Brillo de esperanza
Después de aquel baño dado con tanta atención, Regina tuvo una cena agradable y la compañía de Emma para ver una película. No aguanto mucho tiempo, pues tal como una adivina, la enfermera le dijo que se quedaría dormida antes que The kid, con Bruce Willis, acabara.
Swan se acomodó en un sofá-cama, el mismo en que dejó la mochila cuando llegó, y Cora le dejó ropa de cama y una almohada tan olorosa que le daba pena usarla. Se dio cuenta cuando Regina cayó dormida y la película ya estaba llegando a su fin. No quiso continuar viéndola, así que apagó las luces y la tele del cuarto en absoluto silencio. Observó a Regina a distancia mientras respiraba bajito esperando que tuviera aquel mismo sueño agradable con los hijos y el marido que había tenido por la tarde. Pero pensó en sí misma, si no sería interesante imaginarse en un lugar siendo plenamente feliz como deseaba. Emma no buscaba la felicidad, pero deseaba ser feliz en algún momento de su vida. Siempre pensaba "al menos hago lo que adoro hacer y las personas están agradecidas por eso"
Se despertó a las seis y media con su reloj sonando para la hora de la medicación de Regina. Se giró, estiró el brazo y detuvo la débil alarma del reloj de muñeca antes de que Mills se asustara. Pero Regina aún dormía, y dormía tan bien que parecía una santa inmaculada en la posición en que se encontraba. Emma se levantó, se cambió el pijama por el uniforme blanco y arregló el sofá. Le dio mucha pena cuando tuvo que despertar a Regina, pero intentó hacerlo de la forma más suave posible.
‒ Buenos días, creo que ya es hora de despertar. Sé que el sueño parece muy bueno, pero tiene que tomarse un medicamento muy importante‒ dijo de forma casi inaudible
Los ojos de Regina se giran hacia la enfermera de pie al lado de la cama, agarrando un vaso de agua y aquella pastilla blanca para los dolores. En fin, no estaba soñando, solo despertó tras escuchar la voz de Emma como si se hubiera quedado dormida hacía poco tiempo.
‒ Es verdad, el sueño era bueno‒ su voz transmitía alivio. Regina aún tenía la sensación de que no iba a despertarse más, que volvería a un coma interminable. Si eso sucediera, por un lado, estaría bien no tener que enfrentar tantos problemas que la vida real presentaba a una Regina que sentía que ya no era más.
Se sentó, aceptó la pastilla y la tragó deprisa con la ayuda del agua.
‒ ¿Soñó algo?‒ preguntó la enfermera
‒ No recuerdo haber soñado. Fue como apagar y haber despertado ahora. ¿A qué hora me dormí?
‒ Poco después de la mitad de la película.
‒ Tenía usted razón, no aguantaria mucho después de cenar
‒ Su cuerpo aún está recuperándose, necesita reposo. A propósito, tiene una consulta con el Dr. Gold hoy. Voy con usted al hospital.
‒ Está bien‒ observa a Emma, ve aquellos hermosos cabellos dorados recogidos y casi le pide que se los suelte solo para admirarlos ‒ ¿Cora ya está de pie?
‒ Sí, está preparando el desayuno. En un momento traerá la bandeja.
‒ Por favor, coma conmigo cuando ella llegue.
‒ No. No puedo, estoy trabajando, no es correcto.
‒ Es una orden, Emma, no una petición. Va a desayunar conmigo. Y cuando pueda sentarme sola, también almorzará y cenará.
Emma se sintió tan avergonzada que su rostro tenía el color del tomate, pero Regina no le prestó atención a eso. Al menos algo de su comportamiento anterior había sobrevivido al accidente, aquel carácter impositivo al que Cora se había referido el día anterior.
Cuando apartó hacia un lado la sábana, Emma supo que necesitaba salir de la cama. Intercambiaron una mirada y la enfermera la cogió en brazos, la pasó a la silla que estaba al lado. Emma le dejó intimidad a Regina en el baño y esperó a que terminase para llevarla de vuelta. Siempre que cuidaba a una persona y la conducía al baño era como recordar su infancia, cómo su madre le enseñaba a limpiarse sola. Le dieron ganas de reír por recordar algo tan dulce como su madre, y al Regina informarle, exactamente como ella hacía cuando era pequeña
‒ Emma, ya terminé‒ dijo desde dentro del baño
‒ Estoy entrando‒ Swan cogió a Regina y la ayudó con las manos y el cepillo de dientes.
Aunque Emma hacía que se sintiera cómoda, a Regina no le gustaba la sensación de dependencia. Conseguía apañárselas, ponerse el maquillaje con un espejo de rostro, cepillarse los dientes, incluso estirarse para coger la toalla, pero definitivamente no poder caminar era la peor de las sensaciones.
Pasó todo el desayuno reflexionando si valía la pena estar viva, si un día se iba a recuperar completamente de lo sucedido. Eran dos cosas, la capacidad de moverse que ahora no tenía y el trauma. Si algún día volvía a caminar de nuevo, ¿qué le garantizaba que sería feliz de nuevo sin sus hijos y marido? No tenía sentido tener tanto dinero a fin de cuentas.
Cora, de pie al lado de ellas, tuvo una idea brillante mientras la señora bebía un trago infinito de café.
‒ Regina, he pensado si no sería útil traer una mesa pequeña para dejarla aquí mientras ocupa el cuarto. Estaría bien que pudiera leer, almorzar o cenar con vistas al jardín.
Emma, sentada en una silla, bebiendo educadamente, un vaso de zumo, alza los ojos hacia el ama de llaves. Regina parece tan ida que no había escuchado a la mujer.
‒ ¿Regina?‒ Cora la llama de nuevo.
‒ Ah, discúlpeme, Cora, ¿qué dijo?
‒ Cora decía que cree interesante traer una mesa para dejar en el cuarto. Podría almorzar viendo el jardín‒ resume Emma
‒ Ah, ¿era eso? Me gusta la idea. Hágalo, Cora‒ Regina intenta sonreír simpática.
Cora asiente y pide permiso para marcharse, pero Emma percibe que Regina no está con la cabeza en su sitio.
‒ Estaba pensando en todo menos en una mesa en el cuarto, ¿verdad?‒ Emma cuestiona, dejando el vaso sobre la bandeja y poniéndose de pie.
‒ Estoy infeliz, Emma, tengo miedo de pasarme el resto de mi vida parapléjica.
‒ Creo que piensa demasiado en el futuro. Va a recuperarse.
‒ No, no lo haré. Incluso aunque vuelva a caminar, ¿qué haré con mi vida? Es una pésima idea pensar que haber sobrevivido al accidente fue un milagro.
Emma miró su rostro, exactamente donde tenía aquellas marcas, aquellas cicatrices sutiles cerca del ojo.
‒ ¿Pues sabe lo que yo creo? Que no sabe lo privilegiada que es por estar viva, incluso sin andar, incluso sin sus hijos cerca.
La voz de la enferma sonó más seria de lo normal y Regina se calló sin protestar.
Una hora más tarde, Leopold llevó a Regina y a Emma al Amber City Hospital, pues a media mañana, Regina tenía una consulta importante con el Dr. Gold. Mientras empujaba la silla de ruedas, muchas personas pasaron por su lado y todas, sin excepción, hablaron con Emma.
‒ Hola, Swan‒ dijo Ruby cuando pasó al lado de ellas en la puerta del ascensor.
‒ Hola, Ruby
Después Helen, después Brandi, después Chris y un pequeño saludo a las chicas que trabajaban en la recepción del tercer piso. Allí, todos le tenían aprecio, aunque Emma estuviera más cerrada que hacía dos años y en los últimos tiempos muchas cosas de la política de aquel hospital habían cambiado.
‒ Es usted bastante popular‒ comenta Regina mientras es conducida hasta el ala de las consultas.
‒ Trabajo con esas personas hace mucho tiempo, son colegas muy queridos‒ responde Emma.
‒ Es también una buena profesional, deben reconocerlo tanto como lo hago yo.
‒ Le agradezco el elogio, pero todos aquí somos buenos. No hay rivalidad.
No había rivalidad en un ambiente como aquel. Todos sabían que Emma era lesbiana, aunque su vida no era un libro abierto. Ruby había perdido a la madre muy pronto. Helen era transexual. Brandi tenía dos hijos que mantener. Killian juntaba dinero desde hacía cinco años para casarse. Cada uno con su propia historia, pero al final, todos se adoraban.
Por más modesta que fuera, aquella historia de que todos eran buenos no convencía a Regina. Cuando se detuvieron, esperando en el pasillo, Mills la observó atentamente. Poseía un aura tan responsable y segura que le quitaba el aliento, y ya había tenido bastante con el baño del día anterior. Era extraño, era nuevo, pero Regina sabía lo que quería decir. Quizás hacía mucho tiempo que no tenía relaciones, a fin de cuentas, antes del accidente, sus recuerdos indicaban que no estaba en el mejor momento de su relación con Daniel. Había algo en Emma que la hacía vibrar por dentro. No es que estuviera mal, pero ella era la enfermera y Regina su jefa, jamás debería tener ese tipo de pensamiento. La verdad era que a ojos de Regina, en aquel momento, paradas en el pasillo, Emma era bonita, olía a colonia de flores del campo y le transmitía mucha seguridad.
Un hombre de cabellos entre grises y castaños abre la puerta de la consulta desde dentro. Es el Dr. Gold con su simpatía y buena disposición de sobra. Ve a Regina y a Emma, y sin decir una palabra, abre espacio para que las dos entren.
‒ Según los exámenes, puede ser que sus movimientos vuelvan en algunas semanas, sin embargo debe tener acompañamiento de fisioterapia‒ habla con Regina, exponiendo sobre la mesa dos radiografías.
‒ ¿Eso significa que volveré a caminar, doctor?‒ Regina pregunta, incómoda.
‒ Está en plenas condiciones para ello. El golpe en la médula espinal aún necesita una buena recuperación, aunque consiga hacer movimientos básicos. Estoy seguro de que con la ayuda de Emma tendrá la misma recuperación que tuvo aquí‒ él mira a Swan ‒‒ Pero no se la lleve para siempre, es muy buena para que nos abandone.
‒ Eso mismo le estaba diciendo a ella cuando llegamos‒ Regina sonríe.
‒ Veo que ha tenido una mejoría aún más significativa tras tener al alta. Mire, está sonriendo‒ comenta él, pero cuando llama su atención, aquel brillo en sus ojos desaparece ‒ Discúlpeme, ¿he dicho algo malo?
‒ No, tiene razón, doctor. Me siento mejor.
‒ ¿Tiene alguna otra duda?
‒ En realidad sí, doctor. Con lo que respecta a mi memoria, ¿cuándo voy a recuperarla?
‒ Esa ya es una pregunta más compleja, Regina. Sufrió una lesión cerebral en el accidente debido al impacto, la respuesta de su cerebro es buena, pero también está pasando por un periodo de recuperación. No puedo estipular fechas para la recuperación total de sus recuerdos. Es más fácil decir que será gradual y que debe tener paciencia.
‒ Está bien‒ dijo Regina, decepcionada consigo misma.
Abandonaron la consulta del Dr. Gold y Emma caminó lentamente por el pasillo del tercer piso, empujando la silla de ruedas y Regina, incómoda con el silencio constante que se había hecho desde temprano.
‒ ¿Está segura de que todo va bien?‒ cuestiona
‒ Disculpe, estaba pensando
‒ ¿Puedo saber en qué? Si quiere contármelo
‒ Miedo. Tengo miedo. Al mismo tiempo que quiero andar, que quiero recuperar mis recuerdos, tengo miedo de retomar mi vida de antes.
‒ Primero piense en el presente‒ Emma para la silla, se pone delante de Regina, claramente cansada de aquella conversación desmotivadora ‒ Sus hijos odiarían verla así, tan triste y enfadada con el destino. Tiene que ser firme en sus objetivos si quiere ponerse bien y superar el trauma.
‒ Mis hijos no están vivos para decirme lo que piensan de mí. No entiende, Emma. Ningún sermón que me diga que debo mentarme positiva para recuperarme va a hacerme sentir mejor. Me recuperaré, recordaré todo, ¿y qué haré? No sé por qué a veces me viene esa idea de que tengo que vivir.
Emma se agachó frente a ella, le daba igual que cualquiera que pasara por ahí la viera.
‒ Porque tiene esperanzas. Usted, como todo ser humano, tiene muchas esperanzas. La Regina que existía antes dejó algunas cosas que usted nunca sería capaz de negar. La esperanza es una de esas cosas.
‒ ¿Esperanza? ¿De verdad? ¿La esperanza de que seguiré siendo alguien frívolo como tengo la impresión de que fui? ¿O esperanza de que voy a casarme de nuevo y tener hijos? No puedo quedarme embarazada por vías normales, Emma. Mis hijos fueron por inseminación, solo Dios sabe lo difícil que fue para mí tener aquellas criaturas‒ Regina sufre recordando.
‒ Quien está pensando todo eso es una persona que aún no ha entendido el valor de la vida. Atribuye razones para ser feliz, para tener dinero, casarse, ser madre, cuando puede, claramente, vivir de una manera más ligera. Solo repetirá el ciclo si quiere, nadie dice que deba casarse de nuevo y tener hijos. Comience a pensar qué habría sido de usted si no hubiera conocido a Daniel.
Regina traga en seco y se toma en serio la sugerencia de Emma. Realmente ella tenía razón. No tendría sentido sufrir si nunca hubiese conocido a su marido y engendrado a sus hijos. Si no hubiera conocido a Daniel, ella no tendría otra razón para vivir a no ser ella misma. ¿Por qué no pensar que quizás era el destino actuando una segunda vez? Alguien quería que ella aprendiese una valiosa lección y haber sobrevivido era demasiado desafiante.
Emma se alzó, y tomó una decisión. Dio la vuelta y empujó la silla hacia el ascensor.
‒ ¿A dónde me lleva?
‒ Tengo que enseñarle una cosa‒ responde y se calla hasta llegar al cuarto piso.
En el piso de arriba, en cuanto salieron del ascensor, un panel mostraba hacia donde se dirigían. Emma sabía que los jueves era el día en que los niños con cáncer tomaban su tratamiento en el ala infantil del hospital. Llevó a Regina hasta una sala en la que a través de un cristal se veía a un grupo de niños reunidos alrededor de juguetes y dibujos en las paredes. Dentro de la sala había un hombre disfrazado de Carlitos, el mendigo, haciendo reír a los pequeños con sus payasadas. Regina miró a cada uno de esos niños, y todos tenían algo en común, un pañuelo o gorra en la cabeza tapando los pocos cabellos que tenían.
Incluso con la alegría estampada en sus pequeñas caritas, era triste pensar que muchos tuvieron la mala suerte de perder sus cabellos. Regina no consigue mirar por mucho tiempo y no entiende por qué Emma la había llevado a ese lugar. Pasan un tiempo paradas frente al cristal, y entonces el hombre vestido de Carlitos termina su actuación, arrancando aplausos de los pequeños. Regina vuelve a mirar y observa cuán agradecidos parecen estar aquellos niños al abrazar al payaso. Hay un brillo de esperanza en sus miradas, un brillo lindo que Regina no comprendía. Algunos niños estaban tan pálidos, con los labios sin color y una fragilidad visible en sus cuerpos, aún así, algunos de ellos querían abrazar al hombre como si necesitaran enérgicamente agradecerle las risas que él les había proporcionado, haciendo que olvidaran los dolores, los miedos, la espera y la sombra que flotaba sobre la vida de cada uno de ellos.
Emma quería que Regina percibiese la esperanza de aquellos niños, aunque de primeras fuera chocante. Algunos ya estaban en un estadío avanzado de la enfermedad, otros progresaban en su recuperación. Al final, todos eran iguales, todos querían lo mismo: acabar con el sufrimiento. Carlitos, el payaso, entre tantos otros que pasaban por allí los días de recreo, eran el medio por el que aquellos niños olvidaban que eran víctimas del destino y cada carcajada los apartaba de las tinieblas, de los tratamientos dolorosos y algunas veces era una forma de volver a casa. Swan siempre sintió mucha pena de los niños con cáncer, pero amaba ver sus sonrisas tan amorosas. Si pudiera, pasaría días enteros en el ala infantil, solo para tratarlos.
‒ ¿Ve lo agradecidos que están incluso con sus vidas condenadas? Son niños, Regina, niños que tienen que enfrentarse a una condición dolorosa todos los días. Son en esos momentos en que nos damos cuenta dónde está la esperanza, por mínima que sea.
‒ Ellos quieren vivir, no importa que la vida dure solo un día más. Me siento pésima por quejarme tanto de mi estado‒ Regina suspira.
‒ No se sienta tan mal, es normal que ahora se compare con ellos. Solo quiero que vea lo bueno que es estar viva y agradecer lo que se tiene. Habrá otros motivos para celebrar, otras formas en las que va a percibir que tiene una vida maravillosa. Los niños de ahí dentro agradecen el simple hecho de estar sonriendo cuando tienen todos los motivos para llorar.
Las lágrimas estaban a punto de caer por las mejillas de Regina. Ella miró a Emma y extendió su mano, aferrando los dedos de la enfermera con fuerza.
‒ Gracias. Jamás olvidaré lo que ha hecho por mí.
Emma devolvió el gesto y sonrió, mirándola con cierto alivio.
En medio del camino a casa, dentro del coche, Regina contaba animada al chófer lo emocionante que había sido la visita al ala infantil del Amber City Hospital. Emma estaba sentada al lado de Leopold, en el asiento delantero e intercambiaba miradas divertidas con el chófer a medida que sentían una animación poco común en su voz.
‒ Quizás pueda visitar el ala infantil más veces. ¿Eso es posible, Emma?‒ pregunta ella
‒ Sí, pero antes debe inscribirse como voluntaria. Tengo una ficha allá en casa, cuando pase mi día libre se la llevo.
‒ ¿Qué haría como voluntaria con los niños, señora?‒ cuestiona Leopold, sin apartar los ojos de la carretera.
‒ Creo que puedo contarles algunos cuentos. No sé si me quedaría bien el disfraz de payaso, sobre todo estando en una silla de ruedas.
‒ Se reirían bastante por esa diferencia‒ dijo Emma
De fondo se podía escuchar, bien bajo, la radio. En cuanto la música terminó, Regina escuchó la publicidad y tuvo un lapsus repentino, y mandó subir el volumen.
"...Este fin de semana, la Mills & Colter estará excepcionalmente de puertas abiertas. Visite la tienda más cercana a su domicilio"
‒ Leopold, suba el volumen‒ él obedeció prontamente. Regina escuchó la publicidad y como un rayo, recordó que era habitual abrir las tiendas los días feriados ‒ Es la publicidad de Mils & Colter. La red de tiendas de mi familia.
‒ Sí, señora‒ confirma el chófer
‒ Lléveme hasta la tienda, por favor. Tengo que comprobar algo‒ ella estira el brazo y toca su hombro
‒ Pero, señora, tiene que ir a su casa, es casi la hora del almuerzo.
‒ Leopold, por favor, dé la vuelta y lléveme a la tienda principal‒ pide ella, y sin alternativa, él regresó al centro de la ciudad.
Emma tenía un mal presentimiento con esa idea repentina, pero no estaría loca como para abandonar a Regina en esos momentos. Empujó la silla de ruedas hacia la puerta automática de la Mills & Colter, aquel sitio parecía más un mundo alternativo de lo grande que era. Por fuera parecía mucho más pequeño, uno no podía tener la noción del espacio y de los muchos productos que Regina y su familia debían importar todos los días.
Pasaron por pasillos y más pasillos de productos, estantes que iban casi hasta el techo y diversos trabajadores de uniforme, muy asombrados con la presencia de quien creían que nunca más aparecería por allí. Alguien corrió para llamar al subgerente, y apareció en lo alto, donde se localizaban los despachos.
Robin Colter sonrió cuando divisó a Regina. Ella lo vio y le pidió a Emma que esperara junto con ella. El cuñado, haciendo gala de rapidez, dio una gran vuelta y bajó las escaleras, recibiendo a Regina con una extraña simpatía.
‒ Si hubiera sabido que vendrías te habría comprado flores, cuñada‒ él se acerca y le da un beso en el rostro.
Regina lo mira de arriba a abajo, y se limpia la mejilla con la manga de la blusa.
‒ No había necesidad. ¿Cómo van las cosas por aquí? Escuché que vamos a abrir el fin de semana y el feriado.
‒ Es nuestra tradición‒ dice él y se da cuenta de la presencia de Emma, como un guardaespaldas al lado de la cuñada ‒ Hola, soy Robin. Debo suponer que usted es la cuidadora‒ extiende la mano.
‒ Exactamente. Me llamo Emma Swan‒ Swan le aprieta la mano a modo de saludo.
‒ ¿No prefieren subir? Es mejor que conversar aquí‒ dice él, y Regina mira por encima del hombro. Todos sus trabajadores miran en su dirección y quedarse en medio del camino no parecía de verdad la mejor opción.
Usan el ascensor, y en la segunda planta, Robin abre el despacho de Regina, el lugar donde venía trabajando en su ausencia y explica cómo ha ido funcionando todo sin ella. Por más presuntuoso que él pareciera, no se podía negar que había realizado bien la función de gerente. Los documentos sobre la mesa indicaban que habían importado 107 tipos de productos diferentes en el último mes. La contabilidad había enviado los balances. Un nuevo contrato de publicidad había sido firmado. No se podía negar que había eficiencia. Mirando todo aquello, Regina no tenía motivos para desconfiar de que su imperio no estuviera a salvo.
‒ Felicidades, Robin, has hecho un excelente trabajo‒ elogia
‒ Tuve una profesora a la altura‒ se refiere a la propia Regina ‒ Sin Daniel me di cuenta que tendría dos funciones. Mamá ha estado aquí para ayudarme algunas veces, pero me he dejado la piel por la empresa.
‒ ¿Helena ha participado en alguna negociación?‒ Regina lo mira, después de darse cuenta de que en su mesa aún había un portarretratos con una foto de ella con sus hijos y marido.
‒ No directamente. Aún está muy destrozada por lo ocurrido con Daniel y con sus nietos‒ nota la incomodidad de Regina cuando hablan de Helena y prefiere cambiar de tema ‒ ¿Aceptan algo de beber? Tenemos agua, té, café y refrescos.
‒ No, gracias‒ Emma responde rápido desde una esquina
Regina coge el portarretrato de los hijos y llama a Emma para marcharse.
‒ Te agradezco tu esfuerzo mientras he estado fuera. Creo que en breve estaré en condiciones de volver al trabajo. Dile a Helena que le agradezco su ayuda, pero prefiero que no abandone su jubilación.
‒ Regina, míralo bien‒ él las sigue hasta la puerta ‒ Mi madre y tú siempre estaban en desacuerdo, pero la empresa pertenece a las dos familias. No es un buen momento para pelear.
Ella lo miró a los ojos. Son más claros que los de Daniel y sus cabellos también son más finos. Casi no recuerda a los Colter, si no fuera por el apellido. Era medio hermano de Daniel, dos años más joven que el primogénito y su padre era inglés. Quizás fuera por eso que siempre sonaba prepotente, con aires de superioridad. Sacó eso de la madre y sin quererlo, el acento ayudaba a empeorar la sensación.
‒ No pretendo pelear con Helena, a pesar de que le dio órdenes a mis empleados. Nuestro único vínculo ahora es esta empresa. Lo mismo vale para ti. Trabajas para mí y eres pagado para eso. Si lo considero necesario, puedo mandarte a otras de nuestras sedes. Tras la muerte de Daniel, yo tengo el 75% de las acciones de la Mills & Colter, los 25 restantes están en tu familia. Por tanto, ella ya no es apta para dar órdenes aquí dentro, mucho menos en mi casa.
Él tuvo que asentir y mantenerse callado por su propio bien. Acompañó a las dos hasta la salida y Regina se dio cuenta que lo había colocado en su sitio tras decir lo que había dicho en el despacho.
Se acordaba de poco, pero suficiente para entender que su posición en la empresa era la más importante. Emma no hizo preguntas de regreso a casa, por más que le había gustado ver su postura.
Cora estaba limpiando el polvo de un álbum de fotos cuando el coche aparcó en la entrada de la casa. Escuchó cuando Emma le daba las gracias a Leopold y vio cuando sacaron a Regina del coche. Esperó a que las dos entraran para decirles que el almuerzo las estaba esperando. Habían tardado y ya estaba empezando a preocuparse.
‒ Pensé que estaban en algún atasco. ¿Cómo fue en el médico?
‒ Regina está bien, es cuestión de tiempo que se recupere totalmente‒ dice Emma, empujando la silla hasta el ama de llaves.
‒ Voy a necesitar fisioterapia. Necesito que se ocupe de eso lo más rápido posible, Cora‒ habla Regina
‒ Sí, puedo llamar a mi sobrina para que se ocupe de eso. Hoy mismo la llamo‒ Cora vuelve a limpiar el álbum.
Regina reconoce el objeto, sabe que aquel es el álbum de fotos de sus hijos.
‒ ¿Qué está haciendo con ese álbum?
‒ Solo una limpieza, ¿quiere verlo?
‒ Sí‒ Cora se lo pasa a Mills
Cuando ella lo abre, ya en la primera hoja hay una foto de cuando su barriga estaba enorme. Fue pasando las hojas y vio a los hijos recién nacidos, Daniel todo orgulloso con los dos en los brazos, aún pequeños. Vio una foto del primer día de escuela de cada uno, cuando comenzaron a andar en bicicleta y cuando pasaron unas vacaciones en la playa. Sintió alegría, ganas de sonreír en vez de llorar lamentando su pérdida. Entonces, Emma se acordó que faltaba una cosa para completar el álbum.
‒ Ha traído una foto del despacho, creo que cabe perfectamente en ese espacio de la última hoja.
Regina la miró de reojo, recordó el portarretrato en su regazo y con calma lo cogió. Hizo lo sugerido y colocó la foto en la última hoja.
Cora percibió que Regina mejoraba, que había vuelto más animada de aquella visita al hospital y era por alguna razón que aún desconocía. Mills puede haber cambiado, pero había algo en aquella enfermera que marcaba la diferencia.
A la hora del almuerzo, el ama de llaves tuvo una breve noción de lo que había ocurrido más allá de la consulta en el hospital. Regina contó otra vez lo de los niños y el payaso. Pasó más de media hora diciendo lo lindo que era ver ese brillo en los ojos de los pequeños. Así que, después de que Emma la llevara al cuarto y le diera los medicamentos para descansar tras el almuerzo, ella quiso preguntar de dónde aquella muchacha sacaba sus encantos. Emma pasó por su lado en el pasillo de la cocina, yendo a buscar agua fresca y Cora la interceptó
‒ ¿Fue idea suya llevarla a ver a los niños con cáncer, verdad?
Emma señaló que sí, pero frunció el ceño, desconfiada.
‒ Sí. Necesitaba una dosis de realidad.
‒ Ahora entiendo, jovencita. Ahora entiendo por qué está aquí haciendo su trabajo. Siga, siga siendo así para ella. Regina es otra persona gracias a usted.
‒ Si ella es otra persona gracias a lo que he hecho, no lo sé, pero intento mostrarle que aún vale la pena seguir adelante a pesar de los pesares.
‒ Le ha devuelto la sonrisa. Y no se trata de una sonrisa cualquiera, es una sonrisa que nunca antes había visto.
El ama de llaves sale de escena, dejando a Emma con una inmensa sensación de gratitud.
