Capítulo 11

A la espera


Casi eran las cinco de la tarde en la ciudad de Nueva York. En la cocina de su departamento, Rachel se mantenía sentada frente a su computadora portátil. Cada tanto dejaba caer su índice derecho sobre una de las teclas para que se actualice la página. En el buzón de entrada de su correo no habían llegado nuevos mensajes.

¿Sería muy pronto para escribir y consultar qué tal le había ido en su última audición? A veces de nada le servía haber estado en las carteleras de Broadway. Ante una nueva oportunidad laboral se ponía tan ansiosa como cuando se hallaba a la espera de sus primeros roles.

En rigor de todo lo que tenía planeado, necesitaba respuestas. Tan absorta estaba en eso que casi ignoraba el hecho de que su hijo y su mascota corrían sin parar alrededor de la mesa.

―Aiki, usa tu voz de dentro de casa, por favor.

―¿Cuándo vuelve mamá? ¿Podemos cenar hotcakes con salchichas?

―Lo que tú quieras, cariño―respondía Rachel, de forma automática.

―¡Alguien llama, alguien llama! ―exclamó el pequeño Fabray antes de salir disparado hacia el salón seguido por su perrita maltés.

―Que Pompón también use su ladrido de dentro de casa, por favor― exigía la castaña, monótona.

De pronto, levantó la cabeza y miró su teléfono móvil. Aquel aparato tampoco tenía nuevos mensajes ni llamadas.

Ahora bien, ¿con qué -y con quién- estaba hablando su hijo…?

―¡No nos llamas desde hace mucho, tía! ¿Por qué? ¿¡Ya no me quieres?! ―se quejaba Iker, dramáticamente, con el teléfono de Quinn en sus manos.

En Lima, encerrada en el baño principal de la casa de su madre, Santana parpadeaba entre sorprendida y apabullada.

Tras volver de la farmacia, beber mucha agua y rezar el padrenuestro, la morena se encontró en condiciones de hacer el test de embarazo. Una vez realizado, tenía que esperar unos minutos y luego la cantidad de rayas en el palillo definiría su destino. Lo dejó con cuidado sobre el lavabo, se apoyó contra la puerta cerrada y apuntó su mirada hacia el techo.

¿Cómo era posible que estuviera metida en una situación así? Lo peor de todo era que tenía sentido estar pasando por eso. Todos los síntomas que había estado teniendo, todo el cansancio y los cambios de humor, el saber que aquel último acto con Blaine fue repentino y fogoso como el mismísimo infierno...

¿Cómo se lo diría a su madre? ¿Y Axel, qué haría con él? Se dijo que no debería someter al pequeño a mayores cambios. ¿Qué era otro bebé sino una enorme serie de cambios y dificultades...?

Cuando ya faltaban segundos para las cinco, Santana se sintió tan abrumada que cedió ante las circunstancias: esos instantes se estaban convirtiendo en los más largos de su existencia y necesitaba hablar con alguien de ello. Lo que no esperaba era toparse con la vocecita de su sobrino.

―A-Aik, lo siento, he tenido unos días muy ocupados.

―Te extraño―murmuró Iker, ante lo que la latina se llevó una mano al pecho, conmovida.

―Yo también los extraño, chico, y mucho.

―¿Cuánto creció Axel en estos días? ¡No quiero que sea más alto que yo!

Santana sonrió y negó con la cabeza.

―Descuida, él sigue igual que siempre.

―Uf, qué alivio.

―¡Iker, dame ese teléfono! ―exclamó Rachel, tomando posesión del móvil de su esposa. ―¡Pero si es Santana López! ¿A qué se debe este honor…? ―indagó ella, sarcástica.

―No empieces, Berry, suficiente tuve con el sermón que acaba de darme tu hijo―la detuvo la latina ―. Comunícame con tu mujer, por favor.

―Oh, Quinn fue a comprar algo para cenar y dejó su teléfono aquí.

La morena le dio un leve cabezazo a la puerta a sus espaldas.

―Bien. Que conste que lo intenté.

―Aguarda, no cortes―pidió Rachel mientras retornaba a la cocina―. Quinn la ha estado pasando muy mal desde que discutieron. Por favor, ya arreglense, para que todo vuelva a ser como antes.

Todavía en el baño, la morena miró a la distancia el test sobre el lavabo, sin querer ver el resultado.

―Me temo que nada será como antes, Rachel―murmuró antes de tragar saliva.

La actriz se dejó caer en la silla frente a su computadora.

―Está triste. Nunca la había visto así. Por el bien de mi familia, necesito que hablen.

―Bueno y, ¿cómo imaginas que he estado yo, huh? Confiaba en ustedes, Berry. Jamás imaginé que me ocultarían algo así.

―Esa chica te hizo mucho daño, San. Te hizo prometer que ibas a salir del closet a sabiendas de que no estaría allí para apoyarte si algo salía mal. Ella sabía que se mudaría y no te lo dijo. Pero, ¿sabes quién estuvo en todo momento antes y después de eso? Quinn. Y, ¿sabes quién la alentó a acompañarte aun cuando te comportaste como una perra malagradecida después de que murió tu papá? Yo. Nosotras estuvimos para ti, San, no la famosa Brittany Pierce, que lo único que supo hacer fue huir como una rata cuando las cosas se pusieron difíciles.

Aunque no lo sabía ni lo suponía, la castaña contó con la enorme fortuna de hallar a su amiga con la guardia baja. La morena todavía se mantenía conmocionada por la inminente posibilidad de ser madre otra vez. Sin embargo, eso no impidió que aquel reproche le llegara casi como una bofetada.

―Lo siento ―musitó Rachel mientras se cubría los ojos con una mano—. No es excusa, pero estoy estresada. Quinn suele calmarme cuando me pongo así o viceversa. Si las dos estamos mal al mismo tiempo, bueno… todo se descontrola.

—Si, sé cómo se siente.

—De verdad, San, nada de lo que hicimos fue con mala intención —aclaraba la actríz—. Te echamos de menos. Ahora no hay nadie que se burle de nuestras discusiones o nos ponga en nuestro sitio. Me parece que eras la tercera fuerza en nuestra relación.

—Oh, Berry, exageras.

—¡No lo hago! Eres como Cristina Yang para Meredith y Derek.

Santana puso los ojos en blanco y luego se acuclilló en su sitio.

—¿Acabas de compararnos con los protagonistas de Greys Anatomy?

—Y te asigné el mejor de los papeles, lo cual es una prueba de lo mucho que te aprecio.

La morena se rió y entonces su amiga también lo hizo.

—¿Qué pasa contigo, Barbra? ¿Por qué estás estresada?

—Oh, por nada, sólo …, he estado haciendo varias audiciones y no me han convocado para nada hasta ahora.

—Pues ellos se lo pierden.

—¡Lo sé, con lo valioso que es mi tiempo! —exclamaba Rachel, pero su algarabía decayó rápido—. La verdad es que no es tanto el tema de conseguir un buen papel como el de ganar algo más de dinero. Quinn se está haciendo cargo de todo aquí y eso empieza a ser incómodo. Sobretodo ahora que quiero…

Santana miró la pantalla de su teléfono creyendo que la llamada se había interrumpido. No obstante, lo que ocurría era que la actriz se había quedado callada.

—¿Qué, Berry, qué es lo que quieres?

Rachel husmeó a su alrededor con el móvil pegado a su oreja. Como su hijo se hallaba jugando en el salón y su esposa aún no volvía, suspiró con fuerza.

—Voy a contarte un secreto, San.

—Okey. Suéltalo.

—En realidad es un…, deseo.

Santana se cruzó de cejas mientras su amiga al otro lado de la línea se chupaba los labios.

—Adelante, te escucho.

—Deseo que…, bueno, que Quinn y yo veamos la posibilidad de tener otro hijo.

Santana se paró de forma abrupta, trastabillando. Se sujetó como pudo de una de las repisas en donde acomodaban botellas de shampoo, todas las cuales cayeron con gran estruendo.

En el cuarto contiguo, la madre de la latina y sus alumnas yoguis se cruzaron de cejas.

—¿Todo está bien, San? —preguntó Rachel.

—Si, perdona, tiré algo aquí en el baño…

—¿En el baño?, ¿por qué llamas a Quinn desde el baño de tu casa?

—Es una historia larga y… embarazosa —respondía Santana, en tanto miraba de nuevo hacia el palillo al otro lado del cuarto.

—Te sorprendí, ¿verdad?

—¿Sorprenderme? Eso es decir poco. Estoy perpleja—comentaba la latina con nerviosismo.

—Quiero que Iker tenga hermanos, que tenga con quién contar además de nosotras.

—Pues yo tengo un hermano y no cuento con él para nada —retrucó Santana.

No le parecía que aquel argumento fuera suficiente para querer traer otra vida al mundo. De hecho, en las circunstancias en las que se encontraban, consideraba que aquello sólo podía responder al egoísmo más desmedido.

La actriz mantenía la boca entreabierta.

—Vaya, creí que te alegrarías ante la posibilidad de tener otro sobrino en un futuro.

—¡Ni siquiera se lo has dicho a tu propia esposa, Rachel!

—¡Pero lo haré! Pronto. Todas aquí sabemos lo importante que es planificar estos asuntos.

—En eso no te equivocas—admitía Santana, poniendo algunas cremas para peinar en su sitio nuevamente.

Por su parte, la actríz actualizó su computadora una vez más.

—Se viene algo maravilloso en nuestras vidas. Lo presiento.

—Eso siempre y cuando lo hables con Quinn. Nunca es bueno ser la última en enterarse de las cosas— se quejaba la morena, con dobles intenciones.

Rachel achicó los ojos, se acercó más a la pantalla de su computadora y contuvo el aliento.

—¡Acabo de recibir un mail del director del último proyecto para el que audicioné! ¡San, eres mi amuleto de la buena suerte!

—Qué horror, no me cosifiques así—se quejó la latina para no denotar de inmediato la alegría que sentía por la otra chica —. Es genial, Berry, felicidades.

—Debería esperar a Quinn para abrirlo, por si no son buenas noticias.

Santana se volteó hacía el lavabo. Luego, se acomodó la ropa e inspiró de forma profunda. Ya había pasado más tiempo del requerido y ella también necesitaba respuestas.

—No puedo creer que haré esto—susurraba para sí, con los ojos más que cerrados —. Escucha, Rach: a la cuenta de tres, abres ese mail y sabremos el resultado juntas. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

—Bien. Uno —contaba la morena mientras daba un paso hacia el lavabo.

—...dos —proseguía la castaña, a la vez que clickeaba en el nuevo email y esperaba a que la página cargue.

—Tres—finalizó Santana, temblando, con el test de embarazo en su mano izquierda.


Maribel contemplaba a sus aprendices relajadas en sus mats luego de haber terminado uno de los āsanas del día. En el cuarto se escuchaba música suave, sin mantras. No obstante, un grito desmedido desde el cuarto de baño, como de anotación en un partido de fútbol, atentó contra aquel magnífico escenario de paz.

—Continúen como están—decía la instructora, con voz queda—. Ya vuelvo con ustedes.

—¡Obtuve el papel, obtuve el papel! ¡Tengo el co-protagónico!—exclamaba Rachel, en Nueva York.

—¡Si! ¡Oh, Dios! —festejaba Santana con la prueba de embarazo negativa en sus manos —. Nunca más. Juro que nunca más pasaré por algo así.

—Cielos, San, te tomaste el festejo muy a pecho está vez.

La morena estaba eufórica. Sin embargo, volvió a su seriedad habitual una vez que oyó que llamaban a la puerta. Tosió y jaló de la palanca del retrete, por inercia y como distracción.

—Bueno, Barbra, la verdad es que no esperaba menos de ti... Ahora, tengo que colgar.

—Gracias por acompañarme a la distancia, San.

—Les advertí que no se iban a poder deshacer tan rápido de mí, par de idiotas.

—Le diré a Quinn que llamaste.

—Si, por favor. Tengo algunas novedades que contarle sobre un ex novio suyo.

Rachel titubeó y se cruzó de cejas.

—Espera, ¿qué?, ¿sobre quién?

—Oh, no. No te diré nada más.

La actriz soltó un gruñido.

—¿¡Cómo puedes hacerme algo así!?

—Para que sepas lo que se siente.

—Pero…

—Adiós, Barbra, adiós.

Tras finalizar la llamada, la morena se enfrentó con su propio reflejo. Mantenía una mueca de malicia y satisfacción, pero sus mejillas continuaban sonrosadas; y sus ojos, innegablemente húmedos. Contempló aquella prueba de embarazo una vez más, en detalle: era negativa, sin dudas, aunque, con la luz adecuada y si se le buscaba el ángulo…

—Algo maravilloso, si, claro—susurró con cierta mofa.

Su euforia se había enfriado y le dio paso al enojo, el cual siempre encubría sus tristezas. Arrojó el palillo al fondo de un pequeño cesto metálico y procedió a lavarse las manos, con especial énfasis. Tuvo que mirar hacia arriba para aguantarse unas súbitas y ridículas ganas de llorar.

¿Por qué no podía sentirse del todo aliviada con aquel resultado? Sólo era otro fracaso más que agregar a su lista. Alguna vez, se había planteado el tener más hijos. ¿Y cómo no, si Axel era un niño maravilloso? Además, ser madre era lo único que actualmente le brindaba breves pero innegables destellos de felicidad.

Sin embargo, ahora más que nunca aquellas fantasías y esperanzas debían de ser abandonadas. ¿Para qué anhelar más de lo que no podría obtener? También era cierto que el mundo era muy duro como para que más seres tuvieran que padecerlo. Tendría que conformarse con lo que ya tenía, aunque eso no siempre la contentara.

Abrió la puerta y se encontró frente a frente con su madre, que la esperaba con las manos a la cintura.

—¿Se puede saber a qué se debía tanto escándalo ahí dentro?

La latina hizo lo posible por no desviar la mirada al pensar una respuesta.

—Había una araña horrible. Descuida, la maté.

—Te recuerdo que estamos en medio de una clase de yoga —le reprochó Maribel en voz muy baja—. ¿Dónde te habías metido?

—Lo siento—susurró Santana, pasando a su lado para ir directo a su dormitorio—. El asunto con los cuidadores me llevó algo más de tiempo— detallaba mientras buscaba ropa limpia en su armario—. Fue toda una aventura, incluso hallé un registro sobre el tío Samuel.

—¿Sobre quién? —preguntó la otra mujer, siguiéndola, sin ocultar su impresión.

—El tío Samuel, el hermano de papá. ¿Sabías que está enterrado en ese cementerio?

Maribel bajó la cabeza.

—Si, lo sabía. Pero nadie ha hablado de él en años.

—A todo esto, ¿de qué murió…?

Mientras hacía esa pregunta, Santana se cambió de camiseta y ésta acción le impidió ver que su madre se estrujó las manos nerviosamente mientras buscaba una razón para dar por terminada aquella charla.

—Tengo que volver o las chicas se van a quedar dormidas—comentó Maribel antes de dejar a su hija a solas en su cuarto.

—Si, de acuerdo. Axel y yo estaremos abajo.

Al distinguir que los pasos de su madre se detuvieron a mitad del pasillo, la intuición de Santana se activó como una alarma de incendios. Y, en efecto, al asomar la cabeza desde la puerta de su habitación, Maribel se volteó hacia ella con una sonrisa apretada e infrecuente, de disculpa.

—Sabías muy bien que yo tenía una clase que dar.

—Mamá…

—¡Él está en buenas manos!


—Así que, ¿contrató una niñera sin tu permiso?—preguntó Finn caminando junto a su ex compañera al día siguiente de su encuentro en el cementerio.

—Es la vecina de enfrente, una anciana de como noventa años llamada Jane que vive sola con su pug. Al parecer, mi madre siente pena por ella y dejó a Axel en su casa.

—¿Y él estaba bien?

—Si, pero ese no es el punto —discutía Santana mientras miraba de reojo a su pequeño hijo, a quien llevaba de la mano—. Me molesta que ella se tome esas atribuciones.

—A veces las madres son… complicadas.

—La mía me está sacando de quicio. Ni se esfuerza por comprenderme, ¿sabes? Todo lo que me dijo fue que ella iba a pagarle a Jane y que mientras viva bajo su techo las cosas se harán "a su manera".

—Y tú te lo tomaste tan bien que apareciste en la agencia queriendo comprar la primera casa que te pusieran enfrente.

—Tus colegas parecían atentos.

—Si, pero me alegra que hayas decidido venir a hablar conmigo—sonreía Finn.

—Bueno, no tuvimos muchas opciones. Prácticamente nos empujaste hacia tu cubículo sin posibilidad de escape.

—Pero luego los invité a almorzar —se excusaba el castaño, sin dejar de caminar —. Mi propuesta es ésta: nos tomaremos el tiempo que haga falta para encontrar algo acorde a tus necesidades y las de Axel. Leeremos la letra chica del contrato, los requisitos…

—Tengo el dinero, ¿qué más quieres? No estamos haciéndonos más jóvenes, Hudson.

—Lo sé…

—Aunque tú te mantienes bastante bien para ser casi un anciano.

—Ah, es que salgo a correr en las mañanas y…¡soy tres días menor que tú!

Santana sonrió de forma socarrona y procedió a tomar a Axel en brazos pues el andar de pequeño era lento y se agotaba a cada paso.

—Sólo digo que nos ahorres la burocracia tanto como puedas, ¿de acuerdo? En Manhattan tardé unas semanas en vender un departamento.

El vendedor se rascó detrás de la oreja izquierda.

—Veré qué puedo hacer. Pero siempre hay que ser prudentes en estas cosas, Santana. Por algo mis compañeros estaban tan interesados en atenderte. Parecían unos tiburones oliendo sangre fresca. —Finalmente, Finn se detuvo frente a ellos y señaló un sitio. — Es aquí.

Entraron a un restobar al final de una callejuela poco transitada para esas horas del mediodía. Al ver el lugar, Santana hizo una mueca. Estaba algo hastiada de los bares de taburetes altos y mesas de hierro y madera por doquier pero, al menos, compartirían con Axel un momento fuera de casa. En todos esos días, su niño había conocido poco y nada de la ciudad en la que estaría destinado a crecer.

—Vengo siempre en mi hora de descanso—aclaraba el castaño, una vez ubicados en sus asientos—. En esta calle, en verano, sacan mesas afuera y por las noches hay grupos de música.

—Qué interesante. ¿Y qué tocan, la Vie Boheme de Rent?

Finn se tomó un momento para contemplar la dinámica de su ex compañera y su hijo mientras ella lo acomodaba en su sillita para niños. ¿Cómo era posible que un ser tan abnegado y uno tan mordaz pudieran convivir en la misma persona? Las madres eran complicadas.

—Es todo un caballero —admitía el vendedor, admirado de la quietud de Axel a su tan corta edad.

—Si. Mi mamá insiste en que debería hablar más, pero cada quien a su tiempo —comentaba Santana, en tanto le acomodaba un bucle al pequeño, con dulzura —. Desde que regresamos, sólo escucho críticas de su parte —agregaba antes de bajar la mirada —. Lo siento, no he parado de bombardearte con quejas sobre ella.

—Descuida, lo entiendo—la tranquilizaba Finn—. Es bueno que salgan juntos. Quizás en estos días podríamos planear una tarde de juegos con Kim.

Un mesero les trajo algo para beber y les tomó la orden. Como el ex mariscal de campo contaba sólo con un receso corto antes de volver al trabajo, optaron por almorzar algo sencillo.

—¿Y él cuándo empezará la guardería?

—La directora dijo que tendríamos que hacer otra entrevista, pero aun no estoy convencida.

—Es un buen lugar. Kim prácticamente aprendió a caminar allí.

—Pues a Axel le tocaría unirse a un grupo en el que ya se conocen entre ellos y tienen sus rutinas armadas. No sé…—Santana apoyó su mejilla sobre su puño, reflexiva. —Quizás empiece después del verano. Año escolar nuevo, guardería y compañeros nuevos.

—Y hasta entonces, ¿qué? ¿Jane, la anciana y su pug?

—Nada es definitivo. Además, yo aún no he buscado empleo y puedo estar con él. Ya han sido suficientes cambios por el momento, ¿verdad, Ax?

El pequeño asintió con la boca llena de puré de calabaza.

—Pero, así y todo, quieres mudarte pronto de la casa de tu madre.

—No presiones, Hudson—se defendió la latina, apuntandolo con su tenedor—. Es la primera vez que viven juntos, no se echarán de menos si están a unos minutos de distancia.

—Si tú lo dices…

—Bueno, ¿vas a estar de mi parte o no?

—Si, claro—murmuraba Finn, cortando lo que le quedaba de su propio almuerzo en trocitos—. Sólo quiero asegurarme de que esto lo haces por tí, porque así lo quieres, y no solamente porque estás enojada con tu mamá.

La latina miró por un rato hacia la calle, molesta de estar de acuerdo. Lo único que no terminaba de agradarle de aquel hombre era su condescendencia a la hora de hablar de negocios, como si ella fuera incapaz de comprender o aprender del tema. Le recordaba un poco a la forma en que su ex marido trataba de reprenderla, como si fuera una niña que no sabía cómo usar su propio dinero ni tomar sus propias decisiones.

—Tonterías—masculló ella mientras se cruzaba de brazos—. Tú estás enojado con tu madre hace años y no por eso has hecho malos tratos, ¿o sí?—preguntó para dejarlo en jaque.

El vendedor se pasó una servilleta por la boca, despacio y sopesándolo todo. Estaba frente a alguien que no le iba a perdonar o pasar por alto ni una incongruencia en su discurso ni en su accionar. O, al menos, eso creía ella.

—¿Quieres la historia completa o te doy un resumen que le puedas contar a Quinn?

Impresionada por ese remate, Santana levantó su copa frente a su ex compañero, como Di Caprio en El Gran Gatsby; Finn correspondió levantando su botella de Pepsi dietética. En medio de ambos, Axel se metía puré dentro de la camisa.

—Descuida, no me devuelve las llamadas.

—Creí que eran buenas amigas.

—Lo somos. Es decir, le donaría un pulmón si fuera necesario y espero que nunca lo sea, pero…, tuve que volver aquí para enterarme que me ocultaba algo, algo que yo tenía derecho a saber desde hace mucho tiempo. Se lo reproché, discutimos y -de algún modo- ella terminó siendo la víctima en todo esto.

«Clásico de Quinn» pensó Finn mientras jugueteaba con un par de migajas dispersas sobre la mesa en la que estaban.

—Rachel me dijo que la veía muy triste—continuaba Santana—. Admito que quizás fui un poco ruda, pero, ¿cómo querían que reaccionara? Es horrible que te oculten cosas. Tarde o temprano, la verdad sale a la luz y…

—...y entonces todo lo que viviste parece una mentira—agregaba el ex mariscal de campo, con seriedad—. Me pasó algo similar con mi mamá mucho antes de que se fuera con Burt a París.

—¿En serio?

—Si, y eso no terminó nada bien. Junté mucho rencor contra ella por años y luego un día exploté. Pero esa es otra historia. —Finn frunció el entrecejo. —Apesta que te dejen atrás.

—Y que lo digas—musitó la latina, algo ausente, con la mirada apuntando hacia su pequeño hijo.

El hombre terminó su almuerzo, esbozó una sonrisilla y le dio una leve palmada en la mano a su ex compañera.

—Ya volverán a estar bien. Hay amistades que valen la pena y ustedes se quieren mucho. Lo que pasa es que, a veces, las personas que nos quieren buscan protegernos de maneras que no podemos comprender ni imaginar.

—No necesito que me protejan, Hudson—reclamó Santana, con renovado orgullo—. Si. La verdad duele, pero prefiero eso a vivir engañada. Al siguiente que descubra ocultandome algo o traicionando mi confianza, le arrancaré la lengua. Lo juro.

Finn asintió y tragó saliva de forma sonora. Callar era un riesgo, pero notaba que su ex compañera todavía no estaba preparada para saber lo que él ya conocía. Lo mejor para ese caso era ser cauto en cada uno de sus movimientos y muy, muy paciente. Ahora, mejor volvía al trabajo. Le hizo una seña al camarero más cercano a su mesa.

—La cuenta, por favor.

Por el momento, tampoco le contaría a Brittany de esos encuentros. Ya habría tiempo para aclararlo todo.