finis calamitatis
Hades, Shun
Post-canon - UA
Nadie, en su sano juicio, diría que sobrevivir al fin del mundo traería alivio.
Nadie, con corazón, podría alegrarse por la destrucción de todo lo que conociera algún día.
«El fin del mundo» es un concepto abstracto.
Tanto como lo es el propio concepto de «mundo».
No es necesario que el planeta Tierra colisione contra otra estrella y el impacto acabe con toda vida en la superficie terrestre para que el mundo de una persona se derrumbe bajo sus pies. Si fuera tan complicado, los términos como «tristeza» o «depresión» e incluso «fin del mundo» ni siquiera existirían en el vocabulario humano.
Debió haber un tiempo, antes de que la vida comenzara a prosperar en el planeta azul, en que todo fuera lava y humo, tal vez como secuela de una gran guerra entre titanes y dioses, o, tal vez como consecuencia de una colisión que acabó con el mundo como alguna vez fuera. Mas en algún momento, las cosas se calmaron y la vida surgió de las tinieblas, tal vez como un proyecto de los dioses, o, tal vez como pequeños seres que buscaron ser algo más que cosmos solitario y se esforzaron por cambiar y transformarse en algo más, en algo único.
Shun perdió su mundo en un abrir y cerrar de ojos.
Un día dudó de su propia voluntad y todo lo que amaba en el planeta pereció en un parpadeo. A su diosa, a sus hermanos y a sus amigos no tardaron en seguirlos el planeta y las estrellas que hasta entonces habían guiado su vida.
¿Qué sentido tenía seguir llamándose Shun «de Andrómeda» cuando la constelación quizás tampoco continuaba existiendo allá arriba, por sobre las oscuras nubes que permanentemente cubrían a la Tierra?
No tenía sentido, pero, cada vez que Shun se cruzaba con aquél que le arrebató todo, insistía en portar el título como una pequeña forma de desafío donde afirmaba: Mis recuerdos, no los tocarás jamás.
Hades ya no poseía un cuerpo humanoide. Shun destrozó aquella vasija.
El dios no era sino una sombra viviente, un destello de luz oscura, una presencia gigantesca o un murmullo en el aire; ¿qué era siquiera un «dios» para empezar?
—No os habéis rendido aún.
Si Hades no se creaba un nuevo cuerpo, era porque suponía que Shun volvería a destruirlo; así como debía saber que no era buena idea volver a intentar poseerlo; incluso, a diferencia de antes, se dirigía al humano con respeto en lugar de asco.
Shun lo escuchó, no con su sentido del oído, sino con el infame número ocho. El hombre decidió interrumpir su meditación porque sabía que el dios no se «callaría» hasta obtener su atención; seguro debía arrepentirse de erradicar toda la vida en el planeta y tal vez Shun continuaba con vida en aquél indeseable lugar precisamente por culpa de ése arrepentimiento. Incluso si Hades siempre fue un dios solitario, jamás estuvo solo, siempre estuvieron allí —aunque no cerca— su mujer, sus hijos, sus compañeros segadores, sus espectros… hasta que los eliminó también.
Shun sabía que era muy estúpido de su parte sentir cualquier clase de compasión por aquél ente, mas él siempre fue así; estúpidamente compasivo.
—Estoy seguro de que hallaré una manera de reparar éste desastre que tú provocaste, si solo me hicieras el favor de perderte por ahí mientras pienso —Shun pasó mucho tiempo —¿meses?, ¿años?— viendo a la Tierra deformarse en aquél planeta oscuro y aterrador, creyendo que moriría junto al verde de las plantas en cualquier momento por la falta de aire; mas cuando el temor amainó, comenzó a idear maneras de solucionar el caos causado por el Gran Eclipse.
—Si intentáis hablar con Cronos, habréis de saber que es un dios que no responde plegarias.
—Tiene sentido —no tardó en contestar Shun—. Incluso hubieron algunos templos erigidos en tu nombre en la era del mito, pero, ninguno para él. ¿Lo consideras sorprendente?, ¿que hubiera gente dispuesta a adorar a la muerte a cambio de favores en lugar de alabar al tiempo el permitirles crecer y vivir junto a los seres que amaban por mera gratitud?
—… ¿Cuánto habéis conseguido averiguar?
Hades no respondió a su pregunta. Shun se preguntó si estaría siendo demasiado severo con el dios antes de sacudir la cabeza y chasquear los dedos. El oscuro e inanimado espacio a su alrededor se iluminó con la presencia de una pequeña galaxia, miles de diminutas estrellas que rodearon al humano y la sombra de un dios.
—El cosmos es maravilloso —Shun jugó con algunas de las «estrellas» de tono rosáceo para formar su constelación guardiana sobre la palma de su mano derecha, totalmente consciente de la sonrisa que debía estar adornando su rostro en aquél momento—. El último recuerdo de la Tierra en un estado semejante a éste, es previo al comienzo de la era de los titanes, los mismos que tú y tus hermanos se esforzaron tanto por derrotar.
—Esas criaturas desagradables no podrían otorgar vida ni aunque la más paciente de las náyades se tomara el tiempo de explicarles cómo.
—Náyades —repitió Shun—. ¿Precisamente náyades, las ninfas del agua? Según la mitología, el fuego que Prometeo robó dotó de vida a los humanos, no el agua.
Hades se tomó un tiempo para responder. Shun pudo notar a la presencia jugando con otras estrellas enfrente suyo; en consecuencia, sintió un ligero cosquilleo en su espalda.
—Como he dicho, ésas criaturas no podrían otorgar vida, ni con el consejo del agua, ni mucho menos con una simple antorcha dorada.
—Puesto así, suena a que estás dispuesto a enseñarme, ¿sabes?
—No os confundáis, santo de Andrómeda —Hades se apartó, alejándose de la galaxia—. He trabajado con el aspecto más lúgubre de la vida durante la mayor parte de mi existencia, por supuesto que sé cómo manejarla. Pero, lo que vos deseáis no es otorgar nueva vida, vos deseáis restablecer el mundo a como una vez fue, ¿o acaso lo habéis olvidado?
—No —Shun cerró los ojos—. De hecho, solo intentaba ser amigable.
Como Hades pareció desaparecer luego de aquella respuesta, Shun disipó la galaxia y se dispuso a volver a meditar, concentrándose en la memoria existencial de aquél espacio que lo rodeaba. Incluso si había ofendido a la deidad de alguna manera, Shun al menos podía estar seguro de que éste no estaba molesto con él y de que, tarde o temprano, volvería.
Lo que Shun no se esperaba era sentir una mano sobre su hombro al despertar una noche —o tal vez un día, pues las noches eran eternas en aquél planeta—. Menos aún, encontrarse con una versión de Hades apenas más joven que la que recordaba. Mucho menos todavía, esperaba sentirse feliz por ver otro rostro humano luego de tanto tiempo —cuánto habían pasado, ¿años?, ¿décadas?, ¿siglos, quizás?—. Sintió el idiota impulso de llorar, pero, logró contenerse y observó al joven dios de pies a cabeza.
Una galaxia blanquecina iluminaba el espacio en aquella ocasión.
—Es un poco distinto a como lo recordaba —puntualizó con una sonrisa un tanto torpe.
—Es difícil crear un nuevo cuerpo —Hades negó con la cabeza y se sentó en el suelo cruzando las piernas—. ¿Habéis descansado lo suficiente?
—No creo poder volver a dormir —admitió Shun, imitando al dios—. ¿Quieres hablar sobre algo?
La deidad parpadeó y frunció el ceño como si fuese un niño con un injusto problema de matemáticas complejo escrito en su libro de tareas.
—Esperaba mayor animosidad de vuestra parte, la última vez…
—Me propasé —interrumpió Shun—. Estaba en serio en molesto entonces.
—¿Y ya no lo estáis?
—Un poco —ya que el dios estaba siendo sincero, el humano consideró que lo justo era serlo también—. Pero no tendría sentido volver a luchar —y por primera vez en su vida, supo que era cierto—. ¿Debería interpretar que algo importante ha ocurrido?
—Sí. He tomado una decisión —Hades extendió sus dos brazos al frente, con las palmas hacia arriba—, os enseñaré a controlar el Gran Eclipse, así vuestro deseo podrá ser otorgado en el siguiente ciclo.
Shun parpadeó algunas veces.
Aquello tenía tanto sentido y a la vez sonaba tan ridículo, completamente irreal. Una risa insegura se escapó de su garganta sin permiso y al instante el hombre puso sus manos sobre las del dios.
—Oye, eso sería fantástico y todo, pero, realmente no creo sobrevivir hasta el siguiente eclipse…
—Yo me encargaré de que lo hagáis —aseveró Hades, envolviendo sus palmas entre las propias, inesperadamente tibias—. Mas deseo obtener algo a cambio.
—Por supuesto —Shun asintió sin pensárselo dos veces.
—… Quiero que me enseñéis sobre la amistad y el amor que Atenea tanto idolatra, aquello que os impulsa a manteros con la frente en alto a pesar de haberlo perdido todo, el origen de esta «voluntad» vuestra que os mantiene de pie y con la cual confrontasteis a la muerte misma cara a cara.
«¿Algo tan sencillo?» pensó Shun, antes de volver a asentir.
—Seguro —accedió—, tenemos tiempo de sobra para que lo entiendas apropiadamente… Y millones de ejemplos alrededor.
La galaxia que Hades creó era considerablemente más grande que la suya, debía contener muchas más memorias de las que él podría haber obtenido en las siguientes décadas incluso hurgando en el cosmos más recóndito hasta el desmayo.
—¿Por dónde habríamos de empezar?
—Bueno, podrías comenzar por hablarme como a una persona cualquiera, ¿de manera casual?
—¿No lo hago? —la falta de expresión en el rostro del dios preocupó un poco a Shun, mas supuso que no debía resultar natural expresarse físicamente tras pasar tanto tiempo sin un cuerpo.
—Tal vez, pero, como amigos, podrías hablarme como yo te hablo a ti, ¿sin la formalidad?
—Oh… Estaba seguro de que me hablabas de ésta manera porque todavía me odiabas.
Shun se cubrió la boca para no reír. En verdad tenía trabajo que hacer, pero, qué importaba si conseguir satisfacer a aquél dios le llevaba más de una vida con tal de que al final obtuviese su mundo de regreso.
