N.A: gracias tanto a quienes han vuelto a leer como a quien apenas descubre la historia. Feliz lectura.


Capítulo 2


Cuenta conmigo


Durante esa misma tarde en la gran ciudad, una mujer de cabello castaño estacionó en las afueras del edificio de tribunales. Se retocó el labial y aprovechó para acomodarse la ropa. Mientras tanto, la puerta del acompañante se abrió y una mujer rubia se sentó a su lado. Ambas se sonrieron y sus labios se unieron en un beso corto para sellar el saludo.

Rachel Berry había vivido grandes cambios desde sus tiempos de ser una chica judía de Ohio. Tras graduarse de preparatoria, dejó aquel estado para cumplir su gran sueño: ser una actriz de Broadway. Claro que Rachel no se fue sola de su ciudad natal pues, desde que partió rumbo a Nueva York, contó con la compañía de quien sería su futura esposa. Aquella rubia era nada menos que Quinn Fabray, quien -casi diez años después- viajaba a su lado en el auto en ese preciso instante.

En la actualidad, Rachel había cumplido su objetivo. Se había graduado con honores y se consagró como una actriz de Broadway que no solo recibía buenas críticas sino que también contaba con el apoyo de un creciente grupo de seguidores. Gracias a su enorme dedicación y a su innegable talento, era cada vez más reconocida en el mundo del teatro.

Por su parte, Quinn también aprovechó para estudiar y asentarse con una profesión en Nueva York. Aunque en su momento obtuvo una beca para estudiar arte dramático en Yale, terminó renunciando a aquellas aspiraciones con tal de vivir junto a la judía. También pudo haber estudiado actuación en la gran ciudad si así lo hubiera querido pero por una cuestión de seguridad financiera, lo mejor que podía hacer era estudiar algo que le garantizara un puesto laboral estable y un plato de comida sobre la mesa cada día. Así fue que la rubia se inclinó por estudiar abogacía en la CUNY y, poco antes de graduarse, le propuso matrimonio a la actriz.

—Entonces, ¿crees que se haya ido...? —preguntó Rachel, sin quitar su vista de la autopista.

Quinn sonrió apenas en tanto dejaba de leer la copia de un documento: ya había pasado demasiado tiempo sin que su esposa hablara respecto al divorcio de Santana, un tema que las mantenía en vilo.

—Pues dudo mucho que las cosas hayan cambiado de ayer a hoy —contestó la rubia con su tranquilidad habitual.

No fue difícil que las tres muchachas se re-encontraran en la gran ciudad. Quinn era una de las pocas conocidas que le quedaron a Santana al salir de preparatoria y Rachel poco a poco fue ganándose el cariño de la morena. Forjaron una amistad muy sólida, tanto es así que Santana fue testigo de casamiento de sus amigas y luego les tocó a ellas ser las damas de honor en el festejo de la latina con Blaine. También fueron las primeras que se enteraron de la llegada de Axel, de quien Quinn era madrina y Rachel, tía favorita... según ella misma, claro.

Y hablando de lazos familiares, durante una tarde de abril del 2017, la latina también tuvo el privilegio de convertirse en tía de Iker Abraham Fabray-Berry. El niño había sido el magnífico resultado de una FIV: un par de óvulos de Quinn fueron fertilizados por el material de un donante anónimo, que luego serían implantados en el útero de Rachel. Pese a los grandes costos que implicó este procedimiento, a ambas les pareció que aquella era la opción más adecuada para su caso y también la que más posibilidades les brindaba para tener un bebé.

En la actualidad, la relación entre las mujeres era tan buena que se veían casi a diario.

La abogada y la actriz adoraban a Axel, en especial por lo tranquilo que era (a diferencia de Iker, un pequeño ser adorable pero incapaz de guardar silencio -o de quedarse quieto- por más de un par de segundos).

"Aik", como solían llamarlo, era una copia infantil de Quinn. El niño había heredado los ojos verdes y las facciones armoniosas de su madre rubia, e incluso compartían la misma encantadora sonrisa. Como única diferencia, el cabello del pequeño encajaba en la gama del castaño claro. Y en cuanto a personalidad, a sus cuatro años recientemente cumplidos, Iker también contaba con algo de la sagacidad y la dulzura de Quinn pero todo aquello se veía eclipsado por poseer -al mismo tiempo y en grandes dosis- el dramatismo y la incansable energía de su madre actriz. Aquel niño sencillamente no podía pasar por desapercibido: era curioso, parlanchín y muy travieso. Esto último era lo que más alteraba la vida de su madre abogada... y a veces la de su tía latina.

La familia Fabray-Berry se llevaba bien con Blaine hasta que intentó fugarse del país sin ser descubierto. Cuando la verdad salió a la luz, Quinn se encargó de llevar adelante los trámites del divorcio y de asesorar a Santana. La rubia no tuvo compasión ni permitió que Blaine se lavara las manos por lo que había hecho: si se atrevió a traicionar a Santana y a hacerla sufrir, aquel hombre tenía que pagar. Fue así que, usando un grupo de buenos contactos, Quinn pudo dejarlo prácticamente en la ruina.

—Hablo en serio, cariño. Me preocupa Santana y cómo pudo reaccionar ahora último.

—¿Y qué insinúas? ¿Temes que se haya puesto brava con su ex marido o algo por el estilo?

—No, pero, ahora que lo pienso, es posible —comentó Rachel con algo de temor.

—Mi amor: ya se divorciaron y, gracias a Dios, ya todo acabó. Blaine dejó todos los bienes que tenía, firmó todo lo que le pusimos enfrente. Conocemos el carácter de Santana pero dudo mucho que quiera vengarse.

—Es que él no sólo la engañó, Quinn. Se va, la deja por otro hombre. Ella se queda sola con su hijo. Ni yo sé cómo reaccionaría ante algo así. ¿Cómo se supera un engaño de esa clase? ¿Qué tan horrible debe sentirse?

—Me hago alguna idea. Ni te imaginas la cantidad de divorcios que han sido firmados en el estudio donde trabajo— respondió la rubia, con seriedad.

Rachel la miró con perspicacia y la tomó de la mano, sin dejar de conducir.

—Yo jamás te engañaría, es lo último que pensaría hacer. Lo juro, por Aik, por lo que más amo en el mundo.

—¡Te creo, te creo, pero pon los ojos al volante! —exclamó la abogada para que Rachel se concentrara en el camino.

Quinn ya había sufrido un choque una vez, a fines de preparatoria, y eso la había hecho adoptar una perspectiva más pragmática para enfrentar la vida. Ahora tenía que estar lo más entera posible, por su trabajo, por su familia y por ella misma; y, en especial, para acompañar a Santana. Sin admitirlo, con la morena habían aprendido a cuidarse la una a la otra de forma muy estrecha. Se comprendían, se decían sus verdades y -aunque a veces discutían- no podían ocultar lo mucho que se querían.

—Lo siento, es solo que no puedo dejar de pensar en todo esto —se disculpaba Rachel, mientras otros conductores indignados vociferaban algunos insultos a sus espaldas.

Quinn se rascó la cabeza y suspiró con resignación.

—¿Te quedarás más tranquila si vamos a verlos?

—Oh, por fin, pensé que nunca lo dirías —contestó la actriz y pisó el acelerador a fondo para partir a toda velocidad.


Llegaron al departamento donde vivía Santana en cuestión de minutos. Atravesaron el portal tomadas de la mano, casi corriendo, y subieron las escaleras hasta llegar al cuarto piso.

—¿Cuándo planean arreglar el ascensor de este edificio? —se quejó Quinn, tratando de recuperar el aliento.

—Te dije que te vendría bien ir al gimnasio conmigo en las mañanas.

—¿Disculpa? ¿Insinúas que estoy en baja condición física o algo por el estilo...? —preguntó la rubia ante una Rachel menos agotada.

—Claro que no —contestó la judía mientras tocaba la puerta —. Para mí eres hermosa hagas o no hagas ejercicio.

—Otra forma de insinuar que estoy gorda —comentó Quinn, de mala gana, presionando el timbre con insistencia.

Transcurrieron algunos minutos en los cuales nadie fue a recibirlas. Más preocupada que antes, Rachel intentaba escuchar a través de las paredes por si se sentían sonidos humanos dentro. Por su parte, Quinn llamó al teléfono de Santana pero no logró que le contestaran. Finalmente, como no podía ser de otro modo, la paranoia se apoderó del cuerpo de Rachel:

—Hay que entrar.

—¿Y cómo? La puerta está cerrada por dentro, Rach.

—No me importa, hay que entrar. Quizás Santana acuchilló a Blaine y este secretamente tenía una pistola, y si aún está vivo podríamos meterlo en prisión y…

—¡Rachel, por Dios, ¿qué estás diciendo?! —Quinn también comenzaba a sugestionarse.

— Escucha, hay que mantener la calma. Esto es lo que haremos —dijo Rachel en tanto bajaba la cabeza para pensar —. Ya lo tengo: derribaré la puerta.

—¿Qué tú qué? —preguntó la rubia, mirando a su esposa con aire incrédulo y divertido.

—Tú contarás hasta tres y yo me lanzaré contra la puerta, ¿de acuerdo? La policía haría lo mismo —explicaba la castaña, encogiéndose de hombros, mientras retrocedía unos cuantos pasos.

Con la boca entreabierta, Quinn observó que su mujer se ponía en una posición similar a la de un tacleador de fútbol americano. Estaba segura de que eso iba a terminar mal. Tal vez Santana aún no llegaba, quizás fue por Axel a la guardería o pasó al mercado luego del trabajo. Pero, ¿cómo sacarle la idea del asesinato a su mujer?

—Cariño, no creo que esta sea una buena idea.

—He dicho que cuentes —la castaña frunció el ceño, con seriedad.

No, Quinn no iba a poder convencerla.

—Jesús, qué ridiculez. —murmuró Quinn, poniendo los ojos en blanco y girando la cabeza hacia otro lugar para no tener que ver toda la escena —. Uno, dos…

—¡Tres! —gritó la actriz mientras corría hacia la puerta, que se abrió sin la necesidad de ser derribada.

Rachel no logró detenerse. Trastabilló con una alfombrilla y aterrizó varios metros más allá de la entrada; durante la caída, arrasó con una mesita con un pequeño ficus que se desplomó justo sobre su cabeza.

—¡¿Pero qué demonios está pasando aquí?! —exclamó Santana, inevitablemente sorprendida.

El hecho de ver a Rachel desparramada en el suelo sin parar de escupir tierra causó que la latina comenzara a reír junto a Quinn, que tuvo que arrodillarse y abrazarse el estómago de la risa. Tras oír tal alboroto en el corredor, algunos vecinos de departamentos conjuntos salieron a sus puertas.

—Perdonen, señores, regresen a sus asuntos —pidió la morena, asomándose por la entrada, mientras le tendía una mano a su amiga rubia para ayudarla a ponerse de pie.

Santana traía puesta su bata de baño y tenía el cabello completamente mojado. Una vez que entraron y cerraron la puerta, volvieron a carcajearse por la caída tan extravagante de Rachel.

—¡Ya deja de reírte y mejor empieza a explicarnos por qué no abrías la puerta, mujer! —renegó la actriz, sacudiéndose la ropa.

—Relájate, Berry, solo estaba duchándome. ¿Acaso querían echar mi puerta abajo? —Santana se cruzó de brazos.

—Fue idea de Quinn. Armó todo un drama diciéndome que aquí se había cometido un crimen —se excusó Rachel, señalando a la abogada.

—¡Eso no es cierto! —alegó su esposa, de inmediato.

—Tranquilas, no se van a deshacer tan rápido de mí —contestó la morena en tono más serio.

—Nos preocupamos y vinimos verte, San. Hoy es un día importante —explicaba la rubia mientras la tomaba por el hombro.

Quinn conocía tan bien a su mejor amiga que era capaz de notar en aquellos ojos las rastros de todas y cada una de las lágrimas que había derramado, cosa que le producía una sensación de malestar en el pecho. El lugar permaneció un momento en silencio, Rachel se rascaba la cabeza.

—Aunque no lo creas, estoy bien —suspiró la latina, bajando la mano en su hombro con sutileza —. Sé por qué vinieron y les contaré lo que pasó, pero no con este look. Ustedes, mientras me cambio y Barbra se quita la tierra del cabello, vayan a ver a Axel. Seguramente se despertó con su escándalo, par de exageradas.


En efecto, el pequeño Axel se había despertado de su siesta. Su madrina se abalanzó sobre él para darle un abrazo mientras reían con ganas. La tía favorita se unió a ellos entrando con un ataque de cosquillas para ambos. Cansados, por fin, se sentaron en la pequeña cama del niño.

—Oh, Quinn, mira esto —sonrió Rachel en tanto levantaba una foto que había sobre la mesita de noche, en donde aparecía Santana con un Axel que no tendría más de unos días de vida.

—¡Mamá! —señaló el niño, reconociendo a la latina.

—Así es, cielo, tu mamá y tú, solo que eras muy pequeñito —agregó Quinn, con dulzura.

—¡Vaya día! ¿Recuerdas? A Santana le daba miedo tomarlo en brazos, decía que se veía muy delicado.

—Y por eso no dejó que cualquiera lo sujetara. En especial tú, que eres bastante torpe.

—¿Te estás vengando porque te insinué lo de ir al gimnasio conmigo, verdad? —preguntó la actriz, fingiendo sentirse indignada.

Quinn solo le dio un beso en la mejilla que borró de inmediato todo signo de molestia. Ambas habían aprendido a manejar esas pequeñas discusiones.

—Tenemos que estar junto a Santana. La hemos acompañado en todo, y ahora ser madre divorciada no será fácil. Menos aún si el padre de su hijo no está en el país...

—En el continente —la corrigió Rachel —. Claro que estaremos con ella, y con este hermoso príncipe —agregó besando en la frente a Axel, que seguía sentado entremedio de ambas —. Entiendo que no debe ser sencillo vivir sin uno de tus padres, pero algo me dice que Santana podrá con todo esto y más, ella es fuerte.

—Se volvió más fuerte después de sufrir tanto. Sobretodo cuando se fue…

—No la nombres —cortó Rachel —. Ya ella es parte de su pasado, al igual que Blaine.

—¡Papá! —interrumpió el pequeño Axel, con alegría, tras escuchar el nombre de su padre.

La pareja se miró con preocupación ante lo dicho por el niño. Aunque no lo admitirían de forma abierta, ambas temían que el niño pudiera recordar por siempre a ese traidor ya que, con eso, la vida de Santana no sería más grata.

—¡Listo! —exclamó la morena mientras entraba a la habitación; de inmediato, corrió hacia su hijo y lo tomó en brazos —Muy bien, ¿qué hacen ustedes dos aquí sin mi sobrino? —reprochó mirando a sus amigas.

—Oh, Aik está en un club para pequeños niños exploradores —sonrió Rachel —. Fue idea de Quinn, es que…

—...tiene que gastar energías en algo que no sea saltar por toda la casa —completó la frase la rubia, poniendo los ojos en blanco.

—Me gustaría verlo. Además, Axel se divierte mucho con él —dijo Santana, viendo a su hijito con dulzura.

La morena no deseaba otra cosa en esos momentos: no quería pensar en el presente ni en lo que estaba pasando, tanto ella como su hijo necesitaban distraerse. Quinn y Rachel compartieron una mirada de complicidad.

—¡Tengo un plan! —exclamó la judía, dando un saltito.

—Ay, no, que Dios se apiade de nosotros —susurró Quinn, causando la risa de su amiga y una mirada indignada de su mujer.

—Antes que quejarse —remarcó la actriz —, podrían empezar a felicitarme, porque en menos de cinco segundos he pensado en todo —comentaba, simulando que sacaba de su bolsillo una lista con un cronograma imaginario que comenzó a leer aclarándose la voz —: primero que nada, iré a casa a ducharme. Luego, tomaré unos bolsos y meteré ropa de Quinn, mía y de Aik. Mientras tanto, ustedes llamarán a sus respectivos trabajos y dirán que se tomaran el resto de la semana libre.

»Recogeré a mi chiquitín, dejaré que me alaben por su talento y vendremos aquí. Pediremos una lasaña vegetariana, con helado de postre, y veremos de esas películas con las que Santana y yo lloramos mientras Quinn ronca a nuestro lado. Nos quedaremos juntos por la noche y todo el día de mañana y, antes del anochecer, partiremos a la cabaña del amor para pasar el fin de semana allí. ¿Preguntas...? No acepto un "no" por respuesta —finalizó, casi sin aire.

Santana y Quinn la miraban con la boca entre abierta: había contado todo el plan en menos de treinta segundos.

—Ni siquiera le preguntaste a Santana si podíamos quedarnos con ella —murmuró la abogada y le dirigió una mirada a la latina.

La morena tragó saliva, al parecer la decisión quedaba en sus manos.

—Primero que nada: aún no comprendo cómo haces para hablar tan rápido y sin perder la coherencia...

—Práctica. Se lo estoy enseñando a Iker y sería bueno que Axel también lo aprenda —respondió la actriz, con orgullo.

—...y, segundo lugar, me parece un buen plan, Barbra —dijo Santana, asintiendo, a lo que Rachel procedió a abrazarla haciendo que la latina se quejara mientras la besaba en la mejilla —. Pero, por favor, no lo arruines con sentimentalismos.

—No lo haré. ¡La pasaremos bien, nos divertiremos muchísimo!

—Un momento, ¿por qué festejan? Yo no he dado mi opinión al respecto —interrumpió Quinn, muy seria.

—Pe-pero, cariño, yo creí que estarías de acuerdo —comenzaba a discutir la castaña con tono dolido.

—Era broma, amor, por supuesto que me apunto —casi al instante de esa respuesta, la actriz tacleó a su esposa contra la cama de su sobrino besándola de forma apasionada.

—Ya empezaron —le dijo Santana a su hijo, que observaba todo muy divertido —. Contrólense, hay menores presentes. Y será mejor que pongas tu plan en marcha antes de que me arrepienta, Berry.


Una vez que Rachel se fue, Quinn insistió en tomar un café. Faltaba poco para que anochezca en la gran ciudad. Por fin aquel día terminaba para Santana, aunque de un mejor modo del que habría imaginado o pretendido. Al par de amigas les venía bien tener un rato a solas, así podrían hablar como les gustaba a ambas: directo y sin filtros.

—Desde hace unos días que el café me hace doler el estómago, tal vez necesite un antiácido después de esto. —comentó la latina para dar inicio a la charla.

—Quizás es porque lo tomas sin azúcar. ¿Te estas alimentando bien, verdad? —preguntó la rubia antes de beber un gran sorbo de su taza.

—No te pongas maternal, Fabray. El que me haya divorciado no significa que me deje morir o algo así. Sabes que nunca he tenido buen apetito. Pero sé que tengo que estar bien, en especial por Axel y por mis clientes—respondió la morena y su amiga asintió con cierta condescendencia.

—Y por ti, San, también tienes que estar bien. Si lo estás, todo el resto funcionará —aconsejo Quinn tomándola de la mano —. Sé que todo fue repentino, pero sí creo que estos días te vendrán bien. Ya hemos estado allá, sabes lo hermoso que es ese lugar —agregó refiriéndose a la pequeña cabaña que Rachel y ella tenían a unas horas de Nueva York.

La cabaña del amor fue un regalo por parte de los padres de Rachel y, desde entonces, era la casa donde pasaban sus vacaciones de verano o fechas románticas como San Valentín. En el pasado, durante algunos días libres, Santana y Blaine las habían acompañado. Claro que ahora el viaje sería distinto, pero al menos se tomarían un breve respiro de sus rutinas en la gran ciudad.

Santana intentó sonreír frente a su mejor amiga, pero terminó mordiéndose los labios y apartando la mirada.

En verdad se sentía agradecida por el esfuerzo que las chicas estaban haciendo. Salir de aquel departamento era justo lo que necesitaba pues estar allí solo le traía malos recuerdos, como si las paredes hubieran conservado bajo el concreto el recuerdo de todas las discusiones y los malos ratos vividos para luego liberarlos durante sus ratos de soledad. Sin embargo, la morena también sabía que tendría que volver en algún momento y entendía que sus amigas deberían continuar con sus vidas. Pensando en todo aquello, Santana agachó la cabeza e inspiró con fuerza: no iba a llorar, todo iba a estar bien, ella también saldría adelante. Tenía que hacerlo.

—Oye... —Quinn apretó el agarre en sus manos —... cuentas conmigo.

—Lo sé, Q —Santana asintió y, al cabo de un momento, miró a su amiga con sincero cariño —. Lo sé.


Terminaron cenando pizza.

Tras unirse a los juegos de los niños, estos se durmieron exhaustos pero felices. Una vez que se quedaron a solas, las tres mujeres cambiaron la noche de películas por una prolongada charla en donde Santana aclaró cómo fue la despedida con Blaine. Sus amigas la escucharon atentamente y le dejaron en claro que estarían con ella hasta el final, un gesto que la latina agradecería hasta el último de sus días.

Se fueron a dormir pasadas las dos de la mañana. Rachel y Quinn se quedaron en el cuarto de Santana, y Aik, en el de Axel. La latina durmió en el salón, renegando por la falta de espacio en ese departamento, junto su pequeño hijo. Aunque era partidaria de que los niños durmieran en su propio cuarto, en más de una ocasión solía romper esa regla. Habían sido muchas las noches en que se había visto obligada a pasarlas sola, ¿qué mejor compañía para el descanso nocturno que la de aquel angelito mientras podía cerciorarse de su respiración?

Al día siguiente, el plan de Rachel fue llevado a cabo casi a la perfección. Lloraron con las películas, aunque Quinn solo soltó unas lágrimas disimuladas en un intento por demostrar fortaleza y sensatez.

Una vez terminada la melodramática sesión de cine, la abogada tomó la iniciativa de limpiar el departamento con la idea de renovar aires. En consecuencia, con música potente sonando a todo volumen, las tres intentaron borrar cada rastro de Blaine que pudieran detectar en ese lugar. Arrojaron recuerdos a la basura, cambiaron de lugar los muebles y los elementos decorativos. La faena de limpieza se extendió hasta el atardecer y sólo entonces se dispusieron a preparar todo para el viaje de esa noche.

Mientras Rachel, Santana y los niños permanecían en otro cuarto, Quinn se encargó de quitar las fotografías que su mejor amiga conservaba en el salón. Tuvo serios deseos de despedazar toda imagen que contuviera el rostro de Blaine, pero -como ya era de costumbre en ella- prevaleció la prudencia antes que cualquier acto precipitado o excesivamente sentimental. En silencio, decidió guardar esas imágenes en un viejo y polvoriento manual de cocina. Era improbable que la morena abriera ese libro en tiempos futuros ya que era evidente que ni siquiera lo había intentado en el pasado.

Inevitablemente, la abogada sonrió para sí con cierto orgullo. Creía conocer a Santana tanto o más que a sí misma: aunque por esos instantes la latina se mostraba de mejor humor que cuando aún estaba con Blaine (como si el hecho de no tener que ver a aquel individuo la dejase más tranquila), a ella no podía engañarla. Quizás era cierto que la morena necesitaba volver a sentirse libre, pero Quinn no dejaba de sospechar que todo aquello no era más que una fachada.

Pocas veces su mejor amiga solía expresar sus miedos o las grandes contradicciones que ocurrían en su interior. En eso -sin embargo- ambas eran muy similares, lo que las volvía aún más cercanas (como pertenecientes a una hermandad secreta de seres resistentes, silenciosamente estoicos).

Como le había asegurado durante la tarde anterior, la abogada estaba dispuesta a acompañar y apoyar a su amiga en todo lo que necesitara. No obstante, esto también significaba que debía mantenerse en alerta. Cuando Santana comenzaba un cambio tan grande y profundo en su vida, era capaz de tomar decisiones apresuradas sin medir las consecuencias. Olvidaba situaciones y personas importantes, o al menos reprimía su recuerdo con tal de salir adelante. Nunca miraba atrás.

Ya lo había hecho una vez, hacía casi diez años, y era posible que volviera a intentarlo en cualquier instante.