Prólogo
—Sí, ya estoy en la estación —respondió Severus a la persona al otro lado de la línea—. Dile a Cooper que llegaré más o menos en media hora.
El pelinegro reclinó su cabeza contra su hombro derecho para poder sostener el celular, pues su otra mano estaba ocupada sujetando el maletín de cuero negro que protegía su laptop y el manuscrito original de la tesis que, de ser aprobada, le abriría las puertas de un puesto asegurado en el centro de investigaciones del Museo de Historia Natural de Londres. Buscó rápidamente su tarjeta de metro entre los bolsillos de su abrigo, pero no la encontraba por ningún lado. La fila tras él iba en aumento y un guardia de seguridad lo miraba expectante como diciendo "¡Apresúrese!".
—Snape, tienes 20 minutos para llegar —escuchó por el aparato móvil exactamente cuando pasaba su Oyster Card por el sensor de seguridad del torniquete—. El Sr. Fields, el jurado principal, acaba de llamar y dice que estará aquí en 20 minutos. Cuando él llegue, iniciamos.
—¿Pueden esperar? Tengo que hacer la fila y esperar a que llegue el tren —Snape corrió hasta las escaleras eléctricas y bajó corriendo sin molestarse en pedir disculpas a los otros usuarios —John, no es mi culpa que cambiaran la cita a último momento. ¡Solo les estoy pidiendo treinta minutos!
—Que sean veinte, vuela.
Su interlocutor cortó la llamada dejando al "impuntual" Severus Snape con las palabras en la boca. Guardó el móvil y se dirigió a la plataforma de la línea District del Metro de Londres. La estación se caracterizaba por estar siempre concurrida, sobre todo durante la mañana, pero ese día parecía estar repleta. ¿Por qué todo tenía que pasarle hoy? Primero su alarma no sonó, luego su cafetera se descompuso, después le informaron que su exposición había sido adelantada y debía estar en el museo en menos de dos horas y ahora esto. Esperaba poder subir al tren ni bien este arribara a la plataforma porque no pensaba esperar el siguiente.
Subiría en Southfields, luego tomaría el tren de trasbordo en Earl's Court hasta llegar a South Kesington o correr hasta allí si las circunstancias lo obligaban. Esperaba no verse muy desarreglado, quería dar una buena impresión al jurado, pero con la carrera contra reloj que estaba haciendo, lo dudaba. Estaba ansioso, sabía al revés y al derecho su presentación, pero eran sus inseguridades y el estrés por llegar tarde las que le gritaban internamente que esto saldría fatal.
Vislumbró el embarque correspondiente y a las personas que hacían la fila esperando que el tren llegara. Se detuvo abruptamente a pocos metros de esta. No era que estuviera olvidando algo, tenía su maletín, el móvil, sus llaves y tarjeta azul del metro. Tampoco era que se sintiera mal, él nunca se enfermaba. Algo ajeno a él lo obligó a detenerse de la nada.
¡Música!
Escuchaba música en la estación. Esta no provenía de los altavoces, no, venía de otro lado. Era suave, elegante y venía detrás de él. ¡Era un vals! ¿Por qué sonaba un vals en la estación de metro a esa hora? No era un buen momento para tener curiosidad, pero, ¡por Newton!, era un científico, la curiosidad era natural en él. Miró su reloj una vez más, aún tenía tiempo —relativamente— y parecía que el tren no llegaría pronto por lo que decidió volver sobre sus pasos y buscar la fuente del sonido.
¡Qué tontería!, pensó, ¡Hay personas que matarían por esta oportunidad y tú la estás desperdiciando jugando a ser Sherlock Holmes!
Varios pasos más allá, encontró a una significativa multitud haciendo un semicírculo frente a una pared de ladrillos, lejos de las plataformas. ¿Qué estaban mirando? Se acercó y se abrió paso entre el público presente para poder ver mejor. Sus oscuros ojos negros se maravillaron ante lo que vio a continuación.
Dos parejas, dos hombres y dos mujeres, bailaban al ritmo de la música, deslizándose con gracia sobre el suelo como si flotaran entre nubes. Los hombres eran altos y garbos, sus espaldas estaban rectas y sus cuellos estirados como si intentaran sobresalir entre el resto. Las féminas, por su parte, se veían frágiles como la porcelana y hermosas como cisnes con sus largos cuellos expuestos pues sus cabellos estaban recogidos por altos moños. Ellas se dejaban guiar por ellos, daban vueltas, se balanceaban de aquí y allá y por último se detenían en seco y se inclinaban sin perder la sonrisa. Esas sonrisas acompañadas de miradas que pedían a gritos "Mírame, mírame solo a mí y nunca dejes de mirarme".
Fue precisamente una de esas sonrisas la que llamó su atención. Una sonrisa formada por un par de incisivos ligeramente más grandes de lo normal y adornada por carnosos labios rosados. La dueña de aquella sonrisa era una joven bailarina de castaños cabellos atrapados en un moño perfectamente peinado, poseedora de una figura de curvas definidas y piernas bien formadas. Como atributo extra, Severus pensó que ella contaba con los ojos más hermosos que alguna vez había visto en su vida, unos ojos color miel protegidos por rizadas pestañas negras.
La castaña y su compañero posaron y a continuación, él la sostuvo para que ella se inclinara sujetándose de él. Mirando a su público, ella sonrió aún más, pero sin forzar la sonrisa. En ese momento, Snape pensó que ella lo estaba mirando a él, a nadie más, solo a él; así que correspondió el gesto. La bailarina le dedicó un guiño y volvió a su posición inicial para completar la vuelta antes de que la música se acabara. Snape aplaudió como nunca antes había aplaudido en su vida, estaba atónito ante tal belleza, no solo de la bailarina, sino de los cuatro bailarines frente a él, aquellos que habían logrado parar el tiempo por unos minutos mientras flotaban garbos dando vueltas y vueltas en aquella concurrida estación.
—¡Bravo! ¡Bravo! —exclamó a coro junto a los demás curiosos. Las parejas agradecieron con una reverencia antes de que un joven de unos treinta y pocos años se parara en el semicírculo formado y se dirigiera al público con voz fuerte y clara.
—Muchas gracias por su atención, damas y caballeros. Esta fue una pequeña demostración de la clase de baile de salón que ofrece la academia McGonagall. Mis compañeros pasaran cerca de ustedes con estos folletos sobre nuestras clases —dijo el joven mientras enseñaba el mencionado folleto—. Ahora, para culturizarnos un poco, el baile del salón o ballroom no solo es vals, también hay otros géneros como el quickstep, la rumba y el tango. Así que queremos pedirles su colaboración para que nuestros bailarines puedan hacer una última demostración. Desde la lejana Argentina, con ustedes, ¡el tango!
Los cuatro bailarines se aproximaron a las personas más cercanas al interior del semicírculo, pero por desgracia o fortuna del pelinegro, él era una de esas personas. La bailarina castaña de antes parecía una leona cazadora a punto de saltar a su presa pues desde que la ovación terminó, ella no lo había perdido de vista ni por un segundo. Se acercó directo a él moviendo sus caderas con cada paso que daba. Por un minuto, Snape se sintió diminuto, como un pequeño ratón.
Esos ojos, esos malditos y coquetos ojos.
—¿Bailamos? —pidió tomando su mano en el acto—. Puede dejar su maletín junto al altavoz —señaló a dicho aparato que se recargaba contra la pared a la par que tiraba suavemente de su mano para llevarlo al medio del semicírculo.
—No puedo, lo siento —dijo tratando de soltarse sin ser descortés. ¡La hora! ¿Qué hora era? Debía apurarse, tenía que ir a por el puesto y su brillante futuro—. Voy tarde, señorita.
—Solo serán dos minutos, lo prometo —insistió sonriéndole con ternura y curveando sus cejas.
—No sé bailar —respondió como último recurso anclando las piernas sobre el suelo como si fuese un árbol—. Soy pésimo, en serio, no quiero estorbarte.
—¡Tonterías! —rió tomando con fuerza y llevándolo al centro—. Esta es la oportunidad para aprender, entonces —el maletín fue arrebatado de su mano y Snape vio como terminaba en las manos del joven que había hablado hace unos instantes—. Te lo devolveré en un santiamén, te lo juro.
—Le tomaré la palabra, todo mi futuro está en ese maletín.
—Entonces terminemos rápido con esto.
Tímidamente, con la mano derecha, el pelinegro tomó la mano de la castaña con fuerza y con la izquierda, su estrecha cintura.
—No, no —rápidamente, la soltó, asustado de haberla incomodado—. No en la cintura, aquí, bajo mi brazo, por los omoplatos.
Confiada, tomó una de sus manos y la dirigió hasta su espalda, con la palma abierta justo encima inmediatamente debajo de sus omóplatos, en la posición correcta, casi rodeándola por completo. Ella se apegó a él, invadiendo su espacio personal, y rodeó con su brazo su hombro derecho hasta que su mano tocó el nacimiento del hombro izquierdo de Snape. Luego, tomó la mano libre y la hizo apoyarse sobre la suya. La mano de él era mucho más grande que la de la castaña, era obvio, todo él era proporcionalmente más grande que ella, pero su mano cabía perfectamente en la suya —Habrá momentos donde quitaré mi mano, pero por nada del mundo, usted quite su otra mano de mi espalda.
—¿Qué más debo hacer? —preguntó olvidándose de todo, del lugar, la cita, su maletín, el tren y la hora. Solo existía él, la bailarina y aquella pieza de tango que acababa de iniciar.
—Solo déjese llevar, yo me haré cargo de todo.
El acordeón interrumpió sus pensamientos, la danza había iniciado. Ellos dos junto a las otras tres parejas deberían bailar para el resto de personas que los rodeaban, cuatro inexpertos bailarines siendo dirigidos por cuatro maestros del ballroom. La desconocida bailarina comenzó a balancearse de un lado a otro, lentamente, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Su pierna izquierda, escondida por la tela del leotardo que usaba, rozó con sensualidad la pierna de él provocándole un cosquilleo eléctrico en la columna vertebral. Ella avanzó, primero izquierda y luego derecha, empujando a Severus a imitar sus movimientos con torpeza.
Izquierda, derecha, izquierda, derecha como dibujando un cuadrado con sus pies y, de pronto, pausa. Ella se inclinaba hacia él y movía su cabeza hacia atrás exponiendo de esa forma su cuello delgado y su clavícula pronunciada. Hicieron un giro cortado y brusco, luego ella subió una pierna y la apegó contra su cadera en un movimiento seductor y que tal vez en otras circunstancias, hubiese dicho obsceno. Luego bajó la pierna y la lanzó hacia atrás para repetir el cuadrado que habían formado antes, esta vez en otra dirección.
Las piernas de Snape temblaron, estaban demasiado cerca.
Siguieron bailando, abriéndose paso entre las otras tres parejas. La castaña lanzaba sus piernas para atrás, primero una y luego otra e incluso se atrevió a meterlas entre las de él, rodeándolas como si fuese una serpiente. El acordeón hizo un sonido suave y clásico de la propia danza. Finalmente, la bailarina enganchó su pierna cerca de la cadera de Snape y luego le susurró cerca al oído: "Inclinate hacia la derecha y sostenme".
Dudoso si podría mantenerse de pie por más tiempo, Snape hizo lo que ella le pidió y se aseguró de tenerla bien sujetada antes de inclinarse sobre sí hacia la derecha. La castaña se mantuvo en su mismo lugar y se inclinó junto a él, estirándose lo más que podía sin soltar el enganche de su pierna contra la cadera de su pareja. La música cesó y, por ende, el baile terminó.
Estaba hecho, dos desconocidos bailaron uno de los bailes más sensuales de la historia en dos minutos y medio… tal vez tres.
Fue suficiente tiempo para que Snape entendiera un par de cosas. La primera era que, si antes estaba tarde, ahora prácticamente estaba por faltar a tan ansiada presentación. La segunda, que era pésimo bailando, ni siquiera sentía sus piernas. La tercera, que era fácil de distraer, solo le hacía falta una sonrisa amigable y un par de ojos coquetos para tirar su laptop, su tesis y su brillante futuro por la borda y, por último, pero no menos importante, había aprendido que necesitaba saber con urgencia el nombre de aquella hermosa criatura que lo había convencido de unírsele en una danza tan provocativa.
—Un fuerte aplauso, por favor, para nuestros valientes voluntarios, lo hicieron muy bien —interrumpió el joven animador invitando a los participantes a que volvieran a sus asuntos—. Bueno, espero que se hayan divertido, recuerden que pueden aprender este y muchos otros bailes más en McGonagall's Studio. Nos encontramos frente a la estación Earl's Court, no se perderán. Esperamos contar con su apoyo.
—Gracias por bailar conmigo, señor —dijo la joven al entregarle su maletín junto con un folleto de su academia de baile—. Esperamos contar con su apoyo.
No le dio tiempo de responderle, ella ya se había dado la vuelta y alejado para hablar con otros asistentes. El espectáculo había concluido, el tiempo volvió a la normalidad y las personas volvieron a sus asuntos, mezclándose dentro de la estación cual abejas dentro de un panal. Una mano sujetaba con fuerza el asa del maletín de cuero y la otra, el colorido folleto de la academia de baile de la profesora McGonagall. ¿Acaso ella era una estudiante o una instructora dentro de dicho lugar?
Su teléfono empezó a sonar dentro de su bolsillo por lo que se apresuró a contestar tratando de recordar que era lo que estaba haciendo antes del baile… ¡El tren! ¡la exposición! ¡Pitágoras y Galileo! Ya estaba jodido, era muy tarde, podía dar por perdida esa presentación. Tomó la llamada y con algo de recelo, acercó al aparato a su oído.
—¡¿Dónde demonios estás?! —John, su asesor académico, se escuchaba irritado, se atrevería a decir que hasta molesto— Cooper está hablando con el Sr. Fields, está tratando de convencerlo para que se quede, pero dice que tiene que tomar un avión y es una falta de respeto que lo…
—Sí, lo siento —se disculpó, aunque sus palabras no parecían apaciguar al exasperado académico—. Mira, tuve un percance.
¿Acaso la palabra "percance" era mágica? Porque en cuanto salió de sus labios, su interlocutor cambió el tono de su voz—¿Todo bien?
—Sí, te explico luego —le iba a crecer la nariz aún más por tales mentiras, pero no podía decir la verdad y explicar que se distrajo bailando tango con una desconocida en el metro porque primero, era difícil de creer y segundo, no sería una excusa válida—. ¿Crees que aún puedan esperar?
—Veré que puedo hacer. ¡Corre!
Subió al tren y se sentó en el primer asiento libre que vio. Miró la pantalla de su teléfono para verificar la hora una vez más. Ya no tenía ni caso ir, pero aún así, él estaba en el tren dispuesto a llegar al museo para ser regañado o ignorado. Tomó el folleto colorido una vez más y lo examinó a detalle. En la parte trasera había una foto del staff de la academia, un pequeño grupo no mayor de diez profesores. Entre ellos estaba la bailarina castaña, sonriente y con su porte de cisne.
Una loca idea pasó por su mente: Tomar clases de baile. Obviamente la descartó, que tontería, él ni siquiera bailaba y no tenía interés en aprender. Tenía mejores cosas en las que invertir su tiempo como en buscar otra institución a la cual postular o mejorar su currículo para pedir otro puesto y sería exactamente eso lo que haría durante los siguientes casi 3 años, los siguientes eternos y aburridos casi 3 años…
HOLITA, MIS QUERIDOS LECTORES, SEAN BIENVENIDOS Y GRACIAS POR LEER MI NUEVO PROYECTO :3
ESPERO QUE LES VAYA A GUSTAR, LO LLEVO PLANEANDO INCLUSO ANTES DE LA CUARENTENA, PERO NO ME HABÍA ANIMADO A ESCRIBIRLO POR COMPLETO. HE INVESTIGADO MUCHO PARA ESTO —NUNCA PENSÉ EN TEORÍA APRENDER A BAILAR POR CULPA DE UN FIC— Y ME ESTOY INSPIRANDO EN UNA PELICULA "SHALL WE DANCE?" DEL 2004 —SI NO LA HAN VISTO, VÉANLA, ES MI RECOMENDACIÓN PERSONAL, LA ADORO—. Y SÍ, YA SÉ QUE LE QUITE TODA LA "MAGIA" A UNA SAGA SOBRE MAGOS, PERO QUÉ MÁS DA, ES UN FANFIC.
POR CIERTO, ANTES QUE LO OLVIDE, LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN, SON DE ROWLING, PERO ESTA HISTORIA SÍ ES MÍA. Y TAMBIÉN QUIERO AGRADECER A ELI QUIEN ME APOYÓ Y AYUDÓ CON LA SINOPSIS Y A TODAS LAS AMIGAS QUE ME HAN APOYADO DURANTE EL PROCESO.
VEREMOS COMO SALE ESTO, ASÍ QUE, SI DESEAN, POR FAVOR DÉJENME UN REVIEW PARA LEVANTARME LA AUTOESTIMA XD O TAMBIÉN DENLE AL FOLLOW PARA QUE SEPAN CUANDO SUBA EL SIGUIENTE CAPÍTULO, LO CUAL DEBERÍA SER PRONTO, DESPUÉS DE TODO, NO IRÉ A NINGÚN LADO POR CULPA DE ESTE ENCIERRO.
NOS LEEMOS, BESITOS, BESITOS, BYE-BYE.
