Nota de autora:
Esta es una nueva versión del primer fanfiction que escribí años atrás en otro foro. Con esta, buscó darle un buen final, digno, y disfrutar una vez más con los personajes y su desarrollo. Lo canónico solo será lo ocurrido en las temporadas uno y dos de Glee.
Sean bienvenidxs y feliz lectura.
Capítulo 1
Familia
Se estaban viviendo los últimos grandes fríos en Nueva York. Por las avenidas de la gran ciudad, las personas iban y venían sin parar pero a ella le parecía que todo se movía de forma distinta, como en cámara lenta.
Hacía un mes que había iniciado la primavera, el mismo tiempo desde que descubrió los planes de su ex esposo. Aún llevaba la copia final del acta de divorcio en su bolso. Ya no había vuelta atrás.
Aunque la angustia y la incertidumbre la acechaban, intentaba mantenerse tan serena como le fuera posible. No quería demostrar lo derrotada que se sentía ni que estaba dudando de sus propias fuerzas. Tiempos como los que le estaban tocando vivir, dotados de dolor y amargura, sólo la hacían renegar de la suerte que había tenido en el amor.
Aquel iba a ser un día duro por lo que optó por terminar su jornada laboral antes de lo debido. En tanto conducía de regreso de su trabajo, observaba su propio reflejo en el espejo retrovisor: su mirar, sin dudas, era distinto desde que todo aquel caos había comenzado. Sus facciones denotaban un tipo de cansancio y una amargura que iban más allá de lo físico.
Estaba decepcionada de sí misma y de sus decisiones.
Le parecía que ya poco quedaba de la joven que alguna vez llegó a garantizar frente a sus pares que nunca sería como ellos: ella sería exitosa y próspera, nunca mediocre, y conquistaría el mundo con tal de demostrarlo. Alguna vez creyó que todo iba a ser mejor, que ella misma iba a ser mejor que la mayoría. Sin embargo, los años -implacables- habían pasado y pocas cosas habían resultado como esperaba. A sus veintiocho años, estaba recién divorciada, trabajaba y ganaba lo suficiente, pero no tenía nada extraordinario de lo cual jactarse. Cada vez asumía más responsabilidades en un mundo que no se dejaba dominar y que, por el contrario, atentaba contra muchas de sus convicciones.
Su vida, al menos durante el último tiempo, le parecía una vergüenza.
Con razón, aquella tarde de jueves recordaba una y otra vez lo que su padre le gritó en la cara años atrás:
"Si pudiese revivir el momento exacto en el que me equivoque contigo, tendría que volver al punto cero: donde tú no habías nacido."
Si tan solo fuera así de fácil. Si tan solo se pudiesen borrar esos errores del pasado que, en su momento, parecían buenas decisiones. Si tan solo pudiese empezar toda su historia otra vez...
Se cuestionó varias veces en qué se había equivocado como para tener que vivir con el constante sentimiento de no tener escapatoria. En realidad, no hizo más que amar, vivir su vida del mejor modo posible e intentar cumplir sus sueños... al menos aquellos que logró rehacer. Lo intentó de nuevo y volvió a salir herida. Apostó y perdió la partida. Pero en el juego de la vida donde nada se detenía, a pesar de todo, ella también contaba con razones para poder continuar. Tenía que hacerlo.
Este último pensamiento la animó un poco mientras llegaba a una guardería ubicada a siete calles de su trabajo.
—¡Santana!, ¿cómo has estado?, ¿está todo bien? —la saludó una mujer mayor que barría la entrada del edificio.
—Hola, señora Helen. Si, sólo vine más temprano. ¿Cree que los interrumpa...?
—En lo absoluto. Acompáñame. Si no me equivoco, ahora están en la hora del cuento.
La anciana caminó con entusiasmo seguida por la mujer de ascendencia latina que contemplaba aquellos pasillos que conocía desde hacía un año o más. Una vez que se detuvieron frente a una puerta amarilla, Helen le indicó que esperaran por un momento.
Santana obedeció y observó desde la distancia a la maestra sentada en el suelo del salón, con un libro en las manos, mientras los niños la rodeaban escuchándola con atención. Entre todos ellos, el perfil de uno de los pequeños le resultaba inconfundible a Santana, quien no podía evitar observarlo con sus ojos oscuros totalmente iluminados por la ternura.
Cuando la docente terminó su relato, Helen ingresó al salón y le informó que estaban esperando a uno de sus alumnos. El pequeño se giró con curiosidad y una sonrisa se formó en su carita. Sin dudarlo, se paró y corrió al encuentro de Santana. La latina se agachó frente a él y lo abrazó mientras le acariciaba la cabeza. A ambos les encantaban esos abrazos: ese era uno de los modos más simples en los que Santana podía expresar cuánto amor sentía por su hijo.
El pequeño Axel aún no cumplía los dos años. Era delgado, bajito y muy callado. Su madre encontraba en él un aire ínfimo a Blaine, el innombrable de su ex-marido. Axel había heredado de ella aquel tono de piel moreno; el pelo oscuro y repleto de bucles era por parte de ambos, al igual que su mirada firme -y de repente, dócil y dulce- encerrada en unos apenas rasgados ojos marrones. Pero lo más característico del niño, sin duda alguna, era su maravillosa sonrisa. Cada vez que lo veía reír, Santana estaba segura de que todo tomaba mayor sentido y color en aquel mundo gris.
—Muy bien, mi cielo, pasaremos al mercado y luego iremos a casa, ¿de acuerdo? —preguntó ella en tanto acomodaba al niño en el asiento trasero de su automóvil.
Axel asintió sin dejar de mirar a su madre con adoración. Solo decía palabras como "no", un "sí" que sonaba como "ti", tía, papá y mamá, pero le bastaba eso -sumado a sus manos y gestos- para comunicarse.
Con Axel, Santana consideraba que su vida se había enriquecido. El pequeño nunca le hacía pasar malos ratos: lloraba poco, no hacía berrinches, y aunque a veces era tímido y algo temeroso, por lo general demostraba su afecto sin dudarlo. Lo cierto era que aquel niño se había convertido en su más grande orgullo. Santana se esforzaba por ser una buena madre, correcta, no perfecta -pese a que le encantaría serlo- y en verdad le agradaba tener una razón para sacar a la luz su faceta más dulce y dedicada.
En el departamento familiar, Blaine Anderson terminaba de acomodar sus cosas en una de sus valijas. El hombre de ojos verdes se sentía más que abatido: ese era su último día en Nueva York. Las cosas no salieron como pudo haber soñado alguna vez, pero tenía en claro que él fue el principal responsable de las fallas insalvables de su matrimonio.
El caso de la familia Anderson-López siempre fue singular: cuando él y Santana anunciaron que se casarían, gran parte de sus conocidos especularon con que aquella boda se trataba de una farsa o de un nuevo modo que ambos habían hallado para ocultar los hechos que traían consigo. Nadie terminaba de entenderlo ni de encontrar un sentido para semejante unión, pero a ellos no les importó en lo más mínimo lo que los demás dijeran.
Se habían conocido en preparatoria y, años después, se reencontraron en la gran ciudad. A partir de ese momento, no volvieron a separarse. Como ambos sentían que no contaban con nadie que los escuche ni comprenda, la confianza que surgió entre ellos fue algo a lo que se aferraron sin dudar. Lograron ser grandes amigos. Cada uno de acuerdo a su forma de ser, se dieron ánimos para seguir adelante.
En el ámbito de los estudios, Blaine intentó cursar administración de empresas y contabilidad en la NYU, pero solo culminó esta última carrera. Por su parte, Santana se orientó hacia el área de las ciencias humanas dentro de la SUNY. En un principio, el objetivo de la morena era mantener su mente ocupada en tanto preparaba su innegable camino al éxito. Sin embargo, durante su primer año universitario obtuvo una beca que le permitió especializarse en algo que -progresivamente -le fue interesando tanto o más que la música o la fama misma: la psicología. De este modo, con un título en aquella ciencia y con un modesto postgrado en psicología del adolescente, la latina se incorporó pronto al mercado laboral. Con el apoyo de su amigo, logró abrir un consultorio particular con una excelente -y costosa- ubicación. Cuando Blaine logró graduarse, optaron por vivir juntos como un modo de reducir gastos.
No obstante, la necesidad de sentirse amados y de obtener algo más de estabilidad en sus vidas los fue acercando más y más. Haciendo una excepción a todo lo que sabían sobre ellos mismos, comenzaron a darse algunos privilegios en su relación amistosa al punto de desarrollar una gran química y atracción. Y continuaron así hasta que Blaine propuso que se casaran durante una tarde de otoño del 2017. Ante la sorpresa de todos, Santana aceptó sin dudarlo.
Por aquel tiempo, los dos estaban convencidos de una cosa: lo que pasaba entre ellos era un hecho que ocurría una vez en la vida y que no podía desaprovecharse, algo cercano al amor ideal. Aquellas sombras del pasado que los seguían parecían quedar por fin en el olvido cuando dieron meses más tarde el "—Sí, acepto".
Una vez casados, vivieron la mitad de ese primer año como un matrimonio con grandes expectativas. Los problemas entre ambos surgieron cuando Blaine comenzó a trabajar más y a realizar viajes de negocios. Ante tales ausencias, Santana comenzó a verse afectada por la necesidad de conseguir mayor estabilidad en su relación. Las ansias y las discusiones por la posibilidad de agrandar la familia no se hicieron esperar: mientras Blaine objetaba que aún no era el momento, Santana sostenía que no había tiempo que perder. Y aunque Axel nació a mediados del 2019, tal acontecimiento no detuvo al hombre en sus viajes cada vez más habituales. Ocurrió todo lo contrario a lo que Santana hubiera esperado.
La distancia, la soledad, los prolongados silencios y los posteriores reproches que comenzaron a surgir, fueron apagando con rapidez la llama que mantenía iluminada su relación de pareja. Las discusiones se volvieron cada vez peores. Las dudas y las sospechas de infidelidad no se hicieron esperar.
Pero lo cierto es que sólo uno de ellos fue capaz de quebrantar todos y cada uno de los votos. Creyendo que nadie lo sabría, Blaine se había reencontrado con Kurt Hummel: su primer novio de la adolescencia había prosperado para convertirse en el dueño de una de las líneas de ropa más importantes de Europa.
Kurt reapareció en la vida de Blaine cuando éste aún no cumplía un año de casado y de inmediato admitió ante el contador que el peor error que pudo cometer en su vida fue el de dejarlo ir. A ambos no les llevó mucho tiempo revivir aquellos sentimientos que llegaron a ser ignorados y guardados, más nunca olvidados. Los supuestos viajes laborales de Blaine se convirtieron en días de encierro juntos y la aventura pasó a ser para ambos una creciente obsesión por recuperar al que, en definitiva, siempre fue su único gran amor.
—Esto… no está bien —murmuró Blaine, observando una gran cantidad de fotos sobre una repisa.
Podía recordar cada uno de los días en que aquellas imágenes fueron tomadas. La primera de todas ellas, por ejemplo, ocurrió en un día de campo junto a Rachel y Quinn. En la misma, Santana y él posaban sonrientes uno junto al otro. Jóvenes, con más esperanzas de las admisibles. A continuación, había una imagen del día de su boda seguida por otras fotografías de ambos paseando por la ciudad o haciendo caras en el auto. Por supuesto, también había fotos de su hijo: cuando bebé, riendo, y dando sus primeros pasos. El recorrido finalizaba con una foto tomada durante el último cumpleaños de Blaine, donde nuevamente se hallaban ellos con Axel en brazos, con una sonrisa en sus rostros muy diferente a la de la fotografía inicial.
Blaine miró de forma fija esta última imagen, la tomó entre sus manos y dejó caer unas grandes lágrimas sobre el cristal. Todo había cambiado y ahora no estaba seguro de si podría soportarlo. Sin dudas, lo que iba a hacer en los próximos minutos sería uno de los actos más difíciles de toda su vida.
Pensando en ello estaba cuando percibió un sonido: su ex mujer abrió la puerta de entrada mientras cargaba una cantidad de bolsas y a Axel, que se había dormido en el viaje de regreso.
—Cielo, despierta, ya no eres un bebé de tres kilos —comentó la latina, bajando al niño con cuidado.
Blaine los observaba desde el salón, se habían parado frente a él. Axel bostezó y lo saludó con la mano alegremente.
—Cariño, ve a tu cuarto —intervino Santana, tomando al pequeño por el hombro para que no avance hacia el salón—, Bobby debe estar esperándote —agregó, pues no quería que su hijo estuviera presente en lo que se avecinaba.
El niño salió en busca de su peluche favorito mientras ella dirigió su vista con ira hacia su ex marido. Tras un incómodo instante en donde ambos intercambiaron miradas dolidas y molestas, Santana salió con las bolsas directo a la cocina. Blaine acomodó la fotografía en su respectivo sitio y terminó de cerrar su última valija. Cuando se dio vuelta, notó que la morena lo estaba observando de nuevo a unos metros de distancia.
—Santana, yo… —comenzó a hablar él, con voz trémula, pero su ex mujer lo interrumpió con un gesto de su mano.
—¿Ya empacaste todas tus porquerías? —preguntó fríamente.
Blaine tragó saliva.
—Escucha: no quiero discutir, solo me gustaría que me permitas…
—Te hice una pregunta —alegó Santana.
La latina lo miraba con desprecio, pero apenas podía ocultar el dolor que sentía al tener que actuar así. ¿Cómo era posible que eso estuviera pasando? Llegó a creer que tendría la vida ideal junto a ese hombre y ahora ni siquiera podía sostenerle la mirada sin dejar de pensar que él era un cobarde, un gran traidor.
Blaine solo pudo balbucear unas palabras antes de ponerse a llorar.
—Por favor, ¿no hay otro modo de arreglar las cosas? Ya sabes, por el bien de Axel.
—Te recuerdo que tú pretendías huir y abandonarlo todo, incluyéndolo a él. Las condiciones fueron claras desde un principio y preferiste pagar. Ahora vienes con lamentos pero en ningún momento descartaste la idea de marcharte.
La morena tuvo que mirar hacia otro lado, verlo llorar así le estaba provocando náuseas.
—De haber sabido que terminarías yéndote, ni siquiera hubiera pensado en casarme contigo —agregó, cerrando los ojos con fuerza para contener sus propias lágrimas.
—No me digas eso, por favor —dijo Blaine, avanzando hacia ella —. Yo a ti te quise, de verdad. Jamás voy a dejar de agradecer lo bueno que viví contigo ni todo lo maravilloso que me diste.
—Pero siempre lo amaste a él. Nunca pudiste olvidarlo, ni estaba en tus planes encontrarlo. ¡Toda esa basura de discurso me la sé de memoria! —exclamó Santana—. ¿Qué tiene ese tipo ahora, huh? ¿Es por el dinero, por la fama o los lujos?
—Él es mi primer amor, Santana. Si tan solo pudieras comprender...
—¡Ni se te ocurra pedirme comprensión! —amenazó la latina en tanto su ex marido agachaba la cabeza —. Te vas con el hombre que más daño te hizo, que te abandonó y humilló todas las veces que quiso, pero claro —se quejaba mientras aplaudía sarcásticamente —... es tu primer amor y por eso todo debe ser perdonado. Por favor, Blaine, ¿en verdad eres tan imbécil como para creer que esta vez será diferente?
—Él ha cambiado, prometió que…
—¡No me interesa saber qué te prometió o en qué ha cambiado!
Llorando, Blaine intentó sostenerla por los hombros en un intento de tranquilizarla. Sin embargo, ella se lo impidió empujándolo con todas sus fuerzas. Santana no había terminado de hablar: conocía el punto exacto para hacerle daño psicológicamente a su ex marido por lo que no dudó en atacarlo con palabras duras e hirientes.
—Pero tú ten presente este cambio en tu vida: nosotros ya no vamos a pertenecer a ella. Olvídate de mí, de lo que vivimos e hicimos, olvídate de esta parodia de familia que creímos formar y vete. ¡Vete! —sentenció mirándolo a los ojos de forma amenazante y avanzando los pasos que él empezaba a retroceder —. Ni siquiera te atrevas a volver porque yo de ti ya no soy nada y juro que haré lo imposible para que Axel deje de ser tu hijo. Así de roto y solitario como te dejó el estúpido ese, te devuelvo a él.
Tras decir esto, ella no pudo resistir más y también se quebró. Las lágrimas rodaban por las mejillas de ambos.
—Vete y sé muy feliz con tu primer amor.
—Santana, por Dios, te lo suplico. —La dignidad se esfumó una vez más de la sala y, sin parar de llorar, Blaine cayó de rodillas tomando la mano de su ex compañera. —No me hagas esto, amo a mi hijo.
Santana logró tragar saliva mientras negaba con la cabeza.
—Tu avión sale en media hora, llegarás tarde —dijo sin ocultar su amargura.
—Perdóname—pidió él por primera y única vez, mientras la miraba con suplica—. Perdona el daño que te he hecho. Me siento horrible, como si fuera un monstruo.
—Es que lo eres. Lo eres, y en verdad me encantaría que te sintieras así por siempre. Tú sabes lo que pienso del perdón. Pero puedo prometerte una cosa —decía la latina en tanto se inclinaba para que Blaine, desde el suelo, la viera gesticular con claridad —: no le voy a hablar pestes de ti a Axel. Eres tan poca cosa, caíste tan bajo, que él ni siquiera sabrá de tu existencia. De a poco tu recuerdo se borrará de su mente, al igual que de la mía.
Tras esa sentencia, transcurrió un periodo de silencio muy tenso en aquel salón. Mientras ella permanecia de pie intentando contener lo peor de sí misma, él se puso de pie llorando con más fuerza que antes.
—¿No podrías tan siquiera aceptar esto? —murmuró Blaine sacando un sobre del bolsillo de su pantalón —. Es un cheque de pago diferido —explicaba entregándole el sobre a Santana—. Tienen un año para cobrarlo, para emergencias o para lo que sea que él necesite. O pueden abrir una caja de ahorros y...
—Nadie necesita tu asquerosa limosna —lo interrumpió ella, de forma orgullosa, rompiendo el sobre a la mitad —. Basta con todo lo que te sacaron durante el divorcio.
Dinero: el tema favorito de Blaine. No por ambición ni tacañería, sino por el afán personal de querer controlar algo que parecía siempre escapársele de las manos. Aún así, nada podría saldar el daño que había provocado, nunca.
—¿Por qué siempre tienes que hacer que todo sea tan complicado? —se atrevió a preguntar él.
—Oh, pobrecito. ¿Quieres que me siente a escucharte cantar una canción de Avril Lavigne o algo así?
—No. No puedo seguir humillandome ante tí. ¿O es eso lo que quieres?
—¡Sólo quiero que nos dejes en paz y te largues de una maldita vez!—finalizó ella, con furia.
Blaine la miró con temor: en ese momento, ella realmente lo odiaba. ¿De qué sería capaz si continuaban con aquel alegato? Sabía que lo peor que podrían hacerle a esa mujer era traicionarla o abandonarla y, no obstante, Blaine hizo ambas cosas.
—Entiendo. Me marcharé —murmuró —. Pero, por favor, déjame despedirme de él.
Santana no respondió a ese pedido. Simplemente, se dio la vuelta y se encerró en su cuarto casi haciendo temblar el edificio con el portazo.
Blaine se limpió las lágrimas e inspiró en busca de valor. Avanzó hacia el cuarto del pequeño pero lo encontró a mitad de camino, sentado contra la pared, abrazado a su oso de peluche. El corazón de su padre se partió en mil pedazos al verlo ahí, con esa carita tan dulce. Lo tomó en brazos llenándolo de besos y resguardando en su recuerdo el aroma a bebé que aún conservaba. Inevitablemente, el llanto volvió a brotar de los ojos de aquel hombre mientras -en una secuencia- recordaba todo lo bello y complejo que aquel ángel le hizo experimentar desde que supo que vendría al mundo.
—¿Amas a papá?
—Ti. —Sonrió el niño, acariciando la cara de su padre con suavidad.
Blaine lo abrazó con fuerza y luego pasó su mano por el pelo oscuro y rizado de Axel.
—Y papá también te ama, siempre lo hará —sollozó—. Sé que está mal dejarte, Axel. Pero también sé que vas a salir adelante junto a tu madre que te ama más que a nadie en este mundo. Espero que crezcas para ser en un buen hombre, uno mil veces mejor que yo. Sé que en tu corazón existirá alguna vez el perdón para tu tonto y cobarde padre. Dios, te amo tanto, hijo — continuó diciendo Blaine aferrado al pequeño niño, que se acomodó en su pecho mientras lo mecían.
No era posible distinguir si esas palabras dichas en voz alta podrían ser ciertas. Era difícil creer que aquel hombre entendiera el significado de la palabra "amor". Pero nadie podría negar que era muy hábil en victimizarse. Santana lo escuchaba desde su cuarto, llorando casi sin consuelo. Estaba a punto de salir a retractarse. Quería implorarle a Blaine que se quedara pero su orgullo herido la mantenía en el límite.
Finalmente, cuando logró recomponerse un poco, salió de su cuarto. Blaine aún tenía con él a Axel, el pequeño se había quedado dormido en sus brazos. Ahora solo eran los inevitables sollozos de los adultos los que se escuchaban en el departamento.
Con cuidado, Blaine le entregó a su hijo dándole los últimos besos en la cabeza. La latina sostuvo al niño evitando mirar a los ojos a su ex marido.
¿De que valían las lágrimas? ¿Cuál era el sentido de hacer todo ese grotesco espectáculo...?
De forma lenta y temblorosa, el contador caminó hacia la salida con el paso de un condenado a pena de muerte. Santana lo observaba con más resignación que amargura. Blaine dejó sus maletas al otro lado de la puerta y contempló por última vez apartamento en la que había pasado tan pocos momentos felices. Sus ojos finalmente observaron a la que fue su compañera, parada frente a él, aun con el niño en brazos. Las miradas tristes y dolidas de ambos intercambiaron un último cruce.
—Espero que seas feliz— dijo aquel hombre en un murmullo —. Lo mereces, en serio.
Santana cerró los ojos con fuerza en tanto abrazaba a Axel.
—Adiós— terminó él mientras se marchaba con sus cosas en ambas manos.
Ella no dijo nada. Rogó para que esos fueran los últimos segundos que debería soportar de tormento. Se apresuró en recostar a su hijo en la cama una vez que los pasos de Blaine dejaron de oírse por el corredor.
El lugar quedó sumido en un silencio doliente, casi sepulcral.
Este quizás era un día común para el resto del mundo, si, pero ella sentía que todo estaba por comenzar.
A lo mejor ya estaba cometiendo nuevos errores que en algún momento habría de lamentar. De ahora en adelante, ella tendría que ser -necesariamente- la cabeza de esa nueva familia. Allí, en ese preciso instante, nuevas barreras se forjaban en su interior para enfrentar los desafíos que se diagramaban en su futuro aún imprevisible. El momento había llegado: empezarían una nueva vida, desde cero. Y estaba aterrada, pero no lo iba a demostrar.
Santana se dirigió a la entrada y cerró la puerta que su ex marido no se atrevió a cerrar. Se apoyó de espaldas contra ella mientras una última lágrima se deslizó por su mejilla.
—Hasta nunca, Blaine —susurró a la vez que su corazón -por fin-dejaba de estremecerse.
