Sin miedo a nada.

Capítulo 1.

Tokio, Japón.

No era ése el mejor momento, ni tampoco el mejor lugar, para comenzar un escándalo; después de todo, se encontraban en un funeral, pero eso a la mayoría de los presentes parecía no importarle. Como si fuera participante de una película en la que le pidieron, de último minuto, que actuara en un papel que desconocía, Genzo Wakabayashi vio a su prima Eriko atravesar con rapidez el corredor (con lo cual estuvo a punto de tirar uno de los jarrones con flores blancas que se pusieron en honor a su difunto padre) para dirigirse con la furia de un huracán hacia su madrastra. El joven portero del Bayern Múnich no tenía ni diez minutos de haber llegado y ya estaba presenciando una escena digna de vergüenza, a su parecer.

– ¡Eriko, detente ahora mismo! –gritó Genzo, en una orden que resultaba inútil pues era evidente la muchacha no la seguiría.

– ¡Eres una maldita oportunista! –exclamó Eriko delante del ataúd que contenía los restos de su padre y sin prestarle atención al joven–. ¡No deberías de estar aquí!

La persona a la que iban dirigidas estas palabras era la segunda esposa del recientemente fallecido tío de Genzo, el doctor Hatori Wakabayashi; a juzgar por los comentarios con los que el portero había sido bombardeado durante los últimos tres años, su segunda tía era una mujer calculadora que había seducido a Hatori para quedarse con su fortuna. A pesar de esto, el portero no creía que la viuda mereciera ser atacada en el funeral de su marido, pero pronto quedó claro que ella no tenía planeado actuar como una víctima.

– ¿No tendrás algún otro insulto en tu repertorio? Ya me tienes fastidiada con el cuento de que soy una oportunista –replicó la madrastra, con una helada tranquilidad–. Bien podrías decirme que soy una devoradora de hombres, una súcubo del mal, qué se yo, pero no sales de la misma palabra. ¿No te aburres, en verdad? Además, no estuviste presente cuando Hatori murió, qué curioso que pienses que soy yo la que no tiene derecho de estar aquí.

– ¡Eso fue por tu culpa! –rugió Eriko y enrojeció por la acusación; que la otra estuviera tan calmada la hizo enojar más–. ¡Y no te atrevas a llamar a mi padre por su nombre, lárgate antes de que haga que te echen de aquí!

Eriko había decidido que se contendría y que no armaría un escándalo, pero su resolución se fue al traste en cuanto vio a su madrastra en la funeraria; al toparse con la mirada retadora de ésta, Eriko tuvo deseos de abofetearla. ¡Esa mujer debía tener mucho descaro para atreverse a mostrar su cara por ahí! ¿Para qué hacer ese teatro de asistir al velorio a derramar lágrimas, como si realmente lamentara la muerte de Hatori? Genzo, a su vez, no pudo evitar alzar las cejas de la sorpresa al escuchar la forma tan peculiar en que había respondido la segunda señora de Hatori Wakabayashi, como si de verdad no le interesaran los insultos de Eriko.

– Me gustaría ver eso, que intentaras sacar de aquí a la persona que organizó el funeral –replicó la viuda, con ácido sarcasmo que no se molestó en ocultar–. Es más probable que yo consiga que te echen a que sea al revés, ya que fui yo la que pagó todo.

– Con el dinero de mi padre, no te enorgullezcas tanto. –Eriko le echó un vistazo a la cruz que estaba colocada sobre el ataúd–. Y peor todavía: ¡Con tus costumbres extranjeras! Todo está preparado al estilo de una religión cristiana, esto no lo hubiera autorizado mi padre, ¡él hubiese querido un velorio budista!

– Tú no estuviste en su lecho de muerte para saber cuáles fueron sus últimos deseos ni tampoco te consta que yo haya pagado esto con su dinero, así que haz el favor de callarte. –La madrastra de Eriko apretó los dientes–. Además, hace un par de años tu padre comenzó a interesarse por la religión católica, para que lo sepas.

– ¡Eso seguramente fue por tu culpa, tú le metiste esas ideas en la cabeza! –replicó Eriko, sin amedrentarse–. ¡Y no te atrevas a callarme porque seré yo quien te calle, así sea a la fuerza!

En ese momento, Genzo consideró que ya había tenido suficiente. Él había ido hasta ahí con la firme intención de no intervenir pero, al ver la actitud de su prima, tuvo que aceptar que no podía quedarse de brazos cruzados y permitir que continuara haciendo un escándalo. Si ella no tenía vergüenza, a él sí que le estaba dando.

– Basta, Eriko, ya detente –exclamó Genzo–. Entiendo que estés dolida, pero no voy a tolerar que sigas haciendo una escena, estamos en el funeral de tu padre y no estás mostrándole el respeto que deberías.

La voz enérgica del joven hizo que Eriko se quedara callada, a pesar de que se notaba que tenía muchas ganas de seguir protestando; quizás, lo que más la contenía era la sorpresa, pues no se dio cuenta de en qué momento llegó su primo al velatorio. Genzo se acercó a ella con un par de zancadas y le puso la mano en el hombro para tranquilizarla.

– No tienes derecho a exigirle que se vaya –le dijo–. Ella puede quedarse si así lo desea.

– ¿Por qué? –protestó Eriko.

– Porque, sin importar lo mucho que eso te moleste, es la esposa de tu padre –contestó el portero–. O, mejor dicho, lo fue.

Subrepticiamente apareció Taro Misaki, quien era compañero de Wakabayashi en la Selección Japonesa de Fútbol y que además estaba casado con Eriko, para abrazar a su mujer y quitarla de en medio; Misaki intercambió una mirada con su amigo para darle a entender que se haría cargo y Genzo se lo agradeció. En ese momento, se acercó el mayor de los hermanos Wakabayashi, Shuichi, para hacer lo que debió de haber hecho desde el comienzo, es decir, tratar de poner orden. Parecía como si Shuichi se hubiese quedado paralizado también y sólo hubiera reaccionado al ver actuar a su hermano menor.

– Lamento el escándalo, señora. –Shuichi se disculpó con la viuda del tío Hatori–. Lo que ha hecho Eriko es imperdonable.

– No es algo nuevo, realmente –replicó ella, con cara de pocos amigos.

Fue hasta ese preciso instante en el que Genzo vio de frente a la doctora Lily Wakabayashi Del Valle, la segunda esposa del ahora fallecido Hatori Wakabayashi, su tío. Por su mente pasaron dos pensamientos casi simultáneos: que ella debía de ser muy buena actriz, pues se veía muy triste como si en verdad le hubiese dolido la muerte de Hatori, y que era hermosa, con un tipo de belleza latina que de seguro le resultó muy exótica al difunto. Sin embargo, lo que más habría de asombrarle al portero fue que, si bien sabía que ella era más joven que él, no esperaba que se le notara tanto, la viuda de Hatori aparentaba menos de los veintitantos años que supuestamente tenía. La doctora Del Valle le regresó a Genzo una mirada de curiosa insolencia, como si estuviese esperando algún reclamo por parte suya, no con temor sino con la tensión de alguien que aguarda un golpe para poder contraatacar. Genzo, sorprendido de encontrar tanta fiereza en los ojos de una mujer que también estaba de duelo, desvió la mirada al no saber qué otra cosa hacer.

– Aunque no sea ésta la primera vez, no es el lugar ni el momento para hacer este tipo de actos –censuró Shuichi.

– Estamos de acuerdo –respondió la doctora Del Valle–. Mi único deseo es permanecer junto a mi esposo hasta el último momento. Yo he pagado este funeral, aunque sea por eso tengo derecho a estar aquí.

Shuichi no tuvo la oportunidad de contestar, porque en ese momento hizo acto de presencia Shuzou Wakabayashi, el padre de los tres jóvenes y hermano mayor del fallecido. Eriko, al ver a su tío, puso una expresión de triunfo y se dirigió hacia él, a pesar de los muchos intentos que hizo Taro para detenerla. Genzo notó que la doctora Wakabayashi Del Valle fue quien más rechazo expresó por la presencia de Shuzou, su lenguaje corporal era el de un animal salvaje que se preparaba para atacar.

– ¡Tío, ella ha tenido el descaro de venir aquí! –reclamó Eriko, con voz llorosa.

– No me sorprende. –Shuzou, con una expresión sombría, fulminó con la mirada a su cuñada–. ¿Con qué derecho has venido a este lugar? ¡No eres bienvenida aquí!

– Nos volvemos a encontrar, Shuzou, qué alegría –replicó la doctora, con sarcasmo–. Lamento tener que recordártelo, pero Hatori era mi marido y te repetiré lo que ya le dije a mi querida hijastra y a uno de tus hijos, es decir, que yo organicé su funeral y estuve con él cuando murió, así que por eso tengo derecho a estar aquí, dado que hice por Hatori más de lo que tú hiciste en sus últimos meses de vida.

Genzo se preguntó qué habría sucedido entre su padre y la joven y extranjera segunda esposa de su tío, que daba como consecuencia que éstos se trataran como si se odiaran a muerte; bien, tal vez no tanto, pero sí era evidente que uno despreciaba a la otra y viceversa. Además, la médica fue muy insolente al llamar a Shuzou por su nombre de pila, algo que hizo respingar hasta al mismo Shuichi.

"Han pasado más cosas de las que me han contado", pensó el portero. "No queda duda de que esto apesta, la cuestión está en saber por qué".

– Es culpa tuya que mi hermano haya estado solo en el momento de su muerte –rebatió Shuzou–. Si no se hubiese casado contigo, no me habría visto obligado a repudiarlo y habría estado con él los últimos días de su vida.

– ¡Padre, por favor! –intervino Shuichi, avergonzado–. ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo?

– ¡Sé perfectamente bien lo que digo! –gritó Shuzou–. Esta mujer es la causante de que me haya perdido los últimos tres años de vida de mi hermano.

– ¡Qué cinismo el tuyo, Shuzou! –reclamó Lily, a su vez–. Después de todas las porquerías que nos hiciste, no sé cómo tienes el atrevimiento de decir que fue culpa mía, si fue gracias a tu maldita misoginia xenofóbica que Hatori murió en mis brazos, rechazado por su propio hermano.

– ¿Mi culpa dices? ¡Ja, qué insolente! –Shuzou alzó la voz–. Es increíble que ni siquiera aquí puedas dejar de mentir.

La doctora miró fijamente a Shuzou, como si estuviera analizando su próxima jugada; a Genzo le pareció que ella estaba pensando en si debía responder como quería o si lo dejaba pasar. Se suponía que él debía de estar de lado de su padre, sino era porque Shuzou tuviese razón (ya que no estaba seguro de que la tuviera), al menos sí por lealtad, pero curiosamente a Genzo lo volvió a invadir la sensación de que ella no estaba mintiendo.

– Padre, ya basta. –Esta vez fue Eiji, el segundo hermano de Genzo, quien intervino, tan asqueado y avergonzado como Shuichi–. Deja que se quede, aunque sea por respetar la memoria de mi tío.

– No –negó Shuzou una vez más–. Si no se va de aquí, la mandaré a sacar a la fuerza.

– Nos vamos a ver bastante mal si sacas a la fuerza a la esposa del difunto, que además pagó el funeral –señaló Eiji, pero Shuzou lo ignoró.

– Quiero ver que lo intentes. –Lily se cruzó de brazos y desafió a Shuzou con su actitud–. No me voy a ir de aquí.

Shuzou no se hizo repetir la oferta e hizo una seña al par de guardaespaldas que estaban en la entrada de la funeraria y que observaban el asunto con un pasmoso asombro. Ellos, que habían seguido el hilo de la conversación, entendieron que se les estaba pidiendo que sacaran a la esposa del muerto, pero momentáneamente ninguno supo qué hacer. Fue necesario que Shuzou los mirara directamente para que ellos se acercaran a la joven que seguía tercamente cruzada de brazos, parada junto al ataúd.

– Señora, por favor, le pedimos que se retire –fue lo que dijo uno de los guardianes.

– Oblíguenme. –La doctora los miró con actitud desafiante–. Usen la fuerza física si es necesario.

– Háganlo –ordenó Shuzou–. No la quiero aquí.

Los dos guardias se miraron entre sí, antes de tomar la resolución de seguir las órdenes de su jefe; realmente no les agradaba la idea de tener que usar la fuerza física con una mujer, pero tampoco era como si pudieran desobedecer a Shuzou.

– Intenten ponerme un dedo encima –gruñó Lily, dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias–. A ver si son tan hombres.

– Señora, por favor, no lo haga más difícil –musitó uno de los guardaespaldas.

El otro, menos dado a hablar, puso una mano sobre el brazo de la mujer, pero ella lo retiró con brusquedad. El guardia volvió a levantar el brazo, esta vez con una expresión amenazadora, pero antes de que pudiera repetir la tentativa, intervino Genzo y lo contuvo con una mano.

– Déjenla en paz –ordenó el portero, sin soltar el brazo del hombre–. Tal vez a ustedes no les importa usar la fuerza física con una mujer, pero yo no lo pienso permitir.

Genzo actuó sin pensarlo demasiado, sin estar plenamente consciente de que estaba contrariando directamente a su padre, pero una vez que sus músculos comenzaron a moverse no tuvo duda de lo que haría: sin importar si Shuzou lo aprobaba o no, no iba a tolerar que se usara la fuerza bruta de manera innecesaria.

– Esto ya está llegando al extremo del ridículo –continuó Genzo, con voz calmada–. No tenemos por qué llegar a este punto, padre; si te queda respeto por mi tío, no recurrirás a estas medidas tan indignas contra su viuda.

– No me contradigas, Genzo. –Shuzou frunció el ceño.

– No lo hago –negó Genzo, incólume–. Sólo estoy señalando que te hace quedar mal el pretender usar la fuerza contra una mujer. Estoy seguro de que mi tía… quiero decir, la doctora Wakabayashi, es una persona lo suficientemente razonable para permitir que estemos a solas durante unos minutos con mi tío, los necesarios para que podamos despedirnos sin pelear. Porque hay que darle la razón en algo: ella legalmente tiene más derecho que cualquiera de nosotros a estar aquí, así que no puedes correrla por más que quieras, papá.

A pesar de que esa mujer era su tía política, a Wakabayashi se le atragantó en la garganta este apelativo familiar, quizás porque ella era más joven que él y le costaba trabajo aceptar el hecho de que había sido la esposa de su tío. En cualquier caso, tras decir estas palabras, Genzo miró a la doctora con determinación y una pizca de súplica, como dándole a entender que era la persona más coherente entre su padre y ella y por tanto esperaba que actuara con más cordura. Lily le sostuvo la mirada con la misma ferocidad con la que se enfrentó a Shuzou pero, al darse cuenta de que no había un enemigo en Genzo, al menos no de momento, aceptó que hacerle caso era la mejor alternativa.

– Necesito darme una ducha, así que me iré para que puedan estar a solas con Hatori –anunció la viuda–. Tardaré unos treinta minutos en volver, me parece que es tiempo más que suficiente para que puedan despedirse de mi esposo, ya que de cualquier manera un muerto ya no puede escuchar sus palabras.

– Gracias, doctora –respondió Genzo, quien eligió ignorar su sarcasmo–. Le prometo que, cuando regrese, nos comportaremos como se debe.

– No prometa cosas que no está en usted cumplir –replicó Lily, con una sonrisa torcida.

Wakabayashi aceptó que ella dijo una gran verdad y prefirió no responder; Lily aprovechó para acercarse al féretro y murmurar unas palabras de cariño en voz baja antes de depositar un beso sobre el frío cristal que cubría el rostro de Hatori. Este pequeño acto estuvo tan lleno de amor que a Genzo le sorprendió que nadie notara lo mucho que ella parecía haber amado a su marido.

– Me voy –anunció la doctora, tras reasumir su máscara de indiferencia.

– La acompañaré hasta el estacionamiento –ofreció Genzo, esperando que Shuzou no le ordenara lo contrario.

Sin embargo, el señor Wakabayashi no abrió la boca y el portero siguió a Lily hasta la salida. Tras lo que había visto y oído, Genzo comenzaba a preguntarse si Eriko no estaría equivocada en sus impresiones sobre la doctora o si era que en verdad la joven era tan excelente actriz, pues sí parecía encontrarse afectada por la muerte de Hatori. Lily no miró a Genzo ni una sola vez y éste le dio su espacio, como si sólo estuviera asegurándose de que nadie la seguiría para molestarla, aunque no pudo evitar acercarse cuando la doctora llegó hasta su automóvil, atraído por éste pues no era un vehículo cualquiera, era un Porsche 934 turbo RSR de color azul.

"O a los médicos les va muy bien en este país, o Eriko tiene razón al decir que esta mujer estuvo con mi tío por su dinero", fue el pensamiento que tuvo Wakabayashi, impresionado como estaba por el auto que Lily manejaba.

– Me disculpo por lo que ha sucedido y por haberle pedido que nos deje a solas. –Genzo se sintió obligado a dar la cara por Shuzou, no supo por qué–. A mí no me molesta que esté presente en el velatorio, pero no quería que mi padre cumpliera sus amenazas, no sabe usted lo que es capaz de hacer.

– Oh, créame que lo sé. –Lily lo miró con mucha rabia–. No en balde fui la esposa de su hermano durante los últimos tres años, pero no creo que la relación entre su padre y su tío sea algo de su interés, porque no lo había visto antes por aquí ni tampoco recuerdo haber recibido una tarjeta de pésame de parte suya.

Tras decir esto, la joven se subió al automóvil, azotó la puerta y arrancó el motor para después perderse en la oscuridad. Genzo se quedó con la impresión de que ella acababa de reclamarle por no haberse interesado en el drama familiar, lo que le causó al portero una sensación de malestar porque no estaba obligado a participar en los pleitos de su tío, si por él fuera no habría recorrido medio planeta para presenciar ese denigrante espectáculo familiar. Maldiciendo por lo bajo debido a la frustración, Wakabayashi regresó a la funeraria, preguntándose por milésima ocasión el por qué había aceptado cumplir los deseos de un muerto.

Cuarenta horas antes, Genzo Wakabayashi recibió la noticia de que su único tío paterno, Hatori Wakabayashi, había fallecido al fin. El joven guardameta del Bayern Múnich sabía que Hatori llevaba un año enfermo de cáncer de estómago, pero nunca estuvo consciente de la gravedad del asunto hasta que Shuzou le avisó que había muerto. Genzo sintió una pizca de remordimiento por no haber estado más al pendiente de ese tío al que llegó a querer cuando era niño, pero dicha sensación desapareció parcialmente cuando recordó el motivo por el cual se había mantenido apartado de todo lo relacionado a Hatori: el hombre, tras enviudar seis años antes, se había vuelto a casar hacía tres años con una mujer que, además de ser extranjera, tenía la misma edad que su única hija, Eriko. El drama que se desató ante esta unión no aprobada por ninguno de los miembros de la familia Wakabayashi fue tal que Genzo decidió cortar cualquier tipo de contacto con Hatori, para evitarse pleitos. Después de todo, lo que éste hiciera con su vida no era algo que interesase al portero y él estaba demasiado ocupado con sus propias metas como para inmiscuirse en asuntos ajenos, aún así se tratara de un familiar. De esta manera, cuando le llegó el aviso de que Hatori pasó a mejor vida, Genzo pensó en enviar tarjetas de condolencias a su padre y a Eriko, quizás rezaría alguna oración por su tío (si es que recordaba alguna), para después argumentar que le sería imposible asistir al funeral, lo cual no era imposible de creer dado que Wakabayashi vivía en Alemania y el tío radicaba en Japón. Para su mala fortuna, Shuzou cortó sus planes al decirle que tenía que estar presente en el funeral, pues el abogado de Hatori le advirtió que ésa era una de las últimas voluntades del difunto que debían cumplirse a rajatabla.

– ¿Fue la última voluntad de mi tío que yo asista a su funeral? –preguntó Genzo, atónito–. ¿Por qué?

– No fue exactamente su última voluntad, sino una petición relacionada a su testamento –aclaró Shuzou–. Éste va a leerse después de los ritos fúnebres y el abogado de tu tío me dijo que él específicamente pidió que tú estuvieras presente.

– ¿Y para qué? –insistió el portero–. No es como si él estuviera obligado a heredarme parte de su fortuna y no poseía algo que yo pudiese querer o necesitar.

– No lo sé, el abogado no me dio detalles –replicó Shuzou, de mal humor; sólo este hecho ya era prueba de que el hombre decía la verdad, pues era evidente por su tono de voz que le molestaba mucho ese asunto–. Sólo fue enérgico en el punto de que espera que estés presente, Genzo, así que debes venir a como dé lugar.

A regañadientes, Wakabayashi aceptó que no podía negarse a cumplir con este último encargo (no después de no haberse preocupado por su salud), así que se vio obligado a hablar con el entrenador del Bayern Múnich, Rudy Frank Schneider, para pedirle permiso de viajar hasta su tierra natal. Aunque mentalmente se preparó para ello, a Genzo no le agradaba la idea de saber que en Japón estaría esperándolo un drama: Eriko había pasado los últimos tres años hablando mal de la nueva esposa de su padre, la cual, según sus palabras, era una seductora oportunista e irrespetuosa que buscaba robarse su fortuna. ¿En qué se basaba Eriko para decir esto con tanta seguridad? En que ella creía que era imposible que una mujer tan joven pudiese enamorarse de un hombre como Hatori, alguien que ya estaba más para ser abuelo que amante.

– Además, es extranjera –repetía Eriko una y otra vez–. Llegó a Japón a trabajar, según ella, pero no tengo ninguna duda de que estaba buscando a algún incauto con dinero al cual pudiera engatusar y mi padre cayó redondo en su trampa.

– ¿En qué está trabajando? –había preguntado Genzo, por simple curiosidad, la décima vez que su prima se quejó de esto.

– Es médica, como papá –fue la contestación de Eriko, cuyo tono de voz delataba cierta envidia; no era desconocido para el portero que Eriko había fracasado en su intento de estudiar medicina–. Está de residente en el hospital en donde él trabaja.

Genzo optó por no comentarlo, pero le pareció que una persona que se hubiera tomado la molestia de ir hasta Japón y realizar todos los engorrosos trámites que se le exigen a un extranjero para poder trabajar allá (que realmente eran muchos) en un puesto tan importante, difícilmente lo haría para buscar a alguien con dinero al cual seducir, habiendo tantas otras maneras mucho más sencillas de lograrlo.

– Ninguno de nosotros la acepta –continuó Eriko–. Es una vergüenza que papá nos esté haciendo esto.

Con estas palabras, Eriko estaba diciéndole a Genzo que se esperaba que él tampoco reconociera a la nueva señora de Hatori Wakabayashi, pero aquél no lo confirmó. Para Genzo, estas aseveraciones no eran más que quejas caprichosas de su prima, pero aunque sí tenía que admitir que la diferencia de edades entre Hatori y su segunda esposa era un detalle para llamar la atención, no era razón suficiente para que el joven aceptara los prejuicios de Eriko sin protestar ni cuestionarlos (que la doctora fuese extranjera no era importante, al parecer de Wakabayashi). Sin embargo, el portero no tenía ganas de discutir con sus familiares, así que consideró prudente ignorar a Hatori, a la nueva mujer y a los demás, escudándose siempre en el hecho de que vivía al otro lado del mundo. Cuando el matrimonio se consumó, Genzo no se molestó en enviarle sus felicitaciones a su tío ni tampoco aceptó las llamadas quejumbrosas de Eriko; al menos, esto fue suficiente para su familia, pues no recibió quejas por su comportamiento, ni siquiera de parte de Shuzou. Genzo sólo llegó a enterarse de que la nueva esposa de su tío se llamaba Lily Del Valle, que era extranjera y médica, y que tenía la misma edad que Eriko, es decir, veinticinco años al momento de casarse con Hatori, el cual ya rondaba los cincuenta. Ni siquiera se molestó en ver las fotografías de la susodicha que le envió Eiji por morbo, pues Genzo se dijo que mientras menos conociera de esa mujer, le resultaría más fácil fingir que no existía.

Sin embargo, Wakabayashi estaba consciente de que debió de cambiar de actitud cuando se enteró de que Hatori estaba enfermo de gravedad. Aún cuando la postura familiar era la de rechazar a la esposa, Genzo creía que por cuestiones de moral tuvo que haberle mandado a su tío algún mensaje para saber cómo estaba, para preguntarle si necesitaba algo o, aunque fuera, para decirle que sí lo quería aunque se hubiesen alejado en los últimos años, pero cada vez que se decidía a tomar el teléfono o a abrir su cuenta de correo electrónico, algo lo hacía posponer el asunto de manera indefinida. Sin percatarse de ello, en estas dilaciones se le pasó un año y lo siguiente que supo de Hatori fue que había muerto sin que Genzo pudiera despedirse de él. Como tal, a éste no le remordía tanto la conciencia, pues de haber querido decirle adiós, el mismo Hatori lo habría buscado, por lo que no entendía para qué lo había mandado llamar a la lectura de su testamento.

En cualquier caso, una vez que hubo obtenido el permiso del entrenador Rudy Frank, Wakabayashi decidió desahogarse con el capitán del equipo, Karl Heinz Schneider, quien quizás era una de las dos únicas personas en el mundo con las cuales podría hablar de un tema tan delicado (la otra, por supuesto, era Hermann Kaltz, están equivocados si creen que es Tsubasa Ozora). Karl, que ya estaba enterado de que Genzo se ausentaría por algunos días, tenía mucha curiosidad de saber la causa y escuchó a su amigo con mucha atención, limitándose a dejarlo desahogarse antes de hacer cualquier comentario.

– Recuerdo que hace tiempo me hablaste de que tu tío se iba a volver a casar –dijo Schneider cuando el japonés acabó su relato–, pero no tenía idea de que su nueva esposa fuese más joven que tú.

– No quería que el asunto sonara tan morboso como lo es. –Wakabayashi se encogió de hombros–. Y más porque no tenía ganas de hablar de eso.

– Entiendo –asintió el alemán–. ¿Y de verdad crees que ella sólo haya querido estar con él por su dinero?

– No lo sé –fue la respuesta del guardameta–. No conozco muchos detalles y no me parece que los prejuicios de Eriko sean prueba suficiente. Sé que mi padre tampoco tolera a su nueva cuñada, pero eso podría ser porque le escandaliza que su hermano haya elegido a una muchacha para rehacer su vida, casi podría apostar a que, si esa doctora tuviera más de cuarenta años, nadie hubiese protestado por su matrimonio con mi tío.

– Es probable –aceptó Karl.

– Además, hay otro detalle con esa mujer que hace que no me convenza el asunto de que es una cazafortunas –continuó Genzo–. Eriko me dijo que ella está trabajando en Japón desde hace cuatro años, lo cual por sí solo ya habla mucho de esa persona. Dudo que lo sepas, pero es muy difícil que un extranjero consiga que le den permiso para laborar en Japón, tiene que cumplir una serie de requisitos estrictos para demostrar que vale la pena darle el puesto en vez de otorgárselo a un japonés, por no mencionar que debe de hablar el idioma de manera fluida. Si esa doctora ha estado trabajando durante tantos años en el hospital de mi tío, significa que debió de haber cumplido con esos requisitos, lo cual no debió de ser sencillo porque, además de todo, es mujer. ¿Te suena convincente la idea de que ella se haya tomado tantas molestias para poder casarse con un rico viudo?

– No –negó Schneider–. Ni remotamente, le habría resultado más sencillo venir a Europa o irse a Estados Unidos, hasta creo que comprar billetes de lotería todas las semanas le resultaría más rentable.

– Por eso creo que esa acusación está mal fundamentada, suena a que todo es obra de los cuentos de Eriko –suspiró Genzo–. Aunque no puedo culparla, yo también perdería la cabeza si mi madre enviudara y se volviera a casar con un hombre que tuviese mi edad.

– Esa posibilidad le haría perder la cabeza a cualquiera –apoyó Karl, tras lo cual comentó –: Sin embargo, hay otra posibilidad que creo que no has pensado, Wakabayashi.

– ¿Cuál? –cuestionó el portero.

– Dices que esa doctora trabajó en el hospital de tu tío y que tuvo que cumplir varios requisitos para ello –explicó el alemán–. Si pasó por ese largo y engorroso procedimiento, significa que tiene sus metas bien definidas e incluso me atrevería a apostar que es ambiciosa; por tanto, bien pudo ser que ella quisiera estar con él para impulsar su propia carrera profesional, no tanto porque estuviese interesada en su dinero.

– No había pensado en eso. –Genzo esbozó una sonrisa torcida, tras analizar las palabras de Schneider–. Suena más lógico creer que buscaba apoyo para cumplir sus metas, al menos va más acorde con los datos que tengo de ella. Sin embargo, tampoco puedo asegurar que esto sea verdad y por lo mismo es que, ahora que me veo obligado a ir, me gustaría mantener una postura neutral al respecto. Tras vivir tantos años en Europa, tengo que reconocer que mi familia es predominantemente prejuiciosa y racista con los extranjeros, al igual que el noventa y nueve por ciento de los japoneses, por lo que no pienso tener una actitud tan reprobable con mi… con esa mujer.

– Tu tía, dilo bien –señaló Karl, con sorna–. Suena raro, pero es lo que es.

– Supongo –suspiró Wakabayashi.

– ¿Y de verdad no tienes idea de por qué tu tío ha pedido tan específicamente que estés en el funeral o en la lectura del testamento o lo que sea? –preguntó el Káiser–. ¿No será un truco de tu padre para obligarte a ir?

– Se me pasó por la cabeza esa posibilidad –reconoció Genzo–. Ya lo averiguaré en su debido momento.

– Suerte –le deseó Karl–. La vas a necesitar.

Con la finalidad de tantear el terreno, Wakabayashi le hizo una llamada a Eriko antes de marcharse a Japón para saber cómo estaban las cosas por allá y ella le soltó una retahíla de quejas acerca de su madrastra; curiosamente, la muchacha sonaba auténticamente dolida y sus razones para estar enojada con la esposa de su padre parecían ser válidas, lo que complicaba la resolución de Genzo se mantenerse neutral.

– Tu padre no pudo estar con el mío en el momento de su muerte por culpa de esa mujer odiosa –sollozó Eriko–. Ella no permitió que mi tío Shuzou entrara a la casa, se tuvo que despedir a través de una videollamada. ¿Puedes creerlo? ¡Una videollamada! Y yo tuve que ir a escondidas a casa, a la que siempre ha sido mi casa, cuando esa mujer no estaba ahí para poder ver a papá con vida una última vez. ¡Es una maldita desgraciada!

– ¿Y por qué simplemente no se presentaron en tu casa con alguna orden policial? –preguntó Genzo, asombrado–. No estoy enterado de si eso funcionaría, pero al menos la hubiesen obligado a dejarlos entrar.

– Porque ella fue a la policía primero a levantar una denuncia –explicó Eriko, entre gimoteos.

– ¿Levantó una denuncia en contra tuya? –A Genzo le parecía cada vez más surrealista el asunto.

– Contra mi tío Shuzou –aclaró ella, tras un titubeo; parecía como si Eriko quisiera que Genzo no la hubiese cuestionado al respecto–. Él tenía prohibido acercarse a su propio hermano.

– ¿Y por qué? –insistió Genzo–. Debió de tener una razón de peso o no la habrían hecho válida , ella es extranjera y sólo por eso ya llevaba las de perder.

– ¿Y yo qué voy a saber? –replicó Eriko, enojada–. Ya se lo preguntarás a tu papá cuando vengas.

Si bien había algo raro en este último punto, Genzo tenía que admitir que todo parecía indicar que la viuda de Hatori era una mujer era una mujer sin corazón; era cierto que Shuzou Wakabayashi no era un santo (difícilmente alguien de la familia Wakabayashi lo era), pero levantar una denuncia en la policía era un asunto serio, algo tuvo que haber sucedido para que la doctora Del Valle llegara a ese extremo. Genzo ya no sabía exactamente qué esperar de ella, pero al verla en el velatorio se dio cuenta de que su actitud no correspondía a lo que él se había imaginado, al menos no esperó encontrarse con una persona tan indignada y furiosa.

"Por lo que Eriko me ha contado, cualquiera pensaría que esa mujer no podría ocultar su felicidad al ver que se ha vuelto millonaria gracias a la fortuna de mi tío", se dijo Wakabayashi. "Pero no parecía en absoluto feliz, se veía tan triste como lo está Eriko; de hecho, ni siquiera se habría molestado en organizar un funeral para su esposo si no tuviese aunque sea un poco de compasión".

Al menos, tenía que felicitarse por haber tomado la decisión de ir a la funeraria en cuanto se bajó del avión en vez de ir a la mansión Wakabayashi, como había planeado en un inicio. De haberlo hecho así, Genzo no habría llegado a tiempo para evitar que su padre usara métodos inaceptables contra su cuñada, pues por más cruel e inhumana que fuera la doctora, no era correcto que Shuzou lanzara a sus dos guardaespaldas contra ella.

"Qué suerte que el tío Hatori ya no está para presenciar esto", pensó Genzo, fastidiado.

Esto hizo que otro pensamiento se colara sutilmente en su cerebro: ahora que Hatori estaba muerto, la doctora ya no tenía a alguien que la protegiera; si, como había sugerido Schneider, ella se había casado para escalar puestos en el organigrama del hospital, sin el apoyo de Hatori sus planes se habrían cortado y entonces sí que tendría motivos para enojarse.

"Aunque por lo menos se quedó con un buen automóvil", pensó Genzo, mientras el Porsche de Lily se perdía de vista. "Ni yo tengo un deportivo así".

El japonés regresó a la sala de velación con la firme intención de decirle a su padre unas cuantas cosas sobre su comportamiento. A Genzo le parecía irónico que fuese él, el rebelde de la familia, el que tuviera que llegar a poner orden, aunque confiaba en que Shuichi y Eiji mostrasen más cordura en el futuro. Sin embargo, Genzo no tuvo oportunidad de hablar con su padre, pues lo encontró sentado en un sillón, con aspecto de estar enfermo, su cara pálida así lo denotaba; a su lado, Eriko lo refrescaba con un abanico adornado con flores de cerezo pintadas sobre la fina seda y el portero concluyó que su padre no estaba fingiendo. Genzo interrogó entonces a Eiji con la mirada y éste soltó un suspiro.

– A papá comenzó a dolerle el brazo, así que le pedimos que reposara –respondió Eiji a la pregunta no formulada–. Quiero creer que es algo sencillo que se le va a pasar pronto, algo producto del estrés al que ha estado sometido últimamente.

– Ya veo –comentó Genzo, tras echarle otro vistazo a su padre; a su parecer, Shuzou no tenía un problema sencillo, pero él no era médico y no podía asegurarlo.

– ¿Se ha ido ya la doctora Del Valle? –Eiji bajó la voz para que ni Shuzou ni Eriko pudieran escucharlo.

– Sí. Y de haber sabido que iba a reclamarme por no haberme presentado antes con ella, no la habría acompañado a la salida –bufó Genzo–. Yo no sé si Eriko tenga razón y esa doctora sea una oportunista, pero sin duda que es una mujer con un carácter fuerte.

– En eso estamos de acuerdo –apoyó Eiji–. Y mira que te has perdido varias escenas dignas de mención, protagonizadas por ella y por nuestro padre.

– Hablando de nuestro padre, no me parece correcto lo que hizo –prosiguió Genzo–. No era éste ni el lugar ni el momento para intentar humillar a la viuda de su hermano, ni siquiera creo que sea correcto que intente humillarla, por mucho que se lo merezca.

– Estoy de acuerdo. –Eiji susurró y miró de reojo a Shuzou–. Después de todo, éste es el velorio de alguien que fue importante para los dos.

– ¿Tú habrías permitido que nuestro padre mandara a sacar a la doctora con el uso innecesario de la fuerza de sus guardaespaldas o habrías hecho algo más que sólo protestar? –inquirió Genzo, en una clara acusación–. Porque no te vi con intenciones de intervenir.

– Es curioso que hagas esa pregunta, considerando que este asunto familiar te ha importado bien poco, Genzo –respondió Eiji, molesto; él rara vez se enojaba, pero cuando lo hacía, lo hacía en serio–. Nunca has dado tu opinión al respecto ni se te ha visto interesado en la vida del tío Hatori; si no fuese porque papá te ha avisado que debías venir, ni siquiera estarías aquí.

– Oye, tómatelo con calma, sólo era una pregunta –pidió Genzo, quien trató de ser conciliador a pesar de que el reclamo de Eiji le disgustó más de lo que esperaba–. Es cierto que me he mantenido apartado de los líos familiares, pero tampoco es como si no me interesara el hecho de que nuestro padre se comporte como un gamberro.

Eiji lo miró detenidamente unos segundos antes de quitarse las gafas, limpiarlas con sumo cuidado con un pañuelo que llevaba guardado en el bolsillo para después volvérselas a poner. Genzo sabía que su hermano hacía ese ritual cuando buscaba tranquilizarse y la mayoría de las veces le funcionaba.

– Está bien, te concedo eso –cedió Eiji–. Concuerdo en que serías un insensible sociópata si no te preocupara que nuestro padre se extralimitara con una mujer. Y para que lo sepas, yo tampoco estuve de acuerdo con lo que hizo, pero me detuvo el hecho de no querer recibir un golpe por accidente de parte de alguno de esos gorilas. Llámame cobarde, pero eso pensé.

– No puedo culparte –replicó Genzo–. No debí cuestionarte al respecto.

– No pasa nada –aseguró Eiji y cambió el tema–: Por cierto, ¿tienes alguna idea de por qué el tío Hatori pidió específicamente que vinieras a la lectura de su testamento?

– No –negó el portero–. ¿Quieres decir que no es algo que se ha inventado papá?

– Aunque sorprenda, no –negó Eiji–. Ésa fue indicación directa del tío, nos enteramos cuando su abogado preguntó por ti.

– Esperaba que alguno de ustedes pudiera decirme qué quería él de mí –expresó Genzo–. Pensé que sólo era un pretexto.

– Pues si lo es, no lo pusimos nosotros. –Eiji movió la cabeza en un gesto negativo–. Shuichi y yo estábamos convencidos de que tú nos lo podrías explicar, pensamos que habría alguna especie de encargo secreto entre el tío y tú.

– Nada de eso –aseguró Genzo–. Como bien dijiste, me he mantenido apartado de la familia durante los últimos años, ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que hablé con Hatori, así que yo tampoco sé para qué quiere que esté aquí.

– Hmm, pues ya lo averiguaremos. –Eiji se dio por vencido–. Quizás sólo quería que la familia estuviera reunida.

A Genzo esta explicación le resultó muy floja, pero no externó esta opinión a su hermano. Si se hubiera tratado de Shuzou, Genzo habría podido creer que lo mandó llamar sólo para fastidiar o para hacerle algún reclamo tardío, algo del tipo "me morí sin poder verte una última vez", pero Hatori no era de ese tipo de personas así que tenía que haber una razón muy importante para exigirle al sobrino rebelde que viajara hasta Japón.

Al final resultó que el dolor de brazo de Shuzou no era tan insignificante como todos pensaron y hubo necesidad de llamar a un médico, quien al revisarlo no dudó en mandar traer una ambulancia para llevarlo al hospital más cercano porque, a su juicio, el señor Wakabayashi se estaba infartando. Como bien dijo Eiji, en un comentario que resultaba acertado a pesar de ser de mal gusto, era preferible requerir los servicios de un hospital que pedirle a la funeraria que pusiera otro ataúd junto al del difunto, así que Shuzou se marchó con Kana, su esposa de toda la vida y madre de los tres jóvenes, y con Shuichi, el primogénito. Misaki, a su vez, se llevó a Eriko a descansar, pues se puso enferma al creer que su tío también moriría, por lo que los dos hermanos menores Wakabayashi se quedaron con la labor de velar el cuerpo del difunto.

– De verdad que esto no podría ponerse peor –gruñó Genzo–. Vaya líos que ha causado esa mujer.

– Y eso que, como te he dicho ya, no has visto las escenas que protagonizaron ella y nuestro padre –repitió Eiji–. Aunque, para ser justos, papá también tuvo la culpa. Al menos la doctora no estuvo presente cuando él comenzó a sentirse mal, bueno se habría puesto el asunto si ella hubiese querido atender a papá y éste le hubiera gritado que preferiría morirse a permitir que lo tratara.

– ¿Realmente crees que eso hubiese podido pasar? –preguntó Genzo, tras soltar una risa seca.

– No creo que hubieran llegado a ese extremo, pero le habría dado más emoción a este velatorio –contestó Eiji y se rio también–. Lo siento, está mal que esté haciendo este tipo de bromas en este momento.

– Sabes que soy la persona que menos te va a censurar por eso –replicó Genzo, cuyo humor era similar al de su hermano–. Por cierto, ¿qué especialidad tiene la doctora?

– Es neurocirujana, hasta donde sé –contestó Eiji–. O al menos estaba estudiando para serlo; no sé si lo sabes, pero así fue como conoció al tío, él era su profesor adjunto.

– No, no lo sabía –admitió Genzo, quien no pudo evitar esbozar una sonrisa sarcástica–. No tenía idea de que él fuera su superior. Supongo que eso debió de ser otra bomba.

– Oh, sí, eso también fue un escándalo grande –suspiró Eiji–. Alcanzó tales proporciones que el tío Hatori tuvo que renunciar a su puesto, estuvo muy mal visto que un profesor mantuviera una relación romántica con una de sus alumnas.

– Simplemente no lo imagino –confesó Genzo, medianamente asombrado–. Pareciera como si la vida del tío Hatori hubiese sido bastante movida en sus últimos años.

– Decir que fue movida es poco –asintió Eiji, mientras se removía incómodo en la silla de plástico en la que estaba sentado–. Pero, aquí entre nos, te confesaré que pocas veces vi al tío tan genuinamente feliz, es decir, que no lo había visto tan emocionado desde que murió la tía Emiko. Eriko y nuestro padre pueden decir lo que quieran, pero fue nuestra joven tía la que logró ese efecto y al menos por eso ya se merece la mitad de la fortuna de Hatori.

– Ése es un pensamiento muy cínico –señaló Genzo, con cierta acidez–. Tan cínico que no creo que se lo hayas dicho a otro miembro de la familia que no sea yo.

– ¿Puedes culparme por eso? –Eiji esbozó una sonrisa avergonzada–. La rebeldía se castiga mucho en esta familia, Genzo. A ti te fue bien porque eres el menor y no tienes responsabilidades con el negocio familiar, por eso papá te ha malcriado desde niño y te ha pasado todos tus caprichos, pero con Shuchi y conmigo fue diferente, nosotros no tenemos la libertad de decir lo que pensamos.

– Supongo –reconoció el portero, a medias–, pero no por eso dejas de ser un cínico.

– No te vayas a morder la lengua –replicó Eiji y ambos rieron.

– Espero que papá esté bien, no me agradaría que este funeral fuera doble –suspiró Genzo.

– A mí tampoco –apoyó Eiji, a pesar de que fue él quien hizo ese chiste.

En ese momento apareció Kyoko, la esposa de Eiji, con dos vasos de plástico en la mano que, según Genzo pudo comprobar, contenían té. Él tomó uno de los vasos y Eiji agarró el otro, tras lo cual se puso a hablar con su mujer. Genzo decidió darles intimidad y se fue a recostar a un sillón que estaba ubicado en el vestíbulo de esa sala funeraria para tratar de dormir un rato. El largo viaje le estaba cobrando factura, al igual que el jet lag, pero aunque se acostó con la firme intención de descansar, con las manos tras la cabeza para que le sirvieran de almohada, no logró quedarse dormido de inmediato, como le hubiese gustado. La preocupación por el estado de salud de Shuzou (sería tener mucha mala suerte, como había dicho Eiji, que fuese hasta Japón para el funeral de su tío y acabara quedándose al de su padre) y la pelea con la doctora Del Valle no dejaban de dar vueltas en su cabeza. Si bien no tenía soluciones para ninguna de las dos cosas, básicamente porque no dependían de él, Genzo podría analizar lo sucedido con calma ahora que estaba libre de casi cualquier distracción.

Dado que siempre se negó a ver las fotografías de Lily Del Valle, Wakabayashi no tenía idea de cómo era físicamente hablando ni si correspondía al tipo de persona que Eriko aseguraba que fuera, si es que acaso había un tipo. Si le hubieran pedido que adivinara, Genzo habría dicho que su nueva tía era alguien que cuidaba mucho de su apariencia física, una mujer excesivamente delgada e incluso rubia, todo lo cual, había que admitir, correspondía al cliché tantas veces visto en las novelas y películas.

"He visto más televisión de lo que pensé", pensó el portero, con un dejo de burla. "Aunque por algo se tiene ese estereotipo, una mujer que busca la fortuna de un hombre mucho mayor debe de ser muy guapa para captar su atención. Sin embargo, dejando de lado esta estupidez, hay que reconocer que todo lo que me ha dicho Eriko acerca de la doctora Del Valle también raya tanto en los estereotipos que suena a que es falso, o al menos a que una buena parte de ello lo es".

Por lo menos, Wakabayashi no podía afirmar con toda seguridad que su joven tía estuviese fingiendo el duelo. No se consideraba un experto en adivinar cuándo una persona estaba actuando, pero al menos sí sabía cómo se comportaba un manipulador porque él mismo lo era y podía asegurar con más precisión que Lily no estaba intentando manipular a alguien a través de falsas emociones. Por supuesto, el poco tiempo que habló con ella no era suficiente para llegar a una conclusión definitiva, así que tendría que convivir un poco más con esa mujer antes de sacar un veredicto.

"Ni siquiera tuve oportunidad de presentarme como debía", caviló Genzo, con los ojos fijos en el techo. "Curiosamente, a pesar de que nunca antes la había visto, supe de inmediato que se trataba de ella, aunque no era como si fuese muy difícil adivinarlo, bastaba buscar a la mujer joven y extranjera a la que Eriko quisiera estrangular. ¿Habrá sabido ella quién soy yo o me habrá tomado por alguno de los muchos parientes entrometidos que suelen aparecer en estos momentos? No, seguro que sí sabe quién soy, a juzgar por el reclamo que me hizo. En fin, al menos por cortesía deberé presentarme con ella después, quizás pueda aclararme el por qué mi tío me ha hecho venir a su funeral".

Sin darse cuenta, Genzo se quedó dormido en estas reflexiones, pues lo siguiente que su mente captó fue a la doctora Del Valle regresando al velatorio para dejar el aviso de que Shuzou había muerto por el mal karma, como consecuencia de haberse negado a apoyar la felicidad de su hermano menor. Eriko aparecía de la nada para gritarle que todo era culpa suya y entonces las dos mujeres se enfrascaban en un duelo a muerte con katanas bajo la atenta mirada de Eiji, quien en vez de detenerlas les gritaba que la herencia le tocaría a la ganadora. Lo despertó el ruido que hizo un empleado de la funeraria que acomodó el jarrón que Eriko casi tiró al atacar a Lily, pues a pesar de que Genzo se encontraba lejos de dicho sitio, había tanto silencio en el lugar que hasta el mínimo ruido se percibía claramente. Wakabayashi permaneció unos minutos con los ojos entrecerrados, respirando agitadamente mientras agradecía que lo anterior hubiera sido sólo un sueño, no tanto por la idea del duelo a muerte con katanas sino por el asunto de que Shuzou hubiese muerto.

– Necesito un café –murmuró.

El joven se incorporó y le echó un vistazo a su teléfono para verificar la hora: las cuatro de la mañana, se había dormido más tiempo del que creyó. A unos metros de distancia, vio a Eiji abrazado a Kyoko y aparentemente ambos dormitaban, gracias a lo cual Genzo concluyó que su padre seguía con vida, pues seguramente Eiji no estaría descansando tan tranquilamente de no ser así (o quién sabe, tal vez ya se había resignado a su suerte). El portero se dirigió entonces a la zona en donde una cafetera, algunos tarros con crema y azúcar, así como varios vasos de plástico estaban a disposición de los dolientes. En algo había tenido razón Eriko al decir que ese velatorio tenía tintes cristianos más que budistas (Wakabayashi había estado presente en algunos cuantos en Europa, por lo cual reconoció los detalles), lo que contrastaba notoriamente con las costumbres japonesas que Shuzou esperaba que se siguiera con el difunto, pero era cierto que ninguno de los Wakabayashi estuvo presente cuando Hatori murió, así que nadie sabría decir a ciencia cierta si ésos eran sus deseos.

– Ni siquiera sabía que existían este tipo de salas de velación en Japón –murmuró Genzo, tras darle un sorbo al café–. Supongo que aquí hay más extranjeros de los que parece.

– También es cierto que cada vez hay más japoneses que se sienten atraídos por el cristianismo –habló Misaki, a sus espaldas.

– Ah, estás aquí –comentó Genzo, asombrado de ver a su compañero–. Pensé que te habías marchado con Eriko.

– Y lo hice, pero volví cuando faltaban doce minutos para las tres –explicó Taro, al tiempo en que se preparaba un café–. Vine a avisar que tu padre está estable, pero estabas tan profundamente dormido que ni tu hermano ni yo quisimos despertarte. Según los informes que nos dieron en el hospital, el señor Wakabayashi está fuera de peligro, aunque tengo entendido que no lo darán de alta pronto.

– ¡Por fin una buena noticia! –Genzo sonrió con alivio–. Es bueno saber que no vamos a tener que conseguir un segundo ataúd.

– Me alegra comprobar que nada de esto ha alterado tu humor negro –señaló Misaki, con ironía.

– Gracias, aunque ese chiste es cortesía de Eiji –replicó Wakabayashi y señaló un par de sillas de plástico para invitar a Taro a sentarse con él–. Todavía es pronto para saber si al acabar este espectáculo mi humor seguirá intacto.

– Por lo pronto, fuiste recibido por tu familia con un pleito de los suyos –comentó Misaki–. Y mira que no ha sido lo más fuerte que me ha tocado presenciar.

– Por como hablas, suena a que es común que la doctora Del Valle se pelee con mi familia –señaló Genzo.

– Yo diría que, más bien, es tu familia la que se pelea con ella –replicó Taro–. Que quede claro: no es lo mismo.

– Explícate –pidió Wakabayashi–. Porque a mí me parece que sí lo es.

– Me atrevo a decirte esto porque nos conocemos desde hace años, pero te voy a pedir que no se lo cuentes a Eriko –pidió Misaki, tras pensarlo un poco–. La amo, pero no estoy de acuerdo con todas sus ideas. El caso es que a mí me da la impresión de que tu familia no le ha dado ni siquiera una oportunidad a tu tía, no creo que se hayan tomado la molestia de conocerla, simplemente alguien decidió que no era digna y listo, los demás lo aceptaron sin cuestionarlo. Yo he tenido la oportunidad de hablar con ella y a mi parecer no es una mala persona.

– Ese alguien seguramente fue mi padre. –Genzo frunció el entrecejo.- Te diría que no sé la razón, pero creo que sí la sé: el hecho de tener la edad de Eriko y de ser extranjera le juegan en contra.

Lo cierto era que, mientras más hablaba de ella, más difícil se le hacía al portero forjarse una idea estable de Lily. Había viajado hasta ahí con la firme intención de mantenerse neutral, pero su familia y la misma Lily se lo estaban poniendo difícil, Genzo sabía que tarde o temprano tendría que elegir un bando, lo quisiera o no.

– Estoy de acuerdo. –Misaki le dio un sorbo a su café–. Pero ya que tú no has estado tan metido en este ambiente y que no eres manipulable, no te contaminarás con las ideas de tus familiares y tendrás la oportunidad de crearte tu propia impresión sobre ella.

– Supongo, aunque no veo para qué tendría que hacerlo –replicó Wakabayashi, extrañado.

– Quizás porque es tu tía –lo miró Taro con extrañeza–. Ese lazo no va a desaparecer sólo porque mi suegro ya murió y creo que le vendría bien que un Wakabayashi la tratara con decencia, sólo para variar.

Genzo se quedó callado, extrañado por lo que Misaki había dicho. No se le había ocurrido pensar que la doctora Del Valle seguiría siendo su tía política, pues había quedado viuda y no divorciada. Curiosamente, este pensamiento causó en el portero cierta incomodad y prefirió cambiar de tema.

– ¿Eriko regresó contigo? –preguntó Wakabayashi–. No la vi por aquí.

– No, vine solo –aclaró Taro–. La llevé a la casa de Shuichi, la convencí de que lo mejor que podía hacer era descansar. Con su estado, lo mejor es que no se desvele.

– ¿Su estado? –Genzo alzó las cejas–. ¿No me digas que está…?

– Embarazada por segunda vez, sí. –Taro sonrió con vergüenza.

– ¡Vaya, felicidades! –exclamó Genzo, con sinceridad–. ¿Por qué no lo dijiste antes?

– ¿En qué momento? No es como si fuese ésta la mejor ocasión para dar a conocer una noticia así –suspiró Misaki, con el semblante sombrío–. Eriko todavía estaba considerando la opción de hacerlo público cuando nos llegó el aviso de que su padre estaba moribundo, así que decidimos posponerlo hasta que se calmara un poco la situación.

– Entiendo, aunque si me lo preguntas, esto no se va a calmar pronto –comentó Genzo, tras lo cual se acabó el café de un trago–. ¿Eriko alcanzó a decírselo a su padre antes de que falleciera? Ella me comentó que sí pudo despedirse de él en persona.

– Sí, pudo hacerlo, y no, no le he preguntado si le confesó que estaba embarazada otra vez. –Taro hizo girar el vaso de plástico entre sus manos–. Aunque dudo mucho que se lo hubiera guardado; Eriko es voluble, pero no es rencorosa ni tonta, sabía bien que si en ese momento no le decía a su papá que su segundo nieto venía en camino, no iba a tener otra oportunidad para hacerlo.

– Sí, es cierto –acordó Wakabayashi–. Me da gusto que mi tío haya alcanzado a enterarse de eso antes de marcharse. Y a todo esto, ¿en dónde está Eiki, vino con ustedes?

El joven hacía referencia al primer hijo de Taro y Eriko, nacido dos años antes. Hasta donde tenía entendido, Hatori sí había podido conocerlo, pero no estaba seguro de que hubiera tenido ocasión de verlo muy seguido, no sólo por el distanciamiento que hubo entre él y su hija a raíz de su segundo matrimonio, sino también porque los Misaki llevaban algunos años viviendo en Francia.

– Se quedó con mi papá en París –respondió Taro, sonriendo involuntariamente al recordar a su primogénito–. Bisbrian lo está ayudando a cuidarlo así que no me preocupa, es mejor que esté con ellos a que sea testigo de estas peleas.

– Sí, no hay duda, no es éste un buen lugar para un niño–. Wakabayashi se frotó los ojos con las manos y añadió–: Bisbrian Lafayette es la pareja de tu padre, ¿cierto?

– Así es –asintió Misaki, con una sonrisa torcida–. Se casaron hace año y medio.

– Ya veo.- Genzo dudó en decir lo que estaba pensando y al final se arriesgó a hacerlo–: Ella también es muy joven, ¿no es así? Quiero decir, creo que me dijiste que es un par de años mayor que tú.

– Es tres años mayor que yo –lo corrigió Taro, incómodo.

– Entiendo –masculló Wakabayashi–. Por lo que veo, no sólo a la doctora Del Valle le gustan los mayores.

– Y no sólo tú tienes una familiar política cuya edad debería de ser mayor a la que realmente tiene –señaló Misaki, con acidez–. Mira que a ti no te va tan mal como a mí: la doctora es tu tía, pero Bisbrian es mi madrastra.

– Eso por sí solo ya es bastante jodido –comenzó a decir Genzo, pero se detuvo abruptamente.

Él se quedó callado para no señalar lo que era del conocimiento de mucha gente, incluyéndolo a él: Bisbrian Lafayette había tenido primero una larga relación con Taro Misaki antes de enamorarse de Ichiro. La diferencia de edades era algo que Taro fácilmente podía obviar, pero el hecho de que su propio padre le había quitado la novia, pues no tanto. Era cierto que, después de ese descalabro amoroso, Misaki conoció a Eriko, se enamoró de ella y obtuvo su propio final feliz, pero estar consciente de que tu actual madrastra fue primero tu novia es uno de esos detalles que no se quieren recordar muy seguido. Ambos futbolistas se quedaron en silencio durante unos minutos, aspirando el aroma a incienso que alguien, quizás Kyoko, había encendido con el afán de imponer algunos toques budistas a ese funeral cristiano.

– Por cierto que me ha sorprendido verte aquí –comentó Misaki, con tanta calma como pudo; esta vez, era a él a quien le urgía cambiar el tema–. Honestamente, pensé que no vendrías hasta acá sólo por el funeral de un tío por el cual no te has interesado gran cosa en los últimos años.

– Gracias por la crítica –gruñó Wakabayashi–, aunque no te mentiré: es cierto, no pensaba venir, pero mi padre me advirtió que una de las últimas voluntades de mi tío es que estuviera presente en la lectura de su testamento.

– ¡Ah, es verdad! Olvidé que Eriko ya me había hablado de eso –confirmó Taro–. Pero no me supo decir la razón, supusimos que mi suegro pensó en dejarte como administrador de la parte de la herencia que le toca a ella.

– ¿A mí? –preguntó Genzo, extrañado–. ¿Por qué habría de hacer eso?

– Porque eres el Wakabayashi con el que Eriko tiene una mejor relación, te ve más como un hermano que como un primo –respondió Misaki, con la expresión de alguien que está señalando una cuestión muy obvia–. Además, tú vives en Europa al igual que ella, te resultaría más fácil hacerte cargo de cualquier cosa.

– Bien, sí, eso tiene lógica –admitió Genzo, tras analizar las palabras de su amigo–. ¿Pero no sería más lógico que fueses tú el que se hiciera responsable? Legalmente tienes más peso que yo por estar casado con Eriko.

– Quizás tu tío quería que todo quedara en familia. –Taro se encogió de hombros–. No me ofendería que así fuera.

– Da igual. –Wakabayashi se estiró cuan largo era en la silla de plástico–. Acabo de caer en la cuenta de que la doctora Del Valle dijo que sólo tardaría media hora en regresar, pero son las cuatro de la mañana y no la he visto por aquí.

– Oh, sí regresó, sólo que se ha mantenido muy callada –señaló Misaki y le dio un último sorbo a su café ya frío–. Hizo que le pusieran una silla junto al ataúd de tu tío y no se ha movido de ahí.

– ¿De verdad? –El portero se asombró más todavía–. Eso me parece peculiar.

– Creo que le afectó enterarse de que papá acabó en el hospital –intervino Eiji, quien apareció para prepararse un café–. Se veía sinceramente preocupada y arrepentida de haber contribuido a que eso sucediera, quizás por eso decidió esconderse en la sala de velación.

– Tampoco es como si nuestro padre fuera una víctima inocente –señaló Genzo–. Él se ganó a pulso lo que le ha pasado, culpar a la doctora sería injusto.

– Es cierto, pero eso no quita que se sienta culpable. –Eiji miró a Genzo con una cara pensativa, como si le hubiera sorprendido su respuesta; sin embargo, no hizo comentarios al respecto y prosiguió–: Ella me dijo otra cosa, además, que me ha desconcertado bastante: a pesar de que este velatorio es cristiano, los ritos funerarios serán bajo estándares budistas, ella lo dispuso así.

– ¿Y eso por qué? –preguntó Taro, tan confundido como Genzo.

– No lo sé. –Eiji se encogió de hombros–. No se lo pregunté y ella no lo especificó, sólo sé que ya está todo preparado.

– Bien, eso me alivia –confesó Misaki–. Eriko me aseguró que ella no acudiría a ninguna ceremonia cristiana, aun cuando se tratara del funeral de su padre, pero ahora que sabemos que será budista, estoy seguro de que cambiará de parecer y se presentará.

– Aunque eso no garantiza que vaya a comportarse como debiera –masculló Eiji, por lo bajo.

Genzo, sintiéndose terriblemente agotado, miró la pantalla de su teléfono para saber la hora: eran las cinco y doce minutos de la mañana. Había sido una noche larga y el drama familiar no había hecho más que comenzar.


Notas:

– Todos los personajes de Captain Tsubasa son creación y pertenecen a Yoichi Takahashi ©, incluyendo los padres y los hermanos de Genzo Wakabayashi; sin embargo; el nombre de la madre y de las cuñadas de Genzo son de mi autoría.

– Lily Del Valle, Hatori Wakabayashi y Eriko Wakabayashi son personajes creados por Lily de Wakabayashi.

– Este fic está ubicado en el mismo universo de otro que escribí hace algunos años, cuyo nombre es "Traición" y habla del triángulo amoroso entre Taro, Ichiro y Bisbrian, el cual fue brevemente mencionado en este capítulo.

– Éste es el fic que escribo todos los años para el cumpleaños de Genzo Wakabayashi; por culpa de la vida adulta, este año no pude terminarlo a tiempo así que estaré publicando un capítulo por mes, quizás antes, para poder llevar las cosas con calma ya que cada vez tengo menos tiempo disponible y energías para escribir.