, un ángel se ha aparecido."
"¿Eh?"
El médico se alerto cómicamente, por lo que inmediatamente intercedió.
"Se refiere a que su belleza es exquisita, jovial. Por lo que le ha encantado a primera vista."
"¿Es eso así?"
No pude evitar reír con vergüenza. No escuchaba esas palabras a menudo.
"Lo es su Alteza. No todos los días llega el honorable Príncipe a este lugar. Por lo que es una dicha tenerle."
"Ya veo. ¿Cuál es el nombre de éste niño?"
"Su nombre es Sera. Es hijo de una humilde familia, llego aquí a causa de un severo castigo."
'¿Que tipo de castigo mandaría al médico a un pobre niño indefenso?' Me pregunté, apenas notando como es que vendajes tapaban un lugar en donde debía haber estado su mano izquierda. Dándome una lamentable respuesta. Borrando mi sonrisa.
"Sera lamentablemente fue acusado de robo. Por lo que fue castigado según la ley del Reino."
"¿Es culpable?"
"Lo es. Aunque lo hizo para dar de comer a su hermana menor. No fue por maldad."
"¿Ella...?"
"Ella y su familia están bien. Se les ha dado de comer una vez llegaron al albergue."
"Comprendo... Bien hecho."
"Nos honra con sus palabras."
A veces, realmente olvidaba en mi dolor, como es que mi pueblo estaba viviendo, sufriendo por las duras leyes promulgadas y promovidas desde la llegada de Aknadin.
No decía que todo era malo, pero era inflexible. Por lo que ocasionaba este tipo de escenario. Mi corazón no pudo evitar estrujarse de pena por ello. Una cosa mas por lo que me sentía culpable, impotente.
'Realmente todo parece complicarse en vez de aligerarse.'
Pensé, alcanzando la suave piel del niño en cama. Sin percatarme como es que mi tristeza pareció reflejarse en mis ojos, lo que ocasionó que de un momento a otro, el médico se acercará a mí. Posando con valentía una mano sobre mi hombro izquierdo. Dándome algunas palabras que pudieron traerme de regreso.
"Su Alteza. No es su culpa. Las leyes son las leyes. Han estado por generaciones, por lo que es imposible que usted sea responsable de ellas."
"..."
"Nosotros por el contrario, atenderemos bien a quienes necesiten nuestra ayuda. Confíe en mí, que yo atenderé con bien a Sera."
"...Entiendo. Confiare en usted. Ah.."
"Akiiki. Mi nombre es Akiiki su Alteza."
"Médico Akiiki." Llamé, fijando mi vista en él.
"Esta bien si me llama solo por mi nombre Alteza, de hecho. Usted y yo ya nos hemos conocido antes."
'¿Ya nos hemos conocido? ¿Cuándo?'
En mi mente solo vagaban pequeños recuerdos del albergue. No de sus miembros.
Akiiki se dio cuenta de mi confusión, por lo que rápidamente aclaro sus palabras, dándome una explicación.
"Fue cuando era niño, en el momento en el que su Padre. El benevolente y poderoso Faraón Aknamkanon abrió e inauguró el albergue. Nos presentamos ante usted, por orden de su Majestad. Y usted y yo nos hicimos buenos amigos. Hasta que, bueno... El generoso Sacerdote y Señor Aknadin llegó. De ahí, solo le he visto de lejos un par de ocasiones."
Estaba sorprendido. Aunque solo fuese por un hecho, no recordaba a Akiiki. El obtener un recuerdo de alguien mas que me recordaba con cariño, me era refrescante. Por lo que no pude evitar sonreír con un poco más de animo.
"¿Realmente?"
"Lo juro por Ra, que escucha mis palabras. Usted fue un precioso niño. Así que verle una vez más siendo todo un Príncipe, me hace sentir alegría dentro de mi corazón. Además, tampoco es desconocido que usted venga de vez en cuando a ayudar a los enfermos. O mande monedas de oro para ayudar a nuestros gastos. Usted es muy querido aquí, es la muestra de que Ra e Isis están con nosotros."
Mi corazón se sintió mas ligero. Estaba conmovido, mis acciones que había mantenido en secreto aun así eran reconocidas. No importo si cubriría mis cabellos o mi rostro. De alguna forma, Akiiki pudo reconocerme y dar verdad ante mi verdadero corazón.
"Ahora yo soy quien se siente honrado."
"Su Alteza, su amabilidad ha procurado a su pueblo. Nosotros somos quienes estamos agradecidos."
Akiiki me reverencio, con cuidado de no dejar su bastón de lado. Yo solo pude sonreír mas ampliamente, antes de sorprenderme por el exclamo de Sera a mi lado.
"Son realmente amables..."
"¡Algún día yo protegeré a su Majestad, el Príncipe! Y curare sus heridas como lo hace conmigo."
"¡Sera! Calla, estás ante su Alteza, el Príncipe." Akiiki lo regaño, como un abuelo a un nieto. Con mucho cariño impreso.
Al ver el pequeño rostro, no pude evitar interceder por Sera, acariciando suavemente su cabeza.
"Eso me gustaría, pero yo no cure tus heridas."
"Lo hiciste, a través del abuelo."
"¡Sera!"
Debí reír con suavidad por lo escuchado, sintiendo como es que después de infernales días, algo de calor llegaba a mi pecho.
Quizá esta era la manera en la que Padre me decía que cuidara al pueblo, a sus sonrisas. E incluso a sus corazones, dándome ánimos para continuar con mi ardua batalla.
Suspire con tranquilidad, y sintiendo que este era el camino correcto. Fue que me sumergí en esa amena conversación. Dejando que una cariñosa anciana se sumara a ella...
"Su Majestad, el Príncipe. Es benevolente. Ha sido tocado por el mismo Ra, además aun es un joven bello. Por lo que Ra le recompensara con una hermosa y linda mujer. Como lo hizo conmigo haciéndome conocer a mi Esposo... ¿Te he contado, como me enamoré de él?"
Escuchando sus amables desvaríos.
Realmente veía lejos el casarme. Si quiera tener hijos. O el simple puesto de Faraón. Me conformaría al menos con ayudar a mi pueblo, de lo demás. El mismo tiempo lo diría de a poco.
Y dejando que al menos cuarenta minutos pasaran, fue que me dispuse a ayudar a algo más. Obligando a Akiiki a sentarse para que descansara, mientras realizaba las pociones o infusiones que se necesitaban para el albergue.
Entregándome totalmente a la tarea hasta que, un par de manos más se sumaron a la preparación. Llamando mi atención.
La joven, pero tosca piel dándome una pista sobre quién podría ser. Sorprendiéndome cuando mis ojos giraron a mirarle, alegrándome como un niño casi de inmediato. Sintiendo el alegre palpitar de mi corazón.
"¡Mahad!"
"Príncipe."
Reconoció el otro, haciendo resonar su profunda e hipnótica voz. Sonriendo abiertamente mientras me ayudaba aplastar algunas hierbas, observando a los lados antes de enfocarse en mí. Con el mismo sentimiento que el mío.
"Es toda una dicha verle una vez más. Para ser sincero no esperaba verle por aquí, planeaba visitarle alguna vez. Esperando darle mis condolencias apropiadamente."
"Parece entonces que me he adelantado, ahora estoy aquí. Justo frente a ti."
"Puedo verlo. Siempre logra sorprenderme... Y en ese caso. Por favor, reciba mi mas sincero pésame y apoyo. Acuda a mi si es que lo necesita."
"Así lo hare. Tenlo por seguro, eres muy gentil Mahad."
Él era un candidato para Sacerdote dentro de la corte del Faraón. Le conocí cuando realizaba mis estudios en magia y hechicería, éramos compañeros y nos hicimos buenos amigos, aunque debí dejarlo de lado a causa de mis intensos estudios y de otras materias de mayor peso.
La administración siendo una de ellas.
Por lo que se nos era difícil toparnos, pero cuando llegaba a suceder, realmente no podíamos alejarnos sin antes hablar como si no hubiese un mañana. Deseándonos lo mejor del mundo y sus bendiciones.
Cuidando el que no se nos viese juntos, no porqué fuese malo. Sino, por decisión mía.
Pues no quería marchar la reputación de Mahad cuando aspiraba grandemente a ser un sacerdote. El que le vieran junto al Príncipe mimado, no era exactamente bueno para él. Así que procuraba llevarlo a lugares apartados y poco concurridos. Evitando de esta manera dañar su camino y sus esfuerzos.
Él me decía que no importaba. Pero, para mi si tenía importancia. Especialmente a causa de mi tío, quien no dudaba en ponerme espías o guardias solo para vigilarme y no dejar que hiciera aliados. Ni siquiera amigos, así que esto era más por precaución. Para que Mahad no encontrará obstáculos en su camino.
Mahad me entendía, cerraba su boca junto a sus quejas y mantenía su cabeza en una ligera inclinación, respetándome sinceramente. Reconociéndome por lo que era, pero aun insistiendo en estar a mi lado.
"Eres insistente, la pena te seguirá si me sigues a mí..."
Era lo que usualmente le decía, sin embargo el solo asentía y sonreía, abiertamente y con alegría. Pareciendo divertirse en lugar de ofenderse, aunque tampoco es que quisiera ofenderle en primer lugar. Así que...
Suponía al menos eso podría dejarle hacer, pero sin ceder como él lo pedía. Después de todo, mi decisión era la que aun seguía en pie.
Y pretendía seguirla fielmente, este encuentro no siendo la excepción.
"Gracias por ayudarme a terminar las pociones. No sabía que venías por estos rumbos, de haberlo hecho. Creo que hubiese preparado un pequeño presente."
Mahad sonrió con suavidad, negando a los segundos mientras posaba su mirada en mí. Terminando de realizar su tarea autoimpuesta.
"No hace falta, la presencia de su Alteza es más que suficiente, además debo admitir que estaba preocupado. Sé que está sufriendo un gran dolor por la perdida del benevolente Faraón Aknamkanon."
"Eso..."
Mis labios temblaron, así como mi sonrisa. A veces olvidaba lo perceptivo que era.
"No tiene que ocultarlo. Estamos junto a usted en su dolor. La perdida del Faraón fue un golpe difícil para el Reino entero."
"..."
"Escúcheme una vez más. Si necesita ayuda, por favor. No dude en acudir a mi, mis puertas siempre estarán abiertas para usted."
"Lo entiendo. Su corazón es verdaderamente amable."
"Solo para usted Alteza."
Quise hacer un sonido de queja, pero pude contenerlo a tiempo en mi garganta.
Mahad era descuidado.
Sus palabras podrían traerle severos problemas.
Estaba por señalarlo, más. La conversación detrás de nosotros nos distrajo, lo que ayudo a que me relajada gratamente. Era la anciana a la que había ayudado, y el niño que sonreía con especial brillo en sus ojos. No quería arruinar ese ambiente con mis miedos, por lo que...
'Lo dejaré pasar... Solo por esta vez.'
Determine, sintiendo como es que el ambiente propiciaba una mejor charla, especialmente entre Mahad y yo.
Cuestión que supe aprovechar bien para saber que ocurría fuera del Palacio y dentro del mismo.
"El luto se sigue como se ha estipulado. Los ciudadanos mantuvieron el respeto absoluto los primeros tres días, cerrando el mercado y otros establecimientos. A excepción de los médicos. Aunque ahora todo ha tratado de volver a la normalidad."
"¿Tratar?"
"Las leyes han cambiado por el luto. Y los impuestos me temo que han aumentado."
"¿Porqué?"
"Ordenes del Señor Aknadin. Menciono que era para mantener el tesoro Real, su Majestad la Reina Nephthys lo aprobó, por lo que no hubo un desacuerdo en su aplicación. Se respaldaron diciendo que era por el bien del pueblo una vez el luto terminara, la Reina Nephthys fue quién prometió devolver lo que se recaudara a los ciudadanos, para que no quedasen sin protección ni cuidado."
'Madre.'
"Por lo pronto. El pueblo espera a que los setenta días concluyan y puedan ver quién tomara el Trono de Egipto. Muchos esperan que sea su Majestad la Reina hasta que usted tome el lugar de su Padre."
Sonaba particularmente placible. Por lo que no pude evitar sentir sospecha por sus palabras.
"No me puedo imaginar que sea así de sencillo."
"Y tiene razón su Alteza. La población en general se apega a las leyes, pero si hablamos de favoritismo. La popularidad del Señor Aknadin hace que sea un perfecto candidato para tomar el Trono de Egipto."
Lo sabía.
No podía confiarme ciegamente de la gente ahora con tantos malos rumores circulando por ahí de mí como protagonista. Era natural, lo entendía, por lo que ahora debía pensar mucho más que antes. El legado de mi Padre estaba en peligro, tal vez hasta mi propia vida.
Pues, si Aknadin ascendía, no iba a dejar cabos sueltos. Sería una tontería hacerlo, y si eso significaba acabar con mi vida, él me mataría sin dudarlo.
"Gracias Mahad. Me has dado un panorama general de la situación actual."
"Su Alteza..." Escuche a Mahad, mientras fruncía ligeramente su ceño. Tomando un poco de aire para continuar con sus palabras. "Me temo que eso no es todo..."
'¿Qué?'
"El Señor Aknadin esta apoyando a su propia gente a tomar puestos de poder dentro del Palacio. Ya lo ha hecho con un par nobles, ascendiéndolos al rango de sacerdotes."
'¡Ese hombre!'
Mi estómago se retorcía de furia, quería maldecir al aire, pero sabía que este no era el momento ni el lugar adecuado. Por lo que atine a bajar mi tono de voz, forzándome a calmarme.
"Sabía que Aknadin no se quedaría con los brazos cruzados, muy a pesar de ser el primero en pregonar las sagradas leyes del Reino. Es una burla para el mismo Ra y su linaje."
"Es una absoluta vergüenza. Aunque hay algo más que debe saber su Alteza."
"¿Y eso es?"
"El Señor Aknadin también ha tomado control de los demás Sacerdotes, pues parece que estos han empezado a esparcir un rumor dentro del Palacio."
No pude evitar tener un mal presentimiento.
"¿Qué rumor?"
"Se dice que su Majestad, la Reina Nephthys, será tomada como Esposa legítima por el Señor Aknadin. Por el bien del Reino y el trono de Egipto."
Por Ra bendito.
Era lo único que faltaba.
