Te Amo, solo a ti.
Beatrice interrumpe nuestras tareas y toma mi mano, cuestionando si podemos dar un paseo con una expresion cálida y sonriente.
—Claro que sí —le respondo, asintiendo con una sonrisa. Mientras Emilia se mantiene ocupada, Beatrice y yo nos alejamos un poco del grupo.
Caminamos alrededor del imponente árbol en silencio, yo mismo absorto en mis reflexiones. Pero Beatrice me interrumpe, halándome del brazo y señalando hacia un campo de flores.
—Eso es... —murmuro, captando la importancia del lugar.
Ese campo es donde Wilhelm cree que terminó Thearesia.
Wilhelm Van Astrea. Aunque no he percibido ninguna intención maliciosa de su parte, su historia se mantiene en secreto. Supongo que lo más sensato es mantenerme atento y esperar a que él mismo decida compartirlo conmigo.
No quiero dar la impresión de que ya lo sé todo; si llega el momento, confiaré en que me lo dirá, aunque, por otro lado, es una historia que se ha recorrido por todo el mundo, así que puede que solo sea un malentendido de mi parte.
Llegamos al campo de flores, y Beatrice se lanza con gracia entre los pétalos, sus movimientos son un poema en sí mismos. El vestido ondea al viento, creando una danza en armonía con los caprichosos giros de las flores.
Su felicidad es más que evidente, se contagia en cada sonrisa y risa que brota de sus labios, iluminando todo a su alrededor.
Sus ojos brillan con una ternura y belleza que iluminan el paisaje tanto como el sol que acaricia la escena. El viento agita su cabello dorado mientras ríe, sumergiéndose en su propio mundo de diversión.
Verla así, completamente entregada a la alegría del momento, llena mi corazón de una calidez que solo experimento con ella.
No puedo lamentar ni por un instante haberla acompañado y sacado de su rutina. Cada segundo que paso a su lado se convierte en un tesoro invaluable, y si eso se traduce en ver su sonrisa radiante, entonces cada esfuerzo vale la pena.
Al mirar la felicidad y el amor sincero que reflejan sus ojos, mi determinación de protegerla y ser la causa de esa sonrisa se fortalece aún más.
Ella corre hacia mí con una chispa de entusiasmo en su mirada, rodeándome con sus brazos con una fuerza que oculta su rostro en mi pecho.
Su cabello se mece en la brisa, creando una sinfonía suave y perfumada que solo aumenta el encanto del momento. Alza la mirada, y en sus ojos veo esa cálida sonrisa que me hace sentir como si el mundo entero se iluminara.
—Este árbol... Mi maestra lo entregó a alguien en el pasado supongo, como si fuera un regalo de profundo significado de hecho. No tengo los detalles ni el nombre de esa persona en mi memoria supongo, nunca me preocupé por retenerlos de hecho. Pero contemplar ahora su majestuosidad, su crecimiento a lo largo del tiempo, me llena de un sentimiento profundo supongo —dice Beatrice, su voz es un susurro melodioso, como si compartiera un secreto con el viento.
Las palabras de Beatrice me hacen comprender que quizás nunca sabremos a quién fue destinado este regalo, pero eso es algo que deberé confirmar del dueño de la semilla.
Una incertidumbre que me impulsa a esperar el momento adecuado, cuando todo haya terminado y pueda descifrar este enigma con calma.
Echidna, sin lugar a duda, tendrá las respuestas que necesito.
Aun con esa sonrisa radiante en su rostro, Beatrice toma mi mano y mira hacia arriba, como si intentara alcanzar las alturas del árbol que se alza majestuoso. En su intento, su delicadeza se convierte en gracia, y de repente, cae al suelo con una risa melodiosa.
Pero en lugar de inmutarse, me atrae hacia ella, utilizando vita para recostarme a su lado.
Los pétalos del suelo se elevan en el aire, rodeándonos como confeti en una celebración natural. Su cabello cae sobre las delicadas flores, entrelazándose con ellas y esparciendo su fragancia en el ambiente.
A pesar de la caída, su sonrisa persiste, irradiando una luz que no puede ser empañada por nada. Y mientras observo su rostro, noto que unas lágrimas de pura felicidad resbalan por sus mejillas.
—Sé que una batalla se avecina supongo, pero... no puedo evitarlo, de hecho —dice Beatrice con ternura en su voz, su mirada fija en mí—. Cuando estoy contigo, todo parece encajar en su lugar supongo, y la felicidad me inunda de manera indescriptible de hecho.
Sus palabras son como un cálido abrazo que envuelve mi corazón, llenándolo de amor y gratitud.
Una sonrisa se forma en mis labios ante la dulzura de sus sentimientos. Tomo su mano con la delicadeza que merece, mirándola con cariño profundo.
—Te amo —confieso, permitiendo que mis sentimientos fluyan sin restricciones, dejando que las palabras expresen lo que mi corazón siente.
Beatrice sigue sonriendo, emitiendo risitas que parecen música en el aire. Cierra los ojos con esa sonrisa que ilumina mi mundo, y aunque ríe, unas pocas lágrimas de dicha escapan de sus ojos.
—Jejeje, Betty también te ama muchísimo, de hecho —dice, revelando con cada palabra el profundo afecto que alberga en su corazón.
Sostengo su mano con suavidad, como si fuera la posesión más preciada que jamás tendré. Simplemente la miro, absorbiendo su belleza interior y exterior, y la felicidad que irradia.
—Eres increíble, Betty —le digo, asombrado por la maravilla de persona que ha llegado a ser—. Mi vida ha cobrado un significado más profundo desde que entraste en ella. Tener a alguien como tú a mi lado en esta batalla y en cada paso de la vida es un regalo que valoro más de lo que puedo expresar.
Eres la luz que disipa mis sombras y mi fuente de fortaleza inquebrantable.
Ella sonríe aún más ampliamente, y en este momento, somos más que dos almas, más que dos seres; somos dos corazones que laten en unísono, que se entrelazan en una danza única y eterna.
Juntos, nos quedamos allí, rodeados por la serenidad y la paz que nos brinda el entorno natural que nos rodea.
A pesar de la inminente batalla que nos aguarda, solo queremos apreciar este instante de amor puro y complicidad, en el que nuestros corazones laten al ritmo del otro en una danza de felicidad inigualable.
En ese fugaz instante de calma, un oasis de serenidad en medio de la inminente tormenta de batalla, me encuentro perdiéndome en la encantadora sonrisa de Beatrice.
A pesar de la incertidumbre que se cierne sobre nosotros, no puedo evitar entregarme completamente a su sonrisa, como si fuera un faro de esperanza en la oscuridad que nos rodea.
Sí, estoy completamente inmerso en su aura, en ese mundo mágico que solo ella es capaz de crear a mi alrededor. En este momento, nada más importa, solo somos nosotros dos, compartiendo este instante de paz y conexión profunda.
«Una hija...» pienso para mí mismo, dejando que la idea se filtre en mi conciencia.
Me pregunto cómo se sentirá ser padre. Si lo que siento ahora, este profundo y sincero amor por Beatrice, es apenas una pequeña muestra de lo que significa ser un verdadero padre, entonces puedo entender por qué el amor de un padre es tan intenso y trascendental, superando cualquier obstáculo que se imponga en el camino.
En este momento, me doy cuenta de que estoy dispuesto a enfrentar cualquier desafío, a superar cualquier obstáculo que se interponga en nuestro camino, si eso significa que podremos construir un futuro juntos, uno donde podamos ser una familia feliz, un padre y una hija que viven en paz.
Sin importar si ella es un espíritu, no puedo evitar verla como una hija para mí.
Mis pensamientos se detienen cuando escucho pasos tranquilos acercándose. Volteo para ver a Wilhelm, quien camina hacia nosotros con calma y serenidad.
Su rostro muestra una mezcla de emociones, y aunque los ancianos a menudo tienen expresiones más rígidas, su mirada profunda y su aura revelan que hay mucho más en su interior.
Wilhelm se inclina ante nosotros en un gesto de respeto y saludo.
—Señor Marco, señorita Beatrice, discúlpenme por interrumpir este momento —dice Wilhelm, enderezándose con energía—. El escuadrón de artillería acaba de llegar y la señorita Crusch me pidió venir a buscarlos.
Asiento agradecido, mi mirada se cruza con la de Beatrice, quien hace pucheros mientras ignora nuestra conversación. Me pongo de pie y encaro a Wilhelm con determinación.
—Encontré este increíble campo de flores, así que no pudimos resistir la tentación de venir a verlo —afirmo con un tono lleno de entusiasmo, girando mi cuerpo para contemplar el esplendoroso paisaje.
Wilhelm parece sumido en sus pensamientos por unos instantes, su mirada profunda se encuentra con la mía, y su voz resuena con una melancolía ardiente mientras dice:
—¿Le gustan las flores? —Wilhelm me observa fijamente, como si mi respuesta fuera clave. Mantenemos un contacto visual intenso mientras reflexiono sobre qué responder.
Sé que debo impresionar a Wilhelm en este momento. La mejor manera es mostrar empatía y profundidad.
Él posee una gran sabiduría y experiencia, y me gustaría tener una conversación franca sobre la guerra semihumana, un conflicto que él vivió en carne propia. Y quién sabe, tal vez pueda aprender algo de él en términos de habilidades marciales.
Con una idea clara en mente, le contesto con determinación:
—Las flores son solo flores, eso es innegable. Pueden ser bellas o feas a simple vista, y eso es lo básico. —Dirijo mi mirada hacia el impresionante campo—. Pero, para mí, su auténtica belleza emana del significado que les atribuyes.
La belleza, al igual que en la vida misma, es subjetiva y surge de las percepciones, los sentimientos y los recuerdos que las acompañan. La fealdad y la belleza pueden someterse a estadísticas, pero siempre habrá excepciones igual de validas.
A veces, lo que es hermoso para algunos puede ser insulso para otros.
Los gustos varían, y es crucial comprender todas las perspectivas. Aunque puedas explicarte, si alguien no te comprende, es porque sus puntos de vista difieren de los tuyos, y eso no necesariamente significa que está mal.
Aunque esto solo es en términos de gustos y opiniones, algo apartado de la ciencia, o bueno... Deseo pensar eso.
Las flores comparten esta característica.
—Para mí, las flores se asemejan a las personas: algunas son hermosas pero peligrosas, otras pueden carecer de atractivo, pero resultar sumamente útiles, algunas desprenden un aura sensual mientras que otras son más formales, algunas son fuertes y otras frágiles... Puede que haya especies que evocan emociones específicas. Incluso las flores pueden ser extrovertidas y mantenerse abiertas, o introvertidas y cerrarse en presencia de alguien para protegerse.
Las flores no son más que flores.
Lo que verdaderamente importa es la forma en que decides percibirlas.
—No obstante, al final del día, son simplemente flores —concluyo, respondiendo a su pregunta—. Me gustan, pero me atrae aún más cómo las interpreto, más allá de su apariencia.
La respuesta parece haber dejado a Wilhelm un tanto reflexivo, lo que indica que tal vez haya escuchado respuestas similares en el pasado. No es extraño que las personas compartan este tipo de perspectivas acerca de las flores.
—Ya veo... tienes razón. Las flores siempre serán simplemente flores, sin importar la percepción que tengas de ellas. Es una respuesta válida —Wilhelm asiente con aprobación y extiende su mano hacia mí—. Cuando todo esto termine, me gustaría tener una conversación contigo.
Estrecho su mano con firmeza, transmitiéndole mi compromiso:
—Será un honor para mí. Puedes estar seguro de que saldremos victoriosos de esto.
Aunque los labios de Wilhelm parecen intentar formar una sonrisa, rápidamente desvía su mirada.
