Capítulo 6


Reencuentro


Una semana después de la mudanza, las cosas en la casa de los López tendían a normalizarse. En el asunto de la convivencia quienes mejor se estaban llevando eran Maribel y Axel. El pequeño López disfrutaba de los gestos cariñosos de su abuela, que en cada tarde después del trabajo se dedicaba a pasar tiempo con él. Mientras tanto, madre e hija buscaban crear un ambiente más hogareño pero eso no quitaba que -en más de una ocasión- sus charlas derivaran en discusiones. A Santana comenzaba a quedarle poco margen para darle el beneficio de la duda a los comentarios de su madre, que parecían volverse más y más mordaces. Al menos ya no habían vuelto a hablar de sus amigas en Nueva York, con quienes la latina se comunicaba a diario pero en privado.

Para mantenerse y mostrarse ocupada durante esos días, la morena se abocó casi exclusivamente a poner en condiciones su antiguo dormitorio tanto para ella como para su pequeño hijo. A medida que desempacaba y ordenaba, pudo notar que también en aquel cuarto faltaban algunas fotografías antiguas. Cuando interrogó a su madre al respecto, esta respondió que prefirió guardar gran parte de aquellos recuerdos en una caja para evitar que se estropearan. Sin embargo, cuando Santana quiso indagar por el destino de esa caja, Maribel le restó importancia al asunto y aseguró que la misma debía de encontrarse en alguno de los armarios de la casa.

Así que, por el momento, la morena optó por redecorar su habitación con un par de imágenes de Axel y con la fotografía que le habían regalado sus amigas durante su última mañana en Nueva York. También adicionó discos a la colección que tenía de más joven: a Bon Jovi, Fleetwood Mac, Madonna y Amy Winehouse, se le sumaron Prince, Beyoncé, David Bowie, Radiohead, y un álbum homónimo de St. Vincent (que logró robarle a Quinn). A "19" y "21" se le sumó "25" y con eso Santana logró completar la discografía de Adele. La latina esperaba con ansias que aquella cantante británica sacase nuevo material. Podrían haber pasado muchos años pero existían ciertas cosas que le resultaban insuperables e irremplazables.

— No sé dónde más guardar los juguetes de Axel, son demasiados.

— Tal vez sea mejor que dejes algunas cosas en el garaje — opinaba Maribel, apoyada en el marco de la puerta de la habitación de su hija —. ¿Ya contrataste el seguro para tu auto?

— No, aún no.

—Hace tres días que vengo diciéndote que llames a la aseguradora.

—Odio hablar con tele-operadores. Siempre quieren venderte más cosas de las que solicitas o te hacen perder el tiempo. Para obtener un nuevo número telefónico esperé en línea por media hora. ¿Qué tan difícil puede ser eso?

—Pues yo no veo qué tenía de malo tu número anterior, como si tuvieras algo por lo que ocultarte o desaparecer.

Santana prefirió no responder. Su antiguo número no era el problema, sino el hecho de que esa era la única forma en que cierta gente del pasado podía volver a contactarla y esto era lo que menos deseaba para su nuevo inicio en Lima. Al cambiar de número, sólo Quinn, Rachel, su madre, dos ex colegas de su anterior consultorio y un par de ex compañeros de su época universitaria (con los que ya ni hablaba), recibieron un mensaje siendo informados de esta decisión. Su lista de contactos se vio tan drásticamente reducida que ni siquiera su propio hermano estaba enterado aún de que no pertenecía a la misma.

—Y en cuanto a lo del seguro para el auto… —comentaba Santana, para retomar un tema y esquivar otro —. Aunque contrate una nueva póliza, de todas maneras voy a necesitar un lugar en donde guardarlo.

— ¡Otra vez con esa loca idea de vaciar el garaje! Yo casi no tengo tiempo y tú no has parado de limpiar y de ordenar en todos estos días. Además, ¿dónde se supone que dejaremos tantas cosas? Hay recuerdos de al menos tres generaciones de López guardadas allí.

— Entonces no guardaré los juguetes de la cuarta generación hasta que encontremos una solución a ese asunto —decía la morena, con paciencia, en tanto doblaba y apilaba la ropa limpia sobre su cama; tras un momento de silencio, suspiró y se sentó junto a la pila de prendas que había hecho —. Tal vez sí debería tomarme un respiro con el tema del orden. Hace años que no me sentía tan cansada...

— ¿Y sigues sin poder dormir?

— Solo por un par de horas. Además, Axel se mueve y me patea durante toda la noche.

— Bueno, ya te he dicho lo que pienso respecto a que duerman juntos.

— Y no tienes que recordármelo. Estás en contra de eso y lo entiendo, pero lo cierto es que no tengo otro lugar para que Axel duerma. En Manhattan, al menos, él tenía su propio cuarto.

— ¿Y qué insinúas? ¿Quieres que duerma en el gimnasio, donde practicamos yoga con mis amigas? Tampoco queda mucho espacio allí.

—No he dicho eso.

— Recuerda que las clases de yoga son otra entrada de dinero que tenemos, Santana. Trabajo en la tienda todos los días y luego doy esas clases por las tardes — Maribel se cruzó de brazos y, antes de empezar a murmurar, miró hacia otro punto de la habitación —. Si al menos tú tuvieras trabajo...

— Oh, así que la cosa viene por ahí…. —se enojó la latina, volviendo a ponerse de pie —. Hace una semana que llegué y hace una semana que no he salido de la casa, mamá, ¿en qué momento podría haber encontrado trabajo?

— ¡No lo sé, pensé que buscarías por internet como casi todo el mundo lo hace hoy en día! — retrucó Maribel en tanto entraba al cuarto, ante lo que su hija le dio la espalda para comenzar a guardar la ropa recién doblada en el armario —. Tana, escúchame... —dijo mientras suspiraba y tomaba a la morena del hombro para que se detenga y se voltee a verla —. Aún no sé cuáles son tus planes. No sé qué lograste resolver en Nueva York antes de volver y qué no. En estos momentos eres un completo misterio para mí.

—Descuida, no te molestaremos por mucho tiempo —murmuró Santana, con las mejillas un tanto ruborizadas por el enojo: sea como sea, ya había entrado en el juego impuesto por su madre.

— ¡Ay, ese orgullo tuyo me pone los nervios de punta! —exclamó Maribel, soltándola con brusquedad —. Solo quiero saber a qué nos enfrentamos al tenerlos de nuevo aquí. ¿Qué tienes en mente? ¿Cuáles son tus objetivos para ti y para Axel? ¿Qué es lo que quieres?

La ex animadora bajó la mirada mientras comenzaba a sentir calientes lágrimas de impotencia formándose en sus ojos.

¿Cómo hacerle entender a su madre que Nueva York sencillamente dejó de ser un hogar para ellos? ¿Cómo admitir que no soportaba estar allí y tener que convivir con el recuerdo del padre de Axel -con el recuerdo de lo que él hizo- así que solo vendió todo y decidió volver a Lima sin grandes objetivos en mente? Podrían tildarla de irresponsable y tendría que profundizar en cosas que no se veía capaz de abordar sin perder la compostura.

Aún no tenía un plan. Con lo del divorcio y con todo lo vendido en Manhattan, Santana había obtenido buen dinero y -si aprendía a administrarlo- todo aquello debía alcanzarle para vivir cómodamente en un techo propio, uno en el que Axel y ella tuvieran su propio espacio, uno que no le trajera malos recuerdos... Solo quería volver a sentirse en casa.

—No es orgullo —dijo Santana, tragándose el enojo a duras penas —. Tengo mis ahorros. Pronto abriré un nuevo consultorio para recibir pacientes y buscaré un lugar en donde vivir.

—Oh, ya veo… —comentó Maribel, sin ocultar su decepción.

— ¿Qué? ¿Qué tiene de malo ese plan?

—Nada. Es decir, si eso es lo que quieres, está bastante bien...

— ¿Pero…?

A veces, pero especialmente cuando discutían, a Santana le espantaba lo mucho que su madre le recordaba a Quinn.

— Pero eso de recibir y atender pacientes, ¿no es lo que hacías en Nueva York?

—Sí, mamá, porque eso es lo que muchos psicólogos hacen. ¿Acaso tengo que explicártelo con diapositivas o algo así?

—No te pongas insolente. Solo opino que, ya que hiciste tanto alboroto para volver hasta aquí, podrías considerar otras opciones. Porque eso de ser la terapeuta de otros…

— ¡Hey! Soy muy buena en lo que hago —remarcó la latina, en español, mientras apretaba los dientes.

—Y no lo dudo, hija, pero en este momento, ¿qué quieres que te diga...? Creo que estás pasando por mucho como para lidiar con los problemas y las emociones de los otros. ¿En verdad no has pensado en hacer algo distinto y, tal vez, conseguir un nuevo enfoque?

— ¿Y qué sugieres que haga? ¿Que trabaje en una pastelería o me ponga a enseñar Yoga…? —antes de terminar esa pregunta, la latina empezaba a arrepentirse de haberla dicho.

— No pienso quedarme a escuchar como desmereces cada cosa que digo o hago —dijo Maribel, que se dio la vuelta para salir del cuarto, mostrándose más ofendida de lo que realmente estaba —. Si quieres irte para seguir siendo el mismo desastre de siempre, bien, es tu decisión. Pero que conste que aquí nadie los está echando.

— Y luego la vieja bruja era mi abuela... —susurró Santana, más para sí, a espaldas de su madre.

— ¿Disculpa...?

—Que tal vez salga a dar una vuelta —se corrigió la latina, antes de que se declarase la tercera guerra mundial en aquella casa —. Veré lo del seguro para el auto y buscaré una nueva guardería para Axel.

— ¿Piensas volver a enviarlo a una guardería? —preguntó Maribel con tono dolido, y la morena disfrutó al notar que existía un nuevo punto débil en su madre —. Conozco a alguien que podría cuidarlo una vez que ambas estemos ocupadas.

— No. Axel tiene que estar con niños de su edad, jugar, aprender cosas, crecer en un ambiente feliz y sano. Y puedo asegurarte, madre, que no descansaré hasta que ese pequeño tenga todo lo que yo no tuve y más.

— Así me gusta. Una mamá loba protegiendo a sus cachorros. No podría esperar menos de ti, Tana —sonrió Maribel, satisfecha, logrando con ese halago que Santana bajase la guardia —. De todas formas, yo no descartaría el tema de la niñera. Nunca está de más contar con alguien que pueda darte una mano. Recuerda lo que decía tu padre: los contactos...

—...no caen del cielo –dijo Santana para completar la frase con algo de melancolía —. Aunque él no pedía mucha ayuda que digamos...

— Por el orgullo, ese maldito orgullo de los López. Solo espero que mis nietos sean diferentes.

Maribel tomó por el brazo a su hija y juntas avanzaron hacia las escaleras, en aparente son de paz.

—Anda, sal un rato. Te vendrá bien despejarte. Mientras tanto, Ax y yo iremos a saludar a mis amigas.

—Ustedes dos se han vuelto muy cercanos, ¿debería ponerme celosa? —bromeó Santana.

— Solo recuperamos el tiempo perdido. ¿Y sabes lo que eso significa? Que hoy te harás cargo de la cena.


Durante esos últimos años, Lima había crecido en el sentido de que contaba con nuevos edificios y con más tiendas y restaurantes. Sin embargo, seguía manteniendo su estilo colonial, con bulevares por doquier (que no impedían los atascos en el tránsito). El andar de la gente era más rápido del que Santana recordaba, y pocos se detenía a notar a los mendigos fuera de los bancos o en algunas plazoletas. Aún había cartelería política de las últimas elecciones presidenciales despedazándose poco a poco en muros y en postes telefónicos. La ciudad había cambiado, sin dudas, pero no en el sentido que la latina esperaba.

No dejaba de sentirse extraña en su propia ciudad. Le parecía que iba a destiempo, ajena al ritmo de quienes transitaban por las aceras y por las calles. Sin dudas le sería más difícil arrasar y conquistar un lugar que se le hacía más desconocido de lo esperado, aunque lo cierto era que -desde un consultorio- sus posibilidades de llevar adelante ese tipo de acciones se verían muy limitadas. No quería darle en el gusto a su madre admitiendo que tenía algo de razón con aquella idea de buscar otras opciones para afrontar su futuro laboral. Tampoco podía negar que le hacía falta vivir otras experiencias. Ya tendría oportunidad de pensar en ello más a fondo.

En el transcurso de la tarde, la latina logró contratar un nuevo seguro para su auto y recorrer algunas guarderías. Los pocos centros infantiles que visitó le parecieron inseguros o exageradamente costosos. Ya estaba a punto de volver a casa de su madre cuando dio con un sitio que cumplía con los requisitos que ella tenía para enviar a su hijo. Los niños ya se marchaban a la hora en que logró hablar con la directora de la institución:

—Los esperamos en breve para una nueva entrevista y para que visiten nuestras instalaciones —decía la mujer, mientras la latina y ella salían de la oficina.

— Sí, parece que será una buena elección —comentaba Santana —. Todos aquí se ven bastante... amigables. —agregaba en tanto contemplaba a los niños yéndose en compañía de sus padres.

—Oh, sí, somos como una gran familia. Las risas nunca faltan.

Ni bien la directora terminó de decir aquella frase, una pequeña niña se aproximó hacia ella llorando sin consuelo.

—Miss. Davis, miss Davis...

—Kimberly, ¿qué es lo que ocurre...? —preguntó la directora, en tanto la chiquilla se abrazaba a sus piernas.

— Mi papá se ha olvidado de mí, Miss Davis. ¡Todos se van a casa y yo voy a quedarme aquí para siempre! —lloraba la niña, dramáticamente, mientras frotaba su naricita mocosa y húmeda contra el pantalón de la directora.

— Oh, linda, no digas eso —la mujer la tomó en brazos y le secó las lágrimas ante la mirada curiosa de Santana —. Tu papá suele llegar más tarde. Ya hemos hablado de esto. ¿Kelsie...? —llamó aparte a su secretaria, que la miró desde su oficina sin ocultar su cara de cansancio —. Antes de irte, ¿podrías llamar al padre de Kimi para asegurarte de que ya viene en camino?

— ¿Cuál de todas ellas? ¿La Kimi de sala de tres o la de cuatro...?

— ¡De tres, Kelsie, la Kimi de sala de tres! ¡Búscala como Kimberly Hudson! ¡Y hazlo pronto o tendremos un nuevo caso de deshidratación aquí! —tras decir aquello, la directora notó que Santana comenzaba a observarla con cierto recelo —. Es una larga historia pero tiene un buen final...

— ¡¿Kim?!

Un hombre se paró en el centro del lugar, llamando la atención de los presentes. Santana comenzó a retroceder un par de pasos hasta ocultarse tras la regordeta figura de la directora: aquel sujeto había sido un compañero suyo en su adolescencia, ¿qué demonios hacía en esa guardería?

—Oh, tu papá ya está aquí, linda —la directora dejó a la niña en el suelo y la pequeña, de inmediato, corrió hacia su progenitor.

— ¡Papi, papi, llegaste, llegaste!

— Si, Kimi, lo siento tanto —el hombre procedió a levantar a su hija para abrazarla —. Ah, directora Davis, disculpe la demora. Estaba en la zona oeste con unos clientes muy indecisos.

—Descuide, Finn, entendemos su situación. Pero Kimberly ya estaba bastante ansiosa.

—Lo sé. Intentaré que no vuelva a pasar. Yo solo quería...

Al reconocer a la persona que se mantenía detrás de la directora, el castaño enmudeció súbitamente; se inclinó hacia su costado izquierdo para comprobar que lo que sus ojos estaban viendo era real.

— ¿Santana...?

— ¿Hudson...?

— ¿Se conocen...? —preguntó la directora, haciéndose a un lado para que ambos estuvieran frente a frente.

Los dos asintieron sin dudarlo, aunque hacía años que no se veían. Finn Hudson mantenía los rasgos de lo que alguna vez fue un ex mariscal de campo y ex capitán del club del coro, torpe y de sonrisa de lado. En la actualidad, era un hombre de barba, que llevaba el pelo muy corto, que usaba corbata y la camisa dentro de los pantalones. Sus pequeños y sorprendidos ojos marrones contemplaban a Santana sin saber qué hacía ella en Lima, ni qué decirle.

—Bueno, tal parece que tienen mucho por charlar así que los dejo. Esperamos volver a verla.

Sin más, la directora se retiró de la escena. El par de ex compañeros no dejó de mirarse con seriedad hasta que Finn sonrió apenas.

—Hey, Kim, saluda a Santana. E-es una vieja... amiga.

La morena mantenía la boca entreabierta por el desconcierto. Comparó por un segundo a la niña, también de pelo castaño y de tez muy blanca, con su ex compañero: increíblemente, ambos compartían los rasgos necesarios para que fueran casi idénticos.

— ¡Hola, Santana! Soy Kimberly, tengo tres años... —saludó la pequeña con genuina alegría, y luego puso su manito sobre la mejilla de su padre –. Y él es mi papá. Es muy alto.

—Si, en verdad lo es —sonrió también la latina, enternecida.

— ¡Oh, no! ¡Papi: olvidé mi sweater y mi peluche de Skye en mi salón!

— Bueno, ¿qué estás esperando...? Ve a buscarlos —Finn dejó a Kimberly en el suelo —. Yo estaré en la entrada hasta que vuelvas.

— ¿Lo prometes...?

— Te doy mi palabra —afirmó el hombre y levantó su mano izquierda como para hacer un juramento.

Kimberly se fue en busca de sus cosas sin parar de dar pequeños brincos en el camino.

— ¿Te sientes bien? Te noto algo pálida —preguntó Finn.

—Sí, solo… necesito un minuto —explicaba Santana antes de exhalar con fuerza —. Es solo que no creí estar viva para ver a Finn Hudson como padre de familia —bromeó, sin poder evitar darle un empujón amistoso a su ex compañero que sonrió con timidez y se inclinó de hombros.

— Bueno y, ¿tú qué haces por aquí...? —preguntó él sin ocultar su tono curioso.

—Busco una guardería para enviar a mi hijo.

Finn se quede atónito de nuevo. Solo en ese instante fue capaz de corroborar que había pasado el tiempo y que había mucho que no sabía de algunos de sus ex compañeros. Santana empezaba a sonrojarse, en realidad era cierto que no se estaba sintiendo muy bien.

—Evita esa cara de tonto, no es nada del otro mundo —sonrió la latina en tanto ponía los ojos en blanco, pero su sonrisa no duró demasiado tras recordar con claridad quién era Finn Hudson —. Yo... tengo que irme.

No podía despedirse, no tenía que ser amigable: por su bien, debía abandonar aquel lugar cuanto antes. Al notar la extraña reacción de su ex compañera, Finn decidió seguirla sin comprender cuál era su apuro.

— ¡Hey! ¡Santana, espera! ¿Dije algo malo...?

— ¡¿Cómo te atreves a hablarme, Hudson?! —gritó la ex animadora, con furia —. ¡¿Qué es lo que quieres?! ¡¿Acaso eres un espía del imbécil de tu hermanastro!?

Años atrás, Santana recordaba haber asistido a la boda de la madre de Finn, que se había casado por segunda vez con un hombre viudo. Aquel sujeto tenía un hijo de la misma edad de Finn y Santana, quien incluso había sido compañero de ambos en el club del coro: ese chico era Kurt Hummel, el famoso diseñador de modas que ahora gozaba de la compañía de Blaine en París, Francia.

Finn se quedó perplejo en tanto analizaba esas violentas palabras. Su ex compañera se alejaba a paso rápido por lo que salió nuevamente tras ella:

—Espera, tranquilízate, no te estoy entendiendo —aunque Santana intentaba evadirlo, Finn se puso a su lado para comenzar a caminar a su mismo ritmo —. ¿Qué tiene que ver Kurt en todo esto...?

— Ni me lo nombres.

—Si pudieras explicarme, yo...

— ¡No tengo por qué explicarte nada! ¡No me arriesgaré a que le digas algo sobre mí!

— Pero si hace años que no hablo con él, ¿qué te sucede...?

— ¡Sucede que soy una idiota! –exclamó Santana, sin detener su marcha —. ¡¿Cómo se me ocurre volver a esta maldita ciudad y querer tener una nueva vida en paz y armonía?! ¡¿Quién hace una cosa así?!

— Y ya comenzó a hablar en español...

— ¡Quería tener una casa, todos felices, todos contentos, hogar dulce hogar, y una mierda! ¡Podría haberme mudado a Miami o a Hawái, pero no! —se quejaba Santana, aplaudiendo sarcásticamente —. ¡Tenía que volver a las raíces! ¡Quería empezar de cero en Lima! ¡Qué idea más estúpida!

— Okey, es suficiente —Finn tomó a su ex compañera por los hombros con tal firmeza que logró detenerla —. Mi hija tendrá otra crisis de llanto si ve que desaparecí de nuevo, así que ahora vas a escucharme, ¿de acuerdo?

La morena asintió apenas, sorprendida pero igual de indignada.

—Ya no hablo con Kurt —remarcó el castaño —. La última vez que lo hicimos, nos dijimos cosas horribles de las que no estoy orgulloso. No hay forma de que le diga algo sobre ti.

— ¿Y tú padrastro? ¿Y tu madre?

El castaño pestañeó rápido un par de veces y luego agachó la cabeza.

—En verdad no quisiera hablar de eso, Santana…

—Bien. Entonces, adiós —la morena se movió de forma brusca, logrando que Finn la soltara.

—Estoy enojado con ella. O lo estaba o… bueno, es complicado —comenzó a explicar el hombre, a toda velocidad, en tanto su ex compañera se alejaba y volvía a dejarlo atrás —. Mamá me confesó algunas cosas, y yo no lo tomé muy bien. Y, mucho antes de que naciera Kim, ella prefirió irse a Europa con Burt…

Como le era imposible no escucharlo, la morena fue deteniendo su marcha poco a poco en tanto el castaño volvía a acercarse a ella.

—… él seguía con problemas al corazón y Kurt se lo llevó para que se tratara en París. Burt finalmente se recuperó pero... ni él ni mi madre quisieron regresar.

—Vaya, ¿acaso tu hermanastro tiene un imán para apoderarse de la gente que uno ama o algo por el estilo? — indagó la morena, con sarcasmo, todavía dándole la espalda.

—No lo sé. Pero te juro que cuando Kurt me contó de sus planes con Blaine hace más de dos años, yo no estuve de acuerdo. Yo sabía que Blaine se había casado contigo y creo que lo entendí mejor que él porque…

La latina se volteó y detuvo a Finn con un gesto de su mano. Se quedó haciendo cálculos por un momento y, al notar que algo no cuadraba, miró a su ex compañero con más furia que antes.

— ¿Qué...? — preguntó el castaño, con temor.

— Me divorcie de Blaine hace unas semanas —bufó Santana, apretando los puños —. Me divorcié hace solo unas semanas y, ¡¿me estás diciendo que él me engañaba desde hace más de dos años?!

Entonces fue él quien comenzó a comparar fechas. Accidentalmente, en su intento por ganarse la confianza de su ex compañera, Finn le había contado a Santana que su ex marido le había sido infiel desde antes -incluso- de que naciera su único hijo. La latina tuvo que sentarse en un banco de la calle, estaba tan nerviosa y enojada que -de pronto- le dio un horrible mareo. Finn la acompañó en silencio, azorado y consternado, pero convencido de que tenía que arreglar aquel lío.

—Lo…Lo siento—musitó el castaño —. Yo no sabía que Blaine no se había ido en ese tiempo. Como te dije, me peleé muy feo con Kurt. Cambió mucho en estos años. Se le empezó a subir la fama a la cabeza y adoptó una mentalidad muy diferente de la que recordamos. Cuando me explicó que él y Blaine...

—Suficiente, Finn, en serio. No me interesa saberlo. Blaine ni siquiera es el padre de mi hijo.

—Espera, ¿qué? —Finn parpadeó rápido de nuevo —. Entonces ¿no es de él…?

—Es decir, si, es su hijo... —aclaraba Santana de forma efusiva —. Pero lo... abandonó. ¿Qué clase de persona hace algo así? ¿Tú lo harías? —dijo mirando mientras se apoyaba con cansancio contra el respaldar del banco.

—Por voluntad propia, creo que solo alguien sin sus principios claros podría hacerlo —contestaba Finn pacientemente —. Y no, yo no lo haría... Soy lo único que tiene mi niña aquí.

La latina lo miró extrañada y él cerró los ojos sin ocultar su tristeza.

—La mamá de Kim murió poco después del parto. Tuvo un derrame cerebral. Los médicos dijeron que fue fulminante.

—Dios... —murmuró Santana, sintiéndose apenada —No lo sabía.

—No había forma de que lo supieras. Hace mucho que no nos veíamos ni hablábamos.

— Desde la graduación, ¿no?

—Sí, creo que sí. ¿No has vuelto a contactarte con nadie de aquella época…?

— Solo con Quinn y Rachel que... bueno, esa historia si la conoces —el castaño asintió, mordiéndose los labios. —. Me fui a Nueva York al poco tiempo de graduarnos. Y ahora estoy aquí de nuevo pero todo sigue siendo bastante... confuso —explicó la morena, hasta que se le quebró la voz y comenzó a sentir que sus ojos se llenaban de lágrimas de nuevo pero -esta vez- no fue capaz de contenerlas porque lo que supo en aquella charla le dolía más allá de lo admisible —. Imaginaba muchas cosas para el futuro pero no esto. No así.

— Sé que al principio todo es un caos, pero, ¡hey!, no es una misión imposible. No eres la única que debe afrontar ser mamá y papá a la vez — intentaba animarla Finn pero Santana lo escuchaba sin parar de llorar.

— Aun así, todo me parece bastante injusto…

— Diablos, lo sé —el ex mariscal de campo la miró con compasión —. Me encantaría decirte que todo mejorará pero lo cierto es que las cosas pueden ponerse bastante duras. A mí todavía me duele ¿sabes…? Después de tres años, a veces me desespera no tenerla a mi lado. Pero... se aprende a sobrellevarlo —decía Finn, esbozando una sonrisilla —. Tú por lo menos pudiste gozar de una familia, aunque después Blaine se atreviera a dejarte. Él se lo pierde. Tienes algo que nada puede reemplazar: tu pequeño hijo. Disfrútalo. El tiempo pasa rápido y no podemos recuperarlo.

—En eso no te equivocas –admitía la latina, que empezó a secarse las lágrimas con disimulo —. Si le cuentas a alguien que me viste llorando por esto, Hudson, juro que...

— No se lo diré a nadie. Lo prometo.

—Bien —la morena se cruzó de brazos, al menos la sensación de mareo ya estaba desapareciendo —. No quise gritarte hace un rato.

—Descuida, lo tomaré como un desahogo de tu parte —dijo el castaño mientras tanteaba la rodilla de su ex compañera de forma afectuosa —. Fue bueno verte, Santana, pero mejor recojo a Kim. Ya he metido la pata bastante por un día —agregaba mientras se paraba para irse —.Yo... de verdad espero que tus cosas mejoren.

—Yo también lo espero —retrucó la morena, volviendo a ponerse de pie —. Oye, Hudson, no sé si volveremos a vernos pronto pero... gracias.

El hombre se atrevió a darle un corto abrazo, gesto que la morena recibió sin oponer resistencia: los abrazos de Finn siempre le habían parecido sinceros y cálidos.

—Si tu hijo viene a esta guardería, seguramente nos veremos a diario —decía Finn, en tanto se separaban.

—Eso aún está por verse. Quizás nuestros hijos se lleven mejor que nosotros en preparatoria.

— Tal vez, aunque no imaginó cómo puede ser un hijo de Santana López. ¿También grita cosas en un español inentendible? — bromeó Finn.

— Sigues siendo un idiota —la morena se rio de mala gana y amenazó con pegarle un puñetazo en el brazo, pero se contuvo —. Anda, vete de una vez. Tu perfume barato me está provocando nauseas.

— Ah, algunas cosas nunca cambian —suspiró Finn —. Hasta pronto, Santana.

La morena asintió a modo de despedida y caminó rumbo hacia su auto, en tanto el castaño emprendió su regreso hacia la guardería. Antes de subir a su vehículo, Santana lo contempló marchándose: estaba delgado, seguía dando esas largas zancadas al caminar, solo que ahora lo hacía más lento y un tanto encorvado, como un soldado tras la derrota.

En verdad sintió lástima por Finn. Pero haber hablado con él le hizo reconocer y recordar que había gente viviendo situaciones peores y, aun así, sobreviviendo... le hizo contemplar las cosas desde otra perspectiva.

En ningún momento contempló la posibilidad de reencontrarse con alguno de sus ex compañeros, con excepción de Quinn y de Rachel. Después de todo, no era tan terrible enfrentarse a personas del pasado como ella llegó a suponer. Pensó que el mundo y sobretodo esa ciudad podían volverse curiosamente pequeños.

—Y decías que los contactos no caían del cielo, papá. –susurró, mirando por un momento hacia el firmamento de forma burlona.


Luego de una tarde tan agitada, la latina casi olvidó que debía comprar algo para la cena. En el supermercado, tanto para mantener a su madre de buen humor como porque creía necesitarlo, decidió llevar una botella del vino tinto que les gustaba. Mientras caminaba por los corredores del lugar con la bebida en sus manos, comenzó a sentir un extraño malestar en el estómago, casi como presintiendo que algo malo iba a ocurrir. Y, en efecto, al girar en una esquina chocó de frente con alguien:

—Oh, disculpa —dijeron ambas, a la vez.

De inmediato, las dos reconocieron sus voces, se miraron directo a los ojos y eso bastó para que sus corazones latieran con frenesí una vez más. Tanta fue la sorpresa de Santana que dejó que la botella de vino cayera al suelo. No debió haber vuelto a Lima. De pronto, todo a su alrededor comenzaba a parecerle una pesadilla.