5 meses sin actualizar, juro que yo era relativamente feliz tardando dos meses y poco en actualizar, pero bueno creo que el capítulo quedó perfecto por lo menos para quitarme lo que más me preocupaba. Pero bueno esas preocupaciones ya se fueron y ahora quedan otras nuevas.
Me gustaría prometer que dedicaré estos dos últimos meses del año a sacar un capítulo cada mes para compensar está larga ausencia, pero no tengo ni idea de si lo lograré, así que lo único que prometo es poner mi más grande empeño.
AnaM1707: La verdad es que sí, para Susie Squib me inspire un poco en La niña de los fósforos, un cuento muy bonito a la vez que trágico, con su pequeña dosis de crítica social.
Moonlight: Muchas gracias, la verdad es que está vez me tomó lo mío actualizar.
LouisTomlinson1: Muchas gracias y siento mucho haber tardado tanto.
N.A: No soy dueña de Harry Potter toda su autoría a J. K Rowling.
El supervisor:
El domingo se despertó temprano al escuchar voces provenientes del salón-comedor. Se trataban de pai y de su abuela, pero no les prestó atención a lo que hablaban, pues toda su concentración había recaído en que esa mañana estaba otra vez lloviendo. Era el cuarto día consecutivo desde el jueves volviéndolo otro día condenado a estar encerrado en casa. Comenzaba a pensar que las nubes grises se habían tragado el Sol.
De un brinco se levantó de la cama y salió de su habitación para encontrarse sentados en la mesa tomando café a su abuela muy bien vestida y a pai todavía en camisón.
— Era justo lo que necesitaba ahora — soltó pai nada más verlo. — Y aún por encima con los pies descalzos.
A su abuela se le iluminó la cara al verlo y le hizo un gesto con las manos para que fuese ajunto de ella.
— ¿Te hemos despertado, tesoro? — le preguntó su abuela al sentarlo en su regazo. — Severus. — dijo dirigiéndose a pai. — Si tal para que no te moleste me lo llevo a la misa y así también presumo del nieto tan guapo que tengo. —Le dio un beso en la mejilla.
— No te preocupes, Hope. Estoy seguro de que podré arreglármelas.
— ¿Estás seguro? Si no puedo despertar a Lyall o a Remus y que se encarguen ellos para que te deje preparar el Wolfsbane tranquilo.
El estómago se le revolvió violentamente al escuchar el nombre de la poción y fue incapaz de reprimir una arcada. No eran buenas noticias que su padre estuviese elaborando la poción, pues eso significaba que en ocho días tendría que tomar la primera dosis y ese sufrimiento se prolongaría durante toda una semana.
— Hope, me las arreglaré. Además Remus no ha tenido una buena noche y Lyall... — Se quedó callado mirándolo como si lo que fuese a decir no pudiera hacerlo en su presencia.
— ¡Lyall no le hará daño! — dijo su abuela apretándolo más contra ella.
Teddy sintió la impetuosa necesidad de defender a su abuelo. No entendía a que se estaban refiriendo, pero tenía súper claro que pai se estaba equivocando. Su abuelo era muy bueno con él, incluso en las últimas semanas se había vuelto todo un experto en realizar encantamientos para reparar el caparazón de un caracol de tantas veces que se la había roto a Jaime al jugar con él.
—Solo le contó esa historia para asustarlo y ayudarlo a... Desarrollarse antes. Lyall es así, cuando Remus iba a empezar en la escuela se inventó una historia sobre que en Hogwarts había un calamar gigante que se comía a los niños malos, solo para intentar que se portase bien.
— ¡¿No es verdad?! — preguntó sorprendido ante aquella nueva información.
Su abuela se rió ante su pregunta.
— Claro que no, pero eso no significa que puedas comportarte como un animal salvaje. — le respondió pai.
— ¿Entonces todo lo que me cuenta el abuelo es mentira?
— No, todo no. — respondió su abuela. —Solo algunas cosas, sobretodo a lo referente a asustar, es algo que a Lyall se le da muy bien. Demasiado. — Sintió una nota de tristeza en su voz. — Aveces creo que se pasó asustando a Remus sobre los hombres lobos.
— Los hombres lobos son peligrosos y mucho más si no se toman su poción.
— Severus, sabes a lo que me refiero. Se pasó años enteros sin visitarnos e incluso ahora actúa como si su sola presencia o la de Teddy pudieran quitarnos años de vida. Es cierto que pasamos noches de luna llena horribles, sobretodo a partir de que cumplió ocho años, pero no es para actuar así y más ahora cuando los tiempos han cambiado, ahora que hay una poción que lo controla.
Las palabras de su abuela fueron dolorosas y por un momento trató de pensar en algo que decir o que hacer para animarla, pero no se le ocurrió nada.
— Hope, se te va a hacer tarde.
Su abuela le dio una rápida visual al reloj de pulsera que llevaba en la muñeca izquierda.
— Va a ser que sí. — su voz tenía todavía un tono triste. — ¿Estás seguro de que no quieres que me lo lleve? Ir de vez en cuando a la iglesia no lo matará.
— Puedo arreglármelas. — repitió pai. — Hope, no te preocupes.
Su abuela se tomó lo que quedaba de su taza de café y le dio un último beso en la mejilla antes de dejarlo sobre el regazo de su padre.
La vio ponerse su abrigo de invierno de color arena, dirigirse hacia la chimenea, lanzar un puñado de polvos flu al fuego y desaparecer entre las llamas verdes.
No pudo evitar, al verla marchar, arrepentirse de no haber ido con ella, no por el hecho de perderse la misa (Había asistido ya algunas veces y le había parecido la actividad más aburrida del mundo) sino más bien por el hecho de que a lo mejor en Londres hiciera mejor tiempo y pudiera salir a dar un paseo por sus calles, liberándolo del encierro por lluvias.
Pai lo llevó de vuelta a su habitación para ponerle los calcetines y unas zapatillas, las cuales ambos sabían que en cuanto se diera media vuelta se las quitaría.
Le preparó el desayunar y lo dejó sobre la mesa del comedor junto a unos pocos folios y su estuche de pinturas.
— Come despacio. — le comentó antes de que se llevase la primera cucharada a la boca. — Saldré en una hora para vigilarte, después de crear la base y dejar el acónito remojado en agua calentando.— Pai le acarició cariñosamente el pelo.
— Vale.
— ¿De que está hecha la base del Wolfsbane? — la pregunta fue como clavarle un dardo por la espalda.
Estaba seguro de le había hablado de ello, de la misma forma que le había hablado de un gran montón de pociones diferentes y de muchas otras cosas.
— De plantas. — terminó por contestar.
— ¿Concretamente? — Se quedaron mirando él uno al otro. — Ortigas, manzanilla, regaliz y menta piperita... ¿Por lo menos te acuerdas de para que servían?
— ¡De eso sí! Era para el estómago.
— Es un protector para el estómago. — puntualizó.
— Eso dije.
De nuevo se quedaron mirando él uno al otro.
— Trata de no engullir.
No hubo más preguntas sobre pociones. Después de eso pai bloqueó la chimenea con un encantamiento y se encerró en su sala de trabajo, dejándolo solo en el pequeño salón-comedor.
Terminó pronto de desayunar y miró con cierto fastidio hacia las hojas que su padre había dejado sobre la mesa. Adoraba pintar y dibujar, pero estaba cansado de haber estado los tres últimos días haciendo esa actividad, así como de jugar a juegos de mesa. En general estaba cansado de estar encerrado entre cuatro paredes.
Se tomó un momento para pensar que iba hacer aquella mañana cuando su atención recayó en la puerta principal.
— ¡Oh! — murmuró antes de dirigirse rápidamente a su habitación para ponerse sobre el pijama su impermeable azul oscuro y sus botas rojas de goma. Ya estaba preparado para salir afuera.
Se dirigió de vuelta al salón-comedor y arrastró con mucho cuidado (para evitar que su padre lo escuchase) una de las sillas de la mesa hacia la puerta.
Una vez que estaba a un palmo de la puerta se subió a la silla y trató de abrirla descubriendo que estaba fechada (cerrada).
Enfurruñado empujó a un lado la silla, estaba claramente condenado a pasarse otro día encerrado en casa.
Agarró los folios y el estuche que su padre había dejado sobre la mesa y volvió a su habitación donde tiró sobre el suelo todo lo que había agarrado.
Había dejado ya la luz encendida de la vez anterior que había entrado. Se quitó las botas rojas y justo cuando estaba a punto de quitarse el impermeable tuvo la idea de que tal vez sí que podría salir por una ventana.
Volvió a ponerse las botas y arrastró la silla de su escritorio hasta la ventana de su habitación que daba a la parte trasera de la casa, la cual se había convertido en uno de sus lugares favoritos desde que su abuelo había hecho crecer: un limonero, un naranjo y un manzano a partir de las semillas que él había plantado.
Levantó la persiana, abrió la ventana y se sentó sobre el alfeizar. Del suelo a sus pies había escasamente un metro que no dudó en saltar.
Sintió una alegría inmensa al estar por fin fuera y durante un largo rato jugó bajo la lluvia (saltando sobre los charcos de lodo, haciendo figuras con él y tratando de encontrar saltamontes, caracoles y sapos) hasta que terminó con los pies humedecidos y con el pijama que llevaba debajo del impermeable completamente empapado. Aquel era el momento de volver a entrar en casa, aunque hubo un problema con el que no había contado en su afán por salir de casa: también necesitaba algo donde subirse de ese lado de la ventana para volver a entrar en su habitación.
Trató de subirse agarrándose al alfeizar y saltando, pero no saltaba lo suficientemente alto, ni tenía la suficiente fuerza como para impulsarse y lograrlo. Si hubiese sido un lobo o estuviera en la semana previa a la luna llena estaba convencido de que lo hubiera conseguido; de hecho estaba seguro de que ni siquiera habría necesitado de una silla en primer lugar.
Se quedó mirando a la ventana ideando otra forma de entrar, pero lo único que se le ocurría era esperar hasta que su padre lo encontrase allí. Se encogió ante esa idea, en cuanto pai se enterase de que lo que había hecho y lo viese tal y como estaba (empapado y con los pies y las manos manchadas de barro) lo castigaría sin volver a salir fuera hasta bien entrada la primavera. Le había castigado sin poder salir de su habitación en Hogwarts hasta Navidad por mucho menos: por escaparse del lado de su padre para ir a acariciar el gran perro negro del guardián de Hogwarts. Le había prohibido incluso el uso de la red Flu hasta el despacho de papá impidiéndole así poder ver el Boggart , ni las hadas, ni los doxys, ni los duendecillos de Cornualles que había tenido para sus clases. Sin embargo, la peor parte era que papá estuviera de acuerdo con él: no podía volver a escaparse del lado de sus padres y menos para ir detrás de un gran perro negro.
Decidió lavarse el barro de las manos y de las botas con la manguera, esperando que por lo menos así su padre fuese más benevolente con su futuro castigo.
Volvió a mirar hacia la ventana de su habitación y por un momento deseó poder sacar la silla volando a través de ella. Se le revolvió el estómago ante aquella idea, nunca había hecho magia, ni estaba seguro de que pudiera hacerla.
Nunca antes le había preocupado poder hacer magia después de todo la abuela Hope no podía hacerla y nadie en casa parecía tener problemas con ello, pero eso había sido antes de que el abuelo le contará el cuento de Susie Squib y que pai afirmase con tanta seguridad que no sería un squib.
En aquel momento habían conseguido asustarlo, pues días antes su abuelo había estado tratando de enseñarle a hacer algo de magia, pero había sido incapaz de hacer que un tarro se moviese, que una copa se rompiese, de elevar si quiera una milésima los pies del suelo o de conseguir por mucho que quisiese que al agitar la varita de su abuelo soltase alguna chispa. Desde luego él no podía estar tan seguro sobre no ser un squib y había temido acabar como Susie: una niña a la que sus padres nunca querrían porque no era capaz de hacer magia. Daba igual el daño que le hiciesen, daba igual lo mucho que sus padres, y que la propia Susie, desearan que pudiera hacer magia. Ella simplemente nunca podría.
Afortunadamente para él a sus padres les había horrorizado conocer el cuento de Susie Squib y le habían dejado en claro que nada parecido a lo que había sufrido Susie le iba a pasar a él.
Una lechuza común entró por la ventana de su habitación cargando una bolsa entre sus patas. Un escalofrío le recorrió la espalda estaba convencido de que en breve su padre saldría con la lechuza y lo descubriría.
— ¡Edward! — se sobresaltó al escuchar a su abuelo gritar su nombre. Ni siquiera había escuchado que levantase la persiana de la habitación contigua a la suya concentrado como estaba en mirar hacia su ventana esperando ver a su padre. — ¿Qué estás haciendo ahí fuera con la que está cayendo? Vas a acabar enfermo. — La lechuza que había visto entrar salió por encima de la cabeza de su abuelo.
Una fuerza lo arrastró de vuelta a la casa a través de la ventana de la habitación donde dormían sus abuelos.
El abuelo cerró la ventana detrás de él y le lanzó un encantamiento que hizo que en un segundo estuviera seco de la cabeza a los pies, pero que lo dejó temblando de frío.
— ¿Qué hacías afuera con lo que está lloviendo? — preguntó su abuelo mientras reprimía un bostezo. — Y aún por encima a estas horas tan tempranas de la mañana que acaba de llegar el periódico.
—¿Cómo está Jaime? — dijo sin prestar atención a su pregunta.
— Estupendamente, ese bicho está mejor que yo.
Teddy se agachó debajo de la cama de sus abuelos y sacó de ella un pequeño terrario. Jaime todavía dormía sobre una hoja de lechuga que le había dejado la noche anterior. Había tenido que tirar la caja de cartón, pues Jaime se la había comenzado a comer a los pocos días de haberlo tenido en ella.
Un fuerte escalofrío le recorrió la espalda en cuanto escuchó a pai gritar su nombre completo, escondió rápidamente de nuevo a Jaime debajo de la cama junto con sus botas rojas de goma y el impermeable.
— ¡Severus, está conmigo!
Pai entró en la habitación casi al instante de que el abuelo hubiese respondido.
Pai lo miró apretando los dientes.
— Severus, ¿No tendrás por casualidad algún tónico para la resaca? — comentó su abuelo rompiendo la tensión.
Se sintió tentado a preguntar qué significaba resaca, pero la peligrosa mirada que su padre mantenía sobre él lo mantuvo petrificado.
— No, ninguno. —respondió con tranquilidad con la mirada todavía clavada en él. — Edward Prince, vas a limpiar el desastre que has montado en tu cuarto al dejar la ventana abierta, sin nada de ayuda. — dijo levantando brevemente la vista de él para mirar a su abuelo que se había puesto a hojear el periódico. — Y más te vale no acabar enfermo está semana porque no me estoy haciendo cargo de ti.
— No seas tan cruel con el niño por querer ventilar un poco la habitación. — trató de defenderlo su abuelo. — Yo secaré la habitación en un periquete con un par de encantamientos.
Su padre los escudriñó con la mirada, Teddy estaba seguro de que su abuelo no lo engañaría tan fácilmente con aquella mentira, pues su padre ya debía de haber notado la falta de sus botas de goma y de su impermeable en el armario, así como la silla que había arrastrado al lado de la puerta de entrada.
— Bien. — terminó por ceder pai a regañadientes. Le dio una última visual a su abuelo. — Nada de forzarlo a hacer magia. — Lo avisó.
— Ya he dado mi palabra, ¿Vamos a volver a tener esa charla?
Hubo un incómodo silencio antes de que Pai se diera media vuelta y volviese a encerrarse en su sala de trabajo.
...
Dos días. Dos días había pasado su mocoso en cama por culpa de la gripe donde hasta había tenido que llegar a suministrarle pociones para controlarle la fiebre y curarle el dolor de cabeza.
Estaba seguro de que había acabado enfermo por salir el domingo a escondidas de la casa. Si ya era así con cuatro años no quería ni imaginárselo cuando fuera un adolescente.
Por fortuna para él el resto de días de la semana de preparación del Wolfsbane habían pasado tranquilos. Sin embargo, no le había pasado lo mismo a Remus debido a que a medida que avanzaba la semana más angustiado y nervioso se había vuelto. No había sido extraño, pues en breve tendría la visita de un supervisor.
Y así fue.
Inevitablemente el lunes de la primera dosis llegó y esa mañana Remus se despertó con un fuerte dolor de estómago fruto de los nervios. Tuvo que suministrarle una poción para calmar el dolor. Una poción relajante habría sido más efectiva, pero no podía suministrársela junto con el Wolfsbane ya que la combinación de ambas podía hacer que acabará en el hospital San Mungo.
Se pasó las clases de la mañana del lunes preocupado por Remus haciendo que terminará por utilizar la red flu para verlo en su despacho a la hora de comer.
Se le encogió un poco el corazón al encontrarlo encorvado sobre la mesa del escritorio con las dos palmas de las manos cubriéndose la cara.
— Remus.
Lupin se apartó rápidamente las manos de la cara cuando lo escuchó pronunciar su nombre. Todavía tenía los ojos llenos de lágrimas.
— Severus, ¿Qué haces aquí?
— ¿Qué te parece que hago aquí? Ver cómo estás.
— ¿Solo a eso?— Remus se frotó los ojos para quitarse las lágrimas antes de que le resbalaran por las mejillas.
— ¿Quieres tener relaciones sexuales?
— Justo ahora no. Me refería a sí querías comer conmigo, juntos, los dos solos. Mitt estará a punto de aparecerse y puedo pedirle otro plato para ti. — dijo mientras movía con el pie la silla que tenía en frente de él. — Es algo que hacemos con mucha menos frecuencia que tener relaciones sexuales.
De hecho no habían vuelto a comer los dos solos desde que Teddy había aparecido en sus vidas.
Tomó asiento donde Lupin le había indicado y lo observó sacar de uno de los cajones de su escritorio dos vasos que transfiguró en dos copas.
— No hagas que parezca una cita. — lo avisó. Comenzaba a arrepentirse de haber aceptado su invitación.
— ¿Por qué? ¿Te preocupa que se enteren los elfos domésticos de las cocinas? — como si aquello fuera una invocación una pequeña elfina doméstica (que no tendría más de diez años humanos) apareció con un gran plato de comida junto con dos cubiertos y una servilleta. — Mitt, siento no haberte avisado con anterioridad, pero hoy estará comiendo conmigo el profesor Snape.
La elfina apoyó todo lo que llevaba sobre el escritorio y miró a Snape con sus grandes ojos verdes.
— Tomaré lo mismo que él. — dijo antes de que la elfina preguntará intentando así de reducir el tiempo que estuviera con ellos en el despacho.
— Bien. — comentó Mitt antes de desaparecerse.
— Supongo que tendré que esperar para cuando vuelva a sacar las velas.
— Lupin, ni se te ocurra. Como saques o transfigures algo en una vela, me largo.
— Bien, bien, como quieras. — dijo con una sonrisa. — De todas formas las velas son más para las cenas que para las comidas.
Lupin sacó de uno de sus cajones una botella de vino que ya estaba comenzada.
Mitt volvió a aparecerse con un plato exactamente igual al que había traído para Lupin.
— Buen provecho. — comentó antes de volver a desaparecerse.
Remus vertió vino sobre las dos copas y volvió a guardarla.
— ¿Quieres hablar de cómo te ha ido con el supervisor?
La pregunta hizo que el buen humor que le había traído a Lupin se turbará.
— Bueno,— comentó con amargura. — Entró dentro de lo que me había imaginado: prohibió la ocupación a los alumnos de las primeras filas, a mitad de la primera clase me puso detrás de un cristal como si fuera un animal de zoológico porque me consideró un riesgo, aterró a mis pocos alumnos de primero... ¡Ah! Y parecía saber a quién preguntar para dejarme como un mal profesor.
Haberse esperado todo aquello no significaba que le doliera menos.
— Escogido específicamente por la perra de Umbridge.
— Debía de llevar escogido desde que Albus informó que este curso su profesor de defensa contra las artes oscuras iba a ser un hombre lobo. Según Hagrid él fue quién alertó indirectamente a los Malfoy de mi presencia en Hogwarts.
Los cubiertos casi se le resbalaron de los dedos al escuchar a Remus.
— ¿Quién te supervisa es Corban Yaxley?
— Sí, el mismísimo jefe del departamento de regulación y control de las criaturas mágicas. Dado que trabajo en un colegio rodeado de posibles víctimas y que soy el único hombre lobo que tiene registrado que trabajo tengo toda su atención.
— Cuidado con Yaxley. Nunca le falló al Señor Tenebroso en lanzar un Imperius y no creo que haya perdido facultades.
Lupin le dio un largo trago a su copa.
— Genial, entonces estará esperando el momento oportuno para maldecirme y ordenarme atacar a un montón de alumnos... Puede que no sea ni siquiera un montón, puede que con solo uno le baste... Es estupendo.
Snape dirigió su mirada hacia el anillo de plata que Lupin todavía llevaba puesto en su mano izquierda. Si lo llevaba puesto mientras Yaxley lo atacaba no le pasaría nada, pero no tenía ni idea de las consecuencias que le acarrearían a él recibir una maldición imperdonable como Imperiusde forma indirecta. Tenía claro que la maldición asesina lo mataría a él en lugar de a Remus, así que tal vez pudiese ser que con Imperius en lugar de controlar a Lupin puede que terminase controlándolo a él, o por lo menos intentándolo.
Debió de pasar mucho rato mirando hacia el anillo porque lo siguiente que Remus dijo fue:
—¿Sabes? Nunca me explicaste como funcionaba tu amuleto, aunque cuando el dementor atacó el tren no me afectó demasiado, si me produjo un sentimiento de desasosiego, pero no sentí en ningún momento que me arrancará la felicidad, ni siquiera me provocó ningún desagradable recuerdo.
Snape tragó saliva.
— Debilita los ataques que te lancen. — decidió mentir. — Si los sentirás, pero no te afectaran o por lo menos no con la misma intensidad, así que es muy probable que si Yaxley te lanza un Imperius puedas liberarte fácilmente de su control... Pero no lo tentaría, la maldición Imperius es una maldición imperdonable y no estoy seguro de si conseguirá bloquearla lo suficiente.
Lupin se levantó para besarlo.
— Te amo.
Fue extraño como el calor que despertaron en él esas palabras logró fundirse con el triste vacío que sentía ante la incertidumbre de no saber que le pasaría si Yaxley lograba realizar con éxito la maldición Imperius sobre Remus.
— Yo también te amo. — susurró antes de que Remus volviera a besarlo.
Hubo un fuerte golpeteo contra la puerta del despacho que los hizo separarse.
— Debe de ser ese cabrón de Yaxley. — susurró Lupin contra su oído.
— Tengo que irme.
Lupin consiguió robarle un último beso antes de que usase la red flu para salir del despacho.
Las dos últimas clases, en contraposición a las de la mañana, se las pasó muy tranquilo.
Y cuando por fin terminaron esperó dentro de su habitación a que llegará para ir de vuelta a casa a ver a Teddy.
Pensó que ese lunes no le tomaría mucho tiempo, pues la chimenea se había mantenido abierta, a diferencia de cuando estaba Teddy que siempre había tenido que esperar a que no hubiera alumnos en el pasillo para poder entrar.
Pero no pasó y Severus se descubrió a sí mismo entreteniéndose en fijarse en que había cambiado su habitación en Hogwarts desde que Teddy había comenzado a pasar tiempo en ella.
La primera diferencia fue clara: El mosaico de alfombras de diferente color que había hecho Lupin para él para evitar que se hiciese daño al caerse y que no se le congelasen los pies cuando se le ocurriese ir descalzo.
La segunda había sido la cama, ese día hecha porque no había dormido en ella. Su mochila roja estaba encima de ella y Severus no dudaba que al abrirla lo primero que sacaría serían hojas y hojas de dibujos arrugadas que en un miércoles y en un viernes habrían estado tiradas por el suelo.
Eso era lo que mayoritariamente Teddy había traído a su vida: color y caos. Y tenía que admitir que le gustaba, aunque muchas veces ellos dos se peleasen.
Un golpe en la puerta lo sorprendió, de haber sido Lupin solamente no se hubiera molestado en llamar. La abrió y Remus entró seguido de Yaxley.
— ¡Ah, Severus! ¡Cuánto tiempo sin verte! — Fue todo un improvisto que Yaxley lo abrazará y le diera dos besos en la mejilla.
Severus pudo ver a Remus rechinando los dientes ante el inesperado contacto.
— Yaxley, ¿Qué haces aquí?
— Cumplir con mi trabajo y asegurarme que ese híbrido de mala sangre no sea una amenaza para los estudiantes. ¿Dónde tienes el Wolfsbane?
Definitivamente no iba dejar que Yaxley se acercase a ese caldero.
— En mi casa, ni Hogwarts, ni el Ministerio están pagando por esa poción.
— Pero tengo que cerciorarme de que está realizada, que está bien hecha y que el hombre lobo la está consumiendo. Cuando saquemos la nueva normativa para hombres lobo su segundo decreto será que ningún hombre podrá trabajar en ningún lugar sin poder suministrarse el Wolfsbane. Justo debajo del decreto de que todo hombre lobo que sea considerado una amenaza será ejecutado, así que, como comprenderás es muy importante que me informe de que se está cumpliendo.
Yaxley recorrió con la mirada la habitación.
— ¿Dudas de mis habilidades? Después de que sabes a que me dedicaba... en otros tiempos.
— Es simple procedimiento, no te lo tomes a mal. — comentó sin darle demasiado importancia.— Por lo que veo al final el pequeño muggle os ha salido con sorpresa...
— Aún no lo sabemos. — lo cortó.
— ¿Aún no? Si fuera por mí ya lo habrías sabido desde el principio. Lo habría torturado personalmente hasta cerciorarse de que no habría ni una pizca de sangre sucia en él, pero desafortunadamente es un procedimiento que el Ministerio considera discriminatorio.
Lupin lo miraba como si de un momento a otro fuera a abalanzarse sobre él para arrancarle las tripas a mordiscos.
— Sin duda su mayor defecto es que es discriminatorio. — comentó haciendo su mayor esfuerzo para no sacar su varita y maldecirlo.
— Sí, es una pena... Umbridge y yo pasamos casi un año pensando como echar abajo esa ley que permite adoptar muggles, pero no hay manera. Está muy ligada a la que te permite casarte con ellos. Sin duda una grandiosa iniciativa de todas aquellas parejas de magos y brujas que deseaban tener hijos y no podían. — comentó con desprecio. — Sin embargo, supieron cubrirse las espaldas. — Hubo un brillo en sus ojos. — Como ocurre cuando te casas con un muggle , si el niño ha cumplido once años y no ha sido aceptado en ninguna escuela de magia debes abandonar el uso de la magia... o renuncias al niño que es mucho más fácil, un par de hechizos desmemorizantes, un par de recuerdos alterados y lo mandas de vuelta a un orfanato muggle que es a donde pertenecía en un principio.
— Sí, una regla que se cumple siempre a raja tabla. — comentó Lupin con ira. — A mi padre se lo pidieron todos los años que sirvió al Ministerio después de casarse con mi madre. Después cuando terminó la guerra y no lo necesitaban, lo obligaron a prejubilarse y lo echaron del trabajo.
— Lyall Lupin tiene mucha suerte, todas las faltas que lleva acumuladas llevarían a cualquier otro mago a cumplir condena en Azkaban.
Remus apretó los dientes y Yaxley sacó su varita. Snape se metió en medio antes de que Yaxley no dudase en lanzarle una maldición asesina y se justifica frente a todos diciendo que fue en defensa propia porque se sentía amenazado.
— ¿Una muestra de la poción te llegará? — Era una pregunta, pero sonó más como una afirmación. Snape sacó un pequeño frasco vacío de su túnica. — Está cantidad es la que utilizó para valorar las pociones de mis alumnos, no necesito más.
— Servirá. — comentó Yaxley guardando su varita.
Le tendió el frasco a Lupin.
— La sala está cerrada con los mismo encantamientos que utilizo para cerrar está puerta. No deberías tener ningún problema en abrirla.
— Pero...
— ¡Lupin! Vete a buscarla. — Era un imbécil si creía que iba a dejarlo solo un rato más con Yaxley.
Remus obedeció y desapareció entre las llamas verdes de la red flu.
— Todo un cachorrito adorable comparado con Greyback. — comentó Yaxley cuando se quedaron a solas. — Y lo tienes verdaderamente comiendo de tu mano. No te ha ido tan mal.
Snape lo observó. No comprendía a que se refería con su última afirmación.
— ¿A qué te refieres?
— Algunos mortífagos se escandalizaron al enterarse de que seguirías trabajando para Albus Dumbledore y definitivamente ninguno te guarda respeto desde que salió al aire que tenías una relación con un hombre lobo y la adopción del muggle. Sobre todo Lucius, también me parece que se lo tomó como una traición por tu parte. Pero creo que ninguno se ha dado cuenta de lo lejos que has llegado, te delataron como mortífago y aún así no pasaste ni un solo día en Azkaban. Lo que Lucius y yo pagamos con dinero, tú sin nada lo pagaste convirtiéndote en el perro faldero de Albus Dumbledore y dejándote follar por su mascota. Hay que tener mucho valor e inteligencia para hacer eso. — dijo poniéndole una mano sobre el hombro que rápidamente apartó.
Agradeció ver el brillo verde de las llamas y salir a Remus de la chimenea. Lupin le entregó el frasco y Yaxley por fin se marchó dejándolos tranquilos.
Fechar es portugués y significa cerrar, bloquear.
