La ruleta se giro nuevamente y esta vez la afortunada fue Perséfone, quien comenzó a leer inmediatamente el siguiente capitulo.
Capitulo 2
Todavía sin coche propio, Helena tuvo que ir a la escuela en bicicleta a la mañana siguiente.
Oh!.- se quejó la sala.
A las ocho menos cuarto solía hacer una temperatura agradable, aunque a veces, si soplaba la brisa marina, podía incluso refrescar. Pero en cuanto se despertó, pudo sentir el aire caliente y húmedo sobre su cuerpo, como si de un abrigo de pieles se tratara. En mitad de la noche se había destapado, empujando las sábanas con los pies hasta el suelo, se había quitado la camiseta con cierta dificultad, se había bebido el vaso de agua de un sorbo y aun así se levantó exhausta por el bochorno. Aquel clima era muy poco habitual. Helena no quería levantarse e ir a la escuela, bajo ningún concepto.
-¡¿ A quién le gusta eso? Más a esa hora.- exclamó Leo
Pedaleó con lentitud en un intento de evitar pasar el resto del día oliendo a sudor. Lo cierto era que, en general, no acostumbraba a sudar mucho, pero se había despertado con tal letargo aquella mañana que no lograba recordar si se había echado desodorante. Agitó los codos, como si fuera una gallina, para comprobar su olor sin dejar de dar pedaladas y se sintió aliviada al percibir un perfume afrutado. El aroma era apenas perceptible, lo cual significaba que era de ayer; lo único que necesitaba era que no se evaporara hasta la hora de entreno de atletismo, justo después de las clases, lo cual sería un milagro, pero qué más podía hacer.
-Cariño debes prestarle mas atención a tu imagen personal.- rezongó Afrodita, mientras Helena quería esconderse. No se había imagino que todos sus pensamientos iban a estar expuestos de esa manera y ahora le preocupaba lo que podía llegar a revelarse sobre ella y Lucas.
Mientras avanzaba por la calle Surfside, notó que los cabellos más cortos se le escurrían de la goma de pelo por el viento y se le enganchaban en las mejillas y en la frente. A decir verdad, el camino de su casa al instituto no era muy largo, pero con aquella humedad su cabello, peinado con máximo esmero para el primer día de clase, se había alborotado por completo; cuando al fin aparcó la bicicleta en el armazón, ya era un absoluto desastre. Tenía la costumbre de ponerle el candado únicamente en la estación más turística, puesto que era más que evidente que nadie de la escuela se dignaría robarla. Además, el candado era malísimo y cualquiera podría abrirlo.
-¡Por qué no concias a ningún hijo de Hermes en ese momento?!.- exclamo Katie.- Debes mantener todo bajo llave y aun así consiguen hacerse con el botín.
-Es cierto, en el campamento ya no saben que más hacer en la tienda para que no se roben mas cosas.- exclamó Quirón.- Y ni hablemos del contrabandeo, llevo siglos y aun así no logro darme cuenta como lo hacen.
-Y jamás revelaremos nuestro secretos.- dijeron los hermanos Stoll haciendo gestos de que estaban con la boca cerrada.
Se quitó todas las horquillas y gomas de pelo e intentó desenredarse el cabello peinándolo con los dedos. Al final, se lo ató con una sencilla y aburrida coleta. Soltó un suspiro de resignación y se colgó la mochila con los libros de un hombro y la bolsa de deporte del otro. Agachó ligeramente la cabeza y se dirigió hacia la entrada del instituto caminando con los hombros caídos.
Llegó justo un segundo antes que Lindsey Clifford, así que tuvo que sujetarle la puerta abierta.
—Gracias, bicho raro. ¿Intentarás no arrancar la puerta de sus bisagras? —se burló la chica con aires de superioridad al pasar junto a ella.
-No me digas que tu también lo has hecho?.- le pregunto Clarisse a Helena, quien asintió avergonzada.- Cuando era niña y tuve una mis tantas rabietas lo hice sin querer.
-Digno de mi hija, una fuerza increíblemente digna.- comentó hablando por primera vez desde su vuelta Ares, aunque lo hizo en un tono muy bajo, casi con miedo.
Helena se quedó como una estúpida en las escaleras, manteniendo la puerta abierta mientras otros estudiantes pasaban ante ella sin tan solo dirigirle la palabra. Nantucket era una isla pequeña, de modo que todos conocían cada detalle de la vida de los demás; a veces, sin embargo, deseaba con todas sus fuerzas que Lindsey supiera menos cosas sobre ella. Habían sido grandes amigas hasta quinto de primaria, cuando cierto día, mientras Lindsey, Helena y Claire estaban jugando al escondite en casa de la primera, Helena arrancó la puerta del baño accidentalmente.
Había intentado pedirle perdón, pero al día siguiente empezó a mirarla de forma extraña y a llamarla «bicho raro».
-Tristemente es algo que tenemos en común.- afirmó Hazel.- Todos hemos pasados por esos momentos en nuestras vidas, hasta que luego encontramos nuestro lugar
Varios presentes en la sala asintieron con la cabeza recordando sus pasados.
Desde entonces, le daba la sensación de que Lindsey invertía todos sus esfuerzos en amargarle la vida. Tampoco ayudaba mucho que ahora se juntara con los chicos más populares del instituto, mientras Helena se refugiaba entre los cerebritos de la clase.
Ansiaba contestarle con desprecio, espetarle algo ingenioso, tal y como Claire haría, pero no conseguía que las palabras salieran de su garganta. Así pues, se limitó a deslizar la cuña para mantener la puerta abierta para el resto de los alumnos. Oficialmente, había empezado un año más de pasar desapercibida entre la multitud.
-Ojala pudiera hacer eso alguna vez.- se lastimó Percy.
El tutor de Helena era el señor Hergeshimer, jefe del Departamento de Inglés, y a decir verdad tenía un estilo un tanto loco para un tipo que rondaba los cincuenta años. Lucía pañuelos de seda cuando hacía calor, bufandas de cachemir de colores chillones y horteras en invierno, y conducía un descapotable Alpha Romeo de estilo vintage. Era millonario y no necesitaba trabajar, pero, aun así, ejercía como profesor. Según él, lo hacía porque no quería estar obligado a tratar con paganos analfabetos
allá por donde fuera. O eso decía, quién sabe. Sin embargo, Helena creía que lo que sucedía era que le encantaba su trabajo. Muchos alumnos le detestaban y argumentaban que era un aspirante a esnob británico, un quiero y no puedo, pero Helena creía que era el mejor profesor que jamás había tenido.
-Tristemente suele ocurrirle a los mejores docentes.- aclaro Atenea apenada, pensando en varios humanos que había conocido a lo largo de su vida
—Señorita Hamilton —saludó con una sonrisa al ver entrar a Helena al mismo tiempo que sonaba el timbre del instituto—. Tan puntual como siempre. No me cabe la menor duda de que se sentará junto a su cohorte, pero antes déjeme advertirle de que si observo cualquier demostración del talento por el cual se ha ganado el sobrenombre de Risitas las separaré de inmediato.
—De eso ni se preocupe, Hergie —contestó Claire con desparpajo.
Helena se deslizó hacia el pupitre y vio que Hergie ponía los ojos en blanco ante la falta de respeto afable de su amiga, aunque parecía contento.
—Resulta gratificante saber que al menos una de mis alumnas sabe que «sobrenombre» es sinónimo de «apodo», sin tener en cuenta la impertinencia de su contestación. Bien, alumnos, otra advertencia. Como este año se preparan para el SAT, la prueba de aptitud para los alumnos que dentro de dos años irían a la universidad, espero que todos traigan la definición de una nueva e interesante palabra cada mañana.
Todos los alumnos se quejaron. Tan solo el señor Hergeshimer podría ser lo bastante sádico como para mandarles deberes para la clase de tutoría. Iba en contra del orden natural.
Varios de los miembros de la sala se quejarón con Uff, mientras Atenea rodaba sus ojos en blanco.
—¿Podría ser la palabra «impertinencia» la que aprendamos para mañana? —preguntó Zach Brant con cierta ansiedad.
-Insolente.-chillo Claire, indignada al recordarlo.- Lamebotas
Zach siempre se mostraba ansioso por alguna cosa, incluso cuando estaba en la guardería. Junto a él se sentaba Matt Millis, que miró de reojo a Zach y sacudió la cabeza como diciendo:
«Yo en tu lugar no lo intentaría».
Matt, Zach y Claire eran los alumnos más avanzados del aula y asistían a clases especiales. Habían sido amigos desde la infancia, pero a medida que fueron creciendo se dieron cuenta de que solo uno de ellos podría obtener el título de El Mejor de la Promoción y entrar en Harvard. Helena prefirió
mantenerse alejada de esa competición porque Zach no le daba buena espina.
Desde que a su padre lo nombraron entrenador del equipo de fútbol y empezó a presionarlo para ser el número uno tanto en la cancha como en el aula, se había convertido en alguien tan competitivo que Helena apenas soportaba estar cerca de él.
Una parte de ella sentía lástima por Zach. Le habría compadecido aún más si él no se comportara de un modo tan hostil hacia ella. El chico parecía que tenía que serlo todo: presidente de tal club, capitán del equipo y el tipo que conocía todos los rumores que circulaban por el instituto. Sin embargo, tampoco parecía disfrutarlo. Claire estaba convencida de que Zach estaba enamorado en secreto de Helena, pero ella jamás lo creyó; de hecho, en ciertas ocasiones sentía que la menospreciaba, y eso le molestaba.
-Y aún sigo creyéndolo.- insistió la aludida.
De pequeños, Zach solía compartir sus galletas de animales durante el recreo con Helena y ahora buscaba cualquier oportunidad para emprender una discusión con ella.
¿Cuándo empezaron a complicarse tanto las cosas? ¿Y por qué no podían ser simplemente amigos, como lo habían sido en primaria?
—Señor Brant —articuló el señor Hergeshimer—, usted puede utilizar «impertinente» como palabra si lo desea, pero de alguien con sus facultades mentales esperaría algo más. ¿Qué le parece escribir una redacción sobre un ejemplo de impertinencia en la literatura inglesa? —preguntó. Después asintió y añadió—: Sí, cinco páginas sobre cómo Salinger utiliza la impertinencia en su controvertida obra El guardián entre el centeno. Para el lunes, por favor.
-Toma yaaaa.- se celebro Piper y otros más de los presentes.
Aunque la diosa de la sabiduría se sentía super feliz de la capacidad de este hombre de dar tareas muy enriquecedoras.
Zach aceptó la tarea en silencio y con las palmas sudorosas.
La capacidad de Hergie para mandar lecturas adicionales a los estudiantes más competentes era legendaria y, por lo visto, estaba decidido a castigar ejemplarmente a Zach el primer día de clase. Helena agradeció a su angelito de la guarda no haber sido ella la escogida.
Sin embargo, la alegría duró muy poco. Después de que el señor Hergeshimer entregara los horarios, llamó a Helena para que se acercara a su escritorio. Comentó al resto que podían charlar libremente y, de inmediato, todos se lanzaron a cuchichear sobre el primer día de clase. Hergie colocó una silla para Helena junto a la suya para evitar hablar con
el escritorio en medio de ambos. Al parecer, no quería que ningún alumno escuchara su conversación, lo cual la calmó momentáneamente.
—He visto que ha decidido no matricularse en ninguna clase avanzada este año —anunció mirándola por encima de sus gafas de lectura.
-Claramente podías cielo por lo que estoy viendo.- exclamó Atenea en modo maternal.- No le escapes a tus capacidades.
-Estoy totalmente de acuerdo.- dijeron al unísono Lucas y Claire, que luego chocaron los cinco.
—Pensé que no podría con todo el trabajo extra —farfulló mientras colocaba las manos bajo los muslos para disimular cómo le temblaban.
—Creo que usted es perfectamente capaz de hacer mucho más de lo que está dispuesta a admitir —prosiguió Hergie frunciendo el ceño—. Sé que no es una holgazana, Helena. También soy consciente de que es una de las estudiantes más brillantes de su clase. ¿Qué le impide aprovecharse de todo lo que nuestro sistema educativo pone a su disposición?
-La maldición de mi madre por supuesto..-rezongó Helena, mientras se soplaba un mechón de pelo que le caía sobre la cara. Lo cual dejo a varios de los presentes intrigados.
-La maldición de tu madre?.- dijo Annabeth.
-Ya te enteraras, seguramente salga después en el libro. Es complicado de explicar, pero mi madre es… como decirlo… la madre del año en ciertos sentidos..- respondió con cierto sarcasmo.
—Tengo que trabajar —respondió indecisa mientras se encogía de hombros—. Necesito ahorrar dinero para ir a la universidad.
—Si asistiera a las clases avanzadas y se aplicara para el SAT, tendría más oportunidades de conseguir suficiente dinero para la universidad gracias a una beca que trabajando a cambio de un sueldo ridículo en la tienda de su padre.
—Mi padre me necesita. No somos ricos, como el resto de la población de la isla, así que tenemos que ayudarnos mutuamente —contestó un tanto a la defensiva.
—Y eso merece toda mi admiración —admitió Hergie con tono serio—, pero usted está a punto de acabar el instituto y es momento de pensar en su propio futuro.
—Lo sé —admitió Helena asintiendo con la cabeza. El rostro arrugado por la expresión preocupada de su profesor le demostraba que hablaba en serio, que intentaba ayudarla—. Creo que podré conseguir una buena beca gracias al atletismo. Lo cierto es que soy más rápida que el año pasado. De verdad.
El señor Hergeshimer contempló el semblante serio de su alumna, rogándole que dejara el tema y, al final, se dio por vencido.
—De acuerdo. Pero si siente que necesita más retos académicos, sepa que es más que bienvenida a unirse a mi clase avanzada de inglés en cualquier momento del semestre.
-Claramente lleva la docencia en su sangre.- afirmo feliz Atenea de por fin ver un docente más que sus cabales y digno.
—Gracias, señor Hergeshimer. Si al final decido asistir a las clases avanzadas, se lo comunicaré de inmediato —contestó ella, agradecida de que su tutor dejara el tema en paz.
De repente, mientras se dirigía hacia su pupitre se le ocurrió que debía mantener a Hergie y a su padre alejados entre ellos a toda costa. No quería que se pusieran a comparar notas hasta decidir que necesitaba asistir a clases especiales para competir por una mención especial. Solo de pensarlo le dolía el estómago. ¿Por qué no podían dejarla en paz y ya está? En secreto, siempre se había sentido distinta a los demás, pero estaba convencida de que se las había apañado bastante bien para disimularlo toda su vida. Al parecer, sin darse apenas cuenta, había dejado entrever ciertas pistas que evidenciaban el bicho raro que habitaba en su interior. Mantenía la cabeza agachada en todo momento, pero ahora comenzaba a preguntarse cómo podría seguir haciéndolo si seguía creciendo cada maldito día.
-No podemos esconder nuestra naturaleza de vastagos.- explicó Casandra a los presentes.- Es demasiado difícil, llamamos demasiado la atención.
—¿Qué ocurre? —preguntó Claire en cuanto Helena se acomodó en la silla.
—Solo era otra charla de motivación de Hergie. Opina que no me esfuerzo mucho en las clases —respondió Helena del modo más jovial que pudo.
—Y no te esfuerzas. De hecho, nunca haces los deberes —protestó Zach más ofendido de lo que debería.
—Cierra el pico, Zach —espetó Claire cruzando los brazos de manera agresiva. Después, se giró hacia Helena y, con un tono de disculpa, agregó—: Aunque tiene razón, Lennie. Nunca haces los deberes.
—Sí, sí. Cerrad el pico los dos —dijo entre risas para zanjar el tema.
El timbre sonó y Helena recogió sus cosas. Matt Millis le dedicó una sonrisa, pero enseguida se apresuró a salir de clase.
Con una sensación de culpabilidad, Helena se percató de que aún no le había saludado. No había sido su intención ignorarle y mucho menos el primer día de clase.
Según Claire, todo el mundo sabía que Matt y Helena supuestamente estaban juntos. Matt era inteligente, atractivo y capitán del equipo de golf, aunque a veces se comportaba como un cretino. Además, Helena era considerada una paria desde que Lindsey empezó a difundir rumores sobre
ella, así que debía tomarse como un cumplido que todos pensaran que era lo bastante buena para alguien como Matt.
Algo de celos comenzó a revolverse en el corazón de Ariadna, quien ya estaba muy compungida por tener que revivir toda la situación nuevamente, especialmente… no sabía cómo iba a soportar escuchar y recordar de nuevo sobre Matt.
Desafortunadamente, nunca sintió algo especial por él. Ni un mínimo hormigueo en el estómago. La única vez que habían estado solos fue en una fiesta, cuando algunos compañeros los encerraron en un armario para que se besaran y el resultado fue catastrófico. A Helena le dio la sensación de estar besando a su hermano y Matt se sintió rechazado. Después de aquel episodio, él se había mostrado dulce y comprensivo, y siempre bromeaba sobre el tema para quitarle hierro al asunto. Sin embargo, se creó una extraña tensión entre ellos desde entonces.
Tal vez no fue tan buena idea hacer eso.- confensó Claire.
Helena esperaba que Ariadna no se ofendiera ni nada, ya se imaginaba lo difícil que debía ser revivir todo esto para ella.
Helena le echaba muchísimo de menos, pero temía que si se lo decía, él pudiera tomárselo del modo equivocado. «Parece que todo lo que hago últimamente me sale mal», pensó.
Durante el resto de la mañana, estuvo deambulando de aula en aula de forma automática. No conseguía concentrarse en nada; cada vez que intentaba centrarse, lo único que lograba era irritarse.
Había algo que no cuadraba. Todo el mundo la incordiaba, empezando por sus profesores preferidos y acabando por sus pocos amigos, a los que, por cierto, debería haberse alegrado de ver.
Además, cada dos por tres sentía que estaba en el interior de un avión a miles de metros de altura; se le tapaban los oídos, de forma que todos los sonidos se amortiguaban, y sentía que en cualquier momento la cabeza le iba a estallar. Entonces, con la misma repentina rapidez con la que había empezado, ese malestar se desvanecía. Pero incluso entonces podía notar una presión, una especie de energía eléctrica, como si estuviera a punto de descargarse una tormenta, pero el cielo estaba azul y despejado.
-Seguramente era porque alguno de nosotros andaba cerca.- dijo pensativo Jason.
A mediodía la situación empeoró. Desgarró a toda prisa el envoltorio de su bocadillo porque estaba convencida de que el dolor de cabeza se debía a un nivel bajo de azúcar, pero estaba equivocada. Jerry le había preparado su bocadillo favorito, pavo ahumado, manzana verde y queso brie en pan de baguete; sin embargo, en cuanto probó el primer bocado, lo escupió con disgusto.
—¿Tu padre te ha preparado otra birria asquerosa? —preguntó Claire.
Cuando Jerry se asoció con Kate se animó y empezó a experimentar con almuerzos creativos. El desastroso bocadillo de extracto de levadura y
pepino de primer año de instituto se había convertido en una leyenda en su mesa.
-Suena a algo quen hubiera salido de la cocina de la cabaña Demeter.- afirmaron los Stoll.
Katie indignada les dio un sopapo a cada uno, afirmando que bien hecho sería un excelente alimento.
—No, es el número tres de siempre. Simplemente no puedo comer —admitió Helena envolviéndolo otra vez.
Con cierto regocijo, Claire lo recogió y se lo zampó.
—Mmm, está buenísimo —farfulló con la boca llena—. ¿Qué te pasa?
—Es solo que no me encuentro bien —contestó Helena.
Claire dejó de masticar y miró a su amiga con preocupación.
—No estoy enferma. Así que puedes tragártelo —le aseguró.
Entonces vio a Matt acercándose y le saludó con un alegre «¡Hola!» en un intento de enmendar el no haberle dirigido la palabra en toda la mañana.
Él estaba inmerso en una conversación con Lindsey y Zach y no respondió, pero aun así se acomodó, como de costumbre, en la mesa de los pazguatos. De hecho, tanto Lindsey como Zach estaban tan absortos en lo que comentaban que ni siquiera se dieron cuenta de que estaban merodeando por el territorio de los marginados.
—Oí que eran estrellas de cine en Europa —explicaba Zach.
—¿Dónde lo has oído? —preguntó Matt con incredulidad—. Es absurdo.
—También me han llegado noticias de otras dos personas que aseguran que Ariadna era modelo. Y tenemos que admitir que es muy guapa —contestó Zach apasionadamente; odiaba no estar en lo cierto, aunque solo era un vulgar chismorreo.
Ariadna dio vuelta los ojos en blanco al oir semejante disparate.
—Por favor. Está como una foca como para ser modelo —dijo entre dientes Lindsey, implacable. Tragó saliva y añadió—: Por supuesto, estoy de acuerdo en que es guapa, si te gusta el estilo exótico y voluptuoso. Pero no le llega ni a la suela de los zapatos a su hermano gemelo, Jasón. ¡Por no mencionar a su primo! Lucas es de otro mundo, no cabe una explicación diferente —finalizó con efusividad.
Los chicos se lanzaron una mirada cómplice, acordando, en silencio, que estaban en desventaja y que lo más sensato era dejar pasar el tema.
—Jasón es incluso demasiado guapo —resolvió con solemnidad Claire después de unos instantes de reflexión—. Lucas, sin embargo, está cañón. De hecho, es posible que sea el chico más atractivo que jamás he visto. Y Ariadna es un bombón, Lindsey. Lo que pasa es que tienes envidia.
Claire se torno roja como un tomate y trato de huir de Jason que la envolvió en un abrazo al escuchar ese comentario.
Lindsey se enfurruñó y posó el puño sobre la cadera.
—Como si tú no la tuvieras —fue lo único que respondió.
—Por supuesto que sí. Estoy casi tan celosa de ella como de Lennie.
Helena advirtió que Claire se giraba para ver su reacción, pero la joven tenía los codos apoyados sobre la mesa y se masajeaba las sienes.
—¿Lennie? —llamó Matt tras acomodarse junto a ella—. ¿Te duele la cabeza?
El chico alargó el brazo para rozarle el hombro, pero Helena se puso en pie de repente, murmuró una excusa y se apresuró a salir del comedor.
Cuando al fin llegó al baño de chicas, ya se sentía mucho mejor, pero igualmente se mojó el rostro con agua fría por si acaso. En ese instante se acordó de que se había aplicado máscara de pestañas por la mañana en un intento de arreglarse.
Cuando se miró en el espejo parecía un mapache y no pudo evitar explotar a reír. Sin duda, este era el peor primer día de escuela de toda su vida.
-Mi amor, regla número uno.- dijo Afrodita.- La máscara debe ser aprueba de agua. Tal vez pueda regalarte alguna de mi propia marca personal. Es todo un éxito sabes.- la diosa del amor hizo aparecer un poster promocional de su línea de belleza.
Helena trato de evitar la presentación y oferta de la diosa lo mejor que pudo.
Superó como pudo las últimas tres horas de clase. Cuando al fin sonó el último timbre, Helena se dirigió hacia el vestuario femenino para cambiarse de ropa y prepararse para el entreno. La entrenadora Tar parecía estar entusiasmada. Dio un lamentable discurso lleno de optimismo que avergonzó a todas las presentes; habló sobre las posibilidades de ganar carreras esta temporada y les repitió varias veces cuánto creía en ellas, como atletas y como jovencitas. Y entonces se dirigió a Helena.
—Hamilton, esta temporada competirás con el equipo masculino —dijo con rotundidad. Al resto les ordenó que se pusieran en marcha.
Helena permaneció sentada en el banquillo durante unos instantes, considerando sus opciones, mientras el resto del equipo desfilaba por la puerta. No quería montar un escándalo, pero aquella idea la mortificaba.
-Vamo Helena! Demuestra de que estamos hechas las mujeres!.- chillaron Piper y Clarisse.
De repente, los músculos de la parte inferior de su abdomen empezaron a contraerse.
—¡Ve a hablar con ella! No permitas que te toree —le aconsejó Claire antes de irse, mostrando así su indignación.
Algo confundida y asustada, Helena asintió con la cabeza y se puso en pie.
—¿Entrenadora Tar? ¿No podemos seguir como hasta ahora? —comentó. La mujer se detuvo y se giró para escucharla, pero no parecía estar muy contenta con la idea. Helena continuó—: Me refiero a que… ¿por qué no puedo entrenar con el resto de las chicas? Yo soy una chica —finalizó de modo poco convincente.
—Hemos decidido que debes empezar a esforzarte más —respondió la entrenadora Tar con tono serio. Siempre había tenido la sensación de no caerle demasiado bien a la entrenadora, pero ahora no tenía la menor duda.
—Pero no soy un chico. No es justo que me obliguen a correr por todo el país con ellos —intentó discutir Helena mientras se apretaba el vientre.
—¿Retortijones? —preguntó la entrenadora Tar con un ápice de compasión en su voz. La joven dijo que sí con la cabeza—. El entrenador Brant y yo nos hemos fijado en un detalle interesante sobre tus tiempos, Helena. Da igual con quién compitas ni lo rápidas o lentas que sean tus oponentes, siempre acabas segunda o tercera. ¿Cómo puede ser? ¿Tienes una respuesta para ello?
-Deja de ocultarte!.- grito Clarisse.- Tú puedes!
—No. No lo sé. Simplemente corro, ¿vale? Intento hacerlo lo mejor posible.
—No, no lo intentas —la interrumpió la entrenadora con brusquedad—. Y si quieres una beca, vas a tener que empezar a ganar carreras. He tenido una pequeña charla con el señor Hergeshimer…
Helena dejó escapar un quejido, pero la entrenadora Tar siguió impertérrita.
—Es una escuela pequeña, Hamilton, así que acostúmbrate.
El señor Hergeshimer me ha comentado que esperas obtener una beca de atletismo, pero si de veras la quieres, vas a tener que ganártela. Quizá competir con los chicos te enseñe a tomarte tu talento con seriedad.
-Auch!.-comentó Jason (d)
Helena temía esos los retortijones, así que empezó a tener un pequeño ataque de pánico y comenzó a balbucear.
—Lo haré, lo prometo, ganaré carreras, pero, por favor, no me aíslen de esta manera —suplicó. Articulaba las palabras a una velocidad increíble mientras aguantaba la respiración para contener el dolor.
La entrenadora Tar era estricta e inflexible, pero no era cruel.
—¿Estás bien? —preguntó un tanto angustiada mientras acariciaba la espalda de Helena—. Coloca la cabeza entre las rodillas.
—Estoy bien, son solo nervios —contestó apretando los dientes. Tras recuperar el aliento, añadió—: Si juro ganar más carreras, ¿podré correr con las chicas?
La entrenadora estudió la expresión de desesperación de Helena y asintió, un tanto conmocionada tras haber sido testigo del ataque de pánico. Dejó que fuera con el resto del equipo, pero le advirtió que esperaba victorias. Y no solo unas pocas.
Mientras corría por la pista, Helena no podía separar la mirada del suelo. Una beca académica sería genial, pero eso significaría competir con Claire en las notas y eso no entraba en absoluto en sus planes.
—¡Eh, Risitas! —la llamó adelantando a su amiga. A estas alturas, Claire ya estaba jadeando y sudando.
—¿Qué ha pasado? Dios mío, ¡qué calor! —exclamó casi sin aliento.
—Creo que todo el profesorado está intentando comprobar hasta dónde pueden tensar la cuerda.
-Es imposible de evitarlo.- explico Héctor.- Son los talentos de vástagos.
-Ojala yo tuviera esos talentos.-murmuro Percy, intrigado por las diferencia que había con sus partes del otro mundo.
—Bienvenida a mi vida —resolló Claire—. Los niños japoneses… japoneses… crecen así… Te acostumbrarás. —Tras unos momentos aún más fatigosos por intentar seguir el ritmo de Helena, Claire añadió—: ¿Podemos… ir más… despacio? No todos venimos del planeta Krypton.
Helena ajustó el paso a sabiendas de que podría tomar la delantera en los últimos metros de pista. Raras veces se esforzaba cuando corría en la pista, pero sabía, sin tan siquiera haberlo intentado, que podría acabar la primera sin problema alguno.
La idea le aterrorizaba, así que obró como siempre lo hacía cuando aquel asunto de su alarmante velocidad aparecía de repente: lo ignoró y continuó charlando con Claire.
Mientras las dos chicas avanzaban por Surfside y cruzaban los páramos hasta llegar al estanque de Miacomet, Claire no dejó de hablar sobre los chicos de la familia Delos. Le dijo a Helena, al menos tres veces, que Lucas le había sujetado la puerta al final de clase. Esa acción demostraba no solo que era todo un caballero, sino también que estaba enamorado de ella. Jasón, según decidió Claire, o bien era gay, o bien era un esnob, porque solo le había echado un vistazo y muy fugaz. Y no dejó de alabar su estilo a la hora de vestir, como si fuera europeo o algo.
Jason Delos no se esperaba esos comentarios y se tronchó de la risa frente a lo que novia pensaba de él ese momento.- Qué esperabas, veníamos de Europa.
Claire se sonrojo de vergüenza al escucharse en el pasado.
—Ha estado viviendo en España unos tres años, Claire. Podríamos decir que es europeo. Y, si no te importa, ¿podríamos dejar de hablar de ellos? Me está dando dolor de cabeza.
—¿Sabes que eres la única persona en todo el instituto que no muestra interés alguno por la familia Delos? ¿No te pica la curiosidad?
—¡No! Y, para ser sincera, me parece patético que todo el mundo se quede paralizado y con la boca abierta, ¡como si no fuéramos más que un puñado de pueblerinos! —gritó Helena.
Claire se detuvo en seco y miró a su amiga. No era muy típico de Helena ponerse a discutir en medio de la calle y menos todavía chillar de esa manera, pero, por lo visto, no podía parar.
—¡Estoy harta de oír hablar de la familia Delos! —continuó a pesar de haber visto la expresión de estupefacción de Claire—. Esta fijación que tenéis todos me pone enferma. ¡Espero no tener que encontrármelos, ni verlos, ni compartir el mismo espacio vital con ninguno de ellos!
-Auch! – dijeron los Delos, especialmente Lucas.
- Si no fuera por la maldición creería que nos odiabas un poco…- exclamó Jason ()
Reemprendió la carrera y dejó a su amiga plantada en mitad de la pista. Acabó primera, tal y como había prometido, pero lo hizo demasiado rápido; la entrenadora Tar la miró perpleja al comprobar el tiempo. Helena resopló y se fue a toda prisa hacia el vestuario. Recogió sus cosas y huyó como un rayo sin cambiarse ni despedirse de ninguna de sus compañeras.
De camino a casa, rompió a llorar. Dejó atrás las aceras limpias y pulcras de las casas de tejas grises con sus contraventanas blancas o negras e intentó calmarse. El cielo parecía aposentado sobre una tierra especialmente rasa, como si estuviera presionando los gabletes de los
antiguos balleneros e intentara aplanarlos después de varios siglos de desafío persistente.
Helena no podía imaginarse el motivo de su descomunal enfado y no lograba comprender cómo había sido capaz de abandonar a Claire de aquella forma. Necesitaba un poco de paz y tranquilidad.
-Se ve espantosa esa maldición de ustedes.-reconoció Will.- Menos mal que no nos ocurre eso a nosotros…aunque bueno…si quisimos matarnos con los romanos.
Por que son una escoria! Inserbibles.-chillo Octavio y Reyna tuvo que actuar antes de que empezara con alguno de sus discursos belicosos.
En Surfside, al parecer, un gigantesco todoterreno había intentado girar hacia una calle secundaria angosta y cubierta por una capa de arena, y al derrapar había dado una vuelta de campana.
Aunque los pasajeros no tenían un solo rasguño, el monstruo playero había bloqueado el tráfico por completo. Aún enojada, Helena sabía perfectamente que no podría inmiscuirse entre los turistas sin perder los nervios, así que decidió tomar el camino más largo para llegar a casa. Dio media vuelta y se dirigió hacia el centro del pueblo, pasando por la sala de cine, el transbordador y la biblioteca que, con su arquitectura al más puro estilo de templo griego, desentonaba sobremanera en aquel pueblecito, cuyo carácter arquitectónico pretendía ser una oda a la vieja arquitectura puritana.
-Oh no! Rápido, tapenle los oídos a Annabeth antes de que empiece a hablar sobre la arquitectura del lugar.- saltó Thalía mientras hacia gestos de taparle los oídos a su amiga.
Y quizá por esa razón a Helena le encantaba. El ateneo parecía un faro de luz cegadora justo en la mitad de una monotonía de colores verdosos, y lo cierto es que Helena se identificaba con ambas cosas. La mitad de la edificación se asemejaba al estilo de Nantucket de los pies a la cabeza, pero la otra mitad consistía en columnas de mármol y una gran escalinata, algo que encajaba poco con el lugar donde las habían puesto.
-Mmmmm.- quiso comentar Annabeth pero la mano de Nico rápidamente le tapó la boca antes que pudiera comentar algo.
Al pasar junto al ateneo en bicicleta, Helena alzó la vista y sonrió. Le consolaba saber que había algo que resaltaba más que ella.
Cuando llegó a casa, intentó serenarse y decidió darse una ducha de agua helada antes de telefonear a su mejor amiga para pedirle perdón por lo ocurrido. Claire no contestó a sus llamadas.
Le dejó un mensaje en el contestador culpando a las hormonas, al calor, al estrés y a todo aquello que se le ocurrió en esos momentos, aunque, en el fondo, sabía que nada de aquello era la verdadera razón por la que se había comportado como una auténtica chiflada. Había estado muy quisquillosa todo el día.
-No te preocupes.- dijo Claire.- Creo que fui de verdad muy pesada con el tema. Ojala hubiera sabido por lo que estabas pasando. Pero bueno ahora lo se.- y le dio un abrazo a su amiga.
El aire en el exterior se notaba pesado e inmóvil. Helena abrió todas las ventanas de su casa de dos plantas decorada al austero estilo Shaker, pero no corría ni una brizna de brisa.
¿Qué le estaba ocurriendo al tiempo? Que no soplara el viento en Nantucket era algo fuera de lo común, tan cerca del océano.
Se vistió con una camiseta de tirantes fina y un par de pantalones muy cortos. Puesto que era demasiado modesta para ir a cualquier sitio tan ligerita de ropa, decidió preparar la cena.
Aunque esta semana le tocaba a su padre pringar en la cocina y, técnicamente, era el responsable de hacer la compra durante unos días más, Helena creyó que necesitaba tener las manos ocupadas o empezaría a subirse por las paredes.
En general, la pasta era su capricho culinario más preciado y la lasaña era la reina de todas las pastas. Si hacía ella misma los tallarines estaría ocupada durante horas, precisamente lo que quería, así que sacó harina y huevos y se puso manos a la obra.
Cuando Jerry llegó a casa lo primero que percibió fue el delicioso aroma de la cena; después, se percató de que hacía un tremendo bochorno en el interior, lo cual era muy poco habitual.
Encontró a Helena sentada en la mesa de la cocina, con restos de harina en el rostro sudoroso y en los brazos, jugueteando con el colgante en forma de corazón del collar que su madre le había regalado cuando no era más que un bebé. Jerry miró a su alrededor tensando los hombros y abriendo los ojos de par en par.
—He hecho la cena —informó Helena con voz apagada.
—¿He hecho algo mal? —preguntó su padre con cautela.
-Me preguntaría lo mismo si fuera tu padre.-afirmo Demeter.
—Por supuesto que no. ¿No ves que te he preparado la cena? ¿Por qué me lo preguntas?
—Porque normalmente cuando una mujer se pasa horas cocinando una cena muy elaborada y se sienta a la mesa con una mirada de fastidio significa que algún chico ha hecho algo muy estúpido —explicó aún un poco asustado—. Ha habido otras mujeres en mi vida, ya lo sabes.
-Cariño de cocina no se, asi que no puedo opinar.- dijo Afrodita.- Pero sin dudas estoy de acuerdo con tu padre.
—¿Tienes hambre o no? —preguntó Helena, que sonrió, en un intento de deshacerse de su mal humor.
El hambre ganó esa batalla. Jerry cerró el pico y fue a lavarse las manos. Ella no había comido nada desde el desayuno, así que debería de estar muriéndose de hambre. Cuando probó el primer bocado se dio cuenta de que no sería capaz de comer más. Se esforzaba para escuchar a su padre mientras empujaba su comida favorita a los bordes del plato y Jerry se servía varias veces. Su padre se interesaba por el primer día de clase al mismo tiempo que, con todo el disimulo posible, intentaba ponerse más sal en la comida. Helena se lo impedía, como siempre hacía, pero no tenía energía suficiente para responder a todas sus preguntas con más de un monosílabo.
A eso de las nueve decidió acostarse, mientras su padre veía un partido de los Boston Red Sox en la televisión, pero no consiguió conciliar el sueño. A medianoche, justo cuando el partido acabó y su padre subió las escaleras, ella aún seguía despierta en la cama. Estaba agotada, pero cada vez que empezaba a adormilarse oía unos susurros.
Al principio pensó que eran reales y que alguien le estaba gastando una broma pesada, así que se encaramó al alféizar de la ventana y trepó hasta el techo para observar entre la oscuridad.
Todo estaba en calma, ni siquiera una brisa que agitara los rosales que rodeaban la casa. Se quedó allí sentada durante un rato, contemplando la marea negra que parecía el océano tras las luces del vecindario.
Hacía tiempo que no subía allí. Le embargó una sensación de romanticismo al pensar que las mujeres de épocas pasadas languidecían en estos miradores mientras escudriñaban los mástiles en busca del barco de su marido. Cuando era niña, solía inventarse que su madre estaría en una de esas embarcaciones, volviendo a casa después de que unos piratas, o el capitán Ahab o alguien igual de peligroso y legendario, la hubieran mantenido prisionera. Se había pasado horas y horas en esa terraza, explorando el horizonte en busca de un barco que jamás navegaría hacia el muelle de Nantucket.
Helena se removió incómodamente en el suelo de madera y entonces recordó que aún tenía su pequeño alijo allí arriba. Durante años, su padre se empeñó en convencerla de que un día u otro se caería de allí y se partiría el cuello, así que le prohibió subir al mirador sola. Por muchas
veces que la castigara, siempre se escapaba a hurtadillas hasta allí arriba para comer barritas de muesli mientras soñaba despierta. Tras unos meses de continuos castigos por la atípica desobediencia de su hija, Jerry finalmente se rindió y le dio permiso para que trepara hasta allí siempre y cuando no se apoyara en la barandilla. Al final, incluso le construyó un baúl impermeable para que pudiera guardar cosas.
Abrió el baúl y extrajo un saco de dormir que solía esconder en su interior y lo extendió sobre las tablas de madera del mirador. Helena distinguió unos barcos navegando a lo lejos, a los que, técnicamente, no debería ser capaz de oír ni ver a tal distancia, pero que sin duda veía y oía. Cerró los ojos y se entregó al placer de escuchar el zarandeo de las velas y el crujir de las tablas de madera de teca de una diminuta embarcación que seguía el ritmo apacible del oleaje nocturno. Completamente sola y sin que nadie pudiera verla, Helena se dejó llevar por unos momentos. Cuando empezó a cabecear, decidió bajar a su habitación a intentar, por fin, sumirse en un profundo sueño.
Que bello!.-exclamo Piper ensoñada en el paisaje descrito por la Helena del libro.
Ojala pudiéramos tener una visión y odios tan mejorados.-reflexionó Annabeth.- Nuestros reflejos, resistencia y sentidos están mejorados pero no a ese nivel..-dijo comparando las diferencias entre ambos semidioses.
Estaba caminando sobre un terreno rocoso y accidentado. El sol que bañaba aquel paisaje era tan abrasador que el aire seco avanzaba serpenteando y se movía en rachas, como si partes del cielo estuvieran fundiéndose. Las piedras y rocas eran de un color amarillo pálido además de muy afiladas; por todas partes se podían distinguir diminutos arbustos que no crecían ni un palmo del suelo y estaban recubiertos de espinas.
Un único árbol con el tronco retorcido se asomaba por una cuesta.
Helena estaba sola. Un segundo más tarde estaba acompañada. Bajo las raquíticas ramas aparecieron tres siluetas. Eran tan esbeltas y diminutas que, en un principio, las confundió con tres niñas pequeñas. Pero entonces observó que sus antebrazos, demacrados y arrugados, colgaban de unos huesos como cuerdas; en ese momento Helena se dio cuenta de que eran tres mujeres muy ancianas. Las tres tenían la cabeza inclinada, y su cabello, negro azabache y muy largo, les cubría el rostro por completo.
-Esas son sus Moiras?!.-murmuró Nico pensativo pero los vastagos no le dieron respuestas.-… las furias?!
Ya lo descubrirás.- le contesto misterioso Orion
Lucían vestidos blancos desgarrados y estaban cubiertas por una capa de polvo blanquecino de la cabeza a los pies. De rodillas hacia abajo su piel estaba manchada de barro y mugre, y tenían los pies embadurnados de sangre seca por andar descalzas en este páramo inhóspito y baldío.
A Helena la invadió un miedo transparente y brillante.
Retrocedió, alejándose de ellas de forma compulsiva, cortándose las plantas de los pies y arañándose las piernas con las espinas de los arbustos. Las tres abominaciones dieron un paso hacia delante y empezaron a zarandear los hombros mientras sollozaban en silencio. Gotas de sangre se derramaban de sus cabelleras y recorrían sus vestidos. Susurraban nombres mientras lloraban lágrimas sangrientas.
-Que horror!.- dijo indignada Rachel
-Al parecer compartimos las pesadillas.- reflexionó Chris, a quien la pesadilla le hizo recordar su tiempo en el laberinto.
Helena se despertó con una bofetada. Sentía la mejilla adormecida además de un pitido intenso en el oído izquierdo. Tenía la cara de su padre a pocos centímetros de la suya y, sin duda, reflejaba una preocupación absoluta que enseguida comenzó a mostrar signos de culpabilidad. Jamás le había puesto la mano encima. Jerry tuvo que tomar aliento varias veces antes de hablar.
El reloj junto a la cama marcaba las 3:16 de la madrugada.
—Estabas gritando. Tuve que despertarte —tartamudeó.
Helena tragó saliva para intentar humedecer la lengua, que súbitamente se le había hinchado, y la garganta, lo cual le produjo un dolor tremendo.
—Está bien. Solo era una pesadilla —murmuró mientras se incorporaba.
Tenía las mejillas húmedas, aunque no sabía si por el sudor o por las lágrimas. Helena se secó los pómulos y esbozó una sonrisa para tratar de tranquilizar a su padre, pero no funcionó.
—¡Qué demonios, Helena! Eso no era normal —confesó con un tono de voz agudo—. Estabas diciendo cosas, cosas realmente espantosas.
—¿Como qué? —dijo con voz ronca. Tenía mucha sed.
—La mayoría eran nombres, listas de nombres. Y luego empezaste a repetir «sangre por sangre» y «asesinatos». ¿Qué narices estabas soñando?
Helena recordó a aquellas tres mujeres, «tres hermanas», pensó, y supo que no podía decirle ni una palabra de eso a su padre. Se encogió de hombros y mintió. Se las apañó para convencer a Jerry que tener pesadillas sobre asesinatos era algo normal y le prometió que jamás volvería a ver películas de miedo sola. Al final consiguió que se fuera a la cama sin rechistar.
-Tu padre no sabe sobre que eras una semidosa?.- preguntó de repente Percy al darse cuenta que tal vez Helena no tenía la suerte que tuvo él con su madre que sabía de su mundo.
-No en su momento, preferí no decirle nada, iba a ser demasiado complicado, no sabía cómo explicárselo y temía causarle más problemas.
Varios presentes entristecieron frente a esto, algunos entendiendo la situación y los sentimientos conflictuados de la hija de la casta de Atreo.
El vaso de agua que había dejado sobre la mesita de noche estaba vacío y tenía la boca completamente seca. Balanceó las piernas y decidió ir al baño a llenar el vaso. En cuanto rozó los pies con el suelo de madera, dejó escapar un grito ahogado.
Encendió la lámpara para echar un vistazo a sus pies, aunque ya sabía el panorama que iba a encontrarse.
Las plantas de los pies mostraban cortes profundos y estaban manchadas de barro; además, tenía las espinillas arañadas por lo que parecían espinas.
-QUEEEEE?!.-chillo la sala entera en confusión .
