Capítulo 31

Había pasado casi todo el día encerrada en la biblioteca. Una pila de libros descansaba a mi lado, amenazando con caer si sumaba uno más a la gran torre. Leí en silencio el último libro sobre Moonacre que había encontrado allí. Ya había mirado en el despacho privado del tío y no encontré nada que aclarara ese misterio que rondaba la casa, así que no me quedaba otra que mirar en la gran biblioteca. Algo debía haber entre tantas hojas. Para mi desgracia, no encontré nada nuevo en lo que poder apoyar mis teorías.

En ese momento me hallaba leyendo de nuevo el libro que me heredó mi padre sobre los cuentos de Moonacre. Echando la vista atrás, aún me parecía increíble lo mucho que ha pasado desde entonces y durante ese tiempo. Sonreí al ver las imágenes. El libro había reescrito sus páginas, dándole un final a la leyenda de las perlas de la Princesa de la Luna. Llegué hasta el capítulo donde regresé las perlas a donde pertenecían, restaurando la paz en el valle y rompiendo el hechizo. Fruncí el ceño al ver que había más páginas manchadas de tinta detrás.

Sorprendentemente, el libro no terminaba ahí.

Pasé la página para descubrir una nueva ilustración. Yo estaba sonriendo junto con Robin. Reconocí el recuerdo. Caminábamos por el bosque de regreso a casa después de haber devuelto las perlas al mar.

Seguí avanzando las hojas con confusión, encontrando más ilustraciones sobre lo que había pasado después, narrando los hechos. Desde la boda del tío y Loveday hasta el día que partí a Londres. Todo estaba ahí.

«No puede ser».

Respiré entrecortadamente, la ansiedad creciendo y provocando que me doliese un poco el pecho por la impresión. ¿Por qué la historia continuaba si la maldición ya no existía? La última vez que miré las páginas de ese libro, no aparecía nada de eso. Tal vez fuera porque hacía años que no me detenía a leerlo. Pero no tenía sentido. Todo se había arreglado, ya no había nada que deshacer.

—¡Ahí estás, jovencita! —cerré el libro de un golpe, disparando una mirada asustada hacia la puerta de la biblioteca. La señorita Heliotrope me miró desde el umbral—. Perdona, querida. ¿Te he alarmado? No era mi intención. Te buscaba desde hace rato, te he llamado y como no respondías…

—Sí… Es que estaba absorta con mis lecturas —actué como si no estuviese teniendo una crisis interna bastante importante. Observó la pila de libros sujetando sus anteojos, visiblemente impresionada.

—Dios Santo, ¿has leído todo en solo un día? ¡Qué dedicación!

—Mero hobby —intenté simular una sonrisa, cambiando de tema para que no indagara más—. ¿Para qué me buscaba exactamente?

—Tenemos visitas, querida.

—¿De quién se trata? —maquillé mi desinterés como bien pude.

—Un viejo amigo y su hijo, creo. Tu tío quiere que nos reunamos todos, supongo que para hacer las presentaciones.

—Ya voy —lo que menos quería era salir de allí con el gran hallazgo que había hecho, pero no me quedaba de otra si no quería que sospecharan. Dejé todo en su lugar, azuzada por la mujer con prisas. Mentalmente me dije que más tarde volvería para centrarme mejor en la investigación, al mismo tiempo que era prácticamente arrastrada al salón donde esperaban todos.

En la sala estaba Loveday, sentada en su sofá preferido con su usual semblante alegre. Digweed se acercó para posicionarse al lado de la institutriz, saludando sutilmente. El tío se encontraba junto a la mujer en el asiento, hablando amenamente con un hombre que me era extrañamente familiar. Junto a este había un muchacho que escuchaba el intercambio con interés.

Todos los ojos se posaron en nosotras cuando el mayordomo nos anunció.

—¡Por fin! Ya pensábamos que no nos honrarías con tu presencia en esta ocasión, sobrina —saludó mi tío con entusiasmo. No pude evitar fruncir el ceño ante eso.

—Estaba en la biblioteca —dije únicamente, sintiendo todo aquello un poco extraño y fuera de lugar.

—Ven, quiero presentarte a alguien —vino en mi busca, posando una mano en mi espalda para acercarme a los invitados. Estos se levantaron para saludar con propiedad—. Maria, supongo que recuerdas al capitán Rogers —una luz se encendió en mi cabeza, iluminando el recuerdo de ese rostro que se me hacía tan familiar. El hombre sonrió con amabilidad, tomando mi mano cuando se la tendí.

—¿Cómo no? Pasé una noche en su calabozo —aquello hizo que el amigo de mi tío agachara la cabeza con pesar.

—Siento lo que ocurrió, señorita, pero no podemos saltarnos el protocolo —miró a mi tío esta vez—. Ni siquiera por la sobrina de mi mejor amigo.

—Hizo lo que creyó que era correcto, señor Rogers —lo tranquilicé, entendiendo sus actitudes—. Eso ya queda en el pasado —le brindé una sonrisa, la cual correspondió agradecido.

—Oh, y este es su hijo —siguió con las presentaciones, señalando al chico que miraba desde su lado—, Chris Rogers.

—Encantado de conocerla, señorita Merryweather —tomó mi mano y besó el dorso.

—Solo Maria, por favor —cada vez que oía esas palabras formales se me removía el estómago.

—Como quiera, Maria —me dedicó una sonrisa brillante. Era un joven apuesto, con ojos azules y cabello rubio platino. Se parecía bastante a su padre.

—Señor, la comida está en la mesa —Marmaduke apareció en la puerta.

—Bueno, ya que estáis aquí, ¿por qué no os quedáis a comer? —el tío juntó sus manos, aún sonriendo de oreja a oreja. Su actitud era, cuanto menos, sospechosa. Ambos aceptaron con gusto y Marmaduke desapareció de nuevo, tomando aquello como una señal de que debía preparar más platos para la mesa.

Busqué la mirada de Loveday, intentando que me diera alguna pista de lo que pasaba allí. No supo qué decir, así que se encogió de hombros con una expresión igual de desconcertada que la mía. La acompañé hasta el comedor, entrelazando su brazo con el mío para ayudarla a caminar.

—No ha estado por aquí en un tiempo, ¿cómo han ido los estudios en Londres? —levanté la vista de mi plato para ver al capitán sonreír hacia mí.

—Muy bien, he prosperado bastante en la escuela.

—Tu tío alardea de que tiene una sobrina muy lista —codeó al hombre con gracia—. No me cabe duda de ello —sonreí, apreciando el halago, mirando a mi tío de reojo.

—Todo gracias a él. Después de todo, fue idea suya el mudarme para terminar mis estudios —lo vi tener problemas para tragar el pan que se había llevado a la boca.

—Me halagas, querida, pero el esfuerzo y reconocimientos son todo tuyos —intentó recomponerse, no dejando que su gesto alegre decayera por mi comentario.

—¿Y qué hay de ti, Chris? —intervino Loveday, sintiendo mi mirada clavarse en él como dagas—. Hace años que no venías a Moonacre.

—Estuve de viaje por Europa, pasé algunos años en Francia estudiando.

—Sabe francés mejor que los nativos —comentó su padre, con un brillo de orgullo.

—Vaya, Maria también es muy buena con el idioma —alcé una ceja hacia mi tío—. Lo ha estudiado desde que era pequeña.

—Entonces debe ser toda una experta —la mirada de Chris no me dejaba ni a sol ni a sombra.

—No creo que sea comparable con alguien que lo ha aprendido en su país de origen.

—¡No seas tan modesta! No está nada mal tu acento, ¿verdad, señorita Heliotrope? —la mujer mencionada dejó de comer, algo irritada.

—Maria es muy buena, en efecto —su tono indiferente no se me pasó por alto. De normal, le encantaba alardear de que me había enseñado lo mejor y que mi talento era notable a pesar de lo que me disgustaba estudiarlo, pero en esa ocasión se mostró bastante fría.

—Bueno, eso que tenéis en común —empezaba a cansarme esa sonrisa tan diplomática en su rostro.

—Maria —Chris llamó mi atención, sentado frente a mí con esa sonrisa que parecía intachable—, después de la comida, ¿le gustaría ir a dar un paseo al pueblo? Hoy hace un día espléndido y creo que no debería desaprovecharse.

Me quedé quieta, dejando de cortar el pollo que me había servido Digweed muy amablemente. Su oferta me pilló totalmente desprevenida. Supongo que mi desconcierto y poco entusiasmo fue bastante visible y mi tío creyó conveniente responder por mí.

—¡Qué gran idea, chico! Así tendréis la oportunidad de conoceros mejor.

—El parque de Moonacre está precioso en esta época del año —corroboró su amigo, sonriente.

Con tal de no soportar ese intercambio tan exasperante entre ellos, como si me iba a la misma China.

—Claro —respondí con cortesía. Loveday suspiró para sus adentros, igual de cansada que yo. Me giré para ver a la señorita Heliotrope, quien aún miraba con sutileza pero yo que la conocía tan bien pude ver que estaba molesta también.

Dediqué un momento para observar a Chris sin que lo notara, intentando examinar y decretar si el chico sabía algo de todo aquello que parecía estar cociendose allí. A esas alturas no podía negarme por más que quisiera, tocaría aguantar un poco, al menos hasta tener algo más de información al respecto. Tal vez sacara algo de todo ese lío del paseo.

Una vez terminamos la comida, nos dieron permiso para irnos. El tío insistió en que fuéramos en caballo, ya que quedaba un poco lejos. Él le prestó a Atlas, mientras que yo insistí en ir con Periwinkle a pesar de las quejas de mi tutor, alegando que ya era muy mayor para seguir cabalgando con ella.

Era más alta que antes, y me quedaba un poco pequeña su montura, pero me negué a montar otro corcel. No había nadie más leal que mi arisca yegua. Además, mi peso no sería un problema como para ocasionar una lesión al pobre animal.

Una vez llegamos al pueblo, desmontamos y decidimos ir al parque para dar nuestro paseo. Al principio estaba muy callado, algo que me incomodaba un poco. No parecía ser tímido y ciertamente no lo había mostrado antes.

—Entonces, ¿no has estado aquí por un tiempo? —llamé su atención con mi pregunta. Entrelacé mis manos delante de mí, esperando una respuesta. Mi iniciativa pareció animarlo un poco.

—Sí, bastante, en verdad. Me divertí en mis viajes y aprendí muchas cosas, pero nada como el hogar —sonrió de lado—. Da gusto volver a casa.

—Estoy de acuerdo —miré los árboles que se extendían a nuestros alrededor. Hacía tiempo que no me pasaba por allí.

—¿Cómo está Londres? Hace años que no voy de visita —pasó los brazos tras su espalda, relajando la postura.

—Pues, muy ruidoso —rió por mi tono irritado—. No se compara a la tranquilidad que se respira aquí.

—Ser Benjamin dijo que estás muy arraigada aquí desde que viniste por primera vez —ese comentario llamó mi atención. Así que había hablado más con mi tío de lo que lo había hecho en la mansión.

—Sí, este valle ha plantado raíces en mi alma —hice una pausa antes de cambiar de tema sutilmente—. Mi tío y tu padre son muy amigos, ¿verdad?

—Desde que eran niños, creo recordar.

—Vaya, una amistad muy longeva.

—Son como hermanos, prácticamente —coincidió.

—Entonces, debes conocer a mi tío desde hace mucho tiempo —inquirí.

—Seguramente, desde pequeño, pero no me acuerdo mucho de eso. Varias veces he ido a la mansión cuando era un poco más mayor, años más tarde me fui para recorrer el continente por mi cuenta —asentí, atenta a la información que me brindaba—. Fue una sorpresa cuando mi padre dijo que hoy nos había invitado a vuestra casa. Dijo que quería verme con motivo de mi regreso, ya que no había tenido la oportunidad de saludar apropiadamente hace unos meses con el ajetreo del embarazo.

«Bingo» —después de todo, mi tío era la cabeza pensante de todo ese plan. ¿Cómo podría haber siquiera dudado de eso? Cuando regresara a casa, sin duda tendría unas palabras con ese hombre.

Siguió indagando pero dejé de escucharlo, perdida en mis pensamientos y porque lo que captaron mis ojos al otro lado del parque los disolvió, así como todo lo que había a mi alrededor quedó en completo silencio.

Robin's Pov

Observé cómo caminaba con los brazos cruzados, apoyado en la valla de madera que delimita el parque y lo separaba del bosque más allá. Desde allí no podía escuchar lo que estaban hablando y mantenía muy entretenida a la princesa. Los murmullos a mi lado no tardaron en llegar.

—Parece que te están levantando a tu futura esposa.

—Yo de tú no se lo consentiría, Robin.

—¿Creéis que están flirteando o están paseando sin más?

—Al menos le han presentado al tipo menos impresentable del pueblo.

—No sé por parte de ella, pero a Rogers se le ve bastante interesado. Mira, si parece que se la va a comer con la mirada.

—Una palabra más y os corto la lengua —gruñí, harto de oír sus cacareos. Vitorearon al oírme hablar por fin.

—¡Oh, está celoso!

—No trates de negarlo —Richard me dio una plomada que sacudí de mi hombro con molestia.

—¡Míralo, está luchando contra el impulso de arrastrarla lejos de él! —estallaron en carcajadas, creando que mi estado de ánimo empeorara con creces ante sus burlas.

—¡Callaos de una vez, parecéis viejas chismosas!

—Perdón, es que no puedo evitarlo —David limpió una lágrima que se le escapaba por el rabillo del ojo.

—No puedes negar, que es muy divertido verte tan sensible, amigo —Henry sujetaba su estómago como si sintiese el mayor dolor del mundo, pero a causa de la risa que no quería cesar. Bufé en respuesta, volviendo la mirada para verla mirar en mi dirección, encontrando sus ojos. Casi me pierdo en ellos de nuevo. Por mucho que me había esforzado en levantar ese muro entre nosotros, ella se encargaba de derribarlo con solo una mirada hacia mí. Era frustrante—. Tú te lo has buscado. Era cuestión de tiempo que los demás chicos del pueblo se dieran cuenta de que Maria es, definitivamente, encantadora.

—Eso, recoge lo que has sembrado —le lancé una mirada asesina al rubio, acallándolo al instante.

Era perfectamente consciente del enfado de Maria y tenía toda la razón para enojarse conmigo. Aunque ni eso hacía que me molestara menos verla pasear con un tipo cualquiera por el parque como si estuviera cortejándola. La idea me ponía enfermo.

Sentí que el corazón se me hacía más pequeño en el pecho, que se estrechaba hasta quedar en nada cuando rompió contacto y respondió a lo que sea que le estuviese contando. Apreté los puños, tomando mi camisa y arrugando la tela en mi pecho.

«No tienes derecho a nada» —la voz me recordó, creando una maraña de sentimientos contradictorios. Había una parte de mí que luchaba por salir a flote, pero la silencié a tiempo, como siempre que mis impulsos querían ganarle a mi buen juicio, mandándola a dormir de nuevo. Me incorporé, apartando la mirada muy a mi pesar.

—Volvamos al trabajo —sin esperar respuesta, me adelanté y caminé a paso apresurado hacia el bosque.

Maria's Pov

Volví la vista a donde había estado, tomando un respiro de la conversación con Chris, descubriendo que se alejaba del parque, seguido por los muchachos. La decepción me asoló de una manera dolorosamente familiar a esas alturas. Cuando desapareció entre las sombras, me dirigí hacia el chico que me miraba con confusión.

—Estoy algo cansada, ¿podemos volver ya?

—Por supuesto —asintió, descolocado por el cambio de ánimo. Caminé unos pasos por delante, deseando volver cuanto antes.

Cuando llegamos a la entrada, allí esperaba el padre de Chris junto con mi tío. No me molesté en ocultar mi molestia hacia él. No pareció pillarlo por sorpresa, aunque se esforzó por ignorarlo. Nuestros dos invitados se despidieron y volvieron al pueblo a pie, así como habían venido.

Dejé que Digweed se encargara de llevar a Periwinkle al establo, siguiendo al hombre que se dirigía hacia el salón para reunirse con su esposa. Mi institutriz y Loveday me saludaron antes de que empezaran las acusaciones.

—Así que, ¿ahora resulta que eres un fantástico anfitrión? —tan solo me dedicó una mirada antes de tomar un vaso de brandy.

—Siempre lo he sido.

—¿Y, en tu papel de anfitrión también viene el añadido como celestino? —antes de que pudiera objetar, levanté una mano para callarlo—. No insultes a mi inteligencia, tío. Además, creo que tus intenciones son bastante obvias, si me permites decirlo.

—Pensaba que me estaba imaginando cosas, pero ya veo que no, Benjamin —Loveday ladeó la cabeza con una mueca de disgusto.

—¿Qué hay de malo en querer que mi sobrina conozca al hijo de mi mejor amigo?

—No te hagas el inocente, no te pega —le reprochó.

—No necesito que me escojas pretendientes. Soy perfectamente capaz de hacerlo por mi cuenta —lo miré severamente—. Y en este momento no estoy interesada en estos asuntos.

—¿No estás por la labor o simplemente sigues pensando en cierto rufián de apellido De Noir?

—¡Eso no es de tu incumbencia! —exploté, harta de esa discusión—. No decidirás sobre mi vida de esa manera, tío.

—No te estoy obligando a nada, Maria —dijo rápidamente—. Tan solo quiero que tengas todas las opciones posibles para un futuro. ¿Es tan terrible que vele por tus intereses?

—Lo terrible es que creas que yo permitiría algo así —giré sobre mis pasos. Caminando hacia la puerta.

—¡¿Y ahora dónde vas?! —gritó a mis espaldas.

—¡Dónde sea para no verte en un buen rato! Necesito estar sola —cerré la puerta con fuerza. Salí de la casa y fui directamente al bosque.

Corrí todo el camino, buscando que la adrenalina me liberara. Me detuve frente a la entrada del árbol. Sin pensar, me metí dentro. Andaba tan distraída que no me di cuenta de que las antorchas estaban prendidas a lo largo del pasadizo.

Abrí la puerta al final del pasillo, cerrando tras de mí con un golpe más fuerte del que quería dar. Gruñí con exasperación, dándome la vuelta, lista para saltar a la cama que había en la morada de la Princesa de la Luna, pero no lo hice.

Un par de ojos marrones que conocía muy bien me miraban desde el lecho, tumbado a lo largo de este, sorprendido.