Acaba de fumarse el último cigarrillo que le quedaba. Cerró los dedos de su mano, haciendo un ovillo la cajetilla vacía de cigarros.
Sentada sobre el frío suelo de su celda, decidió lanzar al tacho de basura viejo la bola de papel y plástico qué hizo. Estaba a tres metros de distancia. No estaba segura de encestar. Levantó su pálida mano y midió su fuerza antes de lanzar. Sus ojos azules miraban la pared detrás del cubículo de basura.
La bola de papel se estrelló en la pared, lo que provocó un suave rebote hacia el tacho de basura. Su rostro continuaba inexpresivo, con los dedos índice y medio sujetando el cigarrillo humeante.
La suerte estaba jugando con ella. La dejaba sin un cigarrillo más qué fumar; pero en cambio, le permitía ahorrarse el esfuerzo en ponerse en pie dentro del muladar donde se encontraba hacía ya un año.
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Unos años antes, su planeta natal, al que llamaban Planeta Tierra, fue invadido por un grupo armado de cientos de soldados con trajes extraños. Sujetos humanos y criaturas humanoides.
Todos armados.
Por supuestos, la armada de todo el mundo lucho incansablemente para derrotar a los invasores. Pero ellos, a su vez, poseían soldados de fuerzas nunca antes vista. Capaces destruir ejércitos sin con la energía que expulsaban de sus manos.
Pronto, la tierra sucumbió al poderío de los desconocidos guerreros.
Una parte importante de los humanos fueron eliminados producto de la guerra. Los que no corrieron esa suerte, fueron capturados y llevados en naves espaciales fuera del planeta, con dirección desconocida.
Lamentablemente, no volvió a ver a sus padres ni a sus amigos luego de que ser intervenidos por unos alienígenas armados.
Los rehenes humanos fueron divididos en grupos dentro de la enorme nave en que eran transportados.
Cuando ella se dio cuenta, estaba formada en una fila inacabable de personas. Traían las manos unidas a unos brazaletes. ¡Eran esposas qué jamás había visto!, pero lo más perturbador eran los gritos que se oía cada que alguien entraba en la habitación donde ingresaba los que estaba delante suyo.
No sabía qué había detrás de aquel espacio y tampoco deseaba averiguarlo. Buscó con la mirada la posibilidad de deshacerse de sus ataduras, pero al levantar la vista hacia su hombro, vio a un alienígena con armadura un arma larga. El sujeto era de piel púrpura con manchas amarillas y la estaba mirando con un gesto que sólo podía significar la muerte reflejada en sus cejas tan juntas como una línea, sus labios apretados y su mirada iracunda.
Bajo sus manos hacia su regazo, resignada.
Su turno estaba por llegar.
Ella era la siguiente y mientras caminaba hacia la puerta de ingreso a la habitación, se preguntó si saldría viva de esta.
Cuando entró, otro alienígena, pero de piel verde, la tomo de las muñecas y la liberó de sus esposas. La obligó a recostarse sobre una camilla bien cuidada mientras un hombre con bata sentado a una mesa, ingresaba rápidamente datos en su ordenador.
Es obligada a recostarse sobre una camilla unida a algo parecido a un escáner de rayos equis en su planeta. Ella cierra los ojos instintivamente, permitiendo que la descarga de energía caiga sobre su cuerpo.
Había oído de la claustrofobia, pero nunca supo cómo se sentía aquello… Hasta ahora.
Su cuerpo empezó a temblar y la sensación de que le faltaba el aire la inundo como el mar.
Estaba a punto de perder la conciencia cuando sintió una mano sobre su hombre, obligándola a salir de la camilla y, una vez fuera de ella, cayo de rodillas, todavía aturdida por la sensación de angustia. Se tomo el pecho y respiró rápidamente para recuperarse mientras veía como la tomaba del brazo el mismo sujeto para hacerla ponerse en pie.
Aún estaban pendientes algunos exámenes más. Y, afortunadamente, ninguno de ellos fue invasivo.
Finalmente, el hombre detrás del ordenador, se acercó a ella con rostro adusto y le tomo una mano, mientras detrás de ella, el alienígena armado la sujetaba de los brazos para evitar algún movimiento suyo. No tenía idea de lo que se trataba aquello hasta que sintió doloroso pitido en la palma de su mano. Le habían implantado un chip con una particular pistola.
Más tarde, se encontraba viendo a través de una ventana que daba hacia el espacio oscuro e infinito, confinada en una habitación que compartía con otros humanos como ella. De varias edades, estaturas y color de piel.
–¡Oye, tú!, ¿tienes idea de por qué estamos aquí? –le preguntó un hombre tan joven como ella, mientras estaba recostada sobre una de las paredes blindadas de aquella nave.
Ella lo miró con sus enormes ojos y aturdidos ojos azules antes de responder:
–No.
Volvió su vista hacia el frente y vio una ventana en la puerta por la que había ingresado minutos antes. Caminó hacia ella, pues necesitaba responderse esa pregunta también.
Frente a esa puerta había otra con una ventana similar y personas dentro de una habitación que parecía ser similar a la suya.
–Alguien tiene una moneda o una chuchara. Necesito algo que refleje como un espejo –preguntó sin volverse a mirar a sus compañeros de cárcel.
Inmediatamente, la gente empezó a revolver sus bolsillos en busca de algún objeto con características similares a un espejo.
La ventana tenía barrotes tan juntos que difícilmente alguien podría sacar una mano por allí, pero no así para algo tan delgado como una moneda. Pero nadie tenía nada en los bolsillos, pues, como Bulma, fueron revisados minuciosamente para retirar cualquier objeto de sus cuerpos antes de los exámenes.
–¿Por qué no lo intentas con eso? –le dijo una mujer alta y mayor, señalando sus brillantes esposas, mismas que todos tenían entre sus manos.
La mujer solo la miró y asintió a su observación.
Acercó sus manos a la ventana y logró sacar parte del aro de una de las esposas y tuvo que acercar su rostro todo lo que pudo, mientras entrecerraba los ojos para observar con toda la claridad posible el reflejo del acero.
En el pasillo solo había más ventanas.
–¿Hay más ventanas, cierto?
–Sí –respondió ella, sacando sus manos de la ventana, antes de girar hacia sus acompañantes y recostarse sobre la puerta, resignada a una realidad que ella temía.
–Están agrupándonos –intervino un hombre de facciones asiáticas.
–Es obvio que aquí estamos los científicos –señaló una mujer de mediana edad.
Todos la observaron horrorizados, como si aquella verdad fuese a explotar en cualquier momento en medio de la habitación. Y la conclusión que emanaban aquellas palabras no eran menos aterradoras.
–Nos esclavizarán –soltó la mujer de cabellos azules.
La mujer volvió a mirar por la ventana para encontrar reflejada su expresión en la de un hombre en la puerta de en frente.
Y es ese destino cruel el que la llevó a recorrer el peor camino de un ser humano en manos de un mercader.
Arrastrados uno a uno, empezaron a dejar la habitación para posicionarse sobre un estrado en espera de su dueño. Y nadie pudo hacer nada para salvarse, pues eran simples humanos contra fuerzas que le habían ganado la batalla a sus ejércitos terrícolas más poderosos.
Los más valiosos eran, sin duda, los sujetos con inteligencias destacadas. Se vendían como regalos de navidad. Y no dudó un momento en que intelecto pagaría mucho dinero.
Sin embargo, de su primer comprador, logro escapar al cabo de algunos meses y, aunque volvió a ser capturada poco tiempo después por otro mercader que no dudó en esclavizarla unos meses, la vendió al mejor postor también.
Pasó cinco años de su vida huyendo de diversos sujetos con dinero que no tenían las mejores intenciones para una mujer hermosa e inteligente como ella. Pero, era precisamente esas cualidades las que siempre le permitían huir de aquellas "cárceles de oro".
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Esperaba que luego de ser atrapada huyendo de uno de sus nuevos compradores, por tratar de sobrepasarse con ella, le trajese a la cárcel, pues, aunque correría riesgos allí también, creía poder hacer aliados y ser lo suficientemente útil a algunos dentro de ella para cubrirle las espaldas de algún modo.
Y así fue. Sus habilidades nunca fueron más útiles en un lugar donde había alienígenas y androides conviven.
Luego de un año entero tras las rejas, pensaba en que era hora de dejar la cárcel, pero no lo tenía decidido pues también debía pensar en el lugar a donde iría después.
Sus padres. Era todo en lo que pudo pensar desde que se convirtió en esclava de cuanto tipo se apareció en su camino y no estaba dispuesta a serlo de nadie más…
Y, sin embargo, allí estaba, en una pequeña sala de visitas, frente a un tipo con cola, armadura y cabellos oscuros cortos, con la propuesta de servir al Rey Vegeta -que es así como lo llamó-, y formar parte de su equipo de científicos.
Sus labios se abrieron en un gesto que anunciaba sus primeras palabras en respuesta a tan inesperada propuesta, pero solo fueron capaces de recibir nuevamente el cigarrillo humeante que traía entre los dedos. Y aspiró profundamente.
Estaba sumamente nerviosa a víspera de su tan ansiada libertad.
