¡Muchas gracias, Rosa y Sully, por toda su ayuda!
Mil Gracias a Chrissie (purpleC305) & Maggie (NewTwilightFan) por permitirme traducir esta bonita historia.
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Capítulo 2
—Disfrute de su vuelo y ¡Feliz Navidad!—. La azafata le devolvió la tarjeta de embarque con una sonrisa radiante.
—Sí—, respondió Edward con una sonrisa tensa.
Caminó a paso ligero por el puente de abordaje. A medida que se acercaba al avión, Edward fue golpeado por una ráfaga de aire frío. Encorvó los hombros contra el frío y agachó la cabeza al entrar en el avión. Fue uno de los primeros en embarcar, así que buscó rápidamente un lugar para guardar su equipo en el compartimento superior, pero mantuvo su cámara con él mientras tomaba asiento. Aunque había hecho una copia de seguridad en la nube de todas sus fotos, la cámara en sí valía demasiado como para arriesgarse a los golpes del vuelo o al trato brusco de otros pasajeros que hacinaban sus maletas en el reducido espacio.
Edward observó cómo el resto de la cabina se llenaba de viajeros, pero el asiento de al lado permanecía vacío. A medida que se acercaban a la hora prevista de salida, los auxiliares de vuelo comenzaron su lista de comprobación previa al despegue. Un alboroto en la parte delantera del avión llamó su atención y sus ojos se abrieron de par en par al ver a Bella avanzar desordenadamente por el pasillo, empujando una pequeña maleta, mientras se disculpaba entre dientes con los pasajeros a los que iba empujando.
Edward ladeó la cabeza y sonrió al verla acercarse, con los ojos revoloteando entre los números de los asientos. Ella se fijó en el asiento libre que había a su lado y él se levantó de un salto al reconocerla. Edward enarcó una ceja mientras ella se sonrojaba y se quedaba inmóvil a unas filas de distancia.
Se hizo a un lado para dejarla sentarse. —Hola—, murmuró cuando ambos se acomodaron.
—Hola otra vez.
—¿Quieres pagar la cuenta?
Bella se quedó boquiabierta. —¿Qué?
Al recordarlo, su sorpresa se transformó en vergüenza y luego en una ligera irritación. ¡Si pudiera capturar esas expresiones en una película!
—No, pagué tu café derramado y hasta el camarero estuvo de acuerdo en que era más de lo que te debía. Creo que estamos en paz.
Edward negó, encontrando cada interacción con ella más entretenida. —Bien. Estamos en paz. ¿Tregua? Después de todo, te he guardado un sitio.
Parecía a punto de decir algo cuando le sonó el teléfono. Bella hizo una mueca, tecleó una respuesta rápida y lo apagó justo cuando las azafatas iniciaban la sesión informativa sobre los procedimientos de emergencia.
Edward la miró de reojo. Con los ojos cerrados, se apoyó en la ventanilla. Parecía... triste, insegura. Nada que ver con la actitud agresiva y enérgica de unos segundos antes. Se pasó una mano por el pelo. Quería saber por qué cada vez que su teléfono sonaba o emitía un pitido, ella parecía estar frente a su verdugo.
—Quizá deberías deshacerte de tu teléfono si solamente te da malas noticias.
Bella resopló ligeramente, una pequeña sonrisa levantando sus facciones. —Tal vez—luego apretó los labios y siguió mirando por la ventanilla mientras el avión rodaba hacia la pista. Sus palabras parecían huecas, temerosas. —Es mi madre. Mi autoritaria madre de «¿qué le pasa a tu novio?». No puede evitarlo...—. Bella se interrumpió, con la mandíbula apretada.
—¿Le pasa algo a tu novio?— preguntó Edward, cuestionándose si la había oído mal antes. ¿No había dicho que estaba soltera?
—Ex. Y no le pasa nada. Simplemente... no es... para mí.
—¿Qué es para ti?— Él realmente quería saber. ¿Qué buscaba ella en una potencial pareja? Edward miró al suelo y frunció el ceño. ¿Por qué le importaba tanto? Ya sabía que él no encajaba.
—Yo... la verdad es que no lo sé. Supongo que lo sabré cuando lo encuentre... a él. Si alguna vez encuentro al «Sr. Perfecto». Hizo comillas con los dedos.
—No creo que exista lo perfecto. Pero supongo que cualquiera es mejor que el Sr. Equivocado... ¿no?
—Ja, ja. Muy gracioso. Bien entonces. Tal vez debería buscar al «Sr. Suficientemente Bueno». Me di cuenta mientras estaba empacando para este viaje que había olvidado algunas cosas en su apartamento la última vez que me quedé allá. Así fue como encontré la caja del anillo en su cómoda. Podía ver todo mi futuro con él, y era monótono y aburrido y ni de lejos lo suficientemente bueno. Así que esperé a que llegara a casa del trabajo para decirle que no estaba preparada para que conociera a mi familia porque no veía que tuviéramos un futuro juntos. Y eso fue todo.
—Entonces, si crees que una vida cómoda con un marido de éxito habría sido aburrida, ¿qué buscas?
—No lo sé exactamente, pero quiero ver el mundo. Quiero experimentar la vida, no sólo verla a través de la estrecha ventana de la ciudad en la que vivo y la carrera que elegí—. Se giró en su asiento para mirarlo más de frente, con una expresión brillante y animada. —Puede que te suene un poco raro, pero la semana pasada, en la consulta del dentista, estaba hojeando un número de la revista Time y había un artículo sobre el Vaticano. Había una foto que me hizo detenerme. Es como si todo lo demás desapareciera y me viera arrastrada al interior de la imagen... no únicamente a otro país... ¡a otro mundo! Era hermosa, tan directa que me atravesó. La fotografía era en blanco y negro: una anciana sentada en el banco de la iglesia, con las cuentas de un rosario entre los dedos y la cabeza inclinada. Las cuentas y sus manos tenían un toque de color. Sutil, pero lo bastante brillante para atraer la mirada. Me quedé mirando esa imagen hasta que me llamaron por mi nombre. Quería sentarme junto a ella. Hablarle, saber por qué o para qué rezaba. Quería conocer su historia, saber si sus plegarias habían sido escuchadas.
Edward se frotó la nuca, sintiendo el calor en el cuerpo. Nunca había recibido comentarios tan sinceros sobre su trabajo. —Rezaba por un milagro. Había hipotecado su casa, la casa que su padre construyó con sus propias manos antes de casarse con su madre, para ayudar a su hijo y a la familia de este a superar un mal momento hace unos años. Firmó como aval en el préstamo. A principios de año, él perdió su trabajo y estuvo desempleado unos meses. Se retrasaron en los pagos. Sólo necesitaban tres mil euros para ponerse al día, para no perder la casa, pero sólo tenían un par de semanas para reunir el dinero, y ya habían agotado todas sus opciones.
Bella se le quedó mirando, desconcertada y asombrada.
—No creo en Dios, y desde luego no creo en los milagros, pero sé que la familia consiguió el dinero que necesitaba—, continuó. —La revista Time compró la foto y yo les envié el cincuenta por ciento del pago. Lo último que supe es que el hijo ha vuelto a trabajar y que les va bien. Crisis evitada—. Edward se encogió de hombros incómodo. Nunca había tenido intención de contarle a nadie lo que había hecho, y no tenía ni idea de por qué lo contaba ahora.
Cuando ella no respondió, Edward levantó la cabeza para mirarla. Ella sonrió suavemente. —¿Has considerado que tú fuiste su milagro?
—No soy ningún milagro. Únicamente soy un hombre.
—Un buen hombre.
—¿Un hombre lo suficientemente bueno?—, preguntó con una sonrisa burlona.
—Puede ser. Pero no te gusta la Navidad.
—Tengo mis razones—, rebatió Edward. Se sintió aliviado cuando el carrito de bebidas se detuvo a su lado. Necesitaba distraerse. —Tomaré un whisky—, dijo y mostró su tarjeta de crédito.
—Para mí sólo agua—, dijo Bella.
Edward dio un sorbo a su whisky y se quedó mirando el respaldo del asiento que tenía delante. Ella no se entrometió, pero él sintió su curiosidad. Por primera vez en años, se sintió obligado a revelar su historia.
—Mis padres murieron en un accidente de auto en Nochebuena, cuando yo tenía catorce años.
—¡Dios mío! Lo siento mucho.
—Sí, todo el mundo lo siente, pero eso no cambia nada.
Bella deslizó su mano en la de él y la apretó suavemente. Edward se quedó mirando sus manos unidas. Su primer impulso fue apartarse y dejarla fuera. Si hubiera sido cualquier otra persona, lo habría hecho, pero había algo tan compasivo y genuino en su gesto. Podía sentir cómo la tensión le salía del pecho. Se sumieron en un cómodo silencio, con los dedos entrelazados, mientras el avión surcaba suavemente el cielo.
Edward no sabía por qué había empezado a hablar, pero las palabras empezaron a brotar de su boca; lentas e inconexas al principio, pero más rápidas a medida que se perdía en los recuerdos. Le habló de las grandes reuniones familiares que celebraban cada año y de cómo se sentaban junto al fuego en Nochebuena y leían la historia de la Natividad. Edward se rio por lo bajo al contarle cómo había intentado convencerse a sí mismo y a sus padres de que no le hacía ilusión abrir los regalos a la mañana siguiente, pero todos los años fracasaba estrepitosamente y bajaba las escaleras al amanecer.
Su expresión se tornó sombría cuando habló del accidente, de la sensación de sentirse absolutamente solo en su dolor, abandonado. —Mi tutor era amigo de mi padre. Me proporcionaron lo necesario, pero las Navidades ya no parecían Navidades. El recuerdo estaba manchado. Después de graduarme quise viajar, escapar de los recuerdos. Me hice aprendiz de un fotógrafo, y él me enseñó todo lo que sé hoy. Cuando me dio mi primera cámara y mi propio encargo, me dio algo qué hacer, algo qué esperar. Pero más que eso, me enseñó una nueva forma de ver el mundo y de compartir esa visión con los demás. Todavía tengo esa vieja película de 50 milímetros en un estante de mi apartamento.
—Tu trabajo es sencillamente hermoso. Tiene algo único y muy crudo. Como la foto que acabo de adular. Todavía estoy en shock al encontrarme hablando con el hombre que capturó ese momento.
Edward la miró. —Para serte sincero, creo que nunca había experimentado una conexión tan profunda con otra persona a través de mi trabajo. Me has sorprendido.
—Mmmm... Normalmente no me gustan las sorpresas...— murmuró Bella, con los ojos cerrados. Le apretó los dedos una vez más y apoyó la cabeza en su hombro.
Esperó a oír qué más tenía que decir, pero pasaron varios minutos en silencio. Volvió a bajar la mirada y se dio cuenta de que se había quedado dormida. Edward la observó atentamente, deseando recuperar su cámara para captar su belleza natural. Su rostro estaba relajado y satisfecho por el sueño. Estaba sencillamente deslumbrante, con los rayos del sol poniente haciendo brillar su piel.
-::TimeLapse::-
Bella se despertó de un sobresalto cuando la tripulación anunció el descenso al aeropuerto internacional de Denver. Se incorporó, miró a su alrededor con expresión desorientada y se limpió la barbilla conscientemente, como si estuviera buscando babas. —No habré roncado, ¿verdad?
—No creo que nadie lo oyera por encima de los motores.
Bella lo miró boquiabierta, con la cara roja de vergüenza. Los labios de Edward se abrieron de par en par con una sonrisa, absolutamente encantado con su respuesta.
—¡Grosero!
Bromearon mientras descendían hacia Denver, pero al llegar a la terminal, Bella se quedó callada, encendió el teléfono y empezó a responder mensajes. Cuadró los hombros y miró al frente, insegura de qué decir o cómo actuar después de la intimidad que habían compartido. Edward era experto en registrar emociones, pero no estaba familiarizado con el hecho de ser él el que estaba en el marco.
Se dio cuenta de que en unos minutos se separarían. Casi se sintió aliviado. Una parte de él echaba de menos su mano, su cabeza apoyada en su hombro. Pero la tensión en las costillas, el dolor de estómago, eran sensaciones incómodas. Se sentiría más seguro de sí mismo cuando volviera a su propio espacio.
En silencio, bajaron por el puente del avión y se dirigieron a la recogida de equipajes. Edward iba unos pasos por detrás de Bella, pero cada vez que doblaban una esquina se daba cuenta de que estaba sumida en sus pensamientos, con el labio entre los dientes y las cejas fruncidas.
Cuando ella se detuvo en el carrusel que les habían asignado, él se quedó a unos pasos, decidido a no invadir su espacio, pero incapaz de marcharse sin tener la oportunidad de desearle «buen viaje» antes de que desapareciera. Volvió su atención a su equipo, haciendo inventario, asegurándose de que no había dejado nada en el avión. Se sorprendió cuando levantó la vista y la vio a su lado.
—Edward...— Bella se roía el labio inferior mientras observaba la cinta transportadora.
—¿Sí?
—Nadie debería estar solo en Navidad.
—De acuerdo—. Era una afirmación bastante cierta, pero la crónica de tanta violencia y tragedia humana le había enseñado que «debería ser» rara vez «era».
Se volvió hacia él, con la cara llena de emoción. —Ven a celebrar la Navidad con nosotros.
Él frunció el ceño. —Espera... ¿qué?
—Ven conmigo. Sé mi «novio». Bueno... finge serlo. Sólo por una semana. Para quitarme a mi madre de encima.
Riendo, negó con la cabeza. —No creo que...
—Haré que valga la pena.
Eso llamó su atención. Se volvió hacia ella con las cejas levantadas y los labios curvados con una sonrisa cómplice. Se acercó. —Una semana de mi tiempo vale mucho. Esto podría ponerse interesante...
Ella se sonrojó y volvió a tomar su labio entre los dientes. Edward le pasó el pulgar por el labio y se lo soltó lentamente.
—¿En qué estás pensado? —preguntó Bella.
Él dudó un momento. Sólo había hablado medio en serio, coqueteando como lo habían hecho durante todo el día, pero el rubor de ella le dio confianza para decirle lo que realmente quería. Se inclinó más hacia ella y le acercó la boca a la oreja. —Si fuera un caballero, te invitaría a cenar. Pero sé que no estaría satisfecho. Te quiero a ti, toda tú.
—¿Sexo?—, chilló ella.
—Mmm ajá. Sexo—. Él sintió que todo su cuerpo se estremecía cuando murmuró la palabra.
Bella tragó saliva y se echó hacia atrás, luego una mirada de determinación se posó en sus rasgos. Le tendió la mano. —Trato hecho.
—Trato hecho—. Edward se rio de lo absurdo de estrecharla, pero le siguió el juego. —Ahora, ¿qué tengo que saber de tu ex para convencer a tu familia de que yo soy él?
—Mike. Es banquero de inversiones—. Edward fingió una arcada. Bella puso los ojos en blanco y continuó. —Lleva traje. Tiene un gato. No es el tipo de hombre práctico.
—Me doy cuenta. Si no, no estarías aquí. Necesitada.— Su insinuación era clara.
Bella se aclaró la garganta y dirigió la conversación de nuevo a los negocios. —¿Entonces lo harás?
—¿Me vas a dar un adelanto?
—Te pagaré todo después. Mi vuelo de regreso a casa sale el 27. Saldremos de casa de mis padres un día antes y pasaré la noche contigo.
—¿Ni siquiera un veinticinco por ciento de adelanto?
Se puso de puntillas y le besó la mejilla, clavándole los dedos en los bíceps para mantener el equilibrio. —Veinticinco por ciento. Nuestras maletas están llegando.
—Eso fue más bien entre el cinco y el diez por ciento. Pero no te preocupes. Recogeré el otro quince antes de que acabe el día.
