Aqui esta mi nueva adaptación espero les guste.

**Los personajes son de Stephenie Meyer y la historia al final les digo el nombre de el autor


CAPÍTULO DIEZ

Hickory, Carolina del Norte

Jueves, 8 de marzo.

8:00p.m.

―¡A un lado, señor!

El señor, fue agregado más como una idea de último momento que como muestra de respeto.

Witherdale, se presionó contra la pared, para evitar a la camilla que se acercaba con todo el equipo médico de emergencia. Una enfermera con la bata ensangrentada, cerraba la marcha, corriendo detrás de la camilla con una bolsa de intravenosa en el aire. La camilla con su comitiva desapareció detrás de dos puertas batientes. Una mujer llorando corrió hasta las puertas retorciéndose las manos.

―Sra. Daltry, por favor. ―Otra enfermera, con una bata cubierta con ositos de peluches, tomó por los hombros a la llorosa mujer―. No puede entrar ahí, es necesario que los doctores hagan su trabajo.

―Por favor ―sollozó la mujer―. Ella es mi bebé. ―Se inclinó hacia adelante y la enfermera le pasó un brazo por los hombros, consolándola―. Va a tener miedo. No quiero que ella tenga miedo.

―Ella está recibiendo el mejor cuidado posible. ―La tranquilizó la enfermera―. Encontraremos un lugar para que usted descanse. ¿Está herida en alguna parte?

―No, solo Lindsey ¡Oh, Dios, no, había tanta sangre! ¿Cómo puede perder tanta sangre?

―Shhh… ―La enfermera se detuvo junto a una incómoda silla―. Siéntese, y trate de calmarse.

¿Hay alguien a quien pueda llamar por usted?

―No, no hay nadie. ―La mujer se hundió en la silla―. Nadie ―susurró.

Con compasión, mirando hacia atrás, la enfermera se dirigió al mostrador y asumió su posición detrás de él. Witherdale miró a ambos lados antes de cruzar el pasillo y dirigirse a la estación de enfermeras. Se aclaró la garganta y la enfermera con la bata de osos de peluches, miró hacia arriba.

Ella estaba a mitad de los treinta, cabello castaño oscuro, moteado con gris. Estaría bastante bien si bajara unos diez kilos. Se llamaba Claire Burns, y había trabajado en la sala de ortopedia del Hospital General de Asheville, durante diez años, hasta que se había trasladado, cuatro años atrás. Lo más importante era que había estado allí el mismo verano que Mary Grace. Ella era la sexta en la lista de empleados del hospital que le había dado el hacker Demetri Livermore. No había conseguido nada con los cinco anteriores, tenía muchas esperanzas en la enfermera Burns.

Estaba casada con un residente de Hickory, que la había conocido en un evento de caridad para recaudar fondos hacía cinco años. Ella había estado en el stand, vendiendo besos por un dólar. Habían tenido una relación a distancia, hasta que se casaron y ella se mudó a Hickory. Deseaban tener un bebé, pero los intentos habían sido infructuosos. Estaban en lista de espera para la adopción. Mantenían el césped bien cuidado y nunca dejaban los botes de basura afuera después del día de recolección. Ella tenía amigos muy, muy habladores, tanto en Asheville como en

Hickory. Dudaba de que ella estuviera feliz de que él hubiera podido conseguir esa información sin siquiera esforzarse.

Levantó las depiladas cejas marrones en señal de saludo.

―¿Si? ¿Puedo ayudarlo?

Witherdale sonrió y se acarició el bigote con el pulgar y el índice. Estaban firmes. Bien.

―Espero que sí. Estoy buscando a Claire Gaffney. La mujer sonrió distraídamente.

―Esa soy yo. O era. Gaffney es mi apellido de soltera. Ahora es Burns. Discúlpeme un momento. ―Se inclinó sobre un pie para mirar por detrás de él. Witherdale miró sobre su hombro para ver a la madre de la niña herida levantarse y caminar hacia las puertas dobles de cirugía. La enfermera Burns abrió la boca, pero la cerró, cuando la mujer se detuvo a pocos metros delante de la puerta, cruzando los brazos sobre el pecho y sacudiéndose, llorando en voz baja.

―Lo siento ―dijo la enfermera en voz baja―. Odio este tipo de casos. El otro tipo acabó sin un rasguño. El medidor de alcohol le dio dos puntos. ―Su puño se cerró mientras se agarraba la solapa de la bata―. Me alegro que lo llevaran a otro lugar.

Había llegado primero a suficientes escenas de ese tipo como para estar de acuerdo con ella.

―¿La niña vive?

Ella negó con la cabeza.

―No lo sé. ―Se enderezó y cruzó las manos sobre el mostrador semicircular de color purpura―. ¿Por qué me buscaba? ¿Lo conozco?

―No, no. En realidad estoy buscando a una enfermera que trabajaba en el hospital de Asheville, hace unos nueve o diez años. Tengo entendido que entonces usted trabajaba ahí.

Entrecerró los ojos, repentinamente en guardia.

―Así es.

El sonrió. Tristemente en esa ocasión. Sus ojos seguían entornados, él no esperaba menos. Cualquier mujer que tenía la precaución de usar un palo para trabar el volante en un garaje custodiado, y llevaba un bote de spray en su llavero, estaba destinada a ser recelosa.

―Mis razones son totalmente legales, se lo aseguro. Yo tenía una hermana, Jean, que murió hace unos meses, y al revisar sus cosas encontré una carta, dirigida a alguien llamado Christy. La recuerdo hablando de Christy, una enfermera del hospital de Asheville, hace unos diez años. Estoy tratando de localizarla, para darle la carta. He comprobado los registros del hospital pero no hay nadie con ese nombre en la lista. Me pregunto si alguien la recuerda.

La enfermera inclino la cabeza, los ojos ligeramente más abiertos.

―¿Cómo conoció su hermana a Christy?

―Jean había ido a vivir con mi abuela que estaba muy enferma. Conoció a Christy cuando llevaba a la abuela al hospital para su tratamiento. Eso fue un verano hace nueve años.

La enfermera Burns se relajó.

―Está bien. ―Echó un vistazo más a la madre, que daba vueltas por el pasillo frente a las puertas dobles. Arrugó el ceño mientras pensaba―. No recuerdo a ninguna Christy en el hospital de Asheville, tuvimos una Carla y una Carol Anne… pero no Christy.

―¿Hubo cualquier otro empleado de nombre Christy? ¿Una enfermera en formación, tal vez?

― Witherdale no tenía ni idea del nombre de la mujer que estaba buscando. Christy era el nombre de la última prostituta que arrestó. Ella había tenido interés en no ser detenida. Habían elaborado una solución aceptable para ambos. Muy agradable.

Burns negó con la cabeza.

―No, pero tuvimos una voluntaria ese verano. Pero su nombre era Paterson. Una niña muy bonita. No podía tener más de dieciocho años en ese entonces. Iba a conseguir su título de enfermera. Era la sombra de la enfermera jefe, Charlotte Desmond.

Los diminutos vellos de la base del cuello de Witherdale estaban en alerta máxima. Bingo.

―No suena como la persona que estoy buscando. ¿Tenía mucho contacto con los pacientes? La mujer que estoy buscando trabaja en oncología, mi abuela tenía cáncer.

―No, Cynthia trabajo en el piso de ortopedia. Había otro voluntario en oncología ese verano, ahora que lo pienso, pero era un hombre joven. No una muchacha.

Cynthia Paterson. Paterson no era uno de los nombre de la lista de Livermore. De eso estaba seguro.

―Bueno, muchas gracias por su tiempo, enfermera. ―Miró por encima de su hombro, la madre seguía el ritmo de las puertas dobles.

―Siento no haber podido ser de más ayuda ―murmuró, su atención estaba centrada de nuevo en la angustiada madre.

Lo hizo, pensó Witherdale, mucho más de lo que cree.

Llegó a su coche y se sentó al volante. Había usado cinco pelucas distintas en las últimas cuarenta y ocho horas. Estaba acalorado, cansado y tenía adhesivo pegado en el cuero cabelludo. La siguiente parada era su casa, para una ducha. Mañana por la mañana iría de cabeza a la Biblioteca Pública de Asheville para ver los listados telefónicos de nueve años atrás. Esperaba que la familia de Cynthia estuviera en la lista. De lo contrario, tendría que ser creativo. Se quitó el bigote y con cuidado lo dejó en la caja en la que guardaba las pelucas. También guardó la peluca y suspiró cuando el aire frio le dio en la cabeza sudorosa.

Luego, Mary Grace. Y Jimmy.

Chicago

Viernes, 9 de marzo 11:00a.m.

―Oh,Bella. ―Tanya se inclinó sobre la barandilla de hierro del puente del pequeño estanque para patos que se extendía en Carrington. Todavía hacía frío, por lo que se habían reunido allí, sabiendo que tendrían privacidad―. ¿Lograsteis cenar?

El rostro deBella se sonrojó, a pesar del viento. Solo recordar esos momentos en sus brazos… en su regazo… tembló, pero no de frío.

―Eventualmente, pero la cena se había arruinado. Mi primer intento de cocinar para él fue un fracaso abismal.

―Supongo que no le importó.

―No. ―Se mordió el labio―. Y a mí tampoco.

―Y eso te sorprende.

―Sí. Supongo que… yo no… ―Frustrada miró con el ceño fruncido el semblante paciente de Tanya, antes de mirar sin rumbo al estanque azotado por el viento―. Ya ni siquiera yo misma lo sé.

Tanya se quedó en silencio por un largo rato.

―Recuerdo mi primera vez con un hombre bueno ―dijo finalmente en voz baja. Bella llevó sus ojos de nuevo a la cara de Tanya, no era un tema que hubiera abordado antes―. Su nombre era Felix y era uno de los mejores policías de Chicago. ―Sintió al instante como Bella se ponía tensa. Tanya suspiró―. Relájate, Bells, no todos los policías son malos. De hecho, la mayoría son muy buenos. Felix era uno de los buenos. Él sabía acerca de Alistair.

Bella sintió frío. El calor que había experimentado al revivir los momentos increíbles en brazos de Edward, se había ido, reemplazado por el fantasma de un hombre con uniforme, con una placa brillante para los ojos, pero opaca para el corazón. Pero Tanya estaba hablando de su propio y violento ex marido. Algo que rara vez hacía. Bella se obligó a escuchar.

―¿Cómo sabía de Alistair?

―Uno de los muchachos de su distrito respondió a mi 911 y testificó cuando el caso llegó a la Corte. Le dio a Felix la mayoría de los detalles en blanco y negro. Marcó una diferencia el hecho de que Felix lo supiera. Fue más paciente conmigo. Creo que cuando llegó el momento, estaba más asustado que yo de hacer las cosas mal.

Pero fue perfecto. Gentil. Nunca había sabido que el sexo no dolía. No sabía que me podía llegar a gustar ―concluyó Tanya en voz baja.

Bella apretó el labio inferior.

―O que incluso podías desearlo.

―Eso también.

―Entonces, ¿qué pasó con él?

―¿Felix? Nos distanciamos, supongo. Terminó mudándose al oeste. Alburquerque. Suelo recibir una tarjeta para navidad.

―Ah, ¿sí?

―Firmada por su esposa.

―Oh…

―Lo nuestro no estaba destinado a ser algo duradero. Ese no es el punto aquí. Una relación física con el hombre adecuado es algo hermoso. Olvida lo que has conocido, Bella. Si Edward es el tipo correcto, bueno, entonces… ―Se encogió de hombros elocuentemente, levantó una ceja― Esto es, si él puede… si el accidente no… eh, no…

―No. ―La palabra salió antes de que pudiera siquiera pensar, y el calor en el rostro volvió como una venganza. Dio un tirón a su bufanda, que la ahogaba alrededor del cuello―. Quiero decir que no… que solo… Maldita sea, Tanya, deja de reírte de mí.

―Oh, oh, oh. ―Con una mano enguantada se secaba las lágrimas y con la otra presionaba con fuerza sobre el pecho―. Qué frío es este aire. Duele mucho reírse. Te tendrías que ver, Bella. Estás ruborizada como si su madre te hubiera atrapado en pleno besuqueo.

―No estás muy lejos de la verdad ―murmuró.

―¿Perdón?

Bella levantó la barbilla con una ligera sacudida de la cabeza que hizo que Tanya se echara a reír nuevamente.

―Estábamos… besándonos, y muy hábilmente podría añadir, y…

―Por Dios, evita los detalles. Bella entrecerró los ojos.

―Mira donde pisas, Denali. De todos modos, en ese momento, llamó su madre. Es una mujer encantadora.

―Lo que sea. Entonces, ¿cómo sabes que el accidente… ya sabes? Bella giró los ojos y contuvo el aliento dejándolo escapar en un suspiro.

―No me lo has dicho. ―Tanya se dio unas palmaditas en el corazón―. Calma chica. Bella se puso seria.

―Voy a reunirme con todos ellos mañana.

―¿Con quién?

―Con su familia.

―Lo siento, mi mente todavía está donde ya sabes… ―Tanya se echó a reír por el brillo helado en los ojos de Bella―. Relájate, Bells. Vas a estar bien. Todo el mundo te ama. ―Paso un brazo sobre sus hombros y le dio un apretón―. Sin embargo, podrías llevar algunos pasteles horneados, solo para estar seguras.

Bela no sonrió. Ahora, las inoportunas dudas se estaban entrometiendo. Por lo general, la realidad era una perra.

―¿Realmente importa si les gusto, Tanya? ¿Realmente importa si es el hombre correcto? La sonrisa de Tanya desapareció bruscamente.

―¿De qué estás hablando?

―No puede funcionar. ―Bella se apartó y caminó al otro lado del puente. Tanya la siguió, ceñuda―. No sé por qué lo dejé llegar tan lejos.

―Tal vez porque él es el hombre adecuado. ―Levantó una mano y la colocó en el hombro de Bella.

Bella se encogió de hombros, quitándose de encima la reconfortante mano de Tanya.

―Dos malditos trozos de papel. Una licencia de matrimonio real y un certificado de nacimiento falso. Me gustaría poder quemar los dos.

―Entonces hazlo.

―No serviría de nada.

―Entonces no lo hagas.

Bella se dio la vuelta, con los puños en las caderas, su temperamento se acercaba peligrosamente al punto de ebullición.

―¿De qué lado estás, de todos modos?

Tanya la miró a los ojos y Bella sintió que su ira bruscamente se desinflaba.

―Del tuyo ―respondió Tanya con sobriedad―. Siempre he estado de tu lado. Ahora me pregunto de qué lado estás tú.

Bella se encogió de hombros.

―¿Qué voy a hacer, Tanya?

Tanya cruzó los brazos sobre su pecho.

―¿Estás pidiendo mi consejo? ―preguntó maliciosamente.

―Sí, maldita sea. ―Bella sonrió, echando a perder el efecto―. Estoy pidiendo tu consejo. Tanya suspiró.

―Lo has arriesgado todo por una nueva vida,Bella . Tú planeaste todo con tanto cuidado, todos los detalles de tu huida. Querías liberarte de un hombre que amenazó con matarte cada día, y que casi tuvo éxito en dos ocasiones.

Bella arqueó las cejas.

―Yo diría más como cinco o seis veces.

―He perdido la cuenta después de las dos primeras.

―Supongo que habría que dejarlo ahí. Tanya se echó a reír en voz baja.

―Supongo que sí. ―Su expresión se endureció―. Trató de matarte cuando intentaste obtener ayuda. ¿Nadie en tu ciudad creyó que fuera al menos un poco extraño cuando presentaste una denuncia contra tu marido y al día siguiente "te caíste por las escaleras"?

―No.

―Maldita sea, no. Por supuesto que no. No lo fue la última vez ni la vez anterior. ¿Y adivina qué, Bella? ―Tanya movió un dedo frente a la nariz de Bella, pero el impacto se perdió debido al guante―. No habría llamado la atención ni la próxima semana ni el próximo año. Si te hubieras quedado, él te habría matado y luego, sólo entonces, la ciudad entera habría llorado lágrimas de cocodrilo. ¡Y sabes que tengo razón!

Bella inclinó la cabeza, las cejas subieron y bajaron rápidamente.

―Tienes razón.

―Claro que tengo razón. ―Inhaló bruscamente, haciendo una mueca por el aire frío―.

Siempre tengo razón.

―Eres una cabeza dura.

―Pero soy una cabeza dura que tiene la razón. Caro, escúchame. Escúchate a ti misma. Has intentado seguir el camino correcto. Intentaste utilizar la ley, pero nadie te escuchó. Tienes suerte incluso de haber sido capaz de haber conseguido desaparecer después de lo que has pasado. ¿Cuánto tiempo estuviste en el hospital? ¿Tres meses? Eso es mucho tiempo para dejar a Ethan a solas con un hombre abusivo, ¿cierto?

Bellase estremeció, recordando el terror de todos y cada uno de los días de esos tres meses. Allí tendida, indefensa, obsesionada con lo que James podría hacerle a su bebé. Al ver el miedo en los ojos de su hijo cada vez que iba a visitarla.

―Detente. Tienes razón. Yo tenía razones para escapar, sin importar los medios que haya usado. ―Se irguió en toda su estatura, todavía cinco centímetros más baja que Tanya―. Pero aún así, eso no me da derecho a ser bígama. Todavía estoy casada con él, Tanya. Y en eso, yo tengo razón.

Tanya la tomó por la bufanda cuando Bella trató de alejarse.

―¿Quién eres tú?

Bella sintió el cosquilleo en la piel bajo la mirada combativa en los ojos marrones de Tanya.

―¿Qué quieres decir? ―preguntó con inquietud.

―Quiero decir, ¿quién eres? ¿Cuál es tu nombre? Bella tragó.

―Isabella Swan.

―¿Y dónde está Mary Grace Witherdale?

Tragó de nuevo, esta vez fue más doloroso porque su garganta comenzó a cerrarse.

―Desapareció.

Tanya tironeó de Bella.

―¿Y quién la hizo desaparecer?

Cuando Bella no dijo nada, Dana presionó más.

―Maldita sea, Bells. ¿Quién la hizo desaparecer?

―¡Yo lo hice!

Ella lo había hecho. Sólo ella había dado el paso para poner fin a la patética existencia de la criatura que había sido. Para protegerse a sí misma y al niño al que la ley no le importaba. Yo, pensó de nuevo.

Los ojos de Tanya eran intensos.

―Y ahora la pregunta de los cien mil dólares. ¿A quién ayudas si continúas aferrándote a la vida por la que tanto luchaste por escapar?

Bella se soltó y se alejó de la penetrante mirada de Tanya. Tanya tenía razón. Bella lo sabía en su cabeza. Ahora tenía que aceptarlo en su corazón.

¿Pero qué había en su corazón? No lo sabía. Hacía menos de una semana desde que Edward había entrado en su oficina y le había robado el aliento. ¿Pero había robado también su corazón? Esa era una pregunta mucho más difícil de responder. Por otro lado, ¿ella había robado el de él? Y si así era, ¿sería importante para él que ella ya hubiese estado casada? ¿Que ella aun lo estaba?

Y si es que eso le importaba, él no era el hombre adecuado. Y ella quería que lo fuera.

Desesperadamente.

Tanya se quedó esperando pacientemente a que Bella terminara su debate interno.

―Tienes razón, Tanya. No estoy ayudando a nadie si ignoro lo que siento por Edward. Voy a dejar que esto llegue hasta donde sea. Pero no voy a casarme con él. Si es que él me lo pide.

Tanya resopló con disgusto.

―Estás dejando que el miedo influya en tus decisiones. Gran error, Bella.

―Entonces será mi error ―replicó bruscamente―. Por supuesto, suponiendo que el hombre todavía me quiera cuando se entere de mi... historia.

La boca de Tanya se abrió.

―¿Se lo dirás, entonces?

―¿No lo harías tú?

Tanya cerró la boca.

―Es arriesgado.

―Phil decía que nada que valga la pena está exento de riesgos.

Bella apretó el abrigo contra el viento cortante y juntas comenzaron a volver al resguardo del edificio de Historia.

Tanya se detuvo en seco.

―No has dicho que más vale prevenir que curar. Yo diría que eso es un progreso.

Bella le dio una mirada de reojo. Tanya tenía toda la razón. Tal vez fuera porque Edward la hacía sentirse segura. Con un encogimiento de hombros, continuó hasta la colina.

―No voy a oscurecer mi cabello.

―Dije progreso, no milagro.

Asheville

Viernes, 9 de marzo 02:00 p.m.

Ross puso su taza de café en el único espacio vacío sobre su escritorio.

―Entonces, ¿qué tienes? Emmett abrió su carpeta.

―No demasiado. Sabemos que Farrell sospechaba de James Witherdale hace siete años. Sabemos que había una buena cantidad de evidencia y documentación que ya no existe. Fotos, las declaraciones por parte del personal de enfermería, la orden de alejamiento que nunca fue presentada oficialmente. ―Le entregó a Ross un paquete de fotografías―. Tuve la oportunidad de obtener copias de las fotografías. La enfermera Desmond murió hace unos años, pero su marido sigue vivo y es muy conversador... Pasé buena parte de la tarde de ayer con él.

―Hizo una mueca―. Malditamente cerca de mi oído, pero tengo lo que necesitaba. El señor Desmond dijo que su esposa conservaba los negativos. Ella documentaba la historia de los pacientes, especialmente de las mujeres que creía que sufrían abuso. Las quince fotografías originales están ahí, además de una veintena que la enfermera Desmond nunca le dio a Farrell.

Ross abrió el paquete y miró las primeras fotografías, luego cerró los ojos por un momento.

―Dulce Jesús ―susurró―. Nunca me acostumbraré a ver lo que los humanos pueden hacerse unos a otros.

―Humanos en el más científico de lo términos, por supuesto ―murmuró Emmett.

―Por supuesto. ―Desparramó las fotos en su escritorio, colocándolas sobre las pilas de archivos―. Ésta. ―Golpeó una de las imágenes con la uña―. ¿Una quemadura?

―En el cuello ―dijo Emmett en voz baja―. Parecen ser quemaduras de cigarrillos. ―La vio hojear las fotos, la repulsión era clara en su rostro―. ¿ Witherdale fuma, Teniente?

Ella asintió con la cabeza.

―Camel Filters. ―Tomó otra foto y apretó un poco la mandíbula―. Buen Dios del Cielo. Su espalda, parece que ella hubiera dormido sobre una cesta de mimbre.

Emmett enderezó sus hombros rígidos.

―Las heridas fueron causadas probablemente por el extremo metálico de un cinturón, pero tendría que haber sido afilado a propósito para crear laceraciones tan profundas. ―Tenía que tragar la bilis que subía a su garganta cada vez que veía esa foto―. Ella fue golpeada severamente y repetidas veces para dejar cicatrices como esas.

―¿Podría haber sucedido antes de que se casara con James? ―preguntó Ross, incapaz de apartar los ojos de la evidencia gráfica del abuso de Mary Grace Witherdale.

Emmett se encogió de hombros.

―Es posible. Pero poco probable. Algunos de esos cortes son recientes. ―Señaló una serie de cortes irregulares con la punta de su pluma―. Estos todavía tienen los bordes hinchados y rojos. Fueron infligidos probablemente menos de una semana antes de que entrara en el hospital por su "caída" por las escaleras. ―Marcó la palabra en el aire, una mueca torciendo su boca.

Ross suspiró.

―Hablemos de la noche en que cayó por las escaleras.

―Fue empujada ―murmuró Emmett. Ross sacudió la cabeza.

―Por lo que recuerdo, él tenía una coartada para esa noche, MaCarty. Emmett frunció el ceño.

―Lo sé. ―Sacó otra carpeta de su maletín y sopló la capa restante de polvo―. Tengo los turnos de guardia de esa noche. Las listas de turnos de los últimos nueve años se almacenan en un depósito al otro lado de la ciudad y uno se entierra hasta la cintura en el polvo para obtenerlos,

¿sabías eso? De todos modos, Witherdale estaba de guardia esa noche. Aquí están sus registros de todas las llamadas que respondió en su turno. La mayor parte de la noche estuvo por lo menos a diez kilómetros de su casa.

―¿Se detuvo a comer esa noche? ―preguntó Ross. Emmett se encogió de hombros.

―Él registró que se detuvo durante una hora, pero no se sabe dónde pudo haber estado.

―¿Y la orden de alejamiento? ―Extendió una mano por la se la entregó.

―Tengo la copia de Farrell. Guardó copias de todo el papeleo. Pero no hay señales de la orden aquí o en la corte del condado.

―Entonces tenemos un problema en Registros ―respondió Ross, con los labios apretados―.

Voy a tener que comenzar una investigación interna de inmediato.

―Bueno, pero todavía quiero hablar con el abogado de ayuda legal. Estoy intentando localizarlo.

Ross le devolvió la copia de la orden de alejamiento.

―Ahora la gran pregunta. ¿Dónde está nuestro dolido papá?

Emmett levantó las cejas.

―Victoria Sutherland dice que ha estado desaparecido desde el miércoles.

―¿Crees que esté diciendo la verdad? Emmett negó con la cabeza.

―No lo sé. Está malditamente mucho más asustada de él que de nosotros. Ross frunció el ceño.

―Nada de esto tiene alguna relación directa con la desaparición de su esposa e hijo, te das cuenta.

Emmett reconoció su punto con una inclinación de cabeza.

―Pero se puede demostrar la intención ―dijo pensativo.

―Sólo si puedes conseguir alguna cosa para llevarle al fiscal por el delito que estamos investigando, la desaparición de su esposa y su hijo ―sostuvo Ross. Sacó las fotos y las deslizó de nuevo en la carpeta―. Puedes acusarlo de abuso conyugal, pero no puedes probar que lo hizo.

Emmett dejó caer la carpeta en el maletín.

―Todavía no. ―Encandiló a Ross con una sonrisa―. Nos vemos el lunes. Tengo una cita con un bote de pesca con buscador de profundidad y GPS este fin de semana.

Los labios de Ross se estremecieron.

―¿Puede que haya una mujer en ese barco?

La sonrisa desapareció. Había sido casi capaz de olvidarse de la joven Vera Mendelson.

―Sólo si no puedo convencer a su padre de que vaya en su lugar.

Raleigh, Carolina del Norte

Sábado,10 de marzo 02:00p.m.

Witherdale había tomado un pequeño descanso en la vigilancia de Cynthia Paterson, a la que había encontrado en la ciudad de Greenville, a dos horas de camino de Raleigh.

Él estaba en una activa misión de recopilación de información, impulsada por los continuos informes de Riley Biers acerca de las preguntas de Emmett MaCarty.

Muchas preguntas. A gente a la que Witherdale no le caía bien. Necesitaba algún tipo de seguro.

Se sentó en su coche, vigilando la casa blanca con postigos azules. El buzón de cartas era un enorme contrabajo, con su gran boca abierta esperando al cartero. El nombre de MaCarty estaba grabado en el poste, junto con la dirección. Cortinas blancas colgadas en las ventanas abiertas, soplaban un poco en la suave brisa de marzo. Tres bicicletas estaban alineadas en el porche delantero, ordenadas, una aún con las ruedas de entrenamiento. Vio que la puerta principal se abría y una señora mayor salió con un muchacho. El niño se ató el casco y subió a la bicicleta con las ruedas de entrenamiento. Miró sobre su hombro y al ver a Witherdale sentado en su coche, saludó alegremente.

Lindo muchacho, pensó Witherdale. Conversador, también. El Agente Especial Emmett MaCarty debería estar en casa enseñando a su hijo a no hablar con extraños, en lugar de desenterrar historias antiguas de viejos que vivían de gloria pasada, como Steve Farrell y el pobre diablo que se casó con la enfermera santurrona, Desmond. Sí, Alec MaCarty era demasiado confiado. Vio cómo la vieja y la cabeza del niño se perdían por la calle con poco tráfico, Alec pedaleando furiosamente.

Era probable que el muchacho se lastimara algún día.

Había sido muy útil, el pequeño. Witherdale había estado fingiendo cambiar su neumático y Alec no había sido capaz de resistir su propia curiosidad. Le dijo que su papá a veces cambiaba los neumáticos, que su mamá había ido a vivir con los ángeles, que su papá había ido a una cita de pesca con una reina de belleza. Witherdale no había sido capaz de interpretar la última parte. Pero Alec llegó a decirle dónde iba a la escuela, el nombre de su maestro y que odiaba el brócoli de la escuela para el almuerzo. Así que ahora sabía dónde podía encontrar la preciada posesión de MaCarty en el horario de ocho a dos, de lunes a viernes. Se guardó la información, manteniéndola para el día en que MaCarty estuviera un poco demasiado cerca. Negocio difícil el de amenazar a un policía. Pero, al igual que otras personas, todos los policías tienen sus botones. Witherdale se había especializado en la búsqueda de los mejores botones que presionar y el mejor momento para presionarlos. El botón de MaCarty era un niño de seis años, pecoso y pelinegro llamado Alec.


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