Disclaimer: Naruto pertenece a Masashi Kishimoto y asociados.
Advertencia: Este fic contiene machismo, injusticias, lenguaje vulgar y situaciones sexuales aberrantes. Por lo anteriormente mencionado, recomiendo encarecidamente esta historia sólo a personas con criterio formado.
¡Hola! Después de la sobria pero necesaria advertencia, les digo que tengo muy claros tanto el comienzo como el final de la historia, pero no sé muy bien qué haré entremedio todavía xD. De modo que cualquier sugerencia la recibiré encantado, como también críticas constructivas, arena e insultos. Los últimos dos siguen siendo reviews así que también los agradezco mucho :P. Agrego que esto se me ocurrió inspirándome en "Espartaco" y "Gladiador" (películas que recomiendo totalmente), así que a ver como sale este nuevo proyecto. En que época estará ambientado lo dejo a imaginación de ustedes; puede ser en la del Imperio Romano, la medieval, un universo alterno o la que ustedes deseen. Esto lo haré así para no cometer errores históricos y dejar que la imaginación de ustedes vuele. Por lo mismo tampoco especificaré ninguna localización. Sin nada más que acotar, ojalá que disfruten o sufran este primer capítulo.
Esclava Sexual
La intensidad de la canícula hacía sudar a cualquiera que diera más de treinta pasos. Desde hacía muchos años que no se presentaba un sol tan ardiente como el de ahora. Quemaba como si quisiera castigar a cualquier ser vivo que no fuera lo suficientemente inteligente como para no posicionarse bajo una sombra. En una jaula individual de poco más de un metro de largo por dos de alto, Hinata era de aquellos seres que, por una razón o por otra, tenía que soportar directamente los rayos ultravioletas. Hubiera pagado la mitad de su extinta fortuna por darse una simple ducha. Pero en su terrible situación actual ni siquiera podía aspirar a eso. Los hórridos giros del destino habían hecho que su vida cambiará radicalmente. De ser la heredera principal del clan más importante de su nación y haber disfrutado de riquezas que muchos quisieran, ahora era tratada peor que un animal de carga. Y lamentablemente no era una exageración. Actualmente «ostentaba» la calidad de esclava, luego de que su nación cayera derrotada en la brutal guerra que sostuvieron durante años contra sus acérrimos enemigos. Su ciudad había sido incendiada hasta los cimientos. Fue tan destruida y devastada que, a pesar de los siglos que faltaban para que se inventara, daba la impresión que una bomba atómica hizo acto de aparición. No existió siquiera un ínfimo rastro de piedad. Ella, impulsada por su clan, intentó huir cruzando la frontera hacia ignotas tierras. Sin embargo, fue apresada por un guerrero ya retirado, quien ahora se dedicaba al tráfico de esclavos. Por sus llamativos ojos, sangre de gran alcurnia y virginidad comprobable, la vendería a un precio mucho más alto que a cualquier otra fémina.
Ahora, encerrada en una jaula en la que ni siquiera podía sentarse y estirar sus piernas al mismo tiempo, se arrepentía de no haber tomado la decisión de quitarse la vida. Debió hacerlo cuando tuvo la oportunidad, pero su temor a la muerte fue más grande que el miedo a la esclavitud. Incluso en la situación actual el instinto de supervivencia todavía no había sido anulado hasta ese punto, pero estaba muy cerca de llegar al límite en que vivir era un calvario mucho peor que la muerte. En que la desesperación invadiría su cuerpo y la impulsaría a matarse de una vez. Estaba disminuida, sin moral ni fuerzas, y condenada a vivir el resto de su vida como una vulgar esclava. Sólo esperaba aunar las fuerzas suficientes como para derrotar su miedo a la muerte y suicidarse a la primera oportunidad, manteniendo en algo el poco honor que todavía tenía, pues por culpa de sus ganas de vivir ahora estaba padeciendo una situación tan inhumana e indignante como la actual. No sabía nada de su familia, qué había pasado con su hermana, con su primo, con su padre y los demás integrantes de su clan. Quizás alguno de ellos consiguió escapar, teniendo la suerte que ella no. Deseaba con todo su corazón que así fuera, aunque también sabía que guardar aquella esperanza era algo que resultaba demasiado ingenuo. Era muy probable que ella fuese la única sobreviviente Hyuga.
De pronto el mercader esclavista, llamado Kakuzu, dio un grito alertando de que había llegado un nuevo comprador. Látigo en mano fue abriendo las numerosas jaulas de esclavas. Pronto llegó donde Hinata e hizo lo mismo con ella, obligándola a avanzar a medida que él la empujaba.
A diferencia de sus manos y cuello, Hyuga por lo menos contaba con la suerte de no tener sus pies atados. Triste y desarrapada, acudió a formarse en la fila de chicas prisioneras. Era la cuarta o quinta vez en el día que tenía que hacerlo. En aquel lugar habían chicas de todas las razas, alturas, edades y colores de cabellos. Maltratadas y sucias hasta decir basta, se formaron en una fila. Por la intensa emoción que exhalaba Kakuzu, comprendieron que había arribado un comprador muy adinerado. Pero salvo que alguna contara con el don de predecir el futuro, ninguna podía saber si el cliente era un malvado ruin o alguien más decente. No obstante, algo sí tenían muy claro: sería muy difícil que su situación actual pudiera empeorar todavía más. Una de ellas sería la escogida y eso por lo menos significaría tener comida y agua todos los días.
Pronto un joven cruzó la puerta de entrada, de hecho, muy joven para poseer una estampa tan soberbia. Bastaba verlo sólo unos segundos para ver que su semblante despedía prepotencia y altanería, a la vez que su mirada arrojaba un tinte muy agresivo. Portaba una espada enfundada a la cadera izquierda, clara señal de que era un guerrero. En la cadera contraria portaba una funda más pequeña, que debía contener un puñal que le servía de arma secundaria. Muy probablemente contaba con un alto rango dentro del ejército. Aquello se podía inferir de su talante y gestos con toda claridad.
A unos cuantos metros de ellas, comenzó a caminar mientras miraba lentamente a cada una de las chicas. Incluso niñas que ni siquiera cumplían los diez años estaban siendo vendidas, aunque a él no le interesaban las infantes.
Algunas mujeres se arrodillaron y le suplicaron que las comprara, teniendo la esperanza de que estar con él era mejor que seguir en este infierno de jaulas métricas. Por supuesto, él las desdeñó como las pocas cosas que eran. No quería arrastradas como esclavas. Quería algo más; algo diferente; algo que pudiera representarle más que una simple sierva. Fue entonces que su negra mirada se posó en la chica de extraños luceros. Inmediatamente aceró su semblante contra ella y se le detuvo por delante. Inopinadamente, cerró los puños y dientes como si verla lo indignara por alguna razón desconocida. Todo su ser destelló odio masivo.
Hinata se asustó mucho. Muchísimo. Jamás en su vida había visto a ese joven, pero él la estaba mirando como si la conociera desde siempre. Su mirada impregnada de feroz inquina la hizo bajar su cabeza por el rápido temor que le infundió. Incluso sintió que él estaba muy dispuesto a clavarle la espada que llevaba.
Él siguió mirándola directamente a los ojos. Incluso estaba cerrando sus puños al punto que sus nudillos traslucieron el blanco de los huesos. Bajó su mirada y no le sorprendieron los prominentes pechos que el cuerpo de la joven alardeaba. Lo que si le causó sorpresa fue ver que, a pesar de la delgadez causada por la falta de alimentos que toda esclava sufría, sus pechos no se habían dado por enterados de tal padecimiento. Además, sus mejillas incluso desplegaban un sonroseo. A pesar de las duras condiciones, ella se veía en mucho mejor estado que el resto. Sin duda alguna era una mujer de gran salud, buena raza y excelente genética.
—Quiero a esa: la de ojos extraños y grandes tetas —la apuntó con su índice.
—Oh, señor, veo que tiene muy buen gusto —se apresuró a halagarlo Kakuzu, mientras ya se imaginaba las monedas de oro acariciando sus palmas—. Muchos ya se han fijado en ella, pero no han podido pagar su alto precio. Aunque no lo crea es virgen y puede verificarlo ahora mismo si quiere. Sería una gran esclava sexual para usted.
Su condición de virgen le había asegurado a Hinata un trato un poco más digno que al resto de esclavas, pues las doncellas como ella eran las que se vendían a precio de trofeos. Sin embargo, no bastaba sólo con decir ser virgen, también era menester comprobar que tal calidad fuese realmente cierta. Por ello, Kakuzu, ayudado por sus esbirros, había verificado con sus propios ojos si ella era virgen tal como aseguraba serlo cuando se lo preguntaban. Hinata tuvo que sentir como esos sucios dedos abrían sus labios vaginales hasta que el malnacido pudo comprobar lo intacto de su himen.
—¿Cuanto cobras por ella?
—Diez monedas de oro o veinticinco de plata, mi señor.
Evidentemente, por el trato tan respetuoso que estaba brindando Kakuzu a su visita, se trataba de alguien muy importante. El mercader le sacaba muchos años y, aun así, estaba llamando «señor» al joven cuando lo natural hubiese sido lo contrario.
—Por esa cantidad podría comprar siete esclavas —precisó él con disgusto.
—Sé que el precio es elevado, pero, como ya debe saber, las vírgenes se venden mucho más caras. Además ella tiene ojos muy singulares...
—Sé perfectamente que es una Hyuga —interrumpió inmediatamente Sasuke, quien chasqueó su lengua como si sólo pronunciar tal apellido lo violentara hasta las raíces —. Sólo ellos tenían ese tipo de ojos.
Hinata abrió sus luceros sin mesura. ¿El sujeto que tenía al frente conoció a los de su clan? Quizás por eso había forjado una mirada con tanta inquina contra ella...
—Oh, veo que los conoció... —dijo Kakuzu.
—Eso no es algo que a ti te incumba.
—Mis disculpas, señor. A veces soy más curioso de la cuenta —bajó su cabeza en señal de fingido respeto. Luego prosiguió—. Entonces, como ya debe saber, se rumorea que sus ojos pueden ver las energías de las personas.
—Esas son patrañas y lo sabes.
—Pero sus ojos son muy llamativos, sus tetas son grandes como montañas y dispone de un buen culo también —dicho esto, enfocó la mirada en su mercancía y se apresuró en darle una imperiosa orden—. Ey, tú, ¡date vuelta para que el señor aprecie lo que tienes!
Hinata, entre lágrimas que no pudo evitar, hizo caso y les dio la espalda. Sasuke comprobó que su retaguardia, aunque no tan prodigiosa como su delantera, también resultaba llamativa. Suculenta inclusive.
—Además, como ya se imaginará, al haber sido una aristócrata ella posee una gran educación —siguió hablando Kakuzu, quien sabía ejercer muy bien el arte de vendedor.
—Las aristócratas son las peores. Con suerte saben cocinar —desdeñó Sasuke.
—Quizás esta sepa, mi señor —objetó el esclavista con falsa humildad, pues toda su atención era una simple actuación. De hecho, gustosamente mataría al comprador para quedarse con su fortuna. Sin embargo, Kakuzu era lo suficientemente inteligente como para saber que enfrentarlo no era conveniente. La muerte era el indudable precio a pagar.
Uchiha se acercó unos pasos hasta quedar delante de su futura compra.
—Dime, mujer, ¿sabes cocinar?
—S-sí —dijo ella con la mirada gacha, sin atreverse a mirarlo. Pero incluso sin hacer aquello, su voz tan dura y hosca seguía intimidándola.
—¿Tejer?
—También.
—¿Lavas bien la ropa y trapeas bien el suelo?
—C-creo que sí —a pesar de su acaudalada condición anterior, siempre tuvo en cuenta que la pereza era un pecado capital.
—Por lo menos sabes lo que toda mujer debe.
Hinata no se sorprendió con su comentario; las mujeres de su época no podían aspirar a mucho más que eso. El machismo imperante subyugaba cualquier intención que deseara ir en dirección contraria. También volvió a pensar que él debía ser un guerrero muy hábil, pues esa superioridad natural y ese desplante tan soberbio sólo podría calzar perfectamente con uno.
—Abre la boca —ordenó él.
Ella tragó saliva antes de hacerlo.
Sasuke profundizó su mirada y le examinó los dientes. Estaban perfectos: blancos, relucientes y sin muestras de caries. Además resplandecían buena genética, pues estaban perfectamente alineados.
—Pásame tus manos.
Hinata así lo hizo.
Sasuke las examinó, tocándolas con las suyas. La suavidad que tenían le resultó inclusive indignante. Sin duda, ella tuvo la fortuna de haber llevado una buena vida hasta ahora.
Hyuga, entretanto, ahora tuvo la completa seguridad que el hombre que tenía enfrente era un combatiente. Sus manos eran callosas producto de tanto sujetar la espada en feroces batallas; unas muy parecidas a las de su primo Neji, quien, lamentablemente, ahora debía estar muerto y pudriéndose quien sabía donde. Al pensarlo, nuevas lágrimas acudieron a sus ojos.
—Llévame a una mesa donde pueda examinar su virginidad —le exigió Sasuke al traficante de mujeres.
Apenas terminadas esas palabras, Hinata dio un nervioso y abrupto respingo. Abrió sus ojos peor que si hubiera visto un espectro. No quería pasar por la misma situación de nuevo. Era humillante, ¡indignante!, y ya había tenido que vivirla con Kakuzu.
—Enseguida, señor —terminadas sus palabras, el esclavizador la agarró desde la soga al cuello y, a innecesarios tirones, la llevó hacia el destino previsto. Allí había una mesa de madera de mala calidad y Kakuzu procedió a aflojar los nudos de las sogas que la ataban.
—Acuéstate en la mesa, levántate la falda y muéstrame tu vagina —ordenó Sasuke.
—Y-yo... por favor... —atinó a decir mientras su temblón tiritaba y su voz también lo hacía.
—Quiero ver si tienes tu himen intacto —explicó sin alzar su voz.
—N-no es necesario, de verdad. Yo le juro, le prometo por los dioses más sagrados, que soy virgen. No tengo por qué mentir al respecto. Soy virgen incluso de labios, nunca he dado un beso siquiera. Es imposible que haya tenido relaciones sexuales —su voz fue tan conmovedora como angustiante. Palabras que vinieron desde lo más profundo de su corazón.
—Siempre hay que revisar la mercadería que uno compra. De lo contrario me estaría arriesgando a ser estafado —ni siquiera brindó un ápice de conmiseración.
Hinata, para su gran pesar, acabó entendiendo que eso era ahora: una cosa, un objeto, una mercancía. No un ser humano con sentimientos y derechos. Al perder la guerra se volvió una simple cosa desechable. Ese sería su destino por lo que le restaba de vida.
Como la chica congeló sus movimientos al punto que pareció emular el hielo del ártico, Sasuke comenzó a perder la paciencia.
—O lo haces tú o lo haré yo a la fuerza. ¿Qué prefieres?
—Hácele caso al señor de una vez, ¡puta de mierda! —Kakuzu alzó su látigo para fustigarla, pero Sasuke, con un gesto de su mano, lo detuvo tranquilamente.
—Quiero a mi futura esclava en perfectas condiciones.
—Perdone, señor —bajó el látigo rápidamente—. Es que estas perras creen que tienen derechos, que siguen siendo libres. ¡Ja! Hay que azotarlas seguido para que entiendan cuál es su verdadera condición ahora.
Llorando casi un mar, Hinata finalmente no tuvo más remedio que acceder a la orden. Era una esclava y absolutamente nada podía hacer en contra. Se tendió sobre la cama, levantó su andrajoso vestido y tras unos segundos abrió sus piernas, tal como una mujer actual lo haría ante un ginecólogo. Finalmente su sexo quedó a la vista del interesado en comprarla.
Sasuke frunció el ceño a la vez que arrugaba la nariz con repugnancia escrita en ella.
—Está hedionda a pescado. ¿Por qué no se ha duchado? —le preguntó al vendedor, volcando su mirada hacia él.
¿A pescado? Hinata se sintió tan humillada, tan menoscabada que le fue inevitable llorar todavía más. Volvió a cerrar sus piernas con todas sus fuerzas.
—S-si de verdad huele así no es mi culpa. No he podido bañarme hace mucho tiempo —su llanto se incrementó todavía más y su voz se desperfiló en matices agudos y graves intercalados. La humillante situación la inundó de desesperación —. Todo esto es algo indignante, algo que nadie debería vivir —arguyó profundamente ofendida. Si realmente olía así no era culpa suya en lo absoluto. Ella siempre fue una mujer muy limpia y aseada.
—No te he dado permiso para hablar —puntualizó Sasuke, endureciendo su voz. Esta vez imprimió un cariz tan siniestro en ella que estremeció a la chica de pies a cabeza. Hinata supo que ese muchacho ya había tomado muchas vidas con aquella espada que orgullosamente portaba. Mucha sangre tenía que haber derramado ya. Su mirada era demasiado oscura como para que fuera de otro modo. Era joven, de su propia edad o pudiera ser inclusive algo menor que ella, pero debía tener una experiencia muy amplia en combate.
—P-perdón —atinó a decir ella antes que se enojara de verdad. Él realmente inspiraba miedo.
—Como ve, señor —Kakuzu preparó una acotación—, tendrá que enseñarle su lugar, pues se atreve a hablar sin pedir permiso siquiera. Y respecto a su pregunta: no quiero desperdiciar mi preciada agua en esclavas a menos que sea absolutamente necesario.
—Entiendo eso, pero, si vas a vender vírgenes bajo este calor infernal, por lo menos haz que ellas se bañen antes. Es desagradable revisarlas y que expidan este olor.
—Así lo haré a partir de ahora, señor —consintió enseguida, aunque eso no significaba que realmente las ducharía.
Hinata, queriendo escapar aunque sólo fuera mentalmente, se refugió en los recuerdos de su vida antaña, cuando podía disfrutar como una chica de su edad debería hacerlo siempre. Múltiples vivencias con su primo, su hermana y amigos afloraron en su mente.
Si se suicidaba, ¿podría volver a verlos? Y si seguía viviendo, ¿podría soportar todo el dolor que le quedaba por delante?
Regresando de su abstracción miró por última vez al comprador, suplicándole con su mirada que no continuara con el examen. Sin embargo, lo que vio en esos negros ojos fue una indiferencia total.
—Hay cosas mucho peores que mostrarme tu vagina —le dijo destellando frialdad—. Has tenido mucha suerte de haber llevado una buena vida, niñita —espetó la última palabra mezclando asco y odio a partes iguales.
A la vez que menospreciaba su sufrimiento como si fuera poca cosa, alguien de su propia edad la estaba tratando de niñita. Le pareció una situación casi psicodélica.
—Acaso... ¿Acaso que hayan cosas peores justifica situaciones como esta? —pese al miedo y el temblor de su voz, se atrevió a replicar.
—Si tu nación hubiera ganado la guerra, habrían hecho cosas similares o peores. ¿Acaso no había esclavos en tu patria? —objetó tranquilamente.
La bella fémina guardó silencio ante lo rotundo del cuestionamiento. Sabía que la esclavitud era algo completamente normal, aunque a ella siempre le había parecido algo inhumano. Y también tenía la sapiencia para comprender que la reciente guerra, como la mayoría de ellas, no tuvo buenos ni malos, sólo víctimas y gente con ansias de poder.
—El mundo es como es y no como te gustaría que fuera —sentenció él, como si de algún modo le estuviera leyendo la mente—. Ahora haz caso de una vez antes que deba abrir tu vagina yo mismo.
Dando un suspiro relleno de resignación y sin espejo ni nada que la ayudara, ella misma se dio a la tarea de separar sus labios vaginales sin saber si lo estaba haciendo correctamente o no.
—Ábrela más —exigió Sasuke, haciéndole ver que no era suficiente.
Hinata, sintiendo el feroz peso de la humillación, hizo lo mejor que pudo entre renovadas lágrimas.
—Mántenla de esa manera.
Sasuke escrutó cuidadosamente, esperando avistar su himen. Entre la humedad y la mucosidad inherentes al interior del sexo femenino, logró ver que la garantía de su doncellez efectivamente estaba intacta.
—Bájate el vestido —ordenó él y luego le habló a Kakuzu—. Bien, me la llevo. Toma tu dinero —de un pequeño receptáculo de tela grisácea que sacó desde un bolsillo, extrajo la cantidad acordada en monedas de oro.
—Muchas gracias, señor —contestó él mientras sus ojos brillaban por la gran cantidad conseguida con una sola venta. Esa chica le había asegurado prosperidad para un buen tiempo.
Escatimando los minutos, el inescrupuloso mercader preparó a Hinata para salir. Ajustó la soga en su cuello y volvió a apretar los nudos que unían sus muñecas. Una vez terminado el proceso, y sin mediar más palabras, Sasuke se retiró del recinto llevándola desde el lazo cervical tal como una perra atada a una correa.
Subieron a un carromato sin techo que estaba estacionado en la orilla más próxima de la calle y Sasuke mismo ejerció la labor de conductor. Hinata nuevamente volvió a pensar en que era un guerrero, pues a ellos les gustaba hacer las cosas por sí mismos o la falta de ocupaciones terminaba ablandando sus músculos. Lo sabía porque su familia también fue una de grandes soldados. Una que lamentablemente fue extinta en la reciente guerra. Ahora ella, muy probablemente, era la única sobreviviente de su clan...
A raíz de sus recuerdos, las lágrimas atravesaron ferozmente sus mejillas. Ni siquiera sabía cómo era capaz de seguir derramándolas, pues desde que fue esclavizada su ración de agua había sido muy poca.
Había sido humillada, mancillada, vulnerada y tratada peor que un animal, pero aquel era el infame precio de haber perdido la guerra. Era una chica bien educada y de noble corazón, alguien que no merecía ser una esclava y que en este mismo momento seguía perdiendo el poco honor que aún le quedaba. Fue entonces que volvió a pensar en el suicidio; a menudo lo hacía. ¿Por qué no lo cometió? ¿Por qué no lo hizo cuando sí podía? Porque le faltó valor, esa era la única razón. Quería seguir viviendo a pesar de las condiciones inhumanas que ahora debería soportar. De todas formas, en su defensa, podía argumentar que nunca pensó que tendría que tolerar situaciones tan aberrantes. Aunque por lo menos, comparada al resto de chicas, ella había tenido suerte dentro de todo. No había sido violada todavía, como durante las noches el mismo Kakuzu y sus sirvientes solían hacer con aquellas que no eran vírgenes. Sólo su pureza sexual la había salvado de sufrir el mismo destino cruel.
¿Cómo sería aquel joven que la había comprado? Por las pocas palabras que habían intercambiado, parecía ser alguien muy racional a pesar de ser un guerrero. Sin embargo, su mirada era inquietante a la par de perturbadora; desprendía mucha oscuridad a través de ella y no precisamente gracias al color de sus ojos. Su semblante, entretanto, era tan frío que irradiaba una gelidez que no parecía humana. No era alguien que atemorizara ejerciendo la violencia como medio, lo hacía con una simple mirada o un gesto. ¿Qué pasaría más adelante? Hinata no quería pensar en ello, de verdad que no deseaba hacerlo, pero el pensamiento pugnaba por repetirse una y otra vez como una mórbida condena. Y aunque intentara negar o evadir lo que su mente anunciaba, eso no cambiaría la cruel realidad que estaba viviendo. Pronto sería abusada por él, violada de una manera brutal e inmisericorde, puesto que aquella era la principal razón para comprar a una virgen. Ser el primer hombre en ella; sentirse poderoso haciéndola sufrir salvajemente hasta recibir súplicas para que se detuviera. Traumarla de una manera que no pudiera olvidar durante el resto de su vida. Como si eso fuera poco, no era tan ingenua como para no saber que el sexo anal forzado también era algo muy común. Y aquello era algo que resultaba incluso más doloroso y traumante de vivir. Por un momento pensó en arrojarse del carro y escapar, pero sus posibilidades de éxito eran completamente nulas. Atada del cuello como estaba, terminaría ahorcada mientras el carro se encargaba de arrastrar alegremente su cadáver. E incluso estando libre no podría avanzar más que unos cuantos metros, pues él debía ser mucho más rápido que ella. La atraparía fácilmente y, sin reparos, le cortaría una mano como castigo por intentar huir.
Mientras divagaba, el trayecto en el carruaje se hizo largo, tenso y silencioso. Habían dejado atrás el camino de adoquines propio de la ciudad para adentrarse en uno polvoriento y reseco. Los dos caballos corrían a toda prisa y quien la había comprado de vez en cuando les daba latigazos para mantener el veloz ritmo de carrera. Estaba conduciéndolos con gran eficacia, sorteando con mucha destreza las curvas que aparecían de tanto en tanto.
Finalmente, tras un gran recorrido de más de una hora, llegaron a un enorme portal de sólido concreto. A cada lado de él nacía una verja interminable de alambre trefilado, la cual debía cercar muchas hectáreas a la redonda. Eran sus dominios sin duda alguna.
Sasuke bajó del carruaje y abrió el portal. Luego, desde abajo, guió a sus caballos para que traspasaran la entrada y la cerró tras él. Después abordó el coche nuevamente y prosiguió el viaje sin contratiempos, dado que el camino era más llano y en línea completamente recta.
Pronto varios perros de gran tamaño y de colores parecidos salieron a recibir a su dueño. Mientras perseguían el carruaje no ladraron como deberían haberlo hecho, prueba de que estaban perfectamente amaestrados. Hinata no supo distinguir la raza a la que pertenecían, pero sí que distinguió como sus mandíbulas estaban pobladas de blancos y afilados dientes. Entonces supo, con toda claridad, que aquellos canes podrían desgarrar su yugular apenas empeñando un leve esfuerzo.
Avanzaron un par de minutos hasta que sus vistas contactaron el hogar del joven. A Hinata le sorprendió ver lo grande que era. Era una mansión que incluso parecía un castillo. Podría compararse a su propio hogar sin esfuerzo, y eso tomando en cuenta que la mansión Hyuga era la más opulenta de su derrotada nación.
Sasuke detuvo por fin el carromato y bajó de él de un brinco. Para sorpresa de Hinata, nadie más acudió a recibirlo. A pesar de la enorme mansión y de la hora plenamente laboral, parecía no tener más servidumbre.
De pronto, como si los perros recién se percataran de la presencia de Hinata, comenzaron a ladrarle airadamente y dieron la impresión que estaban a un tris de subirse al carro para atacarla. Sin embargo, Sasuke, con un solo movimiento de su mano, los hizo callar y sus semblantes agresivos cambiaron a uno mucho más dócil en cuestión de instantes. Evidentemente los tenía tan bien amaestrados que lo consideraban el líder de la jauría.
—No te harán daño mientras yo esté aquí, así que baja de una vez—exigió con su voz dura de siempre.
Hinata tragó saliva con natural temor de hacer caso. Afirmó sus manos atadas en la puerta del carruaje para mantener el balance y puso sus pies cuidadosamente en la tierra. Su delgado calzado le hizo sentir lo llano del terreno, cosa que su vista ya había apreciado perfectamente. Sus pulsaciones se aceleraron cuando los perros se acercaron a olfatearla con curiosidad. Se pegaron a ella y podía sentir sus cálidos alientos contra la piel de sus piernas.
—Debe ser el olor a pescado de tu vagina. A ellos les encanta el pescado.
Hinata se sonrojó por la vergüenza. El asunto era abiertamente muy embarazoso y humillante.
—S-si realmente es así, la culpa no es mía. No he podido bañarme en demasiados días —mientras bajaba su mirada más que nunca, repitió lo dicho en el mercado.
Él no contestó verbalmente; sólo impregnó su semblante de apatía.
Los perros dejaron de olfatearla y se acercaron a Sasuke a la vez que agitaban sus colas. Los labios de ella se separaron un poco debido a la sorpresa y su miedo hacia él mermó un poco. Si los canes incluso agitaban sus colas a su lado, era porque, a pesar de su rudeza y terrible mirada, quizás él sí tenía un lado más amable oculto. O quizás aquel lado sólo salía a flote con los animales. En su patria, sabía de personas que odiaban y asesinaban gente como si nada y, sin embargo, se derretían de cariño con las bestias.
Desterró sus recientes pensamientos y echó un mejor vistazo a los alrededores, sorprendiéndole lo vacío que lucía todo. Además de una estructura de madera que debía ejercer la labor de caballeriza y un arroyo desde donde el hogar extraía agua pura, no había nada más que no fuera la mansión de sólido concreto que tenía por delante. La tierra, salvo la ribereña, lucía reseca y poco fértil. Sin embargo, con trabajo y esfuerzo podría sembrarse perfectamente. De hecho, tener tanto terreno sin cosechar nunca nada era un verdadero desperdicio. Es que ni siquiera una flor o siquiera algo de pasto amenizaban el monótono paisaje. Si tan sólo hubiese contado con un modesto jardín el panorama del hogar habría mejorado mucho más. Sin duda alguna, a este lugar le hacía falta el toque femenino con suma urgencia.
—Sígueme —ordenó él de improviso, extrayéndola de sus pensamientos.
Ella hizo caso sin titubear. Tras unos cuantos pasos llegaron frente a la puerta principal y Sasuke sacó un cuchillo desde la funda contraria de la espada. Hinata se asustó y dio un paso atrás por instinto, pero él la detuvo por el hombro firmemente. Luego cortó las amarras en sus manos y, ordenándole que no se moviera, hizo lo mismo con la de su cuello.
—Soy Sasuke, tu dueño, amo y señor —se presentó encajándole una mirada ominosa que inyectaba temor.
Ella abrió sus ojos de una forma casi sobrenatural. Un segundo después su boca hizo lo mismo a un volumen un poco menor.
—Sa-Sasuke... ¿Sasuke Uchiha? —preguntó verdaderamente aterrorizada.
Él exhaló, a través de todo su semblante, una perfecta alquimia de satisfacción y malignidad.
—Exactamente.
No podía creerlo; el mejor guerrero del ejército enemigo, el más feroz y hábil, el más temido por su nación y con una reputación que un demonio envidiaría, era un joven de su edad. Aunque, como a toda mujer, a Hinata le estaba prohibido involucrarse en asuntos de guerra, había escuchado muchas veces el nombre de Sasuke Uchiha como si se tratara del mismísimo Diablo sobre la faz de la tierra. Alguien que nadie querría conocer ni en esta vida ni en las próximas. Y ahora estaba justo enfrente suyo...
Sin poder evitarlo tembló de pies a cabeza, desde la raíz de sus cabellos hasta la última célula de sus pies. Dio un par de pasos hacia atrás y el miedo la hizo trastabillar. De trasero en el suelo, tragó una cantidad anómala de saliva y cada uno de sus vellos corporales no dudaron en enevarse.
—Tranquila —la llamó a controlarse—, en tiempos de paz soy alguien mucho más civilizado de lo que pudieras imaginar. Pero en tiempos de guerra... —dejó un inquietante suspenso, alardeando diversión malsana tanto en su mirada como en su talante.
Hinata necesitó muchos segundos para lograr escapar de su sorpresa. Casi desesperada, se limitó a ansiar con todas sus fuerzas que su barbárica fama no fuese del todo cierta. Se puso de pie, mientras sus manos se abrían y cerraban involuntariamente. Una forma de desahogo que su cuerpo estaba ejerciendo de forma inconsciente.
—Y-yo... yo soy... —iba a presentarse como dictaban las normas sociales de cortesía, pero él la detuvo poniéndole una mano en su boca.
—Una esclava no necesita nombre —Hinata pudo ver claramente, a través de todo el semblante varonil, cuanto estaba disfrutando la humillación que le estaba dando en ese mismo instante —. Porque eso eres ahora: una simple y vulgar esclava. Por ello, me debes lealtad irrestricta y sumisión total. Cualquier acto de insurrección lo pagarás con la pérdida de tus manos —quitó su palma de la boca femenina y, a cambio, apretó sus mandíbulas—. Ahora tu vida y tu cuerpo me pertenecen. Si intentas escapar mis perros te comerán viva; y si, por algún extraordinario milagro consiguieras evitarlos, no llegarías muy lejos pues tus ojos te delatan como extranjera inmediatamente. Te atraparían de nuevo y te aseguro que, pese a mi reputación, quienes lo hagan te tratarán mucho peor que yo. ¿Ha quedado todo claro, esclava?
—S-sí.
—Muy bien.
Tras muchos segundos en que el miedo se avivó en su alma como una fogata, Hinata logró sentir el alivio de ya no tener sus manos y cuello atados. Por lo menos ahora podría mover libremente sus brazos mientras caminaba, algo que valoró como nunca antes podría haberlo hecho.
Sasuke abrió la puerta y entró al que era su hogar. Se sacó de encima la fina y delgada capa negra y la colgó en un perchero. Unos segundos después hizo lo mismo con su veraniega chaqueta. La espada, empero, siguió en su cadera.
—Ven conmigo.
Hinata tragó saliva nuevamente y lo siguió sin demora. Tenía temor de que incluso un respiro suyo que tuviera más intensidad de lo normal pudiera enfurecerlo. Sentía como si cualquier acto suyo, por tenue que fuera, pudiera desencadenar algo terrible contra ella. Como si a cada segundo un caprichoso puñal estuviera a punto de clavarse en su espalda o una guillotina se suspendiera sobre su cabeza constantemente.
De pronto, Sasuke detuvo sus movimientos frente a una ancha puerta de roble. Por sus irregularidades y color desgastado se podía presumir que era muy antigua.
—Mañana te enseñaré tus labores y podrás recorrer todo el sector oeste si quieres, pero este camino —indicó la puerta— lleva hacia el ala este y está terminantemente prohibido el paso para ti. Si te sorprendo husmeando te romperé los huesos a golpes y suplicarás que te mate de una vez para no seguir sufriendo más. La puerta no tiene cerradura o traba de ningún tipo, pero mantén siempre presente que la curiosidad mató al gato... —sus facciones desbordaron lúgubre malevolencia.
—S-sí —apretó una mano entre la otra sin poder evitarlo. Incluso sintió que su garganta se había estrechados unos centímetros.
Sin más palabras, siguieron avanzando a través de un largo y estrecho pasillo opuesto a la puerta prohibida. Las paredes eran blancas y frías. Ideales para tolerar a gusto el calor del verano, pero seguramente muy cruentas durante el invierno. El ruido de los pasos provocaba un eco a través de las paredes, aumentando la sensación de vacío del lugar. De pronto, Hinata notó que un cuadro rompía lo monocorde de las paredes. Era una pintura de una batalla campal como fondo, mientras en primer plano aparecía un guerrero, muy parecido a Sasuke, sosteniendo a un sangrante decapitado desde la cabellera.
Finalmente el pasillo terminó y llegaron a una puerta. Uchiha llevó una mano a su bolsillo y de allí extrajo un manojo metálico con llaves numeradas. Hinata pudo ver que el número cuatro era la de esta habitación. Él introdujo la llave, la giró y la cerradura cedió rechinando óxido al igual que lo hicieron las bisagras. Era evidente cuán antigua debía ser aquella puerta. Necesitaba aceitarse con urgencia.
Sasuke entró y buscó un candelabro donde habían tres velas. Las prendió con una cerilla que había allí mismo y volteó a mirarla mientras la habitación se iluminaba lentamente.
—Ahora dúchate bien; este cuarto tiene cama, baño, una tina, toallas y ropa de mujer. Las dos últimas cosas están en el armario —lo apuntó con su índice—, así que una vez que te bañes cámbiate esas porquerías que llevas encima. Ponte lo más que te apetezca.
—S-sí, señor.
—Dime «amo», «mi amo» o «amo Sasuke». Nada de señor.
—S-sí. Así lo haré.
—Te faltó agregar lo recién dicho.
—A-así lo haré, amo.
—Así me gusta. Yo vendré a verte más tarde y te quiero bien limpia.
Hinata, para sus adentros, agradeció que después de tanto tiempo pudiera disfrutar de un baño. Cuando vivía con su familia nunca pensó en cuanto significado podía adquirir algo tan simple como eso; algo de lo que había podido disfrutar todos los días y que ahora, tras demasiado tiempo, podía volver a vivir. Bien rezaba el dicho: uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde.
Sin embargo, su alegría poco tiempo duró. A pesar de la comodidad que ahora podría disfrutar, esta no era su casa y nunca lo sería. Y si había sido vendido como una esclava virgen, era muy obvia la razón por la que Sasuke la había comprado...
Tembló de miedo al pensarlo. Escalofríos serpentearon como frías víboras a través de su columna vertebral. Retrocedió unos pasos inconscientemente, algo completamente instintivo contra cualquier peligro. Y él representaba uno muy grande.
—¿M-me va a violar? —preguntó con algo superior al miedo. Era verdadero pavor. Sus piernas pronto comenzaron a temblar al igual que lo hacía su mentón; lo último provocó que sus dientes esgrimieran un castañeteo muy singular.
Él, ante su temeroso cuestionamiento, sonrió por primera vez desde que ella lo conoció. Era una sonrisa sumamente perversa y rebosante de enfermiza satisfacción. No brindó ninguna respuesta, se dio media vuelta y marchó hacia la puerta de roble tranquilamente. Cuando la abrió, provocando ese sonido espeluznante y propio del desgaste, la miró de soslayo y le dijo con sórdida voz: —¿Para qué crees que te compré? —. Lentamente cerró la puerta tras de sí, usó la llave y los pasos ulteriores le hicieron saber a Hinata que él se alejaba. Luego, cuando el ruido de su caminar se extinguió en la lejanía, entendió que se había ido a sus aposentos.
Fue entonces que cayó de rodillas y se puso a vertir un incontenible océano de dolor. Si el llanto tuviera vida propia, cualquiera habría deducido que su intención era provocar un hondo surco en las mejillas de Hinata.
Continuará.
