Hola, este fanfic es para otro evento mishiro, esta vez noviembre futurista, pero ajá, como siempre llego tarde porque es 3 de Diciembre.
CHICKEN TERIYAKI
por Syb
Capítulo I: nadie es adoptado
Ben miraba a su hermana leer en la mesa de la cocina como si la chica estuviese haciendo algo que le disgustara demasiado, aunque solo fuera revisar la tarea. Él ni siquiera sabía qué libros llevar ni qué materias le tocaban ese día en la escuela. Lejos de preocuparse de sus cuestionables prioridades, Ben se sentó en el asiento más lejano de Osen, no quería que le contagiara su peste.
A espaldas de la chica pelirroja y frente a él, su madre tarareaba algo mientras preparaba el desayuno. Su cabello caramelo caía sobre sus hombros suelto y fino, y reflejaba de la misma forma el sol de la mañana que su primogénito. El de su hermana era pelirrojo y grueso, y ni hablar de sus ojos oscuros que en nada se parecían a los cálidos de su madre y él.
—¿Sabes que pareces adoptada? —le dijo el hermano a la hermana.
Osen levantó la vista de su tarea y lo miró con la misma cara de disgusto que traía él. En vez de disgustarse porque alguien hacía lo correcto y corregía la tarea del día, Benjamin buscaba disminuirla con insultos, no dándose cuenta de que ella sería la que lo mantendría cuando fueran adultos. Detrás de Benjamin y frente a ella, su padre pelirrojo hablaba por teléfono en la sala de estar con alguien del trabajo. Él era el fundador y presidente de su compañía, y nada ocurría sin su supervisión, por lo que las llamadas empezaban bastante temprano y no dejaban de llegar hasta que Koushiro debía apagar el celular o su madre se enfadaba con él.
—Tú lo pareces —respondió ella—. ¿Acaso eres ciego?
—¡Tú lo eres! —rebatió Benjamin.
Mimi se volteó y chasqueó la lengua, todavía era muy temprano para pelearse entre hermanos. Ella nunca había tenido hermanos, tampoco su esposo, por lo que no sabía que criar a dos chiquillos al mismo tiempo podía ser tan difícil. No ayudaba que sus personalidades fuesen tan distintas. Siempre había pensado que todos los hermanos eran como Taichi y Hikari, o Yamato y Takeru, pero sus hijos se comportaban como Daisuke y su hermana Jun.
—¡Basta! —gritó ella—. ¡Aquí nadie es adoptado!
Koushiro había cortado la llamada un poco antes de que su esposa intentara detener la pelea que seguro terminaría en golpes y gritos, y él no pudo evitar extrañarse ante tal aseveración cuyo contexto se había perdido.
—Yo lo soy —dijo él con las cejas contrariadas.
Sus dos hijos lo miraron consternados.
Mimi frunció la boca en una sonrisa mal hecha y encogió los hombros, por supuesto que sabía eso, pero no estaba segura de haber tenido la conversación con ninguno de los niños. No era un tema sensible para Koushiro ni nada por el estilo, sino que tendían olvidarlo con facilidad; ella porque a nadie le importaba y él porque lo tenía bastante normalizado. Además, sus suegros ya tenían el cabello cano y Mimi olvidaba que, en su juventud, en sus cabezas no había ninguna hebra de cabello rojizo, como su esposo o su hija Osen.
—No es nada —respondió su esposa.
No valía la pena intentar explicarle el berrinche de sus hijos, él había aprendido a manejar los de ella con el tiempo, pero ella no había aprendido a lidiar con los de sus criaturas; así que se dio vuelta hacia los quemadores del hornillo y siguió haciendo el desayuno, esperando a que su esposo no insistiera en el tema.
Su hijo tenía otra cosa en mente.
—¿Los abuelos son unos extraños? —preguntó Benjamin entre susurros y Osen chasqueó la lengua.
—No puedo creer que seas mi hermano.
Mimi puso los ojos en blanco y se giró con blandiendo la espátula con la que volteaba los pancakes en el aire, estaba dispuesta a reprender a la chica por no poder soltar el berrinche que tenía en contra de su hermano, pero su esposo se le adelantó.
—Osen —la reprendió alzando la voz, si había alguien a quien la niña respetara, era su padre—, y limpia la mesa, tu tarea ya está lista.
—Pero papá —contraargumentó la chica, pero su padre la ignoró y al segundo la pelirroja estaba guardando sus libros y cuadernos en su mochila.
Mimi bajó la espátula y apretó los labios, sabía que se había casado bien, pero le gustaba que se lo recordaran todos los días. Nunca había esperado que aquel chico nerd que se sonrojaba cada vez que ella le prestaba un poco de atención se transformara en su esposo; bueno, nadie lo vio venir. Para todos era obvio que a Koushiro le gustaba mucho Mimi y que ella era lo único que no hacía sentido en su vida racional y ordenada, pero nadie pensó que lograría quedarse con la chica. Mimi era percibida como una mujer que amaba la atención, pero que solo jugaría con él hasta encontrarse algo mejor. Taichi se los dijo cuando se casaron y todos parecieron concordar con su aseveración, algo que la ofendió un poco. Sin embargo, el que jamás estuvo convencido de Mimi Tachikawa convirtiéndose en la esposa de Koushiro Izumi, el hombre más importante en temas de investigación Humano-Digital y jefe del Centro de Investigación Tierra/Digimundo (CITD), era el padre de este: Masami Izumi. A veces envidaba lo mucho que los padres de Ken amaran tanto a Miyako, como si fuera la hija que nunca tuvieron. Mimi estaba segura de que Masami la aguantaba solo porque era la madre de sus nietos.
Benjamin se alegró porque su disgusto por Osen y su tarea fue escuchado y le sacó la lengua a su hermana.
—¡Ben ni siquiera hizo su tarea! —gritó Osen ante la ofensa de su hermano.
—¡Si la hice! —gritó a la defensiva, seguramente eso era una mentira porque su voz se le quebró.
—Mentiroso.
—No lo soy.
Koushiro se llevó la mano a la cara y con sus dedos se restregó los ojos, mientras que Mimi suspiró cansada cuando escuchó los gritos. Benjamin era la viva imagen de ella, mientras que Osen era la de Koushiro, pero ellos nunca habían peleado de niños. Bueno, lo habrían hecho si Koushiro no hubiese sido tan paciente con ella. Quizás el problema era que Osen había heredado la impaciencia de su madre, lo que era un poco bueno para Mimi, ya que sus genes habían intentado al menos un poco.
—Ben —dijo Mimi aún con la espátula en la mano y el chico bajó la mirada y se escurrió en su silla. Cuando estaba en la escuela, juró que, si tenía hijos, ella no los obligaría a hacer las tareas porque no había caso de hacer algo que no le serviría para el resto de tu vida, pero se había casado con Koushiro y él siempre hacía la tarea y todo parecía haber funcionado si era el jefe del CITD—. Haz tu tarea, ahora.
Fue el momento de Osen de sacarle la lengua a su hermano.
—¡Mamá! —reclamó el chico, pero cuando la vio amenazarlo con la espátula de los pancakes, fue por sus libros a su habitación en silencio.
—No terminará su tarea durante el desayuno —murmuró Osen apenas Ben salió de la cocina. Sin duda había heredado la sinceridad mortal de su madre.
Koushiro chasqueó la lengua y miró a su hija.
—¿Terminaste?
—Sí. —Osen amansó la cabeza, intentando ocultar su sonrisa traviesa, pero no pudo contra de su risita malvada.
Mimi suspiró y dejó el último pancake en un plato, estaba abstraída decorando los platos de sus hijos con crema batida y caramelos que no escuchó el teléfono sonar, o más bien lo ignoró, ya que su esposo era rápido para contestar. Lo escuchó sonar sin parar, sin que nadie atendiera, y cuando se volteó a ver qué mantenía entretenido a Koushiro para que ese espantoso sonido siguiera intentando llamar su atención, se dio cuenta que era su teléfono personal. Ben llegó con el celular en una mano y unos cuadernos bajo el brazo.
—Llama un tal Michael —anunció su hijo y ella se atragantó.
—¿Michael?
—Sí, ¿quién es? —preguntó el niño. La curiosidad de su padre se expresaba en su gusto por saberlo todo, pero solo si se trataba de un chisme. Quizás lo había sacado de ella.
—Un amigo de la infancia —respondió ella con una sonrisa, dejó los platos en la isla de la cocina y para tomar el teléfono de las manos de su hijo, pero apenas tocó el aparato, la llamada se cortó—. Una lástima.
—¿No vas a devolver la llamada? —disparó su hijo otra vez.
—¿No tienes que hacer tu tarea? —repitió su madre y lo envió a sentarse a la mesa con sus cuadernos a la mesa con un gesto.
—¿Michael? —preguntó su esposo tan curioso como su hijo cuando Ben pasó a su lado—. ¿Qué querrá? Hace años no sabemos de él.
El teléfono volvió a sonar en las manos de Mimi. Aclaró la garganta y contestó, intentando ignorar a su familia; al otro lado de la línea se escuchaba demasiado bullicio, como si estuviera en una pista de aterrizada de aviones, en un aeropuerto, quizás.
—¿Mimi? —escuchó en la otra línea, era la voz de Michael, un poco más oxidada de lo que recordaba.
—Sí, soy yo —le respondió en inglés, esperando que sus hijos no entendieran en lo absoluto. Especialmente Ben que intentaba pretender que no estaba escuchando atentamente, mientras rayaba una hoja en blanco que no parecía ser la tarea—. ¿Cómo estás?
—Bien —respondió él alzando la voz porque un avión despegó cerca de él—. Estoy en el país, esperaba poder verte.
—¡Oh! Qué gran sorpresa —respondió ella, un poco nerviosa, ahora Osen estaba atenta mirándola. ¿Por qué nunca lo espiaban a él cuando lo llamaban del trabajo? Se sentía juzgada por hablar con un amigo de la infancia, el chico millonario que estuvo enamorado de ella por años y ella no se había dado cuenta hasta que se le declaró cuando volvió a su país. Koushiro sabía que, en algún momento, Mimi había considerado al rubio, pero solo había sido un momento de debilidad—. ¿Hasta cuándo te quedarás?
—Todavía no lo sé —respondió Michael con una risa que le llegó dolorosamente al auricular del portátil—. ¿Podemos vernos?
—¿Por qué? —preguntó ella a la vez.
—Estoy en el país —reiteró y Mimi no pudo con los tres pares de ojos que la miraban.
—Por supuesto, la cena será el viernes a las ocho. Te enviaré los detalles por texto —dijo ella tal cual Koushiro con asuntos de trabajo—. No llegues tarde.
Mimi colgó, dejó el teléfono en la isla de la cocina y tomó los platos de desayuno de sus hijos para mantener la compostura. Apenas sirvió los pancakes con una sonrisa, el teléfono de su esposo sonó y él se levantó de la mesa para contestarlo. Sabiendo que le tomaría un tiempo terminar la llamada, Mimi sirvió el resto de los pancakes y se sentó a comer con sus hijos. La tarea de Ben seguía inmaculada, a excepción de unos trazos sin sentido que había en la orilla de la hoja.
—¿Quién es Michael? —preguntó el niño.
—Lo sabrás el viernes —resopló ella, no quería seguir hablando de Michael—. Haz tu tarea.
—¿Hace cuánto se casaron con papá? —preguntó el niño, a lo que Mimi frunció el ceño y lo miró enfadada—. ¿Qué? Es la tarea, hablamos de historia familiar.
—No sabemos nada de la tuya, eres adoptado, ¿no lo recuerdas?
—¡Osen! —reprendió la madre a la hija y se volteó a ver a su hijo—. Nos casamos hace ocho años.
Benjamin frunció el ceño cuando anotó el número en su hoja y paladeó lo que significaba. Por su parte, Osen entornó los ojos y la miró confundida, luego, se volteó a ver al otro sospechoso hablar por teléfono con su asistente sobre un inversor en la sala de estar.
—Pero tengo nueve años —se quejó su primogénito—. ¿Acaso soy un bastardo?
—Un bastardo adoptado —añadió su hermana, pero él decidió ignorarla tal cual su padre hacía.
—¡Osen! —gritó Mimi y se masajeó las sienes para encontrar la calma de la que ya no tenía ninguna pizca—. Benjamin, no eres ni bastardo ni adoptado. Tú papá lo es.
—¿Un bastardo? —se quejó el niño.
—No, tu papá es adoptado, no un bastardo.
—¿Por qué?
—Porque sus papás biológicos murieron.
—¿Cómo?
—No lo sé.
—¿Por qué no? Están casados hace ocho años, ¿de qué hablan?
—No de sus padres muertos, claramente —resolvió la mujer mientras tomaba un poco de café.
En la sala de estar, Koushiro cortó la llamada lo más rápido que pudo y volvió a sentarse a la mesa. Frunció el entrecejo cuando notó que Osen intentaba sin mucho éxito evitar reírse mientras Benjamin miraba su tarea conflictuado y Mimi parecía estar distraída cortando los pancakes en su plato. Desvió su mirada a su propio desayuno y la bola de helado que Mimi había agregado al plato de pancakes se había derretido, y con él la carita feliz que había dibujado con salsa de chocolate se había deformado hasta parecer una cara feliz con la máscara de pestañas corrida por el llanto. Casarse con Mimi había significado sacrificar la comida tradicional por el gusto peculiar de su esposa. Desayunar helado era algo que sus hijos disfrutaban, pero para él había sido un gusto adquirido.
Lo bueno era que, si Mimi le servía helado, significaba que había hecho algo bien y que ella estaba feliz, aunque no lo pareciera en esos momentos.
—¿Terminaste la tarea? —preguntó a su hijo.
—Quisiera no haberla hecho —suspiró con drama y se comió un bocado de su desayuno.
Koushiro no entendió y buscó una respuesta con su hija.
—Se enteró que es un bastardo —recitó la niña como si hablara de sus perfectas calificaciones.
Continuará espero en la semana :D
