Aqui esta mi nueva adaptación espero les guste.

**Los personajes son de Stephenie Meyer y la historia al final les digo el nombre de el autor


CAPÍTULO SIETE

Universidad de Carolina del Norte Charlotte

Martes, 6 de marzo08:35p.m.

Era como sumergirse.

Witherdale se detuvo junto a la puerta para que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad llena de humo. Se oía música, el bajo era tan fuerte que ahogaba todo lo demás. Echó un vistazo a la habitación y encontró a su presa sentado en una mesa de la esquina. Exactamente como el chico había dicho. Para su sorpresa, le había tomado poco tiempo encontrar un "especialista" que se animara a chapotear en aguas poco legales, por el precio correcto. De hecho, le había llevado más tiempo el viaje de Asheville a Charlotte que encontrar a Demetri Livermore.

Había elegido la Universidad de Charlotte, no por su programa informático. Podría haber recurrido a la Universidad de Asheville para eso, simplemente no quería correr el riesgo de encontrarse con su "especialista" nuevamente en el trabajo. Si el chico estaba dispuesto a seguir haciendo esto con fines de lucro, solo sería cuestión de tiempo para que se encontrara en el lado equivocado de la ley. A menos que fuera realmente bueno. Witherdale esperaba que lo fuera. Por su propio bien y por el del muchacho.

Witherdale cruzó la habitación entre el ir y venir de los bailarines, y de los muchachos de pie mirando un partido de baloncesto en el televisor suspendido sobre la barra. Duke estaba jugando contra Maryland, y perdía. Por el rabillo del ojo miró al espejo de la barra. Bastante bien. Su peluca estaba firme en su lugar, lo mismo que el bigote falso que lo hacía parecer un vaquero de Milwaukee. Ni su propia madre lo reconocería. Muy bien.

Se acercó a la mesa con cuidado, pasando junto a un charco, que esperaba fuera de cerveza.

—¿Demetri?

El chico levantó la vista y Witherdale tuvo que admitir que estaba sorprendido. No era el típico nerd, o raro, nada de miembros desgarbados o gafas con montura ancha. El chico era musculoso, su pelo largo y oscuro pero limpio, atado en una cola de caballo en la base de su cuello. Unos ojos negros le devolvieron la mirada, distantes.

—Depende.

—Soy Trent ―dijo Witherdale, nunca había usado ese nombre, ni nunca más lo usaría. El muchacho inclinó la cabeza hacia una banqueta vacía.

—Que sea rápido.

—Y que sea efectivo ―murmuró Witherdale —. Tú no eres lo que yo esperaba.

—Tampoco lo eres tú. Witherdale enarcó una ceja.

—Bien, entonces. Te digo lo que quiero, me dices lo que me costará. Quiero acceso a los registros de personal del Hospital General de Asheville.

Demetriparecía aburrido.

―¿Y luego qué?

—Y después, quiero saber la ubicación actual de todo el personal de ortopedia de hace nueve años.

—¿Y después?

—Y después te pago y nunca más abres la boca. Demetri frunció el ceño.

—¿No hay que jugar con los registros? ¿No… —se encogió de hombros—, hay que hacer un aumento o disminución en la nómina? ¿Alterar alguna receta?

—¿Puedes hacer eso?

—Yo no he dicho eso. ¿Quiere eso?

Witherdale se rió entre dientes. Si no se cuidaba, el chico iba a terminar cayéndole bien.

—No. Sólo los registros. Nada más.

—Mil.

—Quinientos. ―Había estado dispuesto a pagar mucho más que mil. Demetri se encogió de hombros una vez más.

—De la forma en que lo veo, usted necesita la información. Yo necesito los billetes. Si pudiera, usted hubiera tomado el teléfono, llamado al hospital y preguntado lo que quiere saber. No lo hizo y ahora está aquí. Usted me necesita. Mil.

Witherdale, a regañadientes, tuvo que sentir admiración por la firmeza en alguien tan joven.

—Está bien. ¿Cuándo lo puedes tener?

—¿Cuando lo quiere?

—Esta noche.

Demetri parpadeó y Witherdale tuvo la clara impresión de que el chico se estaba burlando de él.

—Mañana tengo examen de biología. Tengo que estudiar. Witherdale entrecerró los ojos.

—Puedes entrar en la base de datos de la escuela y ponerte una A. Demetri sonrió.

—Solo una B. No quisiera parecer demasiado ambicioso. ―Se levantó y recogió los libros―.

Nos encontraremos nuevamente aquí a la 1 am.

Chicago

Martes, 6 de marzo 09:00p.m.

—Realmente no hace falta que me acompañes arriba, Edward. —Bella dudó, cuando se detuvo junto al coche de Edward, estacionado frente a su edificio, con el motor en marcha—. No hay ascensor.

Edward miró los balcones que sobresalían de la antigua construcción de ladrillo a la vista. Estaba muy lejos de ser como su casa.

De cualquier lugar en el que hubiera vivido, a decir verdad.

—¿En qué piso estás tú?

—Tercero.

—¿Dos tramos de escaleras?

Ella asintió con la cabeza.

Él sonrió, pero se notaba la tristeza en los labios.

—Puedo hacer eso. Si hubieras dicho que vivías en el quinto, se te acababa la buena suerte.

―Dio un paso adelante, pero ella se quedó donde estaba. Él miró sobre su hombro para encontrarla en el lugar, con un gesto firme en los labios. Medio se volvió hacia ella—. ¿Qué?

—No tienes que hacer esto. —Ella estaba junto a la puerta de su Mercedes, que parecía totalmente fuera de lugar en ese barrio, con los brazos cruzados en un gesto que ya había llegado a asociar con la terquedad que se escondía entre su encanto y su risa—. Lo pase muy bien esta noche, Edward. Un rato realmente maravilloso.

No tienes que hacerte daño, puedo caminar sola hasta la puerta.

—Bella, tengo muchos defectos pero la falta de etiqueta en mis citas no está entre ellos.

―Sí, en cambio, su falta de paciencia. Sentía como se iba agotando—. ¿Vas a darte prisa y dejar que te acompañe hasta la maldita puerta?

Ella permaneció un momento más con el ceño fruncido. Y de repente, se echó a reír. Sus ojos encendidos nuevamente.

—Somos un buen par, ¿no? Anda, vamos. Cuando lleguemos arriba voy a prepararte una taza de café.

Yo esperaba un poco más que café, pensó él, obligando sus pies a moverse cuando ella llegó a su lado. Esperaba malditamente mucho más que eso. Se lo había pasado en un estado de total frustración y semi-excitación desde el momento en que habían dejado Carrigton. Que, por supuesto, Jasper había encontrado salvajemente gracioso. Edward dejó escapar una risita y Bella lo miró.

—¿Qué es tan gracioso?

—Estaba pensando en Jasper. — Edward no dijo más.

Contarle que su hermano había hecho un gran despliegue para ordenarle a Moe más palitos de pan "horneados bien duros" cuando ella desapareció en el baño de mujeres, era poco apropiado. La palmada alentadora y casi debilitante en la espalda y el "consejo" que Moe le había dado como respuesta, estaban también definitivamente fuera de lugar.

Bella se echó a reír en voz alta.

—Oh Señor, lo que hizo con Lauren tiene que haber sido una de las cosas más divertidas que vi en mi vida. ¿Te importa si se lo cuento a mi mejor amiga? Se va a sentir completamente reivindicada.

Se detuvieron en el tramo de escaleras del hall de entrada de su edificio y Edward le abrió la puerta.

―Asumo que tu amiga no es parte de club de fans de Lauren. La sonrisa de Bella fue irónica.

—No, no lo es. —Un señor mayor estaba sentado en las escaleras—. Hola Señor Adelman

¿Cómo está hoy?

El anciano le dedicó una sonrisa que casi enterró sus ojos entre las arrugas.

—Bien, muy bien, Bella. ¿Y tú?

—Bien, muy bien. —El viejo se corrió para dejarles lugar para que pasaran―. Éste es mi amigo Edward. Edward, él es Sr. Adelman.

Edward estrechó la mano de anciano y continuó. En el siguiente descanso, dos niños pequeños estaban sentados frente a una puerta, con una colección de tarjetas entre ellos. Al parecer, estaban negociando y uno de los muchachos miró a Bella con expresión de consternación.

—Bella, él quiere cambiar mi tarjeta holográfica de Pikachu, por dos cartas ordinarias.

—Una es de Mew Dos —exclamó el otro, como si eso significara algo.

Bella se inclinó para echar un vistazo, mientras miraba a Edward por el rabillo del ojo. Se dio cuenta de que le estaba dando tiempo para descansar. Una parte de él apreciaba el gesto, mientras que otra se revelaba contra la idea. La apreciación ganó la pelea y se tomó el tiempo que le daba para bajar y controlar la respiración y relajar los músculos de las piernas, mientras ella terminaba con la disputa del intercambio de tarjetas de Pokemon.

Empezaron a subir las escaleras y Edward se inclinó cerca de su oído. Y se estremeció. Su perfume lo estaba volviendo loco.

―No hace falta que me dejes descansar. Puedo subir dos tramos de escaleras.

Los ojos de ella se abrieron y separó los labios. Él estaba cerca, se dio cuenta. Y sabía que ella también lo sabía. Muy cerca, en proximidad y… en algo más.

—Está bien —dijo ella, su voz era apenas un murmullo—. Yo también necesitaba descansar. Edward se detuvo y ella también.

—¿Qué?

Ella parpadeó y el momento había pasado.

―Yo… me lastimé las piernas hace tiempo atrás. Y tuve problemas para subir estas escaleras mientras sanaba. Descansaba cada dos o tres pasos.

—¿Cómo te lastimaste las piernas?

Se encogió de hombros y sonrió. Pero poco de esa sonrisa llegó a sus ojos.

—Me caí. Puedo ser muy torpe a veces. —Se dio vuelta y se dirigió a las escaleras. Él se había entrometido en algo sin darse cuenta. ¿Un recuerdo tal vez?

Continuó hasta llegar al segundo piso. Bella estaba de pie en el hall, hablando con un gran gato de color naranja.

—Así que has vuelto Bubba-boy. ―Se inclinó y rascó al gato detrás de las orejas—. Eres un niño caprichoso, viniendo aquí solo para comer.

Su acento se volvió espeso mientras le susurraba al gato. Ella levantó la vista y sonrió. Edward sintió que su corazón se detenía. Ella era… hermosa.

—Es un callejero, pero yo lo llamo Bubba. Viene sobre todo cuando tiene el estómago vacío. Le doy de comer a veces, igual que las señoras mayores del otro lado del pasillo.

Como si hubiera estado esperando el momento justo, una puerta al otro lado del pasillo se abrió y se asomó una cabeza plateada.

—Ya ha comido, Bells —dijo la anciana y entrecerró los ojos—. No dejes que te engañ se echó a reír y puso su llave en la puerta.

—Lo hará, señora Stewart, lo hará. Tanto como las engaña a usted y a su hermana. La anciana se echó a reír, y se congeló cuando vio a Edward parado a unos metros.

―Oh, mi Dios, Bella, querida. Cuando tú traes un callejero a casa, realmente sabes elegirlos.

Bella miró a la Sra. Stewart y siguió la mirada de la anciana hasta Edward. Se atragantó. Sus ojos estaban riendo de nuevo, incluso cuando frunció la boca y dijo:

—Señora Stewart.¡Mire qué cosas dice!

La Sra. Stewart miró a Edward de arriba abajo, haciendo que se sintiera muy parecido a un pedazo de carne en el supermercado.

—Yo estoy vieja, cariño, no muerta. —Su mirada se reunió con la de Edward.

— Nos gusta Bella, ¿lo entiende? A todos en este edificio.

Edward asintió con gravedad.

―Sí, señora. —No tenía idea de lo que quería decir.

—Bien. Podemos ser viejos, pero queremos a Bella. Y por mi parte, tengo un arma. Bella negó con la cabeza y se volvió para tomar a Edward por la manga.

—Buenas noches, Señora. Stewart. Vamos, Edward.

Abrió la puerta del departamento, y el gato anaranjado se paseó por él como si fuera el dueño del lugar. La televisión estaba encendida y una mujer de cabello rubio estaba acurrucada en un rincón del viejo sofá, profundamente dormida. Bella se detuvo y miró a la mujer, su expresión se suavizó.

—Esa es mi mejor amiga, Tanya. Trabajó anoche, toda la noche —murmuró—. Por segunda noche consecutiva.

—¿Qué hace? —preguntó Edward a su espalda.

Bella se quedó en silencio durante un largo rato. Él incluso se preguntó si lo había escuchado. Luego suspiró, apagó la televisión y se dirigió a la cocina, haciendo un gesto para que la siguiera. Agarró una de las sillas al pasar junto a la mesa y le indicó que se sentara. Con gratitud él se dejó caer, sentía el palpitar de su cadera, incluso antes de apoyarse en la silla.

—Tanya dirige un refugio para quienes huyen de su hogar. A veces se queda despierta toda la noche atendiendo a los recién llegados que necesitan alguna ayuda especial.

Edward se asomó fuera de la cocina, Tanya no se había movido.

—¿Por qué está aquí?

Bella levantó la vista de la cuchara medidora del café.

―Ella está cuidando a Ethan.

Ethan. Su hijo. Su estómago se tensó. A él no se le daban bien los niños. Tal vez Ethan estaba dormido. Tal vez no tenía que conocerlo esa noche. Tal vez…

—Mamá…

Juntos, Bella y Edward se volvieron. Un muchacho estaba de pie en la puerta de la cocina. Él la llenaba. ¿Ese muchacho tenia catorce años? Debía medir como dos metros.

Bella sonrió con incertidumbre y Edward la recordó diciéndole que los hombres no la invitaban a salir tan a menudo como él pensaba. Evidentemente, encontrar a un hombre extraño en su cocina era bastante nuevo para el joven Ethan. Era lo único que explicaría la dura desconfianza que llenó los ojos del muchacho, tan expresivos como los de su madre.

Edward se levantó y le tendió la mano.

—Soy Edward Cullen. Tú debes ser Ethan.

El muchacho tomó la mano y la sacudió mirándolo con desconfianza.

—Es un placer conocerlo —dijo, con voz amable y retiró la mano—. ¿Pasaste un buen rato, mamá?

Bella sonrió de nuevo, y esta vez fue un completo reflejo de la diversión que había compartido con Jasper y con él esa noche.

—Sí, lo hice. ¿Hiciste tu tarea de matemáticas?

Ethan sonrió y en ese momento pareció una versión más alta de su madre. Muy alta.

—Sí, lo hice. ¿Me trajiste algo?

Ella le arrojó una toalla de cocina, errándole por poco. Ethan exageró su fuga.

―Supongo que eso significa que no.

—Significa que no. ¿Hace mucho que Tanya se durmió? Ethan frunció el ceño.

—Desde que llegué. Y habló en sueños, también. Tenía pesadillas, algo sobre los pies de un bebé.

Bella suspiró y Edward tuvo la sensación que el sueño se había repetido antes, o que tenía alguna base real.

―Me encargaré de ello por la mañana. Ahora, a la cama. Ethan vaciló.

—Puedo comer algo primero.

Sin perder el ritmo, Bella metió la mano en la nevera, y le arrojó una manzana.

—A la cama.

Ethan miró a Edward por el rabillo del ojo.

―Ma…

Bella negó con la cabeza firmemente.

—Estaré bien, Ethan. Vete a la cama.

Ethan vaciló. Miró a Edward durante un largo minuto y luego se volvió para la parte posterior de la vivienda.

Con incomodidad Edward observó la retirada de Ethan. Se volvió hacia Bella que estaba mirando a su hijo apretando los labios con preocupación.

―Mira, estás cansada y tu amiga necesita dormir. Porque no dejamos el café para otro momento.

Ella lo miró, su expresión era una mezcla de muchas cosas como para adivinar.

―Está bien, lo siento…

Él la detuvo poniéndole un dedo en los labios. Como la primera vez, cuando la tocó esa mañana en su despacho, sus ojos se abrieron inmediatamente, con las mejillas coloradas y la respiración acelerada. Sintió su propio pulso acelerarse. Con solo tocar su boca. Había sido realmente increíble.

—Está bien, de verdad. —Rozó el dedo en el labio inferior. La sintió estremecerse en el espacio entre ellos y luego lo sintió en su propia columna vertebral. Whoa. Esa electricidad era grave—.

¿Quieres cenar conmigo mañana?

—Yo… no puedo. —susurró—. Ethan tiene un juego y yo nunca me los pierdo.

—¿Entonces el jueves por la noche? Ella parpadeó.

―Está bien.

La necesidad de besar sus labios era abrumadora. Pero de alguna manera sabía que sería demasiado, demasiado rápido. Así que inclinó su rostro y dejó caer un casto beso en su mejilla.

—Buenas noches, Bella. Tragó.

—Buenas noches, Edward.

—Buenas noches, Bella. ―Hizo eco una voz irónica en burlona cantinela.

Edward se giró para ver a la rubiade piernas largas, sentada en el borde de la mesa del comedor con los brazos ligeramente cruzados sobre el pecho, una rubia ceja levantada en evidente interés, a pesar de que sus ojos estaban cargados de fatiga. Sus propias cejas se juntaron por el disgusto de estar siendo espiado cuando estaba tratando de ser un perfecto caballero.

—Usted debe ser Edward Cullen—continuó la mujer, como si no fuera grosera―. Soy Tanya Denali amiga de Bella.

—Eso me han dicho —respondió secamente—. Algo así como un canguro de adolescentes con problema de narcolepsia.

Tanya sonrió y Edward e sintió encantado a pesar de sí mismo.

—Estoy aquí para proteger a Ethan de las merodeadoras damas de Avon, en caso que sean tan tontas como para tocar el timbre. Más allá de eso, el chico es perfectamente capaz de cuidar de sí mismo. —Miró a Bella cuyos ojos todavía estaban en shock por la vergüenza—. Ella no lo cree así, porque aun sigue siendo la mami de Ethan. ―Sus ojos habían empezado a despertar y ahora brillaban divertidos—. Así que Ethan y yo le seguimos la corriente y le hacemos el favor. Y en ocasiones vemos una peli de Bruce Willis o jugamos unas manos de cartas. Nunca juegues al póker con el muchacho. Es condenadamente bueno.

—Lo recordaré.

Ella se acomodó mejor en el borde de la mesa. Su rostro se serenó ligeramente, mientras su estado de ánimo parecía cambiar. Edward frunció el ceño. Sintiendo que sus ojos lo ponían a prueba, como si buscaran algo en particular. Estaba a punto de hacer un comentario grosero, cuando ella miró de él a Bella.

—Está bien. —Fue todo lo que dijo.

Edward se volvió a Bella, su ceño fruncido se había profundizado.

—¿Qué se supone que significa eso? ―preguntó.

—Significa que tienes ojos amables —respondió Tanya.

La miró de nuevo, para encontrarla en la misma posición, ahora su expresión era serena.

—¿Eso es todo?

Entonces una ceja rubia se disparó de nuevo y uno de los lados de su boca se arqueó.

—También estoy a cargo de monitorear al prospecto de novio, aparte de mis funciones con el adolescente. Tomo mis responsabilidades muy en serio.

Edward tenía la inquietante sensación de que de hecho se lo tomaba muy en serio. Al menos no lo había declarado mutante, asesino serial o algo así. Eso era bueno, porque Tanya Denali, evidentemente, tenía una gran influencia en la vida de Bella.

Se apoyó en su bastón, apuntando con su cuerpo a la puerta.

—Tengo que irme ahora —dijo enfáticamente, con la esperanza de que la Señorita Denali le permitiera unos escasos minutos a solas con Bella―. Fue agradable conocerte, Tanya.

Tanya sonrió de nuevo.

—Esa es mi señal para la salida, a la izquierda del escenario.

—A la derecha del escenario —murmuró Bella detrás de él―. Necesitas empolvarte la nariz.

—Pero Bella, cariño. —Tanya prácticamente se estaba riendo en voz alta—. Nunca me he empolvado la nariz en mi vida.

Bella dio un paso, ayudó a su amiga a ponerse de pie y la envió al final de la sala, probablemente hacia el cuarto de baño.

—Así que tienes muchísimo que empolvar en compensación, ve ahora.

Lo último lo dijo entre dientes, y con una sonrisa, Tanya obedeció, no sin antes sujetar ligeramente a Bella de la barbilla.

—Tienes razón. ―Tanya miró a Edward, agitó las cejas y se inclinó para decirle al oído en voz muy alta a Bella—. Fíchalo, Bells.

Edward tragó lo que estaba seguro hubiera sido una risotada, al ver la expresión asesina, en el normalmente feliz rostro de Bella. Incluso una sensación de calor floreció en su pecho. Ella había hablado de él, muy favorablemente, si las mejillas rojas servían de indicación. Era una buena señal.

—Tanya—gritó ella—. Cuarto de baño. Ahora.

—Sí, mamá. ¿Me avisarás cuando sea seguro salir?

—Es poco probable. Ve.

Bella señaló la puerta, como si dirigiera a un niño recalcitrante.

Tanya rió en voz alta por esto, pero finalmente movió los pies en la dirección indicada.

―Está bien, está bien. Fue un placer conocerte, Edward—gritó por encima del hombro. La puerta del baño se cerró de golpe.

—Estoy con toda seguridad fuera del camino —gritó, en voz suficientemente alta como para ser oída.

Un compás de silencio. Bella se aclaró la garganta.

―Algunas personas dicen que la locura le viene de familia —dijo, luego se volvió hacia él, su hoyuelo se marcaba por el alivio—. Es lo más parecido a una hermana que he tenido. Espero que puedas perdonarla.

Edward miró el rostro sonriente y su corazón enloqueció.

―Oye, no puedes elegir a tu familia. Has conocido a mi hermano y todavía estas dispuesta a volver a cenar conmigo. —Le empujó un mechón de cabello detrás de la oreja, los dedos se deslizaron a lo largo de la curva de su mandíbula. Los ojos de Bella se abrieron de golpe. Su hoyuelo desapareció, los labios se entreabrieron ligeramente. Era una invitación. Incluso aun si ella no lo sabía.

Impulsivamente dejó caer la cabeza. Esta vez poniendo el breve y casto beso directamente en sus labios.

―Buenas noches, Bella.

Ella no hizo ningún movimiento de acompañarlo hasta la puerta. Sin moverse, lo miraba con sus ojos enormes por el shock. Instintivamente supo que había sido la primera vez para ella.

Él también sabía que la espera hasta la noche del jueves iba a ser un infierno.