Capítulo 8.
Genzo apagó su teléfono a la quinta llamada de Shuichi. Ya había supuesto que su hermano mayor le llamaría para reclamarle y no estaba de ánimos para tolerarlo, así que lo más sencillo para él fue desconectarse del mundo. El joven estaba consciente de que había llevado las cosas al límite, nada de lo que pudiera hacer borraría el hecho de que le había dicho a Shuzou sus verdades, como no fuera humillarse para pedir su perdón. Y si bien Genzo sabía que estaba mal que le hubiera faltado el respeto a su padre, no creía haber actuado de forma incorrecta. No estaba convencido de que le tocase a él el papel de juez, pero la situación lo había empujado a ello. Quizás no habría sido tan duro de no haberse enterado de la verdad, pero ahora que la conocía, no podía ignorarla. Lo que había comenzado como algo sencillo, un viaje para cumplir la petición de un familiar que acababa de morir, había terminado alterando los cimientos de todo lo que creía acerca de su familia y de la forma en cómo se relacionaba con cada uno de sus integrantes. Si ése hubiera sido el único objetivo de Hatori, había quedado bien cumplido, pero desgraciadamente la cuestión siempre fue mucho más turbia.
Como no podía permanecer incomunicado durante mucho tiempo, Genzo encendió su celular y bloqueó a todos los miembros de su familia (con excepción de su madre), pues estaba seguro de que Kana no le llamaría para incriminarlo. En cuanto lo hubo hecho, entró una llamada de Schneider, que Wakabayashi se apresuró a responder.
– Pensé que podría haberte sucedido algo, llevo un rato intentando comunicarme contigo –reclamó Karl, con una auténtica preocupación en la voz–. ¿Está todo bien por allá?
– Pues no, no puedo decir que las cosas por acá anden, es todo lo contrario, todo está muy mal por acá, pero no es algo que me vaya a matar –suspiró el portero–. No me pasó algo físico, sólo apagué el teléfono para no tener que hablar con mi familia, siento haberte preocupado.
– No te entiendo –confesó el alemán, tras unos instantes de silencio–. ¿Tú estás bien pero las cosas con tu familia no?
– Exacto –asintió Genzo–. Es difícil de explicar.
– ¿Tiene que ver con el testamento de tu tío? –quiso saber Schneider–. Me habías comentado que iba a leerse ayer.
– Sí, tiene mucho que ver, de hecho es la causa directa de que las cosas sean un caos –respondió Wakabayashi.
– ¿Qué tan malo fue? –inquirió Schneider, con evidente curiosidad–. ¿Tu tío te dejó la mitad de su dinero?
– ¡Ojalá hubiera sido eso! –bufó Genzo–. Fue algo que no te imaginas, pero no es el tipo de cosas que puedan contarse por teléfono, ya te hablaré de todo cuando esté de regreso, por lo pronto sólo puedo decir que ha sido algo grande, muy grande, pero que estoy en proceso de corregirlo.
– Entiendo. –Karl se escuchaba decepcionado, sin duda que le habría gustado conocer la historia de una vez–. Supongo que eso significa que vas a volver pronto.
– ¿Qué quieres decir? –cuestionó Wakabayashi, desconcertado por la pregunta.
– Que si ya se resolvió lo del testamento, o está en proceso de hacerlo, ya no hay razones para que te quedes en Japón –explicó el Káiser–. ¿No es así?
– Eh, pues sí, pero todavía no lo resuelvo, estoy en proceso de hacerlo –respondió Genzo, a la defensiva–. Todavía quedan cosas pendientes.
"¿Ah, sí? ¿Cuáles?".
– Sí, ya veo –dijo Karl, después de un titubeo–. Tómate el tiempo que necesites, entiendo que esto no está siendo tan fácil como lo parecía en un inicio, pero tampoco abuses, también te necesitamos aquí.
– Sí, lo sé –aseguró Wakabayashi–. Estoy consciente de eso.
– Es curioso cómo hace algunos días estabas impaciente por marcharte de Japón y ahora te resistes a volver a Alemania. –Schneider se dio cuenta de lo que realmente le estaba pasando a su amigo–. ¿Estás seguro de que puedes solucionarlo?
– Sí, estoy seguro –afirmó Genzo–. No pienses cosas que no son.
Pero él también había notado que sus ganas de irse se esfumaban conforme la situación comenzaba a aclararse. Y sabía perfectamente que la razón tenía rostro y nombre definidos, pero Genzo se negaría a admitirlo.
– Bien, mantenme al tanto –pidió Karl, antes de cortar la llamada–. Y procura no desaparecer sin dejar rastro, no quisiera tener que ir a Japón a organizar una partida de búsqueda y rescate por ti.
– Si eso llega a pasar, busca a Elieth Shanks en la embajada francesa. –Genzo se tomó el comentario con humor–. Ella sería la única persona en Japón que estaría interesada en ayudarte.
– ¿Elieth Shanks? ¿Quién es ella? –cuestionó Karl–. ¿Tu nueva novia?
– Nada más alejado de la realidad –rio el portero–. No funcionaríamos como pareja, nos mataríamos el primer día. Elieth es la amiga de la infancia que te llamó idiota por juzgar a la esposa de mi tío.
– ¡Ah! Así que se llama Elieth Shanks –replicó Schneider–. Bien, ya sabré a quién llamar para discutir con ella sobre lo que implica ser imparcial.
– Buena suerte con eso –respondió Genzo, con mofa–. Te va a hacer papilla.
– Eso quisieras –gruñó Karl y, tras despedirse, cortó la llamada.
Hablar con Schneider tranquilizó y estresó a Wakabayashi partes iguales. Lo tranquilizó porque platicar con un amigo que esté dispuesto a escuchar siempre es reconfortante; lo estresó porque le recordó al portero lo que no había querido pensar: que se acercaba el momento en el que debía volver a Alemania, el momento en el que tendría que despedirse de Lily.
"Si le haces caso a tu tío y te casas con ella, no tendrás que decirle adiós", susurró su diablillo interior.
Este pensamiento era tan absurdo que Genzo ni siquiera se tomó la molestia de censurarse a sí mismo.
Unas horas más tarde, Wakabayashi se encontraba en el vestíbulo del edificio en donde el señor Takamura tenía sus oficinas; ahí ya estaba Elieth esperándolo, mientras Lily aparcaba el Porsche. A Genzo le sorprendió ver a su amiga, pero después se dijo que era obvio que Lily no querría ir a eso sola, no tras haberse besado con su sobrino después de que su difunto esposo dejó como última voluntad que se casara con él. Elieth, al verlo, se acercó a él y le dio un abrazo que duró más de lo esperado, lo que le hizo pensar a Genzo que ella ya estaba enterada de lo sucedido.
– Supongo que ya sabes cómo acabó todo –comentó él, tras soltarla.
– Sí, Lily me lo ha contado. –Elieth se veía molesta–. ¿Entonces es cierto?
– Lo es –suspiró Genzo.
– Sigo esperando a que alguno de los dos me diga que es una broma –replicó ella–. ¡Me parece tan absurdo!
– Créeme, yo también lo estoy esperando –acordó el portero.
– Perdóname por lo que te dije la primera vez que nos vimos, eso de que debiste estar más al pendiente de tu tío –soltó Elieth, con expresión arrepentida–. Ahora veo que hiciste bien en mantenerte apartado. Antes creía que Hatori y Lily eran las víctimas, ahora veo que las víctimas son ella y tú.
– Yo creo que la única víctima es Lily –rebatió Genzo–, pero aunque agradezco tus disculpas, también pienso que tuviste razón al decirme que debí estar más al pendiente. Quiero decir, no sabíamos que esto iba a pasar, pero independientemente de si mi tío perdió la cabeza en sus últimos días de vida, eso no justifica que yo no me haya despedido de él.
– Tal vez fue lo mejor –sugirió Elieth–. Quizás en su lecho de muerte te habría arrancado la promesa de que te casarías con Lily y entonces sí que estarían bien jodidos los dos.
– Quisiera decirte que exageras –sonrió Genzo, –pero a estas alturas lo veo bastante posible.
– Digno de una novela, ¿no crees? –Elieth se rio–. Ya hablando en serio, ¿qué es lo que piensas al respecto?
– ¿Realmente necesito decirte que esto me parece absurdo? –replicó Genzo–. Por algo estamos aquí, tanto Lily como yo queremos dejar establecido que no pensamos cumplir con esa última voluntad.
– Sí, lo suponía, pero quería escucharlo de ti –suspiró la francesa–. Al menos puedes decir que no todo ha estado mal, veo que te llevas mejor con Lily, ya hasta la llamas por su nombre.
Quería Genzo replicar algo que no sonara tan prefabricado. Decir que la llamaba por su nombre porque era su tía y deseaba llevar una relación amistosa habría sonado falso y no necesitaba mentir con Elieth. Sin embargo, tampoco estaba listo para admitir que en esas semanas había logrado entablar una conexión con Lily que parecía ser muy auténtica. Para su fortuna, él no tuvo que contestar pues Lily apareció, acompañada de Marcel, y Genzo y Elieth cambiaron el tema.
El señor Takamura, que ya había sido informado de su visita, los recibió con expresión avergonzada y arrepentida, como si apenas acabara de darse cuenta de que había aceptado apoyar un plan bastante desquiciado. Quizás le resultó sencillo aceptarlo cuando lo escuchó de labios de un moribundo, pero ahora que se había enfrentado a los dos afectados, la cuestión había tomado un rumbo diferente. Tal vez por esto fue que aceptó con humildad que tanto Genzo como Lily le anunciaran que no pensaban casarse y que no habría última voluntad que pudiera obligarlos a ello.
– Esto ya lo había aclarado el día en el que se leyó el testamento, pero dado que usted ya se había retirado, doctora, lo vuelvo a repetir: esto es sólo una petición de parte del doctor, no una imposición –aclaró Takamura–. El que reciba su parte de la herencia no está condicionado a que se case con su sobrino, así que no era necesario que vinieran los dos en persona a decirme que no planean cumplir con esa petición.
– Dadas las sorpresas que nos hemos llevado en los últimos días, preferimos no correr el riesgo –replicó Lily.
Una vez aclarado este punto, el resto fue relativamente sencillo. Marcel ya estaba haciéndose cargo de las cuestiones legales y dado que nadie iba a imputar el testamento, era cuestión de días para que se hiciera la repartición de los bienes. Lily temía que al final Shuzou quisiera meter mano para entorpecerle los trámites, pero Genzo estaba seguro de que su padre ya no movería un dedo para afectarla, aunque no le dijo la razón. Al salir de la oficina de Takamura, Elieth deliberadamente se adelantó con Marcel para dejar a los otros dos a solas y Wakabayashi no entendió de momento el por qué ella hizo esto, pero lo comprendió cuando Lily se detuvo para encararlo.
– Bien, creo que aquí termina tu aventura –comenzó a decir ella, muy seria–. Gracias por haber llegado hasta aquí, gracias por apoyarme hasta donde has podido, creo que te has ganado tu derecho a irte.
– ¿Qué quieres decir? –cuestionó Genzo, aunque bien que lo sabía.
– Que es hora de que regreses a Alemania, a retomar tu vida en donde la dejaste –explicó Lily y desvió la mirada–. Ya puedes marcharte, eres libre.
Y entonces él volvió a experimentar esa sensación de pérdida que llevaba sintiendo desde hacía algunos días. Y también volvió a sentirse enojado con Hatori por haberle arruinado algo que en realidad nunca tuvo oportunidad de ser, porque si Lily fuese una chica normal, alguien que no estuviera relacionada a él, Genzo habría podido pedirle su teléfono, correo, cuenta de Instagram o lo que fuera para mantener contacto con ella, pero estando las cosas como estaban, no se atrevería a hacerlo. Y eso significaba que, una vez que se marchara de Japón, no volvería a verla.
Y definitivamente no quería que eso ocurriera.
– Puedo esperar hasta que te vayas a Santorini –ofreció él, sin detenerse a analizarlo.
– Sabes que, por muy rápido que se hagan los trámites, eso va a tomar tiempo y tú ya has perdido bastante con lo del accidente –negó Lily–. Voy a estar bien, podré con esto sola, no necesitas seguir ocupándote de mí.
"No quiero dejar de verte. No quiero dejarte ir…".
En esos momentos, Genzo tuvo muchos deseos de confesar sus verdaderos sentimientos, decirle las cosas prohibidas que llevaban rato dando vuelta en su cabeza, confesarse ahí mismo, a ella, al mundo entero, a sí mismo. Pero sabía que no podía hacerlo, así que permaneció en silencio durante unos minutos.
– Supongo que tienes razón –aceptó él, al fin–. Ya me he tomado días libres y de hecho hace rato el capitán de mi equipo me ha comentado que me necesitan allá así que, sí, es momento de que me vaya.
– Podría ir a Alemania a visitarte, si te parece bien –añadió Lily, con timidez–. No sé cuánto tiempo voy a estar en Santorini, pero me gustaría visitar también el resto del continente y podría pasar a saludarte, Múnich es otra ciudad que quiero conocer.
– Seguro –respondió Genzo y sonrió a medias–. Con gusto te daré un tour por la ciudad.
– Es un trato entonces –Ella le correspondió la sonrisa y después los dos desviaron la mirada.
El ambiente se tiñó de melancolía, una vez que los dos aceptaron que se habían terminado esas tardes en donde ambos podían escapar del mundo por un rato. Estaban conscientes de que iba a suceder tarde o temprano, pero de cualquier manera fue difícil aceptarlo. Para ahogar esa inútil sensación de pérdida, Genzo le sugirió a Lily que alcanzaran a Elieth y a Marcel, pues deseaba despedirse de ellos, y la doctora estuvo de acuerdo. No habían caminado más que unos cuantos metros cuando él divisó a Marcel hablando con Elieth, a la espera de que ellos terminaran, lo que le confirmó a Wakabayashi que la francesa se había alejado a propósito para que Lily le comentara que podía irse.
– Al final te comportaste a la altura de las circunstancias –comentó Elieth–. Ha sido agradable volverte a ver, Genzo.
– Lo mismo digo de ti, Peque –contestó el portero–. Espero que no tengan que pasar otros diez años para que nos volvamos a ver.
– Oh, seguro que nos veremos más pronto de lo que crees –aseguró ella–. Ahora que Lily va a estar en Grecia, tendré que tomarme vacaciones más seguido para ir a visitarla, seguro que podría ir a verte también.
– Estaré esperando tu visita –aceptó el portero–. De paso podrías conocer a Schneider, que dice que quiere discutir contigo el asunto de ser imparcial.
– ¿Ah, en serio? –Elieth alzó las cejas–. No sabe en lo que se está metiendo.
– Se lo advertí, pero no me escuchó. –Genzo alzó los hombros–. Ya te encargarás de hacérselo entender.
Tras esto, el portero le agradeció a Dubois por su apoyo y aunque se dio cuenta de que ya no tenía motivos para seguir retrasando su despedida, todavía no quería marcharse. Lily parecía sentirse igual, pero ella tampoco tenía una razón para evitar que Genzo se fuera. Al final, fue a él a quien se le ocurrió un último tema de conversación, que no dudó en usar mientras Marcel y Elieth echaban a caminar tras haberse despedido de él, como si entendieran que ellos necesitaban unos últimos instantes a solas.
– ¿Qué vas a hacer con el Porsche? –le preguntó a Lily, con curiosidad genuina–. ¿Vas a llevártelo a Europa?
– No. Rémy ofreció quedarse con él –suspiró Lily–. Dice que, si algún día me arrepiento de haberlo vendido, que está seguro de que sí lo haré, me lo regresará sin objeciones.
– Ya veo. –Wakabayashi hizo una mueca indescifrable.
– ¿Por qué pones esa cara? –quiso saber ella–. ¿Tú también crees que me voy a arrepentir?
– No lo sé –admitió él–. Por una parte creo que estás tomando una decisión precipitada basada en el dolor, pero por otro considero que llevarte ese auto a Grecia va ser un dolor de cabeza. Quizás sea más práctico que lo dejes aquí.
– Es lo que yo digo –asintió Lily, con una expresión de complacencia.
Ya no había más razones para seguir retrasando lo inevitable, así que Lily se despidió de él con un beso suave en la mejilla; Genzo se lamentó de no haberla besado en los labios como quería y entonces ella le dijo adiós antes de ir tras de Elieth y Marcel. A él le parecía surrealista que así de simple fuese su despedida, pero quizás era lo mejor.
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En su última noche en Japón, mientras reposaba en la mullida y enorme cama de su habitación de hotel, Genzo se preguntó una vez más qué habría pasado con Lily de haberse negado a ir a Japón. Seguramente nada habría cambiado, quizás ella a la larga habría terminado renunciando a su residencia o quizás Shuzou habría logrado su cometido de correrla del país, pero en cualquiera de los dos casos, la vida de la doctora en Japón prácticamente había terminado desde el momento en el que Hatori murió. No, eso era mentira, pues si Genzo debía ser sincero, tendría que admitir abiertamente que la vida de Lily en Japón acabó en el momento en el que decidió comprometerse con Hatori, pero eso ya no tenía importancia. Así pues, parecía ser que el único cambio real que hubo con ese viaje había ocurrido en él, pues fue su vida, y no la de la de la doctora, la que sufrió una transformación una vez que Lily Del Valle entró en ella. ¿Era esto lo que Hatori quería para Genzo, que sufriera ese cambio tan drástico? Probablemente no, pero aunque así fuera, usar a su viuda para conseguirlo era demasiado extremo.
Temiendo no tener el ánimo para hacerlo después, Genzo buscó el próximo vuelo a Frankfurt y compró un boleto en primera clase. El avión partía al día siguiente por la noche, lo que le daba un plazo de dieciocho horas para resolver cualquier asunto pendiente que todavía tuviese en Japón. Ver a Shuzou una vez más sería una pérdida de tiempo y hablar con alguno de sus hermanos sólo le causaría estrés innecesario, pues Genzo estaba seguro de que tanto Shuichi como Eiji le exigirían que se disculpara con su padre y eso era algo que no planeaba hacer, al menos no en un futuro inmediato. Sin embargo, todavía quedaba Eriko y Genzo se sintió en la obligación de hablar con ella. ¿Qué podía decirle? No estaba seguro, quizás estaría bien aclararle que no pensaba convertirse en su padrastro o lo que sea en lo que lo convirtiera el casarse con su madrastra. Estaba consciente, además, de que no tenía por qué justificarse ante Eriko, pero Genzo quería recalcarle que no tuvo nada que ver con las decisiones de Hatori, que era tan inocente como ella o como la propia Lily. Sin embargo, no se sintió con la seguridad de aparecerse así sin más ante Eriko, en vez de eso le llamó a Misaki para tantear el terreno y averiguar si ella estaría dispuesta a hablar con él.
– No sólo estaría dispuesta, sino que lo agradecería enormemente –respondió Misaki.- Está devastada y, si bien no me lo ha expresado abiertamente, está en una encrucijada moral porque por una parte sí cree que eres inocente, pero por otra está negada a aceptar que mi suegro planeó todo él solo.
– Bien, no lo hizo solo, Yoshio y el señor Takamura lo ayudaron, aunque entiendo el punto –bufó Wakabayashi–. No puedo culpar a Eriko por sentirse así, sería un insensible si lo hiciera. Creo que Hatori lo hizo con las mejores intenciones, pero no se detuvo a pensar en lo que esta petición le haría a su hija. Lo que nos haría a todos.
– Quizás tuvo las mejores intenciones, pero no pensó en las consecuencias –concordó Taro–. O quizás no le importó. Lo que es seguro es que Eriko tampoco la está pasando bien y aunque reconozco que no se ha comportado correctamente con Lily, es normal que se sienta tan afectada: primero su padre se casa con una mujer más joven y después pretende que al enviudar ella se case con la persona con la que siempre vio como a su hermano. Básicamente, de ser su madrastra, Lily pasaría a ser su cuñada.
"El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones", había dicho Lily en su momento y ahora Genzo estaba comprendiendo a qué se estaba refiriendo.
– No me voy a casar con ella, Misaki, pensé que ya lo sabías –replicó Wakabayashi, agotado.
– Sí, lo sé, sólo estoy poniéndote las cosas en el contexto en el que Eriko las ve –se apresuró a explicar Taro–. Me parece que esto se equipara al hecho de que Bisbrian, de ser mi novia, pasara a ser mi madrastra, creo que ése es un mal antecedente para Eriko, seguramente piensa que le va a pasar algo similar, aunque al revés.
– Tengo que decirte que lo tuyo es admirable, Misaki –admitió Genzo–. No cualquiera soportaría ver a su ex novia en el papel de madrastra.
– Es menos complicado de lo que crees –se rio Taro, aunque después añadió, ya serio–. Siempre pensé que mi suegro no encajaba en tu familia, ahora ya no estoy tan seguro.
– Oye, ya que tocaste el tema, hay algo que me gustaría saber. –Wakabayashi aprovechó su oportunidad–. ¿Qué es lo que piensa Eriko con respecto a que tu papá se haya casado con alguien más joven? ¿También lo considera una inmoralidad?
– Sé lo que estás pensando y me preguntaba si algún día tocarías ese tema –suspiró Misaki, resignado–. Sería una hipocresía que Eriko apoyara a mi padre y a Bisbrian pero que, al mismo tiempo, condenara a su propio padre y a la doctora, ¿no es así? Y sí, puede que lo sea, pero hay una explicación para eso.
– Es decir, que a Eriko no le parece mal que tu padre se haya casado con una extranjera que podría ser su hija –señaló Genzo.
– Creo que honestamente piensa que hacen una buena pareja –contestó Misaki, con mucho tacto–. Pero creo que es porque, desde que los conoce, los ha visto enamorados. Eriko no vio la relación que tuvieron mis padres, eso ni siquiera lo vi yo, así que no tiene un antecedente. Mamá tiene su pareja, papá tiene la suya y todos son felices así, por eso es que no le incomoda que Bisbrian sea mucho más joven que mi padre. Lo de mi suegro, por otro lado, es otra cuestión bien distinta: no sólo es su papá, sino que además sabe que sí amó a su madre y que tuvo una relación estable y larga con ella. Lo de la herencia, la casa y la diferencia de edad no son más que meros pretextos, lo que a Eriko le pasa es que no concibe que su padre haya podido enamorarse de una mujer que no es su madre.
– Aunque me fastidie reconocerlo, eso tiene algo de lógica –gruñó Genzo–, pero no justifica totalmente su doble moralidad.
De cualquier manera, esto era un punto de partida muy importante; Genzo sabía que Eriko se habría enojado aun cuando su madrastra fuese una tradicional mujer japonesa de la misma edad que Hatori, pero sin duda que la sulfuraba mucho más el que Lily fuera joven, extranjera y hermosa, y quizás aquí radicaba la razón por la cual era altamente probable que Eriko nunca bajara su rencor hacia ella.
– Pienso que a la larga terminará aceptando la idea –señaló Misaki–. No al nivel de aceptar a Lily como lo que fue, pero sí para que deje de culparla de todo.
– Quizás –dijo Wakabayashi, aunque no estaba tan convencido–. Gracias por hablarme de esto, me ha sido de ayuda.
Al día siguiente, muy temprano, Genzo se reunió con Eriko en un punto neutral, un parque que solían visitar con frecuencia cuando eran niños. Si bien Taro acompañó a su esposa, se mantuvo lo suficientemente apartado para darles a los otros un poco de intimidad. Genzo estaba dispuesto a permitir que Eriko se quejara tanto como quisiera, pero curiosamente ella no estaba en plan de protestar y él se dio cuenta de que la joven estaba tan herida como Lily, aunque por razones diferentes.
– Sé que me dijiste que el mundo no gira alrededor mío y que papá no hizo lo que hizo para dañarme, y he estado pensando en que quizás tienes razón –comenzó Eriko–. ¿Pero por qué me duele tanto entonces? ¿Por qué tenía que pedirte que te casaras con ella?
– Primero que nada, perdóname por haberte dicho que el mundo no gira alrededor tuyo –pidió Genzo–. Fui muy insensible, no debí hablarte así.
– No dijiste algo que no fuera cierto. –Eriko bajó la mirada–. Pero gracias por disculparte y tomar en cuenta mis sentimientos.
– Bien –asintió el portero–. Sé que te va a costar trabajo aceptar lo que voy a afirmar, pero mi tío me dejó esa carta porque amaba a la doctora. No supo cómo expresar ese amor ni utilizarlo a su favor, la situación lo sobrepasó y por eso es que quiso que recayera en mí, pero no se puede negar que lo hizo por amor.
– ¿Realmente crees que papá amaba a esa mujer? –Eriko frunció el ceño.
– ¿Por qué no? Que la amara a ella no significa que no haya amado a tu madre –insistió Genzo–. Y la doctora también lo quería y mucho, por eso es que mi tío intentó buscar una forma de compensarle el hecho de que iba a dejarla sola.
– ¡Ja! De ninguna manera te voy a creer que ella lo amaba –gruñó Eriko y se cruzó de brazos, enojada.
– Si la doctora no lo amara, no habría armado un plan para que tú pudieras despedirte de él –replicó Genzo–. Lily sabía que no irías si te invitaba directamente, así que te hizo creer que fue a Yoshio a quien se le ocurrió llevarte mientras ella no estaba. Y eso no lo hizo por ti, ni siquiera por ella misma, lo hizo por él.
– No intentes engañarme con eso –protestó Eriko, aunque le tembló la voz–. Eso no fue verdad.
– Pregúntaselo a Yoshio, no tengo por qué engañarte –aseguró el portero.
– ¿Y qué? –lo retó Eriko–. ¿Eso significa que tengo que disculparme con esa… con ella?
– Eso depende de ti. Sólo te lo cuento para que no te lo tomes como algo personal –atajó él–. ¿De qué te sirve a estas alturas seguir guardando rencores? ¿No crees que esto ha dejado ya suficientes marcas en la familia como para seguir causando más?
Genzo no sabía si serviría de algo el haber hablado con Eriko, pero se conformaba con que ella se sintiera más tranquila consigo misma. Sabía que a la mujer le esperaba un largo camino de arrepentimiento, pero siendo justos, se lo merecía, quizás así se le bajaría lo caprichosa.
– Me hubiera gustado que las cosas hubiesen sido diferentes –expresó Eriko, en voz baja.
– Creo a todos nos hubiera gustado lo mismo –replicó Genzo, aunque el concepto de "cosas diferentes" era distinto para cada uno de ellos–. Pero ya es demasiado tarde para pensar en eso.
A pesar de todo, Eriko se despidió de él con un abrazo fuerte y le agradeció su apoyo, después de lo cual le preguntó si la visitaría en Francia cuando naciera su hijo. En otras circunstancias, Wakabayashi habría contestado que no sería buena idea, pero en ese momento aceptó porque ya había entendido que guardar rencores no le sería de utilidad. Mientras Eriko se alejaba del brazo de Misaki, Genzo se dijo a sí mismo, con cierta ironía, que ese viaje lo había hecho madurar lo suficiente como para entender que lo mejor que podía hacer era perdonar a todos los miembros de su familia, aunque no se lo merecieran, porque la vida era demasiado corta para perderla en resentimientos.
Horas más tarde, Genzo llegó al Aeropuerto Internacional de Narita para tomar su vuelo. Le parecía surrealista que, al fin, estuviese a punto de irse de Japón, tras tantos sucesos que lo retuvieron durante más tiempo del planeado. Sin embargo, todavía le aguardaba una última sorpresa en forma de una visita inesperada: parada muy cerca del área de abordaje estaba Lily, con una actitud de expectante timidez.
– ¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó Genzo, con asombro–. ¿Vas a marcharte tan pronto?
– Vine a despedirte –aclaró Lily, inexplicablemente avergonzada–. Y a desearte que tengas un feliz viaje.
– ¿De verdad? –Él no salía de su asombro.- ¿Por qué?
– Supongo que ya debes de estar cansado de mí –continuó ella y bajó la mirada–, pero sentí que alguien debía desearte que tuvieras un buen viaje y que llegaras con bien a tu destino. Y como no creo que alguno de tus familiares venga, decidí hacerlo yo.
– ¡Ah! –exclamó Genzo, quien trató de ocultar el hecho de que se sentía muy feliz de verla ahí–. No era necesario que te tomaras la molestia.
– No es ninguna molestia. –Lily lo miró con dulzura–. Es lo mínimo que te mereces después de todos los líos en los que te metiste por mí. Además, era algo que quería hacer. No te enoja que haya deseado verte una última vez, ¿verdad?
Genzo se preguntó si Lily habría usado esa mirada con Hatori también para salirse con la suya. Seguramente sí, pero decidió que no le importaba.
– Por supuesto que no me enoja –contestó Genzo y sonrió–. Todo lo contrario, me alegra que lo hayas hecho, yo también quería verte una última vez.
Mientras más tiempo pasaba, más fácil les era a ambos ignorar esa sensación extraña que flotaba en el ambiente cada vez que se reunían, la sensación de sentirse atraídos por quien no deberían. Quizás en el futuro ambos podrían verse como amigos, más que como lo que realmente eran.
– Sé que llevo días agradeciendo lo que has hecho por mí, pero nunca me van a alcanzar las palabras –continuó Lily, en voz baja–. De verdad, estoy muy feliz de que hayas venido y de que te hayas quedado tanto tiempo.
– Bueno, fue Hatori el que me hizo venir –respondió Wakabayashi, sin estar plenamente consciente de lo que decía–, pero fuiste tú quien hizo que me quedara.
Lily se ruborizó entonces y lo contempló durante unos segundos con los ojos brillantes, tras lo cual desvió la mirada y soltó una risilla avergonzada.
– Nos estamos poniendo cursis y eso no es bueno –se burló ella–. Pero gracias por lo que acabas de decir.
La joven entonces se acercó a él y lo abrazó con fuerza; ni tardo ni perezoso, Genzo la rodeó con sus brazos y cerró los ojos, imaginando que Lily era en realidad una chica a la que acababa de conocer y con la que tendría contacto después. Tras unos minutos que parecieron eternos, ella se separó y lo besó en los labios, a lo que él respondió sin poner pretextos.
– No te entretengo más, que tengas buen viaje –señaló Lily–. Sigue en pie mi oferta de visitarte cuando esté viviendo en Grecia.
– Estaré esperando tu visita –aseguró Genzo, con una sonrisa–. Buen viaje para ti también.
Lily asintió y Wakabayashi, con todo el dolor de su corazón, se dio la media vuelta y echó a andar, dejándola atrás. Antes de entrar al área de abordaje, Genzo se giró una última vez y vio a Lily parada en medio de la terminal, diciéndole adiós con un movimiento de mano y una sonrisa en el rostro. Y esta escena fue la que se le quedó grabada en la mente durante el tiempo que duró el largo viaje de regreso a casa.
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Algunos meses después.
Considerando la buena cantidad de problemas que Genzo tuvo en Japón tras el funeral de su tío, se podía decir que era extraño que su vida no hubiese cambiado en gran medida al volver a Múnich. Además de contarle lo sucedido a Schneider (omitiendo deliberadamente el hecho de que había desarrollado sentimientos confusos y extraños por su tía política) y recibir un par de bromas de parte de Levin y de Xiao, no hubo más menciones a ese acontecimiento y no pasó mucho antes de que la vida de Wakabayashi volviera a ser lo que había sido antes de la muerte de Hatori: mucho fútbol, mucha cerveza y casi nulos problemas familiares. Como si nunca hubiese ido a Japón, vamos. Y como realmente mantenía muy poco contacto con su familia, no era como si le afectara que ahora ese contacto se hubiese reducido a cero.
Sin embargo, sí había algo que cambió sustancialmente en la vida del portero y era que ahora veía el mundo de manera diferente. De pasar tantos años en su burbuja de privilegios, creyendo que todo se reducía a que la vida era negra o blanca, ahora aceptaba que el mundo estaba tejido en muchas tonalidades de gris. Lo cual, dicho sea de paso, acabó deformando la percepción que Genzo tenía sobre su propia familia. El que más cambios tuvo fue, obviamente, Shuzou, quien pasó de ser un hombre honorable incapaz de cometer una injusticia a alguien capaz de traicionar a su propio hermano sólo porque las cosas no le convenían y/o porque tenía envidia de él. Shuichi y Eiji tampoco se salvaron de ser analizados con ese cristal, aunque el juicio al que Genzo los sometió fue menos severo (aunque Shuichi estaba en camino de convertirse en una segunda versión de Shuzou, lo cual entristecía a Genzo). Curiosamente, las que sufrieron el cambio a la inversa fueron Kana y Eriko, dos mujeres que se vieron envueltas en una sociedad machista y retrógrada que las orilló a que cada una buscara la mejor forma de sobrevivir a ella; Genzo no podía hacer menos que compadecerlas y recriminarse a sí mismo por haberse tardado tanto en notar esa situación.
– Es decir, que este viaje te ayudó a madurar, Wakabayashi –le señaló Schneider cuando el portero le comentó sus impresiones.
– Gracias por tu apoyo, de verdad no sabes lo mucho que me reconfortas. –Genzo le lanzó una mirada furibunda.
– Te lo estoy diciendo en serio, aunque parezca burla –replicó Karl, con un gesto de disculpa–. Pasaste casi treinta años de tu vida creyendo que tu padre era un hombre respetable y demasiado tarde has descubierto que no es así. ¿Desde cuándo lo sabían tus hermanos?
– Desde hace mucho, pero yo no estaba enterado porque creía que estaba bien aceptar sin cuestionar todo lo que me decían y no ponerle atención a las señales –suspiró Genzo y luego agregó–: Está bien, merezco lo que me has dicho.
– No lo dije de mala fe y lo sabes. –Schneider le palmeó el hombro–. ¿Para qué están los amigos, si no es para decirte tus verdades? Ahora entiendo por qué tardaste tanto en volver, fue más complicado de lo que parecía ser en un inicio. Es una fortuna que esa locura de que tenías que casarte con tu tía viuda no haya pasado a mayores, aunque habría sido divertido verte llegar con una flamante señora Wakabayashi.
Genzo sintió una punzada de algo que se parecía mucho a una dolorosa melancolía, combinada con un ligero remordimiento porque no estaba contándole a Karl lo que realmente le afectaba, estaba dejando de lado el tema más importante y que hizo pasar como algo casi insignificante: Lily. Aunque sí le hubiese contado cuál fue la bizarra petición que Hatori le hizo a través de una carta, no le aclaró que esa petición había empeorado unos sentimientos que ya estaban floreciendo entre los dos y que había sido un movimiento doblemente cruel por parte de su tío el jugar así con ambos. Wakabayashi le había hecho creer a Schneider que lo único que sintió por esa petición fue vergüenza e incomodidad, aunque la realidad era que todos los días se preguntaba por qué no había aceptado cumplirla.
Fiel a su palabra, Lily le avisó por correo electrónico (no quiso hacer uso del chat) cuando ya estuvo instalada en Grecia, lejos del alcance de Shuzou. Genzo le preguntó entonces cómo estuvo el asunto del cobro de la herencia, el de su renuncia al hospital y la posible reacción de Shuzou, a lo que Lily respondió que todo había salido bien y que no había de qué preocuparse, sin dar demasiados detalles. Él se preguntó si su amenaza habría surtido efecto sobre su padre o si al final se había dado por vencido; conociéndolo, seguramente había sido lo segundo. En cualquier caso, Lily aseguró que no tuvo problemas para cobrar la herencia y que con la misma se había comprado una hermosa y pequeña villa en Santorini, cuyas ventanas daban al mar.
"Quise escribirte hasta que ya estuviera viviendo aquí", explicaba Lily en su correo. "Pensé que iba a tardar más, pero es asombroso lo rápido que puede comprarse una casa cuando se tiene dinero suficiente para pagarla de contado. Este lugar es bellísimo, las vistas del mar calman mis emociones…".
No había mención a Hatori, ni a que lo extrañara ni a que le gustaría que estuviese con ella y Wakabayashi concluyó que eso significaba que Lily seguía molesta con él. No esperaba que la joven se la pasara llorándole toda la vida (ni odiándolo), pero necesitaba tiempo para ordenar sus sentimientos. Al menos, parecía encontrarse más tranquila y ése era un buen punto de partida.
Ese correo electrónico fue el primero de los muchos que Genzo y Lily intercambiaron a lo largo de varios meses. Al principio, ella le iba dando un informe de las compras que hacía, como si sintiera que debía darle a Genzo una explicación de en qué se gastaba la fortuna de Hatori, o tal vez lo hacía porque se sentía incómoda hablando de su vida personal, también era posible; en cualquier caso, después de algunas semanas ella dejó de hablar de sus gastos y comenzó a contarle de lo que hacía, sus avances lentos en una nueva ciudad y un nuevo país, y lo complicado que le resultaba desenvolverse en un idioma nuevo.
– He estado tomando clases de griego –había dicho Lily en una ocasión en la que se atrevió a llamarlo por teléfono–. Pero no he ido más allá de poder comprar una hogaza de pan.
– Eres una vergüenza, doctora –se burló Genzo–. ¿Pudiste con el japonés y se te está complicando el griego?
– Miren quién habla, el que batalló mucho con el alemán –se rio ella.
Ambos se comportaban como si fuesen dos personas que hubieran descubierto que se agradaban tras verse forzadas a trabajar juntas y hubiesen querido mantener el contacto una vez que dicho trabajo concluyó. Era agradable para Genzo el conocer a Lily lejos de Japón y del drama de los Wakabayashi, sobre todo cuando ella decidió hacerse llamar otra vez por su nombre de soltera. Por supuesto, seguían sin poder eliminar el hecho de que ella fue su tía política y esto flotaba entre ambos como un fantasma que aparecía cuando menos se lo esperaban. Quizás por esto era que, a pesar de las muchas veces que Lily se lo sugirió, Genzo se negaba a visitarla en Grecia, no estaba seguro de qué podría llegar a suceder si lo hacía.
Sin embargo, esto no desanimó a Lily. Guiada por su corazón en vez de su razón, se había hecho el propósito inconsciente de acercarse físicamente a Genzo tanto como pudiera; primero intentó hacerlo de manera sutil, sugiriéndole que el aire del Mediterráneo podría ayudarlo a mejorar su ya de por sí excelente condición física (lo cual no fue muy buena estrategia, había que decirlo), después intentó convencerlo de que viera por sí mismo la fabulosa villa que se compró a "precio de ganga" y al final simplemente le expresó su deseo de que él fuera a visitarla. Como Wakabayashi no cayó ante ninguna de estas sutiles trampas, Lily se cansó, tomó el asunto en sus manos y sin pensarlo mucho fue a buscarlo a Alemania.
Cuando Genzo la vio en el entrenamiento del Bayern Múnich, pensó que estaba alucinando. Quiso engañarse a sí mismo diciéndose que seguramente era alguien que se le parecía, pero era poco probable que otra chica llevara el cabello tan largo como Lily y que tuviese el mismo porte altivo. Y si bien había seguido el progreso del cambio de la doctora en las fotografías que ella adjuntaba a sus mensajes, no estaba preparado para el impacto que le causó. Se veía completamente distinta a como la había conocido en Japón, más vibrante, más llena de vida y sí, también más atractiva. Lily había adquirido un bronceado ligero, producto de sus días pasados en el cálido clima de Santorini, y sus mejillas habían recuperado su color, además de que no estaba tan anormalmente delgada como antes sino que sus curvas volvían a ser pronunciadas y bien formadas. Su sonrisa era más luminosa y sincera, pero sin duda el mayor cambio lo tuvo en sus ojos color chocolate, de los cuales casi había desaparecido la sombra que los cubrió durante sus últimos días en Japón y ahora brillaban con una chispa infantil. Genzo pensó que así fue como debió de conocerla Hatori y comprendió de inmediato el por qué su tío cayó rendido ante sus encantos y el por qué se había puesto en contra de la familia sólo por ella. Lo sabía, porque él estaba a punto de pasar por lo mismo.
"El destino puede ser un auténtico trol", se dijo Wakabayashi a sí mismo mientras iba al encuentro de Lily, aprovechando una de las muchas pausas que se hacían para que los jugadores hablaran con los fans.
– ¿Qué haces aquí? –fue la pregunta inevitable que él le hizo.
– Si Mahoma no va a la montaña, entonces la montaña tendrá que ir a Mahoma –contestó Lily, riendo–. Te prometí que te visitaría en cuanto pudiera, ¿no es así?
– Sí, es cierto –admitió Genzo–, pero esperaba que me avisaras para estar preparado.
– ¿Y darte la oportunidad a que me des largas, como has estado haciendo hasta ahora? –replicó ella–. Por supuesto que no.
Wakabayashi respingó, porque no esperaba que Lily le reclamara por las muchas veces que se negó a aceptar sus invitaciones a visitarla en Santorini. Era lo mejor que podía hacer, porque sentía que las cosas se le saldrían de control si volvía a verla en persona, aunque se muriera de ganas de hacerlo, y ahora que la tenía de frente se daba cuenta de que había hecho bien al evitarla.
– He estado ocupado –se disculpó Genzo, turbado–. Pero si esperas a que termine el entrenamiento, seré un buen guía turístico para ti.
– Eso espero –contestó Lily, con una sonrisa–. Será interesante verte entrenar en vivo.
Al regresar a su puesto, Genzo sintió que Schneider tenía la mirada clavada en él, pero lo ignoró deliberadamente, no iba a librarse de las burlas si le decía que esa chica hermosa que había ido a visitarlo era su tía política. Después de un rato, notó que Levin y Xiao también lo miraban con curiosidad mientras intercambiaban comentarios y por un momento deseó haberse ido a un equipo en donde sus compañeros fuesen menos entrometidos. En cualquier caso, era evidente que Lily tampoco quería llamar la atención y procuraba hacerse notar lo menos posible, aunque Wakabayashi se preguntaba si él era el único que se estaba distrayendo con su presencia. Probablemente no, sobre todo por el hecho de que el simple detalle de que una mujer hubiera ido a visitarlo ya era para llamar la atención, aun sin que alguien supiera que esa mujer era la famosa tía con la que Hatori le pidió que se casara. Sin embargo, antes de que cualquiera pudiera siquiera pensar en acercarse a Lily para interrogarla abiertamente, Genzo se la llevó en cuanto terminó el entrenamiento, optando por ducharse en su departamento para no perder el tiempo en las regaderas. Mientras más pronto salieran los dos de ahí, mucho mejor.
– Perdóname por sacarte así, como si tuviese algo que esconder –se disculpó Genzo, mientras ambos abordaban su deportivo–, pero tengo compañeros muy entrometidos que no te dejarán en paz hasta no saber quién eres y qué haces aquí.
– Bueno, estrictamente hablando, sí tenemos algo que esconder –sonrió Lily, con cierta vergüenza–. Y no te preocupes, entiendo lo que quieres decir, aunque ya había planeado contar que nos conocimos a través de una tercera persona y que quise pasar a visitarte ya que estoy de paseo en Alemania, lo cual es verdad.
– Es una verdad a medias. –Genzo también sonrió–. No era un mal plan, pero lo mejor era no arriesgarse. Sin embargo, esto hará que tengamos un pequeño retraso en los planes, pensaba llevarte a comer y ahora tendremos que ir primero a mi departamento para ducharme.
– No hay problema, puedo esperar –aseguró ella, aunque desvió la mirada cuando lo dijo.
Distraído como estaba por otras cuestiones, Wakabayashi no le puso atención a esto y, al llegar a su hogar, le dijo a Lily que se sintiera como en su casa y que podía servirse lo que quisiera del bar o del refrigerador, tras lo cual le pidió que lo esperara unos minutos mientras se bañaba. Para evitar que lo acosaran a preguntas por WhatsApp, el portero apagó el teléfono y lo arrojó sobre la cama, de donde resbaló y fue a caer al piso sin que a él le preocupara lo más mínimo, ese aparato había resultado ser una molestia cuando tenía encima a gente que quería saber más de la cuenta.
La mente de Genzo era un embrollo cuando entró en la regadera, pero casi de inmediato el agua caliente relajó sus músculos y le despejó la cabeza. Le resultaba inquietantemente emocionante que Lily estuviese ahí, con toda esa vitalidad y esa energía que la hacían tan atractiva y tan difícil de ignorar. El joven había tenido la esperanza de que el sentimiento que tenía por ella se hubiera difuminado con el tiempo, pero no había sido así, ahí seguía tan vivo y presente como cuando los dos estaban en Japón. Sin embargo, que Wakabayashi tuviese esos sentimientos no significaba que Lily los correspondiera, sólo estaba ahí de visita como una amiga o, más correcto aún, como la pariente que era.
"Sólo está cumpliendo con la promesa que te hizo de venir a verte", pensó, bajo el chorro del agua. "Es una visita de cortesía y ya".
Apenas estaba logrando tranquilizarse cuando la puerta del baño se abrió con suavidad y casi inmediatamente Genzo sintió que unas manos cálidas le acariciaban la espalda, para después rodearlo y acariciar su pecho. Él sintió que Lily se pegaba a su espalda y apoyaba los labios sobre su piel y comenzaba a recórrela con besos; en medio de la confusión, Genzo notó que ella estaba desnuda y supo que estaba a punto de lanzarse al vacío.
– ¿Qué estás haciendo? –exclamó él, sorprendido.
– Tenía ganas de hacer esto la vez que te vi sin camisa, preparándote para darte un baño en la habitación de huéspedes –susurró Lily, sin dejar de abrazarlo–. Debo haberme vuelto loca, pero no sabes cuántas noches soñé con lo que pudo haber pasado en ese momento de haberme dejado llevar por mis impulsos.
Sí, él también había imaginado lo que podría haberle hecho esa mañana de haber seguido sus impulsos, de no haberse comportado de manera tan decente, una decisión que lamentó muchas noches y de la que todavía se arrepentía, pero ahí estaban ahora, desnudos en la regadera y con esa atracción a punto de estallar. El atrevimiento de Lily, que ella tuviese el valor de desnudarse para alcanzarlo en la regadera, encendió a Genzo como pocas veces le había sucedido en su vida. Todavía lo alcanzó un pequeño chispazo de duda, que desapareció en cuanto fue consciente de la calidez de los pechos de Lily sobre su propia piel.
– Sabes que nos vamos a ir al infierno por esto, ¿verdad, doctora? –Genzo se dio la vuelta y la abrazó.
– Ya lo dijiste antes: si nos vamos a ir, que sea por las razones correctas –replicó Lily y se acercó para besarlo.
Wakabayashi ya no dudó más y le correspondió el beso con pasión; su mente le sugería que quizás habría sitios más cómodos para hacer lo que su cuerpo quería hacer, pero era tanto su deseo que mandó todo al carajo y cargó a la joven para sostenerla contra la pared y darle rienda suelta a su deseo. Lily emitió un pequeño grito de sorpresa, que acabó convirtiéndose en placer, cuando lo recibió de lleno, húmeda y ansiosa, y se acopló a él tan perfectamente que la vida se les fue en jadeos de placer, en caricias ardientes y en movimientos intensos. Genzo ya no pensó en nada más que no fuera en el ansia de poseer ese cuerpo y fundirse con él, dejando que lo guiara la atracción que sintió por Lily desde el primer momento en el que la vio. Cuando el agua caliente se acabó y ambos comenzaron a sentir calambres en las piernas, Genzo la llevó hasta su habitación para continuar haciéndole el amor hasta que la noche cayó y la ciudad quedó sumida en el silencio.
– Supongo que eso anula cualquier plan que tuvieras de conocer Múnich –murmuró Genzo, cuando se dio cuenta de que Lily estaba despierta.
– A Múnich lo puedo conocer después –afirmó la doctora, sin inmutarse.
Ambos sabían que estaban cerca de caer en esa etapa posterior al sexo prohibido en donde llega el remordimiento y la culpa. Sin embargo, Wakabayashi se dio cuenta a tiempo de que se acercaban a ese difícil territorio y decidió sortearlo lo mejor que pudo.
– Mi único problema es que estoy muriendo de hambre –continuó–, y ya es tarde para pedir algo de cualquier restaurante.
– ¿Tienes ingredientes para preparar yakimeshi?– contestó Lily, risueña–. Si me ayudas, puedo preparar un poco.
Así que lo siguiente que sucedió fue ambos estaban en la cocina preparando la cena, como lo hicieron varias veces en Japón, como si fueran una pareja ya consolidada. Ninguno mencionó a Hatori ni a la complicada situación en la que se hallaban por su culpa, sólo dejaron que los lazos que ya tenían les facilitaran la convivencia y fue mejor así. Genzo destapó un par de cervezas para acompañar el yakimeshi y los dos pasaron el siguiente par de horas comiendo, bebiendo y hablando de sus propias vidas y sucesos cotidianos, hasta que se les pasó el hambre y las ganas de seguir charlando y se pasaron otra vez a la cama, en donde repitieron la dosis de placer sin culpas. Por la mañana, Wakabayashi lamentó el tener que ir al entrenamiento, pero Lily le aseguró que estaría esperándolo al salir.
– Quizás esta vez sí podamos ir a dar una vuelta por ahí –sugirió ella.
Por supuesto que ir a pasear fue lo último que hicieron; al salir del entrenamiento, Genzo y Lily repitieron lo que hicieron la noche anterior: comer, hablar y tener sexo hasta desfallecer. Lily no había dicho cuánto tiempo permanecería en Múnich y Genzo no se lo preguntó, se conformaba con ir al día, disfrutando del tiempo que pasaba junto a ella, así como Lily seguramente disfrutaba de estar junto a él. Y si bien el portero se las arregló para evitar exacerbar la curiosidad de Schneider, sentía que él no le quitaba la mirada de encima, como si se hubiese dado cuenta de que todos los días llegaba con una expresión de satisfacción en el rostro que le era muy difícil ocultar.
– Todo parece andar bien, ¿eh, Wakabayashi? –le soltó Karl alguna vez.
– ¿Y por qué no habría de estarlo? –replicó Genzo–. La vida es bella.
Ante esto, Schneider alzó las cejas porque ésa no era una frase típica de Wakabayashi, pero él no le dio tiempo de preguntar otra cosa y se alejó tan rápido como pudo. Al fin, una semana después, Lily le anunció que regresaría a Grecia y Genzo se lo tomó con mucha filosofía.
– Ha sido maravilloso estar aquí, pero el mundo real me espera y tengo cosas que hacer –señaló Lily, con una expresión triste–. Además, debo dejarte trabajar.
– No es como si trabajara mucho, realmente –se rio él, aunque por dentro sintió una punzada de decepción–, pero entiendo lo que quieres decir.
Tuvo deseos de preguntarle qué cosas había en Santorini que no podían esperar pero no se atrevió a hacerlo, así como tampoco se animó a pedirle que se mudara a Múnich. Si de todos modos ya estaba viviendo en Europa, ¿qué más daba que lo hiciera en Alemania que en Grecia? Pero Genzo sabía que Lily había elegido ese sitio para recuperarse emocionalmente de la muerte de Hatori y no se sentía con derecho a sugerírselo. Que ella se hubiese acostado con él durante esos días no le daba a Wakabayashi el permiso de tratarla como si fuera su pareja, así que se tragó su decepción y sus deseos, y puso buena cara al mal tiempo.
– Espero que sigamos en contacto, Lily –añadió, en voz baja.
– No veo por qué no –contestó ella, en el mismo tono–. Ya me acostumbré a tenerte cerca.
– Yo también –aseguró Genzo.
Esto era tan parecido a una declaración de segundas intenciones que los dos rápidamente cambiaron de tema. Habían conseguido romper la barrera del contacto físico, pero no se atrevían a ir más allá. Y quizás nunca lo harían.
Lily cumplió su promesa de seguir en comunicación constante con él y enviaba correos electrónicos frecuentes; incluso, se atrevió a ir más allá y también empezó a hablarle a través de WhatsApp. Genzo recibía de buena gana los mensajes y disfrutaba de las fotografías que Lily se tomaba sólo para él (aunque esto el portero no lo sabía) y se preguntaba qué reacción tendría ella si en algún momento se apareciera de improviso en Santorini. En muchas ocasiones, Wakabayashi estuvo tentado a pedir permiso en el Bayern, empacar algunas cosas y marcharse a Grecia; si no lo hizo, fue porque sabía que sólo iría para pedirle a Lily que volviera a Múnich con él. Así que ambos continuaron en el limbo, cada uno extrañando al otro pero sin atreverse a admitirlo porque seguía flotando entre ellos el fantasma de Hatori, por mucho que se esforzaran por evitarlo.
Probablemente las cosas habrían continuado así si Elieth no hubiese tomado cartas en el asunto. Un día cualquiera, varias semanas después de la visita de Lily a Alemania, Elieth se presentó en las instalaciones del Bayern Múnich sin avisar, dispuesta a hablar con Genzo. El primero que se la encontró, sin embargo, no fue el portero sino Schneider, a quien le llamó la atención el ver a esa joven desconocida preguntando por Genzo Wakabayashi a uno de los trabajadores del lugar. Karl no pudo evitar la curiosidad y se acercó a ella.
– Yo me hago cargo, Henry, gracias –intervino Schneider, mientras el trabajador le explicaba a Elieth cómo llegar a la zona de entrenamiento principal–. ¿Está buscando a Wakabayashi, señorita? Yo puedo ayudarla.
– Oh, qué amable –exclamó Elieth, a quien se le iluminaron los ojos al ver al guapo alemán–. Sí, estoy buscando a Genzo, pero no quiero causarle molestias al Emperador de Alemania.
– No es ninguna molestia, después de todo voy para allá –sonrió Karl–. No pensé que me reconocería.
– Tendría que vivir debajo de una piedra para no reconocer a uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos –señaló Elieth, con coquetería.
– Es usted muy amable por pensarlo, señorita… –dijo Schneider.
– Shanks. Elieth Shanks –se presentó ella, mientras echaban a caminar–. Sólo digo la verdad. Y puedes tutearme, si lo deseas.
– Siempre y cuando tú hagas lo mismo –pidió él, a quien el nombre sonó conocido, aunque no pudo definir por qué–. Permíteme guiarte, Elieth, por favor.
Ambos volvieron a sonreírse, como si de repente se hubieran dado cuenta de que no había otra cosa más interesante en el mundo que ellos mismos. Tras caminar unos metros e intercambiar comentarios irrelevantes sobre el clima, Karl decidió abordar la cuestión que le interesaba.
– Perdóname, pero estoy francamente desconcertado –comentó–. Hasta hace unos meses, Wakabayashi tenía tanto interés en el sexo femenino como lo tiene en la física cuántica y repentinamente dos mujeres hermosas vienen a visitarlo. No entiendo qué es lo que le está pasando.
– Oh, ¿han venido más mujeres hermosas aparte de mí? –Elieth siguió el juego de coquetería que tan bien le salía.
– En realidad sólo ha venido otra, una joven morena de cabello largo –respondió Schneider, galante–. Quizás recibir la visita de dos mujeres bellas no sea mucho para cualquiera, pero para Wakabayashi lo es.
– Ah, precisamente esa joven morena de cabello largo es la razón por la que estoy aquí –señaló Elieth.
– Espero no haber cometido una imprudencia –señaló Karl, después de un rato de silencio–. Quizás eres su novia y yo he empeorado las cosas.
– Oh, no, no, para nada, Genzo y yo sólo somos amigos –se apresuró a aclarar la rubia–. La chica morena es la que le interesa.
– Ah, ya veo. –Schneider esbozó una sonrisa que parecía ser de alivio–. Menos mal que no vienes con tu novio o habría creado un conflicto entre ustedes.
– No tengo novio –replicó Elieth–. Ni nadie que se moleste por esas cuestiones.
Esto pareció complacer mucho a Karl, quien a pesar de su curiosidad se contuvo de preguntar qué tipo de relación tenían Wakabayashi y la misteriosa joven morena, pues no era su asunto y si Genzo querría hablar de ello, se lo contaría después (aunque quizás no lo hiciera, pero de cualquier manera no podía obligarlo). Así pues, se limitó a acompañar a Elieth al área de entrenamiento, aprovechando para averiguar más sobre ella durante el camino.
Genzo casi se fue de espaldas cuando los vio venir juntos, hablando como si se conocieran de toda la vida. Por un momento creyó que se había cambiado de dimensión, una en donde Karl y Elieth fueran pareja desde hacía mucho tiempo, y esa sensación fue tan desconcertante que no pudo hacer menos que reírse de su estupidez.
– No sabía que ustedes dos se conocieran –comentó, cuando la pareja estuvo lo suficientemente cerca de él.
– Hola, Genzo, también me da gusto verte –replicó Elieth, con un sutil sarcasmo.
– Nos acabamos de conocer hace unos minutos –dijo Karl, a su vez–. Estaba buscándote, así que pensé que podía ayudarla a encontrarte.
– Qué acomedido –se burló Wakabayashi–, conmigo no fuiste tan amable. En fin, ¿qué haces aquí, Peque? También me da gusto verte, no esperaba tu visita considerando que vives en Tokio.
Lo dijo con toda la mala intención, pues vio la atracción que se había establecido entre Schneider y la francesa, pero Elieth no se inmutó en lo más mínimo.
– Oh, es cierto, que no te lo he dicho aún –dijo ella, con inocencia–. A papá le han dado un puesto importante en el gabinete del nuevo presidente francés y nos hemos mudado a Francia, así que Múnich ya no me queda tan lejos.
– Ya veo –expresó Genzo e ignoró la sonrisita de satisfacción que esbozó Karl–. Me da gusto saber que te has mudado a Francia, pero no me has dicho el por qué estás aquí.
– Es un asunto complicado. –Repentinamente, Elieth se puso seria–. O quizás no tanto, todo depende lo que tú sientas, pero supongo que ya sabes por quién es que he venido.
– Sí, lo supongo –suspiró Wakabayashi–. Si esperas a que termine el entrenamiento, te llevaré a comer y hablaremos.
Era consciente de que Schneider estaba más que interesado en el tema y de que muy probablemente después tendría que darle explicaciones, pero por el momento debía distraer su atención de otra manera.
– Muy bien –aceptó Elieth, quien después le sonrió a Karl–. Esperaré con todo gusto, quizás pueda hablar después con tu amigo.
– Ah, sí –respondió Genzo–. Él justamente es el amigo que dijiste que es un idiota por creer que Lily se casó con mi tío por conveniencia. Schneider, ella es la amiga de mi tía política de la que comentaste que estaba siendo parcial y poco objetiva.
– ¡Oh! –exclamó Elieth, desconcertada, aunque no tardó mucho en recomponerse–. Ya veo que eres muy malpensado, Schneider.
– ¡Ah! –Karl lucía avergonzado–. No lo expresé exactamente con esas palabras y no pretendía ofender a nadie, sólo dije lo que pensaba de acuerdo al punto desde el que yo veo las cosas.
– Supongo que es lo que pasa cuando no conoces a los involucrados –replicó Elieth–. No puedo culparte más que de hacer juicios con demasiada ligereza, pero tendré que educarte sobre ello.
– Me declaro culpable –sonrió el alemán–. Tendré que pagar mi grosería de alguna manera.
– Por favor, vayan a un hotel y paren con esto de una vez –los cortó Wakabayashi, enfurruñado–. Nadie creería que se acaban de conocer.
No esperó a que alguno respondiera y se apresuró en alcanzar a sus compañeros, que ya habían empezado a correr; le pareció que Elieth balbuceaba una queja y que Schneider protestaba también, pero los ignoró a los dos, pues le inquietaba mucho saber qué tendría que decirle ella sobre Lily. Suponía que se encontraba bien, pues de lo contrario Elieth se lo habría hecho saber ya, pero quizás tenía problemas de salud o de dinero.
"De dinero lo dudo, a menos que haya despilfarrado toda la fortuna en autos, ropa, viaje y esas cosas", pensó Genzo, mientras se dedicaba a detener los balones que el entrenador de porteros le lanzaba. "Y Lily no es de ese tipo de personas, de las que pierden la cabeza comprando sin detenerse a pensar, aunque le gustan las obras de ese tal Boticelli. ¿Y si gastó todo su dinero en pinturas y ahora no tiene para comer? No, por supuesto que Elieth no vendría a Múnich para contarme eso, debo dejar de sacar conclusiones estúpidas por mi cuenta…".
El entrenamiento se le hizo eterno, y agradeció infinitamente cuando éste concluyó y pudo irse a los vestidores a darse una ducha. Al salir, encontró a Elieth esperándolo con actitud de niña buena y Genzo no resistió la tentación de preguntarle si estaba esperándolo a él o a Karl.
– Ya te dije que te vine a ver a ti –rezongó ella, seria–. Tengo algo importante que tratar contigo, tan importante que tuve que pedirle a Schneider que nos reunamos mañana ya que hoy necesito hablar contigo urgentemente.
– Ya veo. –Genzo alzó las cejas por la sorpresa–. Vaya que ustedes van rápido.
– A diferencia de otros, a los que les gusta hacerse los tontos –replicó Elieth, sin pestañear.
Wakabayashi llevó entonces a Elieth a comer a un pequeño y discreto restaurante, en donde sabían que no serían molestados. Le pareció que Schneider quería acompañarlos, pero era demasiado educado como para inmiscuirse en un asunto que no era el suyo, así que los dejó marcharse sin hacer otra cosa que pedirle a Elieth su número de teléfono. Sin embargo, Genzo sabía que, tarde o temprano, el alemán intentaría saber lo que estaba ocurriendo y quizás le debía una explicación más amplia. Después de todo, era el único en Alemania que estaba realmente enterado de casi todo lo que había sucedido en Japón con el testamento de Hatori.
"La palabra clave es 'casi'", pensó Genzo. "Sólo le oculté que entre mi tía y yo siempre hubo cierta tensión sexual…".
En el restaurante, Elieth intentó suavizar el golpe lo mejor que pudo, aunque no sabía cómo dar una noticia como la que estaba por contarle a Genzo. A esas alturas ya estaba enterada de que la relación entre él y Lily era muy complicada, así que no vio razones para fingir que no lo sabía.
– ¿Y bien? –preguntó Genzo, cuando no pudo contenerse más–. ¿Qué es lo que ha pasado con Lily? ¿Está enferma? ¿Necesita dinero? ¿Puedo ayudarla de alguna forma?
– De que puedes, puedes, pero esto es más complicado que una simple ayuda –suspiró Elieth–. Primero tengo que decir que me ha sorprendido enterarme de todo lo que pasó entre ustedes.
Unas semanas después de la visita de Lily a Alemania, a Erika la despertó una llamada de emergencia hecha por la doctora, a altas horas de la noche, para informarle que iba de camino al hospital por causa de un dolor abdominal intenso; como Lily no conocía todavía a alguien en Santorini que despertara su confianza, le llamó a la persona que vivía más cerca en la que sí confiaba (en otro país, pero estaban relativamente cerca). Cuando Erika llegó junto con Gino al hospital, descubrió que Lily además estaba sangrando y los médicos que la atendían pensaban que estaba sufriendo un aborto. Como Lily no dijera que eso no podía ser posible, Erika entendió que ella había estado saliendo con alguien, aunque no había escuchado que la mexicana tuviera pareja, ya sea estable o inestable. Gino preguntó si Lily quería que le hablara a alguien en específico, pero ella se negó ya que aseguró que nadie tenía por qué enterarse de lo que estaba pasando. Al final, el problema resultó ser una falsa alarma, Lily no estaba sufriendo un aborto y fue dada de alta a las pocas horas, pero a Erika le quedó la sensación de que su amiga estaba ocultando algo grande.
– Yo me enteré de esto algunos días después –continuó Elieth, con tanta tranquilidad como si hubiera dado las noticias del clima–. Aunque Lily quiso minimizar el hecho de que pensó que estaba abortando, yo no lo dejé pasar tan fácilmente, pero me costó mucho trabajo averiguar quién era el hombre misterioso con el que ella había estado. No fue sino hasta hace poco que me confesó que eras tú.
Genzo no supo qué decir. La boca se le secó en el preciso instante en el que escuchó la palabra "abortando" y su cerebro no tardó en procesar el resto de la información. Se maldijo a sí mismo por haber sido tan descuidado y permitir que las cosas llegaran a ese extremo, aunque al mismo tiempo también se molestó con Lily por no haberle contado lo que sucedió.
– Así que, ahora que Lily me ha dicho la verdad, me toca preguntarte a qué creen que están jugando ustedes dos –suspiró Elieth–. Lo suyo ya es lo suficientemente difícil como para que anden por las ramas.
– Yo sé que esto ha sido muy cuestionable, pero ha sido más fuerte que yo –empezó a contestar Genzo–. Sé que ella sigue siendo mi tía política y…
– Oh, por favor, ¡deja esa basura de lado! –lo interrumpió Elieth, molesta–. ¿A quién le importan esas cosas tan estúpidas? Su parentesco prácticamente dejó de existir en el momento en el que Hatori falleció. Además, ¿no era su última voluntad que ustedes estén juntos? No estoy aquí para juzgarte por una tontería que no le importa más que a tu estirado padre, sino a decirte todo lo contrario: que dejes de hacerte el idiota y no permitas que una estupidez como ésa te aleje de lo que quieres hacer. ¿Desde cuándo te importa lo que diga la sociedad? Si siempre has sido un niño caprichoso que se sale con la suya.
– Gracias por esos treinta segundos de dura honestidad. –Sin poder evitarlo, Genzo se echó a reír–. De verdad, Peque, esto es demasiado hasta para mí, tienes que admitir que la última voluntad de mi tío es muy impropia. No creas que no quiero salirme con la mía, pero pienso que ésta es una de las pocas cosas en las que no podría. ¿Qué se supone que debo hacer, fingir que ella nunca estuvo casada con Hatori?
– Pues sí, eso es lo que deberías de hacer –replicó Elieth, aunque después se corrigió–: Bueno, no tanto como fingir que nunca pasó, sino dejarlo atrás. ¿De qué les sirve contenerse por él, si de cualquier manera ya no está?
– No sólo es él, sino… –replicó Wakabayashi, pero se detuvo–. Está bien, no lo estoy haciendo por Hatori, sino por Lily. Temo haberla arrastrado a algo que yo deseaba pero que quizás para ella fue pasajero, un mero entretenimiento.
– ¡Ay, Genzo Wakabayashi, pero que eres idiota! –exclamó Elieth, enojada–. ¡No estaría aquí si no supiera que ella está exactamente en el mismo predicamento! ¡Lily cree que eres tú el que quiere algo pasajero y que sólo ella desarrolló sentimientos por ti, así que hazme el favor de portarte como hombre para que dejen estas tonterías de lado!
Él, que no se esperaba esto, casi salta de la sorpresa. ¿En verdad Lily estaba tan confundida como él? Durante todo ese tiempo creyó ser el único que estaba pasando por esas crisis de conciencia que tanto lo ofuscaban, quizás porque se había negado a aceptar que ella pudiera estar sintiendo lo mismo.
"Bien, que esto no debería de asombrarte tanto", le dijo a Genzo su voz interior. "La doctora ya había dado muchas señales de que también siente algo por ti. Quizás deberías de hacer lo que dice Elieth, ya no hagas más el tonto".
Todavía así, eso era más fácil de decir que de hacer. Nunca había sido bueno con las relaciones amorosas y ésa se le estaba complicando más de lo que le hubiese gustado, por mucho que hubiera buenas razones para que así fuese.
– Gracias por venir a hablarme sobre esto –soltó Genzo, después de un rato.
– Espero que sirva de algo –sonrió Elieth–. Creo que los dos merecen ser felices y, en honor a la verdad, pienso que Hatori tuvo razón al creer que ustedes dos harían buena pareja porque son muy compatibles. Por lo menos podemos aceptar que era bueno calando a las personas, aunque sus métodos como casamentero apesten.
Genzo no podía estar más de acuerdo.
Tras dejar a Elieth en su hotel, Wakabayashi se dijo que le hacía falta un consejo y se marchó al departamento de Schneider para contarle de nuevo lo que pasó en Japón, pero esta vez con todos los detalles que le había estado ocultando. Necesitaba que alguien le diera una opinión objetiva y siempre había valorado el buen juicio que ostentaba Schneider, aunque nunca se lo hubiera dicho. Para su enorme sorpresa, a Karl no le causó asombro el enterarse de que Genzo se había enamorado de su tía política, pues lo descubrió cuando notó las muchas cosas que él hacía por ella y su preocupación por su salud.
– Creo que el único que no lo sabía eras tú –opinó Schneider, mientras ambos compartían unas botellas de cerveza y contemplaban el atardecer desde el balcón del departamento del alemán–. Hasta yo me di cuenta con la poca información que me dabas, vaya que tuviste que negarte mucho a eso para que no lo notaras antes.
– ¿Y tú no habrías hecho lo mismo de estar en mi situación? –gruñó el portero–. Si empezaras a sentir algo por alguien a quien no deberías, creo que tú serías la primera persona a quien se lo negarías.
– Sí, estoy de acuerdo con eso –aceptó Karl–. No es como si ella fuese una desconocida o alguien que no estuviera relacionada a tu familia. Para más, habría sido menos problema si ella hubiese sido hijastra de Hatori en vez de su esposa.
– Lo mejor habría sido que ni siquiera estuviera relacionada a mi familia, pero entiendo el punto –replicó Genzo y se removió, inquieto–. Ahora viene la cuestión incómoda: ¿Qué harías estando en mi lugar? Sé honesto.
Karl no tuvo que meditarlo mucho para dar una respuesta, pues coincidía con Elieth en el punto de que ya no tenía caso seguir guardando las apariencias cuando el asunto estuvo podrido desde el comienzo.
– Lo que yo haría estando en tu lugar es ir a buscarla para preguntarle qué opina al respecto –contestó Schneider, al fin–. Hacerlo todo a través de una tercera persona, por mucho que esta persona quiera lo mejor para ambos, no es la mejor forma de encontrar respuestas. Si lo que pasó con tu tío dejó una lección, es que la vida es demasiado corta para desperdiciarla en dudas. A estas alturas ya da lo mismo lo que piense tu familia y la sociedad japonesa: los primeros hicieron muchas cosas mal, así que no tienen derecho a reclamar, y con respecto a lo segundo, no vives en Japón, así que da lo mismo. Lo que verdaderamente importa es cómo te sientes tú y cómo se siente ella, y esto último no lo sabrás si no se lo preguntas.
– ¿Crees que debo llegar y decirle: "¿Tienes ganas de seguir siendo una Wakabayashi? Porque con gusto te ayudo a que sigas conservando el apellido"? –replicó el portero, más en burla que con sarcasmo–. Eso daría mucho de qué hablar.
– Una ventaja que tienen al estar en Europa es que pueden ocultar el detalle escabroso de que ella estuvo con tu tío –puntualizó Karl–. Eso pasó en Japón y en Japón se puede quedar, ambos empezarían una vida nueva aquí y dejarían el pasado atrás.
– Tengo que admitir que, cuando te inspiras, das consejos bastante buenos –sonrió Wakabayashi y alzó su botella hacia él.
– Siempre tengo buenos consejos –replicó Karl e imitó el gesto–. Que tú no los quieras escuchar, es otra cosa.
Wakabayashi no deseó admitir que su amigo tenía razón.
– ¿Vas a invitar a Elieth a una cita? –preguntó Genzo, tras unos minutos de silencio.
– Ya lo hice –respondió Karl, con una sonrisa traviesa–. No creerás que iba a esperar a que me dieras permiso.
– Por supuesto que no –se rio el portero–. ¿Cuándo lo has necesitado?
Schneider rio con él y le pasó otra cerveza.
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Cuando pensó que las cosas no podían ponerse más extrañas, Genzo tuvo un sueño muy peculiar: soñó que paseaba junto a un río muy largo, tan largo que parecía no tener fin, y tan caudaloso que parecía que contenía el agua de todos los ríos del planeta. Esto por sí solo era suficiente para llamar su atención, pero quedaba opacado por la persona que lo acompañaba, quien no era otro que el mismísimo Hatori. En su subconsciente, Genzo sabía que Hatori estaba muerto y que por tanto eso debía ser un sueño, aunque el estar consciente de eso no ayudaba a que se sintiera más tranquilo. Él no recordaba haber estado hablando con Hatori de algo, o al menos no recordaba haber soñado el comienzo de esa conversación, pero no hacía falta que lo hiciera: Genzo sabía bien que el tema principal era Lily. ¿Cuál otro podría ser, si no?
– Sigue pareciéndote algo impropio, ¿no es así, querido sobrino? –preguntó Hatori, cuya expresión daba a entender que el asunto le resultaba divertido.
– ¿No te lo parece a ti, tío? –replicó Genzo, enfurruñado–. Nos vendiste sin consultarnos, actuaste como si no tuviéramos voz ni voto.
– Sólo quería protegerla. –La sonrisa de Hatori decayó un poco–. Sé que es difícil que lo entiendan porque ninguno de los dos conoce lo complicadas que son las cosas para una mujer en Japón, más si es extranjera, peor si es viuda. Y yo sabía que podía confiar en ti para hacer algo tan importante. Nunca quise lastimarlos, deseaba que fueran felices, todavía lo deseo. Ojalá puedan perdonarme algún día por haber planeado las cosas a sus espaldas, lo hice con la mejor intención.
Hatori parecía estar siendo sincero, pero Genzo todavía estaba enojado, a pesar de saber que ya no le servía para mucho.
– No, definitivamente no lo entiendo –dijo el joven–. ¿Qué habrías hecho si ella y yo nos hubiésemos sentido atraídos el uno por el otro mientras tú todavía estabas vivo?
– Por fortuna, es algo que nunca tendremos que averiguar –contestó Hatori, sin inmutarse–. Lo que importa es que tienen toda la vida por delante y quiero que ambos sean felices.
– Es más fácil decirlo que hacerlo. –Genzo le lanzó una mirada furibunda.
– ¿Por qué te resistes tanto a la idea? –cuestionó Hatori–. No te pedí algo imposible de realizar.
– Casarme con mi tía no es imposible, pero sí altamente cuestionable –replicó Genzo–. ¿Por qué te pareció que yo soy la persona más adecuada?
Le pareció curioso al portero que, ahora que tenía una oportunidad, lo primero que hizo de manera consciente fue soltarle a su tío la pregunta que había querido hacerle desde que se leyó el testamento. Hatori pareció tomárselo de buen modo, aunque se notaba que habría preferido que su sobrino no le preguntara eso.
– Porque creo que un alma tan libre como la tuya necesita otra alma igual para comprenderla y apoyarla –respondió Hatori, sin titubear–. O velo al revés, si lo prefieres: Lily necesita a alguien que mire las cosas como las ve ella, alguien como tú. De verdad creo que eres el único que puede cuidarla, mucho mejor de lo que pude hacerlo yo, así como también creo que Lily es la única que puede acoplarse a tu carácter rebelde y cuidarte como necesitas, mucho mejor que cualquier otra mujer que puedas llegar a conocer. Ambos sabrán proteger al otro a su manera, lo sé.
– No sé qué te hace estar tan seguro de eso –insistió Genzo–. ¿Cómo podías saber de antemano que nosotros íbamos a congeniar? ¿O que yo iba a querer protegerla, tal y como deseabas que hiciera?
– No lo sabía, ciertamente, era una apuesta arriesgada –sonrió Hatori–. Pero lo cierto es que comenzaste a cuidar de Lily aún antes de que supieras que eso era lo que quería que hicieras. La protegiste de Shuzou cuando intentó agredirla con sus guardaespaldas. Cuidaste de ella cuando casi se desmaya durante la cremación de mi cuerpo. La ayudaste cuando chocó mi automóvil. Aceptaste ayudarla con las cuestiones de la herencia para que no tuviera qué enfrentarse al resto de la familia. Todo lo hiciste sin saber que yo quería que te casaras con ella, y lo hiciste porque te comportaste como esperaba que lo hicieras: como un hombre decente que ayudaría a alguien que estuviese en desventaja. Pero quizás, lo más importante de todo, es que te enamoraste de Lily en cuanto la viste por primera vez, no hay prueba más grande que ésa de que siempre tuve razón.
Esta declaración desconcertó a Genzo más de lo que esperaba, pues todavía se resistía a aceptar sus sentimientos por Lily. Era cierto que la había ayudado desde que la conoció, pero lo hizo motivado por un instinto básico de decencia que tenía más desarrollado que el resto de su familia, no porque se hubiese enamorado de ella. Sin embargo, Hatori lo decía con tanta seguridad que Genzo se preguntó si no habrían sido las dos cosas las que lo motivaron a ayudar a Lily y a tratar de protegerla de Shuzou.
– No creo en el amor a primera vista –replicó Genzo testarudamente, pues no quería darle la razón a su tío.
– Yo tampoco creía en él –contradijo Hatori, con una sonrisa–. Pero así es la vida.
Caminaron varios metros sin hablarse, con distintos estados de ánimo: Genzo con la mente conmocionada por sus emociones, Hatori con la tranquilidad de alguien que está más allá del Bien y del Mal.
– Sabes que no puedes obligarme, así como tampoco puedes obligarla a ella –rebatió Genzo, aunque no con tanta determinación como quería.
– No puedo hacerlo, ciertamente –admitió Hatori–. Lo último que busco es presionarlos a aceptar algo que no quieren, simplemente tenía mucha fe en que las cosas se desarrollarían como deseaba que lo hicieran y tal parece que mis peticiones fueron concedidas. Sin embargo, lo que suceda a partir de ahora depende de ustedes, de que sean capaces de seguir adelante sin temor a las murmuraciones y de que confíen más en sus corazones que en sus conciencias. Sé que pido demasiado, pero si una pareja puede sobrevivir a los cuestionables antecedentes que les he dejado, son ustedes.
Antes de que pudiera responder, algo hizo que Genzo se detuviera abruptamente, algo que no le permitió continuar hacia adelante y supo entonces que estaba por despertarse. Hatori tuvo la misma impresión y quiso darle un último consejo antes de desaparecer para siempre.
– Lo último que me gustaría pedirte, Genzo, es que no te resistas a lo que sientes –dijo el hombre, con una sonrisa tranquila–. El amor siempre es una bendición. Aun el que llega por segunda vez, aun el que llega por error…
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Lily no sabía qué esperar. Por fin, tras tantas veces de sugerirlo, Genzo había aceptado su invitación de pasar unos días con ella en Santorini, sin previo aviso, sin antecedentes de que hubiese sucedido algo que lo hiciera cambiar de parecer, aprovechando que habría un paro en la Bundesliga debido a partidos amistosos que habría entre algunas selecciones europeas. Y considerando el pequeño incidente que tuvo semanas atrás, ella tenía razones sobradas para sentirse muy nerviosa de volver a verlo.
Si la doctora hubiese sabido que Elieth había ido a Alemania a visitar a Genzo, habría tenido muchas razones para evitar la visita del portero; sin embargo, la francesa ocultó esa información a propósito, pues sabía que Lily ataría los cabos y reaccionaría de manera negativa ante ello. Sin embargo, a pesar de estas precauciones, Lily suponía que Genzo debía de tener un motivo fuerte para por fin aceptar ir a visitarla y se preguntó una y otra vez si él se habría enterado del pequeño evento que la llevó a creer que había abortado a su hijo. De ser así, ¿qué le diría? ¿Cómo lo enfrentaría? Más importante aún: ¿Estaba dispuesta a reconocer que se había enamorado de su sobrino? ¿O a admitírselo a él?
"Ésas son la clase de preguntas que una persona no debería de estar obligada a responder", pensó Lily.
La clase de pregunta que se convertía en una de las razones por las cuales ella seguía guardándole rencor a Hatori, por más que se esforzara en no hacerlo.
Tras tantos meses viviendo en el cálido clima del Mediterráneo griego, alejada de cualquier Wakabayashi y llevando un duelo más suave que el que había tenido en Japón, Lily fue capaz de analizar con cierta objetividad lo que Hatori había intentado hacer por ella. Entendía que, muy a su manera, había querido protegerla y ayudarla a continuar con sus metas, eso Lily lo comprendía y en cierto modo la enternecía; lo que no le perdonaba a Hatori era que hubiese sido tan ingenuo para creer que eso bastaría para corregirlo todo, que sería suficiente para protegerla de Shuzou. Al final de cuentas, nada de lo que Hatori pudiera haber hecho habría ayudado a Lily y eso era algo que él debió de haber sabido desde el inicio. Esa ingenuidad e ignorancia, propias de un hombre privilegiado crecido en un país machista, era lo que más le molestaba.
"No es como si fuera su culpa, realmente", pensaba Lily. "Él creció y maduró en ese ambiente, era lo único que conocía; sin embargo, Yoshio intentó hacérselo saber y Hatori se negó a escucharlo. Mientras más pienso en ello, más me enfurece".
Por supuesto, lo que más le molestaba a Lily del estúpido plan de su esposo muerto era que la hubiese lanzado a los brazos de Genzo. Dejando de lado la simple cuestión de que ninguno de los dos habría aceptado un matrimonio por conveniencia, estaban los lazos familiares que los unían.
"Porque, sin importar lo que suceda, él siempre será mi sobrino y yo siempre seré la mujer que se casó con su tío".
Sin embargo, por mucho que quisiera negarlo, Lily sabía que no podía culpar a nadie por haberse enamorado de Genzo, eso era algo que nadie podía presionarla a hacerlo. Hatori, hábilmente, los había manipulado a ambos desde el Más Allá, confiado en que sus conocimientos sobre los dos le permitirían actuar de casamentero. Al final había tenido razón, pues los dos cayeron redonditos en esa trampa que ni siquiera sabían que estaban pisando. Lily casi podía escuchar a Hatori riéndose con satisfacción y diciendo algo como "mi trabajo está hecho".
– Tienes suerte de estar muerto, porque de lo contrario te habría matado con mis propias manos, querido –bufó Lily, en voz alta.
El día en el que Genzo llegaría a Grecia, Lily le envió un mensaje preguntándole si quería que pasara por él al aeropuerto, pero él le respondió que no era necesario e incluyó una broma sobre que, como ya no tenía el Porsche, no tenía forma de desplazarse y no deseaba importunarla. Lily se ofuscó pues, si bien se había deshecho del Porsche de Hatori y no se había comprado un auto nuevo, podría haber rentado uno si Genzo no hubiera bromeado sobre esto.
– Creo que aún no estoy lista para verlo, ¿por qué se me ocurrió semejante estupidez? –se preguntó la doctora, mientras aguardaba a su inquietante visitante–. En cuanto llegue le diré que esto ha sido un error y que se vaya a un hotel o que se regrese por donde vino. Y que nunca más quiero volver a verlo.
Debido a esto, o quizás por la ansiedad que sentía, la joven salió a esperar el taxi que aparecería de un momento a otro, sintiendo que se acercaba a un momento crucial en su vida.
Genzo, curiosamente, iba mucho más relajado de lo que cabría esperarse. Al decidirse a mandar al carajo al mundo entero y recorrer el camino que su corazón le dictaba, perdió cualquier inquietud que ese viaje pudo haberle generado. Amaba a Lily y ella lo amaba a él, ¿qué otra cosa podría importar más que eso? En Europa nadie conocía el peculiar vínculo que los unía y realmente no había algo que les impidiera estar juntos, así que todo resultaba más fácil de lo que creyó que sería en un principio, porque sí, Schneider tenía razón, la vida era demasiado corta para desperdiciarla en tonterías. No había lugar para dudas ni para pensar que, al final de cuentas, había terminado haciendo lo que Hatori quería.
Cuando llegó al lugar indicado, le sorprendió ver a Lily parada a la entrada de su villa con vistas al mar, pero escondió su asombro lo mejor que pudo detrás de una media sonrisa. Ella parecía tener ganas de decirle algo, pero también se notaba que en sus ojos bailaba la indecisión. Genzo estaba a punto de preguntarle qué le pasaba, cuando Lily se acercó a él y lo besó con una pasión que no esperaba ninguno de los dos; empero, él no tardó ni una milésima de segundo en arrojar el equipaje a un lado para tomar a Lily entre sus brazos y besarla como siempre había querido, como lo habría de hacer a partir de ese momento, hasta el último de sus días.
– Me gustan esta clase de bienvenidas –sonrió Genzo, cuando el beso terminó–. Podría acostumbrarme a ellas.
– Pues no deberías –replicó Lily, ofuscada–. Tenía planeado decirte que esto es un error, que lo mejor sería que regresaras por donde llegaste, y en cuanto te vi, me dejé llevar por mis emociones. Ni siquiera en esta ocasión he podido comportarme como debería, otra vez he permitido que me controlen mis impulsos.
– Qué bueno. ¿Ya podemos dejar de hacernos los tontos y pasar a la fase en donde mandamos a todos al infierno para hacer lo que se nos venga en gana? –cuestionó Genzo, con su habitual desparpajo.
– ¡Ah! ¿Es que alguna vez salimos de esa fase? –Lily rio, presa de los nervios–. Siempre hemos hecho lo que se nos viene en gana. ¿No es por eso que hemos llegado a este punto?
– Me alegra que por fin te hayas dado cuenta de eso, doctora. –Él la besó en la nariz con ternura–. Tal y como dijo Hatori, debemos seguir viviendo como lo hemos hecho hasta ahora: sin miedo a nada.
Parecía que Lily iba a protestar, pero al final lo pensó mejor y volvió a besarlo. Genzo, al sentir la calidez de su cuerpo contra el suyo, supo que había tomado la decisión correcta. Y muy desde el fondo de su ser, le agradeció a Hatori con el corazón.
Fin.
Notas:
– Empecé a escribir esta historia en el 2017 (aunque apenas la haya publicado en el 2022) y por fin, después de cinco años, he podido terminarla. Si bien me gustaba el concepto y me parecía que la trama era diferente a todo lo que había hecho hasta ahora, al momento de comenzar a escribirla supe que había elegido a la pareja equivocada, pero desde el inicio visualicé a Genzo y a Lily como los protagónicos y no quise cambiarlos. Esto hizo, sin embargo, que me enredara mucho con la historia, una vez que comencé me di cuenta de que mis ideas iniciales no iban a funcionar, así que llegué a reescribirla totalmente en tres ocasiones y a cambiar el final al menos unas cuatro veces porque no podía hacerlos funcionar. Después de muchos consejos y ayuda indirecta fue que pude encontrar un camino, que aunque no me dejó conforme, al menos me permitió terminar este fic, ahora sólo espero poder entregar un epílogo decente para darle un cierre definitivo.
