Muy buenas a todas/os, ojalá que estén muy bien en lo que queda de este mes de agosto :D. Aquí dejo este capítulo que me fue más complicado de escribir que otros. Siempre he pensado que ver peleas es muchísimo mejor que leerlas, pero trate de que ésta resultara lo más entretenida posible. Espero no haberme pasado con los detalles y que se entienda bien lo que pasa.
Este capítulo va dedicado especialmente a Jose-R3. Pensé en regalarte un capítulo que sí tenga naruino, pero ya era el turno de agradecerte por tus comentarios y el interés que has mostrado por esta historia. Además a los hombres nos suelen gustar las peleas, así que ojalá esta lectura sea de tu gusto. Y si no tenme paciencia porque en dos capítulos habrá una escena naruino bien importante.
Por último y como siempre muchísimas gracias a las personas que aportan sus valiosos comentarios para que este fic siga avanzando. Ya respondí a los que tienen cuenta y a los que no la tienen no puedo contestarles, pero les doy muchas gracias por aquí ;D
Vocabulario:
Ventosidad: Gas intestinal encerrado o comprimido en el cuerpo, que se expele por el ano.
Canícula: Período del año en que es más fuerte el calor.
Morralla: Conjunto o mezcla de cosas inútiles y despreciables.
Cascote: Fragmento de alguna construcción derribada o arruinada.
Culmen: Cumbre.
A bote pronto: Sobre la marcha o improvisadamente.
Regate: Movimiento pronto y rápido que se hace hurtando el cuerpo a una parte u otra.
Agorero: Que predice males o desdichas. Dicho especialmente de la persona pesimista.
Tizona: Espada.
Progenie: Casta, generación o familia de la cual se origina o desciende una persona.
Esclava Sexual, Capítulo Cuadragésimo séptimo
Ya estaba a punto de partir el tercer asalto, cuyo desarrollo significaría la victoria total de Sakura o el descuento de Hinata en el marcador. Esta vez la dama de ojos albinos usaría la técnica del muñequeo que Sasuke le enseñó durante el viaje por los bosques, la cual había practicado día tras día a fin de perfeccionarla. Era difícil realizarla, pero, si todo salía bien, Sakura no tendría manera de contrarrestarla. Y de todos modos a una rival tan fuerte como la pelirrosa no se le podía ganar sin correr riesgos. El problema más inmediato era que el golpazo que recibió en la cintura seguía ardiéndole, mas apretó las mandíbulas intentando descargar de ese modo el dolor. No iba a permitir que éste le quitara la movilidad o ni en sueños podría obtener el anhelado triunfo.
—Recuerda todo el sufrimiento que has pasado —dijo Uchiha para motivar aún más a su pupila—, el sacrificio y el esfuerzo que le has dedicado al entrenamiento, todo lo que has vivido para volverte fuerte. ¡Vamos, Hinata!
—Sí, Sasuke, voy a ganar para reencontrarme con mi verdadero yo. Ganaré para recuperar a la chica que mi padre siempre suprimió.
Ino, subida en la silla que le permitía ver desde arriba cada movimiento, todavía no estaba segura de dar la partida. El semblante de Hinata todavía lucía mermado físicamente. Por ello se dio el tiempo de observarla con más atención, dándose cuenta de que, pese a lo anterior, la decisión que había en su rostro era irrefrenable. Comprender aquello fue lo que la convenció de proseguir.
—Que comience el tercer asalto —anunció sin la efusividad de los dos rounds anteriores. Sólo esperaba que, por el propio bien de Hinata, la contienda acabase pronto. Tomando en cuenta el dolor que debía soportar moviéndose con ese hematoma en la cintura, no creía que pudiera aguantar por mucho tiempo las embestidas de una bestia como Sakura.
Y en efecto, Haruno no tuvo compasión alguna. Salió con todo a obtener la victoria tanto por ella como por Hinata, pues, pensando del mismo modo que Ino, no deseaba prolongarle el sufrimiento. Pero su meta no pudo concretarse, ya que su oponente se defendió con notables contrataques que la obligaron a reducir su ímpetu y luchar con más cuidado. No podía confiarse sólo porque estuviese lastimada, de modo que tomó los resguardos necesarios para no regalarle una victoria.
La dinámica de la lucha avanzó siendo muy parecida a la ocurrida durante el segundo duelo, con una Sakura que al transcurrir de cada minuto iba sintiéndose más y más agotada. Esa chica de apariencia angelical había resultado una oponente mucho más dura de lo que imaginó al comenzar este asalto, controlando muy bien los movimientos de su cintura a pesar del sufrimiento que allí debía sentir.
En un momento en que ambas oponentes retrocedieron al mismo tiempo, aprovecharon de darse una breve tregua para mirarse a los ojos. Intentaban leer sus pensamientos a través de éstos. ¿Había preocupación? ¿El brillo de un inminente ataque? ¿La desesperación de ejecutar una estrategia del todo o nada?
«Hinata está llevando la lucha al terreno del cansancio otra vez», se dijo al notar que su respiración era más agitada que la de su rival. De seguir así pronto jadearía como un perro sufriendo la canícula. «Necesito hacer un cambio de manera urgente o perderé».
Pocos segundos le tomó decidirse por la estrategia más segura y que ya le dio réditos antes: sobrepasar la defensa de Hinata usando su fuerza superior. Le daría golpes muy rápidos y potentes a su katana hasta quitársela de las manos. Si tal ataque había resultado una vez, ¿por qué no dos? Su adversaria también estaba cansada y difícilmente podría evadirla ahora.
Como presintiendo que el fin del combate estaba muy cerca, las dos novatas volvieron a mirarse con fijeza por varios segundos. Sus respiros agitados se entremezclaron con el sonido del cercano oleaje playero que traspasaba los muros. Sakura, presta a arrojarse contra su antagonista, mordió su labio inferior con cierta ansiedad y sujetó con más fuerza su arma. Entonces, sin gritos ni aspavientos, comenzó a correr hacia adelante con su espada a la altura de la cadera y en posición horizontal. Atacaría a su rival por el flanco izquierdo, ya que la cintura amoratada estaba del costado derecho y no deseaba dañarla allí de nuevo.
A medida que corría hacia ella jamás perdió de vista la espada de Hinata, dado que leer la posición de ésta era clave para adivinar lo que la discípula de Sasuke pretendía. Para su fortuna la katana mantuvo, hasta el último segundo, la posición de bloqueo ideal para colisionar armas, es decir la hoja en vertical e inclinada ligeramente hacia delante. Si estuviera en horizontal significaría que Hinata se disponía a vencerla dándole un «katanazo» por abajo o por encima de su espada.
Para Sakura no cabía duda ya: chocarían espadas inevitablemente, con ella como la atacante y Hinata como la defensora, situación que claramente favorecía a la más fuerte de las dos.
Para la Hyuga, en tanto, lo que ahora sucedía era precisamente lo que estuvo esperando durante los once minutos de combate. Por lo visto la finta de colocar la espada en posición de bloqueo había funcionado a la perfección. Sakura se aprestó al choque de metales, pero justo al último momento Hyuga dio dos pasos pequeños hacia atrás y, empleando un movimiento digno de alguien con muñecas de goma, cambió la posición de su espada de vertical a horizontal.
«¡Aunque hagas eso el golpe te llegará igual!», gritó Sakura aceleradamente en sus adentros. Esto ya lo tenía previsto: si Hinata atacaba de esa forma sólo conseguiría un empate, pues ambas se golpearían al mismo tiempo. «Mi ofensiva es a prueba de fintas porque va justo a la cintura. ¡Es inesquivable!».
La respuesta de Hinata fue bajar la punta de su katana hacia adelante, de tal modo que, empleando toda su fuerza, elevó la espada de Sakura varios centímetros hasta ponerla a la altura del busto. Si la pelirrosa fuese cualquier otra mujer, ahora mismo su ataque debería pasar por encima de la cabeza de Hinata, pero su fortaleza, tan similar a la de un hombre, impidió que su arma se moviera todavía más arriba. Sin embargo, la altura fue suficiente para que Hyuga lograra ejecutar lo que pretendía desde un principio: a velocidad de relámpago se dejó caer de rodillas y curvó su espalda hacia atrás como si quisiera tocar el suelo con la nuca, pero sin que por ello perdiese el equilibrio de su cuerpo o de su katana. Aquello se debía gracias al entrenamiento de Sasuke, que, por gracioso que sonara, le había enseñado ese movimiento de una forma parecida al baile del limbo, es decir, Hinata tuvo que pasar por debajo de una vara una, y otra, y otra vez, y para colmo, en cada ocasión la susodicha iba fijándose más y más abajo. De esa forma llegó al punto en que tuvo la seguridad de que podría hacer esa táctica de manera efectiva.
La espada de Haruno continuó sumida en la inercia propia de un golpe fuerte, pasando por encima de los grandes senos de Hinata. Éstos eran los únicos que podrían haber interrumpido el trayecto del arma, pero Sakura no fue ayudada por la diosa fortuna. Ya sin guardia posible, fue golpeada en las manos por su adversaria, por lo cual, de ser un combate real, habría perdido los dedos de raíz.
Naruto quedó completamente anonadado, sus quijadas abiertas siendo la prueba fehaciente de ello. Ese era un movimiento demasiado complejo como para ser realizado por una novata. Incluso muchos soldados profesionales no podrían hacerlo, pues se necesitaba de una tremenda flexibilidad de muñecas y de espalda.
A Ino, entretanto, le costó superar el asombro que se le había atascado en la garganta. En todo caso nadie podría culparla, puesto que ver ese movimiento en una aprendiz era simplemente inverosímil. Pensaba que sólo ella podía ejecutarla con tanta perfección de por medio.
—¡Ey! ¡Esa técnica es muy parecida a la mía! —Hizo saber la enorgullecida blonda y no era para menos: Hinata acababa de ganarle a Sakura con uno de sus movimientos estrella. La única diferencia residía en que ella se abría de piernas sobre el suelo en lugar de curvar la espalda hacia atrás. —Nunca imaginé que le enseñarías esa técnica a una principiante —dijo mirando a Sasuke, teniendo que alzar la voz por la distancia que los separaba—. Por más flexible que seas es muy difícil de hacer. Se necesita de un ojo clínico en sincronía con reflejos de relámpago.
—Lo sé, pero como puedes ver ella no es una novata cualquiera —aseguró exhalando un semblante de lo más orgulloso.
—No me cabe duda... —concordó plenamente, mientras, segundos después, recordaba que su labor como árbitra también incluía anunciar el resultado—. ¡Y la ganadora es Hinata Hyuga! —exclamó con una sonrisa inevitable. Se suponía que debía ser neutral, ¿pero cómo no sentirse orgullosa de ver triunfando a una técnica prácticamente suya?
Entretanto, una pasmada Sakura aún seguía tratando de procesar lo recién acontecido. En cuanto logró dominarse, le echó una mirada a su rival. A pesar de la derrota, admiró que Hinata pudiera hacer un movimiento tan fabuloso. Vencer a una oponente así de habilidosa sería doblemente meritorio, dándole a su futura victoria un sabor todavía más dulce.
—Bien jugado, Hinata. Jamás me esperé un movimiento así de flexible —comentó jadeando por el cansancio que aún la agobiaba—. Te felicito de verdad. Deberé tener más cuidado para la próxima, pues no sabía que tenías tanta elasticidad.
—Fue difícil ejecutar esto con el moretón ardiendo, pero apreté los dientes y logré hacerlo —respondió de una forma un poco más tranquila que su contendiente, muestra de que estaba menos fatigada—. ¿Tú estás bien? Traté de golpearte lo más suave posible.
—Me duele, pero sé muy bien que pudo ser mucho peor. Muchas gracias por contener tu fuerza.
Intercambiaron varias palabras más, con Sakura haciendo notar graciosamente que jamás podría hacer un movimiento así porque tenía la misma elasticidad que una piedra.
—Bien, chicas —interrumpió Ino, sacando de nuevo su pequeño reloj de arena—, tienen tres minutos para recibir consejos. El marcador va dos a uno en favor de Sakura.
A lo dicho pelirrosa y peliazul se dirigieron a sus respecticvas esquinas, aunque Hinata de una forma mucho más efusiva: trotó hacia los brazos de Sasuke y se colgó de su cuello con una destellante y tremenda sonrisa.
—¡Funcionó, mi amor! ¡Tenías razón!
A modo de celebración, Uchiha la hubiera levantado desde las caderas a fin de darle una vuelta en redondo. Se contuvo para no acrecentar el dolor de su cintura, aunque de todas formas éste parecía haber sido eclipsado completamente por la felicidad.
—Funcionó porque tú lo hiciste funcionar. Tu ejecución fue perfecta. —Su bruna mirada se encargó de enviarle un sentir de orgullo descomunal.
—Gracias, amor, ¡pero hasta mis nervios estaban nerviosos! —dijo poniendo una palma en su propio pecho, como intentando evitar que el corazón fuese a salírsele—. Lo bueno es que conseguí poner en práctica lo que me enseñaste. Pensé en todo lo que he entrenado, en todo lo que he progresado, en todo el tiempo que gasté aprendiéndome ese movimiento... Y al final todo mi esfuerzo fue recompensado.
—Así es. Precisamente por ese enorme esfuerzo es que le ganarás a esa pelirrosa. ¿Estás lista para ejecutar la segunda técnica conque la sorprenderás?
—Más lista que nunca, maestro.
Sasuke, en un acto casi tan escaso como el de las estrellas alineándose, sonrió muy complacido. No cabía duda de que a Hinata sólo había que alentarla y darle la oportunidad de mostrar su valía, tanta que para él sería un inmenso honor que alguien tan talentosa se convirtiese en la madre de la nueva generación de Uchihas. Entonces recordó cómo el estúpido de Hiashi le quitaba el apellido Hyuga por considerarla una deshonra. ¿Qué diría ese imbécil ahora? Sin duda que no podría creerse cuán hábil era su hija realmente; alucinaría si la viese.
El trío de minutos pasó más rápido de lo deseado. Ese breve descanso no servía para disminuir el agotamiento acumulado que en ambas ya se hacía muy evidente. Los tres asaltos que llevaban hasta ahora habían tomado mucho más tiempo del que todos imaginaron, cumpliéndose más de treinta minutos de combate en total.
Así, ambas estudiantes de esgrima iniciaron el nuevo duelo blandiendo una voluntad digna de dos gladiadoras, empero, desde el punto de vista estético, el combate resultó menos espectacular ya que el cansancio lo volvió más acorde a una pelea entre dos novatas. Los jadeos ya no podían contenerse ni camuflarse. Aun así la equivalencia existente entre ellas incrementó la emoción a grandes niveles, pues bastaba una minucia, un detalle, un ínfimo error, para que cualquiera obtuviese la anhelada victoria.
Como era lógico, a cada minuto la movilidad de las dos fue mermando más y más, lo que obligó a Hinata a tener que bloquear los golpes de Sakura a un ritmo cada vez más constante. Sus piernas ya no tenían la energía suficiente como para evadir de una forma veloz.
«A cada segundo me cuesta más moverme para esquivarla y sus espadazos están adormeciendo mis manos tal como pasó en el primer round», advirtió una preocupada Hyuga, asumiendo lo que afloraba como inevitable. «Parece que voy a perder porque no tengo la fuerza necesaria para realizar la técnica que Sasuke me enseñó. Estoy demasiado agotada...», lamentó mientras seguía evadiendo a duras penas. «Pero di un buen combate..., la Sakura risueña del primer duelo ha desaparecido completamente. Esa sonrisa llena de seguridad se extinguió de raíz. ¿Puedo estar conforme con eso, verdad?», se preguntó la Hinata que no era una veinteañera, sino la niña que siempre fue menospreciada por Hiashi. Esa chiquilla que fue condenada a ser débil no quería irse todavía, aferrándose con uñas y dientes a esa alma que intentaba desterrarla para siempre.
«¿Conforme, dije? ¿Pero qué diablos estoy pensando?», espetó la adulta renovada, esa que deseaba seguir luchando, esa que tenía una determinación tan potente como la de una ventisca montañesa. «Por supuesto que no me conformaré sólo con borrarle la sonrisa: quiero verla preocupada, insegura, dubitativa; asustada inclusive. Pero más allá de eso, lo que realmente deseo es que me vea como una igual, que nunca más me subestime como lo hizo durante la conversación que sostuvimos en la playa».
Súbitamente dio muchos saltos hacia atrás, alejándose de Haruno por lo menos quince metros. Ésta, tan o más fatigada que la de luceros blanquinosos, prefirió recuperar aire antes que perseguirla.
«No voy a rendirme ante ti, Sakura. ¿Qué clase de guerrera sería si me conformara con perder? Vamos, Hinata, todavía no caes. Los últimos residuos de mi energía... ¡todavía no los aprovecho!».
Haruno supo que su antagonista se le arrojaría con todo lo que tenía. Lo leyó en esos ojos que parecieron cambiar desde ese blanco grisáceo hacia un color que parecía arder como el fuego. Estaba clarísimo que Hyuga no estaba dispuesta a ser sólo una presa ante su fuerza superior. Por ello, confiando plenamente en la última cualidad mencionada, se preparó a recibirla poniendo un pie atrás y otro adelante. Esta vez no la sorprendería con ningún muñequeo de antología.
«Te demostraré otra vez de lo que soy capaz, Sakura». Apenas esbozó esos pensamientos, Hinata corrió a todo lo que sus piernas podían dar actualmente. La pelirrosa también pensó abalanzarse contra su oponente, pero el temor a un nuevo muñequeo la hizo clavarse en su lugar. La contendría para después derribarla.
Las vainas chocaron de tal modo que el sonido metálico provocó un eco en el vacío del salón. La de senos pequeños había bloqueado el golpe con una seguridad apabullante, tanta que su espada no retrocedió ni siquiera un ápice.
«¡Tu fuerza es increíble, Sakura! ¡A pesar de lo cansada que estás detuviste a Hinata como si fuese una niña atacando a una adulta!», la felicitó mentalmente su rubio maestro. «¡Y ahora vendrá el contrataque! ¡Hinata ya perdió!», agregó muy seguro.
Ino, por su parte, pensaba exactamente igual. «¿Pero qué hiciste, Hina? Es imposible que puedas ganarle en fuerza a Sakura y a esa distancia ya no podrás esquivarla. Es el final para ti, amiga». En consonancia con tal razonamiento, su brazo se alzó para anunciar la inminente victoria de la chica que tenía esmeraldas por ojos.
Justamente ahora, una confiada Haruno aplicaría la técnica que Hinata intentó usar en su contra durante el segundo asalto: la de la zancadilla más el envite. Le pareció la forma más poética de derrotarla.
«Esto se acaba aquí, Hinata, pero puedes sentirte muy orgullosa porque diste un grandioso combate».
Sakura se dispuso a empujarla, pero entonces, justo antes de que pudiera ejecutar su movimiento, Hinata lanzó un grito feroz e impropio de ella. Entonces la katana comenzó a ejercer más presión contra la tizona, forzando a la pelirrosa a mantener su posición.
«¿Pero qué pasa?», inquirió una sorprendida Haruno. El pie que debía provocar la zancadilla tuvo que posicionarse más atrás para que su dueña conservara el equilibrio.
—¡No voy a perder! —Hinata gritó a todo pulmón para proseguir con un rugido que jamás había hecho. Aplicó todavía más fuerzas que antes, causando que el arma de Sakura retrocediera.
«¿¡Está empujando mi espada!? ¿¡Pero cómo es posible si yo tengo más fuerza!?», se dijo Haruno sin poder créerselo.
—¡Yo te ganaré, Sakura! —Su grito se prolonga como si sus cuerdas vocales se enraizaran en el mismísimo corazón en lugar de la garganta—. ¡En este golpe va mi alma entera!
La pelirrosa, impresionada y casi asustada, agrandó sus hermosos ojos verdes cuando por fin entendió lo que estaba sucediendo...
«¡Mierda! Esta no es sólo la fuerza de sus brazos... —dijo mientras un terrible escalofrío se le clavaba en la columna—. ¡Es todo su cuerpo el que viene como apoyo!»
En efecto, Hinata había cargado todo su físico hacia adelante de tal modo que los músculos de sus brazos, de su tórax, de su espalda y de su abdomen, desataron toda su fuerza a la vez que eran ayudados por la inercia. Como si fuera poco los pies de Hinata, de puntillas hacia avante, traccionaban de una forma perfecta contra el suelo, lo cual hacía que incluso los músculos de sus piernas participasen en la colisión de espadas. Era como si a Sakura, de golpe y porrazo, le hubiera caído toda la fortaleza corporal de Hinata, agregándose a la ecuación, además, el peso inherente a su tronco.
Por más fuerte que fuera la pelirrosa, no podría contener todo eso sólo usando sus brazos. Y ya era demasiado tarde para reaccionar cambiando hacia una posición que le permitiera rechazarla. Demasiado tarde. Sin embargo, Haruno no se rendiría ni en sus peores pesadillas. Gritó tanto o más que Hinata, tratando de lograr lo que asomaba como una proeza. Las muñecas comenzaron a arderle, pues, para colmo de males, Hyuga la atacó justo en el ángulo en que éstas sufrirían más presión. Su movimiento había sido simplemente perfecto.
«¡Usaré toda la fuerza que tengo y toda la energía que me queda!», exclamó en sus adentros al notar que los brazos de Haruno no estaban dispuestos a darse por vencidos, empero, sabía de antemano que alguien tan fuerte como ella sería muy dura de matar. «¡Tengo que ganarte, Sakura! ¡Tengo que hacerlo para que me respetes como una igual!».
El grito de guerra interno lanzado por Hinata se exteriorizó como un leonino gruñido, mientras el moretón en su cintura se retorcía al tener que aguantar, a duras penas, la gran resistencia que Sakura todavía oponía. Sin embargo, ese dolor no la detendría.
¡Nunca lo haría!
El golpe de Hyuga sigue su curso, un nuevo grito también, y Sakura sintió como ya no podía contener esa fuerza descomunal que combinaba cuerpo, técnica y una voluntad inquebrantable. Ni siquiera ella, con todo su poderío físico, podía contener un espadazo así de potente sin la preparación adecuada. Lo inevitable continuó de modo inercial hasta que la katana chocó en el brazo de Sakura, generándose un golpazo tan fuerte como el que Hinata sufrió antes en la cintura.
Finalmente, y contra todo pronóstico, la discípula de Uchiha le había ganado a la pelirrosa en su propio dominio: la fuerza. Pero no una brutal ni salvaje como la de Sakura, sino una aplicada siguiendo de modo perfecto los principios de la mecánica corporal.
Ino y Naruto eran guerreros consumados a los que ya nada sorprendía tratándose de esgrima. La técnica vista era muy conocida por ellos, pero ver una ejecución tan perfecta en una principiante era digno de alabanza y más aún tomando en cuenta que su contendora la superaba en fuerza por un margen destacable. Pero ni eso pudo contra la espectacular mezcla de cosas que la Hyuga implementó: energía cinética grandiosamente aplicada; el ángulo de espadazo perfecto para hacer sufrir las muñecas de Sakura; y lo sorpresivo del ataque, ya que Hinata esperó hasta el cuarto duelo para usar esta carta ganadora. Tuvo la paciencia suficiente para hacerle creer a su rival que era incapaz de imprimir más fuerza a su ofensiva, tomándola completamente desprevenida en el instante preciso.
La prima de Neji siempre pensó a largo plazo, siempre creyó que llegaría a la cuarta contienda y aguantó el uso de este golpe hasta el último momento. Sakura, por el contrario, sólo había pensado duelo a duelo.
—No puedo dejar de temblar por dentro. Desde el primer round hiciste que Sakura se acostumbrara a la fuerza de tus brazos, pero no a la que combinaba éstos con el resto de tu cuerpo junto al peso de tu tronco. Y como guinda de la torta hiciste que Sakura te bloqueara justo desde la posición más incómoda para sus muñecas —comentó para sí misma una impresionada Ino. Y antes de proseguir el soliloquio, dirigió su mirada hacia su superior—. No cabe duda de que ha sido entrenada por ti, Sasuke —sentenció con irrefrenable admiración, recordando, de paso, las cosas que a ella también le enseñó—. Sé de primera mano que eres un gran maestro, pero que esta chica haya aprendido tan rápido es verdaderamente impresionante. Vislumbro en ella un potencial más grande que el mío, así que un futuro enorme le espera por delante.
Perdida en sus divagaciones, a Ino hasta se le había olvidado anunciar a la ganadora. Sólo tras doce segundos recordó que tenía que hacerlo y entonces gritó con gran emoción:
—¡Y la ganadora es Hinata! —alargó la última «a» hasta que se le cansó la voz. —¡Parece increíble, pero la cuenta se ha emparejado! —añadió muy emocionada cuando la garganta se le recuperó.
—¿Estás bien, Sakura? Traté de contener la inercia del golpe, pero me fue imposible —explicó jadeando peor que un sediento en el desierto—. Tuve que emplear hasta las últimas fuerzas de mi alma porque resististe de una forma increíble.
La pelirrosa miró a Hinata como si sus verdes ojos estuviesen en otro mundo, como si de un momento a otro se hubiera convertido en una errabunda fantasma. El dolor de su brazo era tremendo, pero aún más grande era el sufrimiento de haber perdido en una competencia de fuerza, la virtud que era por lejos la más notable en ella. Tuvo ganas de echarse a llorar como cuando era niña, como cuando era molestada por tener una frente más amplia de lo normal. No sabía por qué, sólo supo que eso era lo que deseaba en este preciso momento.
Ingirió saliva que le pareció más seca que húmeda; necesitaba agua urgente, pero sólo podría tomarla una vez que hubiese una ganadora, una que quizás no sería ella...
—¿Sakura?
La aludida por fin pareció reaccionar. Posó una mano suavemente en el costado de su bíceps, el lugar que había sido golpeado. Formó una expresiva mueca de dolor al tiempo que apretaba los dientes.
—Tranquila —contestó acezando igual que su oponente—. Me arde como si me estuvieran quemando, pero estamos a mano ahora —añadió mirándole la cintura. No pudo verle el oscuro moretón por la blusa, mas sabía que allí estaba—. Fue un movimiento increíble de verdad. No sé ni qué decirte.
A decir verdad, la pelirrosa lucía más conmocionada que adolorida. «De seguro le está costando digerir esta derrota», dedujo entonces Hinata. Su habitual yo no habría dudado en consolarla, pero tenía que dejar su nobleza de lado en esta ocasión. En primer lugar porque podría herirle el orgullo; en segundo porque eran rivales que debían seguir luchando todavía.
—Aún falta un último combate. Demos lo mejor de nosotras —dijo finalmente la de ojos blanquinosos. Empleó su tono más agradable a la vez que esbozaba una grata sonrisa.
Como Sakura no contestó ni dio señales de que deseaba hacerlo, Hinata se volteó para ir donde su amado estaba. Le fue una sorpresa ver que él estaba detrás suyo, y aún más inesperado le fue que la cargara dulcemente en sus brazos. Al sentirse como una recién casada siendo llevada por su esposo, se ruborizó de esa forma en que sólo su rostro podía.
—Estás agotadísima, así que hasta caminar se te hará difícil. Tienes que ahorrar energías durante estos tres minutos de descanso.
—No importa el cansancio, mi amor. Estoy muy feliz porque conseguí lo que parecía imposible —dijo emocionándose hasta rozar las lágrimas—. Le gané a Sakura en su propio juego.
—¿Ves que la técnica bien aplicada vence a la fuerza bruta? Siempre lo hace.
—Tenías toda la razón, Sasuke. Eres increíble.
Él negó con la cabeza mientras seguía caminando. La esquina ya iba acercándose.
—La increíble eres tú. A pesar de lo fatigada que estabas, ejecutaste ese espadazo fulminante tal como te lo enseñé —felicitó enorgullecido.
—Es que ese golpe contenía todo el sacrificio, todo el dolor de los entrenamientos y todo el sufrimiento que he tenido desde niña. Me desquité contra Sakura como si ella fuera la vida misma.
—Ya veo. Sólo una fuerza de esa envergadura era capaz de derrotar a la de esa pelirrosa. —Llegaron al recodo que les pertenecía, pero Uchiha no dejó a su musa en el suelo. La mantendría en sus brazos hasta que los tres minutos concluyeran—. Eres extraordinaria, impresionante, magnífica; se me acaban los apelativos para definirte.
—Ay, no digas eso que me pones rojísima. No soy todo eso que mencionas, pero muchas gracias.
Sasuke inclinó su cabeza para darle un beso, mismo que Hinata correspondió mientras lo agarraba desde la nuca. El amor y la pasión que ambos desbordaban hizo que Uzumaki los viera atentamente desde la esquina contraria. Y entonces pensó en la complicidad que existía entre ellos, en el profundo enamoramiento que les veía. Eso no se podía fingir.
¿Cómo Uchiha podría falsear esos ojos brillantes cada vez que la miraba? ¿Cómo simular la evidente preocupación que mostraba hacia Hinata? Detestaba admitirlo, pero al parecer ese demonio sí tenía una posibilidad genuina de redención...
A Sakura, en tanto, le da envidia. Envidia en todo el significado de la palabra. Podía sonar cursi, pero Hinata tenía al mismísimo amor de su parte. Era Sasuke quien le inculcaba fuerzas extraordinarias. Ella, en cambio, ¿qué tenía? Ya ni siquiera Naruto la miraba como antes. Se sintió desorientada, desalentada, prácticamente derrotada antes de tan siquiera pelear el último asalto.
Se giró para ver a su amigo, quien parecía observar con mucho interés a la pareja. Le hubiese gustado ser cargada por él tal como Hinata lo fue por Sasuke, pero no le extrañó que ese deseo no se cumpliera. Más de una vez le dijo, entre sus explosivos enojos, que jamás le pusiera un solo dedo encima. Cuánto se arrepentía ahora...
Caminó lentamente hacia su esquina con semblante demacrado. En cuanto llegó a destino, su maestro se vio obligado a hacerle una pregunta.
—¿Qué pasa, Sakura? Te veo muy apagada y ahora mismo deberías estar gruñendo de dolor —comentó preocupadamente.
Ella se recostó sobre el piso cuidando que su brazo lastimado no sufriese más. Luego estiró sus piernas sin importarle que quedaran un tanto separadas. Llevar pantalones le permitía darse más comodidad en lugar de preocuparse por lucir como una dama.
—El dolor físico puedo soportarlo, lo que no aguanto es que Hinata me haya derrotado dos veces ya. —Su voz mostró tanto desánimo como su semblante—. No puedo creer que teniendo la victoria en la mano se me esté escapando de esta forma.
—Es que cualquier pillado por sorpresa habría perdido contra eso, no sólo tú. Hinata lanzó ese golpe combinando toda la fuerza de su cuerpo con la de su alma. ¿Cómo puedes vencer eso? —Ante el silencio de Haruno, continuó—. Me molesta mucho admitirlo, pero no cabe duda de que ha sido entrenada por alguien tan habilidoso como Uchiha Sasuke. Es increíble lo que su alumna está haciendo.
—No es momento de admirarla sino de ayudarme a vencer —replicó mirando fijamente el blanco techo—. Dudo que pueda mover mi brazo como antes. Parece mentira, pero ahora soy yo la que está en desventaja —lamentó frunciendo labios—. Esos dos movimientos que hizo Hinata son increíbles..., en cambio yo soy pura fuerza y nada más. ¡Debiste enseñarme técnicas como esas! —terminó chillando su frustración mientras, todavía recostada en el suelo, daba un pataleo parecido al de una niña. La única diferencia era que el suyo duró apenas un par de segundos.
—Oye, me parece que estás siendo muy injusta —replicó decididamente—. Te recuerdo que yo, durante dos meses, estuve luchando contra el asedio cada día. Y apenas conseguía tiempo te lo dedicaba a ti en lugar de descansar. Aprender técnicas así toma bastante tiempo y estoy seguro de que Sasuke empezó a entrenar a Hinata mucho antes de lo que Ino o yo lo hicimos contigo. Mejor relájate porque así de frustrada sólo le harás las cosas más fáciles a tu rival. Sé que aún puedes vencer, de veras.
Sakura chasqueó la lengua antes de contestar.
—Está bien, aceptaré que tienes razón, ¿pero cómo podré ganarle ahora? De seguro Hinata tiene otra carta bajo la manga.
—Tranquila, Sakura. Hay que confiar.
—¿Por qué?
—Porque si no confías no hay confianza.
—Tonto, me refiero a por qué razón debo tener confianza. ¿Tienes algún plan de último minuto o algo así?
Naruto ensimismó su mirada azulosa mientras su diestra se masajeaba el mentón.
—La verdad es que Hinata es una rival muy técnica —dijo al volver en sí—. Tenías la ventaja al principio, pero ya captó perfectamente tu patrón de ataque y se acostumbró a leer tus movimientos. Además el factor fuerza ya no es una sorpresa ni es determinante. Si quieres ganar vas a tener que improvisar...
—Qué tremenda sugerencia —dijo con diáfano cariz de ironía—. Estoy segura de que Sasuke me aconsejaría mucho mejor que tú, por algo Hinata aplica estrategias tan asombrosas.
—¿Podrías dejarme hablar y concluir mi idea por lo menos? Sinceramente así ni ganas me dan de ayudarte. —Dicho esto remarcó un semblante de reprobación y, aunque trató de restarle importancia a lo dicho por ella, lo cierto es que le había dolido esa comparación con Sasuke. Quizá no era mejor maestro que ese diablo, pero fuese como fuese él siempre la apoyaba contra viento y marea. ¿Por qué Sakura no podía devolverle la mano en vez de criticarlo?
Al verle ese semblante ella se percató, por el notorio apagón que dio el brillo de sus ojos azules, que el cotejo le había dolido de verdad. Y eso, a su vez, hizo que su corazón también le doliera.
—Perdóname, Naruto —dijo fuerte y claro, su rostro mostrando veraz arrepentimiento—. Es que ahora mismo ando muy ansiosa porque sé que Hinata tiene otro as escondido...
—Sé que es díficil, pero debes relajarte o será peor. Recuerda que la ansiedad hace que tu respiración se altere y por ende te agotarás más rápido, de hecho ya estás muy cansada —apuntó mientras tomaba la espada botada en el suelo, verificando que las gruesas amarras que unían la vaina a la hoja siguieran bien anudadas—. Ahora mismo no puedo enseñarte ninguna técnica milagrosa que te haga ganar, eso es imposible, pero tengo una idea que puedes aplicar.
—¿Cuál?
—Engaña a Hinata haciéndole creer que tu brazo está tan dañado que apenas puedes moverlo. Espera pacientemente el momento adecuado para sorprenderla y entonces atácala con todo tu poder. De una forma parecida le gané yo a Kakuzu.
—¿Crees que resulte?
—A Hinata le resultó, así que tú puedes hacerle lo mismo. Durante cuatro rounds te hizo pensar que no podía aplicar más fuerza, pero lo hizo. Tú también puedes ejecutar ese golpe devastador y más teniendo en cuenta que acabas de verlo. Sólo no te olvides de cargar tu cuerpo hacia delante y de hacer fuerza con tus pies de puntillas para traccionar aún mejor.
Ella negó con su cabeza a la vez que daba un suspiro.
—El problema es que Hinata es muy buena contratacando. Sasuke la entrenó para contrarrestarme, está clarísimo. Si la atacó con todas mis fuerzas puede muñequear hasta el último segundo y sobrepasar mi guardia. Si me pongo a la defensiva será ella la que me atacará con todo lo que tiene. Si trato de cansarla la perjudicada seré yo porque mi espada es más pesada que su katana. Me duele decirlo, pero no veo cómo puedo obtener el triunfo...
Debido a esas palabras, Naruto tuvo muy claro lo que sucedía: Hinata también le había ganado a Sakura en el juego psicológico. Destrozó su confianza porque no se esperaba tanta habilidad en ella. A consecuencia decidió sentarse al lado de su pupila, mirando fijamente esos ojos verdes y tristes.
—Vamos, Sakura, tú no eres derrotista. Siempre has destacado por tu fortaleza física e interior.
—Pues parece que no soy tan fuerte como creía... —murmuró al tiempo que ladeaba su cabeza, quitando de su vista a los ojos azules que intentaban animarla—. Se suponía que Hinata tenía menos fortaleza que yo, pero parece que es al revés. Perderé ante ella y quedaré en vergüenza —concluyó cerrando los ojos, sus párpados apretándose tanto que incluso formaron arrugas.
Se hizo un silencio que a ella no tardó en llamarle la atención. Abrió sus esmeraldas, movió su cabeza y entonces, para su gran desconcierto, vio que Naruto la estaba mirando con una sonrisa y un intenso brillo en los ojos.
—¿Qué pasa? ¿Se te hace divertido que vaya a fracasar? —cuestionó entre triste y molesta.
—Estaba recordando algo muy gracioso de nuestro pasado.
—¿Qué cosa?
—¿Te acuerdas cuando estábamos conversando con Shikamaru, Tenten y Kiba? ¿Y de repente se te salió un pedo bien sonoro y yo me eché la culpa para cubrirte?
Sakura obtuvo, sucesivamente, dos colores distintos en su cara: el primero fue uno tan blanco como hoja de papel y el segundo un rojo tan intenso como el escarlata.
—Idiota, ¿por qué recuerdas algo tan vergonzoso justo en un momento como este? Ese día estaba enferma del estómago, los frijoles que comí me hicieron mal.
—Te lo recuerdo porque tirarse un pedo delante de otros sí que es vergonzoso —dijo muy risueño—. En cambio, perder ante Hinata no lo es porque ella es una chica increíble que ha sido entrenada muy bien por alguien tan estratégico como Sasuke. Creo que, pese a ser una novata, estás exigiéndote como si ya fueras una guerrera profesional y eso te juega en contra porque sólo te pones presión extra. Sacúdete las expectativas de encima y ve por la victoria sin miedo porque si llegas a perder no importará: yo voy a estar aquí para apoyarte tal como lo hice esa vez y tal como lo he hecho siempre, ¡de veras!
Los ojos esmeraldas parecieron aumentar su tamaño. Quizás el ejemplo de la ventosidad no fue el más ortodoxo, pero Uzumaki tenía toda la razón en el fondo: perder ante Hinata no era vergonzoso sino todo lo contrario. Paulatinamente, abarcando el espacio de un minuto, fue quitándose la presión de encima al mismo tiempo que recuperaba la confianza. Podía ganar o perder, pero si pasaba lo segundo entonces lo haría de la forma correcta: sin ningún miedo, sin ninguna vergüenza, dando todo de sí para vencer.
De estar tumbada pasó a sentarse afirmándose en el brazo no golpeado. Entonces inspeccionó la mirada azul de su amigo, sintiendo que su torrente sanguíneo se volvía más caudaloso de lo común. ¿Por qué sería? La pregunta estaba de sobra ya que conocía perfectamente la emocionante respuesta. Siendo invadida por ésta, permitió que de sus labios fluyeran unas palabras que deseaban retribuirle sus atenciones.
—Gracias, Naruto. Muchas gracias de verdad por siempre apoyarme... —Quiso continuar explayándose siendo lo más tierna posible, pero la garganta se le cerró de golpe por la falta de costumbre. «Tierna» era un vocablo que pocas veces se aliaba con ella y menos tratándose de alguien que le era tan exasperante como el rubio. Seguramente necesitaría más tiempo para conseguirlo.
Uzumaki se quedó atónito e incluso se sonrojó un poquito. Para él Sakura siempre fue el paradigma de la belleza y verle ese bonito brillo en sus verdes luceros, sumándose a la emoción que se expresaba en todo su rostro, hizo que a sus ojos luciera más guapa que nunca. Sin embargo, lo que más le encantó fue que ese ánimo agorero de antes cambiase hacia fuerzas renovadas. Ese era el mejor premio que podría recibir de parte de ella.
—Debes estar enferma, Sakura, porque agradecerme no es algo propio de ti —señaló mientras se aguantaba las ganas de ponerle una mano en la frente para tomarle la temperatura—. Cuando se trata de mí las palabras que abundan en tu boca son tonto, idiota, bobo, tarado —cerró de forma divertida.
—Pues ahora mismo te mereces palabras mucho mejores que las que te doy siempre. Recién estaba pensando de una manera muy negativa y tú has hecho que vuelva a creer en el triunfo. Además me conmueve lo noble que eres conmigo a pesar de que muchas veces te traté mal. —Bajó su cabeza, el arrepentimiento pegándole fuerte—. Muchas gracias por tenerle tanta paciencia al mal carácter que tengo contigo —culminó intentando contener la sensación conmovedora que se alojó en su pecho. Lo logró a medias.
—Ya estoy acostumbrado, de veras —dijo de manera cómplice, pronunciando de paso otra grata sonrisa.
Haruno se la devolvió a la vez que, un poco nerviosa, comenzaba a juguetear con uno de sus mechones. Sin embargo, cuando quiso mover su brazo amoratado, el dolor le recordó que era urgente enfocarse en lo que se le venía por delante.
—Entonces, retomando lo del duelo... El plan es que finja debilidad, que luzca prácticamente derrotada ante Hinata, para luego atacarla con todo lo que me resta de energías, ¿verdad?
—Eso es.
En tanto discípula y maestro seguían hablando, una rubia de ojos celestes los observaba atentamente a fin de interpretar sus sentimientos a través del lenguaje gestual, materia en la cual era experta gracias a sus dones de espía. Empero, analizar a ambos se le hacía extrañamente difícil. No parecía existir entre ellos la química de una pareja, pues no se miraban con la complicidad inherente a un par de enamorados; aun así podía notar que había «un algo» entre ellos, algo a lo cual era difícil ponerle un nombre específico. Si tuviera que definirlo a bote pronto lo sintetizaría con una sola frase: «más que amigos, menos que enamorados».
Yamanaka se concentró tanto en ellos que hasta se olvidó de anunciar que los tres minutos de descanso habían transcurrido. De todos modos chequeó su reloj de arena para confirmar la extinción del plazo.
—El tiempo ya pasó y de sobra —anunció sacándose de encima esos pequeños celos que le apretujaron el pecho—. Es hora de combatir, chicas.
Hinata se dispuso a avanzar tras lo dicho por la referí, mas tuvo que detener sus pasos al escuchar un pedido de Sakura.
—Solicito más descanso para reavivar mi brazo porque lo siento dormido. Hinata tuvo más de tres minutos para recuperarse de ese golpe que le di cerca del hígado y creo que es justo que yo también obtenga lo mismo.
Ino miró hacia la esquina contraria.
—¿Estás de acuerdo, Hinata?
—Sí, por supuesto —contestó velozmente desde su alejado lugar, sin hacerse ningún tipo de problema. Luego puso sus manos a los costado de la boca para amplificar su voz—. ¡Sakura, tómate todo el tiempo que quieras!
—¡No necesito tanto, Hina, pero muchas gracias! —contestó empleando el mismo modo—. ¡Me bastarán unos minutos más por favor!
Como acto siguiente, Haruno apretó los dientes para aguantar la aflicción que le significaría estirar y contraer su brazo lastimado, empero, necesitaba hacerlo a fin de disipar el tullimiento que le atosigaba. Entretanto, Naruto aprovechó de darle más consejos y hacerle creer en su victoria. Finalmente, tras cinco minutos en que logró acostumbrarse al dolor y cambiar el adormecimiento por un hormigueo, Sakura se sintió lista para enfrentar el último reto.
—Cree en ti misma, en tus habilidades, y podrás ganar —dijo Uzumaki, dándole el último aliento. No fue una arenga memorable ya que no tenía el don de la labia, pero iba de todo corazón y eso fue más que suficiente para la pelirrosa—. Échale huevos y de seguro triunfarás.
—Está bien, pero esa frase no me queda porque soy mujer. Yo no tengo huevos.
—Échale tetas entonces.
—Tampoco teng... ¡Naruto! ¡Eres un idiota! —Culpándolo por su propio lapsus levantó la mano para darle un coscorrón, empero, templó las ganas de arrojarle sus demonios internos. No sabía cómo, pero su amigo siempre conseguía revivir a esa niña enojadiza que, según ella, había quedado en el olvido gracias a la madurez.
Él, recordando viejos tiempos, se agachó y se colocó sus manos sobre la cabeza a modo de protección. Respiró aliviado cuando su remembranza no se volvió más vívida.
—Ay, no te sulfures que me das mucho susto —dijo tras carraspear varias veces y posarse una mano en el pecho de forma teatral—. Yo me refería a que le eches valentía, que uses aquello que le dé más poder a las mujeres.
—Lo sé —aceptó, aunque sólo lo haría a medias—. La culpa fue mía, pero pudiste usar un ejemplo mejor, ¿no te parece? Ya sabes que mis pechos son pequeños —bajó su mentón para mirárselos—, así que mucho poder no creo que me vayan a dar —terminó su queja con una mueca que al blondo se le hizo muy divertida.
—Pues a mí me parecen del tamaño perfecto —dijo espontáneamente ya que nunca fue un fan de los senos grandes. Sólo después se dio cuenta que quizás hubiese sido más conveniente reservarse su opinión.
Ella lo miró a ojos muy abiertos. Un pequeño rubor se acopió en sus mejillas.
—¿Lo dices sólo para animarme, verdad? Yo siempre me he sentido media acomplejada por esto.
—¿Media acomplejada? —cuestionó dejando fluir un claro tono de reproche—. Estás loca de veras —sentenció muy seguro y, aunque notó que su amiga no parecía convencida con sus palabras, no quiso seguir explayándose.
—¿Pero por qué dices eso? —insistió ella al necesitar algo más consistente para quedar conforme. Palabras carentes de argumento no le servirían a su autoestima.
—Porque yo creo que depende del físico de cada chica. A unas les queda bien tener senos grandes y a otras se les da mejor tenerlos pequeños. Tú, por ejemplo, te verías rara con unos de gran tamaño porque no irían acorde a tu físico más esbelto y firme. Lo que tienes está bien proporcionado con el resto de tu cuerpo.
—¿De verdad crees eso?
—Eres perfecta tal como eres, Sakura. Aunque bueno..., si fueras un poquito menos enojona sería mejor —añadió con una bromista sonrisa.
La que destacaba por tener el pelo de un color exótico, sintió que en sus adentros batallaban emociones que viajaban desde el agradecimiento hacia el arrepentimiento, pasando también por un extraño antojo de ser abrazada por el hombre sonriente que tenía enfrente. Intentanto ordenar el caos de sus sentires, se tomó un tiempo para mirar con mayor fijeza al causante de todo lo anterior. Estudió su boca curvada y sus ojos azules que solían brillar regularmente, preguntándose, entonces, por qué no había apreciado sus cualidades positivas en lugar de magnificar las negativas. De seguro fue por culpa de su inmadurez, misma que en muchas ocasiones la llevó a ser abiertamente mala con él, empero, aun así, su gran amigo no había dudado en defenderla y apoyarla siempre.
—Oye, Naruto... —Su voz emergió menos firme de lo que le hubiera gustado. Hasta pareció escucharse un gallito.
—Dime.
Carraspeó al notar que por alguna razón volvía a quedarse sin aliento. No entendía qué le pasaba, debería estar enfocada en el duelo contra Hinata, mas necesitaba desahogar la culpabilidad que ahora mismo estaba sintiendo.
—Quería darte muchas gracias por todo lo que haces por mí —habló por lo bajo, como si, producto de la vergüenza, no quisiera que él la escuchara. Sin embargo, la emotividad que la asaltaba deseaba exteriorizarse hacia él sin importar nada más, lo cual la conminó a alzar el volumen de su voz—. No sólo por darme ánimos cuando más los necesitaba, sino también por defenderme de Sasuke y de Ino cuando me recriminaron por ese golpe accidental que le di a Hinata. —Una pequeña cadena de emocionados suspiros se hizo presente antes de que continuase—. Sé que contigo soy cascarrabias y que tengo un carácter difícil, y también sé que muchas veces te traté muy mal y aun así nunca me respondiste. Te pido perdón por esas cosas y por no haberme dado cuenta antes de esto...: eres un hombre realmente grandioso.
El varón percibió que sus latidos se aceleraban. Internó sus ojos azules en los verdes de su ahora alumna, sumergiéndose ambos en el mutuo estudio visual. El guerrero no supo si sólo fue una idea suya, pero percibió que el vínculo que los unía iba a volverse aún más profundo gracias a esas palabras de reconocimiento. Aquellas podrían significarle muchísimo, mas lo cierto era que no deseaba caer en las garras del enamoramiento nuevamente. No con ella por lo menos; no después de haberle costado sangre, sudor y lágrimas dejar atrás el gran amor que llegó a sentir por Sakura Haruno. Por ello trató de decirle a su corazón que calmara ese fulguroso fervor que golpeaba su pecho.
—Debes estar definitivamente enferma... —farfulló sin poder evitar ciertos nervios—, pero muchas gracias por tus palabras. Las aprecio un montón, amiga mía.
En las ruinas de una antigua casona de veraneo perteneciente a los Hyuga, dos sobrevivientes de aquel clan, Hanabi y su padre, contemplaban con nostalgia lo que alguna vez fue un emplazamiento muy hermoso. Ahora, en cambio, lo único que dominaba el paisaje eran escombros y morralla. Pero lo peor, quizás, era que la misma tierra que antes albergó grandes jardines plagados de lindas y exóticas flores, hoy en día lucía tan infértil como un salar.
Rebuscaron entre los restos de concreto y polvo algún cuadro, alguna moneda, algún collar o recuerdo, pero todo lo que tuviese algo de valor ya había sido arrancado por los saqueadores. Resignados, se ubicaron bajo el único cuarto que aún tenía un techo, examinando cuán maltrecho estaba. A juzgar por las oscuras nubes que gobernaban el cielo, pronto se largaría una lluvia y no sería grato que múltiples goteras los empapasen o, peor todavía, que la techumbre se les cayera encima. Tras el chequeo notaron que un sector les serviría para capear la lluvia, ya que milagrosamente no había recibido daño.
Se dedicaron a retirar los cascotes del piso, mientras, más allá, el hijo perruno de Kiba olfateaba por cada rincón como si estuviese descubriendo un mundo lleno de infinitos detalles, uno al que Hanabi no podía acceder por los límites que sus sentidos humanos le imponían. Sin dudas que a Akamaru le encantaba conocer lugares nuevos; eso infería Hanabi a partir de esa cola que se meneaba alegremente. Lo contrario sucedía cuando se quedaban más de un día en el mismo lugar, ya que sin la distracción de lo novedoso, los ojos del can se volvían tristes y echaba miradas constantes hacia atrás, como si quisiera regresar a la vera de su mejor amigo.
Y ella entendía perfectamente tal comportamiento, puesto que también anhelaba ver a Kiba otra vez.
Cuanto terminaron de limpiar pudieron ver mucho mejor el piso, mismo que en algunas zonas estaba resquebrajado y en otras no presentaba daños. Quitaron las baldosas que ya no servían, preparándose a hacer allí un fuego que les serviría para calentar agua. De las mochilas de su caballo sacaron las cantimploras y echaron el líquido en la tetera, poniéndola a hervir.
Hiashi, sentado sobre los restos de un muro caído, observó a su retoño. Llevaban más de dos semanas viajando juntos, pero, durante el transcurso de los días, la comunicación iba cortándose cada vez más. Apenas se dirigían la palabra. De hecho, ahora mismo la jovencita lucía encerrada en su mundo privado de pensamientos. Su actitud, además, era menos entusiasta que de costumbre. No necesitaba tener la prodigiosa empatía de Hinata para notar que algo no andaba bien con su hija menor.
—Desde hace días que te notó taciturna y cada día parece que va a peor... —comentó decidido a averiguar qué la aquejaba, cortando de paso el silente ambiente—. ¿Por qué?
Hanabi le envió esa mirada tan similar a la de su padre: dura.
—Con su debido permiso me gustaría hablar con usted un tema que me intriga mucho, papá.
Al presentir que se venía una conversación peliaguda, el hombre friccionó sus labios el uno contra el otro. Luego arrojó una pregunta.
—¿Qué asunto quieres tratar?
—Usted y mi madre se unieron por un matrimonio arreglado, ¿verdad? —preguntó a sabiendas que eso era lo habitual entre las familias de alto abolengo. Por normal general, casarse por amor era un privilegio al que sólo los pobres accedían. Éstos no tenían que preocuparse por el prestigio o el beneficio económico que la unión marital les traería.
—Sí. Y éramos primos además —añadió sin vergüenza alguna. ¿Por qué habría de tenerla por algo que formaba parte de las tradiciones Hyuga?
Hanabi tenía nociones de que en su familia se practicaba el incesto en «grados aceptables», siendo el matrimonio entre primos el mejor ejemplo. Por ello no juzgaría a su padre, tampoco a su madre. A su perspectiva enlazarse con un pariente no era lo idóneo, pero le conformaba saber que su clan castigaba severamente las aberrantes relaciones entre ascendentes y descendientes directos, tales como padres e hijas, madres e hijos, o abuelos y nietos.
—¿Y usted llegó a enamorarse de mi mamá? —preguntó cuando su mente volvió a lo que de verdad le interesaba—. ¿Cree que ella llegó a amarlo?
La mirada de Hiashi se esquinó de forma abstraída. Esa pregunta clave se la hizo muchísimas veces. En un principio su mujer nunca le dijo ese preciado «te amo» que a toda persona emparejada le gustaba escuchar, pero, a medida que la relación fue consolidándose, tal frase fue apareciendo en sus labios de tanto en tanto. Aunque a veces tenía la impresión de que lo decía por mero compromiso, la mayoría de las veces las sintió como un sentimiento muy real. Eso le gustaba pensar por lo menos.
—No puedo hablar por ella, pero creo que sí me amaba. De mi parte puedo decir que sí lo hice. Quizás tardé en darme cuenta de eso, pero, cuando comenzó a enfermar, entendí mejor que nunca cuánto sentía por ella.
Hanabi suspiró tristemente. A diferencia de Hinata, ella nada recordaba de su madre gracias a que murió apenas seis meses después de su nacimiento. Sólo sabía, por lo que le habían contado distintas personas, que era una dama muy amable y querida por todos.
—Siempre me dijeron que después de su pérdida usted se volvió muy amargo.
Hiashi cerró los párpados. Al hacerlo una serie de recuerdos con su mujer se materializaron en su mente.
—Es verdad que tras su muerte perdí la gracia de vivir, pues ella significaba muchísimo para mí. ¿Pero por qué me preguntas esto? —indagó mientras su único ojo, ya bien abierto, adquiría un brillo suspicaz—. Es primera vez que lo haces —señaló agregando una extrañeza que se desbordó por su voz.
—Quería ver si usted era capaz de sentir amor.
—Hanabi... —musitó el nombre de su retoño mientras su rostro se plagaba de amargura—, yo no soy un hombre sin corazón. No te formes esa impresión de mí a pesar de los últimos hechos que descubriste. Últimamente tu mirada me recrimina como si la tortura fuese un modo de vida en mí y eso no es verdad. —Se ajustó el parche que cubría su cuenca ocular vacía—. Créeme esto porque lo juro por todos mis ancestros: yo no disfrutaba torturando como lo hacía ese maldito Uchiha. Si lo hice contra prisioneros fue porque necesitaba información fidedigna respecto a nuestros enemigos: puntos estratégicos, bases ocultas, cuándo se realizarían futuros ataques y cosas de ese tipo que nos podían llevar a la victoria. Una guerra no se puede ganar siendo piadoso, aunque nos duela hay que hacer lo que se debe hacer con tal de ganar. Nuestra gente, nuestra nación, dependía de eso.
—En primer lugar yo no he dicho nada al respecto —aclaró inmediatamente—, pero si necesita defenderse es porque su propia conciencia lo está castigando por los males que hizo —espetó muy segura—. Y en segundo lugar, aprovechando que usted mismo inició este tema...: ¿por qué diablos torturó a nuestros propios familiares? ¿Qué excusa tiene para justificar algo tan aborrecible?
—Los castigos a la rama secundaria no los hacía cuando se me daba la gana ni por mero capricho, sino para corregir actitudes rebeldes y proteger a mi progenie. ¿Tú crees que mi hermano Hizashi no pensó en arrebatarme el poder más de una vez? ¿Crees que Neji no pensó en vengar a su padre? Necesitaban escarmientos y yo, como líder, tuve que dárselos —arguyó a la vez que aceraba su tuerta mirada—. Además el orden jerárquico que existía en nuestro clan no fue algo que yo me inventara, sino una férrea ley que pasó de generación en generación a través de incontables centurias.
Ella meneó su cabeza en clara señal de desaprobación. Rencor irradiaban sus luceros.
—La verdad es que yo trato de ponerme en sus zapatos, pero, cada día que pasa, más indignada me siento con las atrocidades que hizo. Y, aunque lo de los prisioneros de guerra ya es repulsivo, lo que realmente me enfurece es lo que hizo contra los nuestros. Ni Neji, ni mi tío Hizashi, ni nadie de la línea secundaria, merecían el destino que les tocó. Ellos eran Hyuga como nosotros, mi amada familia...
El varón de cuatro décadas dio un profundo suspiro mientras su rostro se amargaba. Por un instante quiso justificarse otra vez, ¿pero para qué? A cada día que pasaba más entendía que la división de clases había sido una equivocación que, en estos tiempos un poco más civilizados que antaño, ya no era necesario proseguir.
—Acepto que cometí errores, pero todo lo que hice fue pensando en ti como mi heredera. Tú, mejor que nadie, sabes que sí soy capaz de amar.
Hanabi suspiró. Aunque quisiera, lo dicho jamás podría ponerlo en tela de juicio. Su padre siempre se preocupó por ella, la protegió e incluso la consintió. A su modo más tosco de lo recomendable, pero lo hizo.
Se hizo un silencio que les hizo ver que la tetera ya estaba hirviendo hace rato, a juzgar por la cantidad de vapor que emanaba desde ésta. Para no quemarse, Hanabi estiró la manga de su suéter hasta cubrir su diestra y entonces tomó el objeto. Se sirvió la humeante agua en un jarro de metal y la dejó reposar sobre el piso hasta que su temperatura fuese más agradable a su paladar. Recordó los ricos insumos que habían en la despensa de esta casona, tés y cafés principalmente, sintiendo el antojo de volver a degustarlos. No obstante, los carroñeros de dos patas nada habían dejado.
Pensar aquello le desvió la mirada hacia el ser que sí caminaba en cuatro patas, quien, animosamente, seguía paseándose, olfateando y yendo de aquí para allá.
Cuando el agua descendió al calor preciso para no quemarse la lengua, la tomó gustosamente pues ayudaría a que su cuerpo capeara de mejor forma el frío inherente a los finales del otoño. Éste era duro incluso estando al lado del fuego, aunque algo peor no tardaría mucho en aparecer: el invierno y su tarjeta de presentación, la nieve.
Hiashi, por su parte, se acercó un morral y empezó a partir las nueces que había recolectado desde los bosques que transitaron.
—¿Quieres?
—Ahora mismo no tengo hambre.
Se hizo un nuevo silencio que ambos utilizaron para perderse en sus pensamientos. Los de él centrados en los errores del pasado; los de ella involucrando a cierto amante de los perros...
—Papá —dijo fuerte y claro tras varios minutos, esperando que el aludido le diese su mirada. Cuando lo hizo, prosiguió—. ¿Usted qué opina de Kiba?
En un primer momento Hiashi pensó que las críticas de su hija continuarían, por ello le fue un alivio ver que el tema derivaría al de ojos como rayas.
—Es un buen tipo, alguien muy confiable. Además es un guerrero habilidoso y honorable, aunque no me gustó que se fuera a luchar una guerra que no le corresponde.
—Cierto, a mí tampoco me gustó eso porque está corriendo un peligro que no debería. Estoy muy preocupada por él.
—Nada sacas con hacerlo. Preocuparte no incidirá en que él sobreviva o muera.
—Lo siento, pero no puedo ser tan pragmática como usted. Desde que se fue he estado extrañándolo mucho, ni siquiera he podido dormir bien. Me había acostumbrado a su presencia, no en vano pasé cuatro meses con él; desde que terminó la guerra de hecho.
Hiashi frunció el ceño, marcando de manera más profunda las arrugas que ya tenía en su frente. Cuando entrecerró los ojos sucedió lo mismo con sus patas de gallo.
—¿A qué quieres llegar? —cuestionó con sospecha.
—Estoy enamorada de Kiba.
No fue un «creo que estoy» ni un «me gusta». No. Su afirmación fue lanzada con una seguridad que a Hiashi asombró hasta tocar el estupor.
—Eso es una ridiculez —sentenció apenas pudo reaccionar. Su cabeza se meneó en concordancia a lo expresado.
—No lo es —rechazó de modo tan tajante como una cuchilla cortando carne.
El hombre respiró profundo y contó hasta diez, preparándose para tener un largo debate. Conocía muy bien a su retoño como para saber que insistiría en su errada idea con dientes y uñas. Era una copia suya al fin y al cabo.
—¿Y cómo sabes que sientes algo así por Kiba?
—Por lo que dije antes. Lo extraño mucho, mucho más de lo que se extraña a un amigo.
—Sólo estás confundiendo sentimientos. Eres muy joven aún, prácticamente una niña de pecho.
—Hace tiempo que dejé de ser una niña, papá. Y mucho más después de todo lo que he debido vivir. Uno madura a golpes y a mí la vida me ha dado una montonera a pesar de ser tan joven. He perdido a casi toda mi familia; descubrí que la unión de nuestro clan estaba basada en la fuerza de las torturas; fui perseguida a muerte por los soldados del rey o, peor aún, por malditos esclavistas. Y usted sabe perfectamente qué es lo que les pasa a las mujeres esclavas, en nada importa la edad que tengan. —Se le quebró la voz y tuvo que tragar saliva para recuperar su firmeza habitual—. Si no fuese por Kiba ya estaría muerta o sufriendo quién sabe cuántas violaciones diarias —dijo lanzando la verdad sin tapujos—. A él le debo mi vida y que mi honra siga intacta.
Un tanto azorado, Hiashi se sacó uno de los tres chalecos que llevaba encima.
—Estás confundiendo agradecimiento con enamoramiento —aseveró al tiempo que acercaba su prenda al fuego. Iba a deshumedecerla.
—Sabía que diría eso porque yo también me cuestioné lo mismo. De hecho hice todo lo que pude para creer eso que usted dice, pero no lo conseguí pese a todo el empeño que puse. Simplemente me gusta muchísimo su forma de ser. Es cierto que le gusta fastidiarme constantemente, que muchas veces me irrita porque es más bromista de la cuenta, que es un bruto sin remedio..., pero extrañó todo eso de él. Me acostumbré a esa dinámica que teníamos —dijo observando el horizonte como si tratara de verlo a pesar de todos los kilómetros que los separaban—. Sólo pensar que puede morir hace que me duela muchísimo el pecho. Hasta ganas de llorar me dan —dijo con ojos emocionados, mismos que hacían esfuerzos para no aguarse.
El cuadragenario tuvo que depositar un silencio en el ambiente, ya que necesitaba tiempo para sopesar la información recibida. Se quedó mirando el fuego, cuyas llamas variaban de vez en cuando hacia un tono azuloso. Quizás fuera porque estaban siendo alimentadas no sólo por ramas sino también por aceite y cera. Cuando por fin volvió de su abstracción notó que su hija lo miraba atentamente.
—De todos modos lo que sientes es una pérdida de tiempo. Le tengo respeto a Kiba, pero él no está a tu altura y nunca podrá estarlo. Los Inuzuka siempre fueron un clan de estrato bajo; no tienen nuestra alcurnia, nuestro prestigio, ni nuestra educación.
Apenas terminó de decir esto, los luceros de Hanabi se llenaron de una incredulidad que rápidamente mutó hacia la indignación.
—Me parece increíble que después de todo lo que ha pasado, de perder a nuestra familia y todos nuestros bienes, siga pensando en ridiculeces como la alcurnia o el prestigio. Parece que no se ha dado cuenta de que ahora mismo estamos en la calle —indicó el montón de escombros que los rodeaba por doquier—. Y sí, puede que Kiba no sea el hombre más educado del mundo, pero tiene algo que compensa eso con creces: un gran corazón que ni usted ni yo tenemos. Por eso mismo fue que me salvó la vida sin que le importara arriesgar la suya.
—Pero...
—¿Y a pesar de eso se atreve a decirme que no está a mi altura? —cortó su futura protesta de cuajo. El enfado se desbordaba por todo su talante, tanto que se puso de pie de un modo vehemente—. Entienda bien esto porque no se lo diré dos veces: somos nosotros los que no estamos a la altura de Kiba.
Acorde a su carácter impetuoso, Hanabi había defendido al Inuzuka fieramente. A Hiashi esto no le sorprendió, ya que había criado a su hija para que siempre impusiera sus convicciones sin importar quien estuviera enfrente. ¿Le jugaría eso en contra ahora?
—Puede que estemos mal actualmente, pero nuestro clan resurgirá desde las cenizas igual que un ave fénix. Volveremos a tener poder señorial, oro a raudales y una reputación intachable, así que mantén eso siempre presente.
—Sueña despierto, papá —impugnó dándole una cara de lástima.
—Y respecto a Kiba... —continuó ignorando lo antes dicho—, es muy obvio que lo que sientes no es amor. Tienes sólo catorce años.
—¿Y eso qué? ¿Ya tengo edad legal para casarme, no?
—Sí, pero a tus años es fácil pensar que cualquier cosa que te emocione un poco es amor. Que en nuestros tiempos seas legalmente apta para el matrimonio no significa que tengas la madurez suficiente como para entender qué es el amor realmente.
—¿Y quién decidió que no me puedo enamorar de un hombre tan especial como Kiba? ¿Quién decidió que no soy capaz de amar? —espetó de un modo encendido, tanto que ni siquiera esperó a escuchar las respuestas a sus preguntas—. Con mucho respeto, papá, pero su argumento de la edad me parece una basura porque ya no soy una niña, soy una adolescente que tiene un corazón que palpita igual que el de cualquier adulto. —Se golpeó el pecho dos veces—. No importa cuántas veces me cuestione, no me hará dudar del amor que siento por Kiba Inuzuka.
Por unos segundos, Hiashi movió sus labios como si estuviera rumiando.
—Está bien, te dejaré soñar por esta vez. Supongamos que de verdad lo amas... —dijo con un tono que expresaba a las claras que tal cosa era imposible—, ¿qué pretendes al decirme esto ahora? ¿Por qué no lo hiciste antes? O mejor aún..., ¿por qué no se lo confesaste a Kiba mismo?
—Porque no me di cuenta de lo que sentía hasta ahora, por eso fue. Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde, ¿no? Pues eso me está pasando ahora. Amo a Kiba y punto. ¿Qué quiere que haga si eso es lo que siento?
Buscando la paciencia que comenzaba a extinguírsele, Hiashi respiró lo más hondo posible.
—Sin embargo, dudo muchísimo que él sienta atracción por ti. Te sigue viendo como una niña y se nota. Eso fue lo que demostró todo el tiempo. Debe verte como una hermana menor o algo por el estilo. Es un sinsentido tratar de querer más, sólo lo fastidiarás.
—El sinsentido es que Hinata ame a Sasuke y sin embargo lo ama. Y creo que, por más que no me guste, por primera vez empiezo a comprenderla un poco.
Los ojos del mayor se incendiaron al instante.
—¿¡Acaso pretendes justificar a tu hermana!? —preguntó alzando la voz por el cabreo que le invadió. Sinceramente ya estaba harto del tema de Hinata. Para él su primogénita había dejado de ser su hija y ya estaba. No deseaba saber más de ese asunto tan ingrato.
—Jamás la defendería en eso. Que esté con Sasuke es injustificable —aseguró firmemente—. Sin embargo, lo que sí digo es que ahora puedo entenderla un poco mejor porque me estoy dando cuenta de que el amor es una fuerza demasiado potente, una a la que cuesta mucho reprimir. Lo sé gracias a que eso me está pasando con Kiba justo ahora. Comprendo bien que no debo amarlo, que él me ve sólo como una niña, como una amiga o como una hermanita, y también soy consciente de que existe una diferencia de edad entre nosotros..., pero aun así lo amo.
Tales palabras tenían un enorme significado, dado que la única forma de que Hanabi pudiera comprender y admitir lo que su hermana mayor sentía por Sasuke era descubrir por sí misma lo que significaba el amor de pareja.
Y al parecer, para la gran desgracia de Hiashi, su hija favorita estaba a punto de vivir en carne propia esa fuerza irracional e intempestiva...
—Olvídate de Kiba —conminó con mayor dureza—, te advierto que fijarte en él sólo te traerá dolor. Sé que no quieres oír esto, pero la probabilidad de que muera en la guerra es más que alta.
Los párpados izquierdos de Hanabi dieron un tiritón que sus gemelos no.
—Soy consciente de eso, ¿pero qué quiere que haga con esto que siento en mi pecho? —Llevó una palma al susodicho y agarró su blusa entre los dedos, estrujándola con la fuerza que se aplica contra ropa recién lavada—. Si de verdad usted amó a mi mamá entonces debería entender que anular esto es muy difícil.
—Cuando el amor excede la frontera dada por la razón entonces se convierte en una enfermiza obsesión. Eso fue lo que pasó con Hinata, sobrepasó todos los límites que debe tener una relación saludable —replicó el cuarentón a la vez que plasmaba un rostro desdeñoso—. Y si un amor no es sano entonces no merece ser llamado amor.
—Le exijo que no compare mi situación con la de mi hermana. Kiba no me esclavizó ni mató a mi clan, por lo tanto lo mío no es ni será un amor tóxico —defendió fieramente.
—Quizá no sea uno tóxico —aceptó—, pero no puedes negar que lo tuyo es complicado. Y digo «lo tuyo» en vez de «amor» porque sigo pensando que tus sentimientos por Kiba tienen que ver mucho más con amistad y gratitud.
Hanabi suspiró sonoramente, ya sin ganas de continuar una conversación tan improductiva.
—Me da igual que ponga en duda mi sentir, yo sé perfectamente que usted es el equivocado. ¿Y sabe qué más? Voy a regresar, papá, y no sólo por Kiba sino también por mi hermana. A pesar de todo estoy muy preocupada por ella y la extraño mucho también —dijo sin pelos en la lengua.
—¿¡Pero qué dices!? —Se enfurruñó como un león viendo un grupo de hienas—. ¿Acaso te volviste loca?
—De hecho me siento más cuerda que nunca. De Hinata me despedí de una manera fría, apenas le extendí la mano. Quiero arreglar eso porque ella no merecía algo así y menos a las puertas de una guerra. Y con Kiba es peor todavía porque él luchará en primera línea, puede morir en cualquier momento.
Su padre resopló y, gracias a la frustración que lo asaltaba, agarró un pedruzco y lo estrujó con su mano diestra. Parecía querer sacar agua de él.
—Estás mal, hija mía, yo no te enseñé a tomar decisiones en base a los sentimientos sino empleando la razón, la lógica, el sentido común. Quieres comportarte como una adulta, pero tu impulsividad sigue siendo la de una niñita caprichosa. Eso es lo que sientes por Kiba, puro capricho —dijo sentenciosamente—. Y respecto a Hinata..., sabes perfectamente que ella no merece nuestro perdón.
—No pretendo perdonarla, pero sí tratar de entenderla. Es lo mínimo que puedo ofrecerle después de haber sido tan buena conmigo —dijo mientras recordaba tantos momentos que vivieron juntas—. Y a Kiba también necesito verlo sí o sí. Usted ya sabe que él no es tan fuerte y que corre serio peligro de muerte. ¿Cómo cree que me sentiré si lo asesinan? —cuestionó mientras su rostro entero de distorsionaba por el solo hecho de pensarlo. Entretanto, un hastiado Hiashi restregó sus labios en lugar de responder—. Precisamente por eso tengo que decirle lo que siento antes de que sea demasiado tarde. Si se entera de que lo amo quizás pueda retirarse de esa guerra que no le corresponde; quizá pueda salvarlo. Debo intentarlo o tendré un arrepentimiento que me carcomerá por el resto de mis días.
—Te advierto que regresar es una total estupidez —habló mientras negaba con la testa—. Somos Hyuga, nuestra vida estaría en riesgo porque los soldados nos detestan como a la peste. Si yo vuelvo me despedazarían, pues ya no tienen las órdenes de Sasuke de que nada me hagan. Si me ven, me matarán sin dudarlo siquiera un segundo. Y es muy posible que contigo pase lo mismo; por tus ojos te reconocerán enseguida como una Hyuga.
—¿Y qué me espera más adelante? —Echó una mirada hacia el horizonte que aún no había recorrido, ese que todavía le era desconocido—. ¿Cree que los otros reinos aceptarán gustosos que dos Hyuga se integren a ellos? —Le clavó los ojos de nuevo—. Seguramente ya todos saben que, en lugar de ser un clan unido, éramos torturadores de nuestros propios familiares y que también matamos a los Uchiha cobardemente por la espalda. Tenemos mala fama y usted se encargó de que así fuese. Usted es el responsable de todo lo que nos pasó —chilló con tanta rabia que incluso gotitas de saliva salieron despedidas de su boca—. ¡Usted y sus malas decisiones nos condenaron a todos! —Volvió a recalcar a todo pulmón, mientras su testa, siendo abrumada por el peso de sus sentimientos, daba un notorio tremor.
A Hiashi lo dañó, como brasas puestas en su corazón, que su hija favorita lo cuestionara de esa forma. Le dolió, mas Hanabi era así: muy directa. Él mismo le enseñó a ser de ese modo y no podía quejarse por ello ahora. Lo sorprendente era que hubiese aguantado tanto tiempo sin recriminarlo.
—Sea como sea el pasado ya no se puede echar atrás y elucubrar siempre es incierto. Quizá si nos aliábamos con los Uchiha igual hubiésemos perdido contra Danzo. O quizá ellos nos habrían traicionado.
—Pudo ser así, pero en tal caso por lo menos no habríamos quedado como cobardes. A fin de cuentas la decisión que tomó sólo retrasó el ataque de Danzo a nuestra patria e hizo que Sasuke destruyera todo lo que nos importaba. A la vista está que se equivocó completamente.
Silencio total. El peor castigo que alguien como Hiashi podía recibir estaba sucediendo justo en este momento: su hija menor, la única a la cual amaba con toda el alma, lo miraba tal como se mira a un despreciable enemigo.
—Me iré, papá, y lo haré con usted o sin usted —anunció tras dos minutos en que nada más se dijo—. Y llevaré a Akamaru conmigo para cuidarnos mutuamente —añadió dándole su mirada al blanco can. Éste, ajeno a la discusión, se acomodó para custodiar el lugar que alguna vez fue la puerta de entrada a esta habitación.
—¿Sabes adónde llegar siquiera?
—No se preocupe por eso: vi el mapa de Kiba muchas veces antes de que se fuera, así que lo grabé en mi cabeza —explicó mientras se indicaba la susodicha—. Si es peligroso me devolveré, pero si veo que es seguro entonces les pediré a esas personas que me lleven a la ciudad. Cerraré mis párpados para que nadie vea mi linaje Hyuga, me haré pasar por ciega si es necesario —explicó cerrando el puño. Luego, a sabiendas de que podía ser la última vez que viera a su progenitor, deshizo su acción y se dispuso a hablarle en un tono menos duro, más cómplice—. Papá, entiendo muy bien que no desee volver al reino de Danzo, pero al menos acompáñeme hasta ese sitio que indica el mapa. Si realmente me ama ayúdeme a ser feliz. En lugar de errar otra vez aproveche esta oportunidad para hacer lo correcto. Me lo debe a mí, a Hinata, a mi mamá y a todos los muertos de nuestro clan.
Hiashi dio un gran suspiro a la vez que sentía ganas de decirle que se marchara de una vez. Él le había dedicado su vida intentando que la ausencia de su madre fuese menos dolorosa y ahora ella, aquella niña que adoró desde siempre, lo recompensaba amenazándolo con dejarlo solo sin más. Le importaban más Kiba y esa hermana traidora que su propio padre.
La miró fijamente y tuvo ganas de soltar virulentas palabras instigadas por la rabia que lo consumía. No obstante, el súbito recuerdo de su difunta mujer hizo que se mordiera la lengua antes de hacerlo. Marejadas de nostalgia le pegaron de lleno, diciéndose que todo lo malo, absolutamente todo, habría sido distinto si su amada esposa continuase con vida. Fue a partir de su fallecimiento que las cosas se vinieron abajo, convirtiéndolo en el hombre amargado y odioso que tomó las peores decisiones posibles.
Suspirando, miró a su hija deshaciendo su agresividad anterior. Hoy podía perderla por orgullo o mantener el vínculo si cedía a su petición. ¿Valía la pena escoger la primera alternativa? Tras dos minutos de reflexiones, sus facciones habitualmente duras terminaron suavizándose al llegar a la respuesta. Hanabi siempre fue su debilidad y, al parecer, esta tarde lo seguiría siendo.
—Si esa es tu decisión tendré que acompañarte. No concuerdo con tus motivos, pero eres muy niña como para que andes viajando sola por los bosques. Soy tu padre y créeme que, aunque haya cometido muchos errores en mi vida, quiero tu felicidad. Quizás eso fue lo que me faltó a mí: entender que ser feliz vale más que la búsqueda de poder o reconocimiento...
La adolescente reflejó, sin filtros, una emocionada sonrisa que estaba llena de mucha gratitud. Sabía que sólo ella podía lograr que su padre reflexionara hasta el punto de dar marcha atrás. Y lo había conseguido.
Tras el descanso extra que Sakura solicitó, el momento decisivo entre las dos duelistas daría inicio por fin. Por ello Hinata sintió que de repente el ambiente se volvía más denso y el aire más frío. Miró a la de rosados cabellos y vio que, a diferencia de antes, sus ojos de jade volvían a exhalar un renovado espíritu de lucha. Eso no le era conveniente, pero se alegró por su rival igualmente.
—Sólo queda un combate. La que gane ahora lo ganará todo —le recordó Sasuke, trayéndola de vuelta desde sus pensamientos.
—Ay, saber eso me pone nerviosa. ¿Qué pasa si por mi culpa el premio de enfrentar a Pain queda en manos de Naruto?
El solo hecho de pensar que tal contrariedad sucediera hizo que Uchiha tuviese ganas de ir hacia su archiirrival y lanzarle un puñetazo que le botara algún diente. Pain tenía que ser su víctima y no la de ese rubio malnacido. Aun así no quería presionar a su amada depositándole más peso sobre sus hombros.
—No pienses en eso, sólo enfócate en dar todo tu esfuerzo. Quiero enfrentar a Pain, claro que sí, pero lo que más quiero es que luches sin arrepentimientos. Así que, amor mío, no te sientas culpable si pierdes porque yo no te criticaré. Al contrario, te daré todo mi apoyo sea cuál sea el resultado.
—¿Lo dices en serio? —Una expresión de claro asombro nació en ella.
—En serio —confirmó dando un cómplice asentimiento—. Sólo da todo tu empeño sin importar el resultado porque lo más importante ya lo hiciste: demostrar que eres muy fuerte. Para mí vales más que veinte mil Sakuras.
—Sasuke... —El nombre salió desde sus carnosos labios con una emoción incontenible, misma que le dedicó a través de una mirada tan refulgente que embelesaba. No era necesaria la iluminación del sol o de las antorchas para atisbarla, dado que sus ojos lunares brillaban con luz propia—. Sé cuánto quieres enfrentar a Pain, por eso te agradezco muchísimo tus palabras. Gracias por alentarme sin que nada más te importe, gracias de verdad.
Al ser engullidos por sus corazones, ambos, alardeando una sincronía mágica, probaron en la boca del otro el glorioso sabor del amor. Se hundieron de un modo tan fogoso en tal acción que Ino tuvo que carraspear sonoramente para que se dieran cuenta de que no estaban solos y que había un duelo esperando a ser concluido.
—Suerte, pequeña.
—Haré que estés muy orgulloso de mí.
—Ya lo estoy.
—Entonces lo estarás aún más —dijo esgrimiendo total seguridad—. Te amo —añadió sonriendo mientras sus ojos se humedecían. Pronto los párpados se le transformaron en una cuerda floja, ya que dos florecientes lágrimas echaban competencia para ver cuál perdía el equilibrio primero. Sin embargo, la joven no dejó caer a ninguna porque no era el momento de sentir amor descontrolado, sino de aglutinar un hambre insaciable de victoria.
«Voy a ganarte, Sakura», dijo mientras agarraba firmemente su katana y se volteaba en dirección hacia ella.
«Voy a ganarte, Hinata», se decía al mismo tiempo la pelirrosa, cuyo aspecto, gracias a Naruto, denotaba una confianza resurgida.
Apenas iniciándose el que debería ser el último duelo, Haruno trató de implementar el consejo dado por su maestro: simular que su brazo golpeado apenas podía moverse. Para hacerlo creíble dejó sus ataques constantes, dando paso a una actitud defensiva impropia de ella. Evadió una y otra vez a Hinata y, cuando se veía obligada a bloquear, empleaba un solo brazo, el cual era suficiente para contener a su adversaria siempre que ésta no hiciera un ataque de fuerza total.
Sin embargo, su estrategia no parecía que fuese a rendir frutos. Extrañamente, la Hyuga no parecía dispuesta a jugarse la victoria pese a verla mermada de un brazo. ¿No se había comprado su engaño, verdad? ¿O, aún con una extremidad lastimada, seguía respetándola tanto como para no confiarse?
—No voy a caer en tu trampa, Sakura —dijo de repente durante una breve pausa, causando que la pelirrosa abriese un poco más sus orbes—. No me creo que apenas puedas mover ese brazo. En primer lugar porque no lo tienes fracturado ni luxado y, para alguien como tú, un hematoma no es impedimento suficiente. En segundo lugar porque tú misma pediste tiempo para recuperarte y no te habrías lanzado a pelear si no estuvieras segura de que eres capaz de hacerlo.
—Ya veo..., fue muy ingenuo de mi parte tratar de timarte. —A la vez que su brazo amoratado volvía a tomar con firmeza su arma, le envió una mirada castigadora a su blondo maestro, quien se limitó a sonreírle nerviosamente. Conforme al ver que él captó su claro mensaje, continuó enfocándose en su rival de luceros blanquinosos—. De todos modos pudiste callártelo y tratar de sacar provecho.
—Lo pensé, pero contra ti sería perder el tiempo. Ya no podré sorprenderte de nuevo con mi última técnica de fuerza anormal, así que necesitaría dos espadas para tomar ventaja de lo que pretendías. Una sola no me es suficiente.
Dicho esto el último duelo prosiguió con ambas ejecutando mucha precaución, pues el más mínimo error podía decantar la victoria para la rival. Sakura, por ejemplo, obtuvo sus ocasiones para finiquitar esto, pero la ventaja psicológica que Hinata obtuvo a través de sus dos últimas victorias le implantó una excesiva cautela. Ya la había sorprendido con dos técnicas muy efectivas y no quería darle lugar a que ejecutase una tercera. Hinata, por su parte, se sentía más cómoda contratacando que atacando, por lo cual no aprovechó mayormente el hecho de que su rival le entregase la iniciativa.
Así, la contienda continuó tan pareja que se alargó hasta superar la barrera de los veinte minutos, convirtiéndose en el combate más largo y torturador de los cinco. Por eso ambas aprendices ya sentían una sed atosigadora; a sus ropas llenas de sudor haciéndose desagradables; a los brazos cargando pesados sacos de piedras en lugar de espadas; y a los pies dando pasos casi tan torpes como los de un pato. Para colmo jadeaban como si necesitaran oxígeno para diez pulmones, empero, aun así, ninguna estaba dispuesta a rendir sus voluntades de acero.
«Lo más justo sería que ambas empataran», caviló la árbitra en tanto las miraba atentamente. «Sugeriría esa idea, pero sé de antemano que ninguna aceptará la propuesta. Y la posibilidad se reduce a cero tratándose de sus orgullosos maestros».
Pasaron algunos minutos más en que Sakura prefirió mantenerse a la defensiva para recuperar aire. Hinata se dio cuenta que, de seguir esta dinámica, el combate podría continuar por horas y más horas. Por mucho que la espada de Sakura pesara más que la katana, el cansancio se equilibraba si su rival de pelo rosa ahorraba sus energías volviéndose pasiva en lugar de tomar la ofensiva. Sabido era por todos que lo último siempre extenuaba más.
¿Cómo podría vencerla entonces? Sopesó realizar otro muñequeo, empero, Sakura había aprendido su lección rápidamente. Ahora, cuando atacaba, reducía la inercia de los golpes imprimiéndoles menos potencia. Eran más cortos que antes. Y cuando defendía plantaba su guardia más segura al tiempo que, para no ser sorprendida, retrocedía hábilmente. Estaba demostrando que su capacidad analítica y de mejora era sorprendentemente veloz.
«Es cierto que tengo otra técnica guardada bajo la manga, pero no sé si podré ejecutarla bien. El problema es que no tuve el tiempo necesario para perfeccionarla. Me enfoqué mayoritariamente en las dos anteriores, por lo cual usar mi última carta es un recurso muy arriesgado que preferiría evitar. Sasuke mismo me recomendó que la dejara sólo como una alternativa contra la desesperación total».
Sakura, al igual que su adversaria, sentía que había entrado en un callejón sin salida. No tenía soluciones posibles, salvo tratar de esquinarla y desatar entonces toda su potencia como una bestia. Sin embargo, acorralarla en un salón tan enorme asomaba como una misión muy dificultosa. Le habría encantado luchar en un espacio más reducido ya que eso, sin duda alguna, le habría dado la ventaja a ella.
«Ya no puedo seguir alargando esto», reflexionó Hinata por su parte. «Ella no está más que cansada que yo y eso hace que la desventaja recaiga hacia mí. Pronto me veré obligada a bloquearla porque cada vez podré moverme menos y entonces me ganará gracias a su fuerza superior. Si no juego mi última carta ahora, después ya no podré».
—Sakura, esto ha durado demasiado —dijo retrocediendo muchos metros, aunque cuidándose de no quedar arrinconada—. No sé si esta técnica saldrá bien pues no he tenido suficiente tiempo para practicarla, pero si pierdo por lo menos lo haré tratando de ganar y no extendiendo el tiempo en vano. Ganaré o perderé de la forma correcta —sentenció con ojos llameantes—. ¡Prepárate porque este será mi ataque más fuerte!
«¿Su ataque más fuerte?», se preguntó una perpleja Sakura, cuyas manos, reaccionando inconscientemente, hicieron que su espada adoptara enseguida una posición más defensiva. «¿Acaso no lo lanzó cuando me golpeó el brazo?»
—Si realmente quisieras hacer una arremetida de esa envergadura no la anunciarías. Yo tampoco me comeré tu engaño, Hinata.
La aludida no contestó a través de palabras, lo hizo sonriendo sinceramente. Destellaba demasiada confianza, cosa que logró inyectar ciertos nervios en la pelirrosa. Muy preocupada, vio como la hermana de Hanabi colocaba su katana en una posición de ataque horizontal.
«¿Hará una finta? ¿O tal vez un nuevo muñequeo?», se preguntó la que era más fuerte físicamente. «¿O de verdad me atacará con todo lo que tiene?».
El juego psicológico, perfectamente empleado por Hinata, le había implantado dudas a la de ojos como jade. Y eso la prima de Neji no lo desaprovecharía: sin más preámbulos corrió hacia su rival utilizando todas las energías que aún tenía. Iba a consumirlas de raíz hasta quedar completamente vacía, ya que si esto no resultaba podía despedirse de la victoria con total seguridad.
Una preocupada Haruno agrandó sus ojos y tragó saliva. Sospechaba que la novia de Sasuke pretendía ocultar un complicado regate, así que, reaccionando en décimas de segundo, se preparó a recibirla con su mejor guardia. Ni las fintas, ni los muñequeos, ni una fuerza extraordinaria, funcionarían contra ella.
«¡Te juro que amputaré de raíz cualquier cosa que intentes!», exclamó la pelirrosa en sus adentros. «¡La victoria será mía sin importar lo que hagas!»
La de pelo más corto miró las manos de Hinata hasta el último momento y se preparó a remediar el error que cometió anteriormente. Ahora chocaría armas esgrimiendo la mejor posición para sus muñecas, una que le ayudase a sentir menos presión durante el bloqueo. Así, por el costado derecho de Haruno, la katana y la espada terminaron colisionando de tal forma que un chillido metálico se propagó como un eco por toda la habitación.
«¿Creías que mi fuerza mermaría por tener un brazo golpeado? ¡Gravísimo error!»
El tremendo impacto le informó a Sakura que, en cosa de dos segundos, Hinata iba a realizar la misma técnica conque antes la derrotó. Decidida a cortar otro desagradable chasco, plantó sus pies de modo más firme contra el suelo para sostener el ataque. Esta vez sería imposible que la sobrepasara por más que implicara todo su poder físico. De hecho sería al revés: la sorprendida resultaría la de ojos albinos.
«¡Contra mí no puedes usar el mismo truco dos veces! ¡Caerás derrotada por tu propia técnica!»
Aplicando en el mundo tangible lo recién dicho por su mente, desataría sin restricciones todo su poderío corporal y entonces nada, absolutamente nada, podría evitar que la victoria fuera suya.
—Hinata, voy a enseñarte una táctica kamikaze. No obstante, ésta debe realizarse cuando tu enemigo y tú combatan con una sola espada. Si el contrario utiliza un escudo o dos armas entonces no resultará.
—Pero mi combate contra Sakura será utilizando una sola espada, ¿verdad?
—Por eso mismo te la ofrezco como un recurso decisivo, aunque ten presente que si el otro tiene reflejos tan buenos como los tuyos entonces la muerte de ambos está asegurada. Yo la bauticé como el «Círculo del Diablo».
—Bonito nombre le pusiste —bromeó ella.
—Tú puedes cambiárselo a uno que concuerde más contigo. Algo así como el «Círculo del Diablo amoroso».
Ella rio inevitablemente.
—No creo que el Diablo pueda ser amoroso —contestó todavía riéndose.
—Pues yo pienso que incluso él terminaría siendo de ese modo contigo —dijo mirándola con ojos muy brillosos, los propios de un enamorado—. Lo matarías de ternura más temprano que tarde.
Hinata se ruborizó a la vez que su risa cambiaba a una sonrisa tímida. Necesitó carraspear para sacarse la vergüenza de encima.
—¿Y puedo aprender ese movimiento aunque sea una novata?
—Está claro que tienes el talento necesario para hacerlo, pero te costará bastante. La ventaja es que si la realizas bien entonces Sakura no debería ser capaz de contrarrestarla, pues sólo un guerrero de alto nivel podría. Y la otra ventaja es que, aun si el contrario logra responder, moriría junto al atacante igualmente. Por eso es una embestida suicida.
—Ya veo..., vale decir que es un último recurso extremo.
—Exactamente. Además es muy difícil de hacer porque necesitas una agilidad felina, fuerza de oso y la precisión de un cazador experimentado. Es el culmen de la habilidad —sentenció para dejárselo bien claro—. Pese a eso, ¿quieres aprenderla?
—La fuerza bruta me falta, pero te agradecería mucho que me la enseñaras. Me gustaría tenerla en mi repertorio.
—Me encanta que te tengas esa confianza. Eso sí, ten siempre presente que es un movimiento muy peligroso y que sólo debe usarse en casos desesperados, cuando ya no hay más alternativa que morir junto a tu enemigo.
—La forma tan seria en que lo dices da miedo —comentó Hinata sintiendo un estremecimiento—. ¿Alguna vez la has empleado?
—Soy tan fuerte que nunca me ha sido necesaria, aunque un par de veces me planteé realizarla contra Naruto cuando quedábamos luchando a puros mandobles.
—Ya veo... —musitó—. ¿Entonces crees que yo pueda usar eso contra Sakura?
—Dudo mucho que ella pueda reaccionar si la haces. Sin embargo, enfócate en las otras dos técnicas que ya te enseñé. Recuerda que más vale tener dos perfeccionadas que aprender tres a medias.
—De acuerdo, maestro, le prometo que ellas serán mis prioridades. Aun así me gustaría conocer ese movimiento kamikaze.
—Muy bien, escucha atentamente. Esta táctica aprovecha la fuerza de tu oponente para beneficio propio...
Las vainas se friccionaban a toda potencia, aunque Sakura iba a demostrar cuán rápido aprendía, dado que, encontrándose en pleno choque de espadas, Hinata ya no podría sorprenderla de ningún modo. Aprovechando lo propicio del momento, no iba a dudar en ejecutar la copia exacta de lo que anteriormente hizo su rival: para ayudar a la fuerza de sus brazos, cargaría su tronco hacia adelante al mismo tiempo que sus pies, de puntillas, traccionarían contra el suelo.
Sin embargo, esta vez existía una diferencia de la cual Haruno no se percató: como Hinata fue la atacante, tuvo la posibilidad de hacerlo con la parte de la katana más cercana a la punta, lo cual, sumándose a sus brazos casi totalmente estirados, le brindaría la oportunidad de evadir el golpe. Sería muy difícil, eso sí.
«¡Neji, ayúdame a que esta locura resulte por favor!»
Justo cuando Sakura rugió anunciando la aplicación de toda su fortaleza, Hyuga, volviendo sus brazos flácidos en menos de un segundo, dejó que su fuerza cambiara de máxima a nula. Entonces la espada de la pelirrosa, al no hallar resistencia de ningún tipo, siguió de largo sin ser capaz de golpear a su adversaria porque ésta dio un perfecto paso de esquive hacia atrás.
La acción continuó a máxima velocidad, puesto que Hinata, aprovechando el mismo impulso que Sakura le dio a su katana, comenzó a girar en redondo. Tal vuelta invertiría su posición de forma que su próximo ataque vendría por el lado izquierdo en lugar del derecho. Si todo resultaba como esperaba, ese flanco de Haruno estaría al descubierto gracias a que su pesada espada, debido a la inercia de su golpe a máxima potencia, todavía estaría yendo hacia la izquierda.
Todo sucedía tan rápido que ni las involucradas ni los observadores alcanzaron a pensar nada. Los últimos sólo podían ser testigos de la inminencia mientras percibían el relampagueante subidón de adrenalina que irrumpía en sus venas.
Sakura, uniendo una agilidad mental asombrosa a unos reflejos tan impresionantes como los de un guerrero de élite, intentó mover su cuerpo para evitar el golpe a la vez que sus brazos, dando un frenazo inconcebible, devolvían su espada contra Hinata. Por ello, lo que Sasuke advirtió anteriormente sucedería justo ahora: ambas iban a «matarse» al mismo tiempo.
De tener tan solo una pizca de tiempo disponible, Ino se hubiera cubierto con una mano la boca que ahora tenía abierta. Naruto, en tanto, se habría jalado fuertemente de los cabellos sin importarle si se los sacaba de raíz. Y Sasuke, por su parte, habría arrojado una grosera maldición contra la pelirrosa y todos sus parientes.
Los espadazos, tan inexorables como el día y la noche, continuaron su ruta hacia el cuerpo de la otra, pero, desgraciadamente, un terrible accidente sucedería en menos de un segundo...
Continuará.
