NOTAS:
Esta historia es un oneshot relacionado con los hechos de mi otro Fanfic: Still Loving You.
Contiene spoilers menores :D
FIN DE LAS NOTAS
Phoebe sabía que había un chico en particular que le gustaba mucho, pero, a diferencia de su mejor amiga, el amor no dirigía su vida. No quería ser como ella: intensa, arrebatada, apasionada, incluso... obsesiva.
Disfrutaba intercambiar miradas con el chico que le gustaba, el cosquilleo cuando sus manos se encontraban y los nervios cuando él le coqueteaba.
Gerald era... bueno, Gerald. Carismático, gracioso, con una sonrisa seductora, esa voz espectacular y su insuperable habilidad para contar historias. Era buen amigo, destacaba en los deportes, compitió con Rhonda como presidente de la clase y buena parte del tiempo era considerado un chico genial.
Mientras ella era una estudiante destacada, aquella que se esforzaba siempre por estar en el cuadro de honor, la de la asistencia perfecta... o casi.
Si la vida obedeciera a esos tontos clichés de televisión, Gerald sería de los populares y ella una nerd. Pero en su clase las cosas no funcionaban así.
El chico era amable y considerado cuando compartía con ella, pero Phoebe entendía que Gerald era la clase de chico que sabía cómo tratar a una dama y hacerla sentir relevante mientras estaban cerca, pero en su ausencia Phoebe sabía que ella no podía gustarle tanto.
Intentaba racionalizarlo así, mitigando sus esperanzas, temerosa de un resultado negativo si intentaba algo. Pero Gerald era el mejor amigo de Arnold y algunos locos planes de su mejor amiga los llevaron a pasar muchos momentos a solas.
Hacia el final de quinto grado ya no podía ocultar su interés. El chico era su amigo, habían hecho algunos cuántos proyectos juntos y ella solía recordarle que podía ser de ayuda si tenía problemas con la tarea o si dificultades con los contenidos.
Pero sus excusas no eran necesarias. Gerald a veces la buscaba, se sentaba junto a ella para estudiar, pero poco a poco notó que el chico en verdad quería pasar tiempo con ella. Algunas veces preguntaba si quería ir por un helado (Como agradecimiento) y otras la invitaba al cine o a pasear por al parque. Siempre contaba historias divertidas y de vez en cuando hablaba de su familia, música o deportes.
–Oh, lo siento – decía a veces, cuando algo le entusiasmaba demasiado–, debe ser aburrido para ti
–Parada nada – contestaba ella con una sonrisa.
Incluso si no entendía, la maravillosa forma en que él se expresaba, el tono en su voz y el brillo en sus ojos, era suficiente para que sintiera que sin importar cuánto tiempo pasaban juntos, siempre se volvía demasiado breve.
Al mismo tiempo, él intentaba conocerla. Bastaba con que dijera "¿has leído algo interesante estos días?" y ella podía pasar varios minutos disertando sobre algún descubrimiento reciente, alguna obra de literatura, un experimento de ciencias o avances en la tecnología.
Phoebe podía notar la calidez en la mirada del chico y comenzó a sentirse más segura.
Tanto, que cuando estuvieron en San Lorenzo se atrevió a besar su mejilla.
Sabía que alguien debía quedarse ahí y ella era mejor con la tecnología. Gerald y Helga debían acompañar a Arnold.
Ella confiaba en sus amigos y solo podía esperar su regreso.
Cuando se reunieron, los tres parecían estar bien, pero cuando volvieron a Hillwood empezaron los problemas.
Un par de días después de su regreso Gerald fue a visitarla, invitándola a caminar. Le confió el relato de los peligros que sortearon y cómo esas noches despertaba sudando frío tras intensas pesadillas. El chico se negaba a compartir eso con alguien más, en especial pensando que para Helga y Arnold también debió ser duro y no quería generarles problemas.
Phoebe estaba conmovida por esa muestra de confianza, al tiempo que la inundaba la tristeza por no saber cómo ayudarlo a él ni a los demás. Tenía certeza de que su mejor amiga no lo estaba pasando mejor, aunque contaba con la ayuda de su terapeuta. Y era fácil deducir que para Arnold la experiencia tampoco era miel sobre hojuelas.
Y mientras pensaba qué sería lo correcto, el chico se detuvo en seco.
–Gerald, ¿Te encuentras bien? – quiso saber, preocupada.
–He pensado que hicimos muchas locuras... y realmente pudimos morir en ese lugar... no solo... no solo la amenaza de La Sombra, ¡estuvimos en la jungla! ¡Pudo atacarnos algún animal! ¡Pudimos perdernos y jamás ser encontrados! Hay un millón de cosas que pudieron salir mal...
Phoebe sentía como su cuerpo temblaba.
–Pero de alguna forma... lo logramos... regresamos a casa... y estamos bien. Tú conocimiento y habilidad fue de gran ayuda para que nos rescataran – le sonrió.
Phoebe intentó limpiar las lágrimas en sus ojos antes que él las notara, pero supo que él las había visto cuando le sonrió.
–Phoebe, ¿qué tienes?
–¡Pudieron desaparecer para siempre! ¡Mi mejor amiga, Arnold y tú! ¿Qué hubiera hecho si eso hubiera pasado?
–No lo sé – dijo Gerald, encogiéndose de hombros y sonriendo con ternura – Pero eso no fue lo que ocurrió
Tomó su mano intentando confortarla.
–No quería hacerte llorar. Lo siento – añadió él, incómodo. – ¿Sabes? Cuando pensé que todo estaba perdido, me dije que cuando saliéramos de ahí, no volvería a perder el tiempo con tonterías
–¿T-tonterías?
–He dudado un tiempo sobre esto, no estaba seguro, pero... – cerró los ojos y negó –. Lo estoy haciendo otra vez. Dame un segundo – tomó aire y abrió sus ojos con convicción –Phoebe Heyerdahl ¿quieres ser mi novia?
Ella saltó a su cuello, abrazándolo.
–¡Por supuesto que sí! – dijo.
Luego se apartó, sonrojada.
–Yo... lo siento... quiero decir, sí, me gustaría... – añadió, nerviosa.
Gerald sonreía por el impulso de la chica.
Fue él quien se acercó, besándola en los labios.
Era un beso agradable, cálido y suave.
Ella sintió que se derretía y que el mundo desaparecía bajo sus pies.
Sus latidos aumentaron y una sensación de ardor en sus oídos le indicaban lo mucho que se había sonrojado.
Cuando se apartó, Gerald se rascaba la nuca, nervioso y ligeramente sonrojado. Eso la hizo sonreír. Una dulce ternura se extendió por todo su ser cuando entendió que él estaba tan nervioso como ella.
Ese verano se tornó súbitamente el más agradable que recordara y se volvió incluso mejor cuando sus respectivos mejores amigos empezaron a salir y podían tener citas dobles.
Las cosas no cambiaron tanto entre Phoebe y Gerald. Se veían con frecuencia y charlaban los mismos temas. Pero ahora compartían una copa de helado, caminaban tomados de la mano, a veces intercambiaban besos y se abrazaban con afecto en despedidas que duraban varios minutos.
Así pasó un año.
Cuando Arnold se fue, Phoebe y Gerald ayudaron a Helga a mudarse de una habitación a otra.
–¿Qué hacen aquí, tortolitos? – dijo Helga cuando tocaron la puerta de su habitación.
–¿Qué puedo decir? – explicó Gerald –. Tengo que asegurarme que no vayas a destruir las cosas de mi mejor amigo con tus torpes manos
Helga medio río y medio bufó.
–El único con dedos de mantequilla eres tú, cabelludo, pero me vendrá bien una mano
Abrió la puerta y los dejó pasar.
Phoebe sonreía. Ambos se llevaban así, entre bromas y comentarios desagradables, pero ella intuía que no solo se toleraban, sino que se apreciaban bastante.
Sabía que compartir una experiencia como la que tuvieron en la jungla debió ser importante de algún modo.
Sabía también que ambos seguían con los malos sueños de vez en cuando, pero con el tiempo Gerald parecía estar mejor. Helga no.
Cuando empezaron la secundaria su novio entró al equipo de baseball. Hizo nuevos amigos y ganó popularidad. Mientras Helga se aislaba y algunos rumores se levantaron alrededor de ella.
Phoebe notó que su mejor amiga faltaba a la escuela algunos días. Cuando se lo negó, decidió preguntarle a Lila, Rhonda, Stinky y Brainy si la habían visto en alguna de las clases y confirmó sus sospechas.
Los días que no compartían clases la veía antes de irse a casa, en la entrada de la escuela, esperándola, pretendiendo que había sido un día ocupado.
Phoebe la confrontó tanto por ausentarse como por mentirle. Helga le dijo que simplemente no le apetecía ir, que no era su problema.
Entonces la chica la siguió solo para descubrir lo peor: Helga se había involucrado con una pandilla.
¡UNA PANDILLA!
No podía ser, tal vez estaba equivocada, tal vez era algo diferente, tal vez alguien amenazó a Helga y no podía hablar, tal vez necesitaba de su ayuda.
No podía dejarlo así. Esa tarde intentó hablar. La primera respuesta fue que no era asunto suyo y la siguiente fue reírse de su preocupación. Entonces Phoebe se enfadó.
–¡Gerald te cubrió para que no te suspendieran! ¡¿Sabes lo que sacrificó por ayudarte?! No lo hubiera hecho si ibas a arriesgarte a suspender por asistencia
–Eso ya pasó, Pheebs – dijo Helga, indiferente –. Además, fue solo un partido, no es la gran cosa
–¡Es importante!
–Pero ya volvió a jugar, no es como si lo hubieran expulsado
–¡Claro que no! Pero eso dejó una marca en su expediente. Si se vuelve a meter en problemas o baja sus calificaciones pueden sacarlo
–Eso no pasará, tú le ayudas a estudiar y él no se mete en problemas
–¡¿Cómo puedes ser tan egoísta?!
Phoebe se dio la vuelta y se fue corriendo a casa por un camino distinto.
Estaba realmente enfadada. Ellos se preocupaban por ella, intentaban cuidar de ella y ayudarla, pero Helga no hacía más que saltar de un problema a otro. ¿Acaso no podía ser una estudiante regular de buenas calificaciones? ¿No podía solo mostrarse a los demás con ese loco, pero interesante mundo interior que Phoebe conocía? ¿Por qué tenía que tener esa estúpida actitud? ¿Por qué no podía aprovechar la oportunidad para cambiar su comportamiento y hacer nuevos amigos? ¿Por qué se aferraba tanto a ese tonto orgullo y a esa imagen?
En su habitación, llorando en su cama, Phoebe se preguntó por qué era amiga de Helga.
Habían sido amigas mucho tiempo.
Eran mejores amigas.
Pero ¿eran amigas de verdad? ¿O eran amigas porque siempre lo habían sido?
A Helga le gustaba el poder y el control, mientras ella siempre se dejaba llevar. Recordaba muy pocos momentos en que fuera capaz de manifestar cómo se sentía realmente.
Esta nueva revelación la confrontó con sus recuerdos, obligándose a repasar sus interacciones.
Su mente era un caos.
Pero debía calmarse. Se hacía tarde y todavía tenía tarea por hacer.
Fue al baño a lavar su rostro y luego fue a la cocina para beber algo de té.
Al regresar a su habitación, intentó pensar en la escuela, pero su mirada se desviaba hacia el teléfono.
–¡Está bien! ¡Lo haré! – masculló para sí.
Marcó el número con gestos precisos.
–¿Sí? – se escuchó la voz de una mujer adulta al otro lado de la línea.
–Buenas noches, señora Johanssen, habla Phoebe
–Hola, Phoebe, ¿Quieres hablar con Gerald?
–Si no es problema
–Creo que todavía está en pie, dame un minuto
Escuchó como colocaba el auricular sobre la mesita y los ruidos de fondo. El padre de Gerald veía el noticiario. Timberly daba vueltas por la casa repitiendo palabras de lo que Phoebe reconoció como un deber de gramática que hizo a su edad. Su voz se acercaba y alejaba. El señor Johanssen le pidió que fuera a su habitación. Ella se quejó. Pasos en la escalera. Algunos pasos más, esta vez acercándose, el auricular levantado.
–Hola, bebé – dijo su novio al otro lado.
–Gerald...
Su voz se quebró y no pudo continuar.
Ya había practicado en su mente lo que iba a decir, pero las frases se acumularon en su garganta, atorándose ahí de forma dolorosa.
No podía respirar bien.
Su habitación se convirtió en un conjunto de manchas coloridas con bordes indefinidos.
–¿Phoebe? ¿Sigues ahí? – dijo Gerald, con voz de preocupación.
Ella asintió, tratando de darse valor para hablar, pero no pudo.
–L-lo siento, no quise molestarte. Te veo mañana en la escuela– dijo, para luego colgar.
¿Por qué había sido tan tonta? No debía involucrar a Gerald, debía ser madura y arreglar sus problemas por sí misma.
Las lágrimas quemaban sus mejillas y la sensación en su pecho era pesada.
No podía estudiar así.
Se sentó en el suelo, junto a su cama, abrazando su almohada, sin dejar de llorar.
Pasaron unos quince minutos cuando su madre tocó la puerta.
–Hija – dijo desde el pasillo.
Phoebe se puso de pie y se acercó a su escritorio. Desde ahí tomó aire para contestar, disimulando los sollozos.
–¿Qué quieres, mamá? Tengo tarea por hacer– mintió, mientras abría un cuaderno.
De inmediato hizo algunas rayas con un lápiz y las borró de inmediato para esparcir restos del borrador.
–Gerald está aquí – dijo su madre.
Phoebe abrió mucho los ojos, congelándose.
–¿Qué? ¿Quieres decir... al teléfono? – dijo la chica.
–No, hija...
–Phoebe, soy yo – dijo Gerald al otro lado de la puerta –. Me preocupé y vine a verte ¿Puedo pasar?
–Un minuto – respondió.
Limpió su rostro lo mejor que pudo, miró alrededor. Su habitación nunca era un desastre, pero buscó cualquier detalle. Ropa sucia, libros fuera de lugar, carteles de sus artistas favoritos. Todo en orden.
Se acercó la puerta y la abrió con cuidado.
–Hija, ¿estás bien? – dijo su madre, preocupada.
Ella asintió.
–Siento haberlos preocupado – dijo.
–¿Qué pasó? – quiso saber Gerald.
–No fue nada, solo exageré
–Phoebe, te conozco, sé que no me habrías llamado por nada, mucho menos así ¿Qué ocurrió esta tarde? No estabas así cuando terminaron las clases
Phoebe lo miró sorprendida. Apenas hablaron un par de minutos después de la última clase antes que él se fuera a la práctica de ese día.
–Es Helga – admitió la chica.
–¿Le pasó algo a Pataki?
La preocupación de su novio era genuina. Ella negó.
–Mamá, ¿puedes dejarnos a solas?
Su madre asintió.
–Conoces las reglas, hija. Les traeré algo de té
–Gracias
Phoebe abrió la puerta por completo. En cuanto su madre los dejó, Gerald la apretó entre sus brazos, sujetándola por los hombros, apoyando su mentón sobre la cabeza de ella. Había algo en ese abrazo que era distinto, como si él necesitara asegurarse de que estaba ahí y era real, un abrazo con miedo de perderla y al mismo tiempo con contención y preocupación.
–Puedes contarme – dijo él.
Phoebe levantó los brazos con dificultad y lo abrazó apenas, sujetándolo con manos temblorosas, sintiendo cómo las lágrimas caían por su rostro otra vez.
Gerald no se apartó, la abrazó con afecto, dejando que se desahogara.
Cuando su madre regresó con té, la chica todavía lloraba. La mujer dejó la bandeja con una pequeña tetera y dos tazas sobre la pequeña mesita y se acercó para acariciar el cabello de su hija.
Phoebe volteó hacia ella y también la abrazó, apartándose a penas de Gerald.
–Lo siento – murmuró apenada.
–Hija, no has hecho nada malo – respondió la mujer.
–No quise preocuparlos
–Eres importante para nosotros, es natural preocuparnos si algo te pasa
–Así es, Phoebe – confirmó el chico.
Ella asintió.
–Gracias
La mujer los dejó solos. Los jóvenes se instalaron uno junto al otro, mirando la mesa.
Ella preparó y sirvió el té con gestos practicados y ceremoniosos. El temblor en su cuerpo desapareció y la concentración en su mirada borró los rastros de tristeza.
Gerald no la interrumpió, admirado por lo que contemplaba, mientras su pulso se aceleraba a medida que comprendía lo mucho que adoraba a esa chica.
–Tal vez no sea el mejor té – se disculpó ella de antemano.
Gerald tomó la taza, sopló con suavidad y bebió un sorbo.
–Está delicioso
–Lo dices porque no has probado otros mejores... – dijo ella luego de beber de su propia taza.
–Bebé, date un poco de crédito. No era necesario que hicieras esto – le acarició el rostro –, pero parece que hacer esto te calma...
Ella reflexionó un segundo y luego sonrió.
–Nunca lo había pensado, pero supongo que podrías tener razón
Gerald se acercó para darle un beso en la frente.
–Ahora, ¿quieres contarme qué demonios hizo Pataki para hacerte llorar?
–Bueno...
Phoebe dio un largo respiro y le relató a Gerald sobre sus sospechas, la confrontación y las ideas que había tenido antes de llamarlo.
Mientras lo hacía, su madre pasó otra vez a la habitación preguntando si se llevaba la bandeja y ofreciéndoles bocadillos que ambos aceptaron agradecidos.
Cuando volvieron a quedarse solos, Gerald comenzó a jugar con la mano de la chica.
–Phoebe, bebé, no es la primera ni será la última vez que tengan problemas – dijo –. Las dos pueden ser testarudas
–Pero yo...
–Ella es más orgullosa, pero tú tienes tu carácter
–¿Dices que soy conflictiva?
–Claro que no, pero tienes un sentido de la responsabilidad y la justicia diferente al de ella y al de la mayoría de la gente
–No sé si eso es bueno o malo
–Es diferente... y es parte de lo que me gusta de ti
Phoebe se sonrojó.
–Entiendo que te moleste lo que Helga hizo –continuó Gerald.
–¡Es como si no le importara lo que arriesgaste por ella!
–Bebé, conocía los riesgos que corría cuando asumí la culpa. Además, si soy sincero, Ella no me agrada solo porque es tu amiga, ni por lo que tenía con mi mejor amigo. Helga ES mi amiga, aunque probablemente me golpeará si lo digo
Ambos rieron, pensando en las posibles amenazas de la rubia.
–Gerald, ¿de verdad lo piensas?
–Sí, de algún modo... – sonrió –. Respeto como se esforzó en ayudar, sé que lo hizo por Arnold, pero intentó tomar decisiones correctas... y sé que no le ha tocado fácil, así que creo que en cierto modo entiendo por qué es como es
–¿Crees que es injusto que me enfade con ella?
–Para nada, nena. Hizo suficiente para hacerte enfadar – Contó con sus dedos.–. Primero, te mintió y luego se burló cuando le ofreciste ayuda. Por supuesto que eso es para enfadarse. Pero si lo piensas, estás enfadada porque te importa
–¿Qué?
–Si Pataki no te importara, si en serio quisieras dejar de ser su amiga, nada de esa discusión importaría, bastaría con darle la espalda y dejar de preocuparte por ella... ¿no lo crees?
Phoebe asintió.
En ese instante su madre anunció que llegaba con los bocadillos.
–Pareces estar más tranquila – le dijo la mujer.
–Así es – confirmó la chica –. Gracias a Gerald, me ayudó a entender lo que pasaba
–Me alegro hija
–Te lo contaré mañana, lo prometo – añadió al percibir una mezcla de decepción y tristeza en la mirada de su madre.
–Está bien, hija, me alegra que estés mejor – dijo sin poder ocultar la tranquilidad.
–Se hace tarde – dijo el chico –. Creo que debería irme
–Gracias por venir, en verdad lo aprecio
–Phoebe, eres mi novia, siempre que me necesites, estaré para ti
Phoebe asintió otra vez.
–Gracias
Se sonrojó.
Que él dijera algo así delante de su madre era vergonzoso.
Sus padres sabían que salían. Fue el mismo quien se presentó en la casa de la chica para hablar con ellos y preguntar si estaban de acuerdo, explicando que él entendía que podía incomodarles, ya que, si su hermana pequeña saliera con alguien, a él también le interesaría saber de quién se trataba y cómo era esa persona y que mostrara respeto por su familia.
Desde entonces lo habían invitado a cenar en múltiples ocasione.
El chico la abrazó con cariño.
Al apartarse, tomó una de las galletas que la madre de su novia había llevado.
–Esto está delicioso –comentó – ¿Puedo llevar algunas para el camino?
–Claro, te preparé una caja mientras se despiden – dijo la mujer –. Hija, ¿comerás galletas?
Phoebe negó.
–Ya es tarde y no tengo apetito – explicó la chica.
–Estaré abajo – concluyó su madre, llevándose la bandeja.
En cuanto los dejó, el chico volvió a abrazar a Phoebe y le dio un largo y suave beso.
–Pasaré por ti para ir a la escuela – prometió.
–Está bien, nos vemos mañana
–Nos vemos, bebé
Phoebe lo acompañó escaleras abajo, su madre los esperaba junto a la puerta de la casa. Le alcanzó las galletas al chico que se despidió educadamente antes de cruzar el portal.
La chica cerró la puerta y subió a su habitación mucho más calmada. Se acercó al escritorio dispuesta a terminar los deberes de la escuela, pero al sentarse sólo podía pensar en lo agradecida que estaba de que su novio hubiera ido a verla.
Supo en ese momento que no solo le gustaba Gerald, y que ella no solo le gustaba a él. Ese sentimiento que estaba creciendo entre ellos era algo más profundo.
No era como siempre percibió el afecto de su amiga hacia el chico que adoraba, para nada. Lo que Phoebe compartía con Gerald parecía diferente: Era tranquilo, prudente, reconfortante e incluso sensato ¿Podía ser así el amor?
Todavía pensaba que no permitiría que un sentimiento dirigiera su vida, pero si era así de cálido, seguro y acogedor, Phoebe intuía que podía disfrutar de ajustar el rumbo y construir un camino junto al chico que día a día parecía encontrar nuevas formas de enamorarla.
NOTAS:
Dedicado a las tres personas hermosas y maravillosas que son parte de mi vida y que querían más de este ship
