CAPÍTULO 39

Narcissa Malfoy soltó un largo suspiro mientras veía pasar las enormes nubes grises por el cielo. Desde la seguridad de las alturas, la metrópolis británica se veía pacífica e impoluta, un punto de vista diametralmente opuesto al que, por lo general, se experimentaba cuando se encontraba al nivel del suelo. El sol de la tarde acariciaba su rostro y los murmullos ininteligibles de la cocina eran opacados por el lejano ruido del tráfico. Ya eran poco más de las cinco y su estómago quemaba a un punto en el que ya era insoportable. Sin embargo, su orgullo podía más —siempre podía más—, por lo que se mantuvo sentada en el piso, inmóvil en la misma postura que mantenía desde hace media hora.

Atrás, Severus Snape seguía recostado sobre su asiento mientras esperaba que el camarero trajera la comida que había ordenado hacía ya unos 20 minutos o menos.

Narcissa no necesitaba girarse para saber que él la estaba observando. Sentía su fuerte mirada sobre ella. Lo encontraba exasperante. Odiaba que la gente se le quedara mirando como si fuese una especie de atracción de feria, una rareza única en su clase. Solían hacerlo cuando era una niña y caminaba de la mano de su madre en medio de los paparazzi, listos para fotografiar cualquier error que una mocosa de siete años pudiese cometer. De hecho, lo seguían haciendo hasta ahora. Cada vez que salía a la calle, siempre se encontraba a, por lo menos, una persona que intentaba sacarle una foto.

Encontraba muy frustrante no poder hacer nada para detenerlos. Era uno de los tantos castigos que venían incluidos con su apellido. Con el tiempo, uno se acostumbraba, pero no por eso dejaba de ser incómodo. Tal vez por eso entendía por qué tantos miembros de su árbol genealógico decidieron dar un paso al costado y desaparecer para siempre. No era fácil crecer en un ambiente tan hostil como ese.

El tío Alphard, la tía Cedrella, la prima Iola, Sirius, Andrómeda…

La lista era interminable. Ninguno tuvo lo que se necesitaba para cargar con el peso y la responsabilidad que suponía ser un Black. Ahora, aquellos nombres que alguna vez tuvieron rostros no eran más que simples manchas borrosas en los archivos del árbol familiar.

Un estúpido árbol familiar que estaba a punto de desaparecer.

Volteó al escuchar las puertas de la cocina abrirse. El mismo camarero que había tomado la orden de Snape se acercaba a su mesa con lo que parecía ser una pizza artesanal recién hecha. Olía deliciosa y de seguro sabía mejor de lo que se veía. Se le hacía agua la boca de solo imaginarse a sí misma cortando una rebanada grande de esa masa crocante con queso derretido y tomate al gusto, llevarla a su boca y darle un gran mordisco para sentir el sabor intenso explotando en su garganta y su lengua.

"Yo… Hambre… Comida".

Un fuerte y vergonzoso rugido surgió de lo más profundo de su estómago y la trajo de vuelta a la realidad. Sus manos viajaron de inmediato a su abdomen, como si de alguna forma pudiesen retener el sonido. Al levantar la vista, se topó con los oscuros orbes negros del profesor observándola con diversión. Este hizo un ademán con la mano invitándola a unírsele a la mesa, pero Narcissa solo se dio la vuelta y volvió la cara al ventanal, perdiéndose una vez en los edificios de Londres y en los laberintos de sus pensamientos.

"Maldito Snape y sus estúpidas hormonas", pensó fastidiada. Nada de esto estaría pasando si el muy idiota no le hubiese mentido en la cara durante tantos meses. Ahora mismo podría estar disfrutando de una agradable comida en la tranquilidad de su oficina de no ser por culpa de su entrometido esposo y su estúpido amigo.

Claramente, todo era su culpa. Él y su tonta cara de yo no fui. Él y sus mentiras burlonas. Él y su falta de sangre en la cara. Si algo odiaba era la hipocresía y Snape era, sin duda, una de las personas más hipócritas que conocía. ¡¿Cómo se atrevía a intentar dirigirle la palabra?! Después de todo lo ocurrido, ¿tenía la desfachatez de intentar sonreírle como si nada pasara? ¿Acaso ya se le había olvidado que su noviecita había hecho todo un espectáculo en el lobby de su hotel, donde todos sus clientes pudieron verla? ¿Acaso ya no recordaba que, por culpa de esa bailarina de cuarta, ella casi termina con una parálisis facial en medio del que pudo ser el evento público más importante de su vida?

No creía estar exagerando. Es decir, sí, Snape tenía derecho a enamorarse —o, mejor dicho, encapricharse— de quien quisiera, pero de todas las ratonas cazafortunas del país, ¡¿en serio tuvo que elegir a la más vulgar de todas?! ¡Es que ya ni siquiera lo reconocía! ¿A dónde se había ido ese joven tímido que tocaba ligeramente su brazo cuando se sentía incómodo en las reuniones sociales? ¿Dónde se había metido ese universitario gótico que podía pasarse horas y horas ofreciendo datos random sobre ciencia, pero que no era capaz de entender ni una sola referencia de la cultura popular actual? ¿Qué le habían hecho a su compañero de aventuras culinarias que siempre venía a pedirle consejos cuando tenía algo importante qué hacer y necesitaba que alguien le infundiera un poco de valor?

Extrañaba a ese chico.

Y mucho.

—"Me preocupas, Severus" —le comentó alguna vez en uno de sus tantos almuerzos semanales previos a la gala de Halloween. El profesor se había estado comportando de forma extraña. Incluso había roto la regla más importante de su amistad: no contestar el teléfono en día de almuerzo. Era como si simplemente le hubiese dejado de importar—. "Eres como mi hermano y me duele mucho ver cómo es que nos haces a un lado sin dar mayor explicación".

—"No es mi intención hacerte sentir mal. Solo quería un cambio. No pensé que te molestaría".

—"No me molesta que quieras un cambio. Me molesta que nos estés sacando de tu vida sin darte cuenta" —tomó la mano de su interlocutor y la apretó con fuerza, como si quisiera retenerlo para siempre a su lado, como si supiera que la despedida estaba cerca—. "No tienes idea de lo horrible que es que una persona a la que amas tanto, a la que le tienes tanta confianza y consideras tu familia, simplemente desaparezca de la noche a la mañana. Sin avisar, sin decir nada" —sus ojos grises brillaron llorosos y un nudo se formó en la base de su garganta, impidiéndole hablar con la seguridad que la caracterizaba—. "Antes podía contar contigo en cualquier momento. Ahora ni siquiera sé si vas a contestar mis mensajes" —no había mentira en sus ojos, estaba siendo honesta. Brutalmente honesta y vulnerable—. "No sé si hice algo mal o si te ofendí de alguna forma. Sea lo que sea, puedo arreglarlo. Solo no quiero que desaparezcas de mi vida… No… No soportaría que lo volvieran a hacer".

Y pese a que se lo dijo, pesé a que bajó sus defensas para mostrarle su versión más vulnerable, pese a que sabía que ella se jugaba la vida por él si se lo pedía, Snape decidió dar un paso al costado sin decir más.

Igual que ella. Igual que Andrómeda.

Ella también salió de su vida de forma abrupta. Simplemente, desapareció de un día al otro. No le importó romper sus promesas ni mentirle de forma cruel. Una noche tomó sus maletas, brincó la verja que los separaba de la calle y fue como si la tierra se la hubiese tragado. De seguro ni siquiera se detuvo a pensar en el caos que su bomba causaría ni cómo afectaría para siempre en las vidas de su familia.

En especial, la de ella.

—"Derechita. No te encorves" —ordenó la señora Black hace mucho tiempo mientras acomodaba la cabeza de su hija menor para seguir peinándola—. "No te muevas".

—"Sí, madre".

Afuera, en el jardín, el sol calentaba los capullos de rosas blancas a punto de florecer; no obstante, por alguna razón, Narcissa sentía que su habitación era un congelador. Sus manos estaban frías, incluso sus labios tenían un enfermizo color azulado. No se veía bien.

Y tampoco se sentía bien.

—"Deja de mover la pierna, no eres un perro. Además, odio ese sonido. Me altera".

—"Lo siento, madre".

Druella Black empezó a separar el cabello sedoso de su hija en secciones, manteniéndolo sujetado con diferentes tipos de ganchos y peines.

—"Es un día perfecto para una boda, ¿no te parece? Si todo sale, podríamos celebrar la tuya el próximo año por estas mismas fechas" —dijo la madre, rompiendo el largo silencio que se había instalado. La menor no respondió— "¿Estás nerviosa?"

—"Un poco" —susurró luego de unos segundos que se sintieron como horas—. "¿Crees que le agrade? No lo conozco en realidad. Jamás hemos hablado".

—"Eso no es cierto, cariño".

—"Decir "Buenos días" y "Buenas noches" no cuenta" —recriminó soltando un suspiro—. "Y no… No lo sé. Lucius Malfoy no parece alguien que pueda llegar a agradarme. Siento que es muy... presumido. ¡Ay!"

—"No hables así de tu posible futuro esposo, Narcissa" —Druella Black retomó su trabajo, no sin antes dedicarle una mirada de advertencia—. "El carácter no es relevante en estos casos. Tiene la edad apropiada y la familia correcta, y eso es todo lo que necesitas saber. Además, no debería importarte agradarle o no, eso es lo de menos. Tú solo deberías preocuparte por agradarle a sus…"—

—"Sí, ya sé, ya sé" —interrumpió con desánimo—. "Debo ganarme a sus padres, lo sé".

Druella Black terminó de dar la última vuelta a la cinta que sujetaba el cabello de su hija y se retiró lentamente aún con el cepillo en la mano. Sus ojos brillaron al admirar su trabajo. Narcissa se giró de lado para ver el reflejo de su gruesa trenza francesa en el espejo. Pasó su mano con delicadeza sintiendo la textura del peinado.

Le gustaba.

Su madre siempre fue talentosa cuando se trataba de embellecer a la gente. Recordaba todas las veces en las que había sacado de apuros a sus tías, hermanas e incluso a ella misma. Unos de los recuerdos más bonitos de su infancia eran las horas y horas que la mujer se pasaba peinando su larga cabellera mientras entonaba dulces canciones de cuna antes de dormir. Con el paso del tiempo, Druella Black se limitó a peinarla únicamente para ocasiones especiales.

El primer encuentro con sus posibles futuros suegros sin duda calificaba como uno de ellos.

—"Te ves hermosa, mi niña" —musitó, colocando ambas manos sobre sus hombros. La muchacha tomó una profunda respiración y la dejó escapar con desánimo mientras asentía con la cabeza—. "Ahora, por lo menos sonríe poco".

Narcissa se reincorporó y dibujó una pequeña sonrisa en sus delgados labios.

—"No fuerces demasiado, queremos que se vea natural" —corrigió su madre mirando a través del espejo. A la rubia no le quedó de otra que acatar sus órdenes—. "Levanta la barbilla… Eso es. Ahora, inclínala a la derecha, muestra tu buen ángulo… Suaviza un poco… No, no tanto. Quiero que se vea tu hoyuelo. Leí que las personas que tienen hoyuelos generan más confianza. Hmmm… Tal vez si te acomodamos la trenza al otro lado. ¡Oh! Perfecto… Descuida, cariño, te ves preciosa. Ellos te adorarán. Es imposible no hacerlo. Pareces una muñequita… Será una unión perfecta".

Independientemente de si su madre tuvo razón o no, Narcissa sentía que pudo ahorrarse demasiados disgustos y dolores de cabeza si tan solo su hermana hubiese usado ese privilegiado cerebro intelectual que tanto presumía.

Lo mismo iba para Snape.

¡¿De qué rayos les servía tener tantos títulos y diplomas si a la hora de utilizar su sentido común eran unos completos brutos?!

—Estás mascullando.

Snape estaba detrás de ella. Podía ver su silueta reflejarse en la ventana. A su lado, había una silla —ni idea de cómo o cuando apareció ahí— y sobre esta, el plato de pizza que hace poco había ordenado. Narcissa lo ignoró rotundamente. Después de administrar patrimonios, ignorar gente era lo que mejor sabía hacer. Esto no pareció desanimar al profesor, pues a los pocos segundos ya se encontraba sentado a su izquierda, imitando su postura de piernas cruzadas.

—¿Vas a seguir fingiendo que no existo por el resto del día? —no hubo respuesta— Bien, como quieras. Será mejor que te pongas cómoda. Gracias a ti, tendremos que quedarnos hasta medianoche.

El hombre se giró para tomar una rebanada con las manos —algo impropio de él cabe aclarar—y acercarla a su rostro bajo la mirada atenta de la rubia. La pizza lucía tan apetitosa. La salsa estaba en su punto y el pan se oía crocante bajo el tacto del maestro.

—Sabes, lo único bueno de estar secuestrado en un restaurante es que la comida está recién hecha… Hmmm, huele delicioso —Snape le dio un gran mordisco, degustando cada centímetro del exquisito sabor que ese pedazo de pizza tenía para ofrecer. Narcissa se estremeció al escuchar el descarado sonido de un gemido exagerado, esos que solo se hacen cuando se prueba un verdadero manjar—. Hmmm, y sabe delicioso.

Su estómago hambriento rugió una vez más, avergonzándola.

—Te va a dar gastritis si sigues así —Snape le dio otra mordida y esperó hasta tragar para proseguir—. ¿Sabes? Un cuarto de la población mundial sufre de gastritis estos días. Si te sigues saltando las comidas, formarás parte de ese 25%.

—Tomaré el riesgo —contestó de mala manera, totalmente a la defensiva.

—Pues qué tonto de tu parte —otra mordida más—. Hmmm… Te podría dar… Oh, esto en serio está muy bueno. Ehm, te decía. Te podría dar cáncer de estómago y entonces te quedarías calva.

Narcissa frunció el ceño, confundida— ¿Por qué me quedaría calva? ¿Qué tiene que ver mi estómago con mi cabello?

—Todos sabemos que te negarías a morir sin pelear. Te someterías a cualquier tipo de tratamiento, incluyendo quimio, por lo que eventualmente el pelo se te empezaría a caer de tanta radiación. Y, como te conozco bien, sé que tu orgullo impediría que te vean derrotada, así que te raparías para evitar salir mal en las fotos, convirtiendo tu desgracia en toda una campaña publicitaria para empoderar tu imagen de mujer independiente y guerrera, ¿me equivoco?

Maldito bastardo, pensó la rubia apretando los dientes. La conocía tan bien que cualquiera pensaría que él la había parido.

—Y solo por eso, no te permitiré la entrada a mi funeral.

—¡Por favor! —exclamó reprimiendo un bufido burlón— Te quieres demasiado como para permitirte morir a causa una enfermedad. Tal vez en un trágico accidente que quede grabado en la memoria de todos, pero no por una enfermedad… ¿Qué tal un accidente aéreo? Una reina del drama como tú merece una muerte más trágica que las de unas simples princesas.

—¿Qué te parece un secuestro? ¿Es lo suficientemente dramático? —sugirió con voz arrogante mientras se acomodaba el cabello detrás de las orejas— No creo que logre salir de aquí con vida. O muero de inanición, o muero cayéndome de 10 pisos en un intento desesperado por escapar.

—No morirías de inanición si dejaras de ser tan terca y comieras algo —el hombre tomó un segundo trozo con cuidado, lo puso en una servilleta y se lo extendió hasta quedar justo al frente de ella. Narcissa enarcó una ceja y lo observó con desprecio, colmando finalmente la paciencia del profesor—. ¡Carajo, Narcissa! Llevo no sé cuántos minutos escuchando a tu estómago gruñir. Te vas a enfermar si no le echas algo pronto —ella puso los ojos en blanco y volvió a mirar hacia el frente—. No me dejes con el brazo colgando. Toma la maldita pizza de una vez y acabemos con esto, ¿quieres? No pienso quedarme todo el día aquí, tengo cosas importantes que hacer.

—Igual que yo. ¡Igual que yo, Snape! —exclamó enérgica, frunciendo esa nariz respingada como solo ella sabía hacer—. ¿Crees que quiero estar aquí, encerrada en este maldito edificio, contigo? ¿Crees que estoy de humor para tener una conversación? ¿Para, siquiera, respirar el mismo aire que tú? ¡No! ¡No lo estoy!

Claramente, no lo estás, pensó él mientras retrocedía un poco. Estaba frente a poco menos de 55 kilos de dinamita pura. Si acercaba mucho el fuego a la mecha, la haría explotar.

—Me bloqueaste —sentenció con voz dolida. Sus ojos grises le reprocharon su actuar.

Snape agachó la cabeza, avergonzado. Sí, sabía que en algún momento ella iba a sacar el tema, sabía que lo usaría en su contra y que él no podría hacer nada para defenderse porque se lo tenía bien merecido. Fue casi inmediatamente después de la gala, cuando Narcissa no dejaba de reclamarle su actuar por mensajes, puesto que no lograba localizarlo en persona. Snape se hartó al poco tiempo y la bloqueó sin dar mayores explicaciones. Fue breve, apenas unos días, pero ella no volvió a intentar contactarlo nunca más. Ahora, las últimas líneas de su chat eran una conversación cortada de forma abrupta que, desde hace dos meses, no tenía nuevas entradas.

—Lo siento.

—Me hiciste a un lado —continuó. Su labio inferior temblaba; sus ojos, lagrimeaban. Apreciaba el esfuerzo que hacía para no quebrarse y seguir luciendo molesta—. Me hiciste a un lado sin importarte si te necesitaba o no. No tienes idea, no tienes ni la más mínima idea de lo horrible que se siente almorzar cada miércoles, completamente sola, encerrada en tu despacho porque te da vergüenza ir a la cafetería de tu propio hotel y fingir ante todos los que te rodean que estás bien, que nada malo está pasando y que tu vida "perfecta" no se está cayendo a pedazos.

—... Cissy, lo siento.

Narcissa se llevó los dedos al puente de la nariz y tomó una profunda bocanada de aire antes de continuar—. Sabías que no puedo comer sola. Tú lo sabías, sabías lo mucho que me cuesta comer sola y, aun así, no te importó ni un poquito.

Al igual que el agua y el aceite, Narcissa y la comida no eran elementos que se llevaran bien, al menos no desde que la rubia cumplió los 16. Su madre siempre la presionó para verse delgada y esbelta, por lo que a menudo controlaba la cantidad de calorías que se llevaba a la boca —y las que no, también—. Las cosas no mejoraron desde la "muerte" de su hermana Andrómeda, mucho menos cuando se convirtió en personaje público y su aspecto físico pasó a ser asunto de los tabloides y programas de chismes. Los comentarios eran mordaces y crueles y, en cierta medida, la incitaban a pasarse días enteros a base de agua y café. Luego, cuando el hambre finalmente sucumbía, se daba atracones que arrasaban con todo el contenido del refrigerador.

Sí, su relación amor-odio con la comida no era algo que a la Malfoy le gustara discutir en voz alta, pero a estas alturas, ya era un tema inevitable. Sus pómulos marcados solo confirmaban su reciente pérdida de peso y, a ojo de cualquier médico, la cantidad era alarmante.

—Cis, no digas eso —pidió apenado. Dejó la comida a un lado e intentó acercarse—. Sabes que sí me importas y…—

—¡Dios! ¡Lo que más me duele fue que hicieras a mi hijo a un lado! —chilló tapándose el rostro con ambas manos—. Apartaste a Draco como si no lo conocieras, como si no fueses el hombre al que más admira desde que aprendió a hablar.

—Eso no es cierto —sentenció con firmeza.

—Apartaste a Lucius, ¡tu mejor amigo, Snape! —levantó la cabeza de forma tan rápida que por un momento pensó que se dislocaría el cuello—. El hombre que siempre te apoyó, que siempre te defendió, el que estuvo a tu lado en cada momento importante de tu vida, quien te cuidó como a su propia sangre cuando tocaste fondo —esas últimas palabras tuvieron doble peso en él—. Lo hiciste a un lado, sin miramientos. ¡Lo cambiaste por otro!

—Narcissa, estás tergiversando las cosas. Así no fue cómo pasó —interrumpió frunciendo el ceño. Entendía que estuviera molesta, pero tampoco iba a permitir que lo hiciera quedar como el villano de esta historia mal contada—. Yo nunca los hice a un lado, jamás se me cruzó pro la cabeza hacerlo. ¡Fuiste tú quien me apartó de ellos! Fuiste tú quien les prohibió verme, quien les prohibió buscarme o hablarme. ¡Fuiste tú quien decidió construir esta barrera entre nosotros!

—¡Solo porque tú la habías empezado desde mucho más antes!

Su voz resonó con claridad por todo lo largo y ancho del comedor. Retumbó por las paredes e hizo eco en sus oídos, martillando sus tímpanos y, de paso, su consciencia. Narcissa tenía la cara roja, pero no era un rojo que surgiese producto del enojo o de la vergüenza. Tampoco se parecía al rojo vivo que adquiría cuando estaba mucho tiempo bajo el sol. Este era uno más bien opaco, frío, incluso se atrevería a calificar como "triste". Se trataba de un tono rojizo que solo había visto una vez en su vida; cuando su amiga, recién cesareada, se pasaba horas y horas encerrada en su habitación, extrayéndose leche del pecho con un aparato porque su propio hijo se negaba a tomarla directo de la fuente.

Un rojo provocado por el dolor: el dolor emocional del rechazo, el dolor físico de tu cuerpo consumiéndose a cada segundo y el dolor mental del cansancio.

—Mucho antes de que esto pasara, mucho antes de la gala, de Blackpool, de todo… Tú ya nos habías hecho a un lado —prosiguió sorbiendo por la nariz—. Y, sabes, no me duele eso, al menos no de la forma en la que creo que crees. Tengo casi 47 años, Snape. He vivido toda mi vida en un mundo donde la gente te quita el habla por la más insignificante razón. Créeme, puedo lidiar con esto —tomó una profunda bocanada e intentó recuperarse lo antes posible. Este no era el momento para quebrarse—. Con lo que no puedo es con ver a mi marido fingir no estar decepcionado mientras desempaca su equipo deportivo porque su mejor amigo, desde hace 20 años, le cancela los planes a último minuto, una y otra vez, sin molestarse en, siquiera, crear una excusa decente. ¡No puedo con eso, Severus, no puedo! No puedo soportar ver cómo el hombre que amo se quede como novia vestida y alborotada, esperando tu llamada para cancelar planes que tienen desde hace semanas.

Snape reflexionó sobre eso. Sí, tenía que darle la razón. Había cancelado bastantes planes con Lucius y sus viejos amigos solo por salir con los nuevos. Ya fuesen eventos planeados o reuniones espontáneas, fueron más las veces que llamó para cancelar que para confirmar. Fue desconsiderado y egoísta de su parte.

—¿Crees que no me duele ver eso? ¿Crees que no me duele que, de un día para otro, mi hijo, el niño que me ayudaste a criar, mire decepcionado su teléfono cada vez te escribe para ir a visitarte y le digas que no estás? ¿Qué hay de su pijama anual con todos los demás chicos, eh? Gregory, Vincent, Theo, Blaise, hasta la pobre Pansy vino volando desde Bélgica y tú… Ni rastros de ti —susurró con cizaña—. ¿Cuál fue la patética excusa que usaste? Ah, sí. Ya recuerdo. "Se rompió una tubería". Qué oportuno, ¿no crees? —añadió llena de sarcasmo—. Se rompe una tubería y lo primero que haces es irte de fiesta con Sirius Black toda la noche y salir en la sección de espectáculos de la mañana. Parece que eso de llamar al plomero ya pasó de moda, ¿no? Ahora las inundaciones se solucionan haciendo el ridículo frente a los paparazzi.

"Demonios, ¡la pijamada!", lamentó llevándose una mano a los ojos, con pesar.

Desde que eran unos niños, sus sobrinos tenían la tradición de hospedarse en su casa una noche al año. La pijama anual surgió como una forma de darle un respiro a sus amigos. Desde luego, no fue su idea, al menos no en un principio. En realidad, todo fue una treta de sus amigos para tener un rato a solas y, ya que él no tenía hijos, supusieron que una noche con el tío Sev no le haría daño a nadie. Con el tiempo, se volvió una actividad que los propios niños empezaron a exigir. Pese a lo que muchos pensaran, ellos se la pasaban bien en la casa del profesor. Actualmente, era una actividad por la que en serio aguardaban.

Sin embargo, este año tuvo que cancelarla. No porque hubiese una inundación en su casa, sino porque lo había olvidado por completo. Estaba bebiendo cerveza en un pub con los chicos de la escuela de baile cuando recibió una llamada de Draco diciéndole que estaban por salir rumbo a su casa. El profesor tuvo que inventarse la mejor (o peor) excusa de su vida para cancelar todo. Draco se oyó decepcionado al otro lado de la línea, pero supuso que lo entendería. La verdad es que nunca se había detenido a pensar en qué fue lo que su ahijado sintió cuando vio su cara en la televisión al día siguiente.

—Ya no podemos contar contigo para nada —prosiguió la Malfoy con voz calma, como la que viene después de una tormenta—. No sabemos si vendrás, si responderás, si devolverás las llamadas. Ni siquiera sabemos dónde estarás… o con quienes estarás —eso último fue innecesario, pensó mientras limpiaba la sal que le habían echado a su herida—. No fuiste con nosotros a Côte d'Azur para las vacaciones como habíamos planeado. No diste ni el mínimo indicio de querer pasar Navidad con nosotros y tampoco nos invitaste a tu fiesta de cumpleaños. Ahora Nott, tu amigo, quien se va a casar muy pronto, ni siquiera sabe si debe reservarte un lugar porque nunca logra localizarte. ¿Crees que reservar boletos de avión, hoteles, movilidad, guía e interpretes es fácil? El pobre Nott está que se rompe la cabeza planificando todo eso y todavía no puede confirmar con la agencia porque uno de sus invitados no se digna a contestar el maldito teléfono.

¡Santa ciencia, la boda de Nott! Su amigo se casaría en Japón en unas semanas y todavía no le confirmaba su asistencia. Había recibido la invitación hacía meses —un pase de ida y vuelta, todo pagado que incluía un tour de tres días por Tokio—, pero aún no sabía si debía viajar solo o si le permitirían llevar a su nueva pareja como acompañante.

La invitación decía "Severus Snape". No "Severus Snape y acompañante".

Para empezar, este no era su evento. Era la fiesta de su amigo, su día especial. No quería arruinar su recuerdo con una invitada no deseada. No quería ponerlo en aprietos con sus amigos ni en vergüenza con su nueva familia.

Segundo, sentía que ir a un evento tan íntimo como una boda podría ser un paso muy importante en su relación. Iban bien —muy bien, de hecho—, pero no estaba seguro de cómo Hermione podría interpretar eso. Apenas había conocido oficialmente a Lucius y no había salido nada bien. ¿En serio estaba lista para adentrarse en ese nido de víboras que llamaba sus amigos?

Tercero, estaba asumiendo que Hermione no tenía planes y que estaba a su libre disposición para ir y venir alrededor del mundo solo porque él se lo pedía. Viajar al extranjero implicaba muchas cosas, no solo a nivel económico, sino también personal. El pasaporte y la bolsa de viaje era lo de menos. Estaban hablando de un compromiso real que podría evolucionar a algo más serio en cualquier momento.

Las cosas serían diferentes si estuviera hablando de un evento local. Si algo salía mal, podía mandarla a su casa en un taxi. Lo único que perdería sería un par de horas de su vida. Esto era diferente. Además, Hermione no era alguien que podía permitirse costear un viaje así, tampoco de las que aceptaban que terceros pagaran sus gastos. Ya de por sí fue difícil persuadirla de aceptar un viaje de 3 días al interior del país, no quería ni imaginarse cómo sería convencerla de ir a otro continente.

¡Por Euclides! ¡Ni siquiera sabía si la muchacha querría ir!

—Estoy cansada de vivir en esta incertidumbre, Snape —la rubia prosiguió al no obtener respuesta de parte de su interlocutor—. ¿Siquiera vale la pena? ¿Vale la pena que todos pasemos este mal trago por culpa de una muchachita que apenas conoces?

Escuchar eso pareció despertarlo, pues respondió sin titubear—. Lo vale.

—Entonces, ¿es serio?

—Sí.

—¿Qué tan serio?

—Muy en serio.

—¿Serio como los caprichos de Rabastan o serio como una deuda? —insistió cruzándose de brazos— ¿Cuánto ya has invertido en ella? ¿Ya le pusiste un departamento en Kensington? ¿Ya pagaste sus préstamos universitarios?

—Narcissa…—

—¿Ahora le pagarás un viaje todo incluido a Japón o solo la seguirás paseando por las playas de Blackpool mientras convierten mi vestíbulo en un pub de mala muerte? —su tono de voz se intensificaba, cerró sus manos formando puños— ¿Qué tan cara es su tarifa, eh? ¿Al menos ahora sí tienes dinero para pagar un motel decente o volverás a hackear mi sistema para irte a revolcar en las suites?

Probablemente, Narcissa no tuvo la intención de decir eso. Ella no se consideraba a sí misma como una persona que diera golpes bajos. Sin embargo, su lado Black, impulsivo y cizañoso, pudo más y terminó soltando lo primero que cruzó por su mente. En ese aspecto, Narcissa se parecía mucho a su hermana Bellatrix. Cuando disparaban, lo hacían a matar. Y si bien para ella fue una experiencia un tanto liberadora; para Snape, fue la gota que derramó el vaso.

—Narcissa, no te permito que me hables así —interrumpió el maestro con voz firme, un tono de voz que solo reservaba para el salón de clases—. Yo no te estoy atacando, así que no vuelvas a faltarme el respeto de esa forma. Ni a mí, ni a ella.

—¿Respeto? ¿Quieres hablar de respeto? —rio incapaz de creer lo que escuchaba— ¡¿Qué hay del respeto a mi lugar de trabajo?! ¿Del respeto a mi persona?

—¿De qué demonios hablas?

—¡Lo vi todo! Lo vimos todo. Te tengo grabado en video por más de 20 cámaras —una de sus manos se dirigió rápidamente a su bolsillo mientras seguía hablando—. ¡Hicieron un verdadero espectáculo! Se dieron a notar desde el instante en que llegaron: tú y esa escandalosa mocosa borracha, corriendo por aquí, ensuciando por allá, gimiendo como animales en celo por todos lados. ¡Todo mi personal los escuchó! ¡Mis huéspedes! ¡Todos sabían que eran "los invitados especiales de la señora Malfoy"! ¡¿Qué crees que pensaron de mí?! ¿Cómo crees que me hizo sentir? ¡Me moría de vergüenza! No me atrevo a poner un pie allá porque siento que no podría ver a nadie a los ojos.

El rostro del profesor, ya pálido de por sí, perdió aún más su color.

¿Qué tanto se habían dado a notar esa semana?, se preguntó con recelo.

—¿De qué me ha…—

La empresaria no le dio tiempo para terminar. Empujó su teléfono hacia él de forma repentina, restregándole la pantalla del mismo contra la cara. Snape tuvo que retroceder un poco para poder ver lo que intentaba enseñarle. Temeroso de lo que se iba a encontrar, sujetó el teléfono con ambas manos solo para descubrir un video de seguridad de mediana calidad que mostraba la noche en la que el profesor tuvo que llevar a Hermione en brazos de vuelta a su habitación porque estaba demasiado ebria para caminar.

Está de más decir que toda pequeña esperanza de dar una buena segunda impresión de Hermione murió con ese video. Pocas veces había sentido tanta pena ajena en su vida.

Para ser honestos, jamás imaginó que los vestíbulos y pasillos de The Heir tuviesen tantas cámaras en tantos diferentes ángulos. ¿Qué no se suponía que las cámaras de seguridad eran inútiles debido a su baja calidad? En estas no había forma de pasar desapercibido. Ni siquiera los retratos que hacían la policía eran tan claros. Con razón su amiga siempre se jactaba de tener uno de los mejores sistemas de seguridad del país.

"Me veo gordo en cámara", pensó devolviéndole el aparato.

—Tengo horas de metraje y testigos en cada zona del hotel, incluyendo a los choferes de taxi que trabajan como asociados —dijo mientras guardaba el teléfono—. Parece que tu convención de física estuvo interesante. Es la primera vez que escucho que los investigadores tengan que competir en un concurso de baile.

—Puedo explicarlo.

—Oh, no, no, no. No me vengas con eso ahora, por favor. No soy tu mamá para que me andes dando explicaciones —respondió enojada—. Es que ni siquiera deberíamos estar teniendo esta conversación. ¡No me interesa a quién te llevas a la cama! Tienes 43 años, ya estás grande. Ya no tengo por qué preocuparme si contraes una infección o engendras un alguien. Sin embargo, aquí me tienes. Aquí está tu tonta amiga, vigilando que una pseudo bailarina de poca monta, salida de quién sabe dónde, no se lleve todo lo que tienes y te deje en la calle. Snape, ¡ella podría ser hasta una asesina en serie! ¡Podría quitarte el hígado!

—Sí, porque alguien que mide 1.65 y pesa 50 kilos podría matarme —refutó sarcástico.

—Los mejores venenos vienen en frascos pequeños.

—Estás siendo paranoica.

—Ojalá pienses lo mismo cuando despiertes un día sin un riñón.

—Nadie le va a quitar nada a nadie, ¿está bien? Tranquila —Narcissa negó con la cabeza. Su rostro dibujó una mueca—. Confío en Hermione. Es una buena chica, muy responsable y trabajadora. Puede que sea un poco insufrible a veces, pero tiene principios y un corazón noble y, lo más importante, me gusta y yo también le gusto —Snape tomó aire y, como si fuese un adolescente rebelde, añadió—. Nos amamos.

¿En serio dijo eso? Sí, sí lo hizo. Se escuchó raro viniendo de él, pero ya estaba hecho.

—Wow, usaste la palabra con "a". Debe ser más serio de lo que creí —se burló.

Él asintió —Lo es. De hecho, pienso invitarla a mi siguiente presentación de proyecto. He estado hablando con unos colegas, tal vez retome pronto lo de investigar y quiero que ella esté ahí cuando empiece a publicar. Así de serio es.

—Ah, ¿sí? —inquirió escéptica— Bien, ya veo. Entonces, si es tan serio, ¿ya te ha presentado a sus padres? ¿O a sus hermanos? —¡Uy! Golpe bajo— Olvida a sus amigos. Sabes que no considero nada "serio" hasta que se involucre a la familia. Cualquier extraño en la calle puede ser tu amigo, la gente tiene un precio y siempre es barato —sus ojos se clavaron en los suyos, escudriñando cada rincón de su ser. Siendo completamente honesto, le resultaba un poco intimidante— ¿Siquiera les ha hablado de ti? ¿Saben de tu existencia?

Esa era una pregunta que podía responderse de dos formas.

Por un lado, sí. Efectivamente, Hermione sí le había presentado a sus padres durante su fiesta de cumpleaños número 23. No fue nada del otro mundo. Él llegó con su regalo, saludó a sus padres, intercambiaron un par de palabras y eso fue todo. No volvió a hablar con ellos por el resto del evento. Tampoco es como que hubiese querido, ya tenía sus primeras impresionas muy claras. ¿Les agradaba? No sabría decirlo con exactitud. Sus interacciones fueron breves y algo incómodas —una forma sutil de decir que el señor Granger parecía querer matarlo—, pero no podía ser prejuicioso y sacar conclusiones tan apresuradas cuando solo se había topado con ellos una vez.

Una tarea difícil cuando se es una persona prejuiciosa, si me permiten decir.

Por otro lado, Hermione todavía no lo presentaba formalmente a sus padres. Al menos no como su novio, la persona con la que llevaba saliendo —y durmiendo— poco más de cuatro meses. Es más, ¡probablemente ellos ni siquiera recordaban su existencia! Cuando se toparon en la fiesta, Snape solo era un alumno más entre los tantos estudiantes que su hija tenía. ¿Cómo iban a recordar a alguien que solo vieron una vez y que ni siquiera era relevante en ese momento? ¡Él ni siquiera recordaba que desayunaba en las mañanas!

Asimismo, algo muy importante que resaltar era que tanto él como ella habían acordado no presentar miembros de la familia (biológica o lo más cercano) hasta que cumplieran, mínimo, medio año de relación. Severus, por obvias razones. Hermione, porque no quería presentarle a sus padres a alguien que no valiera la pena —después de Cormac, no volvería a cometer el mismo error— y aunque el profesor no era cualquiera, no se sentía lista para lidiar con todos los prejuicios que de seguro sus progenitores tendrían sobre su actual pareja. Ya de por sí era difícil sobrellevar los comentarios desatinados de la gente cuando los veían caminar de la mano. No tenía la fortaleza mental y/o emocional para lidiar con lo que sea que sus padres tuvieran que decir.

La pobre chica ya podía escuchar la voz de su papá gritando: "¡Tiene mi edad!"

(N. de la A.: Para su tranquilidad, querid lector(a), solo diré que el Severus Snape de esta historia NO tiene la misma edad que el señor Granger. Es dos años menor).

Por tal motivo y, volviendo a la pregunta de Narcissa, Snape solo tenía una cosa que decir.

—Eso no es relevante ahora.

—¡Lo sabía! —exclamó la rubia señalándolo con un dedo acusador. Había un brillo de locura peligroso en sus ojos. Algo no muy frecuente en ella, pero sumamente común en su hermana—. ¡Sabía que te ocultaría! Siempre lo hacen. Chicas como ella siempre ocultan a su familia de sus amantes porque saben que está mal lo que hacen.

—¿De qué carajos estás hablando, Narcissa?

—¿Qué no te das cuenta? Cuando esa niña desaparezca con tu dinero, no podrás seguirle el rastro porque no habrá forma de encontrar conexión con ella. Lo he visto millones de veces, ¡será como si la tierra se la hubiese tragado!

—¡Ay! Por última vez —exclamó frustrado mientras se restregaba una mano en el rostro—, ¡mi novia no es ninguna estafadora!

Mientras tanto, en la cocina del restaurante, Lucius Malfoy estaba sentado al lado de una mesa de metal donde estiraban pasta, meditando en silencio si sus recientes acciones habían sido las más apropiadas. Sus dedos pellizcaban la mezcla gomosa de un recipiente de acero inoxidable y hacían pequeñas bolitas como si se tratase de plastilina. Al otro lado de la habitación, cerca a las puertas que conectaban con la zona de comensales, el personal de cocina se apilaba uno sobre otro para escuchar mejor la pelea entre el profesor y la señora Malfoy.

A la derecha de Lucius, el chef principal observaba avergonzado el comportamiento de su equipo y solo rogaba en silencio que esto no molestara al aristócrata.

—¿Sabe? Es curioso. Mis empleados hacen exactamente lo mismo cada vez que mi esposa me regaña por algo —dijo Malfoy al notar la creciente tensión en el cocinero—. Pareciera que los capacitaran en el mismo lugar, ¿no cree?

El chef, quien parecía ser su contemporáneo en edad, se señaló a sí mismo como preguntando si se dirigía a él. Lucius asintió aburrido y este devolvió el gesto apenas moviendo los labios. El maestro culinario pensó que, después de tantos años cocinando en restaurantes famosos, ya se había topado con toda clase de millonarios excéntricos; sin embargo, el señor Malfoy y sus acompañantes acababan de inaugurar una nueva categoría de excentricidad nunca antes vista y todo en menos de dos horas.

¿Qué más sorpresas le esperaban ese dia? Siendo francos, parecía que las cosas no podía ponerse peor.

Unos gritos muy enérgicos provenientes de la zona de comensales le indicó lo contrario. Impresionando por la carga negativa de esas palabras, se giró a ver a su interlocutor, quien —contrario a lo esperado— lucía relajado y hasta divertido con toda la situación.

—Conflictos familiares —habló el rubio luego de unos segundos, cuando la acalorada discusión pareció calmarse. El chef lo miró intrigado—. Sí, ya sabe, toda familia tiene sus cosas. Los hermanos se pelean, se amistan, lo mismo de siempre. Ellos están justo en eso. Están… están resolviendo sus diferencias.

—Sí-sí —el cocinero respondió con cierta duda—, entiendo.

—Sí, es terapéutico.

—Sí, seguro.

—Desde luego que sí.

Una vez más, los gritos resurgieron. Esta vez, parecía incluir llanto y no del bonito. El chef apretó los labios en una delgada línea mientras trataba de sobrellevar el incómodo momento, aunque no era tan fácil como creerían. No estaba acostumbrado a lidiar directamente con los comensales, esa no era su área. Para eso estaba el personal de sala.

—Disculpe, chef —llamó Malfoy —, me dijeron que este restaurante es famoso por sus cannolli.

—Así es, señor.

—Oh, espero que no sea mucha molestia pedirle que me preparé unos cuantos, es que se me antojó algo dulce. Esperar me da hambre —el señor Malfoy se le quedó mirando expectante por lo que el maestro cocinero no le quedó más opción que aceptar. Aunque, siendo completamente honestos, tampoco era como si tuviera otras cosas qué hacer—. Muchas gracias, qué amable.

Dicho esto, el chef se dirigió hacia su personal de cocina y con una sola orden, los puso a trabajar de inmediato, poniéndole un alto a tantos chismes. La cocina se llenó del ruido de vajilla chocando, bolsas rascándose, instrumentos batiendo y estufas encendiéndose. Lucius esperó que tal mezcla de sonidos fuese lo suficientemente alta como para opacar los chillidos ahogados de su esposa quien, por alguna razón que no sabría especificar, acababa de estallar en llanto. Con algo de suerte, Snape sabría cómo controlar la situación antes de que la pobre terminara desmayándose por falta de oxígeno. Si algo había aprendido después de tantos años de casados era que nunca debía interrumpir a su esposa cuando por fin expresaba sus sentimientos. Solía reprimirlos muy a menudo, así que cuando por fin salían, simplemente no podían parar.

"Amo a mi familia, amo sus traumas. Amo a mi familia, amo sus traumas".

—¡¿Por qué te cuesta tanto aceptar que ella me hace feliz?! —Snape exclamó ya con la paciencia agotada. Habían llegado a un punto muerto en la conversación y no importaba que argumentos diera, la rubia se negaba a entender— Amo esta nueva etapa de mi vida. Amo la pasión que ella ha despertado en mí. Los cambios, las aventuras, las ganas de vivir. Por primera vez en mucho tiempo siento que realmente formó parte de algo que vale la pena y es hermoso. ¿Por qué te molesta verme feliz?

—No me molesta que quieras un cambio —respondió limpiándose unas lágrimas traicioneras de las mejillas—. Es todo lo contrario, me alegra que hagas cambios en tu vida, me alegra que hagas ejercicios, que tengas amigos, que salgas, que tengas una mascota o lo que sea que quieras hacer. Llevo mucho tiempo rogándole al cielo para que por fin puedas continuar con tu vida después de lo de tu ex.

Y Dios sabía que sí.

Y la Iglesia Anglicana también, sus miembros agradecen de todo corazón sus constantes donaciones.

—Pero si todos estos cambios implican que me hagas a un lado, tal vez ya no quiero que sigas cambiando —confesó con el ceño fruncido y la nariz roja de tanto sorber—. Severus, no quiero que me saques de tu vida.

—Cissy, no te voy a sacar de mi vida.

—¡No es cierto! —chilló con voz quebrada— Tú también te vas a ir, me vas a dejar. Vas a irte con ella y te vas a olvidar de mí.

Snape no entendía nada. Sus últimas palabras hicieron que el pobre profesor perdiera el hilo de la conversación. ¿De qué estaba hablando su amiga? O, mejor dicho, ¿de quién estaba hablando? Había algo que se estaba perdiendo y era frustrante no saber qué era.

—No me voy a olvidar de ti, Cissy.

—¡Mentiroso! Te vas a cansar de nosotros y nos vas a reemplazar.

—Yo jamás lo haría. Sabes que no podría.

—Lo vas a hacer, lo vas a hacer —ella temblaba con violencia. Su bolso se deslizó de sus manos hasta caer pesado al suelo. Snape intentó acercarse para rodearla con sus brazos y calmarla, pero ella dio un paso hacia atrás, como si le tuviera miedo—. ¿Por qué nunca soy suficiente?

Snape frunció el ceño, más confundido que nunca— Narcissa, ¿qué…—

—¿Por qué nunca es suficiente lo que te podemos dar, eh? ¿Por qué siempre quieres más? —pataleó cerrando los ojos con fuerza. Snape pegó un brinco sin proponérselo. Cuando ella volvió en sí, su mirada desenfocada recayó sobre el pelinegro, aunque había algo en sus ojos que le indicaba que en realidad no lo estaba mirando a él— ¿Por qué no puedes ser feliz con lo que tienes, Andrómeda?

Esa última palabra resonó en los oídos del profesor una y otra vez, como el eco de un fantasma del pasado. Y probablemente eso fuese pues la expresión de horror que se instaló en el rostro de Narcissa Malfoy era digna de una película de terror.

La mujer estaba lívida. Sus ojos grises parecían estar a punto de salirse de sus cuencas. Se llevó ambos manos a la boca, estampándolas con violencia contra su piel. Tal vez pensaba que solo así podría regresar el tiempo y jamás haberlas pronunciado. Sin embargo, aquel nombre ya estaba tatuado en la mente de Snape y nada de lo que hiciese o dijese a continuación cambiaría el hecho de que acababa de confundirlo con su difunta hermana Andrómeda Black.

"Mierda", pensaron los tres amigos.

Snape no sabía mucho acerca de la hermana del medio de Bellatrix y Narcissa, solo que había muerto en un trágico accidente marítimo poco antes de que la rubia se comprometiera con Malfoy. Ninguna de las dos hermanas hablaba de ella y, por alguna razón, no recordaba ni un solo medio escrito o televisivo que cubriera la noticia más allá del típico obituario que, por ley, debía publicarse. La verdad sobre la muerte de Andrómeda fue, era y seguiría siendo un misterio que solo las aguas templadas del Mediterráneo sabrían aclarar.

Lástima que las olas no hablasen.

"Aquí descansan los restos mortales de ANDRÓMEDA ALCÍONE BLACK, amada hija, hermana y la galaxia más hermosa"

No obstante, para Narcissa, el misterio detrás de la muerte de su hermana no era tan misterioso como lo hacían ver. De hecho, era todo lo contrario. Ella misma había ayudado a su padre con los trámites funerarios para transportar el cajón vacío al mausoleo familiar. Nunca habría imaginado que la burocracia detrás de una defunción sería tan complicada. Al parecer, darle un fin a una persona era mil veces más difícil que traerla a la vida.

Pero más difícil era convencerla a volver de entre los muertos.

—"Andy, escúchame. Tengo la solución, ¿sí? Podemos arreglar todo esto. Hablé con el abogado y dice que aún falta una semana antes de que detengan la búsqueda y te declaren muerta. Significa que aún puedes arreglar las cosas con papá" —le dijo emocionada aquella lejana vez hace más de 20 años, cuando todavía era una muchachita que aún portaba listones en la coleta—. "Solo firma esto y vuelva a casa, ¿quieres? Papá te ama. Él olvidará todo si terminas con esta locura y le pides perdón".

Pese a que habían pasado tantos años, Narcissa Malfoy aún recordaba la última conversación que tuvo con su hermana antes de que ella decidiera abandonar a su familia para siempre. Puede que sus recuerdos estuvieran algo borrosos por el paso el tiempo, pero todavía recordaba los fragmentos necesarios para darle sentido a esas palabras que a veces la perseguían cuando se ponía nostálgica.

Andrómeda no murió en un velero cerca a la costa francesa, como le declararon a la policía. Andrómeda murió en una pequeña cafetería en el sur de Gales cuando se negó a volver con su hermana a la casa familiar.

La castaña se había fugado de casa hacía poco menos de tres meses. Los Black habían hecho hasta lo imposible para ocultar su desaparición, pero realmente no tenía sentido alargar lo inevitable. La tradición familiar debía ser respetada y mientras más tiempo esperaran, más riesgo corrían de que la verdad saliese a la luz. Eventualmente, empezaron a justificar la ausencia de la chica diciendo que estaba de viaje por el continente, algo que todos sus conocidos podrían creer. De ese modo, fue fácil que se tragaran la historia de que un desafortunado accidente en alta mar le había arrebatado la vida a la joven.

Fue inesperado, brutalmente inesperado. De un día a otro, la señora Black contaba entre lágrimas cómo el barco en el que viajaba su hija junto a otros jóvenes había desaparecido del radar y cómo la guardia costera francesa había emprendido una misión de rescate para encontrarlos. La mujer dio la actuación de su vida. Convenció tan bien a la alta sociedad que muchas madres empezaron a rezar por las noches para que Andrómeda apareciese. Nadie se imaginaba que la castaña se encontraba viviendo su mejor vida en Galés junto a su novio y la familia de este. Nadie se tomó la molestia de averiguar si lo que decía era cierto. ¿Quién tiene tiempo para irse a otro país a verificar si una muchacha sin nada de especial realmente había estado en una embarcación ficticia?

Fue su palabra contra la del resto.

Además, no tenían que preocuparse de que Andrómeda apareciera por ahí, desbaratando todo el circo. El señor Cygnus fue muy claro cuando le dijo que tenía terminantemente prohibido acercarse o intentar contactar a cualquier miembro activo de la familia. Si quería seguir viviendo su idílica vida de chica pobre, pero enamorada, más le valía quedarse callada. A nadie le gustaría que la tragedia ficticia de su vida se convirtiera en una real.

Todos parecían estar de acuerdo con el arreglo. Andrómeda viviría su fantasía y los Black conservarían su buena reputación. Era un ganar-ganar. Todos parecían felices con esto, excepto por una persona, Narcissa, quien —en un intento desesperado por recuperar su vida normal—, había contactado al encargado de la parte legal del proceso de desaparición para pedirle una prórroga y, así, tal vez, convencer a su querida hermana de volver.

En secreto, planeó todo lo necesario para integrar a Andrómeda a la mentira de sus padres, de modo que toda la familia pudiese salir bien parada de esto. Había un avión esperándolas para ir Francia, tenía un amigo que podría recibirlas en Cannes y conocía a alguien que podría ayudarlas con las pruebas y la declaración legal de que era sobreviviente de un naufragio. Andrómeda volvería a Londres como una afortunada sobreviviente que, sin proponérselo, ya se había ganado la simpatía de la gente.

O, al menos, ese era el plan.

Lástima que Narcissa no contó con un pequeño detalle.

—"No".

La había convocado esa tarde para proponerle su disparatado plan y discutir los detalles. Era la primera vez que se veían luego de su escape. Narcissa realmente pensó que le diría que sí en cuanto la viera, pero grande fue su decepción cuando se dio cuenta de que nada de lo que dijera o hiciera la haría cambiar de opinión.

—"¿Qué?"

—"Cissy, lo siento, pero no sé qué decirte" —la mayor la miró angustiada, como si le temiera a lo que pudiese pasar a continuación—. "Esto no es ninguna locura, estos son mis sentimientos. No es ningún capricho infantil. Amo a Ted y él me ama a mí. Entiendo que mamá y papá, incluso Bella, crean que perdí la cabeza al dejarlo todo por él, pero ¿tú? De todas las personas, pensé que serías tú la única que lo entendería" —expresó dolida sin apartar la mirada—. "Se lo dije a papá y ahora te lo digo a ti. Los amo. Dios sabe cuánto los amo, pero ya no puedo seguir viviendo en un ambiente tan tóxico como lo es nuestra familia. Y no, por favor, ya no intentes defenderlos. Sabes que lo que nos están haciendo, lo que hicieron con Bella, conmigo y lo que harán contigo no está bien, Narcissa. Ya no puedo ni quiero seguir fingiendo ser alguien que no soy, no quiero tener que esforzarme tanto por agradarle a personas que ni conozco, no quiero seguir sintiendo la presión social de llenar unos zapatos que francamente nunca estaré ni cerca de llenar, no quiero que me exhiban como un trofeo ni que negocien con mi corazón para ver qué almirante se casará conmigo y, por sobre todas las cosas, ya no quiero tener que vivir aterrada de que algún día descubran la enorme mentira que somos, la entretenida farsa que nuestros padres nos obligaron a montar desde que nacimos. Ya no quiero vivir así, Narcissa, ya no puedo. Y si tengo que huir por la puerta trasera y empezar de cero para lograrlo, lo voy a hacer".

Narcissa no podía creer lo que escuchaba. ¿Qué tanto Edward Tonks había tenido que lavarle el cerebro para que ella creyera que su propia familia eran los villanos de la historia?

—"Andy, estás viviendo en un cuarto en la casa de los padres de ese chico. ¡Y ni siquiera están casados!" —chilló desesperada por la terquedad de su hermana— "Andrómeda, ese joven no tiene ni oficio ni beneficio, ni siquiera puede darte un techo propio donde vivir. Hizo que abandonaras la carrera y él ni siquiera ha acabado sus estudios, no tiene ningún prospecto. ¿De qué van a vivir? ¿De amor? ¡Por favor, Andrómeda! Cuando el hambre entra por la puerta, el amor es lo primero que sale volando por la ventana.

—"El amor conlleva sacrificios, hermana. No lo entiendes porque jamás te has enamorado".

—"Escucha lo que estás diciendo, ya hasta hablas como los personajes de esos libros que tanto lees. Mereces más que esto, mereces más que vivir preocupada de sobrevivir al día. ¿Piensas decorar pasteles el resto de tu vida en la panadería de su familia? Hermana, tú tenías un puesto asegurado en el Museo de Historia, ¿en serio vas a dejar que tantos años de esfuerzo y preparación se desperdicien por alguien que no tiene ni donde caerse muerto?"

—"Tú no te preocupes por el dinero. Yo tengo ahorros y mis joyas. Viviremos ajustados por un tiempo hasta que él complete su carrera, pero al menos comida no nos faltará".

—"Andrómeda, ¡tú no sabes ni freír un huevo".

—"Al igual que tú" —se defendió—. "Pero eso no importa. Si tengo que aprender estas cosas básicas para estar con él, lo voy a hacer. Ted no me juzga ni me hace sentir como idiota por no saber algo. Él me respeta y me quiere tal y como soy".

—"Claro, ¿cómo no te va a querer si se consiguió a una heredera que le cumpla todos los caprichos? ¿No es así?" —exclamó molesta, llamando la atención de los otros clientes del lugar—. "Andrómeda, por el amor de Dios, date cuenta. ¡Es un cazafortunas, un vividor! Conoces a los de su clase, es un oportunista que solo te quiere por tu dinero. Cuando te quedes sin un centavo, te dejará y querrás volver y ya no podremos recibirte" —la menor estiró su mano para sujetar la de ella por encima de la mesa. Apretó fuerte pese a la negativa de su interlocutora—. "Hermana, vuelve a casa, vuelve conmigo. Por favor, olvidemos todo esto y volvamos a casa".

—"Cis…"—

—"Te prometo que arreglaré todo" —la interrumpió con vehemencia—. "Ya no tendrás que hacer esas cosas si no quieres. Hablaré con papá, lo convenceré. Lo juro".

—"Narcissa".

—"¡Por favor! ¡No me dejes sola con ellos!"

Con esa frase, Narcissa no solo se jugaba su última carta, sino que además se dejaba ver tal cual era: una niña asustada por su futuro, cuyo ejemplo a seguir estaba por abandonarla en su pequeña jaula de oro, lista para ser vendida al mejor postor. Los ojos tristes de la joven suplicaban clemencia a los almendrados de su hermana, su mano delgada se aferraba a la suya con la desesperación que solo un condenado a muerte sentiría.

Aun así, con mucho dolor en el corazón, Andrómeda tuvo que ser valiente y decirle la verdad de una vez para que no siguiera lastimándose a sí misma con vanas ilusiones.

—"Narcissa, por favor" —dijo con firmeza, su expresión era casi tan seria como su voz—. "No quiero discutir ahora. No puedo recibir emociones fuertes porque… porque estoy esperando" —la sangre de la mencionada se heló al instante, como si acabaran de arrojarla al mismísimo Mar del Norte—. "Estoy embarazada. Tengo dos meses… Voy- Vamos a tener un bebé".

Siempre supo que algún día tendría sobrinos, pero nunca esperó que fuese de esa forma. De inmediato soltó su agarre y se apartó como si el solo roce de sus manos pudiese contagiarle una terrible enfermedad. Andrómeda no necesitó seguir hablando, su rostro dolido lo decía todo.

—"¿Có-cómo?"

—"Solo pasó, así es la biología. Sin duda, fue inesperado, pero Edward está muy feliz y yo también. ¿Estoy asustada? Por supuesto, no tengo ni la menor idea de cómo criar a un niño, pero quiero a este bebé y él también" —pese a sus palabras, Narcissa no sintió miedo en su voz. Fue entonces cuando supo que su hermana no se iría con ella—. "Su familia me quiere y nos apoyará hasta que podamos establecernos en un mejor lugar. Ted y yo nos esforzaremos. Le daremos todo lo mejor en la medida de nuestras posibilidades y puede que no tenga una nana o vaya a una escuela privada, pero tendrá mucho amor. Voy a darle a este bebé la familia que nunca pudimos tener, Cissy" —la castaña le dedicó una sonrisa triste y, con la misma voz dulce con la que le decía buenas noches de pequeña, musitó—. "Y me gustaría que formaras parte de ella. Quiero que seas la tía de mi hijo o hija y…"—

Narcissa se levantó bruscamente, provocando que la silla chirriara. Por unos segundos, todas las miradas estuvieron sobre ella. Con las manos temblorosas, tomó sus documentos y los guardó con torpeza dentro de su bolso. No le importó arrugarlos a pesar de que había pasado toda la noche arreglándolos para que se vieran perfectos. Apretó los labios con fuerza mientras se repetía mentalmente que no debía enojarse ni llorar. Tenía que guardar lágrimas para el funeral. Sólo debía aguantar tres días, lloraría todo lo que quisiera para entonces.

"Soy perfecta, no me enojo. Soy perfecta, no me enojo".

Andrómeda agachó la cabeza cuando la vio ponerse el bolso en el hombro. Sus manos viajaron directo hacia su vientre aún plano. Su bebé todavía no se formaba y según la ecografía, era más pequeño que un guisante, pero en ese momento, Andrómeda lo sintió tan grande como si fuese la única familia que le quedase sobre la tierra

—"¿Cissy?"

—"Lo siento… No puedo" —la menor se acomodó el pelo y soltó un largo suspiro. Sus ojos grises brillaban rojizos—. "Quería ayudarte, en serio que sí. Pero un bebé… Eso no estaba en los planes. No puedo recibir a los dos y va en contra de mis principios pedirte que…"

—"No lo digas" —la cortó al instante. Andrómeda se sintió asqueada de solo pensar que su hermana pequeña, a la que tanto amaba, pudiese pedirle algo así, en especial teniendo una razón tan egoísta detrás—. "O no podré volver a mirarte a los jamás".

Ambas se quedaron en silencio durante unos segundos, mirándose fijamente. Miel y acero conectados y, a la vez, tan distanciados. La mayor, aún con las manos sobre su vientre, empezó a hacerse la idea que tendría que llevar este embarazo sola, en el sentido de que su hermana, su hasta entonces cable a tierra, no estaría junto a ella para acompañarla. Lamentó en silencio que su hijo o hija nunca conocería a la magnífica persona que tenía por tía. A su vez, Narcissa se tomó ese tiempo para recoger la poca dignidad que le quedaba y suprimir lo mejor que podía esos peligrosos impulsos Black que corrían por su sangre. Tenía que salir de ahí antes de hacer o decir de lo que pudiese arrepentirse más adelante. Estaba inmensamente agradecida de que el señor Kreacher estuviese en el auto esperándola.

—"Aquí es donde nos despedimos, señorita… señora Tonks" —habló con voz neutral—. "Por favor, respete nuestro acuerdo y no intente contactar a nadie de la respetable familia Black ni busque llamar la atención de conocidos o los medios. De hacerlo, le recuerdo que existen consecuencias legales a las que tendrá que abstenerse. Los documentos con su nueva identidad llegarán el próximo mes, dependerá de usted si decide usarlos".

Sus palabras fueron rápidas y monótonas. Todos los Black se sabían al revés y al derecho el discurso de despedida para sus ex integrantes. Andrómeda sabía que su hermana estaba siendo gentil al censurar y reducir la temida disertación a lo mínimo. La versión completa solía sacarle lágrimas a sus oyentes. Hasta la fecha, la señora Tonks nunca entendió cómo es que ella no rompió en llanto.

—"Entendido".

—"... Te enviaré un cheque cuando nazca el niño. Tómalo como mi último gesto noble a tu persona" —sacó un par de billetes de su bolso y los dejó sobre la mesa a un lado de su taza de té vacía. Con eso cubría su consumo—. "Adiós, Andy. Felicidades… a los dos, en serio".

—"Adiós, Cissy. Mis más sinceras condolencias… En serio, lo lamento".

—¿Narcissa?

La voz sedosa y calmada de Severus Snape la trajo de regreso al presente, al hermoso restaurante italiano escondido en las alturas de los rascacielos londinenses. El profesor la miraba preocupado a una distancia prudente. Hacía ademanes de querer acercarse, pero parecía no saber cómo. De seguro debía estar dando un completo espectáculo a juzgar por la expresión en su rostro. No era su intención ser rara, simplemente a veces su cabeza y su pobre manejo del estrés le jugaba una mala pasada.

La rubia parpadeó un par de veces y miró sus manos. Ya no eran las manos temblorosas de una veinteañera, sino las manos gastadas de una mujer próxima a cumplir medio siglo de existencia. Sintió dos gruesas lágrimas caer por su mandíbula y deslizarse por su cuello. Se sintió una tonta por eso. Ya estaba grande, tenía que dejar de llorar por tonterías del pasado. No ganaba nada sintiendo lástima por sí misma. Era mejor que eso.

Era una Black.

Los Black debían verse perfectos siempre.

—Narcissa, ¿estás bien?

—Sí, sí, estoy bien —se apresuró a decir mientras se limpiaba el rostro mojado—. ¿Por qué no lo estaría?

El profesor meditó un poco antes de responder. No era sordo, había escuchado claramente el nombre de Andrómeda salir de su boca; sin embargo, algo le decía que no fue intencional, solo un torpe desliz de alguien que tenía la cabeza demasiado llena de pensamientos confusos. No quiso hacerla sentir peor de lo que seguro ya se sentía, por lo que prefirió ir por la tangente.

—Porque te quedaste en blanco por un momento —respondió sin usar ese típico tono sarcástico y burlón en su voz—. Además, estás llorando.

—No estoy llorando —se excusó mientras veía a su interlocutor agacharse para recoger su bolso. No recordaba haberla dejado en el suelo—. Es- Es mi alergia. Las plantas, toda la decoración de este lugar me provoca alergia. ¿Quién pone lavanda en febrero? Todos saben que las gladiolas son la tendencia de esta temporada —sentía un nudo tanto en la garganta como en la boca del estómago que no le permitían hablar con soltura habitual. Extendió las manos para arrebatarle el costoso bolso y se aferró a él como si su cordura dependiera de ello. Snape levantó las cejas, sorprendido por su reacción—. Deja de mirarme así. ¿Acaso tu madre no te enseñó que mirar fijamente a la gente es de mala educación? Eileen estaría decepcionada de ver cómo el único descendiente varón de los Prince es un mocoso insolente.

—¿"Mocoso insolente"? No me decías así desde que me gradué.

—Pues es lo que veo frente a mí ahora —metió una mano en su bolso y empezó a revolver su contenido buscando algo que Snape no sabría identificar. La desesperación se iba apoderando de ella conforme iban pasando los segundos. Ni siquiera había pasado un minuto y la empresaria ya sentía la necesidad de llenar el vacío con palabras—. ¿Dónde están esos malditos Kleenexs? Siempre tengo un paquete en la cartera, pero ahora no logro encontrarlo.

El profesor se quedó en silencio viéndola batallar contra su accesorio y contra ella misma. La mujer hablaba y hablaba, cada vez más torpe, cada vez más rápido. Llegó un punto en el que se trababa con sus propias palabras, parecía que su cerebro trabajaba demasiado rápido para su lengua.

—¿Segura que estás bien?

—¡Sí estoy bien! ¡Siempre estoy bien! —exclamó con fuerza, golpeando el suelo con los pies—. ¿Sabes? No entiendo. Nunca soy torpe al hablar. Yo doy discursos para miles de personas, doy entrevistas televisadas, hago conferencias de prensa cada semana. Yo no soy torpe para hablar, pero por alguna razón, hoy no puedo dejar de decir tonterías. ¡Y los malditos pañuelos que no aparecen!

Su voz se rompió en las últimas palabras y las lágrimas volvieron a caer. Snape notó que le costaba respirar y se acercó para rodearla con sus brazos. Narcissa se resistió como un gato que no quería ser cargado, pero eventualmente sucumbió al abrazo. Severus pensó que su amiga se sentía demasiado frágil y delgada entre sus brazos.

—¿Qué me está pasando? —chilló aferrándose al profesor— Yo no debería estar llorando por tonterías como estas. ¡Soy una adulta funcional! Debería estar en la oficina facturando, no llorando secuestrada en un restaurante contigo, traidor abandónico, mal amigo.

Snape puso los ojos en blanco y negó suavemente. A veces era agotador lidiar con una persona cuya capacidad para percibir la verdadera realidad de las cosas era limitada.

La rubia intentó apartarse y Severus aprovechó la oportunidad para acunar su angular rostro con ambas manos y limpiarle las lágrimas restantes con sus pulgares. Los labios de Narcissa temblaron conteniendo ese quejido en su garganta que se moría por salir.

—Cissy, ¿estás bien? —empleó el mismo tono que su psicólogo solía usar con él en terapia y aunque era algo que odiaba que hicieran con él, no pudo evitar repetirlo con ella.

—Deja de preguntar si estoy bien —dijo cortante—. No te importa, yo no te importo.

—Sí me importas y quiero saber porque eres mi amiga —le acomodó el cabello lacio detrás de la oreja y trató de limpiar su rostro lo mejor que pudo para que recuperara algo de la majestuosidad que la caracterizaba. No logró mucho, cabe decir—. ¿Estás bien?

Y entonces Narcissa se sintió una vez más como la chica que dos décadas años le lloraba a viva voz a un cajón vacío en medio de un funeral donde todos los asistentes se creían la gran mentira que sus padres y tíos habían montado: estúpida, insignificante, farsante, enojada y herida, sumamente herida.

—... No, no estoy bien —sollozó finalmente dejando arrastrar por sus emociones, soltando un llanto feo que se entrecortaba con bocanadas de aire y quejidos—. No estoy bien, no estoy bien. Lo siento, lo siento, lo siento.

—Shhh, está bien, está bien —Snape la sostuvo entre sus brazos. Tenía miedo de que se dejara caer en cualquier momento—. Respira, respira.

—Es que… es que… ¡No puedo parar de llorar!

—Llorar está bien. Yo lloro todo el tiempo —comentó dando su mejor esfuerzo para consolarla. Evidentemente, no era un experto en eso—. Cada vez que corto cebolla o- o… o cuando veo una película sobre perros —Narcissa tomó una enorme bocanada de aire tomando al profesor desprevenido—. Está bien, está bien. Calma, calma.

—Es que ni siquiera sé por qué estoy llorando —lamentó entre bocanadas e hipidos—. Mamá decía que no debía llorar porque si no me llenaría de arrugas y sería fea y nadie querría casarse conmigo.

—No sé qué tan correcta sea esa proposición, pero sé que llorar te ayuda a liberar endorfinas que te hacen sentir mejor.

Nunca sabremos si la señora Malfoy realmente entendió algo de lo que Severus Snape dijo sobre el funcionamiento biológico del llanto, pero no importaba. De alguna forma, la voz sedosa del profesor la ayudaba a tranquilizarse y eso era más que suficiente. Lo más probable fuese que su presencia le resultara reconfortante o que, por alguna extraña coincidencia, las palmadas que le daba en la cabeza le recordaban a las torpes demostraciones de afecto que le daba su padre. Sea como sea, Narcissa siguió llorando hasta que fue capaz de recuperar su voz.

—Perdóname, no quise comportarme como una loca contigo, nunca fue intención tratarte mal a ti o a esa chica —lloró sobre su hombro aferrándose con fuerza con sus manos—. Yo no quiero que te quedes solo. Quiero que seas muy feliz y que tengas una pareja y te cases y tengas muchos hijos. Quiero que tengas la familia amorosa que siempre mereciste tener. Severus, eres como mi hermano, solo quiero tu felicidad, pero me da tanto miedo que vuelvan a lastimarte o, peor, que te des cuenta de que nunca podremos darte eso que tanto buscaste y te vayas lejos a encontrarlo

Narcissa sorbió por la nariz intentando recuperar todo el aire que había gastado tratando de decir esa frase, pero sus fosas nasales estaban tapadas por fluidos que ahora yacían sobre el hombro derecho del profesor de Química. Algo desagradable para cualquiera, pero a él no pareció importarle demasiado.

—Nunca pensé que te convertirías en una persona tan especial para mí. Sabes que no me es fácil hacer amigos. Me cuesta mucho confiar en ellos y en sus intenciones. Todos mis amigos son amigos de otros amigos que, por alguna razón, terminan hablando conmigo porque creen que soy interesante cuando en realidad no lo soy. Es más, creo que ni siquiera nos habríamos hecho amigos de no ser por Lucius —en eso le daba la razón. En ese entonces, Narcissa era demasiado tímida como para intentar hacer el primer contacto con quien sea, pero esa misma inseguridad al momento de hablar con las personas le daba una apariencia distante que la hacía ver inaccesible—. Así que cuando me di cuenta de que ambos éramos tan torpes socializando, me sentí en confianza. No te daba vergüenza ser raro ni te molestaba escucharme parlotear de cosas que a otros les resultaba aburridas. Eventualmente, te volviste un hermano para mí y, al ser la mayor, fue inevitable que siempre buscara la forma de protegerte de las situaciones que sabía te podían resultar incómodas.

Y no solo incómodas, también aquellas que podrían representar un peligro para su salud física y/o mental. Eso último incluía eliminar cualquier factor de riesgo que pudiese significar un potencial desbalance en la vida del profesor, como, por ejemplo, una exesposa que se negaba a irse sin obtener la mitad de los bienes mancomunados durante el matrimonio.

—"Tienes 42 horas para abandonar el país. Habrá alguien esperándolos en el aeropuerto cuando lleguen a América. Una vez contacten con él y me asegure que realizan su vida con normalidad, depositaré la otra mitad del dinero. Si por alguna razón se te ocurre volver, bueno, espero que hayas leído la letra pequeña del contrato. Recuerda que tus padres siguen viviendo aquí, Valerie, y hay destinos mucho peores de los que ya tienes en mente".

—Siempre he cuidado de todos. De Bella, de mis padres, de mi familia, de Draco y Lucuis. No sé hacer otra cosa. Sentí la obligación de también cuidar de ti y no me di cuenta de que… Oh, por Dios, de que estaba proyectando a mi hermana en ti y lo siento por eso —sollozó avergonzada—. Y no quiero que pienses que te uso para reemplazar a alguien que perdí porque no es así, no lo es. Me agradas tú y nunca se me ocurriría cambiarte, pero cuando empezaste a alejarte, todos mis miedos volvieron y no me di cuenta de lo mucho que te estaba hiriendo hasta que fue muy tarde… Oh, lamentó no haberte invitado a pasar Navidad con nosotros. Era tu primera Navidad sin tu mamá. Yo sé lo duró que es pasar por algo así y no debiste pasarlo solo —chilló con fuerza— . Cuando pienso en todo lo que mi comportamiento infantil causó, no puedo evitar sentirme tan estúpida.

—No eres estúpida, Cissy.

—No dije que fuera estúpida, dije que me sentía estúpida —corrigió hipando sobre su hombro. Al profesor se le escapó una diminuta sonrisa y siguió meciéndose de un lado al otro para calmar a su amiga. Se quedaron en silencio un rato mientras Narcissa intentaba recomponerse. La verdad es que ya se sentía un poco mejor después de llorar un rato, pero su orgullo era tal que no levantaría el rostro hasta asegurarse de que hubiese un pañito húmedo esperándola para limpiarse—. Lamentó todo lo que dije sobre esa pobre chica. Estoy segura de que debe ser una gran persona, te fijaste en ella por una razón, ¿verdad?

El pelinegro asintió— Lo es.

—Es solo que… me cae mal —confesó con voz calma—. En serio, no la soporto y ni siquiera hemos intercambiado palabras. Lo peor es que ni siquiera sé por qué me cae mal. Es decir, sí, profesionalmente hablando, está lo de la gala, pero fuera de eso, ella no hizo nada para hacerme enojar, al menos no a propósito. Lo de Blackpool no cuenta porque, al final de cuentas, fuiste tú quien provocó todo eso.

—Sí, lo sé. Es mi culpa. Soy yo quien abusó de tu confianza y te hice enojar —no estaba completamente de acuerdo con esa última parte, pero ya habían llegado demasiado lejos como para ponerse a pelear otra vez por detalles técnicos. Narcissa no era de esos que agachaban la cabeza fácilmente para aceptar sus errores, así que le daría la razón esta vez—. Y por mi culpa, no te agrada.

Ella asintió. La cabeza le dolía demasiado como para analizarlo, así que solo le dio la razón.

—Mira, soy una adulta racional y muy madura. A pesar de que en serio no me agrada ni un poco, puedo intentar llevarme bien con ella si eso es lo que quieres. Ya lo hice con Valerie una vez, puedo hacerlo de nuevo.

Sorprendido por el gran cambio de actitud de Narcissa, Snape no dudó en contestar— Eso es lo que quiero, me encantaría de hecho.

—Espera, espera.

La aristócrata despegó su rostro del hombro de su interlocutor. Haber estado tanto tiempo con presionando contra la tela de su ropa había provocado una notoria marca rojiza en el lado derecho de su cara. Tenía los ojos hinchados y rojos del llanto, el maquillaje se le había corrido debido a las lágrimas y, si no veía mal, estaba seguro de que había rastros de fluido nasal por encima de su labio superior. Se veía fatal. Se veía tan mal que los paparazzi le pagarían una fortuna por una foto así, con eso digo todo. No obstante, en lugar de reírse o hacer una expresión que reflejara sus pensamientos, Snape tomó el pañuelo que siempre guardaba en el bolsillo trasero de su pantalón y se lo tendió para que pudiera arreglarse.

La mujer agradeció con una leve inclinación mientras se acomodaba el pelo.

—Dije que lo intentaría —retomó—, pero ella también tiene que poner de su parte, ¿sí? Yo me voy a esforzar para encontrar cosas en común, pero quiero que le quede muy claro que no se ganará mi confianza tan fácilmente, quiero verla esforzarse. Debe convencerme de que de verdad te está tomando en serio y si hace algo que pueda lastimarte otra vez, lo sabré y lo lamentará —A diferencia de su hermana, Narcissa no era alguien que soliese hacer amenaza, por lo que no debía tomarse esa última expresión tan a la ligera. Tal y como había enfatizado tantas veces, ella hablaba en serio— ¡Y tú también! Tienes que cambiar, Severus Snape. Empieza por dejar de desaparecer como si te tragara la tierra. Por Dios, cada vez que haces eso, me tienes con el corazón en la boca.

Narcissa siguió hablando por lo menos unos cinco minutos seguidos, deteniéndose únicamente para tomar aire. Snape escuchó atenta cada palabra. Recordó aquella vez en terapia cuando el doctor Sharpe le explicó la diferencia entre oír y escuchar y como eso podía ser de vital importancia para cualquier tipo de relación. Fue incapaz de entenderlo durante sus años de casado, pero ahora lo comprendía. Todo este tiempo se había pasado oyendo a su amiga, pero jamás escuchándola y ella tenía mucho qué decir.

Descubrió que detrás de esa fachada de mujer fuerte e independiente, se escondía una niña insegura que aún tenía miedo de no encontrar a nadie que quisiera comer con ella en la cafetería de la escuela y que, en secreto, practicaba sus conversaciones frente al espejo antes de ir a cualquier lugar con mucha gente que no conocía.

Al igual que él.

—¿Eso es todo? —preguntó cuando la aristócrata terminó de hablar.

Con la garganta un tanto reseca, asintió— Sí, creo que eso es todo.

—Me alegro —el profesor le dedicó una tierna sonrisa que la empresaria correspondió sin dudar. Snape estiró su mano con firmeza y, cuál si fuese un diplomático enviado a solucionar un conflicto mundial, preguntó con voz confiada—. ¿Amigos?

Narcissa se quedó observando su mano por unos segundos antes de pasar su bolso a su otra mano para corresponderle—... Amigos.

Luego de eso, se fundieron en un genuino abrazo fraternal.


Dicen que cualquier malentendido se resuelve mejor con la panza llena y el corazón contento, así que fue exactamente eso lo que Narcissa y Severus decidieron hacer por el resto del día. Se instalaron en sus asientos, ocuparon sus cubiertos y disfrutaron del más rimbombante desfile de pastas, lasañas, pizzas y postres italianos que el señor Malfoy tenía preparado para ellos: platos de presentación impecable, decorados finamente con generosas porciones de comida que harían salivar a cualquiera.

Buono appetito —exclamó Lucius mientras arrastraba una silla para sentarse en medio de los dos comensales. No puedo determinar si esa pronunciación era la correcta porque no hablo italiano, pero sí puedo decir que tal vez su acento era uno de los más exagerados que alguna vez he escuchado—. Lo que en Italia significa "Buen provecho", por si no lo sabían.

—Sí lo sabíamos, Malfoy —contestó Snape concentrado en su plato.

—Y estoy segura de que es "Buon" —corrigió su esposa a la par que enrollaba la pasta en su tenedor.

—Para alguien que alardeaba con pasar todas sus vacaciones de verano en la Toscana, pareciera que solo fuiste a la trattoria de la esquina.

—Ni eso, my dear. Pareciera que aprendió su italiano en línea y no con un tutor privado.

—Qué gracioso —Lucius interrumpió con sarcasmo mientras estiraba su brazo para servirse una copa de vino—. No pueden reconciliarse para resolver temas de adultos, pero sí para burlarse de mí —Narcissa disimuló una pequeña sonrisa—. De haber sabido que la solución era tan obvia, no hubiese invertido tanto esfuerzo… o dinero —masculló forzando una sonrisa. El profesor se aguantó una mueca burlona y siguió comiendo—. Entonces, ¿ya somos amigos de nuevo? ¿Todos contentos? ¿Cancelo el duelo a muerte con pistolas? Porque en la azotea tengo a dos padrinos de armas esperándonos. Un tiro por cada uno.

Narcissa y Severus intercambiaron miradas, enarcaron las cejas e hicieron un par de muecas cómplices que los hacían lucir como gemelos idénticos de una realidad alterna en la que los gemelos idénticos no se parecen en nada, en realidad.

Mejor digamos que estaban sincronizados.

—Narcissa y yo llegamos a un acuerdo —empezó el profesor.

—Un generoso acuerdo —interrumpió la dama.

Snape puso los ojos en blanco.

—Narcissa y yo llegamos a un GENEROSO acuerdo y ahora todo será como antes —anunció complacido. A su lado, ambos esposos rubios sonreían—. Gracias, Lucius. Nada de esto se habría logrado sin ti.

—Tienes razón, Severus —se giró hacia el rubio platinado y habló—. Gracias, amor. Nunca habríamos enfrentado el problema de no ser por ti —deslizó su mano hasta tocar la de él y apretarla con ternura. El CEO correspondió el gesto—. Aunque debo denunciar tu método poco ortodoxo de solucionar conflictos personales —ambos hombres soltaron un resoplido burlón—. ¡Es en serio! Es la primera vez que veo a alguien dispuesto a secuestrar a todo un edificio con tal de obtener lo que quiere.

—Eso no es cierto —refutó Malfoy tomando uno de los aperitivos que habían dispuesto sobre la mesa como acompañamiento—. Qué mala memoria tienes, cariño. ¿Qué no te acuerdas de cuando nuestro querido Snape, aquí presente, nos hizo exactamente lo mismo esa vez que no nos poníamos de acuerdo luego de nuestra primera pelea como casados? De hecho, todo este circo está inspirado en esas insufribles 24 horas que nos dejó encerrados en la bodega de vinos, ¿recuerdas?

Los dos amigos cerraron los ojos. Uno, divertido y la otra, rememorando su peor pesadilla.

Mucho antes de que Lucius se dedicara a "secuestrar" personas, era Snape quien tenía este particular hábito, si es que puede llamarse así. El caso al que Lucius hacía mención era a un evento tragicómico ocurrido hace poco más de 23 años, cuando, efectivamente, los Malfoy eran una pareja de recién casados. Desglosar los detalles de la pelea no tienen importancia ahora, pero sí las consecuencias: ninguno de los esposos se habló durante tres semanas. Lucius terminó durmiendo en el departamento de soltero de Snape, lo cual resultaba muy incómodo cuando el entonces doctorando quería traer a su novia a casa.

Fue por ello que al pelinegro no se le ocurrió mejor idea que encerrar al par de tortolitos en la cava de vino debajo de su mansión hasta que hicieran las pases o murieran en el intento.

—Oh —bufó reprimiendo un temblorcillo—. No me lo recuerdes, por favor. Las peores 24 horas de mi vida y eso que demoré casi todo un día en dar a luz a Draco.

—No fue tan malo —se defendió el profesor cruzándose de brazos—. Gracias a mí siguen casados. Mi método fue más efectivo que cualquier terapia de parejas.

—Y fue por eso que lo copie, pero a diferencia de ti, yo al menos elegí un lugar con ventilación y baños para hacerlo. De nada, por cierto.

—Ya dije qué lo sentía. ¿Cuántas veces más me sacarás en cara eso?

—Hasta que muera.

—Saben —interrumpió la rubia mientras jugaba con su comida—, si tuviera una libra por cada vez que me han secuestrado, tendría tres. Lo cual no es mucho, si lo piensan un poco, pero me sorprende que haya pasado tres veces —ambos hombres se les quedaron observando, haciéndola sentir juzgada—. ¿Qué? ¿Qué dije?

Snape negó con la cabeza antes de llevarse su copa de vino a los labios—. A veces me preocupas, Cissy. No tengo idea de cómo es que sigues viva.

—Hmmm… Te alcanzaría exactamente para un pasaje del metro —complementó el CEO haciendo memoria—. O al menos eso creo que cuesta un pasaje.

—Como se nota que ninguno de los dos usa el transporte público —se quejó Snape—. Para empezar, el pasaje mínimo de solo ida está 4 libras y solo tiene ese precio si usas la tarjeta, la cual, dudo que tengan.

—Eso no es cierto, yo tengo la mía —rio Lucius—. La usé una vez, creo. Digo, por algo la tengo, aunque no recuerdo haberme subido.

—Yo nunca he tenido que usar el metro —justificó la rubia—. Siempre me llevan.

"¿Soy el único ser humano normal aquí que usa el metro?", se preguntó el profesor mientras seguía comiendo.

Las horas se pasaron volando. Entre cotorreos, risas y bromas internas que solo ellos podrían entender, se acabaron todos y cada uno de los platos del restaurante, incluyendo el abatidor con postres de la cocina y dos botellas de vino. Al finalizar la comida, los tres adultos estaban repletos, parlanchines y más alegres de lo que normalmente solían estar. Francamente, creo que así es como termina cualquier almuerzo familiar de cualquier persona mayor de 40 años.

Quien se veía más satisfecho con todo esto era Lucius, quien no sabría decir exactamente cuánto dinero le costó todo este circo, pero que tampoco le interesa saberlo, pues esto contaba como gasto de la empresa. Todo se cancelaría con factura.

Si me permiten decirlo, a mí tampoco me interesa, pues no soy quién lo pagará. Y tampoco es como que pueda pagarlo porque no tengo plata, estoy en ceros. Maldita inflación.

Como decía, todas las personas con una capacidad adquisitiva alta (y Snape) estaban felices y muy contentos, pero ¿qué hay de los que no? (Como Snape).

—¿Cuánto tiempo más tendremos que esperar aquí, chef? —uno de los cocineros aburrido en el interior de las cocinas del restaurante.

Este cuento es muy lindo y todo, pero nos hemos olvidado de las personas que están detrás del escenario, los encargados de que el cuento cobre vida. Y es que debíamos recordar que no solo eran los Malfoy y Snape quienes estaban encerrados hasta nuevo aviso. También los empleados del Circolo Popolare, específicamente, el personal de sala y de cocina.

Y déjenme decirles que el chef Giacomo y el maître Phil, junto con sus respectivos equipos de trabajo, no estaban nada contentos con la situación.

—Lo que tengan que tardar los señores, Anton.

—Ya son casi las seis, chef —dijo el lavaplatos desde un rincón junto a la televisión que tenían adentro—. ¿Abriremos para la cena?

—No lo creo, nos pagaron la jornada completa —dijo otro de los cocineros, el encargado de cortes—. ¿Revisaron sus cuentas? Nos depositaron hace una hora.

—¿Quiere decir que nos tenemos que quedar aquí hasta que ellos decidan irse, chef?

—No lo sé, Georgia, yo solo cocino, no veo horarios. Pregúntale al señor Phil.

Personalmente, nunca entendí su enojo. Tenían comida, agua e internet a su libre disposición. Ya quisiera descansar una jornada completa y que encima me paguen el doble de lo que suelo ganar al día. De quien sí entendería el enojo es de Hermione Granger, la novia de uno de los "secuestrados". Desde esa breve llamada, hace cuatro horas, la bailarina no había tenido noticia alguna de su pareja y eso la preocupaba demasiado al punto de no poder concentrarse en hacer bien su trabajo dentro del estudio de danza.

—Y, un, dos, tres. Un-dos-tres. Un, dos, tres. Un-dos-tres —repetía la castaña acompañando la cuenta con sus palmas. La pareja que tenía al frente seguía la marca, haciendo su mejor esfuerzo para seguir el ritmo que dictaba su instructora—. Un, dos, tres. Un-dos-tres. Deslizo y… ¡Pose!

Neville y Luna hicieron lo indicado, pero posaron unos segundos antes de lo que se tenía programado en la coreografía. La canción apenas estaba terminando el verso que daba pie a la pose que debían mantener para que el jurado los evaluara el día de la competencia. Hermione soltó un bufido al ver el fallo. Llevaban más de siete intentos y todavía no les salía la secuencia. Siendo totalmente honesta, encontraba muy frustrante la situación.

—No, chicos, no —los detuvo pausando la música y acercándose a ellos—. Están contando mal, están muy adelantados. Y Neville, otra vez, estás teniendo problemas con los rocks. Las rodillas no se doblan a los lados, vas a parecer un caballo —la muchacha se posicionó a su lado e imitó el paso de baile de forma correcta. Neville tomó notas mentales e intentó replicarlo grosso modo—. ¿Ves? Las rodillas van hacia adelante, así. Luna, ya no sé cuántas veces te lo tengo que repetir. Cuida tus chasses.

—Pero estoy haciendo lo que me dijiste, Herms —reclamó Luna. Su típica voz soñadora había sido reemplazada por una voz cansada y un tanto irritada. Probablemente debido al número de horas que llevaba realizando el mismo movimiento una y otra vez—. Me dijiste "desliza primero la derecha y cierra rápido con la izquierda" y ¡eso hago!

McGonagall y Sirius observaban el ensayo desde la zona de descanso. La dama escocesa estaba sentada en una de las butacas y Sirius, en el suelo debido a que necesitaba estirar las piernas. Habían incrementado las horas de ensayo, ya que faltaba poco más de un mes para el gran evento y, viendo el desempeño de sus alumnos, comenzaba a cuestionarse si realmente merecían participar o no.

No entendía nada, habían estado tan bien estas últimas semanas. Había algo que estaba fuera del lugar, uno de los engranajes de este reloj no estaba trabajando bien.

—Desde el puente, ¿de acuerdo? Pónganse en posición —la castaña fue el estéreo y retrocedió la pista— ¿Listos? Y cinco, seis, siete, ocho. Un, dos, tres. Un-dos-tres. Un, dos, tres. Un-dos-tres. Giro y un, dos, tres. Un-dos-tres. Un, dos, tres. Un-dos-tres. Deslizo y pose… ¡No, no, no! —Hermione paró la música y a los bailarines—. Siguen contando mal.

Neville y Luna soltaron pesadas exhalaciones. Se les notaba en el rostro que ya estaban hartos de esto.

—Quien está contando mal es usted, señorita Granger —habló McGonagall con voz clara haciendo que todos se giraran en su dirección. Hermione abrió los ojos, incrédula de lo que oía. ¿Cómo es que ella era quien estaba equivocada? No tenía sentido, ella jamás se equivocaba al llevar el ritmo. McGonagall suspiró y tomó impulso para ponerse de pie—. Descansen, muchachos. Tomen agua, bañan al baño y estiren, les hará bien.

La pareja hizo caso a la sugerencia y fueron hacia la zona de descanso, donde se unieron a Sirius en el suelo. Hermione se quedó de pie en el medio del salón, sintiéndose como la mayor idiota del mundo. La profesora llegó hacia ella y se puso a su nivel. Pese a que su figura era delgada y esbelta, su gran diferencia de tamaño seguía intimidando en cierta medida a la castaña.

—¿Qué está pasando, Hermione? Tú no eres de las que se confunde así en un entrenamiento.

—Lo sé, lo siento. Le juró que estaba contando bien. Estoy marcando el ritmo con las manos.

—Pues no sé qué estás marcando, pero definitivamente no es el ritmo —regañó la mayor—. Estás distraída y eso distrae a tus alumnos. Te lo he dicho y se lo he dicho a todos más de una vez. A los entrenamientos se viene a bailar, no a pensar en otras cosas. En la pista de baile, ellos estarán solos, no tendrán a su coach y es por eso que debes estar presente aquí, en el ensayo, en el lugar donde aún puedes permitirte cometer y corregir los errores —Hermione agachó la cabeza, recibiendo el merecido regaño—. Parte de ser un buen coach es enviarlos a la competencia en tal sincronía que pareciera que siempre estás con ellos y yo no veo que estés cumpliendo esa función hoy, Hermione.

La pandilla escuchaba atentos cada palabra que salía de la boca de la profesora McGonagall. Tal vez parecían concentrados en rehidratarse y estirar, pero en el fondo, esos tres pares de orejas estaban pendientes de que la escocesa no se pasase con el castigo. Sí, Hermione solía ponerse un tanto intensa cada vez que estaban a nada de un concurso, se le salía lo competitiva, pero tampoco era para tanto.

O al menos así lo veían ellos, pero ¿quiénes era para opinar? Solo eran aficionados tratando de cumplir un sueño colectivo.

—Lo siento, profesora. No se repetirá.

—Obviamente, no se repetirá, no lo permitiré, no en mi estudio —Hermione cerró los ojos y asintió con pesar. Tenía razón y debía reconocerlo. No estaba haciendo un buen trabajo, no estaba siendo una buena maestra. McGongall, al notar que su aprendiz aceptaba las observaciones con humildad, suavizó su mirada y le habló dulcemente—. ¿Qué sucede, mi niña? ¿Qué está pasando por esa cabeza tuya?

Hermione tomó una profunda inspiración y se llevó una mano a la cabeza para acomodarse el pelo detrás de la oreja— Profesora, la verdad es que ni yo misma sé por qué estoy tan distraída hoy.

Bueno, sí, sí lo sabía. Estaba preocupada por Snape y eso hacía que sus niveles de estrés se elevaran, lo cual era una verdadera ridiculez. Severus Snape ya no era un niño por el cual preocuparse a qué hora llegaba. Era un adulto de 43 años, funcional e independiente, que no necesitaba dar explicaciones a nadie porque desde hace años que sabía cuidarse solo. Sin embargo, ella no podía evitar preocuparse. El pobre hombre estaba encerrado en lo más alto de un edifico con un par de psicópatas cuyas tarjetas de crédito no tenían límites, lo cual los volvía mil veces más peligrosos.

"Ay, mi pobre Sev", pensó la castaña angustiada, "debe estar asustado, con frío. Pobrecito".

—Pues, más vale que descubras que es. No puedo permitir que sigas asesorando si no vas a dedicarte al 100% a eso. Estaba desquitando tu frustración con mis alumnos y eso, Hermione, no es nada profesional.

—Tiene razón, profesora. Lo siento. Me disculparé.

—Más te vale hacerlo. Sé que puede ser muy estresante para ti dar clases cada vez que estamos cerca de las fechas de competencia, pero Hermione, parte de ser una buena instructora es saber hasta cuando puedes presionar a tus alumnos —la escocesa dio un paso hacia ella y bajó la voz no perdiendo la seriedad por ello—. Recuerda que ellos no son como nuestros otros alumnos, ellos no son bailarines de competencia. Ganar este concurso no tiene el mismo peso para ellos que para nosotras. Solo lo hacen por diversión. Si los presionas demasiado, harás que venir aquí sea un martirio para todos.

La castaña reflexionó sobre tales palabras. Su mentora tenía razón, estaba siendo muy dura con ellos. Sirius, Neville, Luna y Severus no eran bailarines profesionales, no se jugaban una carrera o su prestigio en un baile. Solo participaban porque ella les insistió. No podía exigirles la misma perfección que les exigía a estudiantes como Emy, Lila o Johnny porque ellos no eran bailarines de verdad. Se necesitaban años de práctica para dominar todos los movimientos y este era apenas su primer concurso. Ni siquiera ella podía jactarse de haber sido una virtuosa del baile del salón en sus primeras presentaciones y eso que llevaba aprendiendo danza desde muy pequeña.

La Hermione competitiva y obsesiva estaba de vuelta para la temporada y eso, sumado al estrés que le causaba toda esa situación, estaba sacando a relucir lo peor de ella.

—¿Tu mal humor tiene algo que ver con que Quejicus no esté aquí, pequeña Mione?

Sirius la observaba burlón desde su lugar en la zona de descanso. Parecía el Gato Sonriente del País de las Maravillas, retozando perezoso sobre las butacas, esperando ver el mundo arder. Luna y Neville lo secundaban curiosos de la posible reacción de la castaña. La sangre corrió de inmediato a las mejillas de la bailarina y avergonzada, desvió la mirada. La sonrisa de Sirius se ensanchó aún.

—¡Ja! ¡Lo sabía! Esto tiene el nombre de Quejicus escrito por todas partes —exclamó triunfante elevando los brazos al cielo como si acabara de ganar el premio gordo de la lotería—. Te trae loca, te mueres por sus huesitos —canturreó burlón.

Hermione, colorada como un tomate, chilló— ¡Eso no es cierto!

—Ay, no puede ser —lamentó McGonagall llevándose los dedos a las sienes y saliendo lo más rápido de ahí para refugiarse a la seguridad de su petaca de whisky escondida detrás del mostrador—. ¿En serio, Granger? Oh, debe estar bromeando. ¿Qué no pueden soportar estar un solo día separados? ¡Por Dios! En serio no puedo con esto. Por eso no soy partidaria de las relaciones entre estudiantes. Tenemos cosas importantes qué hacer aquí, todos ustedes deberían estar con los cinco sentidos inmersos en los ensayos —le dio un sorbo a su bebida y arrugó el rostro al sentir el ardor del líquido por su garganta—. Además, ¿qué no lo ves todo el tiempo? Ya deje el pobre hombre respirar.

—No. Yo…—

—Sí, deja al pobre Quejicus en paz —Sirius se levantó de donde estaba y se dirigió hacia donde estaba ella, en el centro de la pista, para practicar algunos movimientos de vals con una barra correctora de postura—. Pero qué tóxica resultaste ser, pequeña Mione, y no parecías.

—No soy tóxica —se defendió no muy convencida de sus propias palabras.

—Claro que sí. Te pasas 24/7 sobre él —rio—. Ya deben dolerle los hombros de tenerte encima todo el día.

Hermione se cruzó de brazos, no sin antes soltar un bufido.

"¿Acaso soy tóxica?", se preguntó por un segundo. "No, claro que no. Solo… me preocupo".

—No la molestes, Sirius —pidió Neville mientras cerraba su botella de agua—. Debe haber tenido una buena razón para no venir a ensayar hoy. Solo nos queda un mes y medio, sabe que no debemos perder el tiempo si queremos estar listos para el concurso.

—Si es que se realiza el concurso —murmuró la profesora cerrando la petaca. Tenía una expresión apática en el rostro, señal de que ese único trago parecía haberle afectado un poco demasiado—. Con esto de que los patrocinadores no se ponen de acuerdo con el lugar, dudo que logren organizar todo a tiempo. Si no fuera porque no creo en las supersticiones, diría que la Maldición austriaca se hará presente este año.

—No hay que ser pesimistas, aún hay tiempo—intervino Luna con su voz optimista de siempre—. El concurso se hará y estaremos listos para entonces. Solo… Solo hay que practicar a conciencia.

—¡Exactamente, señorita Lovegood! Eso es lo que le falta a este grupo. Disciplina, disciplina y disciplina.

—Disciplina no es lo mismo que tiranía —masculló Sirius pasando al lado de la castaña, quien no dudó en estirar su pie para hacerlo trastabillar—. Muy graciosa, Granger.

—Herms, ¿Severus te dijo por qué no vendría hoy? —preguntó la rubia cambiando de tema—. Con este es el cuarto ensayo que se pierde en dos semanas y tampoco estuvo para la segunda prueba de vestuario.

—Es cierto —secundó Neville—. ¿Acaso tiene problemas con el horario? Creí que ya no tenía clases después de las 4. Sí estará con nosotros para el concurso, ¿verdad?

Las miradas se posaron al instante sobre la bailarina. Hermione se sintió juzgada. No pudo evitar tragar sonoro mientras pensaba qué decir.

Por un lado, ella también estaba preocupada por la constante ausencia de su pareja a los ensayos más recientes. Conforme más tiempo juntos pasaban, Hermione notaba cada vez más que Snape ya no estaba tan activo como antes. En repetidas ocasiones se había negado a ir a correr al parque con ella y con Lamarck porque prefería quedarse a dormir. Y no es que lo hiciera a propósito, pero puede que sí se estuviese relajando un poco con los entrenamientos y no le estuviese dando la seriedad que toda disciplina merecía. Sí, a veces practicaban cuando no tenían nada que hacer en casa, pero tontear por 15 minutos no se parecía en nada a un ensayo propiamente dicho.

Era como si la flojera se hubiese apoderado de él desde que cumplió 43.

Por otro lado, tampoco quería decirles que, esta vez, el profesor de Química estaba faltando no por flojera, sino porque un par de psicópatas con claros problemas para gestionar sus emociones lo tenían literalmente retenido contra su voluntad, hasta quién sabe cuando y en quién sabe dónde. ¿Cómo carajos explicas un secuestro que no es un secuestro en realidad, pero que tiene toda la apariencia de serlo? Mejor dicho, ¿cómo explicas que las personas que dicen ser tus mejores amigos, en un acto desesperado por llamar tu atención, literalmente encerraron a todo el personal de un restaurante —gente que no tiene nada que ver en eso, cabe aclarar— y que amenazaron con no liberarlos hasta que les pidas perdón por algo que no hiciste?

"Oh, Severus, en serio deberías reconsiderar tu lista de amigos", lamentó la muchacha pasándose una mano por el cuello.

—Pues… Es una larga historia.

Dicen que cuando el chisme es bueno, no hay historia demasiado larga y los estudiantes del McGonagall's Dance Studio predicaban esa frase al pie de la letra. En menos de lo que canta un gallo, Hermione tenía a sus tres aprendices sentados frente a ella con los ojos y oídos bien abiertos para captar todos los suculentos detalles que la castaña pudiese soltar. La profesora McGonagall, con el decoro y templanza que la caracterizaba, se quedó detrás del mostrador revisando un par de carpetas con facturas, mostrando aparente indiferencia a esos chismes que poco o nada aportaban a su vida. Sin embargo, mentiría si dijera que no escuchó cada detalle del relato de la castaña. Entiéndanla, no era su culpa. No es que quisiera hacerlo, era que Hermione hablaba muy alto.

Ella no buscaba el chisme. El chisme la buscaba a ella.

Para cuando la bailarina terminó el relato, los cuatro pares de ojos la observaban absortos. Tres de ellos con el más genuino horror plasmado en el rostro y el restante, completamente fascinado.

—Espera, espera, espera —habló Sirius intentando contener la risa—. ¿Me estás diciendo que Quejicus, el Quejicus que todos conocemos, hizo enojar a Narcissa Malfoy, la señora esa dueña de los hoteles Heir, por TU culpa?

—No fue exactamente por mi culpa…—

—¡Responde! —exclamó eufórico— ¿Narcissa Malfoy secuestró a Snape en el baño de un restaurante porque tú te embriagaste en el vestíbulo de su hotel y vomitaste en el elevador?

—Y porque engañaste a su asistente personal —complementó Neville.

—Oh, y no olvides que casi le provocaste un ACV —añadió Luna mirándola con esos enormes ojos que ahora encontraba irritante—. Uy, perdón.

Los tres estudiantes se ganaron una peligrosa mirada de advertencia por parte de la castaña. McGonagall se sintió orgullosa de que al menos su pupila sí hubiese aprendido algo de ella después de tantos años viviendo bajo su techo.

—No lo diría exactamente así, pero… sí, básicamente sí.

—Oh —lamentó Luna mirando hacia la ventana, entrando en uno de esos trances extraños que solía tener cada vez que pensaba demasiado en un tema específico—. Está muerto.

Una pesada sensación de tensión se instaló en el ambiente, alarmando no solo a Hermione, sino también al botánico y a la profesora.

—¿De-de qué hablas? —Neville, a su lado, preguntó— ¿Cómo que está muerto?

—La señora Malfoy no solo es famosa por sus hoteles, también tiene fama de destruir a cualquiera que se le enfrente —respondió Luna como si fuese lo más obvio del mundo—. Papá dice que su familia pertenece a una larga dinastía de mafiosos a nivel internacional y que usan sus empresas para tapar sus negocios ilícitos. También dice que es ella es la actual matriarca porque es la más apta para el trabajo y que le gusta desaparecer a quien sea que se acerque demasiado a la familia.

Viniendo de cualquier otra fuente, la revelación de Luna hubiese sido sumamente aterradora para todos, pero los presentes se sintieron aliviados al saber que solo se trataba de otro de los disparates de Xenophilus Lovegood, el padre de Luna y el actual director de una revista amarillista de teorías conspirativas que no tenían ni pies ni cabeza. No era material que se distribuyera en grandes cantidades, pero siempre podías encontrar algunos ejemplares en los kioscos afuera de los colegios. Naturalmente, para Luna, todo lo que su padre dijese era una verdad absoluta, pero para el resto, solo se trataba de unas bromas divertidas y un tanto ridículas de alguien que tenía mucho tiempo libre y acceso ilimitado a internet.

—Oh, Luna… Uhm, no sé qué tan cierto sea eso —dijo Neville con cautela, tratando de ocultar su sonrisa—. Tal vez solo sean rumores. Digo, siempre inventan rumores de todos los Royals. Es casi como un deporte nacional.

—Ah, yo no descartaría completamente la teoría —Sirius intervino haciendo voltear a todos. Sus labios perfectos dibujaron una sonrisa perversa que no vaticinaba nada bueno—. Aunque no lo crean, el viejo Xenophilus podría no estar tan equivocado después de todo. Digo, le atinó a eso de "larga dinastía de mafiosos" —el hombre se llevó una mano al mentón. Alguno de sus dedos reposaron sobre su labio superior, ocultando parcialmente su sonrisa—. Mafia… Bueno, es una forma de verlo —musitó burlón para sí mismo.

Los presentes, exceptuando a Luna, se le quedaron observando preocupados. No era un secreto para nadie que Sirius Black tenía el peor concepto de su familia. Su relación con sus padres en vida fue pésima y suponían que cualquier otra relación de índole familiar debía seguir más o menos las mismas condiciones puesto que nunca desaprovechaba una oportunidad para despotricar contra ellos. Sin embargo, llamarlos "mafiosos" teniendo en cuenta que él mismo pasó algunos años en prisión por culpa del lavado de activos de la empresa familiar hacía que esas acusaciones tomarán más peso del que debían.

Hermione no pudo evitar preguntarse en qué se estaba metiendo.

—Lo que sigo sin entender es cómo Snape se vinculó con Narcissa Malfoy —habló nuevamente al sentir todo el peso del silencio instalándose en la habitación—. Créanme, la conozco. Quejicus no es el tipo de persona que encontrarías en su círculo social más cercano, ni siquiera entre sus empleados.

Y era la verdad. Solo bastaba con ver a la gente que trabajaba en la recepción del Heir. Todos parecían ser modelos de perfume o ropa.

—Severus es el mejor amigo de su esposo, el señor Malfoy. Se conocieron cuando eran niños y han estado juntos desde entonces —explicó la castaña de forma breve—. Supongo que fue inevitable que también se hiciese amigo de la señora Malfoy. Son casi como hermanos. Siempre está detrás de él.

—¿Narcissa sigue casada con Malfoy? —preguntó gratamente sorprendido—. Mejor dicho, ¿siguen viviendo juntos? —ella asintió—. Vaya, no pensé que llegarían tan lejos. Creí que Malfoy se hartaba de ella cuando descubriera lo chiflada que estaba. Ja, supongo que es tan idiota como pensé —rio—. Ay, me preguntó si seguirá diciendo ese tonto mantra…

—¿Cómo es que sabes tanto de Lady Cissy? —preguntó Neville curioso—. ¿Se conocen?

—Desde luego —exclamó mirando hacia el espejo y acomodándose en primera posición para reanudar con su entrenamiento como si no estuviese contando una de las historias más interesantes de los últimos tiempos—. Es mi prima.

Si alguien tenía algo que decir, la voz debió cortársele en ese momento, pues nadie pudo decir nada. Incluso la profesora McGonagall —a la que nada le sorprendía— se quedó muda. El contenido de su botella de agua se resbalaba por sus labios hasta mojar el mostrador. Por su parte, a Sirius Black esto no pareció importarle demasiado porque continuó practicando sus poses de vals frente al espejo como si no acabara de soltar una bomba.

"Bomba".

—¡¿QUÉ?! —Hermione y Neville chillaron.

—Sí, lo sé, lo sé. "¿Cómo es que alguien tan guapo puede ser pariente de alguien como ella?" ¿Qué les digo? La naturaleza tiene a sus favoritos —rio—. Oh, vamos, pensé que era obvio. Yo soy Black, ella es una Black, saquen sus conclusiones. Ya no hay muchos de nosotros.

—Es cierto —habló la escocesa mientras limpiaba el desastre que había causado por accidente—. Fue una gran boda, aún recuerdo los titulares."La última heredera Black, Lady Cissy, se casa en la Catedral de San Pablo". Fue casi una boda real, la prensa no dejó hablar de eso por una semana.

—Narcissa no tiene nada de royal —criticó Black mientras daba una vuelta sobre sus talones para luego posar—. Sí, sí, su mamá era hija de una condesa, pero eso de que portan un título real es una completa mentira. El único royal legítimo de la familia Black soy yo. Mi tío me heredó el título porque no tenía hijos varones, pero luego ella se quedó con mi puesto cuando me salí.

—Querrás decir cuando te expulsaron —corrigió Luna de forma inocente. Al millonario no pareció darle mucha gracia—. ¿Por qué nunca dijiste que era tu familia? Llevo casi cinco años conociéndote y nunca habías mencionado a la señora Malfoy.

—Tampoco podía hacerlo. Verás, hay un tema legal muy delicado que realmente es un tanto difícil de explicar, pero básicamente no puedo revelar mi parentesco con la familia Black ni tampoco contactar ni hablar con ellos por ningún medio, eso incluye cartas, llamadas telefónicas, encuentros físicos arreglados o por accidente y/o declaraciones a la prensa. Es más, ni siquiera debería decirles que Narcissa es mi prima, así que bórrenlo de sus cabezas, ¿escucharon? No quiero tener que ir al juzgado otra vez. No necesito pasar otras tres horas sentado frente a sus abogados y un conciliador.

Las reuniones para pagar sus multas por incumplir los términos de su acuerdo con los Black solían ser insufribles, por eso siempre procuraba evitar cualquier situación que pudiera desembocar en un citatorio al juzgado más cercano. No tenía idea de cuánto dinero ya había gastado en solo pagar los honorarios de su abogado.

—Pero, pero… Eres una figura pública, Sirius. Todos sabemos que eres un Black —refutó Hermione—. Hasta en China saben que eres un Black.

—Sí, por eso pago muchas multas al año, es como mi declaración de impuestos… Ay, a veces me pregunto si ser el único primogénito varón de mi generación valió la pena —Sirius estiró los brazos y se irguió todo lo que pudo para desenredar los nudos de su espalda. Estoy segura que en algún momento su cuello tronó. Luego de eso, se giró y con una gran sonrisa, anunció—. En fin, ¿quién quiere ir a rescatar a Snape?

—¿Cómo? —preguntó Hermione, confundida— ¿De qué hablas?

—Creí que querías saber cómo está tu amado. Vamos a buscarlo y averiguamos. No podemos dejar que se muera de aburrimiento junto a mi prima, tenemos que salvarlo.

—¿Y cómo piensas hacer eso, Sirius? —intervino Neville— Ni siquiera sabemos dónde está.

—Ustedes tranquilos. Conozco a alguien.


En la nueva estación de Scotland Yard, a espaldas de la estación de Westminster, los detectives estaban listos para guardar los expedientes de sus escritorios y dar por terminada la jornada. Los policías del turno noche deberían llegar en cualquier momento. En cuanto ellos pusieran un pie en la estación, la mayoría se iría a casa a pasar tiempo con la familia y descansar.

Un buen ejemplo era la detective Tonks, quien ya tenía el bolso y el abrigo en las manos y solo aguardaba que el reloj marcará la hora de salida.

—Tonks, ¿tienes el expediente del caso Braedt? —preguntó su colega del escritorio de al lado, Kingsley Shacklebot, un detective de mayor trayectoria que estaba próximo a recibir un ascenso—. Quiero darle una última revisión antes de archivarlo.

—No, lo dejé ayer en Archivos —contestó apenada—. El lunes lo solicito de nuevo, ¿vale? Te lo dejo a primera hora en tu escritorio, te lo prometo.

—Más te vale. Ah, por cierto, Moody quiere que hagas cargo del asesinato en St. Hugh. Los forenses siguen examinando el cuerpo, así que puedes recoger el expediente del escritorio de Dashwin.

—Agg, pero yo ya tengo el caso de…—su teléfono en su bolsillo empezó a sonar. Su muy particular ringtone captó la atención de los compañeros que aún rondaban por ahí—. Uy, perdón. Un minuto, por favor.

La detective de cabello rosado se levantó de su escritorio y se alejó unos pasos para tomar la llamada. En la pantalla se leía el nombre de Sirius Black, lo cual la alarmó un poco. Su tío no era una persona de llamadas, casi todas sus conversaciones se limitaban exclusivamente a los mensajes de texto. Inmediatamente, se preguntó qué sería eso tan grave que ameritaba el escuchar su voz.

—¿Aló, Sirius? ¿Qué hay? —contestó usando su mejor voz—. ¿Todo bien?

—Hola, Sherlock Tonks. Sí, sí, todo bien. ¿Estás ocupada? ¿Tienes un minuto?

—Sí, dime.

—¿Aún sigues en la estación?

—Eh… Estaba por salir. Ya acabó mi turno —dijo echándole un vistazo al reloj de pared frente a ella. Faltaba menos de cinco minutos para por fin poder irse a casa con sus niños y Lupin—. ¿Por?

—Necesito que me hagas un favor.

El millonario procedió a contarle cada pequeño detalle de la historia relatada por Hermione, por más insignificante que fuera. Tonks escuchó parcialmente atenta lo mejor que pudo. Se perdió en algunas partes debido a la pobre calidad narrativa de su pariente, pero luego de un par de preguntas —y burlas por ambas partes—, terminó comprendiendo todo.

—¿Snape? ¿Mi profesor Snape, el que me reprobó y me mandó a verano? —preguntó la detective a la conclusión del relato—. Debes estar bromeando… Sirius, no. Estoy por salir… No, tú solo quieres una excusa para usar ese condenado aparato tuyo… Sirius, me van a despedir… Sí, sobrevolar en un área pública es contra la ley… No sé, le prometí a Remus hacer la cena hoy… Agh, eres imposible… Está bien, está bien, pero yo escojo el restaurante… Ok, mándame la dirección, voy para allá.

Mientras la mujer conducía con la sirena de policía azul encendida en su camioneta familiar, se preguntó si sorprender valía la pena arriesgar su placa solo para sorprender su ex profesor de Química en una situación muy embarazosa.

La respuesta era un rotundo sí.


—Entonces, sí vendrás con nosotros, ¿verdad?

La tarde había dado paso a la noche y los tres adultos seguían sentados en el restaurante picando algunos bocadillos mientras disfrutaban la vista que la Londres nocturna tenía para ofrecerles. La charla parecía estar buena, pues habían pedido la cena porque no querían abandonar el lugar. Ahora estaban discutiendo sobre la próxima boda de Nott y sobre cuál sería el regalo más apropiado para alguien que ya se había casado dos veces y que ahora iba por la vencida.

—No lo sé aún. Es decir, quiero ir, pero no tengo a Lamarck y no quiero dejarlo solo.

—¿Y? Llévalo con nosotros. Viajaremos en primera clase, tendrá todo el avión a su disposición —respondió Lucius mientras se llevaba un poco de pan a la boca—. Déjalo en el hotel mientras nosotros nos vamos a divertir. Lo cuidarán bien. Allá en Japón están locos por los perros, tienen hasta spas para ellos.

—Anímate, Severus, será divertido —secundó Narcissa con voz amable y una tierna sonrisa. Ahora que por fin había saciado su hambre, se mostraba de mucho mejor humor—. Estábamos pensando con Alecto y Brenda en viajar una semana antes. Ya sabes, para acostumbrarnos al cambio de horario, aclimatarnos, turistear un poco en otras ciudades. Es la primera vez que haremos un viaje tan grande, todos juntos y con los chicos, ¿por qué llegar solo a la boda? ¡Vamos a Okinawa! Vi las fotos y creo que es precioso. Tienen unas playas que, no, te mueres de lo lindas que son. Con las chicas hemos pensado en ir a Kyoto, Fukuoka, Osaka obviamente y…—

No pudo terminar la idea, ya que fue interrumpida abruptamente por alguien.

O, mejor dicho, algo.

Una potente luz blanca iluminó por completo el ventanal del restaurante, cegando a nuestros tres amigos. Snape se llevó automáticamente las manos a los ojos tratando de proteger su vista, sus dedos presionaron con fuerza sobre sus párpados y se dio la vuelta. Sintió que la persona a su lado se deslizaba debajo la mesa para ocultarse y estaba seguro de haber escuchado a Narcissa maldecir en voz baja.

"¿Pero qué demonios está pasando?", pensó.

—¡Policía de Londres! ¡No se muevan!

La voz de mando de algún oficial les heló la sangre a los tres, pero tuvo un efecto aún más potente en el señor Malfoy. Debajo de la mesa y todavía viendo puntos negros titilantes por culpa de la lámpara de proyección policiaca, el dueño de Malfoy Airlines ya se veía a sí mismo tras las rejas por culpa de su "gran" idea para reconciliar a ese par de tontos que estaban arriba. El pánico empezó a inundar sus pensamientos. ¡No podía ir a prisión! No iba a sobrevivir allá adentro. No había agua caliente ni papel higiénico ni ningún artículo de aseo personal de buena calidad. Tendría que compartir la celda y el baño con algún desconocido homicida y ni hablar de la comida. ¡No había comida orgánica en las prisiones! No podría sobrevivir ahí sin tomar su jugo verde o sus vitaminas para la piel y el cabello.

Pero eso era lo de menos. Sería presa fácil para los demás reos. Lo despedazarían en cuanto lo vieran. Necesitaría protección allá adentro para sobrevivir a todos esos delincuentes y para eso necesitaría dinero. ¿Pero cómo obtendría dinero estando encerrado ahí adentro? La junta directiva de la empresa lo abandonaría con tal de desvincularse de cualquier escándalo y no los culparía porque él haría exactamente lo mismo de ser el caso.

"Oh, por Dios, me voy a morir", pensó hiperventilándose. "No, ¡me van a matar!".

Snape puso sus manos al frente para hacer sombra e intentó abrir los ojos para ver qué demonios estaba pasando. No podía ver mucho debido a la luz, pero estaba seguro de que vio lo que parecían ser un par de hélices que se movían a gran velocidad al otro lado del ventanal. Estas hélices estaban unidas a un objeto enorme que no sabría precisar, pero a juzgar por el ruido que generaban, había altas probabilidades de que se tratase de un…

—¡¿Qué rayos hace un helicóptero aquí?! —exclamó Narcissa cubriéndose los oídos con ambas manos.

La luz se retiró de golpe y Snape fue capaz de abrir los ojos.

Ante él, un majestuoso helicóptero negro sobrevolaba frente al ventanal, creando caos a su alrededor. No lucía como ningún helicóptero de Scotland Yard que hubiese visto antes. Hasta donde sabía, esos tenían el techo color amarillo fosforescente. Este se veía demasiado caro para ser proporcionado por el Estado. En la puerta trasera, al lado de la enorme linterna, había una persona sujetando un megáfono. Supuso que debía ser el oficial de policía que acababa de gritarles que no se movieran. Snape entrecerró los ojos para dar un mejor vistazo y, de no ser porque sus ojos seguían viendo destellos negros cada tanto, podría jurar que la figura le resultaba muy familiar.

Demasiado, de hecho.

—¡Arriba las manos, señores! ¡No intenten escapar! —gritó la voz de la oficial a través del megáfono. Atrás, el profesor escuchó pasos y murmullos escandalosos, probablemente pertenecientes al personal del restaurante, quienes debían estar igual de confundidos como ellos— ¡Mantengan la calma! ¡Descuide, profesor Snape, pronto lo sacaremos de ahí!

Al profesor casi se le salen los ojos cuando descubrió que la persona que estaba gritándole con un megáfono policial desde el vehículo volador era nada más y nada menos que su exalumna, la detective Nymphadora Tonks.

"Mierda".

Lucius Malfoy salió de su escondite en cuanto escuchó el nombre de su amigo salir de la boca de la oficial. Narcissa se le quedó observando boquiabierta con una expresión descolocada en el rostro. En ese preciso instante, Snape deseó estar muerto y enterrado seis metros bajo tierra.

—¿Amiga tuya? —preguntó el aristócrata sin apartar la vista del ventanal.

—No —musitó Snape todavía mirando a la sonriente Tonks que saludaba y hacía gestos en el aire dirigidos a él—, jamás la había visto en mi vida.

De repente, el teléfono del profesor empezó a vibrar en su bolsillo, alarmando a los ya de por sí alterados Malfoy. Con torpeza, el profesor sacó su celular casi tirándolo sobre la mesa en el proceso. La pantalla mostraba un número desconocido. Por lo general, el profesor no tomaba llamadas que su identificador de contactos no pudiese reconocer, pero algo en el ambiente —las miradas de sus amigos— le pedía a gritos que contestara.

Armándose de valor, deslizó el icono verde y se llevó el aparato al oído—¿Aló?

—Profesor Snape, soy yo, Tonks —se escuchó al otro lado de la línea. Los tres adultos levantaron la mirada solo para descubrir que la detective ahora tenía un teléfono en la mano e intentaba comunicarse con ellos sin dejar caer el aparato en el intento—. Hermione nos llamó. Vinimos a salvarte.

"Ay, madre santa. Granger…", lamentó.

Confundido, Snape apenas sí tuvo voz para responder— ¿Vinimos?

—¡Quejicus! ¡Sigues vivo!

La voz de Sirius Black se escuchó clara y fuerte a través del altavoz del teléfono. Afuera, en la parte trasera del helicóptero, el millonario fiestero hizo su aparición casi empujando a la detective para arrebatarle el teléfono.

¡Ahora sí Snape quería morirse!

Claro, debió suponerlo. Solo al perro sarnoso de Black se le ocurriría un disparate tan colosal como este, tenía su firma personal impresa por todas partes. El pelinegro lo saludaba desde afuera con una gran sonrisa en los labios, parecía un niño pequeño que acababa de ganar un premio.

Al girarse, Snape vio las expresiones de horror en los rostros de sus amigos. Pese a que se movían en el mismo ambiente que Black, parecía que acabaran de ver a un fantasma. Francamente, no podría determinar qué era lo que les resultaba más impactante: si el estar rodeados por un policía en helicóptero o el que Sirius Black estuviera pilotando dicho helicóptero.

—Hola, prima.

Esa última palabra, "prima", fue la gota que colmó el vaso. Su mirada se posó en el rostro de Narcissa, la única mujer en la mesa que podría ocupar el papel de una "prima". ¡La mujer estaba en completo estado de shock! Pálida, boquiabierta, inmóvil, ni siquiera estaba seguro de que seguía respirando. La vena en su frente palpitaba y el ojo derecho le temblaba. Si Hermione en la gala de Halloween no la había matado, esto sin duda lo haría.

—Mierda —escuchó a Lucius jadear.

Snape se volvió a Narcissa y dudando con cada fibra de su ser, pero muerto de curiosidad, preguntó— ¿Prima?

Lady Cissy se levantó al instante, asustando a los presentes, inclusive a los que ni siquiera estaban sentados a la mesa. Sus manos estaban apretadas en fuerte puños y su nariz respingada se arrugaba ligeramente como si algo a su alrededor apestara.

—Me disculpan —susurró todavía algo sorprendida, pero ya de vuelta en sí misma—. Te-tengo que hacer una llamada.

Mientras tanto, arriba, en el helicóptero, Sirius no dejaba de reír en voz alta mientras miraba la expresión descolocada de su prima a través de unos binoculares. Era claro que ella no esperaba encontrarlo ahí y verla intentar conservar la calma y el buen porte era lo más gracioso que había visto en años.

"Ay, se parece tanto a su madre", pensó.

—Oye, Sirius —llamó Tonks quien se aferraba a la manija lateral de protección del helicóptero como si su vida dependiera de ello—. Si tú estás aquí, ¿quién está pilotando esta cosa?


—Circulen, circulen…

—Sigan caminando, damas y caballeros, no hay nada que ver aquí.

Las sirenas de las patrullas alborotaban las calles de Rathbone Place. El ambiente nocturno se veía manchado por las luces rojas y azules y las cintas amarillo fosforescente de las líneas de seguridad con la que Scotland Yard había cercado la zona alrededor del edificio. La policía y equipos de emergencia evacuaban a los trabajadores del hotel con sumo cuidado. La mayoría estaba cubierto por frazadas como si acabaran de salir de un incendio, incluso algunos estaban siendo atendidos por paramédicos.

Una escena completamente surrealista, o al menos así lo consideraba Narcissa Malfoy, quien, escondida detrás de un camión de bomberos, se acomodaba la manta que traía a modo de capa.

—Sí, Dobby, la prensa está aquí —habló en voz baja por el teléfono. Al otro lado de la línea, en casa, su mayordomo no dejaba de hacer preguntas sobre lo ocurrido—. Hablaremos de esto más tarde, tengo que salir de aquí ya. Localiza a Perkins, por favor. Estoy cansada, quiero irme a casa y no lo encuentro por ningún lado. De seguro se volvió a quedar dormido con el teléfono en vibrador… No lo sé, Dobby. Se supone que tú debes saber esas cosas, para eso te pago… Perdón, no quise gritarte… Sí, lo siento. Mira, solo localiza a Perkins y dile que se apresure. Me quiero ir ya. Prepárame un baño caliente, ¿quieres? Estaré allí en una hora tal vez, si es que ese chófer aparece… Nos vemos al rato.

La empresaria colgó el teléfono y se cubrió lo mejor que pudo para ocultar cualquier facción que pudiera revelar su identidad. Al frente, su esposo estaba siendo interrogado por la oficial del helicóptero y, a juzgar por los gestos que realizaba con las manos, no parecía que la conversación fuese por buen camino.

"Vaya la porquería de marido que me vine a conseguir", pensó con desdén.

Charles, su asistente, hizo su aparición unos segundos más tarde. Lo había llamado de emergencia antes de que los desalojaran del restaurante. El pobre hombre tuvo que conducir como loco a través de la ciudad para ir a su rescate. Fue él quien habló con los detectives para que dejaran a su jefa desligada de todo ese asunto, haciéndola pasar como una víctima más de los disparates del señor Malfoy, lo cual era parcialmente cierto.

Ahora, el treintañero cuidaba de ella mientras esperaban a que el chófer de la familia apareciera para llevarla sana y salva a casa. Le había conseguido una manta y agua fresca a la par que se aseguraba de que nada relacionado a ella se filtrara a la reporteros que ya se encontraban en la "escena del crimen".

—¿Averiguaste algo? —preguntó haciéndole espacio para que se parara a su lado.

—Sí, parece que una llamada anónima denunció lo que pasaba adentro.

Como lo supuso. Durante la llamada con la detective, claramente la escuchó decir que la ratoncita que su amigo había conseguido por novia había alertado a Scotland Yard de su supuesto secuestro y, por su culpa, ahora se encontraba atrapada en este enorme malentendido. Una vez más, la mocosa demostraba ser un auténtico dolor de muelas.

Para colmo de males, una total chismosa.

—Me hice pasar por uno de los rehenes para indagar un poco, pero aún no me dicen quién hizo la llamada.

—No te preocupes, creo que tengo una idea de quién fue el bocón —refunfuñó para sí misma—. ¿Han colgado algún artículo?

—Aún no, pero me comuniqué con el equipo de relaciones públicas de MALFOY CO. para que estén pendientes de cualquier cosa relacionada al señor Malfoy.

—No preguntaba por él, preguntaba por mí.

—Oh, claro —respondió el joven avergonzado—. No, que yo sepa no. Está a salvo por ahora, pero he escuchado que muchos han mencionado su nombre cuando fueron interrogados, así que asumamos que su nombre estará en el informe oficial.

Narcissa cerró ambos ojos y se llevó las manos a las sienes—. Lo que faltaba. Si mi cara sale en algún lado, la prensa me comerá viva. Rita Skeeter va a lapidarme. Ya tengo suficiente siendo el hazmerreír en Blackpool, no necesito serlo también en Londres.

—Descuide, señora. No permitiremos que haya fotografías. Compraremos a quien haga falta.

Narcissa se giró para ver a su asistente a los ojos. El joven de lentes le dedicó una tierna y reconfortante sonrisa. Narcissa nunca se había sentido más orgullosa de su pupilo.

—Sirius Black está aquí —susurró en voz baja aferrándose a la manta sobre su cabeza.

—Lo sé. ¿Quiere que haga algo? —preguntó con cautela.

Se había encontrado a Black hace apenas unos minutos. El hombre estaba tan ensimismado que no escuchaba razones de la policía que "amablemente" le decía que su actuar se escapaba de los parámetros de la ley. Ningún civil tenía derecho a interrumpir el trabajo de la policía, mucho menos a usar un helicóptero privado en la vía pública, pero el señor Black no entendía razones.

—Por el momento solo mantenlo alejado de mí. No estoy de humor para reuniones familiares.

—Sí, señora.

Un oficial de policía se acercó hacia ellos y le pidió a la señora Malfoy que lo acompañara a hablar con el detective a cargo del caso. Narcissa se ajustó la manta, sacó unos lentes oscuros de su bolso y siguió al representante de la ley hasta donde se encontraba su esposo discutiendo con una mujer de cabello rubio rosáceo, un color poco profesional para alguien con su cargo. Charles venía detrás de ella.

—Déjeme ver si entendí —habló la detective Tonks cruzándose de brazos frente al aristócrata—. ¿Usted le pagó a todas estas personas para qué se quedarán encerrados aquí hasta medianoche?

—Así es, detective.

—¿Quiere decir que todos aquí están por voluntad propia?

—Exactamente, hay un contrato que lo demuestra. ¡Mi asistente tiene la firma de todos! —se defendió Lucius zarandeando el grueso abrigo que colgaba de sus manos, mismo abrigo que usaba para cubrir las esposas en sus muñecas—. Yo no retuve a nadie contra su voluntad.

"Solo a mí", pensó Narcissa llegando a su lado.

—¿Quiere decir que no hay secuestro?

—Qué no, ya le dije mil veces que no, detective —exclamó exasperado—. Oh, Cissy, amor, ahí estás. Dile a esta señorita…—

—Detective —corrigió la pelirosa.

"No pasé cinco años rompiéndome los huesos en la academia para que este fulano me diga "señorita", pensó.

—... A esta encantadora detective —Lucius prosiguió a regañadientes— que todo esto es ¡un grave error!

La detective esperó la respuesta de la Malfoy, pero esta simplemente atinó a quedarse callada sin perder el porte de superioridad que tantas veces la hacía lucir antipática. La cara de decepción de Lucius es algo que se grabaría para siempre en la retina de la rubia. Un policía vestido con el clásico uniforme de camisa blanca y chaleco negro se acercó a la detective para decirle algo al oído. Ella escuchó atentamente y asintió.

—Hmmm… De acuerdo, gracias —el oficial se retiró, dejándolos una vez más solos con su superior—. Bien, señor Malfoy, hasta ahora las declaraciones del personal coinciden con lo que cuenta, pero aún nos falta entrevistar a 17 personas más, por lo que tendrá que acompañarnos a la delegación hasta que terminemos con todo esto.

Tanto Lucius como Narcissa se sobresaltaron al enterarse del destino del aristócrata, peor solo él se atrevió a protestar— ¡¿Qué?! ¡No puede hacer eso!

—Llévenselo, muchachos —de inmediato, un par de oficiales con uniforme tomaron al señor Malfoy por ambos brazos—. Oh, por cierto, será mejor que llame a su abogado. Que traiga el dichoso contrato, ¿quiere? Solo son formalidades, lo necesitamos como prueba para el expediente.

Lucius no tuvo tiempo para replicar, pues fue arrastrado por los oficiales hasta la patrulla más cercana, lejos de las miradas indiscretas de los transeúntes y demás curiosos. Su esposa cerró los ojos avergonzada mientras lo oía gritar por su ayuda.

—Narcissa, ¡llama a Emily! ¡Llama a mi hermano! ¡Llama al Primer Ministro!

"Soy perfecta, no me enojo. Soy perfecta, no me enojo".

—Señora Malfoy, ¿se encuentra bien? —la voz de la detective pelirosa la sacó de sus pensamientos. La mujer no parecía ser mayor de 35 años; sin embargo, tenía los ojos miel tan llenos de vida como los de un niño. Era esbelta, tenía la cara pecosa y en forma de corazón, su piel era clara y, como ya había mencionado, su cabello corto estaba teñido de un intenso rosado que llamaba la atención a donde fuese. Narcissa asintió rápidamente desviando la mirada. A pesar de que aún estaba con los lentes, no deseaba que la detective notara que la estaba examinando de pies a cabeza—. ¿Está segura? Sabe, si está siendo violentada de alguna forma, en la estación podemos derivarla a un centro de ayuda para mujeres. Le prometo que mantendremos toda la discreción del caso.

Narcissa esbozó una pequeña sonrisa de lado y asintió con gentileza.

—Agradezco su preocupación, detective, pero le puedo asegurar que no estoy sufriendo de ningún tipo de violencia, gracias a Dios —contestó con voz calmada—. Esto es solo otro capricho extravagante de mi esposo. Tal y como él dice, no ha lastimado a nadie. Solo es… ah, solo es una broma tonta que se salió de control.

—Sabe que es ilegal hacer perder el tiempo a la policía con bromas como esa, ¿verdad? Su esposo podría recibir una multa por hacernos desperdiciar recursos.

—Y coincido completamente con usted, detective —afirmó enérgica, aplacando de forma automática la expresión enojada de la oficial—. Mi esposo debe recibir su castigo correspondiente. Tal vez así lo piense dos veces antes de hacer bromas de este tipo. Es más, ¿hay alguna forma de hacer que se quede toda la noche en la carceleta? No pagaré fianza, quiero darle una lección que nunca olvide. ¿Usted podría arreglar que se quede, no sé, uno o dos días ahí adentro? De sus gastos ni se preocupe, solo dele un lugar donde pueda ir al baño y estará bien.

Tonks se le quedó observando absorta mientras Charles, a un lado, trataba de contener la risa lo mejor que podía. A veces su jefa podía ser muy ocurrente con sus chistes, aunque no dejaba de asustarle lo seria que se escuchaba.

—Ah, pues, solo podemos retenerlo máximo 24 horas, señora Malfoy.

—Le daré 50 libras si las alarga a 48.

La detective frunció el ceño y cuestionó— ¿Está tratando de sobornar a una policía, señora Malfoy?

A juzgar por el tono serio de la oficial, el chiste parecía haber llegado muy lejos. Charles se apresuró a intervenir para solucionar el malentendido; sin embargo, una figura alta, masculina y de cabello negro terminó intercediendo por él.

—Narcissa, querida prima, a los años que te veo —Sirius Black llegó por detrás de ella y la rodeó con ambos brazos para horror de Charles. La señora Malfoy tenía una expresión de asco en el rostro. Tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no propinarle una bofetada al pelinegro cuando este le retiró la manta de la cabeza para plantarle un sonoro beso en la mejilla derecha—. Eres una ingrata. No recibí tu saludo de Navidad este año… Ni los otros años.

Lady Cissy cerró los ojos y tomó una profunda inhalación. Eran estos momentos en los que lamentaba haber dejado el yoga. Le vendrían bien los ejercicios de respiración que "relajaban" la mente.

"Ohmmm… Soy perfecta, no me enojo. Soy perfecta y no me enojo…. Ohmmm…"

—Señor Black —saludó tajante.

—Ay, Cissy, por favor, olvida las formalidades —pidió recargando su peso sobre ella—. ¿En serio quieres continuar con ese estúpido acuerdo? Nuestros padres ya no están. Esta es nuestra oportunidad para recuperar los vínculos familiares, ¿no lo crees? Solo míranos. ¡La familia al fin reunida! ¿No es lindo? —tenía esa sonrisa tonta en los labios, la misma sonrisa boba que exasperaba a su tía cuando aún eran niños—. Oye, deberíamos hacer una reunión de primos. Invita a Bellatrix. Yo llevaré a Andy y a Regulus… o lo que queda de sus cenizas —la rubia puso los ojos en blanco. Su primo seguía siendo el mismo adolescente inmaduro que nunca sabía cuando cerrar la boca—. Nos divertiremos.

"Pobre Regulus", lamentó la rubia intentando sacarse a su primo de encima. "Si no lo mataba esa enfermedad, lo mataba el tener que soportar a este tonto".

—¿Primos? —Tonks preguntó de repente, interrumpiendo a los dos mayores. La mujer se notaba sorprendida, demasiado. De hecho, Narcissa se atrevería a decir que su cabello rosa lucía más brillante que antes, como si reflejara con total transparencia sus emociones— ¿O sea que los periódicos dicen la verdad? ¿Sí son familia?

Su madre siempre decía que no debía creer nada de lo que la prensa amarillista publicaba, pero al parecer, estaba equivocada. ¡Oh, debió hacerle caso a su sentido detectivesco!

—Dirás, somos familia —corrigió con tono burlón.

La Malfoy se alarmó inmediatamente después de eso. ¿De qué demonios estaba hablando?

—Tonks, ella es tu tía Narcissa, la hermana menor de tu mamá. No la psicópata, sino la que siempre digo que le lavaron el cerebro. Narcissa, ella es Nymphadora, la hija de Andrómeda. Te invitamos a su bautizo, ¿recuerdas? Nunca fuiste.

¿Alguna vez han sido revolcados por una ola en la playa? Porque si alguna vez su perfecto dia en el mar se vio arruinado por una ola traicionera que los ha sacudido peor que ropa en lavadora sabrán exactamente lo que Narcissa Malfoy sintió cuando finalmente conoció a ese bebé que hace tantos años casi pide abortar.

Jamás habría adivinado que se trataba del bebé de Andrómeda. No se parecía mucho a ella. No tenía ni sus ojos ni su nariz, mucho menos esa hermosa cabellera olor caoba. Aunque sí tenía la mandíbula en punta típica de los Black y, ahora que la veía mejor, sus ojos redondos tenían el mismo color miel de su hermana.

Era… tolerable.

Es decir, no era fea. Definitivamente no era fea. Tenía cierta gracia, por lo menos tenía pestañas hermosas. Tampoco podía esperar mucho de alguien que casi no había heredado ningún gen Black.

Era… Era su hija.

Por su parte, Tonks pensó que era imposible que alguien como Sirius o ella pudiesen estar emparentados directamente con siguiente tan… tan… inalcanzable.

—No seas maleducada, niña —interrumpió Sirius sacando a ambas mujeres de su trance. El hombre se había desplazado lejos de la rubia y ahora tenía sujeta a su sobrina por ambos hombros desde atrás, dispuesto a ofrecerla a la total desconocida—. Saluda.

El hombre empujó a Tonks hacia Narcissa. La detective trastabilló con torpeza, pero logró equilibrarse justo antes de chocar con la dama. Avergonzada, saludó con timidez.

—Ho-hola, uhm, ¿tía? —la pelirosa dudó en extender su mano a modo de cortesía, pero al final no lo hizo. Se sentía muy extraño— Es un placer al fin conocerla.

—Uhm… —la empresaria hizo su mejor esfuerzo para recuperar la voz. Esto era extraño, sentía la garganta seca. Era como si se hubiese tragado su propia lengua—. El-El gusto es mío —sus dos interlocutores la miraban expectantes. ¡Por Dios! Acababa de descubrir que tenía una sobrina. ¿Qué más querían de ella? ¿Un abrazo?— Te… Te ves muy, eh… Saludable.

"¿Fue lo mejor que se te ocurrió?", se reprendió a sí misma.

—Eh… Gracias.

Solo diré que eso se escuchó más como una pregunta que como una respuesta.

Un incómodo silencio se instaló alrededor de los tres Black. Ni siquiera las luces intermitentes o el sonido de las sirenas de las patrullas podían aligerar el ambiente. Hizo falta de la intervención divina de Charles para que la señora Malfoy pudiese librarse de ese "tan esperado" reencuentro familiar.

—Señora, el auto está aquí.

—Justo a tiempo —suspiró aliviada—. Bien, eh, si eso es todo, detective, me retiro. Muchas gracias por sus servicios.

La rubia dudó si debía despedirse con un apretón de manos o un abrazo. Es más, ¿debía hacer algo diferente a lo que siempre hacía cuando hablaba con la policía? Es decir, sí, era su sobrina biológica, pero era una completa extraña para ella. Ni siquiera sabía que existía hasta hace cinco minutos. No quería incomodarla ni tampoco quería ponerse a sí misma en una situación de alto riesgo. Ya estaba rompiendo demasiadas cláusulas del contrato de expulsión esa noche y no pensaba seguir haciéndolo, así que solo se limitó a asentir.

Pasó al lado de ambos, no sin antes detenerse un segundo para finiquitar su asunto con el último Black vivo.

—Sirius… —el hombre la miraba burlón, expectante de cualquier atisbo de impulsividad del cual aferrarse para hacerla perder el control. Pues no le iba a dar el gusto—. Mis abogados se comunicarán pronto contigo.

—Y aquí vamos, la primera multa del año.

La Malfoy se acomodó las gafas oscuras y con un giro certero, le propinó un fuerte bofetón con su cabellera justo en la nariz. Sirius retrocedió llevándose las manos al rostro y ella se fue con un andar garbo. Su asistente le abrió la puerta del auto y subió en este para desaparecer tanto de la escena como de su vida.

Tonks se quedó inmóvil mirando en dirección a la camioneta negra sin poder creer todo lo que había vivido en estos últimos minutos. Su madre se iba a morir cuando se enterara.

—Vaya, es más antipática de lo que recordaba —Sirius habló en voz alta al notarla tan distraída en sus propias fantasías—. ¡Ay, vamos! No es tan impactante para que te pongas así. Ya sabías que venías de una familia de prestigio.

—Sí, pero jamás pensé conocer a las hermanas de mamá —respondió tomándose su tiempo para procesar eso último—. ¿Eso quiere decir que también soy una royal? —preguntó con una sonrisa esperanzadora en los labios.

El pelinegro soltó un bufido y negó al instante.

—No. Ninguna de ellas es royal, ni siquiera tu madre. El único royal aquí soy yo, pero el título se morirá conmigo.

Ambos adultos caminaron lejos de ahí, en dirección a la patrulla donde tenían encerrado al señor Malfoy. Podían verlo desde la ventanilla. El hombre estaba haciendo gestos a Snape, quien se encontraba a escasos centímetros del cristal intentando descifrar lo que sea que su amigo estuviese diciendo.

—Ay, pobre Malfoy. Se casó con ella porque pensó que tenía sangre real —rio mientras veía al profesor asentir y alejarse para hacer una llamada o contestar el teléfono. No sabría determinar qué—. Lo único real que Narcissa tenía en ese entonces eran sus deudas en el banco. Míralo ahora, haciendo el ridículo por una falsa royal —apenas pudo terminar la frase antes de estallar en una sonora carcajada demasiado fingida para ser creíble—. Siempre pensé que iría a la cárcel por evasión de impuestos, no por un secuestro.

Tonks negó con la cabeza y siguió adelante.

—No te rías tanto. Tú irás a hacerle compañía.

Sirius se detuvo de golpe.

—¡¿Qué?! —exclamó tirando de su brazo y dándole la vuelta— ¡¿Por qué?!

Tantos años en el campo habían dotado a Tonks con la habilidad de tener buenos reflejos. En cuanto Sirius intentó darle la vuelta, ella usó el impulso para atrapar la muñeca del millonario con su mano libre, tirar de la extremidad en sentido contrario y aplicar la presión suficiente en el punto nervioso indicado para someterlo y liberarse. Sirius gritó de dolor y pidió que parara. Tonks hizo lo solicitado dejándolo en el sucio suelo.

—Te diré por qué —contestó sacando un par de esposas de su bolsillo, las cuales colocó en sus muñecas mientras seguía hablando—. Hacer llamadas de emergencia falsas va contra la ley. Me hiciste sobrevolar un helicóptero en espacio público por una falsa alarma, sin mencionar que tuve que movilizar equipo táctico y paramédicos por nada. Más importante aún, mis hijos se quedarán sin cenar por tu culpa. Remus está bombardeándome el teléfono con mensajes, ¿cómo le voy a explicar todo esto? —la detective lo puso de pie y lo guío a regañadientes hasta la patrulla más cercana—. Dame tu tarjeta de crédito y sube al auto.

—¿Por qué mi tarjeta?

—Tengo que comprar la cena de los niños —contestó metiendo su mano dentro del bolsillo de su chaqueta para sacar su cartera—. Dijiste que lo pagarías si te ayudaba, así que te tomaré la palabra.

—Esto es abuso de autoridad —replicó cuando la vio abrirle la puerta de la patrulla como si él fuese un vil ladrón— ¡Exijo hablar con mi abogado!

—También confiscaré ese helicóptero —Tonks cubrió su cabeza con una de sus manos para evitar cualquier golpe y lo empujó hacia el asiento trasero—. Tómalo como el pago por las horas extras que me obligaste a hacer.

Cerró la puerta después. Sirius no podía sentirse más traicionado. ¡Su propia sangre lo estaba arrestando! ¿A dónde se habían ido los valores familiares? ¿En dónde quedó eso de que si necesitas enterrar un cadáver, tu familia debe ser la primera en ayudarte? Sus antepasados estarían tan decepcionados de estas nuevas generaciones. ¡Ya no respetaban ninguna de sus tradiciones!

—Black.

Sirius No necesitaba girarse para saber quién era al dueño de esa voz. Reconocería ese tono petulante en cualquier parte. El olor a cuero y loción de afeitarse, los inconfundibles resoplidos de superioridad y esa insoportable mirada de desprecio que podía sentirse incluso a mil metros de distancia. Solo podía tratarse de un…

—Malfoy —masculló disgustado—. Con razón olía a rata.

Ahora sí que su sobrina había superado los límites. Entendía que lo haría compartir celda con Malfoy en la delegación, pero ¡¿hacer que viajaran juntos como si fueran iguales?! Esto era una ofensa directa a su persona y no lo iba a tolerar. Hablaría con su madre inmediatamente en cuanto lograra salir de ahí.

El rubio tomó una profunda inhalación esforzándose en no caer en su provocación— Me gustaría decir que es una sorpresa encontrarte aquí, pero supongo que ya debes estar acostumbrado. Después de todo, escuché que frecuentas mucho estos lugares.

—Sí, al igual que tus amigos. De hecho, me topo seguido con ellos. ¿Por qué no te nos unes? Ya llevas mucho tiempo evadiéndonos.

Sabía que no debía caer en sus provocaciones, pero ¡Dios! Sí que era difícil.

—Será mejor que se lleven bien, serán compañeros de celda hasta que vaya a liberarlos —anunció Tonks para el horror de ambos a través de la ventanilla— Llévenselos, muchachos. Nos vemos el lunes. Buen trabajo.

La mujer le dio tres golpes a la parte trasera del auto y este arrancó con ambos millonarios de regreso a la estación de Scotland Yard.

Severus Snape, quien había estado siendo interrogado por la policía hasta hace un minuto, se quedó con el teléfono en la mano y mensaje urgente para su amigo de parte de su asistente Emily. La pelirroja decía que estaba yendo en dirección a la comisaría y que haría todo lo posible para sacarlo esa noche, pero que no prometía nada.

Pero, claro, su amigo no lo sabría hasta llegar allá.

—¡Severus!

El profesor se giró al escuchar la tan conocida voz de su castaña venir detrás de él. Su cuerpo menudo, pero fuerte se abalanzó hacia él y sus brazos delgados —esos que conocía muy bien— apretaron su cintura, casi cortándole el aliento. La pobre muchacha se veía alterada, tenía la nariz roja y ocultaba su rostro de forma parcial en su pecho para que no lo notara.

—Hermione —susurró con voz sedosa correspondiendo su abrazo. Sus largos brazos cubrieron casi todo su cuerpo. Nunca la había sentido tan pequeña—. Calma, niña, estás temblando.

Y tenía razón, ella estaba temblando, pero no de miedo, sino de frío. La prisa por salir del estudio hizo que no tuviera tiempo de cambiarse la ropa de baile por su ropa de diario, así que aún portaba las finas mallas que poco o nada hacían por protegerla del frío viento nocturno.

Hermione levantó la cabeza y estiró una mano para acariciar su rostro. Snape sonrió suavemente ante el gesto.

—¿Estás bien? ¿Te pasó algo allá adentro? ¿Te hicieron algo?

—Todo está bien, nena. Tranquila.

—Oh, Sev, estaba tan preocupada…

El profesor estaba tan concentrado escuchando el parloteo de su pareja que no se percató del auto negro polarizado que acababa de parquearse al frente de ellos. Narcissa Malfoy, quien no quiso retirarse hasta ver que se llevaran a su esposo, observaba a la pareja enamorada consolarse el uno al otro. La escena le resultaba extremadamente empalagasosa, al menos demasiado para su gusto. Sin embargo, la encontraba interesante a su vez.

Conociendo tan bien a Snape como lo hacía, sabía que el profesor odiaba las demostraciones de afecto en público. Siempre hacía gestos de fastidio cuando veía a parejas de adolescentes besándose en la calle y no recordaba ni una sola vez que hubiese sostenido a su ex mujer así en público. Consideraba que el cambio podía resultar muy radical, pero debía admitir que le gustaba esta nueva faceta de su amigo. Se veía más feliz que nunca.

Odiaba aceptarlo, pero esa niña tenía su encanto. No sabría precisar cuál era, pero debía ser lo suficientemente bueno para haber logrado dominar a esa serpiente que ahora tenía por pareja.

—Perkins —llamó suavemente al chófer—. Por favor, toca la bocina.

El conductor realizó lo solicitado y luego del tercer intento, por fin capturó la atención del docente. Snape frunció el ceño en dirección al carro, reconociéndolo al instante.

—¿Qué sucede, Sev? —Hermione preguntó.

—Espérame aquí, ¿sí? No me tardo.

Con cautela, Snape se acercó a la camioneta. Se detuvo al llegar a la ventanilla trasera, justo en el preciso instante en que Narcissa presionaba el botón del apoyabrazos para bajar la ventana. Esta fue descendiendo poco a poco hasta revelar la mitad de la cabeza de la fémina.

Snape no pudo evitar sentirse dentro de una película de mafiosos con tanto misterio innecesario.

—Segundo strike —habló la mujer con la mirada puesta al frente, aún con los lentes oscuros puestos. Su tono de voz era suave, ligeramente intimidante. No sabría decir si lo hacía a propósito—. Parece que se esforzara por hacer que la odie.

Hablaba de Hermione. No necesitaba mencionarla para deducirlo. Snape apretó los labios y tomó una profunda respiración. Ya habían hecho las paces, no necesitaban volver a pelear. Ella tenía derecho a molestarse. Lucius y ella eran personas públicas, escándalos como estos podrían costarle más que unos simples millones. Debía aceptar que, esta vez, Hermione se había equivocado gravemente al llamar a emergencias. Sin duda alguna lo hizo con la mejor intención, pero a juzgar por los resultados, hubiese sido más prudente quedarse callada y esperar a que él la contactara.

—Se equivocó —respondió sumiso—. Entiéndela, estaba preocupada. Harías lo mismo tratándose de Draco.

Narcissa se quedó en silencio unos segundos. Seguía mirando hacia el frente, inmóvil, inexpresiva. Aunque no siempre era el caso, a veces sí podía ser una persona difícil de leer.

—Quiero conocerla.

No era un pedido, era una orden. La sentencia que la jueza Malfoy estaba dictaminando fácilmente podría entrar en el top 5 de sus peores pesadillas. Su tono frío distaba mucho de la voz tierna y emocionada que usó cuando le pidió conocer a Valerie en su debido momento. El pensar en presentar a Hermione a esta versión de su amiga lo hacía sentir como si estuviera mandando a la pobre criatura al matadero.

—¿A-Ahora? —graznó al recuperar el habla.

—No seas tonto, obviamente no ahora —replicó con fastidio—. Tomemos el té. Estoy ocupada toda esta semana. Tengo dos bodas programadas en el hotel y una reunión con los socios para revisar los estados financieros de este bimestre, pero estoy libre la próxima semana.

—No estoy seguro de que sea una buena idea…—

—Que sea el miércoles —interrumpió—. Estás libre, ¿verdad? Siempre estás libre esos días, así que no veo por qué debería ser un problema.

—No, pero- pero no le he preguntado a Hermione. ¡No sé si tiene planes!

—Si tiene algo que hacer, que lo cancele. Esto es más importante.

—Narcissa, no puedo ir sobre ella y pedirle eso.

—Nos vemos en el Ritz.

Snape parpadeó un par de veces intentando descifrar si escuchó bien lo que su interlocutora dijo.

—¿El Ritz? —¿Esta mujer se había vuelto loca o qué? ¿Acaso sabía cuánto costaba un plato en el Ritz? ¿Por qué creía que hasta ahora él, un amante de la gastronomía, no se atrevía a ir a comer allá? Solo una taza de té costaba 62 libras por persona. Con 62 libras podía llenar una despensa para una semana. ¡¿Acaso pensaba que él era millonario?!— Narcissa, ¿tengo cara de que recojo mi dinero de los árboles? ¡No puedo pagar eso! Y tampoco pienso gastar mi dinero de esa forma tan tonta. A mi bolsillo le duele ver como se desperdicia mi sueldo de un mes en algo así.

—No puedes ponerle precio a una buena taza de té —respondió como si fuese lo más evidente del mundo.

—Claro que sí, y ese precio no supera las 20 libras con galletas incluidas —la propina estaba en discusión—. No, ni hablar. Vayamos a otro lugar.

Narcissa finalmente se giró para quedar frente a frente. Su mano delgada y delicada se posó sobre un extremo de sus lentes y los deslizó despacio sobre su nariz hasta revelar sus fríos ojos grises. A continuación, enarcó una ceja afilada, haciendo parecer su gesto característico de clases como una burda imitación barata.

—Severus, soy alérgica a cualquier restaurante que no tenga su propio sommelier. Así que es en el Ritz o en el restaurante del Heir. Escoge —se impuso con una seguridad de la siempre escuchaba, pero que pocas veces había visto en persona—. En lo personal, elegiría mi restaurante. Me resulta más práctico, pero sería muy egoísta de mi parte imponer que la reunión sea en mi ¿territorio?... Por eso creo que el Ritz sería un lugar ideal. Ni para mí ni para ella. Completamente neutral.

"Lo dice la persona que siempre usa cinco tenedores y dos copas para comer hasta el más simple menú", pensó.

Snape no se sentía nada cómodo con la idea, pero como persona que procuraba evitar cualquier tipo de conflictos, terminó aceptando.

—Perfecto. Te llamaré cuando confirme la reservación.

—Como quieras —masculló. Se giró un momento hacia atrás para revisar si su pareja seguía esperándolo. Efectivamente, Hermione seguía justo donde la había dejado. Muerta de fría, pero fiel como un perro. Ella lo notó y saludó tímidamente. Snape le respondió el saludo—. Oye, ya es tarde, ¿podrías llevarnos a casa?

—Sí podría, pero la verdad es que no quiero —sonrió acomodando los lentes y volviendo a mirar al frente—. Buenas noches, Severus. Qué descanses.

Dicho eso, cerró la ventanilla y la camioneta negra siguió su camino desapareciendo por las calles iluminadas de la metrópolis británica.

El hombre de ojos negros se quedó de pie en el mismo lugar, un tanto confundido por lo que acababa de pasar. Ya había tenido demasiadas emociones en una sola tarde. Él sólo quiso almorzar y terminó viviendo una escena de relleno sin pies ni cabeza de una película cómica genérica.

Solo a él le pasaban esas cosas.

Una mano pequeña tomó la suya por sorpresa. Al girarse, encontró a Hermione parada a su lado, mirando curiosa en la misma dirección por la que la empresaria se había ido.

—¿Todo en orden? —preguntó con calma.

Él asintió— Sí. ¿Vamos a casa?

—Vamos —El mayor pasó uno de sus brazos por encima de su hombro y Hermione hizo lo mismo rodeando su cintura. La pareja se fue caminando calle abajo en dirección a la estación de metro más cercana—. ¿Podemos pasar por comida antes? Muero de hambre.

—Claro. ¿Qué quieres comer?

—¡Fish and chips! —exclamó emocionada.

Severus sonrió—. Entonces que sean dos porciones.

Mientras esperaban en un establecimiento cercano a que les trajeran su pedido, Snape decidió no hacer más larga su agonía y explicarle su nueva situación. Sería mejor no andar con rodeos. Si quería estar con Hermione y seguir hablando con sus amigos, tendría que acostumbrarse a este tipo de cosas. Algo le decía que sería así a partir de ahora.

—Hermione, ¿recuerdas cuando acordamos no presentarnos a nuestras respectivas familias hasta que sintamos que nuestra relación estuviese en un punto más estable y formal? —la castaña asintió mientras se llevaba una papa a la boca—. Creo que tendremos que hacer una excepción.


La sala de espera del tercer piso del Parlamento siempre se caracterizó por ser una zona tranquila. A veces, resultaba ser desesperantemente tranquila, incluso para los propios funcionarios. Se trataba de un pasillo alargado con dos hileras de cinco sillas negras pegadas contra la pared. Los asientos apuntaban directamente a las puertas de los despachos, las cuales se mantenían cerradas para proteger a sus ocupantes de las miradas escrutadoras de extraños.

En especial, de una mirada en particular. La mirada escrutadora de la persona más chismosa de todo Londres: Rita Skeeter, la única persona que realmente se encontraba esperando en dicho pasillo.

La rubia teñida miró su reloj de muñeca y soltó un suspiro desganado. Se suponía que la reunión con el nuevo candidato de la oposición sería en unos minutos, pero hasta el momento ni él ni sus asistentes se habían dignado en confirmarle si realmente se llevaría a cabo la entrevista o no. Ya habían reprogramado dos veces y, a juzgar por la hora, no se sorprendería si le pedían aplazar para una tercera fecha.

Estúpidos políticos pretenciosos, pensó mientras le daba una calada a su cigarro.

Si fuese por ella, hace tiempo habría publicado que el señor Ryddle era un candidato que no tenía ni el más mínimo respeto por la labor periodística, pero sabía que eso solo la condenaría a una fuerte sanción de su editor y, probablemente, a una demanda de difamación por parte del funcionario. No necesitaba más problemas de los que ya tenía. ¿Acaso tenían idea de cuántos citatorios al juzgado tenía en su cajón de correspondencia? Salían de las cortes como pan caliente, no dejaban de llegar al periódico.

Sin embargo, tampoco quería estar perdiendo su tiempo ahí sin hacer nada más que sentarse sobre su trasero y ver pasar la hora. ¡Ella también tenía cosas que hacer! Era importante, ¡estaba ocupada! Su columna diaria de El Profeta no se iba a escribir sola, ¡alguien tenía que redactarla! Puede que conseguir entrevistas con personalidades tan controversiales como el señor Ryddle fuese el sueño de cualquier colega suyo, pero esta humillación no valía la pena. Ganaba más haciendo un video de cinco minutos sobre el último escándalo royal en YouTube que transcribiendo una entrevista de una hora con un ex Primer Ministro.

—Maldición —murmuró para sí misma mientras arrugaba el entrecejo y cambiaba el cruce de sus piernas—. Ya es tarde.

—¿Quieres que le vuelva a preguntar a la chica de recepción? Podría hacerlo —se ofreció su asistente, Bozo, quien estaba sentado junto a ella, igual de aburrido, sea dicho de paso.

—Te volverá a decir que esperes y, francamente, ya estoy cansada de verte ir y venir, me marea —se quejó—. Vamos a esperar cinco minutos más. Si no nos dicen nada, nos vamos y sacamos una mala crítica como comentario en la columna de mañana, ¿qué opinas? Nadie me hace quedar como estúpida dos veces, solo yo.

—Como quieras.

Cada uno volvió a sus asuntos. Rita revisó una vez más sus notas para la entrevista en su iPad y el camarógrafo reanudó el videojuego que, hasta hace poco, estaba jugando en su teléfono. El débil sonido que producía la música de fondo del juego se oía mil veces magnificado al ser el único ruido constante a lo largo del pasillo.

O al menos así lo fue hasta la llegada de "ella".

¿Ubican ese momento clásico de los dramas en el que los protagonistas cruzan sus caminos y el tiempo se detiene? Pues Rita Skeeter se sintió la actriz estelar de la nueva novela de la noche cuando vio entrar a la señorita Bárbara Ishiguro, la recién contratada asistonta de Narcissa Malfoy.

Para ser toda una adulta ejecutiva, entrenada para trabajar bajo presión, la muchacha parecía estar a punto de un colapso nervioso. Su postura compungida la hacía lucir como un ratón asustado y sus ojos rasgados hurgaban ansiosos en todas direcciones, buscando quién sabe qué. No se parecía en nada a la joven entusiasta que la sacó a la fuerza de la gala hace cuatro meses.

Es más, ¡la niña flacucha detrás de ella se veía mucho más intimidante!

No pudo evitar preguntarse qué estaría haciendo la Shih Tzu de la Malfoy en el Parlamento un día sábado. Traía ropa de oficina, lo cual indicaba que debía estar en horario laboral. Una pena, sin duda. No había nada peor que trabajar un fin de semana. ¿Estaría acaso cumpliendo alguna labor encargada por su jefa o es que tenía algún familiar que trabajaba aquí? ¿Y quién era esa niña y que hacía ahí con ella? El Parlamento no era un lugar para niños, mucho menos para una que tenía un claro problema para mantenerse callada.

—Por aquí, por favor —una secretaria guiaba a ambas féminas por el pasillo hacia la segunda fila de asientos, lejos de ella. Las chicas cuchicheaban, la niña se reía de algo que no alcanzó a oír. Tenía una gran sonrisa triunfal en los labios, un gesto que contrastaba de forma transcendental de la expresión preocupada de su mayor—. Esperen aquí y pónganse cómodas. El señor Ryddle las atenderá en un minuto.

—Gracias.

—Pues ya era hora.

"¡¿Qué diablos?!", pensó la periodista mientras se removía en su asiento, obviamente molesta. ¿Había escuchado bien? ¿"El señor Ryddle"? ¿El señor Ryddle las atendería a ellas que recién acababan de llegar en lugar de a ella que llevaba casi una hora esperando? ¡Pero qué insolencia! ¿Es qué el señor Ryddle estaba burlándose de ella? Pues nadie le veía la cara a Rita Skeeter.

La rabia e indignación intentaron apoderarse de ella. Estuvo a punto de reclamar, en serio, que estuvo a nada de ponerse de pie y salir corriendo detrás de la secretaría esa para pegarle la gritada de su vida. Sin embargo, cuando ya estaba tomando impulso para pararse, escuchó a la señorita Ishiguro decir fuerte y claro:

—Su tía me matará si se entera de que estamos aquí, señorita Lestrange.

¿Acaso dijo "Lestrange"?

—Ay, tranquila, Barbie —respondió la menor restando importancia a sus palabras—. No se enterará de nada. ¿Quién se lo va a decir? Yo no. Y si sabes lo que te conviene, tú tampoco lo harás.

—Pero es mi jefa, debo reportarle todo.

—Podemos omitir información. Yo siempre lo hago y hasta ahora no ha habido represalias —colocó el bolso de tela beige que llevaba colgando sobre sus rodillas y se puso a rebuscar en él—. Además, ¿qué no dijiste que querías el puesto? Pues esta es tu prueba final. Solo tienes que hacer todo lo que yo te diga. Y ahora te digo que no le digas nada a tía Cissy, así que tienes que cumplirlo.

—Pero eso sería mentir.

—No sería la primera vez que mientes hoy —sacó un empaque de plástico mediano. Parecía recién adquirido, pues procedió a quitarle las etiquetas para poder abrirlo—. Tranquila, solo serán unos minutos, ni siquiera notarán que estuvimos ahí. No estamos haciendo nada malo. Es una entrevista, no un secuestro.

—No deberíamos estar aquí —respondió la asistente moviendo uno de sus pies sin poder evitarlo—. Charles me dio una lista de personas con la que no debo hablar. El señor Ryddle figura entre ellos.

—¿Una lista? —preguntó curiosa a la par que terminaba de sacar el objeto del paquete, un trípode flexible tipo pulpo para celular que había comprado en una tienda electrónica de camino al Parlamento—. Vaya. Tía Cissy por fin se volvió loca. ¿Por qué necesitarías una lista de gente con la que no puedes hablar? ¿Acaso tiene miedo que metas la pata?

—No quieren que la relacionen de ninguna manera con ellos. Eso incluye a las personas que trabajan para la marca The Heir. Su tía cuida mucho su imagen.

—Oh, ya veo. La pobre finalmente perdió la cabeza. Volvió más paranoica de la casa de la abuela de lo que creí.

Delphini no dijo nada más. Se mantuvo en silencio mientras batallaba instalando su teléfono en el trípode. Por su parte, Barbie no hacía más que removerse nerviosa sobre su asiento. Su pie seguía moviéndose de arriba abajo y sus manos cubrían su rostro adoptando una postura derrotada. La adolescente a su lado encontró irritable dicho comportamiento. No entendía por qué su niñera temporal hacía tanto drama por una simple entrevista. Si no quería ayudarla con su tarea de Cívica, debió hacerle caso y dejarla venir sola. Pero no, la nueva Charles insistía en seguirla como si fuese su sombra. ¿Acaso no se daba cuenta de que ya era una chica grande que podía cuidarse por sí sola? Tenía 14 años, por Dios. ¡Ya no necesitaba una niñera!

Sin embargo, tampoco podía ser tan cruel con la novata —por más irritante que fuera—. Entendía que quisiera impresionar a su tía intentando seguir sus instrucciones. Después de casi un año como pasante y a estas alturas de completar el programa, sería una pena que no calificara por su culpa. En el poco tiempo que la conocía, le había caído bien. Se notaba que realmente le apasionaba lo que hacía, algo muy extraño cuando tu trabajo se trataba de servir, pero era una cualidad que admiraba.

Además, era la única persona que no la trataba como idiota.

Tal vez fue por eso y solo por eso, que Delphini decidió no ser tan perra con ella. Al menos no por hoy.

—No tienes que entrar si no quieres —dijo en voz baja luego de un rato—. Tampoco voy a meterte en problemas —Barbie levantó la cabeza y se giró en su dirección esperando encontrar la mirada celeste de la joven Lestrange; no obstante, ella estaba muy ocupada respondiendo los chats de su teléfono—. Puedes esperarme en el auto. No tardaré mucho. Solo serán un par de preguntas y ya.

—¿No necesitaba ayuda con la cámara?

—Para eso es el trípode, tonta —respondió casi sin mover los labios, una muletilla que Bárbara asoció de inmediato con la forma de hablar de su madre, la señora Bellatrix—. Ve al auto después de que entre y espera ahí hasta que salga —estuvo a punto de protestar, pero la rubia continuó antes de que pudiera abrir la boca—. Deberíamos ir al cine después de esto. Mira la cartelera y fíjate qué películas están proyectando ahora en el Odeon. Si hay de terror, vemos esa. Si no, escoge cualquiera que no sea una comedia romántica, por favor. Estoy harta de estos guiones genéricos. ¿Por qué ya no hacen clásicos? Lo que leo en Wattpad es mil veces más interesante que cualquiera de ellas.

La chica de ojos rasgados se le quedó observando incrédula. Una cálida sensación se instaló en su pecho, una agradable corriente eléctrica que empezaba en la base de su cráneo y bajaba por su cuello hasta alojarse en su corazón. No solo era sorpresa lo que sentía, sino también una combinación de otras emociones como ternura y gratitud y satisfacción. Después de haber pasado todo un día recibiendo desaires de la heredera Lestrange, parecía que por fin hacía algo bien. No pudo evitar sentirse orgullosa. Sabía que no debería sentir eso por una mocosa que lo único que sabía hacer era sacar de sus casillas a todos los que se topaba; sin embargo, sentía que ese pequeño gesto significaba mucho viniendo de ella.

En especial, después de lo ocurrido en esa tarde.

—"Lamento pedirle esto, señorita Ishiguro, pero ¿cree que la niña Delphini pueda quedarse con usted un par de horas más? Me temo que quedarse aquí no es lo más prudente para ella ahora"

Siempre supo que la señorita Delphini venía de una familia disfuncional, pero nunca imaginó a qué grado. Charles ya le había advertido de antemano que —al igual que su hija— la señora Bellatrix podía ser una persona impredecible en muchos aspectos, pero sus advertencias se quedaron cortas ese día. Jamás se le ocurrió que ese comportamiento que la hacía tan famosa pudiese ser tan destructivo para las personas que vivían con ella.

En especial, para su propia hija.

—"¿Sucede algo?" —preguntó al ama de llaves quién lucía más angustiada que nunca—Se suponía que debía traerla a las 3. ¿Está todo bien?"

—"Eh, es que… Tenemos un asunto. La señora…—"

— "¡Agh! ¡Bellatrix, qué asco! ¡Tapate, tapate! ¡Vayan a hacerlo a tu cuarto!" —escuchó a la sobrina de su jefa gritar desde el interior. La última frase hizo que se le helara la piel, pues ya sabía perfectamente lo que ese "asunto" significaba. Sintió un tirón en el estómago al pensar en el gran impacto que una escena así podría tener en la mente de esa niña— "¡Carajo! Siempre es lo mismo contigo. ¿Cuántas veces te tengo que decir que le pongas seguro a la maldita puerta? ¡Esta también es mi casa!"

Sin duda, esa no era la respuesta que Bárbara esperaba.

—"¡Mierda!" —dijo una voz femenina, la de la señora Lestrange— "Mocosa del demonio".

—"Maldición, ¿no dijiste que estabas sola?"

—"¡Fuera de aquí! ¡Largo! ¡Lárgate!"

—"Lárgate tú. Esta casa es mía, mi papá la paga… ¡Ay! ¡Suéltame, suéltame! ¡No me toques, maldita perra!"

—"¡FUERA!"

—"¡Vete a la mierda, Bellatrix!" —se escucharon un par de portazos y pisadas veloces que iban de un lado al otro. El ama de llaves cerró los ojos, avergonzada y, al mismo tiempo, hastiada. De seguro era una escena con la que tenía que lidiar más veces de las que hubiese deseado—. "Más vale que los dos se hayan ido para cuando vuelva".

—"¡Ya vete!"

—"¡Ya me voy!" —la adolescente no tardó en hacer a un lado al ama de llave y salir dando pisotones por el piso pulido de la entrada. Su bolso seguía colgando de su brazo como si nunca lo hubiese abandonado. Sus ojos ahora iban ocultos tras un par de lentes negros que cubrían toda su cuenca, incluyendo los laterales. De esa forma, nadie podría ver su expresión—. "Vete a casa, Winky. Tómate la tarde. Volveré como las ocho, cenaré afuera".

—"Pero, niña Delphini" —intervino rápido la empleada mientras la seguía por el pasillo hacia el ascensor principal—. "Su madre…—

—"Quién te paga es mi papá, así que preocúpate por lo que diga él y no ella" —respondió cortante mientras presionaba con furia el botón repetidas veces—. "Además, dudo que note tu ausencia" —el ascensor llegó a los pocos segundos y las puertas se abrieron permitiendo el acceso. Delphini entró y presionó al instante el botón que daba al parqueadero del primer sótano. Esperó impaciente a que las puertas se cerraran; no obstante, se detuvo al ver que su chofer no estaba con ella— "¿Vienes o qué?"

Al otro extremo del pasillo, todavía en la entrada de la casa Lestrange, Bárbara Ishiguro miraba confundida a las dos mujeres en el ascensor. Se señaló a sí misma y preguntó— "¿Me habla a mí, señorita?"

—"No, le estoy hablando al fantasma. ¡Claro que te hablo a ti! ¿Eres tonta o qué?" —bramó estirando al brazo para que las puertas no se cerraran— "¿Qué esperas? ¡¿Una invitación formal?! Apúrate y ven aquí. Tenemos que irnos" —la asistente dudó. ¿Tenía permitido hacer eso? Su turno acabaría en una hora y…— "¡YA!"

Su grito la hizo saltar del susto.

—"Ay, ¿sabes qué? Olvídalo, ¿sí? Regrésate al Heir. Me voy sola" —dicho eso, volvió a presionar el botón y las puertas se cerraron.

Barbie y madame Winky se quedaron solas en el pasillo y en completo silencio. La ama de llaves le dedicó una última mirada preocupada a la asistente antes de soltar un suspiro cansado y volver al interior del penthouse a hacer quién sabe qué. La pelinegra tomó esto como una señal para irse a casa.

Mientras bajaba sin prisa las escaleras, Barbie reflexionó sobre lo ocurrido.

¿Cuántas veces esa niña había tenido que encontrar a su madre teniendo sexo con otras personas que no eran su padre para que pudiera considerar esa situación como "normal"? ¿Acaso el señor Lestrange estaba al tanto de esto? No puedes ocultar a algo así, mucho menos cuando es a plena de vista de todos. Lo más probable es que lo supiera. Entonces, ¿por qué permitía que su hija menor de edad estuviese expuesta a ese tipo de cosas? Era peligroso, por no decir irresponsable. Era bien sabido que el señor Lestrange adoraba a su hija, pero empezaba a entender por qué decían que era un padre presente pero ausente.

¿Y la madre? ¿Por qué la señora Lestrange trataba de esa forma a Delphini? ¡Era su hija, por Dios! No mandas a la mierda a tu hija ni la corres de su propia casa. Era su último día en la ciudad, se suponía que debían aprovechar al máximo el tiempo que les quedaba juntas. En su lugar, prefería mandarla con una extraña mientras ella cogía con quién sabe quién. ¡¿Dónde quedó el amor maternal?! Hasta la fecha, no había escuchado a la señorita Lestrange llamar "mamá" a su madre ni una sola vez, al menos no en su presencia. Siempre era "Bella" o "Bellatrix", como si fuese una amiga o conocida y no su progenitora.

De repente, una frase dicha hace mucho tiempo por la señora Lestrange vino a su memoria. Una frase que escuchó por accidente un día que madre e hija visitaron a su jefa en su despacho. Ella estaba pasando por ahí y tuvo la mala suerte de encontrarse a la socialité regañando a la niña en una esquina.

"Ya te dije que no me llames así. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Es Bella, solo Bella".

No lo había entendido en ese momento, pero ahora era más claro que nunca.

Todo este tiempo había pensado que la señorita Delphini Lestrange solo era una mocosa malcriada que le gustaba llamar la atención causando problemas y aunque probablemente fuese así, la idea de que, tal vez, solo lo hacía porque en casa nadie la notaba no salía de su mente. Con un papá ausente y una mamá negligente, la pobre niña —porque por más agrandada y promiscua que fuese, no dejaba de ser una niña— no encontraba mejor forma de pedir atención que causando destrozos por donde fuese que vaya.

No pudo evitar sentir lástima. Lo tenía todo y, al mismo tiempo, no tenía nada.

Llegó al parqueadero, subió al auto y cuando estuvo a punto de doblar a la derecha para dejar el edificio, vio a la rubia de mechones azules parada en una esquina mirando por la calle en espera de un taxi. Se había puesto los auriculares y parecía no haberla visto. Barbie dudó. ¿Debía pasarle la voz o seguir su camino? En teoría, su trabajo ya había terminado. Había hecho todo lo que le indicaron e incluso madame Winky podía dar testimonio de que la dejó en la puerta de su casa antes de irse.

Sus obligaciones para con ella habían concluido.

Pese a ello, no se sentía cómoda dejándola sola en la calle después de ese incidente. Tal vez no podría hacer mucho para animarla, aunque tampoco parecía que lo necesitase, pero era una niña que acaba de encontrar a su madre siéndole infiel a su padre. Si ella estuviese en esa situación, estaría destrozada. De seguro Delphini también lo estaba, pero en lugar de ponerse a llorar y buscar consuelo como de seguro lo habría hecho ella, de ser el caso, la rubia descargaba su enojo con lo primero que se encontrase en su camino, incluyendo personas y objetos, señal de su escasa habilidad para gestionar emociones.

"Tal vez solo necesita una amiga", pensó mientras la luz del semáforo cambiaba a verde.

Condujo hasta quedar frente a ella. Delphini la observó con desconfianza mientras bajaba la ventanilla. Barbie sintió que la garganta se le secaba, pues no supo qué decir. Tal vez debió planearlo mejor antes de lanzarse a ello, pero ya estaba ahí.

— "¿Qué quieres?"

—"¿Te llevo?"

—"... Si no hay de otra" —la adolescente se subió en el asiento trasero y se acomodó los audífonos, subiendo el volumen al máximo a tal punto que incluso Barbie era capaz de escuchar lo que ella oía—. "Déjame en el Parlamento. Tengo que hacer una tarea. Ah, antes pasa por Currys, necesito comprar unas cosas. ¿Tienes dinero? Olvidé mi tarjeta".

Casi media hora más tarde, ahí estaban las dos, en la recepción de la casa del pueblo, averiguando cuál de los 1444 miembros parlamentarios trabajaba hoy sábado. Por desgracia, era el peor día para encontrar alguno, aunque las esperanzas no estaban perdidas. Nunca faltaba ese alguien que pasaba en la oficina que en su casa y, para su buena suerte, todavía había alguien que se encontraba dentro de las instalaciones. La mejor parte es que al menos era una figura relevante dentro de la política interna de su país, por lo que al menos eso debería asegurarle la mitad de la nota del proyecto.

El problema sería conseguir una cita con tan poca antelación.

Qué bueno que Delphini fuese una experta consiguiendo lo que sea que quisiese, una habilidad que había aprendido de su madre. Puede que Bellatrix fuese una terrible madre, pero al menos le había dado a su hija la mejor herramienta que podía ofrecerle, una herencia familiar que todas las mujeres Black conocían a la perfección: el chantaje.

Gracias a ello, ahora estaban a solo unos minutos de completar la tarea.

—Entonces, ¿no le dirá a su tía que la traje aquí sin permiso? —preguntó la pelinegra emocionada.

Delphini soltó un bufido y puso los ojos en blanco— Que no.

—¡Oh! Señorita Lestrange, muchas gracias, gracias, gracias —chilló abalanzándose sobre ella para envolverla en un entusiasta abrazo.

—¡Quítate! ¡Quítate! ¡No me toques! —refunfuñó mientras intentaba zafarse— Me arrugas.

Desde la otra fila de asientos, Rita Skeeter observaba la escena con suma atención. Sus ojos claros captaban cada pequeño detalles, pues hasta la más mínima fuente de información podía ser vital cuando se trataba de este tipo de casos que involucraban figuras importantes, sobre todo cuando esa persona importante era la odiosa Lady Cissy.

De su asistente no tenía mucho que decir. Sin embargo, la niña —quien, recién se daba cuenta, era una adolescente— captó todo su interés.

Tendría unos ¿qué? ¿12 o 13 años? La ropa que usaba indicaba que, tal vez, tendría unos 16 o 17, pero la cara regordeta de niña la delataba por completo. Tenía el cabello rubio con mechones azules y por más que intentara crecer un par de centímetros con sus zapatillas de plataforma blancas, se notaba claramente que aún estaba en la etapa de transición de niñez a adolescencia. Se sentaba sobre sus piernas cruzadas, como en posición de loto, tensando ligeramente la tela de sus pantalones holgados. Sus AirPods se escondían tras su cabello suelto y este, a su vez, se escondía debajo del sombrero de pescador azul marino.

—¿Quién será? —le había preguntado su camarógrafo en algún momento cuando recién llegaron.

—¡Shh! Trato de oír —chito agudizando su oído para escuchar la voz de la asistente—. Necesito confirmar si dijo "Lestrange". ¿Será quién creo que es?

La secretaria de recepción volvió a aparecer y llamó a las dos mujeres desde la entrada del pasillo.

—Señorita Lestrange —la escuchó decir con claridad—, el señor Ryddle la verá ahora.

¡No podía ser cierto! ¡Era ella! En serio era ella.

—¡Al fin! —exclamó fastidiada, haciendo a un lado a la Shih Tzu de su tía, quien se veía más feliz que nunca— Sí, sí. Ya era hora. ¿Por qué demoró tanto? ¿Sabe que es de mala educación hacer esperar a una dama?

—El señor Riddle está muy ocupado, señorita. Entiéndalo —respondió a regañadientes, sin molestarse en esconder su disgusto por dirigirse a la niña—. Por aquí, por favor.

—Ve al auto, Barbie. Te veré afuera. Haz lo que te digo, no me tardo.

La niña se levantó y siguió a la secretaría hasta la única puerta al final del pasillo, la puerta del despacho del representante del partido conservador, el señor Tom Riddle.

Rita Skeeter, la periodista estrella de El Profeta, se quedó mirando fijamente a la rubiecita hasta que desapareció tras la puerta. Su cabeza era un revoltijo de pensamientos y emociones que ni ella misma comprendía. ¡Ni siquiera sabía cómo sentirse al respecto! Por un lado, estaba indignada por la falta de profesionalismo de la oficina de relaciones públicas del parlamentario Riddle. Ellos tenían una reunión programada, no podían hacerle esto. No era ninguna tonta pasante a la que podían pasear como se les diera la regalada gana.

Por otro lado, estaba decepcionada de su memoria a largo plazo. ¿Cómo era posible que hubiese reconocido a una empleada cualquiera, pero no a Delphini Lestrange, la única descendiente del clan Lestrange y por ende, heredera totalitaria de Casa Lestrange?

Más importante aún, la única hija de su más grande archienemiga, Bellatrix Lestrange.

Consideraba imperdonable que se le hubiese pasado algo así, pero no podían culparla. Después de todo, había pasado mucho tiempo desde la última vez que la había visto. En ese entonces, ella todavía iba al kinder y siempre andaba en compañía de su nana. Apenas sí recordaba su rostro, Rodolphus nunca permitió que se le acercara. Podría ser un mal hombre, pero jamás permitió que sus amoríos irrumpieran en el mundo de fantasía de su niña. ¡Quién imaginaría que su pequeña princesita se convertiría en una despreocupada mujercita de rebeldes mechones azules y mala actitud!

Sin embargo, eso no era lo importante, sino qué estaba haciendo ella ahí, una niña, menor de edad, sola y sin supervisión en el despacho del candidato Riddle, el parlamentario más odiado de la nación y quién, en su momento, estuvo íntimamente vinculado con su madre.

Esas eran preguntas que no la dejarían dormir.

Mientras tanto, adentro del despacho e ignorante de todo lo que ocurría a su alrededor, Delphini Lestrange se encontraba sentada frente a Tom Riddle, miembro de la Cámara de Comunes, representante del partido conservador inglés y ex Primer Ministro británico.

O "el Señor Tenebroso", como los medios decidieron llamarlo después de su primer mandato.

En casa, preferían decirle "El que no debe ser nombrado".

Siempre es difícil describir a una persona, sobre todo cuando se trata de un político y en especial cuando hablamos de uno tan controversial como el señor Riddle.

Todo depende del punto de vista de quien narre la historia. Después de todo, nosotros solo conocemos las versiones de aquellos que lograron "sobrevivir" a los hechos. Por un lado, están los datos generales —y más o menos neutrales— que proporciona internet, puntos claves para tener una perspectiva muy básica de quién es realmente esta persona: fecha de nacimiento, edad, postura política, partido, leyes propuestas, escándalos, popularidad, ya saben, ese tipo de cosas.

Y luego, están los testimonios y opiniones de aquellas personas que vivieron durante su periodo de mandato.

Si son de Latinoamérica, ya saben a qué me refiero.

"¡La peor crisis económica desde el '29! ¡Y ni hablar de la inflación! Si tenías 10,000 en el banco era lo mismo que nada porque, al cambio, equivalía a un dólar, un dólar y medio".

"El maldito nos llevó a la quiebra. ¡¿Cómo es posible que cinco míseros panes costaran todo un sueldo mínimo?! Cómo es posible que se tuvieran que hacer colas de dos o tres horas para comprar medio litro de leche"

"Cuántos desaparecieron cuando estuvo en el poder. No se podía salir a la calle porque no sabías si regresarías. Cuántos pobres universitarios desaparecieron durante las protestas. Hasta ahora siguen buscando".

"Recuerdo cuando anunciaron el cambio de moneda por televisión. Tu abuela lloró"

"Los militares habían tomado las calles, en cada esquina te encontrabas uno. Cuando decretaron el estado de emergencia, entraban a las casas al más mínimo comportamiento sospechoso. Ya no podías confiar ni en tus vecinos".

"—Presidente, ¿qué tiene qué decir sobre los rumores que lo vinculan al narcotráfico?

¡Demuéstrenlo, pues, imbéciles!"

Sí, la política en Latinoamérica parece un chiste, un chiste malo y muy mal contado.

En fin, uno pensaría que esas cosas solo ocurren en países tercermundistas como Perú o Chile o Argentina, Brasil, Ecuador, Colombia, Venezuela, Guatemala, Honduras, México o Latinoamérica en general —perdón por omitir a varios, es que no tengo más líneas—, pero ¿qué creen? ¡También pasa en el primer mundo!

Y también pasa en el primer mundo del primer mundo, lo que pasa es que no nos enteramos porque no leemos los periódicos de Noruega o Dinamarca.

Desde luego, Reino Unido no era la excepción y el país de la Reina Isabel II —o Carlos III, ahora. No me culpen, escribí este párrafo hace un año— también había pasado por sus periodos de crisis. El más reciente tuvo lugar hace casi 15 años, el Primer Ministro era Riddle y su gobierno se caracterizó por ser un ambiente de constante incertidumbre y confrontación entre la bancada oficial y la oposición.

Era el inicio de los 2000. Los jeans de tiro bajo y las cejas delgadas estaban de moda, Britney acababa de lanzar "Oops!… I did it again", Malcom in the Middle empezaba a transmitirse, la primera película de Sherk se estrenaba en cines y ser chav estaba de moda. Tom Riddle, el aspirante más joven al cargo ministerial, llegaba al poder con más del 68% de aprobación. El guapo candidato de sonrisa peligrosa tomaba el mando con muchas promesas en los labios, la esperanza de los votantes en las manos y demasiada presión sobre los hombros.

Salía de una campaña exitosa en todos los sentidos. Se había ganado la empatía del público joven gracias a sus encantadores ojos oscuros y la confianza del sector poderoso a través de sus propuestas radicales. Todo parecía indicar que sería un buen periodo, uno lleno de prosperidad y nuevas ideas. Nadie imaginó que se convertiría en la peor crisis social y económica de los últimos tiempos.

O, peor aún, que casi unos 15 años después, una niña de 14 años llamada Delphini Lestrange lo estaría entrevistando esa misma tarde para su proyecto escolar de sociales.

A veces, estás en la cima y otras veces, en lo más hondo.

—Tú debes ser la famosa Delphini, ¿verdad? —preguntó el hombre maduro detrás del escritorio— La pequeña diablilla que se infiltró en mi edificio.

—No es su edificio, es del pueblo —respondió cortante para sorpresa del funcionario—. Nuestras manos lo construyeron, nuestros impuestos pagan su sueldo.

El señor Riddle no se esperaba esa respuesta. Se le notaba en el rostro. Su mirada era penetrante y su postura, dominante. Todo en él era interesante e hipnótico. Tenía algo, ese je-ne-sais-quoi que llamaba la atención.

A pesar de ya tener su edad —según Wikipedia, era mayor que sus padres—, seguía siendo atractivo. Era alto, tenía el cabello oscuro con mechones grises en las patillas y unos ojos castaños que, gracias a la iluminación, adquirían matices rojizos. No podía negarlo, era un hombre atractivo. Ni las canas ni las líneas de expresión habían logrado quitarle ese porte elegante del que tanto había escuchado en los medios. El señor Riddle era de esas personas que veías y automáticamente pensabas: "¡Este debió ser guapo en su juventud!"

Incapaz de sostener el silencio por más tiempo, Delphini prosiguió.

—Sí, ese es mi nombre. No lo desgaste o tendré que cobrarle.

El comentario pareció ser del agrado del político, pues esbozó una suave sonrisa.

—Sabes, estoy impresionado —retomó apoyando sus brazos sobre el filo del escritorio. Su voz era sedosa y tenía un fuerte acento que lo hacía sesear de forma inconsciente. Delphini sé preguntó de qué parte de Lancashire era—. Es la segunda vez en toda mi carrera que una mujer amenaza a mi personal para tener una reunión conmigo. No sé si debería sentirme halagado o asustado.

Delphini se mordió el interior de las mejillas tratando de contener la risa. Un brillo travieso apareció en sus ojos. Dicen que a tiempos desesperados, medidas desesperadas. Nunca esperó llegar a usar las técnicas "infalibles" que su madre siempre empleaba para salirse con la suya, pero de no haber sido por ellas, jamás habría logrado ingresar al edificio y, por lo tanto, se habría quedado sin entrevistado para su tarea.

"¡Ay! ¡Me está agrediendo! Miren como el personal del candidato Riddle trata a los menores"

La temporada de elecciones parlamentarias era la época más estresante no solo para los políticos, sino también para los civiles. La profesora de Educación Cívica de Delphini tuvo la "brillante" idea de pedirles a sus alumnas entrevistar a alguna figura relacionada con la política del país. Por lo general, durante esos meses, todos los funcionarios, sin excepción, se volvían más accesibles, pues era ese momento del año en que tenían que ganarse la aprobación de los votantes. El internado para señoritas Mary's Ascot tenía una larga y variada lista de políticos inversores entre sus contactos. La mayoría eran padres de antiguas estudiantes, por lo que siempre estaban dispuestos a colaborar con las alumnas actuales y los bolsillos de sus padres.

Sin embargo, Delphini no quería entrevistar a ninguno de esos hombres o mujeres porque ella no quería entrevistar a cualquier político aburrido para obtener una nota mediocre. Ella quería entrevistar un pez gordo para obtener un 100 perfecto, subir sus notas que ya estaban pendiendo de un hilo y salvar el curso. ¿Y qué mejor pez gordo que el hombre que había mandado a la mierda al país?

Típico, esperar el último tercio del año escolar para recién empezar a ser responsable.

Y, por tal motivo, solo había un obstáculo que se interponía entre ella y su nota mínima aprobatoria: el no haber reservado una cita con ninguno de los parlamentarios actuales. Sin embargo, eso no la detuvo y dio la actuación de su vida ante la mirada atónita de Barbie y el personal de recepción.

—Ah, ¿sí? —preguntó simulando sorpresa— Entonces debe tener un sistema de seguridad muy deficiente para que eso haya pasado dos veces, ¿no lo cree? —a Riddle no le gustó su tono arrogante— ¿Puedo saber quién fue la primera? Quiero saber quién me robó la idea.

—No es necesario, probablemente ni siquiera habías nacido —la detuvo antes de que lo metiera en una situación peligrosa. Tantos años evadiendo a los periodistas lo habían entrenado lo suficiente para este juego—. ¿Qué edad tienes? ¿Diez?

—¿Qué edad tiene usted? ¿Setenta? —respondió al instante— Permítame decirle que no se ve mayor de ochenta.

Después de esa respuesta, cualquiera la hubiese echado, pero no Tom Riddle. Por más que la encontrara fastidiosa y un tanto malcriada, no podía negar que esta improvisada reunión era lo más divertido que le había pasado en mucho tiempo. Había algo en esa niña que lo entretenía. Su irreverencia la hacía verse más viva que muchos de sus colegas y su actitud despreocupada con esos mechones azules en su cabello o su mala postura al sentarse le brindaban un aire refrescante propio de su juventud.

Mientras no hiciera o dijera nada que pudiera ofenderlo, tal vez podría concederle un par de minutos de su valioso tiempo.

—Bueno, Delphini, ¿qué puedo hacer por ti hoy? —cambió de tema— Supongo que debe ser muy importante como para que hayas amenazado a mi secretaria con subir un video de ella gritándote a internet.

Nunca hay que subestimar el poder de las redes sociales, en especial cuando eres Gen Z, tienes un buen número de seguidores y sabes usar los hashtags correctamente.

—Es que fue muy grosera —respondió con inocencia—. Yo ya había separado una cita con su oficina hace una semana, pero al verme llegar me dijo que no tenía tiempo para bromas. ¡¿Qué clase de personal contrata, señor Riddle?! Dejan mucho qué desear.

En silencio, la rubia rogaba a Dios y a todas las vírgenes embarazadas que el candidato se tragara su mentira.

—Entiéndala, por favor. Por lo general, los niños nunca vienen a entrevistarme.

—Esa no excusa para ser deficiente. Si no eres capaz de estar a altura de tu trabajo, entonces no mereces trabajar ahí —sentenció recordando la frase que siempre decía su tía Cissy—. Contrate a mejores profesionales a partir de ahora. Quién sabe y la próxima persona que lo amenace no sea tan clemente como yo. La buena imagen lo es todo ahora. Usted debería saberlo mejor que nadie. Vive de eso, de la gente. No querrá hacerse viral por tratar mal a sus votantes, ¿verdad?

El señor Riddle se quedó en silencio unos segundos. Sus ojos rojizos no se apartaban de los azules de ella. La rubia platinada sentía que estaba escudriñando su alma.

—Tiene razón. Supongo que debo agradecer que sea tan considerada conmigo y con mi equipo, señorita —ella asintió como si estuviera señalando lo obvio—. Entonces, una entrevista para su colegio, ¿verdad? Mi asistente mencionó algo sobre un proyecto escolar.

—Así es —la adolescente procedió a apoyar su bolso sobre sus piernas para sacar sus cosas—. Tengo que presentar una entrevista de cinco a diez minutos con una figura política para mi clase de Cívica y pensé que usted sería una buena opción.

—¿Y por qué yo? —preguntó retirando algunos documentos y objetos de decoración de su escritorio para hacerle espacio a la niña— Si se puede saber, claro.

"Porque es el único maldito workaholic que está trabajando hoy", pensó con sarcasmo.

—Porque es popular —respondió como si fuese lo más obvio—. Todo el mundo sabe quién de usted —sacó un pequeño trípode que dejó sobre el escritorio, seguido de una libreta de apuntes muy usada— y, por lo tanto, es mi mejor opción para sacar un 100 perfecto.

Siempre es bueno ser sincero, pero ¿brutalmente honesto? Tal vez no tanto, pensó el pelinegro mientras escuchaba atento a la menor.

—Es bueno saber que tu decisión no se vio influenciada por un beneficio personal.

—Necesito subir mis notas —se excusó acomodando su teléfono en el trípode—. No puedo reprobar otra vez, mi papá me mataría —levantó la mirada y posó sus enormes ojos azules sobre los rojizos del político, enfatizando lo serio del asunto.

El señor Riddle apretó los labios en una delgada línea, claramente incómodo. Empezaba a cuestionarse si realmente había sido una buena idea dejar entrar a esa niña loca, pero la verdad es que no tenía nada mejor qué hacer después de esto.

—Bien, no hay que dejar que te maten. Sería una tragedia perder a una votante.

—No soy votante. Tengo 14, aún no puedo votar.

—No importa, eventualmente lo harás y espero que lo hagas por mí.

—Hmm… No lo sé, ¿por qué debería hacerlo? —cuestionó enarcando una ceja— No me ha ofrecido nada que me incite a votar por usted. Es más, ¡ni siquiera me han ofrecido agua! Eso es muy descortés de su parte.

—Te voy a dar una entrevista para que saques un 100 y tu papá no tenga que matarte por reprobar otra vez —explicó acomodándose la corbata—. Creo que es más que suficiente para que estés en deuda conmigo.

La niña lo meditó un minuto y luego asintió con la cabeza, aparentemente convencida— Me parece justo. ¿Le parece si empezamos?

—Cuando guste.

Ya con el trípode instalado sobre el escritorio y lista para grabar, Delphini Lestrange se aclaró la garganta y revisó por última vez sus notas para empezar con la entrevista.

El señor Riddle se veía calmado y muy profesional como de costumbre. Tantos años frente a las cámaras de televisión en entrevistas, mesas redondas y debates le habían enseñado a siempre mostrar su mejor ángulo, no importase la situación. Si bien soportarse a una colegiala torpe que no tenía ni la menor idea de lo que estaba haciendo no era su primera opción para pasar la tarde, sin duda era mil veces mejor que enfrentarse a las preguntas de Rita Skeeter y su lengua ponzoñosa.

"Maldita perra", pensó forzando la sonrisa.

¡Esa mujer era un dolor de muelas! Cada vez que aparecía en su vida significaba que habría problemas pues, cada vez que intercambiaban palabras, la condenada buscaba la forma de tergiversar sus declaraciones para hacerlo quedar mal al ojo público y, así, bajar sus números en las encuestas.

Había estado evitándola desde que le había pedido una entrevista hacía ya un par de semanas. Lo había pospuesto varias veces, pero su equipo de campaña le sugería que ya no lo siguiera extendiendo, pues corría el riesgo de que ella escribiera una mala reseña sobre él, lo cual inevitablemente significaría tener que hacer otra gira pública de "buenas acciones" para subir sus números.

Y él odiaba hacerlas.

Que la rubiecita de mechones azules hubiese aparecido ese día como ángel caído del cielo fue lo mejor que pudo haberle pasado. Le daba más tiempo para prepararse antes de ver a Skeeter y su pluma afilada.

"Supongo que la mocosa no es tan inoportuna después de todo".

—Buenas tardes, soy Delphini Lestrange y este es mi proyecto para Taller de Cívica y Formación Ciudadana. Mi entrevistado de hoy será el señor Tom Riddle, actual parlamentario de la Cámara de Comunes por el partido y ex Primer Ministro.

Mientras la muchacha terminaba la pequeña introducción, el señor Riddle hacía su mejor esfuerzo para la mandíbula no se le cayera de la sorpresa. ¡Quién lo diría! Ni siquiera en las memorables segundas vueltas había visto tal giro inesperado de los acontecimientos. Es que ni David Fincher pudo hacerlo mejor. Su mente se había quedado completamente en blanco. En su cabeza tan solo resonaba el singular apellido de su joven interlocutora.

"Soy Delphini Lestrange... Delphini Lestrange... Lestrange... Lestrange..."

"Vaya, vaya", pensó. "El mundo en serio es un pañuelo".

— Muchas gracias por recibirme, señor Riddle —la mención de su propio nombre lo trajo de vuelta a la realidad—. Me gustaría empezar preguntando qué expectativas tiene con respecto al nuevo gobierno de la actual Primera Ministra, Theresa May. El año pasado usted también estuvo en campaña para representar a su partido dentro de las elecciones, pero al final fue ella quien salió como candidata principal y, pues, eventualmente ganó. Me gustaría saber su opinión como persona que anteriormente ya ha estado en el cargo y tiene alguna idea de cómo manejar el país. Teniendo en cuenta la enorme presión que tiene al ser la segunda mujer en toda la historia de Gran Bretaña en ser elegida Primera Ministra, ¿cree que la ministra May hará un buen trabajo durante el siguiente periodo?

—¿Dijiste "Lestrange"? —preguntó en cuanto la menor cerró la boca— ¿Tu-Tu apellido es Lestrange?

La rubia se quedó en silencio, muy confundida por la pregunta y sumamente incómoda porque su celular seguía grabando esa humillación. Sus ojos alternaban entre su interlocutor y la cámara. Apretó con fuerza los bordes de su libreta en un intento de calmar sus nervios.

—Uhm, sí—respondió, aunque más parecía una duda.

La emoción de Riddle aumentó—¿"Lestrange"? ¿L-E-S-T-R-A-N-G-E? ¿Lestrange?

—Sí, sí, creo que sé cómo se escribe mi apellido, señor —dijo molesta y frunciendo el ceño como lo hacía su madre—. ¿Podemos volver a la pregun…—

—Espera, vienes de un internado, ¿verdad? Mi asistente dijo que venías de un internado. Eh… ¡Ay! Olvidé el nombre… Eh, ¿Mary? ¿Mary algo?

—Sí, sí, soy Delphini Lestrange del internado Mary's Ascot. ¡Vamos! Esta es la quinta o sexta vez que doy mis datos. ¿Podemos volver a la entrevista, por favor? Tengo cosas que hacer.

El hombre la miraba fascinado, como si fuese la octava maravilla del mundo. Sus ojos rojizos la recorrían de arriba abajo sin pudor y sus labios delgados dibujaron una sonrisa cargada de locura, pero no de la que divertía, sino de la que asustaba, de la que terminaba con una pequeña nota periodística en el noticiero de la mañana.

Francamente, no se sentía nada segura en ese espacio. Los vellos de su nuca se habían erizado y las puntas de sus dedos estaban frías, una señal inequívoca de que algo no andaba bien. ¿Y cómo no? Era una niñata de 14 años en la oficina de un hombre blanco, cisgénero y conservador, que casi le cuadriplicaba la edad. ¡¿Pero en qué estaba pensando cuando decidió meterse ahí?! Así era como iniciaba toda película de terror en la que la rubia genérica moría.

Y ella era rubia natural.

"Debí hacerle caso a Barbie", lamentó.

—¿De casualidad eres familiar de los Lestrange del club Casa Lestrange? El club deportivo que está en…—

—Sí, sí, soy familiar —chilló a toda prisa, pausando la grabación, lista para salir corriendo de ser necesario—. ¿Por qué? ¿Quiere una membresía gratis o qué?

Delphini estaba más que acostumbrada a que la asociaran con los negocios de su familia, siempre había sido así desde que tenía memoria. Por lo general era algo que le fastidiaba, pues significaba automáticamente que pasaría a segundo plano, pero por primera vez en su vida, la niña rogaba que este desconocido quisiera hablar solo de ellos y se olvidara de su existencia por un rato.

Un largo rato de ser posible.

—Entonces conoces a los dueños del club, ¿no? ¿A Rodolphus y Bellatrix Lestrange?

—Son mis padres —dijo desconfiada—. Oiga, parece que está muy ocupado. Mejor vuelvo otro día.

—¡¿Cómo?! ¡¿Eres hija de Bellatrix?! —exclamó sorprendido. La miraba extasiado, su emoción ya no podía contenerse. Un brillo extraño se había instalado en sus ojos y la hacía sentir incómoda. No sabía cómo interpretarlo, pero sí sabía que no le gustaba. El ex ministro negó con la cabeza y su sonrisa se ensanchó— No-puede-ser —rio—. ¿Tuvo hijos? ¿Bellatrix tuvo hijos?

Delphini se encogió en el asiento, no en shock, pero sí algo sorprendida. ¿Por qué le sorprendería saber que su madre era, bueno, madre? Es decir, todo el país lo sabía. Su nacimiento fue primera plana de periódicos, su salida del hospital fue televisada.

"Ah, cierto. Él se había fugado del país en ese entonces", recordó.

—¿Conoce a Bella?

No era extraño que las personas conocieran a su madre, lo extraño era que no lo hicieran. La mujer era una mariposa social, estaba en todo desfile o evento que fuese importante. Si quería saber dónde había estado, solo tenía que revisar la sección de sociales de las revistas. No obstante, cuando se encontraba con sus amigos, estos no solían sorprenderse tanto cuando se enteraban que ella era su hija. Es más, a veces incluso ya sabían detalles personales de su vida gracias a uno que otro comentario de su madre.

El señor Riddle, por su parte, parecía que acababa de descubrir un unicornio o la piedra filosofal. Era claro que no esperaba esa respuesta de su parte.

—Oh, créeme, la conozco muy bien… Demasiado bien diría yo —añadió con un tono sugestivo mientras se perdía en sus propios recuerdos.

¿Alguna vez han tenido esa sensación de que se estaban perdiendo de algo muy importante? ¿Como si sus interlocutores supieran algo que ustedes no y no quisieran contarles porque es un secreto muy personal o algo así? Pues, Delphini estaba sintiendo eso en ese preciso instante y no le gustaba para nada.

La niña no era tonta. Conocía muy bien ese tipo de mirada anhelante que rememoraba algún buen momento del pasado. Era la misma mirada que habían puesto muchos hombres que desfilaron por los brazos de su madre y era la misma mirada que estaba poniendo el señor Riddle en ese preciso instante: la mirada de alguien que había tenido sexo.

Sumó dos más dos, ató cabos sueltos y al instante, el pánico que había estado sintiendo hasta hace unos minutos desapareció por completo. No estaba ante ningún pervertido psicópata que quería hacerle daño, solo era otro de los "queridos amigos" de su madre.

Uno que parecía demasiado interesado en ella.

"Agh", pensó asqueada. "¿Otro más? ¿Qué no había sido suficiente con el de hace rato?"

—Jamás habría imaginado que Bellatrix finalmente se convertiría en madre. Recuerdo que le aterraba la idea, ni siquiera era capaz de pronunciar la palabra "embarazo". No le gustaban los niños, en especial los bebés. No puedo imaginármela cargando uno aunque lo intente. Siempre decía "yo no soy de las que cambia pañales".

"Y no lo fue", comentó para sí misma.

—Siempre pensé que tendría suficiente con esa pequeña niña que la seguía a todas partes, su sobrina. ¿Cómo se llamaba? ¿Pammy? ¿Tammy?

—Pansy.

—Sí, ella —dijo restándole importancia con un gesto de su mano—. ¿Sabes? Hubo un tiempo en el que juraba que era su hija. Y yo se lo decía. "¿Por qué me mientes? Ya acepta que es tu hija" y ella respondía: "No, solo es mi ahijada, la estoy cuidando". Luego conocí a la madre de la niña y, bueno, deje de molestarla con eso —rio—. Pero no puede culparme por confundirlas. El cabello negro, las cejas, se parecen un poco, ¿no crees? De hecho, se parece más que tú. Cualquiera pensaría que tú eres la sobrina y ella, su verdadera hija.

Delphini pensó que esta situación era demasiado irreal como para que alguien le creyese.

—Sí, eso me han dicho —susurró forzando una sonrisa.

—Sí. Recuerdo que tenía una hermana, Narcissa. Una mujer muy… Tenía una personalidad muy fuerte —una elegante forma de decir que parecía bipolar—. Te pareces más a ella, también es rubia. Habría creído que eras su hija.

"No, gracias", pensó. "Prefiero morir".

—Entonces, no solo conoce a mi prima, sino también a mi tía —Riddle asintió—. ¿Hay alguien más a quien conozca y yo no sepa? Porque, en lo personal, es raro que alguien sepa tanto sobre mí y mi familia cuando nunca nadie me había hablado de usted antes.

—Eso es porque nunca interactué mucho con ellas. Tu prima era muy pequeña para recordarlo y solo vi a tu tía un par de veces. No le caí muy bien —añadió cuidando cada una de sus palabras—. En realidad, era tu madre con quien solía pasar más tiempo. Qué raro que nunca te haya hablado de mí. Éramos muy cercanos, ella era una de mis más acérrimas contribuidoras. Tu padre y ella hicieron grandes donaciones al partido para mis dos primeras campañas ministeriales. Recuerdo que no se perdía ni un solo meeting.

La muchacha asintió lentamente, procesando la nueva información. ¿Cómo es que sus padres se volvieron mecenas de un político? Ni siquiera su tía Cissy se atrevía a tanto. A los únicos políticos que quería ver eran a aquellos que estaban dispuestos a gastar su dinero en las caras membresías de sus clubes. Casi siempre significaba una generosa propina en su cuenta bancaria.

—Ya veo… Bueno, en casa nunca hablamos de política. Tal vez sea por eso.

Tampoco hablaban de los amoríos de sus dos padres por si les interesaba saber.

No hablaban de nada en realidad.

—¿Cómo está ella? —interrogó con voz sedosa, marcando las "s" sin darse cuenta— ¿Sigue siendo tan salvaje como siempre?

—Uhm… Eh, supongo, creo. No- no lo sé. No la conocí antes, yo aún no nacía. No sé qué tan, uhm, ¿"salvaje"? era —contestó arrastrando algunas vocales—. Todavía le gusta hacer viajes espontáneos y desaparecer de vez en cuando si es a lo que se refiere.

—Veo que algunas cosas nunca cambian —sonrió reclinándose sobre su asiento—. La encantadora Bellatrix, tan indomable para como siempre.

—Sí, claro —"e igual de irresponsable también", pensó—. Bien, eh, volviendo a la entrevista. ¿Podemos.…—

—Y, perdona que te interrumpa, —la cortó— ¿ella está aquí en la ciudad? Digo, ¿vive en Londres? Porque perdimos todo contacto cuando me fui a Alemania y no volví a encontrármela cuando regresé hace seis años. ¿Qué fue de ella, eh? ¿Sigue con tu padre? ¿Tienes hermanos? Digo, por parte de ella. ¿Sigue yendo a Aberdeen a cazar? Recuerdo que le encantaba, era muy buena. Fuimos varías veces al coto de caza de su familia. ¿Todavía tiene la serpiente que le regalé? Era una pitón real, una de las crías de mi serpiente mascota Nagini.

La joven Lestrange no podía creer lo que escuchaba. Se sentía demasiado abrumada por la cantidad insana de preguntas que el miembro del parlamento Riddle le formulaba. El hombre parecía haberse tragado a una cotorra, ¡no dejaba de hablar! ¿En qué momento su proyecto final de Cívica se había convertido en un 'Preguntas y Respuestas' sobre la vida privada de su madre? ¿Cómo se suponía que iba a saber lo que su madre había estado haciendo estos últimos meses si solo la veía una vez cada diluvio?

No sabía o, mejor dicho, no quería responder a ninguna de esas preguntas. No estaba preparada para ello. Era la primera vez que un amante de su madre hablaba con ella por tanto tiempo. ¿Qué se suponía que debía hacer? Francamente, preferiría rezar de rodillas mil Padre Nuestros antes que seguir con esa tontería.

—[...] En ese entonces, yo estaba muy ocupado con la campaña, pero siempre lográbamos encontrar algún momento para reunirnos. Ella siempre estaba disponible para mí.

"Siempre está disponible para todos, excepto para mí", pensó mientras apretaba los labios.


—Señorita, por favor, necesito saber si el señor Riddle nos recibirá hoy o pospondrá otra vez —exigió Rita Skeeter por enésima vez frente al mostrador de la secretaria de recepción—. Yo no estoy pintada, señorita. No me sobra el tiempo, tengo cosas que hacer.

—Solos unos minutos más, señorita Skeeter, por favor —pidió su interlocutora cansada de repetir lo mismo una y otra vez—. El señor Riddle aún está en reunión.

—Sí, sí, ya lo sé, ya me lo dijo —la cortó soltando un bufido—. Mire, solo dígame si me va a recibir o si ya me puedo ir. ¡Esto es una falta de respeto! No solo a mi persona, sino también a mi trabajo, a mi equipo y a mi periódico.

—Lo siento, señorita Skeeter, pero ya le dije que yo no manejo los horarios del señor Ryddle. Eso lo hace su asistente.

—Pues dígale a su asistente que…—

Sea cual fuese el insulto que la periodista planeaba decir quedó en el olvido cuando, de repente, el teléfono de la recepción sonó. La secretaría exhaló aliviada y procedió a contestar la llamada para el desespero de la rubia.

—Parlamento británico, recepción… ¡Oh! Sí, sí, sigue aquí, aún está aquí… Okay, yo le aviso. Sí, sí, gracias —colgó el auricular, se aclaró la garganta y por fin pronunció aquellas palabras que Rita Skeeter se moría por escuchar—. El señor Riddle la recibirá ahora. Ya terminó con su otro compromiso. Espere frente a su oficina, por favor. Vendrán a buscarla.

—¡Ya era hora, por Dios!

Rita giró sobre sus talones y regresó a la pequeña área de espera donde su camarógrafo aguardaba ansioso por irse. Para su mala suerte, la rubia le dio a entender con un gesto que se quedarían a trabajar hasta tarde. Esperaba que ahora sí le pagaran las horas extras.

No pasó mucho tiempo para que la puerta de la oficina de Riddle se abriera y revelara a una furiosa Delphini Lestrange con cara de haber pasado un mal rato ahí adentro. La adolescente salió refunfuñando a la velocidad de un relámpago. Caminaba dando largas zancadas que agitaban la tela sobrante de sus pantalones, haciéndola lucir como una tosca aprendiz de modelo. Su cabello se sacudía conforme avanzaba y su mano derecha sujetaba su teléfono, mientras que la otra rebuscaba algo en el interior de su bolso.

Sea lo que sea que hubiese pasado ahí adentro había molestado a la pequeña Lestrange y, quiéralo o no, ese ceño fruncido y nariz arrugada hacían que sus genes maternos resaltaran, dándole la apariencia de su tía, la "encantadora" Cissy Malfoy.

—Niña, ¡niña! ¡Espera!

La inconfundible voz del parlamentario Riddle hizo girar a todos los presentes. El ex ministro de cabello oscuro movió sus 190 centímetros de alto y avanzó hasta llegar a la adolescente, quien lo miraba más molesta que nunca.

Para Rita esto fue impactante en más de un sentido. En toda su experiencia, jamás había visto a un político correr detrás de alguien. Por lo usual, casi siempre era al revés. No podía escuchar absolutamente nada de lo que esos dos hablaban desde donde se encontraba; sin embargo, supuso que debía ser muy importante como para que el señor Riddle se tomara tantas molestias por dicha muchacha. El mayor sacó un papel pequeño —tal vez un cheque o una tarjeta de presentación— y se la tendió diciendo algo. La Lestrange dudó un par de segundos, pero finalmente aceptó tomando el objeto con desconfianza.

Cualquier periodista o, mejor dicho, cualquier persona con un poquito de curiosidad por la vida de los demás se habría preguntado qué estaba pasando. ¿Por qué el parlamentario Riddle actuaba de forma tan misteriosa? ¿Por qué tenía tanta confianza con una chica menor de edad? ¿Qué hacía ella ahí? ¿Por qué estaba sola? ¿A dónde se había ido su cuidadora? ¿Por qué le estaba dando un papel? ¿Por qué se veía tan molesta? ¿Qué había pasado ahí adentro? ¿Por qué habían demorado tanto? ¿Por qué parecía incómoda en su presencia? Y cientos de otras preguntas más que no formularé.

Pero Rita Skeeter no era cualquier persona y tampoco cualquier periodista.

Los años de experiencia le habían brindado ciertas habilidades que no muchas personas en su medio tenían. Un ejemplo era su gran capacidad de observación. Sus ojos azules se posaron fijamente en el rostro angular de la menor. Había mucha información implícita en él, por lo que puso a trabajar su concentración a todo lo que podía para no omitir ni un detalle.

Desde el momento en que la vio, hubo algo extraño en la señorita Lestrange que le llamó la atención y eso era que la rubia platinada no se pareciera mucho a sus padres.

En su debido momento —allá por la mitad de la década de los 2000—, Rita dudó por un tiempo que la pequeña Delphini fuese en realidad la hija biológica de Rodolphus y Bellatrix. La niña no tenía muchos rasgos característicos de los Black, mucho menos de los Lestrange. Era rubia y tenía los ojos grises, atributos que diferían radicalmente del biotipo promedio de la familia de su madre, quienes —en su mayoría— tenían el pelo negro, los ojos oscuros y los rasgos finos. No obstante, no podía cuestionar sus orígenes pues, en primer lugar, su tía, Narcissa, tenía las mismas características y, segundo, ella misma había visto con sus propios ojos todo el proceso de embarazo de la Lestrange. Tenía fotos y mucho material que confirmaba que esa niña era realmente su hija biológica, por lo que la hipótesis de la adopción secreta quedó descartada.

Pero, en fin, eso había sido hace más de 10 años, cuando Delphini todavía era una niña en pañales y su apariencia física, aún muy incierta. Ahora que era mayor y estaba entrando en la adolescencia, sus facciones habían cambiado y si bien era fina y esbelta como la mayoría de los Black, había algo muy particular en su rostro que la diferencia totalmente de ellos y de sus excepcionalmente bellos rostros.

—Este es mi número personal por si necesita otra entrevista conmigo o cualquier otra cosa que se le ofrezca —dijo el parlamentario tendiéndole su tarjeta a la adolescente—. Es mejor que me contactes por aquí. Así es más probable que te responda.

—... Gracias —musitó cortante.

—También puedes dárselo a tu madre —añadió impidiéndole retirarse aún—. Me gustaría volver a hablar con ella. Ya sabes, retomar el contacto. ¿Podrías dárselo?

—No —respondió forzando una sonrisa—. Buenas tardes, señor Riddle. Qué tenga un buen día. Suerte con su campaña o lo que sea, solo no destruya al país de nuevo, ¿quiere? Aún no tengo edad suficiente para mudarme lejos sola. Adiós.

La Lestrange le dedicó una última sonrisa falsa, entrecerrando los ojos y arrugando la nariz, antes de darse la vuelta y desaparecer de la vista de todos de una vez por todas. Riddle, mientras tanto, solo atinó a quedarse ahí, aún con la mano extendida y los labios apretados.

—¡Dile que le envío saludos! —despidió en voz alta.

La luz dorada de la tarde que entraba por la ventana hacía que la figura imponente de Tom Riddle se exhibiera en toda su majestuosidad. Tenía un perfil peculiar, casi inconfundible. Tenía una nariz muy característica que si bien no era desagradable en él, muy pocas personas podrían encontrar atractiva en otros individuos. También tenía una forma de rostro muy particular: era alargado, tenía pómulos altos y una barbilla en punta, como un corazón o como la cabeza de una serpiente vista desde arriba.

Y no podemos cerrar esta descripción sin antes mencionar los ojos de Riddle, pues esos eran una historia completamente diferente.

La idea que se tiene en mente para cuando se realiza cualquier campaña política es que sus representantes inspiren confianza al público. Y sí, puede que el señor Riddle proyectara esa imagen gracias a su porte y lenguaje corporal; sin embargo, lo único que le impedía vender esa imagen de seguridad y confianza por completo —además de sus antecedentes— eran sus ojos oscuros. No importara cuánto sonriera, cuán guapo fuera o cuánto se esforzara para caerle bien a las personas en época de elecciones, esos ojos de matices rojizos siempre terminaban traicionando y revelaban ese lado oscuro y siniestro de su persona: el de un ser sin escrúpulos que solo esperaba el momento adecuado para exponer sus más perversas intenciones.

No por nada dicen que los ojos son las ventanas del alma, ¿verdad?

Todos estos detallitos no pasaron desapercibidos para Rita Skeeter y solo cuando el parlamentario se giró a verla y solo en ese momento, la rubia finalmente comprendió por qué el rostró de Delphini Lestrange había captado tanto la atención.

Y es que ojo de loca no se equivoca.

—Señorita Skeeter, qué gusto verla otra vez —el señor parlamentario se acercó extendiéndole la mano a modo de saludo—. Ha pasado un tiempo, ¿no es así?

—En efecto —respondió la mujer aceptando el saludo con una encantadora y ensayada sonrisa—. ¿Cómo está tal, señor Riddle? Veo que no ha cambiado nada. Sigue viéndose tan bien como siempre.

—Perdone por los contratiempos con la entrevista, he tenido la agenda ocupada.

—Por supuesto —masculló entre dientes—. Bueno, no hay que perder tiempo. ¿Empezamos?

—Desde luego. Vayamos a mi oficina. Síganme por aquí, por favor.

Y fue así como Rita Skeeter, la periodista estrella del periódico El Profeta, y su camarógrafo siguieron al miembro de parlamento de apariencia galante hacia su despacho para grabar aquella entrevista que tanto había propuesto. Está de más decir que, durante toda la sesión, Rita no pudo evitar comparar las similitudes físicas entre Riddle y la heredera Lestrange. Si bien a simple vista no había nada que los conectara, puede que si cambiara el color de ojos y pelo de Delphini, esta tuviera más parecido con el político de lo que imaginaba.

La viva imagen, de hecho…

Desde ese día, un pensamiento divertido y moralmente incorrecto se instaló en su mente.

Tal vez y solo tal vez, su "querida" Bellatrix había sido más que la contribuyente más acérrima y leal del ex Primer Ministro.


HOLII! SIGO VIVA. PERDONEN POR EL DESORDEN AL SUBIR LOS CAPS, HE PERDIDO LA MAYORÍA DE LOS DOCUMENTOS Y POR MÁS QUE QUIERO PASARLOS DE WATTPAD A AQUÍ, LA PLATAFORMA NO ME PERMITE. LOS SIGUIENTES CAPS SERÁN SUBIDOS EN ORDEN, PERO AQUELLOS QUE FALTAN LOS PUEDEN ENCONTRAR EN LA OTRA PLATAFORMA (WATTPAD). MI USER ES "NatAliVic" Y EL TÍTULO ES EL MISMO. LAMENTO ESTO, EN SERIO.

EN FIN, ESPERO QUE LES HAYA GUSTADO. MUCHAS GRACIAS A LOS QUE SIGUEN AQUÍ Y, UNA VEZ MÁS, PERDONEN POR TENER LA HISTORIA ABANDONADA. MUCHAS GRACIAS POR EL APOYO, CUIDENSE, BESOS!