Capítulo 5.

Genzo estaba por llegar al hospital cuando vio que el Porsche azul de la doctora Del Valle salía del estacionamiento y decidió pedirle al taxista que lo siguiera. Ignorando la cara de burla que el conductor puso al escuchar la orden "siga a ese auto", Wakabayashi se preguntó (ingenuamente) si acaso la doctora habría cambiado de parecer y se dirigía a la lectura del testamento. No pasó mucho tiempo antes de que el denso tráfico enlenteciera el avance del taxi y Genzo estaba considerando pedirle al taxista que se detuviera cuando vio que los autos que iban adelante se paraban bruscamente.

– ¿Qué sucedió? –quiso saber el portero, tratando de atisbar a través de las ventanillas, que empezaban a empañarse por la lluvia.

– Hubo un choque, al parecer –contestó el chófer, atisbando a través del parabrisas para tratar de averiguar lo que ocurría–. Me parece que aquí termina la persecución, joven. Ya se me hacía que ese Porsche no está hecho para andar en estas calles.

Esta respuesta hizo saltar a Wakabayashi, quien no dudó en aventarle un billete al taxista antes de bajarse del vehículo para después echar a correr hacia el sitio en donde había tenido lugar el percance. Ahí ya había comenzado a aglomerarse un grupo de personas, mientras un policía de tránsito intentaba poner orden. Genzo empujó a la gente sin contemplaciones para poder llegar hasta la puerta del conductor del Porsche, en donde vio a la doctora recargada contra el volante. De momento, él creyó que ella estaba herida y se preocupó, pero acostumbrado como estaba a tener sus emociones bajo control, aguantó las ganas de abrir la puerta y se limitó a tocar con los dedos el frío vidrio de la ventanilla del lado del conductor.

– Doctora, ¿está usted bien? –preguntó, a través del vidrio cerrado; cuando Lily alzó la cabeza y lo miró con asombro, añadió–: Usted sí que sabe cómo ser el centro de atención.

Ella cambió su expresión de sorpresa por una de resignación y bajó la ventanilla. A lo lejos, se escuchaba el sonido de la sirena de una ambulancia, en medio del barullo de bocinas y gritos de indignación del chófer del otro auto chocado. Wakabayashi se sintió aliviado al comprobar que Lily no tenía heridas visibles ya que no parecía estar sangrando.

(N/A: En realidad, esto es peor porque da una falsa sensación de seguridad, pues ella podría tener sangrados internos, ja)

– ¿Está usted bien, doctora? ¿Está herida? –repitió Genzo–. La ambulancia ya viene en camino, por lo que escucho.

– Usted nunca va a dejarme en paz, ¿verdad? –soltó Lily, furibunda–. Empieza a serme más molesto que un dolor de muelas.

– Si tiene ánimos para atacarme, no debe de estar tan mal. – A pesar de todo, Genzo sonrió–. ¿Qué sucedió?

– La lluvia no me permitió ver bien –respondió ella, a la evasiva–. Fue un descuido tonto de mi parte.

– ¿No se habrá quedado dormida al volante? –preguntó él–. No me sorprendería.

– ¿Qué? ¡Por supuesto que no me quedé dormida! –contestó Lily, indignada–. Fue la lluvia repentina, no la esperaba.

Fue en ese momento en el que él se dio cuenta de que Lily tenía los ojos hinchados y la nariz enrojecida, y concluyó que seguramente fueron las lágrimas las que no le permitieron ver el camino. Sin que lo pudiera evitar, Genzo volvió a sentir compasión por ella, algo que se le estaba volviendo una costumbre.

– ¿Está bien, señorita? –Otro oficial de tránsito, que seguramente apareció para ayudar a su compañero, se acercó a ellos–. ¿Está herida? La ambulancia ya viene en camino.

– Estoy bien, gracias –afirmó Lily–. Sólo me duele el cuello, seguramente me hice un esguince, pero no creo que sea grave.

– No haga movimientos bruscos, por si acaso –la reconvino Genzo, recordando que Schneider tuvo alguna vez una lesión en la columna cervical y que le dieron esa recomendación–. Aunque eso usted ya lo debe de saber mejor que yo, doctora.

Lily sonrió involuntariamente, movida por el agradecimiento y la deferencia, y Wakabayashi desvió la mirada, confundido por el pequeño aceleramiento que sufrieron los latidos de su corazón. Ambos se distrajeron con los gritos del otro conductor, que se dirigía muy enojado hacia ellos. Lily aspiró aire y se preparó para la confrontación, pero Genzo se interpuso antes de que el enojado hombre tuviera la oportunidad de hablarle a ella. Con un tono de voz firme y autoritario (que al parecer era marca de la familia Wakabayashi), aunque sorprendentemente amable, Genzo ofreció una disculpa por el incidente y dio como explicación que la lluvia complicó la visibilidad de Lily, tras lo cual hizo una reverencia y aseguró al hombre que se le pagaría la totalidad de los daños. Lily contempló la escena con un toque de admiración, sorprendida de la capacidad de Genzo para manipular las emociones de su interlocutor.

"A Hatori le faltaba más decisión cuando discutía con la gente agresiva, como si estuviera acostumbrado a que alguien con más poder se saliera con la suya", se dijo Lily. "No tenía problemas con los que estaban a su nivel, los superiores eran su punto débil. Pero se nota que Genzo es hábil para dominar a los bravucones, con unas cuantas palabras ya consiguió llevar a este hombre a donde él quería".

Efectivamente, las palabras del portero estaban obrando maravillas en el otro accidentado, aunque sin duda fue la promesa de que ellos pagarían todos los daños lo que tranquilizó al hombre. Esto hizo que Lily cayera en la cuenta de que tenía que hablarle a la aseguradora, por lo que con mucho cuidado buscó su teléfono para marcar el número correspondiente e informar sobre el incidente. Cuando concluyó la llamada, Lily vio que el otro chófer se había calmado ya, al grado de entender que la poca visibilidad era una razón válida para un accidente e incluso deseó que ella estuviera bien, dado que él sí lo estaba.

– La aseguradora no debe tardar en llegar, se hará cargo de todo –añadió Lily–. Genzo, ¿sería tan amable de ayudarme a buscar los papeles en la guantera dado que yo no debo hacer movimientos bruscos?

– Por supuesto. –Él esbozó una media sonrisa, haciendo que esta vez fuese ella quien desviara la mirada, ofuscada.

La aseguradora y la ambulancia llegaron casi al mismo tiempo. Mientras los empleados de los seguros se hacían cargo de los trámites correspondientes y los paramédicos atendían a Lily y al otro hombre involucrado, Wakabayashi le llamó a Elieth para avisarle que la doctora había sufrido un accidente y que le vendría bien que contara con su ayuda, pidiéndole que los alcanzara en la clínica que le había pertenecido a Hatori. Lily no quería ir para allá, pero los paramédicos insistían en que era lo mejor dado que era el hospital más cercano.

– Ni siquiera estoy tan grave –protestó ella, aunque sin mucha energía–. Yo misma podría recetarme un collarín y un analgésico.

– Pero hay que hacerle una tomografía para descartar una lesión más seria –replicó uno de los paramédicos–. No debemos dejar nada al azar.

– ¿Para qué? Yo misma sé que no la necesito –insistió Lily.

– Lo dije una vez y lo repito nuevamente: los doctores son los peores pacientes –replicó Genzo–. ¿A dónde tiene tanta urgencia de ir que no quiere perder unos cuantos minutos de su tiempo en una valoración médica que sí necesita, doctora? ¿A la lectura del testamento?

Por respuesta, Lily le lanzó una mirada furiosa e hizo un puchero, que casi hizo que Wakabayashi soltara la carcajada. Derrotada en su propio juego, ella dejó de protestar y dejó que el paramédico la subiera a la ambulancia.

– ¿Es usted familiar suyo? –le preguntó el paramédico a Genzo–. Si es así, acompáñenos, por favor, lo mejor es que no vaya sola.

– Se puede decir que sí –contestó Wakabayashi, incómodo–. Soy, eh...

– Es mi sobrino –replicó Lily, desde el interior de la ambulancia–. Sobrino político.

– Ya veo. –La expresión del paramédico fue de contrariedad–. Suba, por favor.

Elieth llegó al hospital, muy preocupada, cuando a Lily la estaba valorando el doctor Aoyama; Genzo se acercó a ella en cuanto la vio para asegurarle que la doctora estaba fuera de peligro y pedirle que se hiciera cargo de la situación a partir de ese momento.

– En este momento están revisándola –informó el portero–. Desconozco si la van a hospitalizar, no me han dicho algo al respecto aún, pero esperaba que pudieras quedarte con ella para que yo vaya a ver lo del automóvil.

– Por supuesto, no necesitas ni pedirlo –asintió Elieth–. ¿Alguien más de tu familia está aquí?

– No, vine solo –negó él–. Para fortuna de todos, esto se habría convertido en un circo.

– ¿Y cómo es que te enteraste tan rápido del accidente? –preguntó Elieth, con las cejas alzadas.

– Cuestión de suerte –mintió Genzo–. Eso no importa ahora, debo ver qué sucederá con ese Porsche, alguien tiene que hacerse cargo de él. ¡Ah! Asegúrate de que la doctora siga las indicaciones que le den, ya vi que no sigue sus propios consejos.

– Lo sé bien. –Elieth esbozó una pequeña sonrisa–. Gracias por avisarme y por ayudar a Lily mientras llegaba. Como te dije en el crematorio, es bueno saber que te has convertido en un hombre decente.

– No me dijiste eso, pero gracias –sonrió él.

– No, no te dije eso, ¿pero qué más da? –admitió ella–. En cualquier caso, eso me hace preguntarme si…

Antes de terminar la frase, la joven se detuvo repentinamente y se quedó mirando al suelo con actitud pensativa y los labios fruncidos. Era evidente que estaba dudando en decir lo que le estaba pasando por la mente.

– ¿Si qué? –la animó Genzo.

– Si no serás adoptado –soltó Elieth al fin, con una falsa sonrisa burlona.

A Wakabayashi le pareció evidente que eso no era lo que su amiga quiso decir en realidad y que cambió de último momento la frase. Él la miró durante unos instantes más por si se animaba a comentar sus verdaderos pensamientos, pero Elieth se limitó a despedirse. Aunque Genzo tuvo deseos de preguntarle qué pasó, prefirió no presionarla e ir a ver lo del Porsche, ésta parecía ser una actividad mucho más sencilla que no requería de complicados juegos mentales.

Solucionar lo del accidente le llevó más tiempo del que esperaba. En sí, los trámites del pago de los arreglos del otro vehículo fueron relativamente sencillos, no hay enojo que no se solucione con la cantidad suficiente de dinero (Genzo se preguntó si no se pasaba de cínico al pensar esto), el problema fue el Porsche, pues era un deportivo de lujo y por tanto fue difícil encontrar a un mecánico que quisiera arreglarlo, la mayoría no tenía experiencia con automóviles tan ostentosos. Al final, tras mucho buscar, Genzo halló un taller que aceptó reparar el deportivo, aunque el mecánico jefe le informó que le llevaría tiempo (y dinero) para que quedara perfecto. Wakabayashi aseguró que ninguna de las dos cosas era un problema; después de todo, si Lily había gastado tanto dinero en un Porsche, era porque estaba dispuesta a invertir mucho más en cualquier reparación que el auto pudiera necesitar.

"¿Por qué se habrá comprado un Porsche?", se preguntó Genzo, mientras se dirigía a la casa de su tío para informar a la doctora de la situación. "Habiendo tantos autos elegantes y menos peligrosos que ése…".

No fue sino hasta que estuvo frente a la mansión en la que creció Eriko que Genzo se preguntó si sería bienvenido en la casa de Hatori. Por lo que sabía, su viuda había mantenido alejados a los otros Wakabayashi, pero en teoría no tenía nada en contra de él, no todavía, así que Genzo debería de ser bien recibido. En teoría. Aún así, se preparó para casi cualquier respuesta cuando tocó el timbre y preguntó por Lily. El mayordomo, un hombre llamado Yoshio que estuvo al servicio de Hatori desde que éste se casó con Emiko y que conocía a Genzo desde que era un niño, lo reconoció en seguida y lo hizo pasar al vestíbulo de la enorme mansión. Wakabayashi comprobó que la lujosa casa había sufrido una remodelación más o menos radical, pues de ser de estilo netamente oriental, pasó a tener habitaciones dispuestas a la manera occidental, con decoraciones que combinaban lo mejor de ambos estilos. Sin embargo, los detalles que más le llamaron la atención a Genzo fueron un retrato de su tía Emiko, que estaba colgado en la pared principal, justo al frente de las escaleras, y las reproducciones de varias pinturas que, según Yoshio, fueron hechas por Sandro Botticelli, un reconocido pintor renacentista italiano.

"No creo que estos cambios los haya hecho Eriko, ni siquiera el del retrato de su madre", pensó Genzo, a quien el nombre de Botticelli no le sonaba de ningún lado. "Esto debió de hacerla rabiar mucho".

– Es un placer verlo de nuevo, joven Genzo –dijo el mayordomo–. Me da gusto comprobar que se ha convertido en un hombre.

– Gracias, Yoshio –comentó Wakabayashi–. Desconocía que seguías trabajando para mi tío.

– No lo habría dejado solo por ningún motivo, mucho menos después de la muerte de la señora Emiko –respondió Yoshio, cuyo semblante adusto se suavizó un poco–. Cuando entré a trabajar para él, juré que le serviría hasta la muerte.

Genzo se preguntó entonces por qué, si Hatori ya se había ido, su extremadamente fiel mayordomo continuaba al servicio de su viuda. Por supuesto, no era asunto suyo así que se abstuvo de hacer preguntas, aunque no se le escapó el hecho de que, si Lily fuese tan mala como decían que era, Yoshio no seguiría ahí.

– La doctora me comentó que probablemente usted vendría a dar informes sobre el Porsche del doctor Hatori, joven Genzo –añadió Yoshio–. Me pidió que lo hiciera pasar a su biblioteca en cuanto usted llegara.

– Gracias –aceptó el portero, notando que el mayordomo sí hablaba de Lily con respeto. Este detalle hizo que se le escapara otro más importante, el cual tardó en comprender y, cuando lo hizo, agregó con mucha sorpresa–: Espera, ¿has dicho que el Porsche era de mi tío?

– Por supuesto –afirmó el mayordomo–. ¿De quién creyó que era?

– Eh, no, de nadie. –Genzo se apresuró a mentir–. Sólo me extrañó comprobar que ese deportivo sí era suyo.

– Lo adquirió el doctor poco antes de casarse por segunda vez –explicó Yoshio–. Y al morir él, pasó a manos de la doctora ya que la señorita Eriko no sabe conducir.

Yoshio se había girado para verlo y el portero sintió que se puso de mil colores, cosa muy rara en él. Era imposible que el mayordomo le estuviera leyendo el pensamiento, pero todavía así Genzo tuvo la decencia de avergonzarse por sacar juicios precipitados sobre Lily y la manera en cómo había adquirido el automóvil. Pensándolo bien, era más probable que hubiese sido Hatori el que comprara el Porsche ya que Lily primero tendría que haber aprendido a manejar por la izquierda antes de siquiera pensar en tener un deportivo. Wakabayashi tuvo que aceptar que se dejó llevar por los prejuicios, pues nunca se le ocurrió la posibilidad de que Lily hubiese heredado el auto.

"Elieth tiene razón: soy un imbécil", pensó Genzo, ofuscado.

Al fin, ambos llegaron a la entrada de un pasillo iluminado al final del cual había una puerta y Wakabayashi recordó que detrás de ella estaba la biblioteca. Yoshio se detuvo al comienzo del corredor y lo señaló con un gesto de la mano.

– La doctora lo está esperando –anunció Yoshio e hizo una reverencia–. Si necesita algo, hágamelo saber.

– Gracias –repitió Genzo por tercera ocasión y se preguntó por qué él no lo acompañaría hasta allá.

Sin perder más tiempo, el portero atravesó con rapidez el pasillo y llegó hasta la puerta cerrada, tocando en ella con fuerza en dos ocasiones, sin obtener respuesta. Volvió a intentarlo un par de veces más y, al no haber cambios, decidió entrar sin hacer ruido, preguntándose si Lily ya no estaba ahí. Sí estaba, pero al parecer se había quedado dormida en un diván, con el cuello descansando sobre una almohada especial, con su largo cabello castaño oscuro cayendo sobre uno de sus hombros. Genzo se acercó a ella con paso cauteloso para no despertarla y la contempló durante unos segundos. Así dormida, Lily se veía tan indefensa que Wakabayashi se preguntó de dónde sacaría esa rabia que la había mantenido tan firme delante de su familia. Ella había demostrado muchas veces que poseía el valor de un guerrero, pero en otras daba la impresión de que era una niña desvalida que necesitaba que la cuidaran. Y Genzo se cuestionó también si Hatori habría sentido ese impulso de querer protegerla de cualquiera que quisiera lastimarla.

"¿Qué demonios me pasa?", se recriminó Wakabayashi. "No debería de estar pensando estas cosas sobre ella…".

– ¿Va a quedarse ahí, espiándome toda la tarde? –preguntó Lily repentinamente, sin abrir los ojos–. No sabía que tiene el fetiche de ver a la gente dormir, o será que sí le gusta espiar a los demás.

– ¡AH! –gritó Genzo, alterado–. ¡No sabía que estaba despierta! Y no la estaba espiando, Yoshio me dijo que usted me estaba esperando pero al entrar la vi dormida y no supe qué hacer.

– No estaba dormida. –Lily abrió los ojos y se incorporó–. Sólo estaba descansando los ojos. ¿Ha venido a darme informes sobre el Porsche? Eli me dijo que usted se haría cargo.

El joven asintió y le hizo un resumen breve de los trámites y de la odisea por la que pasó para encontrar un taller que aceptara reparar el deportivo. Lily suspiró, como si ya se lo hubiera imaginado, aunque confesó que estaba aliviada de que él hubiese podido encontrar a alguien que se hiciera cargo del vehículo, pues le tenía un especial aprecio y no quería deshacerse de él.

– Te agradezco mucho lo que has estado haciendo por mí, Genzo –inesperadamente, Lily comenzó a tutearlo–. No era tu obligación, pero no dudaste en ayudarme otra vez.

– No fue la gran cosa –replicó Genzo, sorprendido, y se preguntó si debía tutearla también–. Era lo menos que podía hacer, no podía quedarme de brazos cruzados al ver el accidente, es lo que cualquier persona decente haría.

– Supongo que sí. –Lily sonrió de manera extraña–. Pero bien lo dijiste: es lo que cualquier persona decente haría y te asombraría saber con cuánta gente indecente me he topado recientemente. En cualquier caso, eso no interesa ahora, pues tengo una duda más importante: ¿Cómo fue que llegaste en el momento justo? ¿Tienes alguna especie de súper poder o lo tuyo es aparecer por casualidad cuando se requiere?

– Me parece que es lo segundo –reconoció él–. Debo confesar que iba camino al hospital para hablar con usted y tuve la suerte, si se le puede llamar de esa manera, de ver el accidente.

Por supuesto que Genzo no iba a decirle a Lily que le había pedido al taxista que la siguiera, contaba con que ella no recordara el hecho de que el percance no ocurrió tan cerca del hospital como él lo hacía ver.

– Ah, sí –suspiró Lily–. Marcel ya me había dicho que querías hablar conmigo, supongo entonces que sí fue casualidad que llegaras en el momento preciso. Y puedes tutearme, si quieres; creo que estamos de acuerdo en que resulta raro que nos hablemos con tanta formalidad dado que soy más joven que tú, así que espero que no te moleste que te llame por tu nombre de pila.

– Sí, coincido en que es bastante extraño –aceptó Genzo, incómodo–. Además de que tampoco estoy acostumbrado a que me hablen con tanta formalidad, ya no. Y ya te había dicho también que puedes llamarme Genzo, puesto que todos aquí somos Wakabayashi.

– Muy bien. –Lily desvió la mirada, con nerviosismo–. No me molesta que me digas "doctora", pero si quieres llamarme por mi nombre, está bien por mí.

¿Por qué ambos se comportaban como si fueran un par de adolescentes en su primera cita? Genzo estaba por alcanzar la treintena, Lily ya tenía veintiocho y, lo más importante de todo, eran parientes políticos, así que no había razón para que actuaran con tanta vergüenza.

Para tratar de aligerar el ambiente, Lily le contó a Genzo que Elieth había insistido en pasar la noche ahí para hacerle compañía, a pesar de sus múltiples intentos para intentar convencerla de que su lesión era leve y que, por tanto, podía cuidarse sola. Genzo prefirió no comentarlo, pero le pareció que Elieth había hecho bien en no hacerle caso a Lily y presionarla a aceptar su compañía.

– En cualquier caso, me hará bien que venga –finalizó Lily–. Podré ponerla al corriente de lo que ha sucedido últimamente.

– ¿Cómo decirle que faltaste a la lectura del testamento, por ejemplo? –soltó Genzo, presto.

– Ahí vas otra vez con eso –refunfuñó ella–. No voy a caer ante tus provocaciones.

– No es una provocación, es un hecho verídico y yo sólo lo estoy señalando –replicó él–. Lo cual no haría si tú hubieses cumplido con tu parte del trato.

Lily lo miró con rabia durante unos segundos, dudando entre aceptar el reto o ignorarlo de lleno.

– No falté por gusto –dijo ella, al fin–. Había algo importante que tenía que hacer y que sólo podía hacer en ese momento.

– ¿Más importante que la repartición de bienes de la persona con la que estuviste casada? –Wakabayashi arqueó las cejas.

– Sí, aunque no lo creas –afirmó Lily–. No fue culpa mía, sino de los directivos del hospital. La verdad, no es asunto tuyo qué fue lo que estuve haciendo, pero era más importante que el testamento de Hatori.

– Supongamos que te creo –aceptó el portero, tras notar que ella estaba siendo sincera–. ¿Por qué no avisaste para que el abogado de mi tío cambiara la fecha?

– Porque no quiero ese dinero, así de simple –contestó Lily, tajante–. No me sirvió para evitar que él se fuera, ¿para qué me va a servir ahora?

Esta respuesta tan directa provocó que el ambiente volviera a tensarse, aunque de forma diferente a como lo hizo momentos atrás. Genzo sintió que había dado otro paso en falso, pero antes de que pudiera decir algo, Lily se retractó.

– Lo lamento, no quise ser grosera –suspiró ella–. No fue un buen día para mí y me siento adolorida.

– No pasa nada –aseguró él, quien consideró que lo mejor sería que se retirara para que Lily pudiera descansar–. Se me olvidó que tuviste un accidente, me marcho para que duermas un poco antes de que llegue Elieth…

– ¿Ya comiste? –lo interrumpió Lily, intempestivamente.

– ¿Eh? No. –La pregunta tomó por sorpresa a Genzo–. Me entretuve haciendo trámites y buscando un taller que aceptara el Porsche.

– Y yo que pensaba que mi pequeño número en el crematorio serviría de escarmiento. –Con mucho cuidado, Lily se ajustó el collarín y se puso en pie–. Acompáñame a la cocina, te prepararé algo.

– ¿Qué? No, no es necesario, comeré algo en el hotel –negó Genzo–. No debes esforzarte de más.

– Es cierto que dije que tengo dolor, pero no tanto como para permitir que te vayas con hambre –. Lily echó a andar y le hizo señas para que la siguiera–. Mi esguince es de los más leves, puedo hacer actividades ligeras y, además, yo también necesito comer.

– ¿No sería mejor pedirle a Yoshio que prepare algo? –aventuró Genzo, quien consideró que cocinar no se podía considerar como una "actividad ligera".

– No me gusta exigirle demasiado –respondió Lily–. Ya es un hombre de edad avanzada y prefiero que se tome las cosas con calma, aunque le moleste que trate de ahorrarle trabajo. Si te preocupa mi lesión, puedes echarme una mano, si es que sabes cómo usar un cuchillo.

A Genzo le asombraron dos cosas: que Lily tuviese tanta consideración con Yoshio, pues no era habitual que la gente con dinero se preocupara por su personal, y que hubiera bajado tan notoriamente las defensas con él. Si lo pensaba un poco, ninguna de las dos cosas era sorprendente, pues Lily ya había demostrado que no era una mujer insensible (hablando de lo de Yoshio) y el que Genzo la hubiese ayudado desinteresadamente era buena muestra de que no tenía malas intenciones, por lo que ya no tenía motivos para seguir manteniendo altas las barreras.

– Prepararé yakimeshi, ¿te parece bien? –comentó Lily, cuando llegaron a la cocina–. Creo que hay arroz y camarones cocidos.

– ¿Sabes preparar yamikeshi? –preguntó Genzo, escéptico–. No es algo común entre los extranjeros.

– Tal vez no me quede como debería, pero me parece que no lo hago tan mal –aseguró ella, mientras abría el refrigerador–. Ya me dirás tú qué te parece.

– De acuerdo. – Él sonrió a medias–. ¿En qué te ayudo?

– Corta las verduras, por favor, si es que sabes cómo usar un cuchillo –contestó Lily.

– ¿Por qué cuestionas tan insistentemente mis habilidades con un cuchillo? –quiso saber Wakabayashi, mientras ponía manos a la obra.

– Porque ninguno de tus familiares sabe hacerlo –se rio ella–. Hatori era un excelente cirujano, pero se cortaba constantemente con los cuchillos de cocina.

– ¿No es el mismo procedimiento? –inquirió Genzo, divertido.

– ¡Es lo que yo le decía, que es lo mismo! –exclamó Lily–. Pero se excusaba diciendo que un bisturí es más pequeño y que por eso lo podía manejar mejor.

Ante la mención de Hatori, Genzo recordó el asunto del Porsche y se preguntó si debía decir algo. Ciertamente que él debió haberse imaginado que el auto no era de Lily, pues los papeles del seguro estaban a nombre de Hatori, pero aún así no hizo la conexión obvia. Sin embargo, no era eso lo que le incomodaba sino el que ella no lo hubiese corregido cuando él la acusó de haber usado el dinero de Hatori para comprarse el vehículo, aunque no fue como si el portero le hubiera dado la oportunidad de hacerlo.

– ¿Por qué no me dijiste que el Porsche era de mi tío y no tuyo? –preguntó Genzo abruptamente, tras un rato de silencio en el que ambos se dedicaron a lo suyo.

– ¿Eh? ¿Cómo te enteraste de que el coche es, eh, era de Hatori? –saltó Lily.

– Me lo dijo Yoshio –respondió él–. Aunque admito que debí de darme cuenta desde que vi los papeles del seguro. ¿Por qué no me lo aclaraste?

– ¿Para qué? ¿Me hubieras creído? –replicó Lily–. Eso habría sido justificarme por algo que no hice mal, sería explicar un hecho que me causa culpabilidad cuando no es así. Justificarse sin necesidad da una impresión errónea, aunque lo hagas con la mejor de las intenciones. Además, tu disculpa quedó mucho mejor de esa manera.

– ¿Mi disculpa? –Wakabayashi no entendió del todo.

– Me pediste perdón por haberme reclamado que pagué ese Porsche con el dinero de Hatori –aclaró Lily–. No hubiera tenido el mismo impacto esa disculpa de haberte dicho que el auto en realidad no era mío.

– Supongo que no –admitió Genzo, tras pensarlo un momento–. Habrías creído que lo hacía para corregir un error, en vez de admitir que lo hice porque me porté como un idiota.

– Así es. –Ella sonrió muy dulcemente, a parecer de él–. Digo, no que te hayas portado como un idiota, aunque sí lo hiciste, sino que me refiero a que tu disculpa fue sincera y por eso la valoro, me hace saber que eres un buen hombre.

– No sé qué tan bueno sea –reconoció Wakabayashi, avergonzado–. Sólo sé reconocer cuando me excedo.

– Eso te hace un buen hombre, desde mi punto de vista –insistió la mexicana–. Y ya que estamos siendo honestos, no tuve la oportunidad de responderte a lo que me dijiste en el crematorio.

– ¿A qué te refieres? –quiso saber él, pues no recordaba todo lo que hablaron en ese entonces.

– A que te quejaste de que tu familia y yo te estábamos obligando a elegir un bando –suspiró Lily–. A inmiscuirte en una pelea que no es tuya y que por eso te habías mantenido apartado de los Wakabayashi, incluyéndonos a Hatori y a mí.

– Sí, algo así comenté. –Genzo se rascó la nuca, incómodo–. Pero no quise…

– No, déjame continuar, por favor, quiero decirte que tienes razón –lo interrumpió Lily–. No es ruin lo que hiciste porque, desde ese punto de vista, la egoísta soy yo por desear que alguien que no me conocía se pusiera de mi parte, cuando ni siquiera debí pedir que se inmiscuyera. Yo también me habría mantenido apartada si la familia a la que tengo años de no ver me hablara para decirme que alguna de mis tías ha cometido lo que ellos consideran que es una locura y me exigieran que tomara partido por alguno de los dos bandos. No tengo razones para sentirme indignada, no debí exigirte nada.

– ¡Ah! –cohibido, Genzo no supo qué decir–. Yo… no esperaba esto, sinceramente… De todas formas, debí de estar más al pendiente…

– No, no debiste –repitió Lily, con calidez–. No era tu obligación, ni tampoco lo es ahora. Por eso es que agradezco mucho el apoyo que me has dado últimamente, porque sé que lo estás haciendo de buena fe, no por presión.

"Ojalá no fuera la viuda de tu tío", fue el pensamiento veloz que cruzó la mente de Genzo, que él reprimió con más rapidez aún. Se forzó a mantener el control y a encerrar ese pensamiento en lo más profundo de su cerebro antes de continuar.

– Estoy muy sorprendido, en verdad que no esperaba que me dijeras eso –insistió Genzo, muy serio–. Me repitieron tantas veces que hice mal al mantenerme apartado que acabé creyéndolo.

– Conozco esa sensación de sentir que actuaste de forma errónea sólo porque mucha gente te lo repite constantemente –repentinamente, el semblante de Lily se entristeció–. Y por lo mismo sé que es difícil quitarse el remordimiento. Yo no sé si tú lo tengas, pero si es así, no debes de tenerlo, por eso es que estoy diciéndote esto ahora, porque no debes de sentir culpa.

– Lo mismo va para ti –contestó él, sin pensarlo demasiado–. Y gracias por lo que has dicho, aunque de cualquier manera debí de haberme comunicado con Hatori antes de que falleciera, así no se habría visto obligado a dejarme una carta en su testamento.

– ¿Te dejó una carta? –Lily abrió los ojos por el asombro–. ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Qué dice?

– No lo sé. –Wakabayashi se encogió de hombros–. Sólo sé que la dejó porque el señor Takamura así me lo informó, pero se negó a leerla porque no estabas presente.

– Algo de eso me dijo Marcel, pero me resulta difícil de procesar –confesó Lily, concentrando la mirada en la comida que preparaba–. ¿Por qué tengo que estar presente en la lectura del testamento? Simplemente no lo entiendo, Hatori no me dijo que impuso esa cláusula, ni tampoco me avisó que te dejó una misiva.

– Quizás lo hizo porque sabía que ibas a rechazar la parte del dinero que te toca –aventuró Genzo–. O quizás estaba muy consciente de que eres muy rebelde y que por lo mismo ibas a faltar.

Lily respingó y se ruborizó con intensidad ante este comentario; tal parecía que Genzo había dado en el clavo.

– Te creo cuando dices que faltaste a la lectura porque querías hablar con los directivos del hospital por una razón que sólo tú sabes, pero creo que también es cierto que fue por rebeldía que no avisaste que no irías –insistió él–. ¿No es así?

– Hablo en serio cuando digo que no me interesa quedarme con el dinero de Hatori –respondió Lily, en voz baja–. No me casé con él por eso y no quiero esa herencia.

– No, pero era algo que venía con él –replicó Wakabayashi–. Desde el principio sabías que mi tío era rico y que tú tendrías derecho a parte de su fortuna si te convertías en su esposa, no fue como si te lo hubiese dicho de sorpresa después de la boda. Así que, ¿qué creíste que sucedería cuando Hatori muriera, que ese dinero desaparecería mágicamente o que Eriko se quedaría con todo?

– Supongo que lo segundo, no lo sé –contestó la doctora–. Pensé que bastaría con negarme a recibir ese dinero y ya.

– Pues no es tan fácil, ya lo viste. –Genzo terminó con el último vegetal y echó todo lo que había cortado en un tazón.

– Algo me habló Marcel de una cláusula que no entiendo, ¿es verdad que, si yo me niego a recibir mi parte del dinero, Eriko no recibe el suyo? –quiso saber Lily.

– Sí, es cierto –suspiró Genzo–. Desconozco si esto es legal, pero así lo ha dejado estipulado mi tío. Si quieres saber mi opinión, me da la impresión de que lo hizo porque temió que mi padre te dejara sin un yen.

– Entonces sí eres consciente de hasta qué punto es capaz de llegar Shuzou, ¿verdad? –Ella dejó de hacer lo que estaba haciendo y se giró para mirarlo–. Como dije, no me importa si me quedo sin un centavo, pero quitarme la herencia no es lo peor que tu padre puede hacer.

– ¿Qué pasó exactamente entre ustedes dos? –preguntó Genzo, decidido a aprovechar la oportunidad–. Mi padre me ha contado su versión, pero no me la creo.

En vez de responder, Lily lo miró largamente, sopesando si debía hablar o no. Genzo quería decirle que podía confiar en él, pero se dio cuenta de que lo que ella y Shuzou ocultaban era demasiado grande para soltarlo sin más.

– No vale la pena –comentó Lily, al fin–. Sólo diré que lo haría muy feliz que me quedara sin dinero y por eso yo también creo que Hatori hizo lo que hizo con su testamento. Ojalá me hubiese hecho caso cuando le dije que sólo quería el Porsche como recuerdo.

– ¿Puedo preguntar por qué el Porsche? –cuestionó Genzo, con curiosidad que rayaba en lo morboso.

– Tengo buenos recuerdos con ese auto –respondió ella, mientras le servía un plato del yakimeshi recién preparado; la doctora titubeó un momento, insegura de si debía continuar–. Hatori y yo solíamos salir a pasear al campo en nuestros tiempos libres, en él pasamos nuestros momentos más felices. Asocio más ese Porsche con Hatori que con el hospital o con esta casa, el Hatori que manejaba ese auto era el hombre del que me enamoré y así quiero recordarlo.

– Entiendo –musitó Genzo. A pesar de que el yamikeshi tenía buen sabor, le costó trabajo tragar el primer bocado por la sensación tan extraña que se le formó en la boca del estómago.

Lily se sentó frente a él en la espaciosa mesa de la cocina y los dos comenzaron a comer en silencio. Genzo se preguntó si así habrían sido las visitas que pudo haberle hecho a Hatori cuando estaba vivo, si cenaría con Lily y con él y hablarían de cosas intrascendentes, de cómo le iba en el Bayern, de los progresos que hacía Lily en el hospital y de los pacientes de Hatori, si los vería riéndose como pareja, intercambiando miradas de amor y gestos románticos, diciéndose en silencio lo mucho que se querían. Fue imposible que Genzo no pensara en eso, quizás llevado por la situación, tal vez influenciado por el comentario sobre el Porsche que Lily acababa de hacer. A pesar de que la escena no era negativa en lo absoluto, Wakabayashi se sorprendió de la desagradable sensación que lo golpeó en el pecho al pensar en ello. Sabía que Lily había amado mucho a Hatori pero, ¿le habría gustado ser testigo de ese amor?

"Esto está mal", se recriminó. "¿Por qué la idea me molesta tanto?".

"Porque te empeñaste en saber por qué ella quería conservar el Porsche y no te ha gustado la respuesta. Tú te lo buscaste".

"Yo no me he buscado nada, déjame en paz", se reprendió el portero a sí mismo.

– ¿Aceptarás ir a la lectura del testamento para que salgamos de esto de una vez por todas? –preguntó Genzo, en un desesperado intento por distraer su atención.

– Ahora que me has confirmado que, si no voy, Eriko no recibe su parte de fortuna, menos deseos tengo de ir –contestó Lily–. Y sí, lo hago por rebeldía, no porque tenga ganas de ponerla en su lugar.

– ¿No será por un poco de ambas cosas? –preguntó Wakabayashi, mordaz.

– Tal vez, sí –confesó ella, con una risita avergonzada, aunque repentinamente se puso seria y prosiguió–: Lo intenté, ¿sabes? Intenté llevarme bien con ella, pero en algún punto me cansé y me di cuenta de que nunca iba a conseguirlo, por la simple razón de que me atreví a ver a su padre como hombre y no como el anciano que ella cree que era. Me sigue dando rabia que Eriko fuese tan despectiva con Hatori y que todavía tenga el descaro de decir que yo estaba con él por conveniencia.

– Entiendo cómo te sientes, pero, ¿qué pensarías si tu padre se volviera a casar con una muchacha de tu edad? –preguntó Genzo, con actitud conciliadora–. ¿No tendrías la misma actitud?

– Ay, ya pensé en eso y me causó náusea, lo reconozco. –Lily hizo un puchero–. Por eso es que traté de no ser tan intransigente con Eriko, porque a mí tampoco me agradaría la idea, pero no lo hace fácil.

– Con Eriko nada es fácil –admitió Wakabayashi–. Por el simple hecho de intentarlo, ya te mereces la fortuna de mi tío.

– Deja de tratar de venderme esa herencia como si fuera algo bueno, no me ha traído más que problemas –lo cortó ella–. No voy a ir a la lectura y me importa un carajo si todo el dinero se usa para empedrar el fondo del océano. ¿Podemos hablar de otra cosa? Ya estoy harta de este tema y no quiero que se me arruine el apetito, creo que el yakimeshi no me quedó tan mal.

– Quedó muy bueno, lo digo en serio –aceptó Genzo–. Estoy sorprendido, eres la primera persona no japonesa que conozco a la que le queda bien.

– Vaya, pues gracias. –Lily sonrió–. Tú fuiste un buen ayudante.

Era desesperante, pero conforme más se acercaba a Lily, más límites tenía que poner Genzo por la difícil cuestión de su parentesco. Estaba consciente de que, si no fuera por esto, era altamente probable que él no la hubiese conocido, pero saberlo no mejoraba la situación. Wakabayashi no tenía manera de saber que no era el único que tenía esta disyuntiva, aunque Lily parecía tener las cosas más claras que él y las aceptaba. La mexicana trató de llevar la conversación a temas triviales e intercalaba comentarios y anécdotas sobre Hatori cada que podía, no tanto porque quisiera que Genzo supiera cómo había sido la vida de su tío en sus últimos años, sino para recordarse a sí misma que no debía perder el rumbo.

– Supongo entonces que no te he convencido de ir –comentó el portero, cuando acabaron de comer.

– No –negó Lily–. Ni lo harás.

– Eso ya lo veremos –replicó él–. Soy muy persuasivo cuando me lo propongo.

– Pues conmigo te vas a topar con pared –reconvino ella al instante–. Quedas advertido.

– Si tú lo dices. –Genzo se encogió de hombros de manera burlona.

– Doctora, disculpe que los interrumpa –dijo Yoshio, quien apareció repentinamente en la cocina–, pero la señorita Shanks acaba de llegar. ¿La hago pasar?

– Sí, Yoshio, por favor –pidió Lily.

– Creo que es momento de que me vaya. –Genzo se dio cuenta de que ya era tarde–. Me entretuve más de lo que esperaba.

– Ah, ¿tenías algo qué hacer? –preguntó Lily, con inocencia–. ¿Cómo ir a la lectura del testamento?

– No me presiones tanto, Lily. –Wakabayashi estuvo a punto de sonreír ante el hecho de que ella le había regresado directamente el golpe.

Cuando llegó Elieth, se sorprendió de ver a Genzo ahí, sobre todo porque él parecía estar muy a gusto. Lily se apresuró a explicarle que el portero fue a darle informes sobre el Porsche y que, en agradecimiento, lo invitó a cenar.

– Además, me ayudó a preparar el yakimeshi –finalizó Lily–. Del cual te guardé una generosa porción, por si tienes hambre.

– Te la acepto con mucho gusto, estoy famélica –agradeció Elieth–. No he parado en todo el día y pensaba sugerir que encargáramos algo de comer; sin embargo, no estuvo bien que te pusieras a cocinar, acabas de tener un accidente.

– Fue lo mismo que yo le dije –atajó Genzo y después puso los ojos en blanco–. Pero hazla entender.

– Oh, pero si prácticamente él hizo casi todo –aseguró Lily, aunque eso no era totalmente cierto–. Me ha estado ayudando últimamente, más de lo que debería.

– Bueno, te dije que podías confiar en él, ¿no es cierto? –repuso Elieth–. Al principio temí que hubiese cambiado al grado de volverse un patán, pero debajo de todo ese engreimiento sigue estando el muchacho decente que conocí alguna vez.

– Deja de hablar de mí como si no estuviera presente –protestó Genzo, avergonzado, preguntándose por qué tantas personas le habían asegurado a Lily que podía confiar en él.

Aunque le hubiera gustado quedarse por más tiempo, Wakabayashi se despidió en cuanto pudo y Lily le pidió a Yoshio que lo acompañara a la salida. Mientras seguía al hombre y veía su recta espalda, Genzo se dijo que quizás Yoshio podría darle información más verídica con respecto al papel que había tenido Lily en la vida de Hatori. Ni siquiera estaba seguro de por qué quería saberlo, pero necesitaba algunas respuestas, quizás porque estaba demasiado involucrado con tanta intriga como para ignorarla. Sin embargo, aunque él se lo preguntara, Yoshio no estaba obligado a contestar y quizás no sabría todos los detalles.

– Yoshio, sé que no nos habíamos visto desde hace mucho tiempo, pero hay algo que me gustaría preguntarte –comenzó a decir Genzo, antes de que ambos llegaran a la salida–. Tengo muchas dudas y tal vez podrías darme algunas respuestas.

– ¿Sobre qué, joven Genzo? –preguntó Yoshio, al tiempo en que detenía su caminar.

– Sobre algo que me comentó Eriko –contestó Wakabayashi–. Ella me dijo que, para poder despedirse de su padre, tuvo que venir a esta casa a escondidas, en un momento en el que la doctora no estaba presente. ¿Es verdad?

Aunque Yoshio intentó mantener la compostura, fue evidente que la pregunta le causó desagrado. Genzo iba a retractarse cuando Yoshio respondió.

– No debería ni siquiera fingir que he escuchado su pregunta, porque responderla me convertiría en alguien indiscreto –comentó–. Serle fiel al doctor implica también ser reservado con sus asuntos personales. ¿Para qué quiere saber si es verdad o no?

– Porque mi tío me ha hecho venir hasta acá para encontrarme con un lío que involucra a su segunda esposa y quiero saber por qué –explicó el portero–. Sólo estoy tratando de entender, siento como si hubiese llegado a la mitad de una obra de la que no me sé la trama pero se espera que actúe en un papel principal.

Curiosamente, Yoshio le dirigió una mirada compasiva, como si supiera algo que nadie más sabía y que lo involucraba. El mayordomo se quedó pensando unos momentos antes de decidirse a hablar.

– Considerando lo que se viene, tiene derecho a saber la verdad, joven Genzo –dijo Yoshio, con voz paternal–. No es mentira que la señorita Eriko tuvo que venir a ver a su padre una tarde en que la doctora no estuvo presente, pero hubo razones de peso para que las cosas sucedieran así. La terquedad de la señorita de no aceptar a su madrastra la llevó a mantenerse alejada del doctor aún en sus momentos más difíciles, no la hizo cambiar de parecer ni el enterarse de que estaba agonizando, así que el doctor Hatori habría muerto sin ver a su hija una última vez si la doctora no hubiese tomado cartas en el asunto. Ella quería que su esposo pudiera despedirse de la señorita Eriko, pero como sabía que, si la invitaba directamente, la señorita se negaría a venir, me pidió que fuera a buscarla y a rogarle que viniera a hablar con el doctor, pero haciéndole creer que todo era idea mía. La doctora incluso planeó irse de la casa para hacer más creíble la mentira y que así la señorita Eriko no tuviera reparos en aceptar mi ofrecimiento.

– ¿Todo fue idea de la doctora? –Wakabayashi estaba atónito–. ¿Por qué se tomó tantas molestias?

– Porque ella realmente quería al doctor –señaló Yoshio, serio–. No sólo se tragó el orgullo para que él pudiera ver a su hija por última vez, sino que también lo cuidó hasta el final, con mucho amor, paciencia y dedicación. No sé qué tanto le han contado, joven Genzo, pero la doctora es una buena mujer, yo no seguiría aquí de no ser así, su único problema es ser más joven que el doctor.

– No me parece que sea un problema grave –señaló Genzo, muy incómodo–. Ella ya es adulta.

– Para la señorita Eriko sí lo fue –replicó el mayordomo–. Ella jamás le perdonó a su padre que se haya atrevido, según sus palabras, a creer que todavía era un hombre capaz de ser visto como hombre y no como abuelo. La señorita siempre creyó que el doctor sólo viviría para ella y para sus nietos, no pudo con el hecho de que él quisiera rehacer su vida.

Si bien le había dicho a Schneider que él también enloquecería si su madre enviudara y se volviera a casar con alguien más joven, Wakabayashi no pudo evitar sentir indignación y una inesperada compasión por Hatori. Eriko, siendo Eriko, lo degradó a los papeles de padre comprensivo y abuelo consentidor, quitándole los derechos de ser una persona por sí sola y de aspirar a su propia felicidad. Y es que, por mucho que a Hatori le entusiasmara ser padre y abuelo, esto no podía suplir el deseo de ser un hombre completo e independiente. Genzo comprendió entonces por qué Hatori terminó escogiendo a Lily por encima de Eriko, probablemente habría hecho lo mismo estando en su lugar.

– Gracias, Yoshio –dijo Genzo, en voz baja–. Me has aclarado un par de cosas.

– He hablado de más –recalcó el mayordomo–. Pero es necesario que conozca la verdad.

Cuando regresó al hotel y vio su maleta a medio hacer, a Genzo volvió a ocurrírsele la idea de tomar sus cosas y marcharse de Japón, pero ya estaba más que resignado a que no se iría. Estaba aceptando al fin que Hatori y Lily fueron menospreciados por su familia por el hecho de querer ser felices y si bien eso no era su problema, el portero no podía evitar sentirse molesto. Se preguntó si su indignación era normal, si eso le ocurriría a cualquier persona que tuviese dos gramos de decencia, pero no obtuvo una respuesta. De lo que estaba seguro era de que, ahora que ya había averiguado la verdad con respecto a una de las acusaciones más graves de Eriko, lo siguiente que debía hacer era investigar qué sucedió entre Shuzou y Lily que llevó sus relaciones a un punto crítico.

"¿Y qué harás cuando lo averigües? ¿Reclamarle al que está mintiendo? ¿Para qué?".

En parte porque no tenía otra cosa qué hacer y en parte porque deseaba seguir presionándola, Genzo se acostumbró a visitar a Lily para darle los pormenores de la reparación del Porsche. Diariamente, el portero iba al taller a charlar un rato con los mecánicos y después se comunicaba con Eiji o con Shuichi para saber cómo estaba su padre y para avisarles que estaba en proceso de convencer a Lily de que hiciera las cosas como se debían. En más de una ocasión, Shuichi se quejó de que intentaría bloquear esas cláusulas de manera legal para no tener que depender de ella, pero a la tercera o cuarta vez que lanzó esta amenaza, Genzo dejó de tomárselo en serio, quizás porque sabía que, por mucho que protestara, Shuichi al final no se atrevería a contrariar los deseos de su tío. Eiji, por su parte, se dedicaba a hacerle comentarios sardónicos a Genzo acerca de lo mucho que a su hermano parecía agradarle su tía y Genzo invariablemente contestaba que lo hacía para acabar pronto con el problema del testamento y poder marcharse a Alemania, que ya había pasado ahí más tiempo del que esperaba. Genzo sabía que no estaba engañando a Eiji, pues ni siquiera podía engañarse a sí mismo, pero también estaba consciente de que no debía responder otra cosa para no levantar suspicacias en una cuestión que ya era muy complicada por sí sola.

Tras terminar con estos rituales, el portero se dirigía entonces a la mansión de Hatori para hablar con su viuda. Por regla general, Lily ya estaba esperándolo con comida o bocadillos, que ambos compartían con mucho gusto. No siempre preparaba ella la comida, a veces era Yoshio quien lo hacía, pero ser recibido con alimentos caseros y una sonrisa sincera era algo a lo que Wakabayashi no estaba acostumbrado y el cambio resultaba muy agradable, era como volver a un hogar que no sabía que necesitaba. Cada vez, sin embargo, acudía a su mente la idea de que así debieron de ser las visitas que Genzo pudo haberles hecho a Hatori y a Lily cuando él todavía estaba vivo y eso le dejaba un regusto ácido en el paladar, lo que a la larga lo llevó a sentir que estaba haciendo algo mal, como si no tuviese derecho a disfrutar de esos momentos de intimidad. Sin embargo, otra parte de su personalidad, la más enérgica y egoísta, le decía que no causaba daño que él disfrutase de ese tiempo con su tía política, que de cualquier manera a Hatori no le habría molestado y que nada se ganaba con que se negara a hablar con Lily, no era como si ellos estuviesen haciendo algo indebido. De lo otro, es decir, de ese sentimiento que estaba gestándose en algún rincón de su corazón, Genzo no quería ni hablar, era preciso que continuara ignorándolo de manera permanente.

Al principio, Lily hablaba mucho de Hatori y de la relación que llevaron antes de ser pareja, pero conforme fueron pasando los días, la joven empezó a charlar sobre ella misma y sus propias metas. Sin que Genzo tuviera que preguntárselo, ella le confió una de las cosas que él más quería saber, es decir, el por qué decidió mudarse a Japón para hacer una especialidad médica, cuando le saldría más fácil intentarlo en cualquier otro lado. Lily pareció avergonzarse de su terquedad, pero fue sincera cuando le contó a Wakabayashi que lo hizo porque consideraba que Japón era uno de los mejores lugares para hacer la especialidad que deseaba. Ella estuvo analizando sus posibilidades y la convocatoria de la clínica del doctor Hatori Wakabayashi llamó poderosamente su atención, tanto por la lista de profesores como por el plan educativo. Que Lily tuviera que cumplir con una larga lista de requisitos y demostrar que tenía el nivel adecuado para ser una extranjera estudiando y trabajando en Japón sólo añadió interés al asunto, ella se lo tomó como un reto para demostrarse a sí misma que era capaz de hacerlo.

– Mi padre lo agarró como una prueba de lo terca que soy –confesó Lily, con una risita avergonzada–. Él asegura que elegí venir a Japón porque era la opción más difícil, que si hubiese habido una vacante en la Antártida, sin duda que la hubiera tomado aunque sólo pudiese tratar a los pingüinos. Creo que me gusta sufrir, ¿no te parece?

– Soy la persona menos indicada para criticarte por eso –replicó Genzo, con una sonrisa torcida–. Yo también viajé hasta el otro lado del mundo en busca de mis sueños, así que no veo tan extraño que hayas venido desde México para alcanzar tus metas. La diferencia conmigo es que yo no tuve que cumplir con muchos requisitos antes de irme a Alemania, ni siquiera tuve que aprender el idioma, cosa que no creo que haya pasado contigo.

– No, yo sí tuve que aprender japonés antes de venir –asintió Lily–. ¡Es un idioma muy complicado!

– Tanto como lo es el alemán –acotó Wakabayashi–. Pero es parte de lo que se tiene que hacer para conseguir lo que quieres.

– Estoy de acuerdo –aceptó ella–. ¿Sabes? Eres la primera persona que me entiende, todos aquí estaban sorprendidos por el hecho de que me hubiese tomado tantas molestias para hacer una especialidad que podría haber hecho en cualquier otro lado. Más aún, hubo gente que me preguntó directamente por qué no había abandonado mi profesión para conseguirme un marido y tener hijos.

– No me sorprende–. Él esbozó una mueca–. Es lo que se espera de las mujeres aquí.

– Sí, lo sé –suspiró Lily, quien se quedó callada antes de soltar una confesión inesperada–: Ni siquiera Hatori me comprendió realmente; muchas veces me dijo que estaba admirado de mi determinación, pero que le resultaba extraña. Incluso, una vez me preguntó, cuando ya estábamos casados, si no quería darme un respiro, él ansiaba tener hijos pero yo no estaba dispuesta a sacrificar mi carrera por un bebé, no después de todo lo que me esforcé para llegar hasta aquí. Es triste decirlo, pero Hatori no lo entendió y discutimos varias veces por esto, me parece que de verdad él no creía que el matrimonio y los hijos no fueran mis prioridades y que si me casé fue por amor, no porque buscara alguna de las dos cosas.

Genzo, que no estaba preparado para esta declaración tan personal, se sorprendió y no supo qué decir. Lily, al ver su expresión, cambió apresuradamente el tema, consciente de que había hablado de más, y no pasó mucho rato antes de que dijera que estaba muy cansada y que deseaba acostarse un rato. Wakabayashi entendió la indirecta y se retiró, esperando que eso no hiciera que Lily volviese a levantar sus barreras. Él no podía evitar notar lo irónico que era que, contrario a lo que Shuzou creía, hubiera sido Hatori y no Lily quien quiso tener un hijo.

"Definitivamente ella no andaba en busca de dinero", se dijo el portero. "Ni tampoco, como pensaba Schneider, se casó esperando escalar de nivel rápidamente, creo que ni siquiera se le pasó por la cabeza esa cuestión".

Pero al día siguiente, Lily ya estaba esperándolo como si nada hubiera ocurrido, como si el comentario de la noche anterior no hubiese sido pronunciando jamás y fue ahí cuando Genzo supo que ella disfrutaba de esas reuniones tanto como él, al grado de dejar pasar una situación muy incómoda para no perdérselas. No era para menos, era casi seguro que Lily llevaba mucho tiempo sintiéndose sola y que no había mantenido una charla amena con un Wakabayashi que no la juzgara, así que no era de asombrar que se hubiera hecho acepta a esas pequeñas reuniones con su rebelde sobrino político. Además, ambos debían reconocerlo, tenían caracteres muy afines y puntos de vista muy similares, una vez que se perdió esa barrera de incomodidad que se había levantado ente los dos debido a la situación en la que se encontraban, descubrieron que tenían todo lo necesario para ser amigos. Genzo se llegó a preguntar si Lily también desearía que ellos se hubiesen conocido de otra manera, sin un lazo familiar que pendía entre ellos como una espada de Damocles amenazando con caerles encima en cualquier momento.

"Aunque si no fuera por ese lazo familiar, tú no la hubieras conocido…".

Para bien o para mal, Lily no quería oír ni media palabra de la fortuna ni del hecho de que los trámites de herencia estaban detenidos por su culpa. Ella creía firmemente que la mejor manera de zafarse del problema era dejando que Eriko se quedara con todo, ya que ella no deseaba conservar algo que no fuese el Porsche. A pesar de su insistencia, Wakabayashi sentía que no estaba ni remotamente cerca de convencerla de lo contrario, aunque no por eso dejaba de intentarlo. Esa tarde, en vez de platicar en la cocina, como era su costumbre, ambos se refugiaron en la biblioteca, a donde Yoshio les había llevado el café y algunos postres.

– Ni siquiera quiero esta casa, por muy hermosa y grande que esté –afirmó Lily.

– ¿Y por qué no? –quiso saber Genzo, quien estaba disfrutando mucho con los pasteles de su infancia–. ¿No es de tu agrado?

– No es eso, es que es demasiado grande para mí, ¿para qué quiero tanto espacio? –respondió la doctora–. Y no me interesa si no tengo con quién compartirla. Además, está muy ligada al dolor de los últimos días que pasé con Hatori, preferiría mudarme a otro sitio que no tenga recuerdos de ese tipo. Al menos Eriko no pasará por eso, sólo tendrá memorias bonitas de su infancia feliz.

– Me asombra escucharte decir eso –reconoció Genzo–. Pensé que la odiabas.

– "Odiar" es una palabra muy fuerte, Genzo –replicó Lily y soltó un suspiro–. No se la merece cualquiera y definitivamente no Eriko. Ya te dije que sí me he puesto en su lugar y por eso es que no la culpo por reaccionar como lo hizo, pero sí me molesta que haya visto a Hatori como un desecho de la sociedad que sólo tenía permitido envejecer sin molestar a nadie. ¿Puedes creer que me dijo que él ya no estaba en edad de enamorarse de nuevo y que era una vergüenza lo que estábamos haciendo?

– Sí, lo creo, es algo que Eriko diría. – Genzo prefirió no aclarar que Yoshio y Misaki ya le habían hablado de ese asunto–. Pienso que no es justo que ella haya querido impedir que mi tío fuese feliz sólo porque no le convenía. Lo peor del caso es que probablemente Eriko no ha llegado a entender que esto es problema suyo, no de Hatori, y quizás nunca lo haga. Sin embargo, aunque me agrada que no la odies, es altamente probable que ella sí lo haga.

– Sí, lo sé –aceptó Lily, tras lo cual bebió largamente de su taza antes de continuar–: No es como si me preocupara, a estas alturas ya estoy convencida de que nunca vamos a llevarnos bien. Me parece que esto también ya te lo dije antes, que busqué una manera de llevar la fiesta en paz, de limar asperezas, de hacerle ver a esa mujer que no buscaba ser la manzana de la discordia y que su padre iba a seguir queriéndola. No deseaba interpretar el papel de madrastra, ni siquiera el de segunda esposa, sólo el de amiga, pero hasta ése me quedó grande; nunca tuve una oportunidad con Eriko, su rechazo hacia mí no desaparecerá ni aunque le deje toda la herencia y la casa.

– Podrías averiguarlo si vas a la lectura del testamento –sugirió Genzo, con inocencia–. Quizás, si delante de la familia en pleno le aseguras que se puede quedar con todo, cambie su manera de verte.

– No me vas a hacer caer con eso. –Lily sonrió–. Además, no veo cómo evitar el punto de que yo tengo que aceptar mi parte de la fortuna para que Eriko reciba la suya, como no sea impugnando el testamento y para eso no necesitan que esté presente.

– Sigo insistiendo en que estás complicando las cosas porque quieres –señaló el portero, repentinamente serio–. Lo más fácil sería que fueses a la lectura, aceptaras el dinero y desaparecieras después. No estás obligada a mantener contacto con nadie una vez que concluyan los trámites, en algún punto mi padre y Eriko se cansarán y te dejarán en paz, pero en vez de eso prefieres aferrarte a tu terquedad y prolongar esta difícil situación.

"En eso es igual a ti, ¿no te parece?".

– No quiero ese dinero –repitió Lily, tercamente.

– Una vez más te lo digo: eso es algo en lo que debiste pensar cuando te casaste –la contradijo Genzo, sin variar su expresión–. Ese dinero venía incluido con mi tío, al igual que todas las cosas buenas y malas que obtuviste de él. Por más que quieras, no puedes ignorar lo que no te guste de alguien, doctora; si aceptaste a Hatori como pareja, lo debes de aceptar con todo lo que eso conlleva.

Lily sintió que se ruborizaba, pues Wakabayashi había dicho una gran verdad. Ofuscada, se refugió en su taza de café y lo aprovechó para justificar el por qué se había quedado sin respuesta ya que, por más que le molestara, Genzo tenía razón.

"Ay, Hatori, tu sobrino es más complicado de lo que pensé", se dijo ella, mientras le lanzaba a Genzo una mirada furibunda. "Ojalá me hubieras contado para qué querías que viniera a Japón. ¿Será que sabías que iba a rechazar mi parte de la herencia y querías que él me convenciera de aceptarla? Pues no se te va a hacer, no me va a hacer cambiar de parecer, por mucho que me deje sin saber qué contestarle".

Pero, aunque se negara a reconocerlo, en el fondo Lily agradecía que Genzo estuviese ahí.


Notas:

– Yoshio, el mayordomo, es un personaje creado por Lily de Wakabayashi.

– El yakimeshi es un platillo japonés preparado con arroz como ingrediente principal y una variada cantidad de ingredientes adicionales, como camarones, trozos de verdura, de res o de pollo, entre otros.