Capítulo 2.
El sol acababa de salir cuando Shuichi volvió al velatorio. Se le veía limpio y medianamente repuesto, lo que significaba que había pasado a su casa a bañarse antes de volver a sumergirse en el drama familiar. Traía consigo noticias parcialmente buenas: Shuzou había sido evaluado ampliamente por dos cardiólogos, quienes llegaron a la conclusión de que el hombre había sufrido un ataque de ansiedad a causa del estrés; si bien era altamente probable que no se estuviera infartando, el hombre era lo suficientemente importante como para que ambos especialistas coincidieran también en que sería prudente que se le hicieran algunos estudios especiales para verificar el estado de sus arterias coronarias, las arterias que dan sangre al corazón y que son las responsables de los infartos. Debido a esto, Shuzou se quedaría hospitalizado durante un par de días para que se le realizaran dichas pruebas. Si bien de inicio él protestó por la posibilidad de no estar presente durante el entierro de su hermano, el riesgo de que sí pudiera infartarse de verdad hizo que al final se convenciera de permanecer en el nosocomio durante el tiempo necesario.
– Estuve pensando en qué podría decirle a nuestro padre para convencerlo de no pedir su alta voluntaria, cuando la mención del entierro del tío le hizo recordar su propia mortalidad –comentó Shuichi–. Creo que eso lo convenció de no tomarse su salud a la ligera porque ya no es tan joven como antes.
– Es decir, que también llegó a temer que tuviéramos que poner otro ataúd en esta sala de velación –señaló Eiji.
Si bien Shuichi no entendió la broma, Genzo sí lo hizo y tuvo que hacer un esfuerzo para no reírse; sin duda que el cansancio ya le estaba pasando factura, en otras circunstancias no estaría tan propenso a bromear en un momento así. En cualquier caso, Shuichi tomaría el control de la familia Wakabayashi durante los funerales de Hatori, dado que Shuzou no podría hacerlo. A Genzo, que llevaba años viviendo en Europa, este asunto de "hacerse cargo de la familia" le pareció ridículo, pero después recordó que así eran las cosas en Japón y se abstuvo de hacer cualquier comentario.
– Eso significa que seré yo quien tome las decisiones pertinentes con respecto al entierro –informó–. Y lo primero que haré será hablar con la viuda de nuestro tío para pactar una tregua. Creo que estamos de acuerdo en que éste no es el momento ni el lugar para tener una batalla campal.
– Si nos vamos a pelear, que sea en la lectura del testamento –suspiró Eiji, quien a pesar de todo parecía haber hablado en serio.
– Tampoco deberíamos de pelearnos en la lectura del testamento, sería una pérdida de tiempo –replicó Shuichi, serio–. Todos sabemos que, por ley, la mitad del dinero del tío le corresponde a ella por ser la viuda, nos guste o no.
– Díselo a Eriko –atajó Eiji–, que se aferra a la idea de dejarla sin un yen.
– Yo me haré cargo de eso –se ofreció Taro–. Sé que Eriko está consciente de esta cuestión, sólo se necesita darle tiempo para que acepte la idea y sugestionarla sutilmente.
– Gracias, Misaki. –Shuichi agradeció con un gesto de cabeza.
– Tengo una duda –preguntó Genzo, repentinamente–. ¿En dónde está hospitalizado nuestro padre? ¿En la clínica del tío?
– No –negó Shuichi, tras un breve titubeo–. Está en un lugar enfocado en enfermedades del corazón, espero que recuerdes que el tío Hatori se especializaba en neurocirugía.
Tras esto, el hombre le lanzó a Genzo una mirada de censura, como si hubiese hecho una pregunta tabú. Éste, que no entendía en dónde estaba el problema, decidió pasarlo por alto.
Mientras Taro realizaba una llamada a su padre para saber cómo estaba Eiki, los tres hermanos Wakabayashi decidieron ir a buscar a la doctora Del Valle a la sala en donde se estaba velando a Hatori; sin embargo, no la encontraron ahí y un empleado les informó que la señora había ido a la cafetería, de manera que Shuichi y Eiji encaminaron sus pasos hacia allá. Genzo, no obstante, prefirió quedarse en compañía del difunto para que Lily no sintiera que buscaban intimidarla en grupo. El empleado salió tras los jóvenes, de manera que Genzo se quedó a solas en la sala y pensó que podría aprovechar para decirle algunas palabras a su tío, aunque no sabía bien cuáles. Tal y como la doctora había dicho, no tenía mucho caso hablar con un muerto, nadie sabía si su espíritu podría escuchar a los vivos, además de que tampoco se podía asegurar de que realmente existiera el espíritu. Sin embargo, en esos momentos al portero le pareció inadecuado quedarse ahí sin hablar, como si estuviera cuidando un objeto en vez de una persona que en algún momento estuvo viva.
– Lamento no haberme comunicado cuando pude hacerlo –soltó Genzo, sin pensarlo mucho–, debí de haberme preocupado más por ti y por tu nueva esposa. No sé para qué querías que viniera, pero espero que, lo que sea que busques de mí, lo pueda hacer bien. Y ojalá que, donde quiera que estés, te encuentres bien.
Él finalizó su despedida con una reverencia de respeto. No pudo evitar notar que, aunque los que prepararon el cadáver se esmeraron en arreglarlo, en el cuerpo de Hatori quedaron las huellas de la enfermedad que lo mató, su piel se pegaba a los huesos y su palidez era testigo de lo mucho que debió de haber sufrido en sus últimos días, aunque bueno, de por sí un muerto ya era pálido así que tampoco podía confiarse mucho en ello.
Wakabayashi no supo cuánto tiempo permaneció ahí, medio escondido entre las sombras que había detrás del ataúd, hasta que un coro de voces lo devolvió a la realidad. Se trataban de Shuichi y de la doctora Del Valle, quienes venían hablando en un tono bastante civilizado. Genzo desconocía qué tipo de relación tendrían ese par, pero daba por hecho que su hermano tampoco aceptó a esa tía tan joven, de manera que le sorprendió que pudiera platicar tan calmadamente con ella.
– Repito que mi único deseo es estar al lado de mi difunto marido –dijo la doctora, con voz cansada–. No pretendo pelear con nadie.
– Lo sabemos bien, señora –asintió Shuichi–. Nadie le pedirá que se retire.
Resultaba de lo más extraño que Shuichi la tratara con el título de "señora" porque Lily era muchísimo más joven que él (si Genzo era mayor por un par de años, con Shuichi la diferencia de edad era todavía mayor), pero al fin y al cabo ése era el trato que merecía por ser su tía política.
– Gracias, yo tampoco le pediré a nadie que se retire –replicó Lily, muy digna.
– Espero que me disculpe, pero debo ir a ver cómo sigue mi padre –comentó Shuichi, mosqueado por la respuesta de ella.
– Sí, por supuesto –aceptó Lily; tras titubear, añadió–: ¿Está muy mal de salud?
– No –contestó Shuichi, quien también tuvo un momento de vacilación–. Está delicado pero estable, van a hacerle unas pruebas para descartar problemas más serios.
– Entiendo –asintió Lily, con voz neutral–. Tal vez no me lo crea, pero espero que se mejore.
– Gracias –dijo Shuichi.
El portero se preguntó entonces si debía presentarse formalmente con Lily. Él no conocía a la doctora y la cortesía lo obligaba a ir a saludarla, pero mientras consideraba si debía esperar a que ella diera el primer paso, la médica se dirigió rápidamente hacia el ataúd y no le dio a Genzo la oportunidad de moverse o de decir algo. Él pronto notó que ella debió creer que la sala se encontraba vacía y su instinto le dijo que lo mejor que podía hacer era no sacarla de su error, así que se quedó parado en su rincón, tratando de mimetizarse con las sombras. Lily, al llegar junto al ataúd, se recargó contra éste para volver a besar el vidrio y acariciarlo después con sus dedos, en un gesto que revelaba tanto amor que Genzo se ofuscó.
– Lo siento, mi amor –murmuró la doctora–. Te prometí que no iba a llorar ni a pelearme con tu hija o con tu hermano, pero esto ha sido más fuerte que yo... Mira que al menos esta vez no abofeteé a Eriko, ya avanzamos un poco, ¿no crees?
Ella se rio de su propio chiste, después de lo cual soltó un par de lágrimas. Genzo trató de hacer el menor ruido posible para no sobresaltarla, pues no quería causar una situación incómoda con su tía.
– Me hubiera gustado que las cosas hubiesen sido diferentes, que yo hubiera nacido unos cuantos años antes, aunque quizás no te habrías fijado en mí porque habrías tenido muy presente el recuerdo de Emiko –continuó Lily–. Tú sabes que creo firmemente que cada cosa tiene su momento y su sitio, y tú y yo debíamos conocernos en el instante en el que lo hicimos. Al menos pude pasar contigo cinco maravillosos años, de los cuales tres fui tu esposa, aunque para eso tu familia haya tenido que darte la espalda. Eso me hace muy egoísta, lo sé, pero me siento feliz que hayas decidido seguir conmigo a pesar de todo.
Wakabayashi comenzó a sentirse incómodo y decidió que no estaba bien continuar escuchando ese monólogo privado, por lo que buscó la forma de retirarse sin ser visto. Por fortuna, la médica estaba tan concentrada que no se daría cuenta de si él la rodeaba para salir del lugar, así que comenzó a moverse con sigilo; sin embargo, su habitual agilidad le jugó una mala pasada esta vez y al caminar junto a un jarrón lleno de flores (el mismo que casi tira Eriko horas antes), lo rozó sin querer y éste se apresuró a caer a tierra.
"Maldito jarrón, seguro que está embrujado", fue el estúpido pensamiento que tuvo él en ese instante.
Gracias a sus hábiles reflejos, Genzo consiguió atraparlo antes de que se hiciera añicos contra el suelo, aunque parte de su contenido líquido cayó sobre la manga de su suéter. Fue imposible que Lily no escuchara el ruido y soltó un grito de espanto, al tiempo en que se giraba para ver de dónde provenía el sonido. Ella lo miró con los ojos muy abiertos y asustados durante varios segundos mientras contenía el aliento, tal como si estuviese viendo a un espectro.
– No se asuste, por favor –fue la respuesta automática del portero–. Soy una persona de carne y hueso, no vaya a pensar que soy el fantasma de mi tío.
– Se parecen ustedes tanto que por un segundo pensé que así era –confesó Lily, con voz trémula–. Incluso llegué a pensar que me estaba visitando una versión más joven de Hatori.
– No somos tan parecidos, ¿o sí? –Genzo se las arregló para volver a acomodar la vasija y después se sacudió la manga empapada.
– Lo suficiente como para que me haya confundido, sí –insistió Lily–. No importa, es una estupidez pensar siquiera que existen los fantasmas.
– Sí, es cierto –admitió Wakabayashi–. Aunque si hubiera un lugar y un momento para que a usted se le apareciera un fantasma, sería ahora.
– Supongo que sí. –Involuntariamente la doctora esbozó una sonrisa leve que desapareció casi al instante, pero estuvo ahí el tiempo suficiente para que Genzo alcanzara a verla–. De cualquier modo, me alivia saber que no ha sido así, no estoy de humor para comprobar que he estado equivocada toda mi vida con respecto al Más Allá.
– Supongo que no cree en el Más Allá –aventuró Genzo.
– No –negó ella–. La sola existencia de una vida más jodida que ésta me parece terriblemente absurda.
– Es usted la primera persona que conozco que cree que el Más Allá pueda ser peor que lo que hay más acá –señaló Genzo–. Habitualmente es al revés.
– Sinceramente, con lo fea que es esta vida: ¿Realmente cree que pueda estar mejor la segunda? –preguntó ella.
– La verdad, no. –Esta vez, fue Genzo el que sonrió brevemente y de manera involuntaria, tras lo cual añadió–: Discúlpeme por haberla asustado, no fue mi intención.
– Está bien, no hay problema. –Lily se ruborizó levemente–. Lamento haber gritado, pero comprenderá que puede causarle un susto de muerte a alguien si va por ahí tirando jarrones en las funerarias.
– Ésta fue la primera vez, se lo aseguro –insistió Genzo–. Mi intención era irme sin que usted lo notara.
– ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? –preguntó Lily, quien se abochornó al darse cuenta de que era altamente probable que él hubiese escuchado su monólogo.
– Ya estaba aquí cuando entró después de hablar con Shuichi, pero no me vio y tardé demasiado en darle a conocer mi presencia –explicó él, mientras se acercaba a ella–. Sin embargo, al parecer no soy tan ágil como pensé que era o mis reflejos decidieron traicionarme en un mal momento.
– Ya veo. Eso quiere decir que escuchó lo que le dije a Hatori –comentó ella, incómoda.
– Escuché qué habló, pero no entendí lo que dijo. –Wakabayashi decidió mentir–. Estaba demasiado lejos para alcanzar a distinguir sus palabras, doctora.
Lily lo contempló con detenimiento durante unos segundos y después se encogió de hombros.
– Usted debe de ser Genzo, el sobrino futbolista que vive en Europa. –Ella decidió cambiar de tema–. Yo soy Lily, la viuda de Hatori, pero a estas alturas quiero creer que esto ya le ha quedado muy claro.
– Ambas cosas son correctas –afirmó Wakabayashi, ofuscado y asombrado–. ¿Cómo supo quién soy?
– No se me escapó el hecho de que se refirió a Shuzou como "padre" y dado que él tiene tres hijos y ya conocía previamente a dos de ellos, concluyo que usted es el tercero –explicó Lily–. Además, como ya dije antes, se parece usted a Hatori y a Shuzou lo suficiente como para adivinar que forma parte de la familia.
– Tiene lógica –reconoció el portero y se sintió muy tonto–. No tuve oportunidad de presentarme como debía gracias a las actuaciones de mi padre y de mi prima. ¿Ya sabía entonces que soy futbolista?
– Hatori me habló mucho de sus sobrinos –asintió Lily–. Sé que juega para el Bayern Múnich e incluso he visto alguno de sus partidos, Hatori procuraba no perdérselos. Por supuesto, eso explica por qué tiene tan buenos reflejos.
– ¿Se está burlando de mí? –cuestionó Genzo–. Casi tiro el jarrón y le di un susto de muerte en el proceso.
– No, lo estoy diciendo en serio. –Lily reprimió una sonrisa– Siendo sincera, creo que ese jarrón está embrujado, pero no estaba hablando de eso, sino de la rapidez con la que actuó para evitar que los guardaespaldas de Shuzou me agredieran. Eso me sorprendió porque no esperaba que alguno de ustedes me defendiera, le estoy muy agradecida.
– Coincido con lo del jarrón –aceptó Genzo, sonriendo a medias–. Y no fue gran cosa lo que hice; a mi padre se le fue el asunto de las manos, en una situación diferente no habría estado dispuesto a amenazarla, doctora.
– No estoy tan segura de eso –replicó Lily de inmediato, con actitud grave.
Él se quedó esperando a que ella agregara algo más, pero no lo hizo; en los ojos de la joven señora Wakabayashi brilló la expresión de aquél que ha sufrido un agravio y no quiere mencionarlo, por lo que Genzo estuvo tentado a pedirle que le explicara sus últimas palabras. Sin embargo, el cansancio que sentía le aconsejó que dejara pasar el comentario porque no estaba de ánimos para cualquier cosa que Lily tuviera qué decir sobre Shuzou, el cual seguía siendo su padre, y Genzo le hizo caso a su instinto. Durante unos minutos permanecieron en silencio, sin saber qué decirse, hasta que a Genzo se le ocurrió una cuestión aparentemente sin importancia.
– ¿Es verdad que mi tío pidió que su velorio se organizara con los ritos del cristianismo? –preguntó.
– Sí, lo es –respondió Lily–. Como también es cierto que Hatori abrazó el catolicismo en sus últimos dos años de vida, pero no fue por mí, como Eriko cree, sino por un sacerdote que conoció en el hospital. Quizás fue por su enfermedad, pero él necesitaba aferrarse fervientemente a la idea de que sí existe un ser superior y, ¿quién soy yo para impedirle a un hombre que busque la fe?
– Lo dice como si usted misma no tuviera fe –señaló Genzo.
– No creo que haya algo después de esta vida, ya se lo dije hace un momento –puntualizó Lily–. Y tampoco creo que haya un ser superior que rija nuestros destinos.
– En eso coincidimos –asintió Genzo, sin pensarlo demasiado –. Yo tampoco creo que la suerte u otra cosa influyan en el camino que escogemos, eso depende de las decisiones que tomamos.
– Exacto. –Lily lo miró con una expresión curiosa, como si le hubiese sorprendido encontrar una conexión con un miembro de esa familia que no fuera su difunto esposo.
– Y a pesar de que sus creencias no coincidían, decidió respetar los deseos de mi tío –señaló Genzo.
– No había razón para no hacerlo –replicó ella–. Yo lo amaba e hice por él todo lo que pude para que fuese feliz, aún cuando yo no estuviera de acuerdo con todas sus opiniones.
A Genzo le inquietó esa aparentemente insignificante declaración, que en realidad encerraba la fuerza de un amor muy grande. Él, que creía que los matrimonios se basaban en conveniencias más que en amor y que consistían en mantener las apariencias ante los demás, se preguntó qué se sentiría verse envuelto en un sentimiento que parecía ser muy real. Fue tanta esa inquietud, que el portero decidió no seguir por esa vía y preguntarle directamente a su tía si sabía por qué su fallecido esposo lo había mandado llamar.
– Ya que hemos tenido la oportunidad de conocernos, doctora, me gustaría preguntarle algo –comenzó Genzo.
– ¿Qué cosa? –quiso saber Lily, muy tensa.
– Es una duda que espero que me pueda aclarar. –Evidentemente, ella ya estaba condicionada a reaccionar de manera negativa cuando alguien de la familia Wakabayashi la interrogaba, así que Genzo intentó restarle importancia al asunto–. ¿Sabe por qué mi tío pidió que esté presente en la lectura de su testamento?
– ¿Cómo dice? –Lily se sobresaltó–. ¿Hatori le solicitó que viniera? ¿Cuándo lo hizo?
– Eh, no lo hizo él directamente –explicó Wakabayashi y se rascó con incomodidad la nuca–. Mi padre me hizo saber que el abogado de mi tío le informó que él pidió expresamente que yo asistiera a la lectura del testamento, aunque no especificó el motivo. ¿No estaba usted enterada? Esperaba que pudiera explicarme la razón.
– No lo sabía –contestó Lily, desconcertada–. Hatori no lo comentó antes de morir y el abogado tampoco me ha dicho algo al respecto.
– ¡Ah! –exclamó Genzo, tan desconcertado como ella–. Pensé que usted lo sabría, dado que era su esposa… Bien, supongo que ya lo averiguaremos.
Él no quería seguir hablando sobre el tema, pero se dio cuenta de que a la doctora le inquietaba el asunto y no era para menos: su recién fallecido marido le había pedido a un familiar que ella no conocía que viajara hasta Japón para estar presente cuando se leyera el testamento, sin avisarle sobre ello. Y considerando que el resto de los Wakabayashi no habían sido muy amables con ella, era natural que Lily se sintiera incómoda por lo que Genzo acaba de decirle.
– No se me ocurre qué razones podría tener Hatori para pedirle que viniera –confesó Lily, en voz baja–. Si quisiera despedirse de usted, le habría hablado antes de morir o me habría pedido a mí que lo hiciera.
– Eh, quizás sólo quería que me haga responsable de la parte de la fortuna que va a heredar Eriko –sugirió Genzo, para tratar de calmarla–. Lo he hablado con Misaki, su esposo, y él cree que ésa es la razón más probable dado que yo vivo en Europa, al igual que ella.
– Hmmm. –Lily meditó por unos instantes–. ¿No está Eriko lo suficientemente grande como para manejar su fortuna por su cuenta?
– ¿De verdad lo cree así? –Wakabayashi no sabía qué lo impulsó a decir lo que dijo–. Los dos sabemos que, si por Eriko fuera, se lo gastaría todo en ropa, maquillaje y aduladores de alto nivel. Por supuesto que necesita un administrador, de lo contrario acabará vendiendo cosméticos en Instagram en un par de meses.
Este comentario hizo que la expresión de Lily cambiara en un instante; ella intentó mantenerse seria, pero él vio que hizo un esfuerzo para evitar que las comisuras de su boca se curvaran en una sonrisa. Al final, la doctora soltó una risa breve antes de recobrar la compostura.
– Viéndolo así, puede que tenga razón –admitió ella–. ¿Pero por qué Hatori desearía ponerlo a usted como su administrador y no a su esposo?
– Quizás porque tengo lazos de sangre con ella y porque además soy una de las pocas personas a las que Eriko escucha. –Genzo se dio cuenta de que estaba repitiendo las palabras de Taro pero no le importó–. Misaki también lo cree así.
– Si Taro lo dice, es probable que sea cierto –suspiró Lily–. Él no mentiría con algo así, su relación con Hatori era muy buena.
– ¿Conoce usted a Misaki? –preguntó Genzo, asombrado de que ella lo llamara por su nombre de pila.
– Claro que lo conozco –asintió ella y después soltó una risita avergonzada–. Es mi yerno, después de todo, y creo que es un buen muchacho, es el único de la familia que me ha tratado bien, aunque su esposa no deja que hable mucho con él.
– Misaki, en efecto, es una persona tranquila –aceptó el portero–. No es para sorprender que sea más educado que el resto de mi familia.
– Supongo que influye el que Taro también sea un extraño entre los Wakabayashi y que tiene un pensamiento más occidentalizado por vivir en Francia –aventuró Lily–. No parece importarle el que yo sea extranjera y también sabe lo que se siente venir de una clase social inferior y ser arrojado tan repentinamente a una superior, en donde se es juzgado por cada mínimo detalle.
Si bien Lily no dijo esto con mala intención, sus palabras molestaron a Genzo más de lo que esperaba; tal vez el cansancio ya estaba pesándole o quizás era el hecho de que ellos estaban hablando a pocos pasos del féretro en donde descansaba el cadáver de Hatori, la cuestión era que a Genzo le resultó hipócrita que la doctora protestara por el asunto de las clases sociales cuando afuera del local había un Porsche de lujo estacionado, esperando por ella. Mucha queja por el hecho de ser juzgada, pero su molestia no era tal como para despreciar los privilegios que traía el pertenecer a un estrato superior. Quizás, al final de cuentas, sí eran ciertas las acusaciones de Eriko con respecto a que Lily buscaba en Hatori un beneficio.
– Si le molestaba tanto el pertenecer a una clase social superior, bien podría no haberse casado, doctora. –El portero respondió con más acidez de la que esperaba–. Se queja mucho de que mi familia la trata mal, pero nadie la obligó a unirse a ella.
– ¿Perdón? –preguntó Lily, perpleja–. ¿Qué es lo que acaba de decir?
– Que seguramente usted ya sabía a qué se metía cuando se casó con mi tío –contestó Genzo, ignorando a la parte de su cerebro que le decía que se detuviera–. No creo que mi padre haya comenzado a atacarla hasta que se casó, seguramente ya desde antes le manifestó su descontento, pero aun así usted decidió seguir adelante y convertirse en la señora de Hatori Wakabayashi. Qué hipócrita de su parte protestar por algo que hizo de pleno gusto, sea cual fuese la razón que la orilló a eso.
– ¿Qué está tratando de decirme con eso de "sea cual fuese la razón que la orilló a eso"? –Lily se puso furiosa.
– Que los Porsche 934 turbo RSR no se pueden conseguir por cien yenes en cualquier esquina –respondió Genzo–. Dudo mucho que su salario de médico le permita pagar un carro como ése, así que no me queda duda de dónde salió el dinero.
Él se dio cuenta de que había cruzado el límite cuando Lily lo abofeteó con fuerza. En menos de treinta segundos, el ambiente neutral que había entre ellos se tornó en uno muy tenso. Genzo no podía culparla, sabía que se había extralimitado con sus palabras y ni siquiera estaba seguro de por qué había sido tan grosero.
"Tú te lo buscaste", le susurró al portero una enojada voz interior. "¿Qué creíste que ella haría al decirle eso? ¿Llorar y salir corriendo?".
"Definitivamente no esperaba que me abofeteara, aunque debí haberlo visto venir", se contestó Genzo. "Más que una viuda, parece una fiera a la defensiva, eso me quedó claro desde el primer instante en que la vi".
"Y todavía así la atacaste. Más idiota no puedes ser…".
– Cero y van dos, querido. –Lily ignoró a Genzo y miró hacia el ataúd–. A este paso, terminaré abofeteando a toda tu familia.
La joven se dio la vuelta y se marchó muy indignada; el portero se dijo vagamente que debía seguirla, pero se quedó parado junto al féretro sin saber qué hacer. "Bonita manera de empezar una relación con la viuda de tu tío", pensó Genzo. "Realmente no creía que ella hubiera sido capaz de abofetear a Eriko, pero ahora no me queda la menor duda de que sí lo hizo. Sin embargo, tampoco es como si me sorprendiese mucho, esa mujer es más ruda de lo que parece".
Después de lo que pareció mucho rato, él sintió que alguien lo observaba y al buscar con la mirada se dio cuenta de que Misaki lo estaba contemplando con reproche. Wakabayashi esperaba que nadie se hubiera dado cuenta de lo ocurrido, pero al parecer no fue así.
– ¡Ah, Misaki! –exclamó Genzo, secretamente aliviado de que él no fuese el fantasma de su tío–. ¿Cuánto tiempo llevas ahí?
– El suficiente para saber que eres el más idiota de tu familia –contestó Taro–. Te comenté que sería muy bueno que alguien de tu familia tratara bien a tu tía, para variar, y lo primero que haces es insultarla delante del cadáver de su esposo. ¿No te parece que le debes una disculpa?
– ¿Por qué tendría que hacerlo? –protestó Genzo, a pesar de saber que Taro tenía razón–. Es cierto que me propasé, ¡pero no soy el que peor la ha tratado el día de hoy!
– Pero sí eres el que tiene más criterio –replicó Misaki, ácido–. Y diría que también eres el que tiene más madurez, pero ya lo dudo.
– ¿Vas a juzgarme por un comentario que hice? –insistió el portero–. En estricto sentido no mentí, ese Porsche debió costar una fortuna y ésta tuvo que salir de algún lado.
– Sí, ¿pero te consta que ella lo haya pagado con el dinero de tu tío? –Taro se mantuvo en su idea–. Y aún cuando haya sido así, la doctora fue su esposa, si alguien tiene derecho a gastar su dinero en Porsches deportivos es ella.
Misaki tenía razón en esto, Wakabayashi tenía que reconocerlo. Si esa mujer había dilapidado el dinero de Hatori en banalidades, era cosa de ella y de él, al final de cuentas. Y tal vez de Eriko, aunque ésta no tenía derecho a quejarse de la forma en la que su padre hubiese querido desperdiciar su riqueza.
– Creo que el cansancio ha hablado por mí –suspiró Genzo, al tiempo en que se alejaba del ataúd y se frotaba las sienes con fuerza–. Me siento más agotado de lo que esperaba.
– Te concedo eso –Taro aceptó darle una tregua–. Has viajado desde Alemania y llegaste directamente al funeral, no has tenido tiempo de descansar.
– No sé qué me pasó, hablé sin pensar y me molesté por una tontería –confesó Wakabayashi, agotado–. Quizás sí debería de disculparme con ella.
– Es lo mínimo que deberías hacer –insistió Misaki–. Sobre todo si no quieres que tu tío se te aparezca en la noche a jalarte los pies.
Genzo esbozó una sonrisita y Taro le dio una palmada en el hombro. Cansado o no, se había extralimitado y debía disculparse con la doctora Del Valle, que además de todo estaba de luto. Wakabayashi le dijo a Misaki que iría a buscar a Lily para resolver ese problema de una vez y le dejó el puesto de acompañar al difunto. Genzo ni siquiera estaba seguro de qué fue lo que le molestó, qué fue lo que dijo ella que lo hizo enojar tanto. Si lo pensaba un poco, podía llegar a la conclusión de que lo sulfuró el que Lily acusara a sus familiares de ser clasistas. ¿Por qué? Ésa era la cuestión, que la doctora no había mentido, quizás en eso radicaba su rabia.
"A nadie le gusta admitir que su familia tiene un defecto tan grave, ¿no es así? Probablemente por el hecho de que, en ese caso, tú también tienes ese defecto o al menos solías tenerlo".
– Disculpe, ¿ha visto a la doctora Del Valle? –preguntó Genzo al empleado de la funeraria, tras no encontrar a la mujer por ningún lado.
– La vi entrar al baño de damas –respondió el empleado–. ¿Quiere que mande a mi compañera a buscarla?
– No, no es necesario –negó Wakabayashi–. La esperaré aquí, gracias.
"Sí sabías que tu familia es clasista y discriminativa, tú también lo eras hace tiempo", se recriminó Genzo, mientras aguardaba recargado contra una pared. "De hecho, te quedó más que confirmado desde el momento en el que se hizo un escándalo por este matrimonio, así que, ¿por qué te enojas tanto? Ni siquiera pudiste notar que si la doctora te hizo ese comentario fue porque se sintió en confianza y tú lo arruinaste…".
– ¿Genzo, eres tú? –Una voz femenina con acento francés lo sacó de sus pensamientos–. ¿Genzo Wakabayashi? ¡Que la tierra me trague, esto es un milagro!
Sorprendido, Genzo giró la cabeza hacia el sitio de donde provenía la voz y vio a una de las últimas personas a quienes él esperaba encontrarse ahí. Tan sorprendente era su presencia, que Wakabayashi se preguntó si se habría quedado dormido, pero tras frotarse los ojos vio que la persona seguía parada frente a él, una joven rubia de cabello rizado y ojos grises, a la cual tenía muchos años de no ver. Ella, a su vez, le lanzó una mirada de resignación que a él le inquietó por lo inesperada.
– ¿Elieth Shanks? –Genzo se acercó a la rubia–. ¿De verdad eres tú?
– Hola, Genzo. –Ella sonrió brevemente, lo suficiente para darle a entender que le agradaba verlo–. Sí, soy yo, hace mucho que no nos vemos, ¿eh?
Elieth Shanks era una joven francesa a la que Genzo conocía desde la infancia, una de las pocas mujeres del planeta con las que él podía sentirse verdaderamente cómodo, dada su escasa capacidad para llevarse bien con las personas del sexo opuesto. Elieth y sus dos hermanos, Leo y Erika, vivieron varios años en Japón y establecieron fuertes lazos con los Wakabayashi, ya que además Shuzou y Rémy Shanks, el padre de los muchachos, fueron socios comerciales, por lo que a Genzo no debería de sorprenderle el que Elieth estuviese en el funeral de Hatori Wakabayashi, ya que también llegó a conocerlo e incluso podría decirse que se llevaba relativamente bien con Eriko, hasta donde Genzo sabía. Sin embargo, hacía muchísimos años que él perdió contacto con Elieth y no sabía a qué se dedicaba en ese momento, por lo que no esperaba encontrársela ahí.
– ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que nos reunimos? –preguntó él–. ¿Diez, quince años?
– Diez, hasta donde recuerdo –confirmó la chica–. Me da gusto ver que estás bien.
– Lo mismo digo, aunque me asombra que hayas venido al funeral de mi tío –aseguró Genzo–. ¿En dónde estás viviendo ahora?
– Aquí, en Tokio –contestó Elieth–. Supongo que no estás enterado de que papá es el embajador de Francia en Japón.
– Algo me comentó mi padre hace tiempo, pero no creí que tú también estuvieses aquí –explicó Wakabayashi.
– Trabajo con él, así que sí, también vivo aquí. –La joven volvió a sonreír–. Por tanto, no me costó trabajo venir a este, eh, evento tan desafortunado.
– ¿Has venido a darle el pésame a mi familia? –quiso saber el portero–. No esperaba que lo hicieras, considerando que tiene muchos años que no hemos estado en contacto.
– Vine a dar el pésame, pero no a tu familia –replicó Elieth–. Estoy aquí por la viuda.
– ¿Conoces a la doctora Del Valle? –exclamó Genzo, atónito.
– Es amiga mía –asintió ella, seria–. Así como también lo fue Hatori.
– No tenía idea de que ustedes fueran amigas –admitió Wakabayashi, sumamente sorprendido–. Supongo que la conociste a través de él.
– Así fue. –Elieth sonrió a medias–. Hace unos años, papá tuvo una parálisis facial y fuimos con tu tío para que lo revisara; en ese entonces, Lily era su residente y fue muy amable con nosotros. El ser extranjeras trabajando en Japón nos dio un pretexto para seguirnos frecuentando, sobre todo porque tengo ascendencia mexicana y a ambas nos encantó encontrar a alguien que hablara español, nos hemos apoyado mutuamente en este país tan autoritario y hemos congeniado muy bien. Para cuando la conocí, Lily y Hatori ya estaban enamorados, aunque todavía no lo reconocían abiertamente, de manera que fui testigo de su amor e incluso estuve presente en su boda.
– Entiendo –dijo Genzo, a quien le resultaba extraño pensar que Elieth sabía más que él del amorío que tuvo Hatori con su estudiante–. Esto es nuevo para mí, ¿mis hermanos lo saben?
– ¿Qué cosa, que tu tía es mi amiga? –Elieth lo miró con reproche–. Sí, lo saben, y tú también lo sabrías si te hubieras tomado cinco minutos de tu tiempo para hablar con tu tío y enterarte de lo que estaba pasando aquí. ¿Tanto trabajo te costaba hacerlo?
– ¿Tú también me vas a reclamar por eso? –bufó Genzo, cansado.
– No tiene mucho caso recriminarte por no haber estado aquí para la boda, pero sí me parece que estuvo mal que no dieras señales de vida cuando Hatori se enfermó –atajó Eli, con menos dureza de la que él esperaba–. Era tu tío y se fue sin que pudieras despedirte de él.
– Sí, ya lo sé –suspiró Wakabayashi–. No creas que no estoy consciente de que hice mal. Sin embargo, mi familia me ha dicho que mi tío falleció sin que pudiera despedirse adecuadamente de alguno de ellos, ¿qué te hace pensar que yo sí hubiera podido hacerlo?
– ¿Quién te dijo eso? –Elieth frunció el ceño.
– Eriko. –Genzo puso una expresión que decía: "¿Quién más pudo ser?"–. Mi padre corroboró que él sólo pudo decirle adiós a mi tío a través de videollamada y Eriko me ha contado que ella tuvo que entrar a escondidas a su casa cuando la doctora no estaba para poder despedirse de su padre.
– ¿Y les creíste? –preguntó la rubia, con un mohín de disgusto.
– Por supuesto que les creyó. –En ese momento, Lily salió del baño–. ¿Por qué no habría de hacerlo?
– No sabía que nos estaba espiando, doctora. –Genzo, que no la esperaba, respingó.
– No los estaba espiando, pero habiendo tanto silencio a esta hora, su plática se escucha claramente hasta allá dentro–. Lily le lanzó a Genzo una mirada rabiosa, tras lo cual se dirigió a Elieth–. Claro que le cree a su familia, no tendría por qué ser diferente. Tú me aseguraste que el tercer sobrino de Hatori era de fiar y veo que no es así.
– ¿Qué le hiciste? –En vez de responderle a ella, Elieth se dirigió a Wakabayashi–. No pensé que te las arreglarías para echar a perder las cosas en tan poco tiempo, Genzo.
– ¿Qué? ¡Yo no he hecho nada! –gritó él, indignado.
– ¿Sugerir que me compré el Porsche con el dinero de mi marido es "no hacer nada"? –reclamó Lily, enojada.
– Ah, eso. –Genzo se llevó una mano a la frente–. Admito que me propasé.
– ¿Eso le dijiste? –Muy enojada, Elieth se acercó a él y le dio un golpe en el brazo–. ¿Eres idiota o qué? ¿Cómo estás tan seguro de que ese Porsche lo compró ella? ¡Deberías de disculparte!
– No te molestes, no vale la pena –la interrumpió Lily–. Déjalo que piense lo que quiera.
– No lo voy a dejar en paz porque sí se debe de disculpar –insistió la francesa, tras lo cual se dirigió a Genzo–. Ni siquiera sabes cómo está la situación y ya hiciste un juicio precipitado.
– En serio, no importa, mejor acompáñame por un café – pidió Lily, a quien repentinamente la atacó un cansancio muy difícil de soportar–. No creo resistir sin una taza.
– Vamos, aunque dudo que a eso se le pueda llamar café –aceptó Elieth, tras mirar detenidamente al portero–. Después hablaré contigo, Genzo Wakabayashi, ni creas que te has escapado.
A Genzo comenzaba a fastidiarle el hecho de que sus amigos creyeran que era su obligación el tratar bien a su tía. Le daba la impresión de que tanto Elieth como Misaki le habían asegurado a Lily que podía confiar en él y de alguna manera Wakabayashi se las había arreglado para arruinar esa percepción.
"¿Pero por qué demonios creen que este asunto es mi problema?", se preguntó Genzo por enésima ocasión. "Acabando este drama, regresaré a Alemania y jamás volveré a verla, ¿qué me importa si mi tía se queda con una mala impresión de mí? ¿Y por qué debería de ayudarla, en primer lugar? ¡Yo no tengo nada que ver en esto!".
A pesar de su fastidio, Genzo siguió a las mujeres a la cafetería pero se mantuvo alejado, lo suficiente para no causar más quejas pero no demasiado como para que no alcanzara a escucharlas. Así, él pudo oír cómo Elieth le reclamaba a Lily por no haberle avisado antes de la muerte de Hatori.
– Debiste habérmelo dicho desde ayer, te habría ayudado a organizar el funeral en vez de que lo hicieras sola –reclamó Elieth.
– No quería molestarte, sé que estás ocupada. –Lily esbozó una sonrisa de disculpa.
– Sí, lo estoy, pero nunca voy a estar tan ocupada como para no ayudar a mi mejor amiga en un momento tan difícil –replicó la rubia.
– Creo que el estrés y el cansancio no me permitieron pensar con coherencia–suspiró la mexicana–. Además, no te perdiste de mucho, sólo la escena que protagonizaron Eriko y Shuzou hace unas horas.
– ¿Qué hicieron esta vez? –preguntó Elieth, con evidente enojo. Por su actitud, parecía que ya estaba habituada a que Lily le hiciera esta queja.
– Eriko, ya sabes, actuó como una buena hijastra: me trató como si yo fuera la villana del cuento –contó Lily–. Shuzou fue todavía más lejos: mandó a sus guardaespaldas a que me sacaran de aquí, por las buenas o por las malas.
– ¿Qué cosa? –exclamó Elieth, indignada–. ¿Tuvo el descaro de llegar a ese extremo?
– ¿Realmente te sorprende? –cuestionó Lily, con amargura–. Tenía la leve esperanza de que supiese comportarse hoy, aunque sólo fuera porque éste es el funeral de su hermano, pero creo que esperé demasiado de él.
– Ni siquiera porque ya levantaste una denuncia en contra suya se digna a actuar como una persona decente –bufó Elieth–. ¿Y qué hiciste, cómo te lo quitaste de encima?
"Así que lo de la denuncia es cierto", pensó Genzo, no sin asombro. "¿Realmente la doctora buscaba separar a mi tío del resto de la familia con esos trucos baratos? No, no lo creo, Elieth lo sabía y ella no habría permitido que la doctora hiciera algo así; si la Peque lo aprueba, algo grave tuvo que haber pasado para que mi tía interpusiera una denuncia contra mi padre. Qué raro me siento al llamarla así, pero eso es lo que es".
– Hijo Wakabayashi Número Tres los detuvo –respondió Lily, haciendo respingar a Genzo–. Fue el único con los suficientes pantalones para ponerle un alto a Shuzou.
Aunque la expresión le resultó peculiar, Genzo se dio cuenta de que Lily quiso decir que fue el único con valor para detener a su padre y esto lo halagó, a pesar de la extraña forma en la que ella se refirió a él. Esto, a su vez, lo llevó a hablar sin pensar e interrumpió a Elieth, quien estaba por expresar su propia sorpresa.
– Me llamo Genzo, no es necesario que se refiera a mí como "Hijo Wakabayashi Número Tres" –reclamó él–. Y por supuesto que iba a detener a mi padre, no iba a permitir que él cruzara el límite.
Como era de esperarse, las dos mujeres lo miraron con censura y molestia por haber interrumpido una conversación ajena. Wakabayashi maldijo su estupidez, pero ya era demasiado tarde para corregirse.
– ¿Nadie le enseñó que es de mala educación meterse en donde no le llaman? –cuestionó Lily–. Ya veo que la falta de modales es una regla en la familia.
– Y yo que pensé que vivir en Alemania te había reformado un poco, Genzo –añadió Elieth, quien movió la cabeza en un gesto negativo–. ¡Qué mala educación la tuya!
– ¡Sólo trataba de aclarar un punto! –Genzo trató de defenderse, pero después decidió retractarse–: Bien, lo siento, no debí escuchar su plática, no pretendía espiarlas.
– ¿Entonces qué quería hacer? –lo cuestionó Lily, con una ceja arqueada con desdén–. Hace rato me insultó y ahora no sólo nos espía sino que también nos interrumpe. ¿No ha hecho suficiente por un día?
– ¡Estoy tratando de disculparme! –expresó Genzo, molesto también–. ¿Mi padre es el que la amenaza y soy yo el que se ha comportado peor de toda mi familia?
– Vámonos a otra parte en donde las paredes no tengan oídos –pidió Lily a Elieth e ignoró por completo al portero–. Ya me cansé de las groserías de esta gente.
Ella y Genzo intercambiaron una mirada furiosa que enmascaraba otra cosa. Él no sabía por qué esa tía tan joven lo exasperaba y (fascinaba) asombraba a la vez, en cierto modo podía entender por qué enojaba tanto a Shuzou, esa insolencia arrogante era más de lo que cualquier hombre promedio podía soportar (y mucho menos alguien como Shuzou, que no toleraba que nadie le llevase la contraria), pero al mismo tiempo Genzo tenía que admitir que Lily tenía pantalones, es decir, que tenía valor.
– Vamos de regreso al área de velación –sugirió Elieth–. No es bueno que Hatori se quede tanto tiempo solo.
Elieth le lanzó una mirada de advertencia a Wakabayashi antes de salir de la cafetería en compañía de Lily, quien no se dignó a ver de nuevo a su entrometido sobrino político. Genzo exhaló con fuerza y decidió que él también necesitaba otro café. A los pocos segundos de que hubieran salido las dos mujeres, Shuichi entró en la cafetería, con su teléfono pegado a la oreja. A juzgar por el par de comentarios que él hizo antes de cortar la llamada, Genzo concluyó que estaba hablando con los médicos que estaban atendiendo a su padre.
– Bien, se lo agradezco, doctor Kurumada, manténgame informado de cualquier cambio, por favor –ordenó Shuichi, tras lo cual colgó el teléfono para dirigirse después a su hermano–. Papá está estable, aparentemente no ha sido más que un ataque de ansiedad, pero de cualquier manera van a realizarle el atere… catetetismo... no, el careterismo…
– Cateterismo cardiaco –lo corrigió Lily desde quién sabe dónde–. Es para saber cuál es el estado de las arterias de su corazón y descartar o confirmar un infarto.
– Sí, eso es, el cateterismo cardiaco –asintió Shuichi–. Gracias.
– De nada –respondió ella, al tiempo en que se asomaba a la cafetería–. Es un cambio agradable que alguien muestre modales conmigo.
Si bien esto también pudo haber sido una indirecta para Shuichi, Genzo se sintió directamente aludido debido a lo que acababa de pasar, por lo que no se contuvo e hizo una protesta que le pareció de lo más adecuada, dadas las circunstancias.
– ¿Me va a decir que es un error imperdonable que yo haya interrumpido su conversación, pero sí está bien que usted interrumpa la nuestra? –inquirió Genzo, ante la mirada extrañada de Shuichi.
– Sólo estaba explicando cuál es el nombre correcto del procedimiento, no estaba espiándolos ni nada por el estilo –replicó Lily.
– Ah, pues yo estaba explicando cuál es mi nombre correcto –gruñó Genzo–. No estaba espiándolas ni nada por el estilo.
Shuichi miró a uno y luego a otro, preguntándose qué carajos estaba sucediendo ahí, mientras Genzo y Lily intercambiaban una mirada furibunda. Al final, la doctora murmuró algo por lo bajo y desapareció, con un desdeñoso movimiento de su larga cabellera castaña. No fue sino hasta que ella se fue que Genzo sintió que su hermano lo estaba mirando con mucha atención.
– ¿Desde cuándo eres tan cercano a nuestra tía, Genzo? –preguntó Shuichi, con más seriedad de la necesaria.
– ¿De qué hablas? –Genzo contestó con otra pregunta.
– Parece que te llevas bien con ella o que al menos has entablado una buena relación –señaló Shuichi–. Lo acabo de notar en la manera en la que se han hablado.
– ¿Estás de broma? La conocí hace unas horas y éste no es el mejor lugar para entablar una relación, buena o mala, con alguien –bufó el portero–. Además, discutimos hace un rato y después se enojó porque según ella la estaba espiando, no me parece a mí que eso se catalogue como "ser cercano a nuestra tía". Diría que la doctora es muy inaguantable, si no fuera porque cualquiera lo sería en el funeral de su compañero de vida, pero sí que estoy bastante lejos de llevarme bien con ella.
– Ésas son demasiadas justificaciones, Genzo –señaló Shuichi–. Cosa sorprendente en ti, que nunca explicas nada ni aunque la vida te dependa de ello. Además, no se me ha escapado el hecho de que te refieres a ella por el título de "doctora", cosa que ninguno de nosotros hace.
– Eso es lo que es, ¿no? –replicó Genzo–. Podrás quejarte todo lo que quieras de su relación con el tío, pero no va ligado a su profesión y no veo razón para no darle el título que le corresponde.
El mayor de los hermanos Wakabayashi se quedó callado, dudando en si debía comentar lo que estaba pensando o si simplemente lo dejaba pasar. Al final, Shuichi se encogió de hombros y prefirió servirse un café.
– No se te olvide que esa mujer sigue siendo una extraña para la familia, Genzo, no es conveniente que seas tan amigable con ella –señaló Shuichi, con calma y sin mirarlo–. Esperamos no tener que volver a verla tras la lectura del testamento, así que márcale límites más estrictos.
– Te repito que no he sido particularmente amigable con ella, no tienes por qué hacerme esa advertencia –protestó Genzo; estuvo a punto de decir que incluso Lily lo había abofeteado, pero de último momento se contuvo–. Además, ¿no fuiste tú el que dijo, hace unas horas, que la doctora era accesible cuando se le trataba bien y que deseabas que lleváramos la fiesta en paz?
– Sí, eso dije –reconoció Shuichi, con el ceño fruncido–. Pero también aclaré que será sólo para el funeral porque la situación por sí sola ya es estresante como para agregarle otras peleas, más eso no significa que ya haya aceptado a esa mujer.
Genzo no recordaba que Shuichi hubiese especificado este punto, pero aunque así fuera, le pareció que su hermano estaba siendo particularmente hipócrita; sin embargo, prefirió no seguir discutiendo, ¿qué le importaba a él lo que sucediera después del funeral? Ni siquiera estaría ahí si no fuera por la bendita petición de su tío, no tenía caso enemistarse con Shuichi a causa de Lily, aunque el portero reconoció que algo en ese asunto comenzaba a indignarle.
– Ahórrate tus amonestaciones, no son necesarias –contestó Genzo–. Cuando regrese a Alemania, no volveré a ver a la doctora.
– Sí, eso es cierto –asintió Shuichi, pensativo, tras lo cual continuó, sin que viniera a cuento–: A pesar de esto, es bueno comprobar que has mejorado en tu trato hacia las mujeres, es una lástima que eso no te haya ayudado a conseguir una esposa.
– ¿De verdad estás hablándome de eso ahora? –cuestionó Genzo, con incredulidad–. ¿Por qué tan repentinamente te preocupa tanto mi soltería?
– Siempre me ha preocupado –respondió Shuichi, muy digno–, porque no es normal que sigas soltero a tu edad. Sin embargo, coincido contigo en que éste no es el mejor momento para hablar de eso.
No, ése no era el mejor momento para hablar de muchas cosas y, sin embargo, lo estaban haciendo. Cuando, al acabarse el café, Genzo se dio cuenta de que se sentía tan cansado como si no se lo hubiera tomado, decidió que ya había tenido suficiente por ese día y le dijo a su hermano que iría a dormir un par de horas para estar más fresco para el funeral, algo con lo que Shuichi estuvo de acuerdo.
– Antes de volver, ve al hospital a ver a nuestro padre –ordenó el hombre–. Necesita apoyo en estos momentos.
Genzo asintió con la cabeza y se guardó para sí lo que estaba pensando: que si alguien necesitaba apoyo en esos momentos, no era precisamente Shuzou, dado que ya era casi un hecho que no se estaba infartando y que lo suyo era un mero drama. Antes de marcharse, el portero se despidió de Misaki y de Eiji y les aseguró que estaría de regreso en un par de horas a lo mucho. Eiji le prometió que le avisaría si sucedía algo importante y Taro le aseguró que se encargaría de mantener a Eriko controlada. Como Wakabayashi no quería que Misaki le cuestionara si ya se había disculpado con la doctora, Genzo se retiró antes de darle la oportunidad de añadir otra cosa.
"Luego presentaré mis disculpas, cuando esté en mis cinco sentidos", pensó el hombre. "Y cuando la doctora se encuentre sola, no tengo ganas de que Elieth empiece a reclamarme otra vez".
Estaba ya por trasponer la puerta que lo conduciría a la calle cuando Wakabayashi consideró que era cortesía básica el despedirse también de Elieth y de la doctora, así que desanduvo sus pasos para ir en su busca con actitud conciliadora, lo que menos quería era iniciar otra discusión. En esta ocasión, Elieth lo trató mejor, aunque la doctora Del Valle se negaba a bajar las defensas, era obvio que todavía no sabía qué debía esperar de ese sobrino rebelde y altanero.
– Descanse lo más que pueda, el jet lag puede ser muy traicionero –aconsejó ella–. Y no se olvide de comer algo, es importante que no se propase con los ayunos.
– Sí, gracias –respondió él, sorprendido de que Lily no estuviese siendo sarcástica.
Cuarenta y cinco minutos después, Genzo se encontraba recostado en la cama de su habitación de hotel, con el sueño posándose sobre sus párpados. Si bien su idea original era llegar a la casa familiar en Shizuoka, se dio cuenta en el último momento de que quedaba demasiado lejos del barrio de Tokio en donde se llevaría a cabo el funeral, por lo que, en vez de eso, decidió rentar una habitación en un lujoso hotel de las cercanías. Era altamente probable que los demás también estuviesen instalados en otro sitio más cercano, pero en esos momentos, en donde se respiraba un ambiente de toxicidad, Genzo se felicitó por haberse negado a preguntarle a Shuichi en dónde estaban hospedados, pues así podría pasar unos momentos a solas, lejos de los problemas. Si bien la habitación era impersonal, Genzo la prefería a tener que ver a sus familiares las veinticuatro horas del día.
"Cuando era niño era más fácil", pensó, antes de caer en la inconsciencia. "Volver a casa sólo implicaba que iban a mimarme en vez de atosigarme con problemas de adulto".
Su idea era dormir una hora, a lo mucho, para después bañarse, arreglarse e ir al hospital antes de volver al velorio, pero acabó durmiendo cinco horas de un tirón. Lo despertó una llamada de Misaki, quien le informó que el velatorio cristiano había concluido y que estaba por comenzar un servicio conmemorativo budista, tras lo cual el ataúd sería enviado a una sala crematoria para que fuese incinerado y posteriormente las cenizas de Hatori serían trasladadas al mausoleo familiar. Wakabayashi se puso en pie de un salto y prometió llegar lo antes posible, mientras que Taro le hizo llegar la dirección del templo budista en donde tendría lugar el servicio conmemorativo.
– No entiendo por qué tú tía ha preparado esta mescolanza de rituales, aunque nadie parece estar de humor para protestar –señaló Misaki, agotado.
– ¿Ni siquiera Eriko? –aventuró Genzo.
– Ni siquiera ella –suspiró Taro–. Está feliz de que por fin se vayan a seguir los rituales budistas, así que de lo único que se ha quejado es de que no se haya hecho así desde el principio. Como te dije, yo tampoco lo entiendo mucho.
– Quizás quería evitarse el problema de que muchos de los rituales de entierro budista deben ser hechos por el hijo mayor del difunto –sugirió Genzo–. Y dado que Hatori no tenía hijos varones, el deber habría recaído en mi padre y, bueno, no necesito decirte por qué esto no sería una buena idea.
– Sí, supongo que tienes razón –reconoció Misaki, tras cavilarlo un rato–. Tal vez también sea cierto que mi suegro se convirtió al cristianismo al final. En fin, no importa mucho de cualquier manera, procura no tardar demasiado.
– Estaré ahí en menos de una hora –afirmó Genzo.
El portero aventó su teléfono a la cama y se metió al baño para darse una ducha rápida. A pesar de que su guardarropa habitual solía ser deportivo y cómodo, Wakabayashi había tomado la precaución de guardar un traje formal de color negro para la ocasión. Mientras se vestía, se preguntó si la doctora Del Valle llevaría un kimono negro, como solían hacer las esposas de los hombres ricos fallecidos, pero de inmediato descartó la idea: era obvio hasta para el más obtuso que Lily no era una persona que se adhiriera a los convencionalismos sociales, pues cualquiera que se atreviera a casarse con un extranjero millonario que le doblaba la edad, y que además era su jefe, en una sociedad tan prejuiciosa como la japonesa, debía tener poco interés por los convencionalismos y un alto grado de rebeldía. Genzo tuvo que reconocer que, a pesar del mal inicio que tuvo con ella y de lo mucho que ambos se desconcertaban, Lily le inspiraba simpatía, pues para ser tan rebelde había que tener mucho valor y a Genzo siempre le agradaba la gente que tenía valor.
Además, para qué negarlo, ella también le inspiraba compasión, no porque considerara que fuese frágil sino porque él mismo era rebelde y por lo mismo conocía de sobra lo difícil que era ir en contra del mundo. Si para Genzo, que era hombre, ya le había resultado complicado, para Lily debió de ser mil veces peor. Viéndolo desde este punto de vista, ¿realmente sería ella la oportunista sin sentimientos que la familia entera aseguraba que era? Mientras más lo pensaba, más ilógico le parecía a Genzo el que Lily Del Valle quisiera la fortuna de su tío, ya que habitualmente las personas ambiciosas y desalmadas usaban la corriente a su favor, no iban en contra de ella. Sin embargo, su perfil sí que encajaba perfectamente con el de alguien que se aprovecha de un jefe para ir escalando puestos en el trabajo, pues Lily debía de tenerla muy difícil en el ámbito laboral por ser mujer y extranjera, pero si ella estuviera casada con uno de los médicos del hospital, uno de los que tenían más influencia, sin duda que muchas puertas se le abrirían como por arte de magia. ¿Habría llegado Lily al extremo de seducir al maduro y viudo Hatori para que se le hiciese más fácil alcanzar sus metas?
"Pero aún en el caso de que esto haya sido así, ¿por qué habría de importarme?", se cuestionó Genzo una vez más, mientras engullía un sándwich del minibar, sin darse cuenta de que lo hacía por seguir los consejos de la doctora. "Si mi tío fue tan ingenuo, fue su problema…".
Antes de salir de su habitación, el joven comprobó que su apariencia era aceptable y tomó un par de barras energéticas del minibar, las cuales escondió en los bolsillos del pantalón. Mientras se dirigía al templo en donde tendría lugar el servicio conmemorativo, Genzo resolvió que hablaría con Elieth para darse una idea de quién de todos podría estar mintiendo. Por más que dijera que lo que pasara con su tía no le interesaba en lo absoluto, lo cierto era que le inquietaba más de lo que quería reconocer.
Notas:
– Elieth Shanks es un personaje creado por Elieth Schneider.
– Si bien un alto porcentaje de la población en Japón practica el sintoísmo como religión, la gran mayoría de los funerales se realizan con rituales budistas.
– El nombre oficial de casada de Lily sería Lily Wakabayashi Del Valle, que es como se acostumbra en Japón (por ser extranjera casada con un japonés, se le permite conservar su apellido); sin embargo, como ya hay demasiados Wakabayashi en esta historia, decidí llamarla por su nombre de siempre, Lily Del Valle.
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