Hola! Aquí dejo el segundo capítulo más largo de este fic con más de 25,000 palabras. Hay dos escenas de Gaara que pensé ponerlas en un capítulo dividido, pero al final decidí no hacerlo pues sus apariciones me venían perfectas para los cambios de escena. Por supuesto, si no te interesa el arco de Gaara y Deidara puedes saltarte esas lecturas.
Este capi va dedicado especialmente a ElyBet, una compatriota mía y nueva lectora de este fic. Muchísimas gracias por dejarme reviews en casi todas mis historias sasuhina :D. Y aunque ya te lo dije por privado, también quiero hacerlo por acá: son comentarios como los tuyos los que siempre me sacan una sonrisa y además son una gran motivación para seguir escribiendo en este fandom. Aprecio mucho que te des el tiempo para hacerme saber tu opinión.
Y por supuesto lo dicho arriba también va para el resto de lectoras/es. Escribir toma más esfuerzo del que se piensa, así que no se imaginan lo motivante que es ver a gente que aprecia esto. Hace que escribir valga aún más le pena.
Paso a despedirme dándoles saludos gigantes y que ojalá pasen un gran septiembre ;D
Vocabulario:
Abrojo (Milicia): Cada una de las piezas de hierro en forma de estrella con púas o cuchillas que se diseminaban por el terreno para dificultar el paso al enemigo.
Miguelito: Artefacto con clavos grandes y retorcidos para pinchar los neumáticos de los vehículos.
Chiribitas: Partículas que, vagando en el interior de los ojos, ofuscan la vista.
Hacer, o hacerle, a alguien chiribitas los ojos: Ver, por efecto de un golpe y por breve tiempo, multitud de chispas movibles delante de los ojos.
Corneta: Persona que ejerce o profesa el arte de tocar la corneta, especialmente en el ejército.
Pugilato: Contienda o pelea a puñetazos entre dos o más personas.
Infidencia: Violación de la confianza y fe debida a alguien.
Orate: Persona de poco juicio, moderación y prudencia.
Sanguijuelero: Persona que se dedicaba a coger sanguijuelas, que las vendía o las aplicaba.
Fosfeno: Sensación visual producida por la excitación mecánica de la retina o por una presión sobre el globo ocular.
Esclava Sexual, Capítulo Cuadragésimo octavo
Sakura Haruno, haciendo uso de unos reflejos impresionantes y de una agilidad mental asombrosa, trató de moverse hacia su lado izquierdo para evitar el espadazo que venía contra ella. Sin embargo, no cumplió su objetivo ya que el ataque de Hinata le llegó en la cintura igualmente. No le importó, puesto que su espada también impactaría contra su habilidosa rival. Todo debía terminar con ambas golpeándose al mismo tiempo, mas la Hyuga no quería un empate. Ella deseaba con todo el corazón una victoria total.
«¡Sé que puedo esquivarla!»
Fue entonces que surgiría un gravísimo problema que ninguna de las dos previó: Hinata, creyendo que podría curvar su espalda de la misma forma que en el tercer asalto, intentó evitar el inminente espadazo. Sin embargo, esta vez su esfuerzo no daría los frutos esperados: el arma de Sakura prosiguió su movimiento inercial de tal modo que el golpe la impactó en plena cabeza, justo por encima de la oreja. Pese a que la pelirrosa alcanzó a frenar un poco su fuerza, el brutal castañazo mandó a la Hyuga de costado contra el suelo para finalmente quedar de bruces y tan despatarrada como una lagartija. La inconsciencia fue tan rápida y profunda que la víctima tardó menos de un segundo en lucir igual que una muerta.
—¡Hinata!
Ver semejante salvajada incendió instantáneamente al demonio que Sasuke llevaba por dentro. Ni siquiera pensó en socorrer a Hinata, su cólera lo impulsó a lanzarse sobre Sakura como una terrible tromba que exigía inmediata venganza.
—Y-yo no quería —dijo Haruno. Su espantada mirada iba y venía entre su espada y el cuerpo femenino que yacía tumbado sobre el suelo. Se dispuso a proseguir sus explicaciones, pero, cuando notó que Sasuke corría contra ella, su boca y sus rodillas se pusieron a temblar. El odio que veía en esos ojos negros eran la expresión más vívida de la enajenación. —J-juro que fue un accidente —intentó argüir pese al estremecimiento que sacudía sus raíces.
Apenas llegó con ella, el general le clavó sus negros ojos inyectados de furia, condenándola, a través de éstos, a padecer las penas más salvajes del averno.
—Yo te daré tu accidente, malnacida.
Empleando un movimiento fulminante, la tomó desde el pescuezo con tanta fuerza que elevó sus cincuenta y siete kilos como si pesaran lo mismo que una pluma, aunque, extrañamente, Sakura no pataleó ni trató de defenderse. ¿Sería por qué sabía que era inútil intentarlo?
Uchiha no alcanzó a castigarla por medio de la asfixia, dado que por el rabillo del ojo captó un súbito movimiento que le bajó el brazo y que, décimas de segundo después, lo botaba al piso de un bestial puñetazo.
—A Sakura no le tocas un solo pelo. ¿¡Entendiste, demonio maldito!?
Uchiha, empleando el dorso de su mano izquierda, se limpió el hilo de sangre que sintió correr desde la esquina de su labio inferior. Después se puso de pie como un resorte y, a una velocidad similar, desenvainó sus espadas gracias a la furia aumentada por el odio hacia su máximo rival. El combate letal tan temido por todos pero tan ansiado por ellos, iba a darse aquí y ahora.
—Muy bien, criatura mongólica, ahora sí que la parca vendrá a buscarte —sentenció Sasuke a la vez que escupía en dirección al suelo, mostrándole de ese modo el hondo desprecio que le tenía.
Justo cuando Naruto sacaría sus espadas también, Haruno se arrojó sobre él desde atrás y atrapó sus brazos fuertemente.
—¡Suéltame, Sakura! —exigió temiendo que el Uchiha pudiese matarlo en este mismo instante.
Hasta ahora había confiado en el honor de su pelinegro enemigo, puesto que se enfrentaron muchas veces durante la guerra sin que ninguna trampa aflorase. Sin embargo, nunca lo vio tan furioso como ahora. Notaba en ese rostro, en sus ojos, en todo su lenguaje corporal, que tenía una sed tremenda por derramar sangre lo antes posible. Y, aunque jamás tuvo siquiera una pizca de miedo enfrentando a Sasuke, que lo matase sin poder defenderse lo atemorizó por primera vez en su vida. Para su fortuna, su archienemigo no hizo ademán o atisbo de moverse. A pesar de la tremenda cólera que lo envolvía de pies a cabeza, entendió que él jamás lo asesinaría de un modo tan cobarde.
Sakura, en un abrir y cerrar de ojos, soltó su agarre y se puso por delante de su maestro a fin de mirarlo con una fijeza total.
—Basta, Naruto, don Sasuke tiene toda la razón para reaccionar así. Son dos veces que golpeé a Hinata. Dos veces —lamentó verdaderamente acongojada. El temor instintivo se le había extinguido ya, siendo reemplazado por un estoicismo que nacía desde la culpabilidad.
—¿¡Pero qué dices!? ¡Eso no le da derecho a tomarte por la garganta!
Haruno se dio vuelta, ignorando al rubio y enfocándose en el general.
—Si quiere castigarme, hágalo del modo que usted desee —dijo de una manera muy sólida—. Tiene mi permiso porque sé que me lo merezco. Hinata está inconsciente por mi culpa —agregó con un notorio y honesto pesar—. Sólo espero que pronto recupere el sentido, que no sea algo grave —finalizó mientras su cara continuaba esbozando una angustia difícil de procesar. Su boca se movía como si estuviera rumiando y los dientes le castañetearon de cuando en cuando.
—¿Pero qué dices, Sakura? —intervino Uzumaki antes de que Uchiha pudiera dar su contestación—. ¡Fue un accidente y eso no le da derecho a maltratarte! ¿O acaso eres una masoquista?
—Si eso lo deja tranquilo por mí está bien. Me lo merezco. ¿O no conoces la frase de que una vez es accidente, pero dos es intencional? Yo no lo hice a propósito, pero entiendo perfectamente que no me crea. Está en su derecho de reaccionar así.
—Sea como sea yo no dejaré que este bárbaro sádico te haga daño. Antes tendrá que pasar sobre mi cadáver.
Uchiha disminuyó un poco su rabia contra Sakura gracias a que su actitud combinó sumisión y arrepentimiento. Debía reconocer que veía mucha honestidad en sus dolientes esmeraldas. Sin embargo, y gracias al puñetazo recibido, algo muy distinto sucedería contra su archienemigo: la ira que sentía contra él, esa misma que acumuló durante cinco largos años de guerra, aprovechó de acrecentarse como una bola de nieve que, yendo cuesta abajo, terminaría transformándose en una brutal avalancha.
—Pues con mucho gusto te convertiré en un cadáver, bastardo —fue la respuesta del hermano de Itachi—. Ahora apártate, pelirrosa, si no quieres que mi espada te destripe por accidente —remarcó la última palabra, siendo una clara alusión a lo sucedido con Hinata.
Mientras tanto, Ino entremetía sus dedos entre los cabellos de la Hyuga para buscar sangre o un coágulo en la zona golpeada, pero por suerte no halló ninguna de las dos cosas. Al parecer sólo había sido un desmayo por impacto contusivo, algo de lo que debería despertar. Que Sakura hubiese alcanzado a frenar un poco la inercia evitó que las cosas fuesen mucho peores. A fin de devolverle el sentido comenzó a echarle más aire abanicándola con sus manos, rogando para que despertase pronto.
—Sasuke. —Yamanaka dijo su nombre mirándolo desde su posición en el suelo, lista para anunciarle algo que quizás lo ayudaría a calmar su fiebre de sangre—. Hinata no demorará mucho en despertar; no parece que sea algo grave.
—Cuídala mientras mato a este rubio asqueroso —ordenó el general, quien, sin perder un mísero segundo, se lanzó a cumplir lo dicho a rajatabla.
El choque de espadas enseguida lanzó enormes chispazos, prueba incontestable de lo fuertes que eran ambos. La avezada soldado, como si nada pasara y manteniendo una calma a toda prueba, no se preocupó de ellos pues sabía que ambos eran tan equivalentes en habilidades que les tomaría mucho tiempo matarse. Dejarlos pelear cuatro o cinco minutos les serviría para descargar un poco la animadversión que tenían en contra del otro. A cambio, arrastró a Hinata hasta la antorcha más cercana para asegurarse de que su primer pronóstico fuese correcto. Gracias a la luz más intensa rebuscó sangre entre los cabellos azulinos y entonces confirmó el buen augurio de que no debería tardar en despertar.
Mientras sostenía a Hinata en su regazo se dispuso a ver el combate entre los dos guerreros más fuertes que existían. A pesar del quinquenio que duró la guerra, jamás tuvo la suerte de verlos pelear y esta fascinante oportunidad no pensaba desperdiciarla. No obstante, justo en ese momento llegó Sakura. Ésta portaba una faz llena de lógica preocupación, misma que demostró a través de un desesperado pedido.
—Ino, ¡haz algo por favor! ¡¿No ves que van a matarse!?
La pelirrubia rechistó.
—Deja la histeria a un lado y aprovecha de ver unos minutos este combatazo. Algo así no lo volverás a contemplar en toda tu vida.
Haruno agrandó sus ojos como si no terminara de comprender sus palabras.
—Pero...
—¿Confías en mi criterio? —cortó la futura protesta.
La pelirrosa caviló un poco antes de responder.
—Sí —dijo finalmente.
—Entonces relájate, observa y analiza. Recién comenzaron el combate y están con la energía a todo dar, si intervengo ahora ni siquiera me escucharan porque ambos se odian a muerte y, para más remate, son hombres muy orgullosos. Deja que se desgasten un poco, que consuman esa energía descomunal que tienen, y sólo entonces habrá posibilidad de que pueda detenerlos.
—¿Y si se mueren antes?
—No pasará, por lo menos no durante muchos minutos. Una lucha entre ellos tiene tanta equivalencia como la de un león contra un tigre.
Lo dicho asomó con tanto aplomo que Sakura se sintió incapaz de replicar. Lo que la pelirrosa no sabía es que Ino estaba haciendo grandes esfuerzos para actuar de forma fría y verse exteriormente segura, mas lo cierto era que por dentro también estaba padeciendo sus propias dudas. Aun así preveía que de nada serviría tratar de pararlos ahora, de modo que seguiría sus palabras al pie de la letra por lo menos durante cinco minutos. Sacó su reloj de arena a fin de que ese tiempo no se alargara.
El duelo encajó perfectamente con lo que se esperaba de los dos guerreros más fuertes: la velocidad y fuerza que tenían tocaba lo sobrenatural. Para la soldado, contradictoriamente, resultó un deleite y una tortura verlos así. Fue la última sensación la cual la impulsó a ver el reloj de arena, constatando que el plazo estipulado se había cumplido ya. Pensó en dejarlos más minutos para que el cansancio hiciera un poco de mella en la tosudez de ambos, pero de golpe y porrazo recordó un factor que le hizo brincar sus ojos cielo: el brazo izquierdo de Sasuke seguía lastimado tan solo un mes atrás. ¿De verdad estaba totalmente recuperado? Parecía que sí, pero no deseaba correr riesgos. Y mucho menos cuando cada espadazo pasaba a escasos centímetros de los puntos vitales del otro. Sabía que ambos tenían una precisión digna de dioses, pero bastaba un ínfimo error de cálculo para perder la vida. Por ello no aguantó seguir reprimiéndose.
—Sakura, hazte cargo de Hinata —le ordenó Ino.
La aludida se sentó en el suelo, puso a Hinata en su regazo y aprovechó de examinarla otra vez, mientras, en susurros apenas audibles, le pedía disculpas por haberla golpeado. Entretanto la rubia platinada, decidida a intervenir para evitar una lamentable desgracia, endureció sus facciones y avanzó hacia ellos corriendo. Debería dar su mejor esfuerzo ya que ahora mismo era la única capaz de detenerlos. Quizás Hinata también podría conseguirlo si estuviera consciente, pero tal opción aún brillaba por su ausencia.
De una forma temeraria se colocó entre Naruto y Sasuke en menos de lo que dura un parpadeo. Entonces clavó su mirada zarca en la más oscura de su superior. Para evitar el duelo tenía que convencerlo a él, ya que se veía mucho más iracundo que el Uzumaki.
—¡Ya basta! —exigió a todo lo que su voz podía.
Tal como lo supuso ellos ningún caso le hicieron; continuaron el intercambio de espadazos mientras se iban metros más allá. Sin embargo, ahora mismo los obligaría a que le dieran su completa atención. Desenvainó sus dos katanas y en un momento en que ambos iban a cruzar sus armas, los atacó a los dos. Eso los obligó a separarse.
Por un momento Naruto, viendo un movimiento por el rabillo del ojo, pensó que Ino se sumaría al ataque del pelinegro. Después de todo era la aliada de Uchiha, su persona de mayor confianza y su única amiga durante muchos años. Si su presunción era correcta entonces había llegado su hora. Nada podría hacer contra los dos juntos. Sin embargo, respiró aliviado al ver que la guerrera fue ecuánime: los atacó a los dos sin distinción, forzándolos a realizar un retroceso y una necesaria pausa.
—¡Quítate, Ino! —exigió el que era su superior.
—¡Basta, Sasuke!
—¿Te atreves a desobedecerme?
—Sabes que obedezco tus órdenes el noventa y nueve por ciento de las veces, pero ahora no puedo hacerlo.
—¿Acaso pretendes proteger a ese rubio mal parido? —cuestionó llenándose de indignación.
—Lo único que deseo es que ambos sigan con vida durante la guerra —espetó de un modo sentido—. Entiendo perfectamente que se odien, pero usen la inteligencia esta vez. Sé que los dos me respetan mucho, así que si me valoran como soldado y compañera deténganse ahora mismo. Después de la guerra mátense si quieren, les juro que no intentaré frenarlos, pero no pueden luchar ahora, no justo ahora. No vale la pena arriesgarse a que Danzo o Pain nos derroten por esto, de verdad que no lo vale.
—No hace falta este descerebrado para ganarle a esos miserables —decretó el último Uchiha—. Será el maestro quien pagará el pecado cometido por su maldita alumna pelirrosa. —Dicho esto usó una de sus espadas para indicar a Hinata, cuya consciencia seguía ausente—. Además, Naruto me atacó cobardemente aprovechándose de que yo estaba con la guardia baja. Tiene que morir por ello.
—¿Cobardemente? —cuestionó impactado—. Cobarde habría sido sacar mi puñal para degollarte mientras estabas desprevenido. Agradece que sólo te di un puñetazo, cabronazo.
—Pues yo te daré algo mucho peor que un puño en el rostro: la muerte.
A modo de silente respuesta el de pelo áureo esbozó una desafiante sonrisa. Un segundo después añadió verbalmente:
—Muy bien, me encantará seguir hasta que mi hoja se clave en tu corazón porque ahora mismo la guerra me importa muy poco. Lo único que deseo es finiquitar nuestra rencilla mortal de una buena vez. —Tal como lo dijo, no desperdiciaría la oportunidad de acabar con su némesis y menos si era éste quien se empeñaba en retarlo—. Ni siquiera Ino impedirá que te castigue por tus crímenes.
—Por favor —la soldado pocas veces usaba esa palabra, pero en esta ocasión era completamente necesaria—, actúen como hombres inteligentes y no como dos niños caprichosos. ¡Entiendan que lo perderemos todo si ustedes contienden ahora! —recriminó entre molesta y desesperada.
Esta vez los enemigos acérrimos ni siquiera se dieron el tiempo de contestarle, volviendo a enfrascarse en la lucha de afilados metales. Yamanaka vio tanta inquina en ambos que supo que la intención de pelear a muerte no mermaría aunque dijera mil palabras más. Tampoco podría interponerse entre ellos cada vez que arrojaran un ataque. Su propia habilidad era tremenda, por supuesto, pero el ego de ser una guerrera de élite no le nublaba la razón: tenía clarísimo que enfrente suyo estaban dos dioses del combate que podrían esquivarla al mismo tiempo que seguían atacándose endemoniadamente. En lugar de persistir en una inutilidad, sugeriría algo que podría servirles para desfogar todo ese odio que tenían hacia el otro, pero sin tener que matarse en el proceso. Estaba segura de que la alternativa que les iba a ofrecer sería lo suficientemente atractiva como para hacerlos cambiar de parecer. Ojalá así fuese.
Así, se arrojó contra ellos de la misma forma que antes y entonces lanzó su idea a toda velocidad.
—Les propondré algo entonces: si quieren pelear háganlo, pero que sea sin armas. Luchen a mano limpia. —Los dos hombres la miraron con ceños de sorpresa que derivaron hacia curiosidad—. Pain se acerca, Danzo también, y si se matan el uno al otro este continente y el resto del mundo se irán al reverendo carajo. ¿Ninguno quiere eso, verdad? Entonces armemos un combate igual al del pugilato que existía en Grecia y en Roma. Eso los dejará molidos y maltrechos, pero por lo menos no se matarán. Será una lucha puramente física, de hombre a hombre. Así aprovecharán de sacar toda la energía que tienen sin que haya peligro de muerte.
Por inercia los varones se dirigieron insolentes miradas. Hubiesen preferido matar al otro, pero la soldado tenía razón en que eso complicaría mucho más una guerra que ya de por sí era muy difícil. Eso sin nombrar lo extremo que sería enfrentar la invasión de un dios junto a su ejército de doscientos mil hombres.
—La idea de Ino me parece excelente —comentó Uzumaki, quien confiaba muchísimo en sus habilidades de combate mano a mano—. Darte una paliza que jamás olvides —miró fijamente a su enemigo— me suena tan tentador como matarte, pero obviamente no aceptarás porque alguien tan débil como tú sólo sabe pelear utilizando armas.
Uchiha reaccionó esbozando su sonrisa más pendenciera. Como era lógico también destacaba en la lucha a puñetazo limpio, ya que había sido entrenado por Orochimaru para que su cuerpo fuese un arma letal en sí mismo.
—Sueñas despierto, pobre iluso, póneme en cualquier ámbito que te imagines: pugilato, esgrima, lucha grecorromana, combate con cuchillos, lo que sea, y seguiré siendo mejor que tú en absolutamente todo.
—Eso ya lo veremos, huele pedos. —Dicho esto, dirigió su mirada azur hacia Ino—. ¿Por qué pugilato y no otra arte marcial?
—Porque quedarán todavía peor si se les ocurre usar patadas junto a los puñetazos. Y con llaves podrían matarse o romperse los huesos. El pugilato también es peligroso, por supuesto, pero corren menos riesgo.
—De acuerdo —aceptó Uzumaki tal argumento—. Dime las reglas del combate por favor, pues no sé si en esta nación se estilaba del mismo modo que en la mía.
—Será un combate de pugilismo puro, por lo tanto sólo se permiten golpes de puño, mismos que deben ir por arriba del cinturón de sus pantalones. Quien haga una llave, un agarre, trate de pinchar los ojos, rasguñar, morder, dar cabezazos, patadas, codazos, rodillazos, etcétera, perderá automáticamente y sin derecho a pataleos. Cuando alguien caiga por los golpes recibidos, el rival tendrá que alejarse hacia una esquina. El conteo será hasta veinte. —En el boxeo de los tiempos modernos la cuenta se realiza hasta el diez, pero emplear guantes y protectores dentales provocaban una disminución de la potencia. Ellos, en cambio, necesitarían más tiempo para reponerse pues los golpes serían más devastadores, tanto así que perder algunos dientes cabía perfectamente dentro de las posibilidades—. Si el caído se levanta el combate se reanudará, pero si no es capaz de hacerlo dentro del plazo estipulado entonces el triunfo le pertenecerá al rival. Por último: si ambos se noquean al mismo tiempo, el que esté de pie a la cuenta de veinte ganará la batalla. Y si ninguno se levanta el combate quedará en empate —Ino miró a uno y al otro—. ¿Dan su palabra de honor de que aceptan las reglas?
—Sí —respondió Uzumaki al instante. Como acto siguiente caminó hacia Ino y le entregó todas sus armas, incluyendo a los estiletes y puñales ocultos que portaba—. Ahí tienes la prueba total de que soy un hombre que siempre cumple lo que dice.
Uchiha imitó la acción del rubio, proporcionando también sus dos espadas, su estilete y su daga.
—Con armas o sin ellas siempre serás inferior a mí —dijo Sasuke mirando con desdén a su archirrival.
—Ya lo veremos, infeliz.
Ambos se dispusieron a iniciar la batalla. Sakura, entretanto, estaba a punto de llevar a Hinata hacia las afueras de la mansión para que el aire fresco de la playa le reactivara el sentido, pero, justo entonces, un pequeño quejido anunció que la afectada iniciaba su viaje de regreso hacia el mundo tangible. Entonces la enfermera, empleando sus manos como abanico, reanudó la maniobra de echarle más oxígeno, añadiendo, de paso, palabras de aliento que lanzó con su voz más grata.
Sasuke, al oír un nuevo quejido que sí le fue audible, olvidó por completo la pelea y se dirigió hacia su prometida a la carrera. A Sakura le bastó una sola mirada de él para comprender que si no se quitaba iba a sufrir bastante. Enseguida le entregó a Hinata y, caminando en reversa, se apartó muchos metros hasta que su espalda dio con una pared.
El general, cuidadosamente, tomó a su musa haciendo que su fornido brazo la abarcara de hombro a hombro. La contusa entreabrió sus ojos y reaccionó parpadeando varias veces al sentir su vista borrosa. De inmediato un punzante dolor acudió a su zona parietal. Escuchó la voz de su novio hablándole, aunque no supo qué le estaba diciendo. Llevó una mano para comprobar el estado de su cabeza, tocándosela del modo más suave posible.
—Ay, me duele mucho la sesera... —dijo con voz trémula—. ¿Qué pasó? —Su último recuerdo es que iba a hacer el Círculo del Diablo contra Sakura; a partir de ahí nada más asomaba en sus memorias.
—Esa pelirrosa maldita te dio un golpe en la cabeza y quedaste privada de sentido.
Los ojos albinos volvieron a parpadear ya que no podía ver a Sasuke, sólo una imagen difusa propia de alguien con miopía severa. Concentrándose rebuscó en su mente nuevamente, logrando atisbar el momento en que le asestó un golpe a la cintura de Sakura. Ésta también había recibido lo suyo.
—¿Ella está bien? Creo que yo igual le di un golpazo fuerte en la cintura.
Los ojos azabaches fueron consumidos por la conmoción. Hinata debería estar iracunda contra quien la dejó en ese estado y, en cambio, se preocupaba por la causante de su migraña. Definitivamente su futura esposa era un caso anómalo.
—¿Qué importa esa maldita? Me faltó poco para romperle el pescuezo de rabia.
Ella, además de agrandar sus ojos de impresión, también evidenció suma preocupación en sus facciones.
—Fue un accidente, Sasuke. ¿No le hiciste nada, verdad?
—No porque Naruto intervino. Y ahora mismo lo haré pagar por ello.
La agresividad que había en esa voz alarmó aún más a la dama de ojos selenitas. Trató de enfocar la faz de Sasuke, no obstante, todavía le faltaba claridad a su visión. Unas chispas brillantes se movían por ésta.
—¿No me digas que ustedes dos están combatiendo? —Aunque quiso incorporarse, un nuevo mareo se lo impidió. Ni la vista ni el equilibrio le funcionaban aún, pero aprovecharía que su lengua sí lo hacía—. No lo hagas por favor. Yo estoy bien, Sasuke; de verdad te lo digo. A lo sumo me quedará un chichón —afirmó mientras se sobaba suavemente el probable lugar en que aparecería.
Mientras seguían intercambiando palabras, Ino y Naruto se aproximaron también.
—¿Estás bien, Hina? —preguntó la coronela.
Se armó una pequeña conversación. Haruno, en tanto, se atrevió a acercarse aunque manteniendo una distancia prudente. No quería que Sasuke la tomara del cuello nuevamente.
—Hina, perdóname por favor, te juro que ese golpe fue accidental.
La aludida trató de ubicarla antes de hablar. Reconoció su silueta, aunque todavía no podía definir bien sus facciones ni el característico color rosado de su pelo.
—No te preocupes, Sakura, la culpa fue mía por tratar de esquivarte. Si no hacía eso no me habrías golpeado.
Se produjo un nuevo intercambio de palabras que Sasuke se vio forzado a tolerar, empero, no comprendía cómo Hinata era capaz de perdonar sin más. Era demasiado indulgente.
—Si ustedes dos pelean terminarán matándose. —Hinata retomó el asunto más importante. En cada palabra dicha se le agriaba la voz, fluctuando ésta entre matices agudos y bajos—. Preocuparme por ustedes sólo hace que me duela más la cabeza —avisó mirando a los dos espadachines de una forma cada vez más clara. El efecto del golpe en su visión por fin estaba diluyéndose.
Ino fue la encargada de explicarle que el combate no sería a muerte, aunque eso no pareció mermar la determinación de Hinata en detener algo que igualmente los dañaría bastante. Tan fiel a sus convicciones como siempre, insistió una y otra vez en el objetivo de parar la futura contienda. No obstante, sus desesperados intentos cayeron en saco roto. Ni el de pelo negro ni el que lo tenía amarillo lucían dispuestos a echar atrás lo pactado.
—Hina..., si no pelean ahora después será peor —terció Ino a favor de ambos varones. No es que estuviera de acuerdo, pero había casos en que el pragmatismo debía brillar—. Deja que descarguen toda su rabia contra el otro a puñetazo limpio. Eso es mucho mejor que asesinarse a espadazos.
—Pero van a quedar muy lastimados. —Por la desesperación que la invadía, sus dedos estrujaron fuertemente la tela de su pantalón.
—Ambos son hombres muy fuertes, esto no los matará.
La de ojos albinos apretó sus labios esbozando una gran disconformidad. Iba a continuar alegando, pero...
—Basta, Hinata —conminó su prometido—. Hay cosas que no se pueden detener.
—Si se supone que haces esto porque Sakura me golpeó, entonces detente aquí. Yo estoy bien.
—Tú puedes disculpar todo lo que quieras, pero no me pidas a mí que haga lo mismo. Yo no perdono, así que el maestro pagará por los pecados de su alumna.
—Seré yo el que te hará pagar por todo lo que hiciste contra mi nación —replicó Naruto, chocando sus puños entre sí.
—Pero... —Hinata intentó continuar su alegato, pero Uchiha lo cortó de raíz al emplear su voz más sombría y amenazante.
—¿O prefieres que me desquite con Sakura que ni siquiera es capaz de defenderse?
—Eso nunca te lo permitiría —espetó Naruto al instante. Luego miró a Hinata para dedicarle las siguientes palabras—. No intervengas por favor —pidió cambiando su agresiva voz anterior hacia una mucho más amable—. Esto es inevitable; es el destino de dos hombres condenados a enfrentarse.
—Más bien diría que esta pelea será la de un hombre —Sasuke se indicó a sí mismo— contra un asqueroso ratón —lo apuntó a él—. Prepárate, roedor, a quedar tan deforme que ni tu madre podrá reconocerte.
—No te atrevas a mencionar a mi mamá, maldito canalla —siseó entredientes—. Contra mí di lo que quieras, ¡pero a ella me la respetas!
—Si tuvieras un poquito de inteligencia notarías que nada dije en contra suya —aclaró enseguida—. Además, ¿qué sabes tú del respeto que se le debe tener a una madre si ni siquiera llegaste a conocer a la tuya?
—Cállate, víbora inmunda —exigió haciendo un vehemente ademán—. Soy huérfano de nacimiento, pero no hay un sólo día en que no piense en mis padres, en que no quiera saber cosas de ellos, en que no me imagine cómo eran. En cambio alguien tan repugnante como tú no tiene sentimientos por nadie, mucho menos sabrás lo que es el respeto a tus padres.
—¿¡Cómo te atreves a decir eso!? —Se enfurruñó al punto de que todo su semblante pareció erizarse y hasta ennegrecerse. Hinata tenía la seguridad de que las plantas no tenían sistema nervioso, pero, si una estuviese frente a Sasuke, no le habría sorprendido ver que se le caían las hojas del susto—. ¿¡Qué sabes tú del dolor de perder a tu clan entero!? ¡No tienes puta idea porque jamás conociste el amor de tus padres o de una familia! ¡Yo sí que conozco ese dolor! ¡Yo sí viví la terrible sensación de ver morir a toda mi sangre! ¡Tú en cambio sólo eres un huérfano que jamás tuvo que perder nada! —Sus ojos, encendiéndose como llamas, arrojaban aún más indignación que sus palabras—. ¿Crees que tu vida fue difícil? No me hagas reír, gusano miserable. ¡Tu dolor jamás podrá compararse con el mío! ¡Jamás de los jamases! —gritó tan exasperado que, cosa rara en él, hasta su rostro se había vuelto medio rojizo por el subidón de la presión sanguínea.
Inundadas por un severo estremecimiento interno, las tres féminas presentes se limitaron a presenciar en completo silencio la discusión que estaba en desarrollo. Ninguna quiso intervenir a sabiendas de que tanto Uchiha como Naruto necesitaban descargar ese funesto sufrimiento que desde muy pequeños cargaron sobre sus hombros. Era imposible no conectar con el dolor que estaban presenciando.
—Por lo menos tú tuviste la oportunidad de conocer el amor de una familia. Los perdiste, sí, pero los tienes en tus recuerdos, puedes evocarlos en tu memoria, puedes contar anécdotas acerca de ellos... ¿En cambio yo qué tengo? Yo no tuve que perder nada porque nací sin nada y créeme que eso también es muy duro. —La voz se le quebró, sus ojos azules haciendo esfuerzos para no soltar lágrimas—. No sé si tu dolor es más fuerte que el mío, puede ser, pero te aseguro que si pudiera cambiar mi vida por la tuya lo haría sin dudarlo. Me habría encantado escuchar a mis padres diciéndome una sola vez «te amo, hijo» o recibir un simple «buenas noches» antes de dormir. —Por su mejilla viajó una solitaria lágrima que llamó a más acompañantes, pero logró contenerlas maximizando su fuerza de voluntad.
Se hizo un silencio espectral. Por primera vez Sasuke sintió que empatizaba con ese rubio ruidoso. Seguía sintiendo que su vida fue mucho peor, de eso no tenía duda alguna, pero reconocía que Naruto también había tenido que pasar por dificultades muy duras de afrontar. Por ello se quedó sin palabras, pues discutir por quién de los dos sufrió más no tenía sentido. Lo que sí lo tenía era desquitar el dolor que ambos sentían peleando contra el otro. Por eso endureció su corazón a pesar de que le costó hacerlo, dispuesto a que su lengua viperina aflorase de nuevo.
—Me das asco, imbécil. ¿Pretendes conmoverme para que me olvide de pelear contigo? ¿O nunca te enseñaron que un hombre nunca debe llorar? Pero de qué me sorprendo si a ti ni siquiera se te puede considerar un hombre, sólo un castrado, un cobarde y un llorón.
Naruto enseguida convirtió al dolor en furia.
—Ahora mismo veremos cuál de los dos es el más hombre, maldito. ¡Prepárate a perder ante mí! —dijo chocando sus puños. Su mirada había vuelto a prenderse en llamas, cosa que a Sasuke le encantó. Deseaba derrotar a ese rival con ojos encendidos de rabia y no al que lucía más sensible de la cuenta.
Ino tragó saliva de una manera sonora al vislumbrar que esto sería más peligroso de lo que pensó en un principio. La idea era que no se mataran, pero la furia ayudaba a incrementar la fuerza y recibir golpes en la cabeza podía provocar descalabros que también podrían llevarlos al otro mundo. Ella no lo sabía pues no tenía el don de ver el futuro, pero incluso en el boxeo moderno muchos púgiles habían muerto en el cuadrilátero a pesar del uso de guantes acolchados que aminoraban los impactos.
Suspiró resignadamente y se subió a la silla dispuesta a fungir de nuevo como árbitra, labor que debería desempeñar con neutralidad. Su lealtad estaba con Sasuke, de eso no había duda alguna, pero tampoco quería ver a Naruto perdiendo. Alguien tan abnegado como él no se merecía una segunda derrota. Si tuviera que elegir el final ideal, ese sería que ambos consiguieran un empate noqueándose mutuamente.
—¿Están listos?
—Sí —respondieron ambos contendientes.
—Muy bien, entonces que comience el pugilato —dijo con evidente preocupación tanto en voz como en semblante.
Lo único que deseaba Hinata era cerrar los ojos o, mejor aún, entrometerse entre los dos para finalizar esta locura. No quería ver a uno siendo apaleado por el otro, aunque obviamente, y ya obligada a elegir, apoyaría a Sasuke tal como él lo hizo con ella: con toda el alma. Sólo esperaba que ninguno de los dos saliese muy lastimado.
Sakura, por su parte, ahora más que nunca respaldaría con todo a su amigo blondo. Sabía de primera mano que Naruto se sentía muy culpable por la derrota de su patria en la guerra, así que darle una zurra a Sasuke ayudaría a calmarle ese profundo dolor interno que llevaba.
Así, el desarrollo del combate resultó tan técnico como uno de esgrima, aunque más complicado y largo por lo que implicaba atacar sólo por medio de sus puños. Se sucedieron ataques y defensas, y también vistosas idas y venidas junto a espectaculares juegos de pies. Tuvieron que pasar treinta y un largos minutos para que, en un feroz intercambio de puñetazos, por fin llegase la primera caída del duelo. En un contrataque, Sasuke le conectó a Naruto uno de esos golpes que afligían sólo de verlos y que era el más doloroso del boxeo: un gancho al hígado a plena potencia.
Hinata sufrió distorsionando todas sus facciones. Ino tuvo que apretar los dientes. Sakura, por su parte, tuvo que morderse el dorso de la mano a fin de desfogar la tensión que se había acumulado en cada uno de sus nervios. El golpe fue brutal de verdad, tanto así que Naruto cayó de rodillas y su frente quedó pegada al suelo mientras se sujetaba con ambas manos la zona abdominal. El sufrimiento corporal que expresaba era dantesco y los sufridos chillidos lo hacían todavía peor.
—¿Qué pasó? ¿Tienes cólicos porque te llegó la regla? —Se mofó el pelinegro empleando el modo más hiriente posible.
El retoño de Kushina trató de responder, pero no pudo siquiera mover la lengua. Le faltaba el aire y su visión se había vuelto grisácea a la par que se llenaba de móviles fosfenos.
—Tú ya no te levantas, basura humana. El triunfo es mío otra vez, pues, mientras yo viva, tú siempre serás un pobre segundón.
—A tu esquina, Sasuke —ordenó Ino imponiendo su autoridad como referí.
—Soy y siempre seré el guerrero más fuerte de todos —remató a su manera más prepotente y un segundo después levantó un brazo al cielo en señal de victoria. Luego se fue caminando confiadamente hacia su musa.
—Uno... —La rubia comenzó a contar mientras movía su mano en alto y la bajaba a cada número—. Dos...
A cada paso que daba, el último Uchiha destellaba una satisfacción tremenda. Era la segunda vez que vencía a Naruto y de eso estaba segurísimo, pues nadie, ni siquiera alguien tan fuerte como el de cabellos áureos, podría levantarse en tan poco tiempo de un golpe directo al hígado. Fue tan devastador que, de no ser por la musculatura del abdomen, incluso podría haberle reventado el apéndice como un daño colateral.
—Tres...
Naruto no quería saber nada más. De buena gana se dejaría ganar por el dolor, revolcándose sobre el suelo por la quemazón incendiaria que sufría en el interior de su vientre. Sólo una vez había sentido algo tan lacerante en esa zona: cuando todavía no era tan hábil en la esgrima, y siendo recién un púber, recibió por accidente un terrible golpe en los testículos. Y como las múltiples terminaciones nerviosas de éstos se ramificaban también en las profundidades del abdomen, el dolor se intensificaba de una manera espantosa en dos lugares que ya de por sí eran muy sensibles. Más de una vez Uzumaki se preguntó, por simple curiosidad, si el dolor de un parto podía equipararse al que él había sentido. Y estaba totalmente convencido de que no exageraba haciéndose esa pregunta pues el sufrimiento le fue realmente atroz, tanto que quedó tumbado por varios minutos sin posibilidad alguna de levantarse. Si tuviese que describirlo fue como si le apachurraran sus «joyas» a la vez que sus intestinos, hígado y estómago, reventaban por dentro.
—Trece...
Reaccionando a lo externo en lugar de seguir inmerso en sus pensamientos, a Uzumaki le costó creer que ya habían transcurrido diez segundos desde el último número que oyó. Recordando que ese dolor testicular era incluso peor que el hepático, se enfocó en pensar positivo a pesar de que el suplicio actual abrumaba todos sus centros nerviosos. Apretó sus dientes y pensó en sus seres más queridos, imaginando que Shikamaru, Tenten, Kiba, Shino, e incluso esos padres que no pudo conocer, lo animaban desde dondequiera que estuviesen. Fue entonces que, entre el supremo dolor que lo atosigaba, también escuchó en el mundo tangible que una queridísima chica de pelo rosado le daba ánimos a viva voz.
—¡Vamos, Naruto! —gritaba ella a todo pulmón—. ¡Tu camino guerrero es el de nunca rendirte! ¡Siempre cumples lo que dices y sé que ahora también lo harás!
Oír la voz de su amiga justo ahora fue como una inyección de vigor, una que erguía su voluntad hasta el punto de motivarlo a escalar la montaña más alta del mundo.
—Dieciséis —continuó Ino la cuenta que cada vez se hacía más implacable.
El de pelo mostaza colocó una rodilla y sus dos puños firmemente sobre el suelo. Si iba a ponerse de pie debería hacerlo al primer intento. Para conseguirlo iba poner toda la fuerza de su alma, visualizando su levantamiento antes del número veinte. Tenía que creer en sí mismo ciegamente tal y como siempre lo hacía.
—Diecisiete...
Mientras tanto Sasuke, dispuesto a marcharse por la puerta, se giró y tomó a su musa desde la cintura. Pensó que ella se dejaría guiar por él, pero su mano encontró que ese cuerpo más menudo que el suyo hacía resistencia. Quería seguir mirando hacia el frente.
—Vamos, Hinata, el combate ya terminó —dijo segurísimo de su victoria.
—Es que Naruto está tratando de levantarse... —contó lo que estaba pasando.
—Dieciocho...
—Por más que lo intente no podrá hacerlo. Aunque seas el hombre más macho y resistente de todos, un gancho directo al hígado paraliza tus piernas como no tienes idea. Colapsar contra el piso es inevitable y veinte segundos es una cantidad de tiempo insuficiente para ponerse de pie. Es imposible que se levante porque ahora mismo está más muerto que vivo.
—Diecinueve... —anunció Ino el penúltimo número.
Sasuke, de espaldas al rubio, sólo se fijó en la tremenda expresión de asombro que de súbito poseyó el rostro de su amada, quien, sin ser capaz de dar un solo paso, permaneció estancada en su lugar. Esa cara le gritaba que había sucedido lo extraordinario, pero no deseaba admitirlo ni quería girarse a comprobarlo. Consternado, se concentró en escuchar el veinte que Ino debía lanzar, pero el ansiado número jamás llegó. Sin más remedio, tuvo que darse la vuelta y entonces vio lo que creía imposible...
Naruto estaba de pie; bamboleándose claramente, pero de pie. Aun así lo más asombroso no era aquello, sino que el muy maldito estaba sonriendo...
¡Sonriendo después de ese tremendo golpazo!
Ninguno de los presentes daba crédito a lo que presenciaban sus ojos, puesto que ahora mismo estaba todo en contra de Uzumaki: el dolor en su vientre debía ser espantoso, las piernas le temblaban como gelatina, también era evidente que se sentía débil hasta el hartazgo, mas, aun así, ese guerrero tenía una amplia sonrisa...
¿Lo hacía por nervios o era un tonto que no se daba cuenta de la desventaja que tenía ahora mismo? ¿O definitivamente se trataba de un loco de remate?
No. Era Naruto Uzumaki y con sólo escuchar ese nombre ya se podía entender lo que sucedía: por más difícil que fuera el desafío él nunca se rendiría, siempre curvaría sus labios ante la adversidad porque esa era su forma de ser desde niño: enfrentar al mundo entero con una gran sonrisa de por medio. Si a Ino ese blondo ya le gustaba, ahora mismo sentía que lo admiraba con todas las fuerzas de su corazón. ¡Qué gran valentía tenía! Por algo era el único hombre existente que podía estar a la altura de Sasuke Uchiha, el único capaz de rivalizar contra él.
El estupor tomó posesión de los ojos negros al punto que dieron un brinco dentro de las órbitas. Parecía imposible, pero, en efecto, su eterno rival estaba erguido después de semejante zambombazo. Tuvo que apretar sus labios para que no dibujasen la penúltima vocal. Es que no podía creerlo, ese puñetazo le había llegado directamente y se suponía que ningún ser humano, ¡ninguno!, debería poder levantarse en tan sólo diecinueve segundos tras esa bestialidad de golpe.
Era obvio que sus burlas tan despectivas, tan llenas de desprecio, también habían ayudado a que el espíritu de Naruto se enardeciera hasta cumplir la meta de levantarse. Fue entonces que recordó un sabio consejo que Itachi le dio durante la infancia y que su odio por Uzumaki le llevó a ignorar: «humillar al oponente siempre es contraproducente porque le generas más fuerzas para ganarte».
—¿Por qué tanto asombro? —cuestionó Naruto, sacándolo de sus cavilaciones—. ¿En serio creías que me ibas a derrotar con tan poco? —añadió con una voz que, pese a estar trémula y entrecortada, de algún modo lograba denotar una gigantesca seguridad.
Uchiha tuvo que maximizar sus esfuerzos para anular el pasmo que lo poseía.
—Estúpido —reaccionó severamente irritado—, sólo te levantaste para sufrir más. Así como estás no eres rival para mí.
—¿Que ya no soy rival para ti? —preguntó con ese temple desmedido que solía tener—. Entiende que para mí nada es imposible, cabrón, así que acércate y comprobemos si tus palabras son ciertas. —Dicho esto abrió y cerró sus puños, checando de ese modo si el dominio de sus brazos había resultado afectado. Le encantó ver que no.
En tanto la discusión proseguía, Ino sintió un estremecimiento de emoción. No cabía duda que ambos guerreros eran extraordinarios, empero, volvió a admirar la tremenda determinación espiritual de Naruto unida a su impresionante resiliencia física. Era contradictorio lo que sentía: no deseaba ver a ninguno apalizado ni victorioso y, al mismo tiempo, tampoco deseaba detenerlos porque perderse un combate de tanta calidad le era igual que cometer un grave pecado.
—No seas ridículo, ¿qué puedes hacer en ese estado paupérrimo? —espetó el de ojos brunos mientras chocaba sus puños el uno contra el otro—. Apenas te mantienes en pie, mono culeado. Ese golpazo te dejó casi muerto. Uno más como ese y te dejaré paralítico.
—¿Paralítico? Qué gracioso eres —se burló mientras se limpiaba la sangre de la boca—. Para que lo sepas Sakura pega muchísimo más fuerte que tú. Es más, comparados a sus golpes los tuyos son como los de un bebé.
La aludida se sonrojó mientras ganas de protestar le nacían, mas no deseaba desconcentrar a su amigo de pelo mostaza. Ahora más que nunca necesitaba centrarse para poder ganar.
En tanto la discusión continuaba, Ino dio unos pasos atrás en dirección hacia la silla y, sin necesidad de mirarla, dio un salto hacia atrás que la hizo subirse en ella. Entonces, sin ocultar su emoción de guerrera, señaló con sus manos que el combate se reanudaba.
—Prepárate a perder, greñudo del demonio —dijo el rubio guerrero con un talante que volvía a brillar como si recién iniciase el combate, rematándolo con una amplia sonrisa que surgía otra vez en su rostro. Aquello era un detalle que también formaba parte de la guerra psicológica, dado que transmitía al oponente que portaba una confianza a toda prueba.
—Muy bien, cerebro de caca, ponte a temblar porque muy pronto estarás convulsionando sobre el suelo.
A pesar de sus sañosas palabras, Sasuke no pudo evitar que sentía un respeto enorme por ese orate obstinado. Debía reconocer que no podía tener un mejor rival que él, aunque esta vez lo haría besar el piso de una manera tal que con suerte podría librarse de un daño cerebral. Dispuesto a aprovechar el tembleque de piernas de Uzumaki, se arrojó contra él a fin de rematarlo.
En el fuerte que ocupaba el monte Escanor, un pelirrojo sin cejas observaba desde una de las torres el enorme campamento que Danzo y Deidara habían formado a los pies del monte. Al ojímetro debían haber unos diez mil soldados apostados.
El rubio artista ya lo había desafiado un montón de veces gritando a todo pulmón, llamándolo cobarde y otros epítetos similares a fin de provocar el combate y terminar el asedio de una buena vez. Gaara no había aceptado, pues incluso ahora, dos meses después, sus costillas no habían sanado del todo. Aun así, tenía que preparararse para enfrentar a Deidara en el que sería el duelo final. No podía seguir postergando el encuentro, dado que las provisiones aguantarían un máximo de dos días más. Precisamente su teniente se acercaba a fin de informarle la crítica situación.
—Permiso para hablar, señor.
—Adelante —contestó mirándolo fijamente.
—Sé que no le gustará oír esto, pero los víveres están a punto de acabarse a pesar de la reducción de raciones. Si seguimos así después estaremos demasiado débiles para poder pelear. Además los civiles ya comienzan a resentir la falta de comida, de hecho algunos están enfermando.
Gaara había evacuado a las personas de su aldea natal hacia el fuerte, pues temía que Deidara, a fin de forzarlo a luchar, quemara todo a su paso. Finalmente no fue él quien lo hizo, sino Danzo Shimura el que destruyó su pueblo como castigo a su rebeldía. Había salvado a su gente trayéndolos consigo a la fortaleza, pero el costo por ello era claro: las provisiones se acabarían mucho antes. Ni en sus peores delirios avizoró que iba a estar dos meses sitiado sin posibilidades de escapar. Se suponía que a estas alturas Sasuke e Ino ya estarían atacando la retaguardia de Danzo a fin de romper el maldito asedio.
—Entre paredes ya está escuchándose la palabra motín —siguió informando el teniente— y usted, por muy fuerte que sea, no podrá contra todos si eso sucede.
Gaara hubiese preferido seguir esperando la llegada de refuerzos para finalizar el asedio, pero la situación era muy grave y no sabía que la rebelión liderada por Uchiha avanzaría en tan solo unos días más. Por ello, la única posibilidad de evitar la muerte por inanición era la que detallaría precisamente ahora:
—Dile a los legionarios que en dos horas saldré a pelear contra Deidara. Quiero que preparen sus armas y escudos porque, cuando el duelo acabe, sé que Danzo enviará a sus hombres a atacar. En ese momento tendrán que mantener la formación a toda costa y matarán a todos los enemigos posibles mientras avanzan un poco de terreno. No habrá piedad ni tomaremos prisioneros. Por detrás de la vanguardia quiero a tres escuadrones, éstos se dedicarán a trasladar los cadáveres enemigos desde el campo de batalla hacia el fuerte. Ellos serán nuestra fuente de nutrientes. Una vez que tengamos suficiente comida, el corneta dará la señal de retirada y los sobrevivientes entrarán al fuerte de nuevo.
—El canibalismo es muy ingrato —dijo mientras se sobaba el estómago con acritud—, pero supongo que es la única alternativa que nos queda. ¿Qué pasará con los cadáveres de los nuestros? ¿Los recogemos también?
—Alimentarnos de ellos resultaría aún más traumatizante, así que nuestra total prioridad son los cadáveres enemigos. Sé que los nuestros merecen un entierro digno, pero no tenemos otra opción.
El teniente llevó una mano a su sien como forma de asentimiento militar. Luego le preguntó si ya estaba recuperado de sus costillas y otras cosas concernientes a la inminente batalla.
—Bien, señor, les diré a todos sus planes. Y con todo respeto, ¿me permite una infidencia?
—Habla.
El guerrero tragó saliva, pero decidido a honrar su grado de teniente se atrevió a lanzar su incómoda pregunta.
—No quiero poner en duda sus capacidades combativas, señor, pero si sus costillas aún no sanan del todo le será complicado ganarle a Deidara. ¿Cree que pueda lograrlo?
—Tengo que hacerlo. Avisa a los hombres y diles que tienen un par de horas para despedirse de sus seres queridos.
—Sí, señor.
Gaara caminó por los pasillos sin techo de la fortaleza, dirigiéndose hacia el aposento que actualmente ocupaba Temari. El peligro de que tuviera lepra se había aminorado, pues su rostro lucía tan lozano como siempre. Aun así ella, por decisión propia, seguía manteniéndose a un trecho prudente de cualquier persona. Sólo al transcurrir unos cuatro meses más podría estar totalmente segura de que no estaba contagiada.
Distanciada a unos metros de la rubia de tonos cobrizos estaba Matsuri, quien, mientras ambas conversaban, ocupaba una silla cercana a una ventana con persianas de madera. Las dos féminas se habían hecho muy amigas y Temari, tan directa como siempre, más de una vez le había dicho que le gustaría tenerla de cuñada. La aludida, además de sonrojarse a un estilo «hinatesco», respondía que eso dependía de Gaara y no de ella.
—La situación es insostenible por más tiempo. —Apenas Gaara entró por la puerta, informó mirando en primer lugar a su hermana y luego a Matsuri—. Todas las provisiones se acabarán en dos días —dijo con semblante frío, como si fuese una cosa de poca importancia. La costumbre de jamás mostrar preocupación la tenía demasiado arraigada como para deshacerla aún.
—Me imagino que no tienes más alternativa que luchar contra Deidara —asimiló Temari sin rodeos, aunque, a diferencia de su hermano, su desasosiego sí traslucía—. Sabes que todavía no te recuperas del todo —advirtió seriamente—. Podríamos aguantar hasta un mes sin comer si es necesario.
Gaara negó con su cabeza.
—A ese punto estaríamos demasiado debilitados para combatir, además de quedar más propensos a enfermedades.
Siguieron hablando un rato de las nefastas circunstancias. Las voces eran bajas y los semblantes taciturnos, cosas propias de una inminente despedida que podía ser para siempre.
—Esperaré afuera —anunció Matsuri, dando rápidos pasos hacia la salida—. Ustedes necesitan algo de privacidad. —Y antes de que alguno pudiera responderle, abrió la puerta y la cerró tras de sí.
Gaara y Temari habían mejorado mucho su relación durante los dos meses del asedio, tanto así que la fémina tuvo muchas ganas de abrazarlo. Sólo el temor de contagiarle la lepra le impidió hacerlo. Gaara, por su parte, aunque no deseaba rebajarse a mostrar cursilerías sí le expresó palabras de afecto que en otras circunstancias nunca habría dicho. Esta podía ser la última despedida y no quería guardarse nada.
Tras ello la rubia se colocó una bufanda sobre la boca y un velo sobre el pelo, dirigiéndose entonces hacia la puerta.
—Matsuri, sería bueno que hablaras con mi hermano —la invitó a reingresar—. Yo iré al balcón para darles una merecida privacidad. También aprovecharé de tomar aire fresco.
—Pero... —dijo mostrando dubitación y renuencia.
—Si quieres decirle algo a mi hermano este es el momento. Puede que después ya no puedas... —dijo con la voz quebrada. Y como si no quisiera que nadie le viera lágrimas, salió raudamente hacia la terraza ubicada a una docena de metros.
La castaña se frotó las manos al sentirlas demasiado heladas, echándoles también el calor de su aliento. Hubiera querido hacer lo mismo con los pies, pero sintió que mucho más urgente era acudir con Gaara lo antes posible. Eso sí, tomó nota mental de que si lograba sobrevivir a este asedio se haría unos guantes y unas calcetas de lana ovejuna.
En cuanto reentró a la habitación vio que el pelirrojo observaba a través de la ventana. ¿Quizás intentaba localizar a Deidara a los pies del monte?
—Señor Gaara, ¿de verdad es necesario que luche? —dijo tras hacer notar su presencia carraspeando.
—Lo es —dijo él sin voltearse a verla.
Ella bajó su cabeza dando un hondo suspiro.
—Pero tiene que haber alguna otra manera...
—Hay tres formas clásicas de terminar con un asedio —inició Gaara una explicación—: la primera es atacar de frente, algo que en el noventa y nueve por ciento de los casos resulta en una derrota catastrófica. La segunda y más exitosa consiste en esperar a que grandes refuerzos ataquen al enemigo por la retaguardia mientras los asediados lo hacen por la vanguardia. Y la tercera es hacer un túnel secreto para eludir el asedio. Dos meses atrás pude optar por la última opción, pero, creyendo que Sasuke e Ino vendrían más pronto que tarde, me pareció malgastar energías en vano. Hacer un túnel es muy trabajoso y habríamos consumido nuestras provisiones mucho antes.
—¿Y ahora se arrepiente de no haber dado esa orden, verdad? Puedo leerlo en sus ojos.
Gaara hubiese dado un respingo de no reprimirlo hábilmente. A veces le sorprendía lo asertiva que era esa chica cuando se trataba de él; era como si le leyera la mente a través de la mirada. En primer lugar eso de leer los ojos siempre le pareció una tontería, pues a su juicio lo que la gente interpretaba era el rostro en sí. Y segundamente, si en verdad los luceros eran capaces de lanzar las verdades del alma entonces no creía que los suyos pudiesen ser legibles para alguien.
—Tienes razón, debí dar esa orden —dijo finalmente tras muchos segundos—. Eso demuestra que uno siempre debe estar preparado para lo peor en vez de hacerse expectativas esperando lo mejor. Si estamos en esta situación es por mi responsabilidad —dijo cerrando el puño por la horrible frustración.
—Señor Gaara, no se culpe por favor —dijo con un gesto amargo, aunque su voz destelló una dulce comprensión—. Nada garantiza que la construcción de un túnel hubiese servido. Éste pudo derrumbarse o los enemigos pudieron escuchar el ruido de las herramientas y entonces todo habría sido trabajo perdido. Hacer algo tan laborioso hubiese consumido nuestras provisiones mucho antes.
Y ahí estaba de nuevo esa chica apoyándolo como siempre. Si fuera alguien que sonriera, lo habría hecho en este momento.
—Matsuri, quiero agradecerte todo lo que has hecho por mi hermana y por mí —dijo yendo directo al grano, intentando premiarla a través de sentidas palabras—. No entiendo por qué has sido tan amable con un ser tan oscuro como yo.
Ella agrandó sus negros luceros hasta el punto de casi volverse ojiplática.
—¿Oscuro? No sé qué concepto tenga usted de sí mismo, pero lo que yo he visto es un hombre que se preocupa mucho por su hermana y de la gente de nuestra aldea —mencionó con ojos que relumbraban de emoción.
—Eso es sólo un poco de bondad entre la maldad —precisó él—. Te diré algo para que lo comprendas: desde muy niño aprendí que si confío seré traicionado y que si no me defiendo me asesinarán; que yo debo matar antes de que me maten, pues incluso mi propio padre y mi único amigo trataron de extinguir mi vida.
—Señor Gaara... —dijo conmovida—. Yo...
—Mi existencia —continuó— ha sido guiada durante muchos años por esas premisas y, pese a que estoy dando un cambio, mucha oscuridad persiste en mí. Tanto es así que más de una vez he pensado en asesinarte.
Él pensó que Matsuri se asustaría por lo revelado; no todos los días una persona escucha de otra que ha pensado en matarla. Sin embargo, grande fue su sorpresa al ver que ella no mostraba ninguna señal de miedo o de asombro. Esa chica era rara de verdad.
—¿Por qué se le ha pasado por la cabeza matarme? —indagó tranquilamente.
—Porque tanta amabilidad prodigada a alguien como yo me resulta muy sospechosa.
—Entiendo que piense así, créame que lo hago... ¿Pero de verdad no intuye porque soy así con usted?
—No lo comprendo y eso me confunde. Más de una vez he pensado que podrías ser una espía enviada para liquidarme, pero esa idea no me calza porque perfectamente pudiste hacerlo cuando estuve agonizando tras caer al mar. En cambio hiciste todo lo que estuvo a tu alcance para salvarme la vida. Otras veces he pensado que eres la hermana de algún guerrero que yo maté y que ahora buscas otro tipo de venganza, una que me haga sufrir en vida en lugar de darme muerte.
Esta vez Matsuri sí que abrió su boca por la sorpresa. Parpadeó dos veces y se rascó la cabeza en señal de frustración.
—¿De verdad no entiende por qué me comporto así con usted? —cuestionó casi con tono de reproche—. ¿O es que no quiere entenderlo?
Gaara respiró profundamente al sentirse presionado.
—¿Si tú estuvieras en mi lugar no te parecería extraño? ¿No sospecharías?
Esta vez fue el turno de Matsuri para respirar de honda forma. Sintió que su cara comenzaba a arder poco a poco.
—¿De verdad piensa que quiero hacerle daño? ¿No se da cuenta de que yo...? —En un primer momento se sintió incapaz de confesarlo. Necesitaba reunir más fuerza para lograrlo, aunque se le hacía tan evidente que consideraba innecesario decirlo explícitamente. Aun así carraspeó y se aventó valientemente hacia la verdad—. Yo estoy enamorada de usted, señor Gaara.
Él no era tonto, sabía que esa podía ser la razón verdadera, pero le daba miedo, sí, miedo, aceptar que eso fuese cierto. ¿Por qué alguien habría de amarlo a él? ¿Quién sería capaz de amar a un demonio?
—¿Y si estás intentando seducirme para vengarte? ¿Y si quieres enamorarme para después matarme de dolor? ¿Y si me entierras un cuchillo mientras hacemos el amor?
Matsuri enrojeció de golpe por lo último, aunque segundos después se conmovió harto por esas dudas tan espeluznantes. Era obvio que Gaara tenía un trauma demasiado grande respecto a confiar en los demás, uno que en todo caso era perfectamente entendible.
De pronto y sin poder evitarlo, los emocionados ojos negros empezaron a enaguarse.
—Créame que yo nunca le haría daño. Nunca jamás. Sé que le es muy difícil confiar en alguien, eso lo comprendo perfectamente, pero por favor deme una oportunidad para tocar su corazón y verá que valdrá la pena. —Un fulguroso calor la recorrió de pies a cabeza y, deshaciendo cualquier clase de timidez, se le acercó más y le tomó la mano con dulzor—. Si le gusto siquiera un poquito, entonces por favor deme la oportunidad de hacerlo feliz y de ser feliz junto a usted.
Él la miró, obnubilado por la pasión conque emergía cada una de sus palabras.
Siguieron hablando profundamente, resucitando una situación parecida a la que Sasuke y Hinata vivieron en su momento. Cuando la decisiva charla terminó, ambos se dieron un beso que Matsuri saborizó inevitablemente con sus emocionadas lágrimas. Le rogó que volviese a salvo, que le ganara a Deidara para retornar a sus brazos. Gaara, sin asegurar nada porque era imposible hacerlo contra alguien tan peligroso como ese blondo, se limitó a contestarle con un cordial «espero verte de nuevo».
En cuanto salió por la puerta vio más allá a Temari, cuyo semblante no lucía la fortaleza de siempre. Si él caía entonces ella habría perdido a sus dos hermanos, dolor que de verdad quería evitarle por sobre todas las cosas. Con Matsuri de testigo mirándolos a través de la ventana, la blonda y el pelirrojo se despidieron otra vez. Sus bocas no cayeron en cursilerías, pero tampoco en frialdad.
Más tarde, los preparativos para el duelo se realizaron sin contratiempos tras el anuncio a gritos que llegó desde el fuerte. Entonces las tropas de Deidara retrocedieron lo necesario y, acto seguido, Gaara salió por la puerta principal de la fortaleza con una escolta de mil hombres, los más fuertes y ágiles. Un rato después el artista avanzó en solitario, dejando a su legión atrás. Como hombres de honor, los soldados de cada bando respetarían el duelo manteniéndose apartados hasta el final. Danzo, por su parte, estaba bien protegido por la guardia imperial, hombres de Raíz fieles a él. Normalmente se habría quedado esperando en su tienda de campaña, mas quería ver con sus propios ojos como el traidor de Gaara caía muerto inevitablemente.
A siete metros el uno del otro, los enemigos acérrimos se miraron con ojos acerados. El ambiente despedía una tensión brutal y la parca, ansiosa y entretenida al mismo tiempo, afilaba sus colmillos a la espera de que uno o dos trofeos muy valiosos cayeran en la eternidad de sus aposentos.
A Deidara le extrañó muchísimo que su enemigo no portara algún escudo. Era sorprendente en alguien como Gaara, cuya esgrima dependía mucho de tal objeto. Sin embargo, aún más raro le fue ver que algo llevaba en la espalda. Desde su posición no pudo definir de manera exacta qué era, pero parecía una especie de alargado recipiente. Fuera lo que fuera, evidentemente no era un escudo ni tampoco un carcaj.
—¿Qué llevas por detrás? ¿Pretendes atacarme lanzándome arena voladora o algo así? —se mofó el pelirrubio.
—Aprovecha de burlarte cuánto quieras porque hoy tu vida se extingue, Deidara.
—Bla, bla, bla; ya me dijiste eso dos veces y te he ganado sin que puedas hacer nada para evitarlo. Te advierto que esta vez se acaba el Deidara buena onda y compasivo, ahora no tendré piedad alguna contigo.
—El que no tendrá piedad seré yo. Y a diferencia tuya, yo sí me aseguraré de que estés bien muerto.
—Pobre iluso, sigues soñando con lo imposible —sonrió confiadamente—. Mejor vete despidiendo de este mundo porque nunca más lo volverás a ver, hm.
Naruto había empleado a la perfección una defensa basada en peligrosos contrataques, mismos que le dieron el tiempo suficiente para paliar los nocivos efectos que el gancho al hígado había provocado en sus piernas. Tras recuperarse hábilmente, el combate prosiguió por tantos minutos que las chicas incluso llegaron a pensar que duraría hasta que uno de los dos muriera de sed. Ino echó un vistazo a su reloj de arena comprobando que ésta pasó de un compartimento al otro quizás hacía cuánto tiempo, lo cual significaba que, como mínimo, una hora había transcurrido desde el inicio del duelo pugilístico.
Finalmente, tras tanto tiempo, llegó un movimiento que cambiaría la dinámica de la paridad: Naruto lanzó un ataque combinado de derechas e izquierdas que, a una velocidad de centella, buscaban impactar la cabeza de Sasuke. Éste bloqueó de excelente manera, esperando a que el blondo se agotara tras semejante esfuerzo para así dar un certero contrataque que significaría el final de la contienda. Sin embargo, lo que esperaba no sucedió: Naruto agotó hasta sus últimas energías en sobrepasar su defensa. Así, finalmente la fuerza de sus puños logró mover los brazos del pelinegro y, aprovechando esa oportunidad que sólo duraría un segundo, le conectó un derechazo bestial al estómago que le quitó todo el aire. El puño de Uzumaki incluso pareció hundirse en el vientre de Sasuke igual que un puñal. Que el general se inclinara fue inevitable y entonces el atacante le mandó al Uchiha un gancho descendente a la mandíbula que terminó de enviarlo de bruces al suelo. La fuerza del golpe fue tanta que su cuerpo incluso rebotó unos centímetros.
—¿Qué pasó, basura? ¿No que muy invencible? —espetó Uzumaki mientras arrojaba un escupo a un costado, tal como Sasuke se lo hizo antes.
Inconforme todavía, recordó a todos sus camaradas caídos y todo el dolor que su patria sufrió durante la guerra, de modo que, motivado por su rencor, levantó una pierna y se preparó a darle un feroz puntapié al abdomen. Ino, presta a detenerlo, estuvo a punto de gritarle «¡Hazlo y me tendrás como enemiga para siempre!», pero no fue necesario. Naruto logró dominar a su odio a pesar de cuán grande era éste, echando la pierna de vuelta a su posición normal. Aquello hizo que la rubia lo admirara todavía más. Era difícil controlar la rabia y él lo había hecho.
Tres segundos después, Hinata arribó de carrera junto a ellos.
—Por todos los dioses, Sasuke está tan tieso como un muerto —dijo la recién llegada, completamente horrorizada por lo que contemplaba. Sin perder tiempo se arrodilló al lado de su novio para ver si seguía respirando. Necesitaba socorrerlo ahora mismo.
—No te preocupes tanto, sólo está inconsciente —replicó el jadeante hijo de Minato—. Algo así sería incapaz de matar a ese diablo —añadió muy seguro de lo dicho.
—Concuerdo, si hay alguien duro de matar ese es Sasuke —apoyó enseguida Yamanaka—. Ahora, Naruto, vete a tu esquina si quieres que inicie la cuenta.
—¿¡Pero de qué cuenta hablas!? —Se oyó el desesperado grito de la Hyuga, poniéndose de pie mientras miraba a la árbitra—. ¿No ves que está casi muerto?
—Contrólate, Hinata —exigió la soldado, esbozando una voz de lo más serena—. Él querría que respetemos los veinte segundos que tiene para levantarse y eso es lo que haremos. Después lo atenderemos.
—Podrías contarle hasta mil, pero ese bastardo ya no se levantará —puntualizó el de pelo mostaza, mirando a su enemigo con el desdén que se usa contra un perdedor—. Tendrá mucha suerte si se despierta hoy —aseveró mientras volvía a su esquina empleando pasos menos firmes de lo recomendable. A pesar de eso estaba segurísimo de que el triunfo ya le pertenecía, razón por la que una sonrisa nació en su maltrecho semblante.
La de luceros blanquinosos permaneció patitiesa en su lugar. Quería respetar la cuenta en honor a Sasuke, pero mucho más le preocupaba su salud. Impulsada por ésta se agachó nuevamente, esperando poder incorporarlo y llevárselo a otro lugar en que poder atenderlo mejor.
—Hinata —alzó su voz la blonda, llamándole la atención otra vez—, entiendo cómo te sientes, pero sólo aguanta veinte segundos y podremos hacerle las curaciones que necesita. Si Sasuke es descalificado después será peor porque se desquitará contigo —aconsejó fuerte y claro.
La Hyuga se vio en la disyuntiva de obedecer o no. Lo único que ansiaba era terminar esta masacre y ayudar a su amado, pero sabía que él se lo recriminaría por toda la vida si lo hacía. ¿Qué opción debía escoger?
—Mira, como te veo tan preocupada empezaré la cuenta desde el nueve. De todos modos es lo justo porque ya perdí muchos segundos alegando —declaró sentenciosamente la bella espía—. ¿Alguna objeción? —preguntó mirando a Naruto. Como nada llegó de éste, prosiguió sin más—. Nueve...
A diferencia de lo que pensaban todos, el último Uchiha no estaba noqueado, empero, sí que navegaba entre las brumas que separaban la consciencia de la inconsciencia. Había escuchado voces alzadas que parecían debatir, pero era como si provinieran de otra dimensión por lo difusas y lejanas que emergían. Sin embargo, de repente un número se clavó en su cerebro como una afilada estaca: el nueve. ¿Tan mal estaba que ni siquiera había oído los primeros ocho?
Por lo visto, sí.
«¡No voy a perder ante ti, Naruto!», se dijo con fuerzas, plenamente lúcido respecto a que debía levantarse lo antes posible. No podía desperdiciar siquiera un mísero segundo, pues nadie le garantizaba que podría ponerse de pie al primer intento. Depositó el peso de su torso sobre las manos y el de las piernas sobre las rodillas.
El impacto de verlo moverse hizo que todos los presentes abriesen la boca desmesuradamente.
El pelinegro, ajeno a lo que lo rodeaba, continuó sus esfuerzos por erguir su espalda, lográndolo finalmente. Sin embargo, el movimiento resultante fue tan rápido que su estómago sufrió un retortijón terrible. El golpe que Uzumaki le había dado justo ahí le hizo demasiada mella. Un segundo después sintió fulminantes arcadas que supo no podría contener. Dejó que su torso adquiriera una posición horizontal nuevamente y entonces el vómito, un verdoso fluido que mezclaba diminutos restos de carne con arroz, se desparramó por el piso. Tuvo que devolver el almuerzo otra vez para que su estómago pudiese experimentar una sensación de necesario vacío.
—Once... —continuó la cuenta Ino tras un pequeño retraso provocado por la impresión. Hinata, en cambio, retorció su rostro y se mordió los nudillos de tal modo que los dientes se le marcaron en la carne.
Mientras tanto Naruto se habría burlado efusivamente de lo recién visto, pero, para su gran pesar, no es que él estuviese mucho mejor. Ya sentía la cara muy hinchada, los brazos le hormigueaban, las rodillas le temblaban y un mareo lo obligó a sentarse para no darse un costalazo contra el piso. Para colmo, de su nariz manaba mucha sangre que le impedía respirar, obligándolo a jalar aire sólo por la boca. Usando el índice se tapó una fosa nasal para expulsar el líquido vital con una fuerte espiración, saliendo éste entremezclado con un poco de incolora mucosidad. Luego repitió el proceso con el otro conducto nasal.
—Espero que Sasuke no se ponga de pie. Aunque no lo quieras aceptar tú también estás muy mal, Naruto —comentó una Sakura que se le había acercado. Pese al marcado daño que veía en esa cara, conservaba el temple propio de una avezada enfermera que había visto cosas mucho peores.
El aludido no quiso gastar sus fuerzas contestándole, mas deseó con toda su alma que su eterno rival no se levantara. Con la poca energía que le quedaba no sabía si podría derribarlo de nuevo. Le urgía que esta lucha terminase ahora mismo.
—Doce...
Sasuke percibió en su lengua el disgustoso sabor agriado inherente al vómito. Como si fuese poco, el calambre estomacal le provocó un par de escalofríos en la columna también. De haber sabido que iba a luchar contra Naruto nada habría comido antes, pues incluso ese simple detalle podía ser un factor decisivo en un combate tan parejo.
¿Cuántos años habían pasado desde la última vez que vomitó? Muchos sin duda. La última experiencia de ese tipo la vivió durante su infancia cuando vagaba por los bosques en busca de alimento para poder sobrevivir. Durante un día de lluvia torrencial en que le fue imposible conseguir material combustible con el cual hacer un fuego, decidió comerse la carne cruda de una culebra que logró cazar entre unas matas. El hambre que le golpeaba el estómago era tan tremenda que le quitó la escamosa piel y ni siquiera dudó un segundo en zamparse esa carne tan blanquecina como blanda. Después de todo si los animales comían carne cruda, ¿por qué él no podría? Su organismo era el de un Uchiha y, como tal, no existía algo que no pudiese hacer...
Alrededor de veinte minutos después se dio cuenta de su error: como su estómago estaba acostumbrado a la carne cocida o asada, vomitó prácticamente todo lo que había ingerido. Y ahora, tantos años después y gracias al imbécil de Naruto, volvía a padecer esa sensación tan desagradable como olvidada.
—Catorce...
Los números avanzaban inclementes a pesar de que el estómago le seguía ardiendo como si el golpe de Naruto le hubiese hecho una lacerante úlcera que permitía el escape del ácido clorhídrico. De seguro no era así, mas la sensación le era muy parecida a lo descrito. Para colmo a Ino parecía no importarle su catastrófico estado, dado que ni siquiera estaba ralentizando un poco la cuenta.
¿No se suponía que era su aliada?
«Es tan tentador cerrar los ojos y no levantarme más. Tan tentador sólo rendirme y olvidarme de todo lo demás. Estoy cansado de pelear..., cansadísimo de todo en realidad...»
—Quince...
Mientras lo anterior sucedía, Hinata seguía dudando si alentar a su prometido o mantenerse callada. Si hacía lo último quizás Sasuke aceptaría su destino y ya no recibiría más golpes tan terribles como ese que le provocó vomitar. No deseaba verlo así de mal, era clarísimo que no, pero también sabía que esto significaba muchísimo para su prometido. Consumida por la dubitación clavó sus ojos en los celestes de Ino, intercambiando significativas miradas cuando éstas se cruzaron.
«Vamos, Hinata, ayúdalo a levantarse para que pueda descalificarlo», le pedía la de ojos celestes, intentando que su mente se comunicara con la de ella. Estaba arrepentida de todo corazón por haberla detenido anteriormente, pero es que nunca imaginó que su compañero intentaría el milagro de seguir la pelea. Eso era una locura imposible de predecir. «Si Sasuke se yergue terminarán de matarse a golpes», añadió esperando que ella pudiese interpretar de forma correcta lo que su zarca mirada le decía. No obstante, la blonda imaginó, o tal vez sintió, que Hinata le contestaba lo siguiente: «lo siento, pero aunque no me guste tengo que alentar a mi prometido. Si él me respaldó antes, mi deber es corresponderle de la misma forma».
—Vamos, Sasuke, ¡levántate! —exclamó una ferviente Hinata que estaba casi al lado de su varón. En efecto, y muy a su pesar, sentía que brindarle ánimos era su obligación—. No te imaginas cuánto me duele verte así, pero sé que a ti te dolerá mucho más perder. Vamos, mi amor, ¡tú puedes!
«¿Esa voz realmente le pertenece a mi novia? ¿O estoy alucinando? Definitivamente tiene que ser la última opción. Ella es una pacifista que siempre trata de evitar cualquier contienda... ¿Entonces por qué me daría su apoyo ahora?»
—Diecisiete... —Ino empezó a acelerar la cuenta. Ya sólo le quedaba esa opción—. Dieciocho...
—¡Arriba, mi amor! ¡Vas a ganar porque tú eres el más fuerte de todos!
Gracias a una distorsión que comprimió y distendió el tiempo, Sasuke apreció con todo el corazón esas palabras que lo incitaban a seguir adelante. Ese era el alimento que tanto necesitaba ahora; su musa era la energía que lo ayudaría a ponerse de pie una vez más.
«No puedo deshonrar al apellido Uchiha, no puedo decepcionarme a mí mismo y, sobre todo, no puedo decepcionar a la mujer que amo. ¡No voy a perder ante ti, Uzumaki Naruto! ¡Jamás me he rendido y esta vez no será la excepción!»
—Diecinueve...
Una nueva arcada amenazó con coartar su decisión de ponerse de pie, pero no fue suficiente como para tumbar al demonio pelinegro. Se había erguido y, no sólo eso, también adoptó su postura de combate más firme. Los brazos ya estaban alzados, listos y dispuestos para enviar nuevos y ominosos puñetazos.
Al ver aquello, Naruto sintió ganas de que una flecha le atravesara la cabeza. Le había pegado dos golpes tremendos que dejarían sin sentido a cualquiera por una eternidad de minutos, pero ese maldito se puso de pie a pesar de los mareos y del dolor que debían acosarlo. Ni siquiera quiso molestarse en ocultar su frustración, se estrelló una palma contra la frente mientras sus labios formaban una mueca plenamente descifrable. Odiaba a Sasuke con todas sus fuerzas, pero sinceramente ya no quería seguir peleando. La energía que le quedaba iba mermando cada vez más, le costaba respirar al tener la nariz tumefacta por dentro, y sus pies parecían dos bloques de concreto por lo pesados que los sentía. Sin embargo, si Uchiha no estaba dispuesto a ceder él tampoco lo haría. Iba a ganarle aunque fuese el último acto que realizase en su vida.
—Seguramente el Diablo te ayudó a levantarte, pero la próxima vez ni él podrá cambiar tu destino. ¡De veras!
—No necesito ayuda de nadie para ponerme de pie —bramó a pesar de su debilidad actual—. Mis ganas de machacarte son más que suficientes para levantarme una y mil veces, acéfalo de mierda.
—¿Qué es acéfalo? —Su curiosidad fue más fuerte que sus ansias por seguir afrentándolo.
—Además de tonto también eres ignorante —dijo esbozando repulsión—. Ahí se nota que te faltó la leche materna.
Naruto se sintió ofendido en lo más profundo de su psique, de modo que ni lerdo ni perezoso se apresuró a contestar:
—Para que lo sepas, canalla deslenguado, a mí me alimentaron con la leche de una vaca muy inteligente y poderosa. ¡Y por eso mismo voy a ganarte, cabrón!
Sasuke no contestó en esta ocasión. Se concentró en las chiribitas que se le hacían en los ojos y, a modo de solución, apretó fuertemente los párpados a la vez que le daba un sacudón a su cabeza. Esperaba que la anomalía visual concluyera cuando abriese sus orbes de nuevo, pero, para su gran sorpresa y desgracia, ocurrió algo muchísimo peor que lo anterior: enfrente suyo habían cinco malditos Narutos. Sí, estaba viendo un quinteto de rubios imbéciles...
¡Como si uno solo no fuera suficiente castigo!
«Joder, esto es peor que ir al infierno». Y aunando la esperanza de que la distorsión de su visión desapareciera prontamente, esperó a que ese hombre que se había quintuplicado reanudara su ataque. De momento aplicaría la única solución posible en casos así: pegarle al que estaba al medio.
Deidara le echó un pequeño vistazo al cielo, verificando que nubes grises anunciaban lluvia inminente. ¿Sería ésta torrencial? A juzgar por la pronunciada oscuridad que había en pleno día, no descartó que así fuera. Por tal razón tendría que ganarle a Gaara más temprano que tarde, ya que, una vez largado el aguacero, el suelo se convertiría en un barrizal que lo perjudicaría más a él que a su enemigo.
Desdeñando preocupaciones, retornó velozmente hacia su cizañero modo de ser.
—Antes de empezar casi se me olvida algo muy importante... —anunció forjando una sonrisa mordaz—. ¿Cómo está tu querida hermanita? ¿Su cara ya fue devorada por la lepra?
—Para tu desgracia está completamente sana y deseosa por verte morir. —Alzó un pulgar hacia atrás, indicando por encima de su hombro a la torre más alta del fuerte.
A pesar de la distancia Deidara reconoció la silueta de la blonda, a quien saludó agitando una mano en alto como si fuese una gran amiga.
—Mi vista de halcón reconoce que en efecto está bien sanita —comentó pronunciando su habitual modo jocoso—. Deberías agradecerme que no la arrojé al fondo de la cueva, pues de hacerlo se habría contagiado inevitablemente, hum.
—Te daré mi gratitud matándote. ¿Te parece, imbécil?
—Vaya, vaya... ¿Te noto más irritado que de costumbre o es idea mía? Pero no te culpo, cualquiera estaría así sabiendo que muy pronto morirá. De todos modos te diré algo que quizá te sirva de consuelo: esta vez me aseguraré de que tu cadáver sea visto por todos como si fueses una obra maestra. Tú serás la prueba de que mi talento artístico es el mejor de todos. —Tras agregar su habitual muletilla con la que finalizaba sus frases, sonrió ampliamente.
—¿Sigues llamando arte a tu porquería? —preguntó esbozando asco en su rostro. Luego su gestualidad cambió hacia una de ceño fruncido. Deidara interpretó aquello como extrañeza—. Aunque después de todo no me extraña que tu vacío te obligue a distorsionar la realidad.
—¿Vacío? ¿Distorsionar la realidad? —preguntó el pelilargo alzando una ceja—. ¿A qué te refieres exactamente?
—Sé mejor que nadie lo terrible que es la soledad. Precisamente por eso te aferraste a eso que llamas erróneamente arte. En el fondo estás tan vacío como yo lo estaba antes.
—Vaya, vaya, ¿así que ahora pretendes hacer un análisis de mi personalidad? Tú y yo somos demasiado distintos, así que no pierdas tu tiempo. Jamás podrías comprenderme porque tú sólo eres un pobre y triste huevón que no conoce la alegría. Sin embargo, ya que quieres entrar en el terreno psicológico te diré cuál es tu problema: tú no naciste para gozar del dolor de otros, no naciste para quitar vidas, no naciste para ser un demonio. Por eso es tu permanente amargura: en realidad no te gusta la persona que eres. En cambio yo soy distinto: adoro matar, adoro ver a la sangre corriendo, adoro ver cómo sufren los demás y adoro transformar toda esa oscuridad en arte. El camino a la felicidad es aceptar la verdadera naturaleza que la gran mayoría de seres humanos llevamos por dentro: el egoísmo, las ansias de poder, el disfrute de ver al semejante caído en desgracia, pisotearlo durante sus miserias, humillar al enemigo..., eso es felicidad real. —Coronó tal argumento con una tremenda sonrisa que hizo relucir sus perfectos dientes. Luego continuó tan inspirado como antes—. Cualquiera que busque cambiar la verdadera naturaleza humana está condenado a sufrir por siempre. ¿Detener las guerras? ¿Parar los crímenes? ¿Que todos seamos iguales en riquezas y derechos? Sólo son tonterías utópicas. El mundo es una mierda y punto, y sólo nos queda aprender a vivir en él. No hay más secreto que ese para ser feliz, no hay más secreto que no tratar de cambiar lo que ya es. Ese es el camino a la alegría: dejar la moralidad de lado y darle plena validez a tu felicidad aunque ésta sea a costa del dolor ajeno.
—Ya veo. La dicha a cualquier precio es tu filosofía de vida, lo que te llevó a seguir adelante.
—Puedes decirlo de esa forma si así gustas. La verdadera felicidad se busca a través del placer egoísta y no de la virtud generosa. Mientras yo sea feliz nada más me importa y eso es simple naturaleza humana: el individualismo ante todo.
Lo dicho por Deidara también se aplicaba con Sasori: debido al sufrimiento en el caso del marionetista y de la soledad en lo concerniente al rubio, ambos aprendieron a desfogarse a través del arte letal. Como nadie los guio moralmente, como nadie les enseñó otra forma de superar los males causados por la soledad y el dolor, nunca conocieron más que el arte de lo cruento como único medio para alcanzar solaz.
—Es curioso: hemos peleado dos veces y ni siquiera nos conocemos realmente. En cambio ahora, gracias a tus palabras, sé muy bien que estás tan vacío que no puedes aspirar a nada más que llenar tu ego porque, en el fondo, sabes que un mediocre como tú sólo puede validar su insignificante existencia matando, pisoteando y humillando a otros. Y créeme que te entiendo porque yo también inicié un camino en que buscaba la felicidad de la misma forma que tú: a través del poder absoluto y un ingente derrame de sangre. Sin embargo, ahora tengo dos personas a las que debo proteger: a mi hermana y una musa que ha llegado a mi vida para mejorarla —afirmó con unos ojos brillosos, mismos que carecían de vergüenza a pesar de lo sensibleras que podían sonar sus palabras—. Y también tengo una responsabilidad que cumplir respecto a los habitantes de mi aldea. Precisamente por esas dos mujeres que mucho significan para mí, y también por esa gente que tiene su fe puesta sobre mis hombros, voy a derrotarte de una vez por todas.
Deidara lo aplaudió burlonamente.
—Qué discurso tan bonito, hasta metiste a una musa. Estás a punto de hacerme llorar de emoción. —Se limpió un ojo como si estuviera quitándose una lágrima—. Al final resulta que el demonio de la arena en realidad era un espíritu lleno de bondad.
—Nunca llegaré a tanto como lo último, pero en el fondo tienes razón en algo: mi felicidad difiere mucho de la tuya. No nací para disfrutar matando, pero, pese a eso, créeme que asesinarte a ti lo gozaré muchísimo.
Deidara alzó la mano que tenía todos sus dedos e hizo la señal de negación con el índice.
—Pobre de ti, es una lástima que hoy mismo debas despedirte de tu musa para siempre.
—Por lo menos yo tengo una. ¿En cambio qué tienes tú?
—Ni falta que me hace. Mis musas son mis espadas, mis cadenas, mi martillo meteoro, la sangre del enemigo coloreando el suelo con su llamativo color.
—¿No te das cuenta? Estás tan vacío que no te queda otra alternativa que inspirarte en cosas inanimadas y que jamás podrán devolverte siquiera una sonrisa. La única musa real es una mujer y, curiosamente, soy yo quien tiene una. Por eso te venceré y entonces demostraré que jamás fuiste un artista, sólo un mequetrefe con aires de grandeza.
—Bah, sólo dices cursilerías a las que intentas dotar de un significado valioso. La única verdad es esta: será nuestro combate el que demostrará que mis musas inanimadas son muy superiores a cualquier mujer que exista en este mundo.
—Muy bien, sólo espero que no te pongas a llorar cuando te pruebe que no eres un artista y que nunca lo serás. Morirás sabiendo que siempre fuiste un mediocre.
—¿Y cómo pretendes vencerme si es obvio que tus costillas siguen resentidas? En ese estado te moverás más lento que sexo de abuelitos —terminó riéndose a su estilo.
Por primera vez desde que lo conocía, Deidara vio sonreír a Gaara. Aquello era tan inusual que instantáneamente saltaron todas sus alarmas corporales, captando de forma clara que algo peligroso se traía entre manos. ¿Tendría que ver con ese receptáculo que llevaba en su espalda?
—Me devané la cabeza por varios días para hallar una forma efectiva de vencerte. Y resulta que matarte es mucho más simple de lo que pensaba...
El demonio de la arena desató la correa del gran recipiente que llevaba sujeto a su espalda. Lo movió hacia delante y entonces el blondo dio cuenta de que tenía la forma de una calabaza alargada cuya cintura se estrechaba a la mitad, aunque, eso sí, no tanto como la de una curvilínea mujer.
¿Qué diablos pretendía hacer?
Hoy en día los delincuentes más avezados arrojaban miguelitos a la calle para obstruir el camino de los vehículos policiales que los perseguían. Así, el reventón de neumáticos les permitía una huida exitosa. Gaara, muchos siglos antes, emplearía una táctica que seguía una lógica parecida: lanzó a la retaguardia del rubio algo que a éste lo tomó por sorpresa completamente...
Abrojos.
Ejecutando más lanzamientos muy veloces, envió una cantidad aún mayor de abrojos. De esta manera formó un sendero más o menos parecido al de un estrecho pasillo. Era claro que Gaara había practicado ese movimiento muchísimas veces, ya que la ubicación de los espinosos objetos resultó casi perfecta. Y que Deidara se hubiese colocado a la misma distancia que en los duelos anteriores, sin duda que facilitó la implementación de la estrategia prediseñada.
El compañero de Sasori, con grandes dosis de preocupación, observó que ya no podía retroceder ni moverse hacia los costados. Los malditos abrojos le obstruían cualquier salida excepto por un angosto sendero frontal, en cuyo final estaba esperándolo Gaara. Le dolía reconocerlo, pero éste había reducido exitosamente su libertad de movimiento hacia una sola dirección. Lo peor era que si intentaba quitar esos objetos a patadas, se perforaría el pie por culpa de las enormes, tupidas y puntiagudas espinas. Y si lo hacía con su espada, o con sus armas de larga distancia, quedaría a merced del pelirrojo que, sin duda alguna, lo atacaría frenéticamente aprovechando que tenía una mano ocupada en tratar de despejarse el camino. Por algo su archienemigo portaba dos armas en sus manos: para aprovechar precisamente ese momento.
Ahora mismo se sintió caminando sobre una cuerda floja que colgaba sobre un abismo, presintiendo que su infeliz enemigo sería el ventarrón que lo empujaría hacia el vacío...
El hijo del desierto, empleando una técnica tan simple pero efectiva contra alguien como Deidara, había pasado a tener la ventaja total. Y por primera vez en su vida, pudo ver en el artista un gesto de inquietud que le borró de cuajo la confiada sonrisa que constantemente portaba.
—Ya no sonríes, ¿verdad, Deidara? —cuestionó disfrutando infinitamente aquella preocupación que rezumaba por el semblante de su némesis.
El aludido no perdería su tiempo respondiendo provocaciones. Como el genio táctico que era se abocó en hallar la forma de neutralizar la trampa. Rápidamente halló un par de soluciones para salvarse, aunque muy complicadas ambas: la primera era estoquear a Gaara en un espacio tan reducido. La segunda era usar fuego contra fuego, vale decir, empujar al pelirrojo contra los abrojos para que éstos le atravesaran.
Las dos opciones eran muy difíciles de cumplir, mas no imposibles. Y menos si las costillas de su archienemigo seguían afectadas...
—Debo reconocer que tu nueva estrategia es muy buena, pero yo no voy a caer ante tu amarga tristeza. Esta vez nada podrá salvarte, zopenco debilucho... ¡Te mandaré al infierno de una vez por todas!
El pelirrojo ladeó un poco su cabeza a la vez que su sonrisa más maligna e intimidante hacía acto de aparición.
—Al infierno te enviaré yo, maldito retardado —dijo preparándose a correr contra él—. ¡Nuestra pugna se acaba aquí y para siempre!
El nuevo combate entre los más fuertes fue mucho más lento, más pausado, menos enérgico. ¿Cuánto tiempo llevaban peleando ya? Si se diesen el tiempo de mirar por una ventana, habrían visto que la luz del sol fue reemplazada mucho tiempo atrás por un mar de nubes que avisaban una pronta lluvia torrencial. Sin embargo, podría anunciarse un huracán de categoría máxima y en nada les habría importado. Tampoco le daban significancia a la sed, al hambre o a la fatiga extrema que estaban experimentando. Si tenían que morir peleando en medio de un desastre natural o hasta que el fin de los tiempos llegase, lo harían sin dudarlo. Ninguno iba a rendirse jamás.
Por culpa del agotamiento, la capacidad evasiva de sus cuerpos fue ralentizándose a un ritmo constante, lo cual provocó que se dieran algunos golpes que poco a poco fueron hinchando más sus rostros. La cantidad de puñetazos acertados era poca, pero los que tenían éxito se esmeraban por alcanzar la misma vileza que un mazazo. Así, el mal siguió avanzando en sus caras a medida que seguían apalizándose.
Durante una breve tregua para recuperar el aire, Uchiha vio que de sus puños pendía la sangre de su archirrival, cosa que le produjo una pequeña sonrisa. Lo que se la borró de cuajo fue ver como, justo sobre sus nudillos, el vívido rojo que caía desde su propia nariz se mezclaba con el de Naruto. Tremendo asco le dio aquello, tanto que necesitó sacudirse la mano una y otra vez para sacarse de encima ese plasma que intentaba mezclarse con el suyo.
—Ríndete, Sasuke..., sabes que ya no puedes más... —dijo Naruto entrecortadamente, captando que la repugnancia entre ellos era totalmente recíproca.
—Calla, excremento parlante... —insultó mientras acezaba. Sus hombros se movían a medida que seguía jalando aire por la boca—. Esto no se termina hasta que te vea sin dientes o inconsciente sobre el suelo.
Lo penúltimo parecía una amenaza insustancial, pero lo cierto era que, a pesar de que se había cuidado mucho de no recibir golpes en la mandíbula, Naruto ya sentía una muela muy removida. Tanteándosela con la lengua, comprobó que se movía de un lado a otro fácilmente. Estaba claro que esa pieza dental ya había que darla por perdida y, si no quería que ese mal se repitiese, tendría que ejecutar su última carta disponible: un ataque kamikaze. Él mismo también saldría afectado, podía perder inclusive, pero ya no tenía más alternativa que arriesgarse a buscar el doble noqueo. Si tenía suerte ninguno de los dos podría levantarse a la cuenta de veinte, consiguiendo así un empate. Y si tenía una gran fortuna, entonces él sí podría ponerse de pie mientras Sasuke no.
«Mamá, papá..., por favor ayúdenme desde el cielo para que esta técnica funcione», les solicitó con una emoción que se le desbordó por el semblante.
—Muy bien, demonio Uchiha —se irguió más al tiempo que lo apuntaba—, reconozco que eres un enemigo realmente formidable, pero ha llegado el momento de que vivas en carne propia el sufrimiento de perder—. Movió su pulgar hacia abajo, cual emperador romano anunciando una muerte—. ¡Prepárate, maldito bellaco, porque esto se acabará aquí y ahora!
—Te espero, esperpento hocicudo. ¡Te demostraré que hagas lo que hagas siempre serás inferior a mí!
Naruto, lentamente, retrocede hasta tocar la esquina más alejada. Sasuke entendió enseguida lo que iba a pasar: se arrojaría en carrera para golpearlo con todas las fuerzas que le restaban. Sin embargo, no iba a dejar que su archirrival se apropiara de la iniciativa, de modo que también retrocedió muchos pasos hasta tocar una de las redondeadas columnas que sostenían el techo. Iba a cortarle la carrera lanzándose contra él a toda potencia.
Al ver lo que estaban haciendo los dos oponentes, Ino, Hinata y Sakura tuvieron el presentimiento de que el desenlace del duelo por fin llegaría. Y es que si esto no terminaba aquí les sería imposible continuar. Ambos estaban demasiado agotados y maltrechos para seguir luchando.
Tal como predijo Sasuke, Uzumaki invocó las últimas fuerzas que le quedaban y se preparó a correr para acometer con todo el ímpetu físico que podía ejercer. En cuanto sus piernas obedecieron su mandato, el de pelo negro respondió haciendo lo mismo. Ambos iban contra el otro con un puño alzado, mientras la otra mano se preparaba a bloquear o asestar una combinación de dos golpes fulminantes dependiendo de la situación.
De cierto modo sus combates tan parejos tenían mucho parecido al ajedrez: siempre procuraban anticiparse al movimiento del rival y tener un contrataque salvador en caso de que las cosas fuesen mal. Precisamente por ello es que sus duelos se hacían tan largos: ya que tenían todo previsto de antemano, era muy difícil sobrepasar la defensa del otro. Sin embargo, fue justo en este momento de colisión directa que ocurriría una grandísima sorpresa, misma que Sasuke no sería capaz de predecir ni intentándolo por un día entero. Naruto no bloqueó con su brazo...
¡Lo hizo con su cara!
Parecía una tontería inexplicable, una demencia total, pero lo cierto era que el plan del blondo resultó a la perfección: adelantó su rostro hacia el puño de Sasuke de tal forma que le quitó el impulso a su golpe. El brazo del Uchiha pegó todavía recogido y tuvo que realizar un gran esfuerzo para poder extenderse del todo, lo cual provocó que la potencia de su puñetazo saliera mermada. Su brazo, simple y llanamente, no tuvo suficiente espacio para aplicar toda su fuerza a través de la inercia. Lo hecho por Naruto era una técnica arriesgadísima, había que ser descomunalmente preciso, pero su innegable talento logró alcanzar lo extraordinario.
Aun así, el puño de Sasuke le haría mucho daño y de nada serviría su estrategia si no tenía la rapidez para conectar su propia trompada. En décimas de segundo el blondo aprovechó su brazo libre, aquel que se suponía que desperdiciaría bloqueando el golpe de Uchiha, para asestarle un gancho ascendente a la mandíbula que incluso elevó al general por los aires. Entonces, por la fuerza de los impactos, ambos guerreros salieron disparados simultáneamente en direcciones opuestas, aunque, gracias a la estrategia utilizada por el blondo, Uchiha cayó a mayor distancia que él. Tal era la prueba de que, en efecto, había logrado que el puñetazo del pelinegro fuese un poco menos fuerte que el suyo. Esa disensión de intensidad era exigua, pero entre ellos incluso el detalle más ínfimo podía hacer la diferencia entre la victoria y la derrota...
¿Saldría, por fin, un ganador de esta inacabable lucha de titanes?
El de mirada azulada, de bruces en el suelo, escupió la muela que terminó soltándose de raíz. Como si fuese poco la cara le ardía como si se la estuvieran hirviendo en aceite y su nariz, ya irreconocible gracias al último golpe de Sasuke, era una pulpa de masa sangrante. Por último su cabeza daba las vueltas inherentes al vértigo, dándose cuenta de que seguía consciente de puro milagro. Sin embargo, todo ese daño en nada le importaba si el resultado era la anhelada victoria.
La mente de Uchiha, por su parte, estaba fuera de este mundo. El gancho a la quijada le removió el cerebro dentro de la caja craneal, causándole una inconsciencia inevitable. Lo único bueno de tal estado era que ya no podía sentir el dolor que, de otra forma, hubiera atenazado cada uno de sus nervios mandibulares. También le impedía saber que uno de sus premolares se había trizado desde la corona hasta la encía.
El rostro transfigurado de Ino dejaba claro que no deseaba seguir presenciando semejante tortura visual. Si esos dos brutos se levantaban iba a cancelar el combate sí o sí, no importando si debía noquearlos a los dos por su cuenta. De hecho, le resultaría fácil lograrlo estando tan maltrechos como ahora.
Sin perder más tiempo en sus debates internos, se puso equidistante de ambos e inició la inexorable cuenta.
—Uno...
Naruto ni siquiera hizo el intento de erguirse. Dejaría que los números avanzaran hasta el diez antes de poner a prueba su voluntad. Ahora mismo lo que más precisaba era jalar por su boca todo el aire que podía, su pecho inflándose notoriamente una y otra vez por ello. Estaba seguro de que su tabique nasal debía estar fracturado, pues le costaba demasiado trabajo respirar por la nariz y no creía que la causa fuese solamente la sangre que allí se acumulaba. Sólo esperaba que, gracias a los golpes que le conectó al maldito Uchiha antes, éste le diera el consuelo de que también tuviese rota la suya.
—Dos...
Usando sus palmas, Hinata se tapó los ojos y la cara en sí. El estado de su pareja era deplorable, pero intentó aliviar su preocupación recordando que, esa noche en que casi murió, lo había visto incluso peor. Ahora sólo tenía que esperar ese bendito número veinte para poder socorrerlo de una vez por todas.
Haruno, mientras tanto, se preguntaba si la nariz de Naruto volvería a quedar como antes. Siendo sincera lo dudaba mucho. Quizás aplicando sanguijuelas podría drenar la sangre contaminada de los moretones, un tratamiento clásico de sus tiempos. Tendría que acudir con algún sanguijuelero que le vendiese sus bichos, mismos que también aplicaría en Uchiha de ser necesario, aunque, al parecer, la nariz de Sasuke no parecía tan dañada como la del rubio.
—Tres. Cuatro. Cinco...
Ino siguió contando hasta que el ansiado «diez» que esperaba Naruto arribó. Entonces, haciendo un esfuerzo supremo, puso todo su empeño en levantarse, costándole tres segundos hacerlo.
—Trece... —Se escuchó como la voz de Ino temblaba vívidamente, pues no se esperaba que Uzumaki lograse la enorme proeza de levantarse. Era increíble que lo hubiese hecho. Sin duda era un hombre demasiado tenaz, admirable con todas sus letras.
«¡Sí, maldito, te gané! Ahora conocerás el doloroso sabor de la derrota», dijo un confiado Naruto, dado que Sasuke no había movido siquiera un dedo. Era claro que seguía sin sentido.
—Catorce...
De repente, como un golpe espectral, un escalofrío le recorrió los nervios de la columna al retoño de Minato. La confianza se le borró de raíz, cambiándose por una boca que separó sus labios varios centímetros. Sólo las comisuras impidieron que su mandíbula inferior no cayera al suelo. Ese maldito demonio cerró y abrió sus puños, dio un gruñido que podría asemejarse al de un lobo herido en su orgullo, y empezó el trabajoso proceso de ponerse en pie otra vez. Naruto, al contrario de su archirrival, lo único que quiso fue dejarse caer de rodillas y olvidarse de todo. En serio que ya no quería más guerra. Había hecho lo humano y lo inhumano para vencer a ese diablo y ya no tenía energía para nada más. Si Uchiha se levantaba iba a perder irremediablemente...
—Quince... —dijo Ino tardando un poco en decir tal número, pues el asombro, como al resto de los presentes, le había congelado la lengua. Le parecía imposible que un ser humano pudiera levantarse de un golpe así en apenas veinte segundos. Sin exageraciones de por medio, era imposible de verdad.
«¡Ino, apúrate en contar por favor!», suplicó en sus adentros un desesperado Naruto, que se percató de que tardó más de la cuenta en decir el número quince. Sin embargo, tenía clarísimo que ello se produjo por el asombro y no porque quisiera jugarle chueco. Ella le había demostrado con creces que también lo respetaba mucho, era sólo que necesitaba escuchar el veinte de una vez por todas. De verdad que lo necesitaba tanto como agua en el desierto.
Sasuke, entre los mareos provocados por el fúrico golpe recibido, sintió que todo su cuerpo, desde la cintura para arriba, ardía como si le estuviesen clavando punzones en nervios que estaban a carne viva. Los labios, entumecidos e hinchados, le sangraban profusamente. Su ojo izquierdo estaba completamente cerrado por culpa de la inflamación del párpado superior, mismo que lucía amoratado hasta decir basta. Y el lucero derecho, pese a estar abierto del todo, volvía a sufrir las consabidas chiribitas. Aun así muy poco le importó su pésimo estado actual, iba a levantarse lo antes posible a como diese lugar.
—Dieciséis...
Puso todo su temple en cumplir su meta más próxima, pero, por todos los demonios y ángeles que existiesen, sentía que su cuerpo y su mente habían perdido todo tipo de conexión. Sólo eso podía explicar que su cerebro diera la orden de ponerse de pie y que sus extremidades permanecieran casi tan inactivas como las de alguien que agonizaba.
¿Había llegado la hora de rendirse?
«¡Nunca! ¡No puedo perder ante ese malnacido! ¡Tengo prohibido hacerlo!»
—Diecisiete...
Su sistema nervioso pareció revivir gracias a un fulminante golpe eléctrico que, más allá del brinco espasmódico que dio sobre el suelo, logró conectar otra vez al cerebro con el resto de su organismo.
Puso una rodilla en el suelo como soporte. Sus dos puños hicieron lo mismo y entonces trató de levantarse empleando los últimos vestigios de su fuerza. Sin embargo, tuvo la impresión de que ahora pesaba una tonelada en lugar de ochenta kilos, tanto así que sus piernas parecían avisarle que si se ponía de pie iban a quebrarse, que ya no eran capaces de resistir su propio peso. Sin embargo, en nada le importó aquello. No iba a perder contra Naruto...
¡Tenía que ganarle otra vez, carajo!
—¡Tú puedes, amor mío! —Se escuchó la voz de Hinata animándolo a pesar de que hacerlo le producía un tremendo dolor espiritual. Pero, como su futura esposa, tenía que apoyarlo contra viento y marea.
Uzumaki, en tanto, seguía sin creer lo que estaban viendo sus ojos.
«No te levantes, hijo del Diablo, te lo ruego. Juro que no puedo más. Los gramos de energía que aún tengo los estoy usando para mantenerme de pie. El agotamiento ya no me deja ni alzar los brazos. Si te levantas sé que perderé... ¡Y no quiero que eso pase!», exclamó tan angustiado en sus adentros que sentía a sus entrañas deshaciéndose de nervios.
—Dieciocho... —marcó la voz de Ino el antepenúltimo número. A pesar de ser aliada de Sasuke, continuaba contándole sin piedad y, por ende, la derrota seguía aproximándose más y más.
«¿Quieres verme vencido, maldito Uzumaki? ¡Jamás tendrás ese placer!»
El último Uchiha se irguió del todo, dejando a Naruto tan perplejo que su boca sanguinolenta se abrió sin que se diese cuenta. Había perdido de nuevo. Había perdido otra vez contra su eterno rival. Se maldijo por su debilidad, se maldijo a sí mismo y a los dioses, al destino, a la gente, ¡a todo el maldito mundo!
No podía creerlo, pero, para su gran pesar y frustración, iba a perder de nuevo ante ese representante del mal...
No obstante, justo en ese momento, justo cuando se escuchaba el diecinueve, Sasuke cayó abruptamente contra el suelo. Ya no estaba de pie porque, lamentablemente para él, esto era un asunto fisiológico que iba más allá de su inquebrantable decisión de continuar la lucha. Tal como un cáncer no se puede eliminar sólo a fuerza de voluntad, Sasuke no pudo evitar el tremendo mareo que le hizo perder el equilibrio.
¡Había caído justo antes del final de la cuenta y ya era demasiado tarde para levantarse!
—Veinte —dijo Ino el último número a la vez que, visiblemente afectada por ver a su compañero así de mal, se le acercaba para ayudarlo. Ni siquiera se dio el tiempo de anunciar al ganador.
—Gané, carajo. Te gané, apestoso de mierda... —Trató de exclamar, pero sólo surgió una voz tan baja que nadie fue capaz de escucharla. Sólo alguien a escasos centímetros de él podría haberlo hecho. Desde luego eso no lo dejaba conforme, quería burlarse, enrostrarle la victoria del modo más virulento posible, pero a decir verdad incluso las fuerzas para hablar le faltaban. Incapaz de celebrar su triunfo y agotado hasta decir basta, se dejó caer de trasero y luego hizo que su espalda se alineara contra el piso, sus brazos y sus piernas quedando completamente extendidos. Ya tendría tiempo de sacarle en cara este triunfo al Uchiha, por ahora lo que más le urgía era tomar aire y descansar horas enteras.
El cuerpo del blondo estaba prácticamente muerto en vida, pero su alma estaba más viva que nunca. Todo lo contrario sucedía con el Uchiha, a quien la derrota lo hizo sentirse un cadáver en ambas cosas. Cerró sus puños desatando de esa forma su horrible frustración, golpeando el piso como si éste fuera el culpable de su derrota. Sólo se detuvo cuando oyó pasos acercándosele, seguramente pertenecientes a Ino y a Hinata. No tardó en percibir como las dos féminas que más quería intentaban incorporarlo, pero él, tan orgulloso como siempre, espetó a través de su voz la energía furiosa que fluía en sus adentros como un ciclón.
—¡No necesito ayuda! ¡Siempre me he levantado solo y esta vez no será la excepción!
Las chicas condenaron su orgullo con expresivas muecas, pero lo dejarían ser.
—Atrás, Hina, a los tercos hay que dejarlos ser o resulta peor —le dijo Ino a Hinata mientras, haciendo caso a su propio consejo, daba unos pasos en reversa. La de ojos lunares dudó en seguirla, pero al final lo hizo.
Tras muchos segundos, y haciendo un esfuerzo que tocaba lo sobrehumano, el pelinegro logró ponerse de pie una vez más. Sus piernas tambaleaban como gelatina, mas lo hizo.
—Esto no ha terminado, castrado de mierda. Aún puedo pelear, ¡aún puedo dejarte más deforme!
Ino reaccionó poniéndosele firmemente por delante. Le colocó las manos en los hombros mientras le arrojaba una mirada conciliadora.
—Basta, Sasuke, el duelo se terminó. Naruto ya tuvo que aceptar una derrota en esgrima y ahora es tu turno de aceptar la tuya en pugilismo. Te ha vencido, pero fue una contienda grandiosa que se decidió por apenas un segundo.
—Calla, Ino. —Ejerció su voz más despótica al tiempo que se quitaba esas manos de encima de un violento manotazo—. Tú no me dirás cuándo terminar una pelea—. Dicho esto miró al blondo, quien, agotadísimo todavía, seguía en posición supina—. Vamos, cobarde, levántate si tienes agallas. —Indicó con su mano que hiciese lo dicho—. Mientras esté de pie yo continuaré luchando y espero lo mismo de ti si es que te valoras como un verdadero hombre. Y te advierto que esta vez ya no voy a seguir reglas tan absurdas, ahora combatiré en serio, usando patadas y llaves como debió ser desde el principio. ¡Levántate si te consideras un guerrero de honor!
Uzumaki sonrió a pesar de que le dolía hacerlo, dado que le encantó ver al Uchiha así de impotente. De pronto sus ojos azules parecieron cambiar al color de las llamas, destellando esa fuerza remanente ante el nuevo desafío que le era lanzado, desafío que por supuesto aceptaría. Irguió su espalda gracias a la ayuda de sus brazos y, lentamente, hizo los esfuerzos necesarios para ponerse de pie. Tambaleaba igual que su enemigo, apenas se sostenía, pero su voluntad de fuego relucía tan firme como siempre.
—¡Hasta la muerte, malnacido! ¡Esta vez será hasta que uno de los dos fallezca a golpes! —gritó Naruto a todo el volumen que podían esgrimir sus ya cansados pulmones.
Yamanaka meneó su cabeza a la vez que daba un suspiro que trataba de buscar paciencia.
—No hagas que esto continúe, Sasuke, ese no era el trato. Yo no quiero ver morir a ninguno, pero si lo hacen que sea después de la maldita guerra.
—Te ordené que guardaras silencio, Ino. Esto ya no te concierne.
La aludida avanzó los tres pasos necesarios para llegar hasta Uchiha, quien no pudo evitar que su amiga le diese un inesperado y fuerte abrazo.
—Perdóname, Sasuke, pero además de testarudo eres un pésimo perdedor.
La rubia, mientras le hablaba, sacó sigilosamente el puñal escondido que siempre portaba y, con la empuñadura de éste, le dio un golpe en la nuca. No fue muy fuerte, pero sí tuvo la suficiente intensidad como para que alguien sumamente debilitado cayera inconsciente.
Una veloz Hinata ayudó a Ino para sostener los ochenta kilos de Uchiha antes de que cayera contra el piso.
—Recuperará la conciencia en unos minutos, así que no te preocupes —le dijo la rubia a la de pelo más oscuro—. Tuve que noquearlo o estos dos brutos —miró a Sasuke y después a Naruto— iban a matarse a golpes.
—A mí ese maldito no me mata —replicó enseguida el hijo de Kushina—. De hecho le salvaste la vida porque si seguíamos lo iba a reventar —dijo muy seguro, aunque, sólo un segundo después de lo dicho, se dio un costalazo contra el suelo al no poder sostenerse más. A Yamanaka le pareció muy gracioso que eso le pasara justo después de su bravata.
—Pues a mí me parece que a los dos sólo les bastaba un golpe más para terminarse de morir —replicó una Ino un poco más animada que antes—. Reconocerlo te honraría como un buen ganador.
—Está bien... —dijo a regañadientes. Luego alzó su cabeza para mirar a su archirrival siendo sostenido por ambas—. Acepto que ese cabrón es demasiado fuerte, pero yo lo fui más. No importa que fuese únicamente por un segundo, le gané.
—Es verdad, pero no te jactes de ello o Sasuke buscará vengarse antes de terminar la guerra. Tú mismo sabes cuánto hiere una derrota. Suficiente trabajo tendrá Hinata intentando calmarlo. —Envió una mirada compasiva a la susodicha y luego la retornó hacia el de ojos azules—. Eso sí, te felicito por tu victoria. Diste una gran pelea, de verdad que ambos la dieron. Son increíbles los dos, auténticos dioses del combate en todas sus vertientes.
—Gracias, Ino. —Hubiera sido más efusivo, pero la sangre de su nariz le cayó a la boca mientras hablaba y, por ello, prefirió mantenerla cerrada. Enseguida Sakura, quien ya estaba a su lado, comenzó a quitar el vívido rojo con un paño limpio que traía en el bolsillo.
La blonda, preocupada por Naruto tanto como por Sasuke, le daría una indicación a la enfermera.
—Sakura, llévalo al siguiente pasillo —lo indicó— y déjalo en la cama del primer cuarto. Luego ve hacia la habitación del fondo, allí encontrarás gasas y ungüentos medicinales.
—Enseguida lo hago —asintió para luego echarle una preocupada mirada a su amigo, misma que después se volvió recriminatoria al constatar cuán deforme estaba esa cara con marcas abigotadas—. No sé cuál de los dos es más bruto, si Sasuke o tú —comentó mientras seguía limpiándolo del vívido rojo.
—Ja, tú eres la menos indicada para hablar de brutalidad —contestó él riéndose animadamente a pesar de que los músculos faciales le dolían sólo por hacerlo.
Ella desaprobó el comentario meneando su cabeza. Después comentó:
—Espero que esto te sirviese para sacar parte de todo ese rencor que tienes contra Sasuke. Tras esto creo que tu odio hacia él disminuirá un poquito por lo menos.
—Es verdad, espiritualmente hablando me siento un poco mejor después de darle semejante paliza, pero si me refiero sólo a lo físico la verdad es que hubiese preferido que me atropellaran diez caballos. Ese malnacido pega demasiado duro.
—Lo mismo pensará él de ti cuando se despierte.
—De todas formas el dolor que me recorre el cuerpo valió la pena porque Sasuke jamás podrá olvidar la tremenda zurra que le di; de seguro esta noche no podrá dormir tranquilo. Lo malo es que incluso me botó una muela que estaba completamente sanita, ¡ni una caries tenía! —Intentó ubicarla para «regocijarse» en su desgracia. La vio más allá sobre el suelo y, pese a que había sangre cubriéndola, habían espacios en que se notaba claramente su lozano blanco.
—Agradece que no fue uno de tus dientes delanteros, eso habría arruinado tu sonrisa de cuajo —dijo a modo de consuelo.
—Es verdad.
—Por ahora trata de echarte sobre mi espalda; te llevaré a caballito y después curaré tus heridas. También revisaré si no tienes más dientes sueltos.
—Gracias, pero puedo irme solo —intentó demostrarlo irguiéndose para dar unos pasos, pero apenas logró mantener el equilibrio un par de segundos. Afortunadamente Sakura lo sujetó antes de que se estrellase contra el suelo otra vez.
—¿Irte solo, decías? —Se mofó la de ojos jade.
El blondo, herido en su orgullo, rechistó.
—Por lo visto ese desgraciado me dejó más deshecho de lo que pensaba...
—Yo sólo espero que no te haya aumentado el daño cerebral que ya traías de nacimiento.
—Oye...
Uzumaki no alcanzó a terminar su protesta porque su amiga demostró su fuerza una vez más al echarse sus ochenta kilos sobre la espalda. Lo sujetó desde la parte posterior de los muslos y él, dejándose llevar por ese agotamiento que también le impidió continuar su alegato, se abrazó al cuello de ella esgrimiendo el cuidado necesario para no ahorcarla. Entonces la de ojos esmeraldas comenzó a caminar a paso lento aunque seguro.
Yamanaka y Hyuga la vieron marcharse por el pasillo, sin sorprenderse de que pudiera cargar a Naruto con tanto aplomo. Ya conocían de sobra esa fuerza que la caracterizaba.
—Hinata —dijo de repente la blonda—, nosotras tendremos que llevar a Sasuke entre las dos. ¿Estás lista?
—Desde luego.
Ambas féminas se le ubicaron a Uchiha bajo el brazo derecho y el izquierdo respectivamente, y, cargando su peso de ese modo, lo llevaron hacia la habitación matrimonial. Con algunas dificultades abrieron la puerta y lo depositaron encima del lecho.
—Me parece que Sasuke despertará enfurecido al máximo —dijo la de ojos cielo tras recuperar el aliento—, así que, aunque suene exagerado, tendremos que amarrarlo a la cama hasta que se logre calmar.
Hinata pensó que lo decía de broma, pero la seriedad que había en el rostro de su amiga descartó su primera creencia.
—No creo que sea necesario amarrarlo, eso sólo le producirá más cólera. Sé que yo puedo calmar a la bestia.
—¿Estás segura? Recuerda que perder ante Naruto le será una terrible daga en el orgullo —le advirtió.
—Lo sé, pero yo lo consolaré y le recalcaré lo bien que peleó. Ese es mi deber como su prometida.
—Bueno, después de todo tú eres la domadora de demonios —comentó divertida—. Ya sabrás cómo manejarte.
—Lo que haré —comenzó a explicar— será quitarle importancia a la victoria de Naruto, minimizarla, hacerle ver que no fue un combate serio porque no pelearon a todo lo que pueden dar. No usaron llaves ni patadas, tampoco se jugaron la vida, por lo cual le haré sentir que no fue un duelo realmente importante. En cambio, cuando sí pusieron sus vidas en riesgo fue él quien resultó victorioso. Eso debería calmarle la furia o por lo menos una parte de ésta.
Ino prolongó una «M» en sus labios.
—Ten presente que para Sasuke este combate fue muy importante, así que te costará convencerlo de lo contrario —advirtió en primer lugar, aunque luego quiso sonar más optimista—. De todos modos tu idea es buena y por eso tendré fe en que dé resultado. Ojalá puedas sanar su orgullo herido.
Hinata asintió moviendo su testa de arriba hacia abajo.
—Espero que así sea. Y muchas gracias por todo también, Ino. Sin ti esos dos se habrían matado a golpes. A mí no se me habría ocurrido tan rápido la idea de noquear a Sasuke. Tienes mucha inteligencia para resolver situaciones conflictivas y un don de mando natural.
La soldado aceptó el cumplido dibujando una bella sonrisa.
—Sólo espero que no me odie cuando se despierte —puntualizó graciosamente—. Dile que lo hice por su bien por favor. No quiero que me deje igual de molida que a Naruto —dijo con una risita nerviosa.
La de luceros albinos sonrió instantáneamente.
—Descuida, amiga, la domadora de demonios cumplirá con su deber pase lo que pase. Estoy segura de que, reflexionándolo en frío, Sasuke entenderá el porqué de tu acción.
Ella asintió.
—Gracias, Hina, con tus palabras quedo más confiada.
Comentaron un poco más al respecto hasta que bajo el umbral de la puerta asomó la pelirrosa, cuyas manos llevaban una bolsa de género que en su interior contenía unas gasas, vendas, y un ungüento que combinaba distintas hierbas medicinales. Sin decir nada dejó la bolsa en la mesita de noche, avanzó hacia Hinata y entonces le dio un gran e inesperado abrazo. La novia del último Uchiha, asaltada por el asombro, parpadeó dos veces rápidamente y tardó un poco en corresponder el gesto.
—¿Y esto? —preguntó Hinata sin terminar de entender tal efusividad.
Haruno mermó su estrujón y echó para atrás su cuerpo a fin de darle su verdosa mirada, la cual lucía genuinamente emocionada.
—Por lo que pasó no tuve tiempo de felicitarte por tu victoria. Luchaste increíble, Hina.
La de ojos lunares fue aturullada por las palabras recibidas y por lo mismo tardó un poco en reaccionar.
—Muchas gracias..., ¿pero de qué victoria hablas? Las dos nos golpeamos, así que fue un empate.
Haruno negó meneando su testa.
—Por si no lo recuerdas cualquier ataque a la cabeza estaba prohibido. Hacerlo significaba la derrota inmediata. Yo lo hice y por lo tanto perdí —reconoció sin hacerse problemas.
—Pero eso fue culpa mía —protestó enseguida—. Si yo no me hubiera agachado tú no me habrías golpeado justo allí.
—Te equivocas, Hina. Aun agachándote era mi deber detener el golpe o desviarlo hacia un sector permitido. Así que no me alegues: te mereciste el triunfo porque combatiste de una forma extraordinaria —sentenció con una sonrisa mientras le extendía la mano en forma de gratificante consideración.
Hinata parpadeó muy sorprendida en un primer instante, pero devolvió una sonrisa todavía más grande que la de Sakura y estrechó su mano efusivamente, moviéndosela de arriba a abajo.
La satisfacción de Ino fluyó enseguida a través de una linda sonrisa. Tuvo ganas de decir algo también, pero se aguantaría un poco antes de hacerlo. No deseaba interrumpir el grato intercambio que se estaba dando entre ellas.
—Tú también combatiste de un modo increíble, tus reflejos son impresionantes de verdad. Para mí sigue siendo un empate porque en un combate real nos habríamos matado mutuamente, pero muchas gracias por tu reconocimiento, Sakura.
—No te restes mérito ni seas tan modesta, obtuviste la victoria en buena lid —replicó muy segura—. Aguantaste el primer golpazo de una manera encomiable y tu técnica sobrepasó a la mía en todos los asaltos prácticamente. Y, como si fuera poco, cualquier otra estaría muy enojada por ese golpe que te di en la cabeza y en cambio a ti ni siquiera te importa —dijo muy emocionada, casi al punto de que le temblaran las cuerdas vocales—. Eres una chica increíble, Hinata, de todo corazón te lo digo.
La aludida, inexorablemente, quedó más asombrada que antes.
—M-muchas gracias. No esperaba que reaccionaras tan bien.
—Ni yo tampoco —añadió Ino, dispuesta a comentar por fin—. Me alegra mucho ver que, a diferencia de Sasuke, tú sí sepas perder. Eso te honra, Sakura.
—Es que esta derrota no la sentí como una porque aprendí demasiadas cosas de nuestra lucha —miró a su rival antes de continuar—. Me di cuenta de que confío demasiado en mi fuerza, un claro defecto que debo suprimir para seguir mejorando. Así que muchas gracias, Hinata, pude haber perdido esta vez pero me dejaste grandes lecciones. Disfruté de nuestra pelea, de verdad que la disfruté mucho.
A Hinata esas palabras le parecieron muy motivantes. Asimismo también sintió que la conexión con la pelirrosa se arreglaba, volviendo a ser tan amistosa como antes.
—Gracias a ti, Sakura, tú eres fenomenal y tienes un potencial indiscutible. —La halagó, sonriente—. Esa fuerza que posees es bestial. En un futuro podrás combatir de igual a igual contra cualquier guerrero varón.
—Apoyo lo dicho —complementó Ino—. Además tus reflejos son descomunales y tu velocidad de mente alucinante, Sakura. Conseguiste responder la última técnica de Hinata a puro instinto y eso es increíble de verdad. No te miento si te digo que sólo un guerrero de élite puede reaccionar tan rápido. Y para qué te digo que tú también me sorprendiste completamente, Hinata —la miró a ella esta vez—. La forma en que luchaste y aplicaste lo aprendido te augura un tremendo futuro como guerrera.
—Muchas gracias, Ino —dijo la hermana de Hanabi—. Más allá de los accidentes, creo que nuestro combate fue espectacular a pesar de ser novatas. Por lo menos esa es la impresión que tengo.
—Y no te equivocas —concordó la de ojos cielo—, he visto muchos duelos en mi vida y sin duda que el de ustedes está entre los mejores que haya presenciado. Eso sí: para evitar accidentes la próxima vez usarán espadas de madera, eh.
—De acuerdo —consintieron las dos al unísono, riéndose junto a la blonda.
—Me alegra ver que se lleven bien porque ustedes son las mejores rivales para cada una. Hinata te ayudará —miró a Sakura— a enfrentar oponentes técnicos y tú ayudarás a que ella se acostumbre a luchar contra adversarios más fuertes físicamente. Practicando juntas van a progresar muchísimo, se los aseguro.
Comentaron más cosas mientras Haruno comenzaba a revisar a Sasuke, tanteando cuidadosamente si tenía alguna fractura en la nariz, los pómulos, las mandíbulas o alguna parte de la cabeza. También le tocó los brazos y la zona de las costillas. A pesar de la reciente buena onda entre ellas, a Hinata no le gustó ver cómo las manos de la pelirrosa toqueteaban a su amado. Sabía que estaba exagerando, pero de todos modos se dijo que aprender enfermería debía estar entre sus futuros objetivos. Nadie más que ella podría ponerle las manos encima a su amado.
—Por suerte no hay fracturas ni coágulos en la cabeza, sólo tiene moretones. Debería despertar pronto aunque con dolor en todas las zonas contusas —dio su certero diagnóstico y, como de reojo había notado que la Hyuga parecía incómoda, prefirió delegarle la labor de las curaciones—. Hina, tú lávale las heridas y ponle parches con ungüento en las zonas que tenga los hematomas más oscuros. Aplícale ese tratamiento todos los días cada doce horas—. Dicho esto volvió de regreso a la bolsa de género y le dejó a mano los implementos de sanación—. Bueno, chicas, me voy porque ahora me toca atender a Naruto.
—Iré contigo —anunció la Yamanaka—. También me interesa saber cómo está él. —Se volteó hacia la de ojos albinos y, agitando una mano de un modo efusivo, procedió a despedirse—. Hablamos más tarde, Hina.
—Hasta luego, Ino. —Miró a la de ojos celestes—. Hasta luego, Sakura. —Miró a la de luceros verdosos.
Pelirrubia y pelirrosa siguieron su camino a través del salón hasta llegar a la habitación en que Naruto estaba. La puerta ya estaba abierta, de modo que entraron sin necesidad de golpear. Sin perder tiempo Ino vio cómo Sakura lo chequeaba cuidadosamente.
—¿Cómo está? —le preguntó la soldado a la aprendiz, pues de Naruto se esperaba un mentiroso «estoy mejor que nunca, de veras».
—Esto no lo matará, pero necesitará dos semanas como mínimo para que su cara vuelva a parecerse a la de un humano.
—No seas alharaca, Sakura. Mañana estaré como nuevo... ¡Ay! —gritó cuando Haruno apenas le tocó un poquito el brazo.
—Claro, se nota claramente que mañana estarás fabulosamente bien —repuso con marcada ironía—. De milagro sigues consciente, tarado.
—Aun así tengo que agradecerte mucho —replicó él con tono misterioso.
—¿Por qué lo dices?
—Porque aguantar tus golpes desde niño me ayudaron a resistir mejor los de Sasuke.
Ella, atacada por la vergüenza, se sonrojó.
—Tan tonto como siempre —dijo evadiendo esa brillante mirada azul.
Algo incómodo surgió en el pecho de Ino. De nuevo se le hacía difícil saber si Naruto continuaba prendado de Sakura y eso no le gustaba. A pesar de que era muy buena examinando gestos y leyendo miradas, el de ojos azules le era un misterio en cuanto a sus sentimientos. Sólo observando no obtendría una respuesta certera, de modo que cuando llegara el momento adecuado le preguntaría directamente si todavía sentía algo por su gran amiga.
—Naruto, te aviso que pospondremos el ataque para deshacer el asedio a Gaara —anunció la coronela, dejando de lado sus recientes pensamientos.
—¿Por qué?
—¿Y todavía lo preguntas? —cuestionó con tono atónito—. Basta con mirarte para saberlo: con suerte puedes moverte y mañana despertarás con dolores hasta en el pelo. Ningún sentido tiene que Sasuke o tú traten de combatir así. Gaara ya se las arreglará. Atacaremos en una semana más y no me alegues porque ya tomé mi decisión.
Naruto formó una mueca disgustosa, pero no protestó.
—Está bien. Tú eres la jefa —se resignó.
La blonda sonrió por la obediencia otorgada. No era fácil que un hombre le diese eso a una mujer.
—Por cierto, Ino... —dijo el Uzumaki, aprestándose a continuar emotivamente—, te agradezco mucho por ser imparcial. Pensé que le contarías más lento a ese maldito, pero lo hiciste igual que conmigo. Te doy mi gratitud por eso.
—Mi lealtad está con Sasuke, pero eso no significa que no pueda ser justa.
—Pero debió ser muy difícil para ti serlo, pues eres su aliada hace muchísimo tiempo.
—En efecto me fue difícil, no en vano acabo de cumplir nueve años conociéndolo. Pero lo que es justo, es justo.
Uzumaki hizo un gesto de concordancia. Le agradó mucho que la rubia pensase y actuara de esa forma. Entretanto Sakura sintió que su vejiga le pedía vaciarse, pero estaba decidida a no dejar solos a esos dos. Sentía que tal cosa era...
Peligrosa.
Sasuke, dieciséis minutos después de caer, abrió los ojos al volver desde los oscuros abismos de la inconsciencia. Ni siquiera tuvo que hacer el intento de levantarse para percatarse de que estaba todo magullado y que le ardía el cuerpo desde la cintura hacia arriba. Como si fuese poco sintió que respirar por la nariz era como realizar una proeza, que sus ojos estaban afiebrados y que cada párpado le pesaba cincuenta kilos. Desde que lo persiguieron por los bosques que no recordaba haberse sentido tan mal. Aun así su terquedad lo conminó a ponerse de pie lo antes posible, pero las energías le fallaron miserablemente.
—No te muevas por favor o te dolerá todo —le dijo Hinata apenas notó el movimiento que su hombre intentó hacer. Lo sujetó desde las caderas firmemente—. Estás apalizado y ahora mismo debo limpiarte tus heridas.
—Déjame —reclamó tratando de sacársela de encima, cosa que obviamente no pudo lograr. Sus fuerzas en verdad estaban reducidas a su mínima expresión. De repente le llegó una puntada justo en la nuca, recordando que cierta persona de confianza lo había noqueado por sorpresa—. Maldita Ino —gruñó ese nombre—, me cortó el placer de matar a golpes a ese maldito. Me las pagará muy caro.
—Ella hizo lo mejor para ambos.
—Cállate, Hinata —ordenó a su modo más virulento—, aún tengo que ir a golpear a Naruto y eso es lo que haré.
—Mi vida, por favor no insistas con eso. No tiene sentido que busques venganza porque el está igual o peor que tú. Ni caminar puede.
—¿Es que no lo entiendes? ¿No comprendes el dolor que se siente al perder?
—Es que debes estar tranquilo, Naruto sólo tuvo muchísima suerte.
—No fue suerte —dijo instantáneamente al tiempo que cerraba ferozmente su puño. El dolor de la derrota brotaba por su semblante cual quemadura intramuscular—. El muy maldito sacrificó su rostro a cambio de ganarme, hizo una técnica digna de un loco de remate y lo peor es que le resultó. ¡No puedo creer que me venciera! —chilló lo último con un tono agudo y lleno de desesperación, uno que Hinata jamás le oyó antes.
—Pero..., amor...
—Silénciate, Hinata, no necesito tus tontos consuelos. Prefiero morir antes que sentir esta impotencia calcinante.
—¿Impotencia calcinante? —repitió con tono de reproche. Era evidente que hablarle suavemente no estaba dando resultado, por lo cual cambiaría su estrategia—. El combate fue tan parejo que se decidió por apenas un mísero segundo —le recalcó—. Para mí eso también es suerte. Si no te hubieras caído justo en el número diecinueve no habrías perdido.
—Perder es perder, no importa si fue por un segundo o por cinco mil. —Potenció toda su frustración alzando su voz al modo más vehemente que tenía—. Necesito vengarme ya mismo, demostrar otra vez que soy superior a ese imbécil.
Se hizo un silencio que, pese a durar apenas cuatro o cinco segundos, se sintió prácticamente eterno. El particular ambiente opresivo y tensionante que se había desatado contribuyó a ello. Estaba muy claro que Uchiha tenía escasa tolerancia a la frustración, pues era algo que gracias a sus tremendas habilidades casi nunca sintió.
—Recuerda que Naruto tuvo que convivir con el sentimiento de perder desde que tú le ganaste ese duelo de meses atrás. Y no sólo eso, también tuvo que lidiar con el fracaso de la guerra y eso sí que es doloroso.
—No me interesa lo que haya sufrido ese bastardo, yo no voy a aceptar una derrota —dijo sentenciosamente mientras hacía un esfuerzo para moverse sobre la cama. Evidentemente intentaba ponerse de pie—. Ahora mismo iré a concluir esto a golpes o a espadazos, lo que mejor le parezca a ese malnacido. —Sus intentos por incorporarse por fin rindieron sus frutos: logró erguir su espalda.
Antes de que continuara, Hinata lo tomó cariñosamente de la mano. Volvería a la táctica de la dulzura.
—Amor..., ¿qué puedo decirte o hacer para que te quedes aquí?
—Nada, absolutamente nada. Tú aún no eres capaz de entender el orgullo de un guerrero.
Hinata bajó su cabeza mientras entrelazaba aún más su mano con la de él, masajeándole los dedos con su pulgar.
—Él te ganó por un segundo, pero tú también le ganaste —aseguró de manera muy firme.
De repente Uchiha paró sus movimientos en seco, frunciendo el ceño de un modo tan marcado que una arruga se presentó ahí.
—¿Por qué dices eso?
—Porque demostraste que eres mejor maestro que Naruto. Recuerda que le gané a Sakura y eso fue por las técnicas superiores que tú me enseñaste. Logré vencer en tres combates seguidos gracias a ti.
El militar reaccionó parpadeando tres veces de modo muy veloz. Se había olvidado completamente de la apuesta. Su mente se retrajo a ese momento en que ambas se golpearon casi al mismo tiempo, pero aun así el resultado estaba muy claro para él: Haruno había perdido por asestar un espadazo prohibido.
—Ahora que lo mencionas es cierto. Partiste con la desventaja de tener menos fuerza y aun así obtuviste la victoria. —Pareció calmarse un poco con ese consuelo—. Te felicito, Hinata, peleaste increíble y estoy muy orgulloso de ti.
—Gracias, pero si no fuera por tu entrenamiento nunca habría ganado. Me enseñaste técnicas muy útiles para vencer a Sakura y además me dijiste cuándo usarlas en el momento correcto. Siempre pensaste a largo plazo, siempre reservaste lo mejor para el final porque, pese a perder los dos primeros duelos, confiaste en que podría llegar a las últimas instancias —dijo emocionada—. En serio muchas gracias por eso.
De repente Hinata vio algo que Sasuke nunca hizo anteriormente: una mejilla se le infló por un trío de segundos. ¿Qué significaba ese gesto tan novedoso para ella? ¿Frustración u otra cosa?
—En todo caso en el último asalto Sakura alcanzó a reaccionar; de ser un duelo real las dos se habrían matado —le recordó—. Debes seguir practicando para que nunca más tengas que usar el Círculo del Diablo.
—Lo sé, pero es que ella es increíble de verdad. Tienes que reconocer que sus reflejos son impresionantes.
Él tuvo que darse unos segundos de reflexión para aceptar lo dicho sin quejas.
—Es verdad —dijo finalmente—. Ambas tienen mucho futuro en esto.
—Pero yo seré la que tenga al mejor maestro —dijo risueña.
—Bonitas palabras, pero eso no me hace olvidar que debo darle una tunda a Uzumaki Naruto —anunció sacando a relucir su porfía otra vez. Acto seguido, trató de incorporarse.
«¡Qué terco es!», se dijo la dama sin poder créerselo. «Qué bueno que aprendí a tener siempre dos planes».
—Y saber que serás tú quien luchará contra Pain... ¿tampoco te calma?
Los movimientos del guerrero pararon en seco. También se le había olvidado completamente ese grandioso detalle. Él, y sólo él, sería el artífice de vencer al dios que pretendía dominar al mundo entero. No existía un premio mejor que aquel, tanto que habría sonreído si no le doliesen los músculos faciales.
—Amor, sé que ahora mismo tienes el orgullo malherido —dijo ella ante la falta de respuesta—, pero si realmente quieres vencer a Pain tienes que cuidarte. Nada sacarás maltratando más tu cuerpo contra Naruto, tu brazo izquierdo incluso puede resentirse de nuevo. No tienes nada que demostrarle porque él también quedó muy mal, puede que incluso peor que tú —afirmó endulzando su voz mientras le acariciaba uno de los mechones mojados por el sudor—. Para mí siempre serás el mejor de todos —añadió con una sonrisa que irradiaba complicidad.
Sasuke resopló intensamente. ¿Cómo no consolarse con esas palabras tan bonitas e inmerecidas? ¿Cómo no pacificar su ira ante tanta ternura? No quería calmarse, quería seguir encolerizado, pero Hinata, de algún modo molesto, estaba consiguiendo arrebatarle esa saña que cargaba. Asimismo debía reconocer que, en cierto modo, el combate que sostuvo contra Uzumaki fue mucho mejor que cualquiera con espadas: habían podido desquitar toda la ojeriza que tenían contra el otro dándose una paliza que agotó por completo sus energías, aunque sin correr peligro de muerte. Lo último no sucedía con la esgrima.
—Por cierto, ¿cómo está tu cabeza? —recordó que ella también había sido lastimada—. Te veo bien, pero prefiero asegurarme.
—Tranquilo, me duele únicamente si me la toco. Sólo espero que no me quede un chichón muy notorio —concluyó graciosamente.
—Me alegro mucho de que hayas despertado sin problemas.
Hinata compartió esa misma emoción al ver que el cariz de Uchiha iba cambiando paulatinamente. Tenía que seguir transitando por ese sendero que lo estaba llevando hacia la serenidad.
—A propósito, amor..., te agradezco mucho tu intención de defenderme cuando Sakura me golpeó —dijo aferrándole la mano con mayor fuerza—, pero no debes reaccionar así tratándose de un accidente. Sé que ella no lo hizo con mala intención.
—Una vez lo dejé pasar, pero dos nunca. Dudo muchísimo que el mismo accidente pueda repetirse. Para mí lo hizo intencional, por eso reaccioné endiabladamente.
—En realidad la culpa fue mía. Pensé que podría esquivarla agachándome, pero sobrestimé mis habilidades —explicó mientras su mirada se abstraía al recordar ese momento todavía borroso en su mente—. Entiendo por qué lo hiciste —retomó su viveza—, pero, por favor, si pasa algo así de nuevo trata de contar hasta diez. A Sakura la considero una amiga y no me gustaría que algo malo le pasara, menos si tú eres el causante.
—En todo caso ella misma aceptó que se merecía un castigo.
Siguieron disintiendo acerca del percance, aunque Sasuke fue aceptando gradualmente los argumentos de su musa. También cesó sus ansias de venganza ya que en este momento ni siquiera tendría la fuerza suficiente para golpear a Naruto. Seguir intentándolo sería completamente inútil. Aun así, su puño necesitó apretarse por cuanto la sensación de perder era horrible, lastimosa, maldita; una perra maldición en definitiva. Mas, para gran suerte suya, Hinata estaba allí para consolarlo y alentarlo.
—Cuando caí la primera vez pensé que era mi fin —dijo de repente, sus ojos brillando de un modo diferente—, pero escuchar tu voz me reanimó. —Hinata contestó esbozando un gesto de asombro, para luego seguir oyéndolo atentamente—. Aunque no lo creas tu apoyo me sirvió mucho para poder levantarme. La segunda vez, cuando escuché tus ánimos de nuevo, también me emocioné mucho. Mi orgullo es demasiado grande, ya lo sabes, pero también deseaba seguir luchando por ti. Solamente me lo impidió ese mareo de mierda que causó mi caída justo al segundo veinte —dijo con notable pesar—. Aun así gracias por tu respaldo, Hinata. Al principio tuve celos que me llevaron a pensar que incluso podrías alentarlo a él en lugar de a mí. Y debido a eso con más rabia lo golpeaba.
Hinata parpadeó repetidas veces, inhalando profundamente después.
—Hubiese sido una total desgraciada si hubiera hecho algo tan ruin como apoyar a Naruto. Aunque no comparto tus motivos para pelear contra él, mi lealtad estará contigo eternamente. Así como tú me apoyaste para vencer a Sakura, yo haré lo mismo contigo, aunque, como ya lo sabes, preferiría que el combate final entre ustedes jamás se diese.
—Te advierto que no te hagas ilusiones respecto a eso. Ahora más que nunca deseo eliminar su presencia de la faz de la tierra.
—En fin, ya lo volveremos a hablar cuando llegue ese momento crucial. Y por cierto, hablando de celos... —El rostro de Hinata pareció oscurecerse, cosa muy rara en ella y que llamó la atención de Sasuke—. ¿Por qué le dijiste a Sakura que fuese tu aliada en un futuro? ¿Por qué le pusiste las manos en los hombros? ¿Y por qué contaste de una forma tan presumida que ella se había fijado en ti?
—Venganza, tan simple como eso. Quería hacerte sentir lo mismo que yo sentí cuando te vi con Naruto.
—¿Cuándo dejarás de ser tan vengativo?
—Nunca.
—Pues agradece que esta vez no te hice ningún escándalo, pero si vuelvo a verte cerca de Sakura no responderé por mis actos. Que te quede claro.
Los ojos brunos se abrieron más ante ese tono amenazante. Que recordara Hinata nunca le había hablado de esa forma. Estaba fingiendo, seguramente. No creía que esa rabia surgiera de verdad en alguien tan pacífica como ella.
—Tú no actúas así, siempre eres moderada y serena. Jamás harías un escándalo y menos por celos. Si volviera a pasar algo así lo hablarías conmigo después tranquilamente, tal como lo estás haciendo ahora.
—Todavía no conoces de lo que es capaz una mujer celosa, Sasuke. Si tú te pones rabioso yo también tengo el mismo derecho, ¿no? Tú me perteneces y si tengo que hacer un alboroto para defender lo que es mío, lo haré.
Uchiha se quedó sin palabras por muchos segundos.
—Quizás tu carácter se está volviendo más fuerte de la cuenta, ¿no crees? —atinó a hablar por fin.
—No olvides que eso ha sido por culpa tuya. —El comentario de su novio le resultó tan jocoso que nada tardó en cambiar su semblante completamente, regalándole de paso una linda sonrisa juguetona—. Gracias a ti la Hinata sumisa ya no existe.
—Ojalá no tenga que arrepentirme después. —Le siguió el juego empleando el mismo tono de ella—. Si reaparece de vez en cuando no me quejaría.
Ella volvió a sonreír y lo hizo más todavía al ver que consiguió su propósito inicial: Sasuke había olvidado esa tremenda furia que le causó perder contra su archirrival. La domadora de demonios le brindó honor a su apodo.
—Si te portas bien quizás la sumisa reaparezca en aspectos más... suculentos —susurró la última palabra como si de súbito perdiera el aliento, mientras sus mejillas, en un santiamén, adquirían un destacable rubor. Por su parte Sasuke, como siempre, disfrutó que el rostro de su musa tuviera la capacidad de cambiar su color de una forma tan veloz.
—Me encanta cuando te pones roja, mi pequeña guerrera —manifestó con una de esas sonrisas que sólo daba en casos excepcionales.
—Ay...
En un acto casi inconsciente el guerrero trató de acercarse a fin de besarla apasionadamente, pero bastó sólo eso para volver a recordar lo machacado que estaba su cuerpo.
—Rayos... —gruñó tal palabra—, siento que mi mandíbula se corrió diez centímetros de su lugar. Lo único que me falta es que ese rubio imbécil me haya dejado tan feo como él.
Hinata no quería hacerlo, pero terminó echando una carcajada. A Sasuke le sorprendió, mas le alegró verla reaccionando de ese modo. Eso era raro en ella, pues desde pequeña le enseñaron a no reír estruendosamente por ser considerado de mala educación.
—Pues aun así de golpeado —Hinata inició su respuesta—, aunque estés todo molido, con la cara hinchada de hematomas, con un párpado púrpura y el ojo izquierdo cerrado..., aun así me pareces el hombre más hermoso que hay en el mundo.
Ahora hubiese sido el turno de Sasuke para reírse a carcajadas si tan solo tuviera la suficiente fuerza para ello.
—Me enternece ver cómo intentas usar una mentira blanca para consolarme. —Hizo un esfuerzo para acariciarle una mejilla dulcemente. Y aunque sus labios no podían sonreír mucho en este momento, el único ojo que tenía abierto brilló tanto como la mejor de las sonrisas.
—No es una mentira blanca, amor, es la absoluta verdad —insistió ella. Y refrendó lo dicho dándole un significativo beso en la frente, el único lugar de su rostro que no tenía moretones.
—Con razón dicen que el amor es ciego. Pero la realidad es que debo estar tan feo que hasta el diablo se espantaría al verme —dijo exhalando una jocosidad que sólo Hinata podía sonsacarle.
—No lo creas. Todavía no te ves al espejo, pero te aseguro que Naruto quedó con la cara más hinchada que la tuya. Incluso parece que le rompiste la nariz.
—Ojalá se la haya dejado chueca por siempre.
—Pobre de él, yo no le deseo ningún mal. Ojalá se recuperé de buena manera.
—Bah. Ojalá se le pudra todo el rostro.
—Será a ti al que se le va a pudrir si no me dejas hacerte las curaciones. Tendré que ponerte unos parches también.
—Gracias por querer cuidarme con tanto afán. ¿Qué haría sin ti, Hinata? ¿De verdad qué haría sin ti?
La cara de ella volvió a ser ruborosa.
—No es nada... —musitó claramente coartada. No fue capaz de explayarse al respecto, aunque sí lo haría abordando otra cosa importante—. ¿Quieres que te traiga agua? ¿O prefieres algo de comer? —ofreció tan solícita como siempre.
—Ahora que lo dices tengo una sed infernal. Si puedes traerme una jarra llena hasta el tope te lo agradecería.
—Por supuesto, amor. Vuelvo enseguida.
Mientras la miraba marcharse, el pelinegro general, dando un suspiro, recordó una escena clave de su vida: las palabras de advertencia que Orochimaru le dedicó antes de convertirlo en su discípulo...
—Dime algo, último de los Uchihas... ¿Quieres ser el mejor guerrero que existe?
—Claro que sí. Necesito serlo para matar a los Hyuga y obtener mi anhelada venganza.
—Entonces dedícate al cien por ciento a ello. No tendrás amigos, novias, ni distracción alguna que te saque de tu meta. Si realmente quieres ser el más fuerte eliminarás de cuajo esas trivialidades que de nada sirven.
—Así lo haré.
—Muy bien —dijo satisfecho—. La cima es un lugar muy frío y solitario, pero ese es el precio de ser el mejor.
«Frío y solitario» fueron palabras que se arraigaron por siempre en su mente. Las empleó a rajatabla con Karin en su afán por enamorarlo y con Ino en su propósito de humanizarlo más. No deseaba afectos que lo desviasen de su objetivo ni vínculos que pudieran debilitarlo. Sin embargo, Hinata había logrado romper esa barrera que le fue impuesta desde chiquillo y, precisamente gracias a ello, ahora podía apreciar lo dulce y maravilloso que era tener el apoyo de una mujer a la cual se amaba con todo el corazón. Tal sensación le llenó el pecho de agradecimiento y felicidad. Sin ella, sin Hinata Hyuga, quizás no podría superar esta terrible derrota que se le clavó como una estaca en el ego.
Ahora entendía todo lo que debió aguantar Naruto por su cuenta. De seguro el hecho de perder meses atrás lo quemó por dentro tal como ahora lo experimentaba él. ¿Cómo logró superar esa horrible sensación completamente solo?
«Quizás ese tonto no tiene tanto orgullo como yo», se dijo como respuesta, aunque ésta no terminaba de convencerlo. En fin, fuera como fuera tenía que reconocer algo: a cada día que pasaba, más respeto Naruto le engendraba. Levantarse de ese gancho directo al hígado en apenas diecinueve segundos era imposible, era imposible en serio, no se trataba de una exageración, y aun así él lo había hecho.
—Bastardo maldito, aunque me pese no cabe duda que tu determinación y resistencia son increíbles. Tú eres el mejor enemigo que alguien pudiera tener, pero la próxima vez nada te salvará de tu destino... La próxima vez lucharemos con espadas y a muerte...
«Y que no te quepan dudas de que será la última batalla entre nosotros».
La fémina regresó portando en sus manos un gran jarrón lleno de agua. Sasuke, ignorando el dolor que le significó moverse, se acomodó de la mejor forma y empezó a beber de un modo que Hinata nunca vio. Sólo un moribundo que atravesó un gigantesco desierto podría equiparársele.
—Muchas gracias. —En cuanto mató su sed, dijo esas palabras que sólo con ella utilizaba.
—De nada, mi vida —contestó acentuando su estilo tierno y cariñoso—. ¿Sabes?, mientras iba por el agua me puse a pensar en cómo reaccionaste por el golpe que me dio Sakura. Aunque no era necesario que actuaras de una forma tan violenta, entiendo que lo hiciste porque me amas y eso me emociona mucho —expresó con ojitos brillantes de ilusión y una sonrisa tan preciosa como toda ella lo era.
Sasuke alzó una mano hacia su musa y le acarició una mejilla, comprendiendo, mejor que nunca, la razón por la que se lanzó contra Sakura como un enajenado.
—A decir verdad en primer lugar debí acudir contigo para ver si estabas bien, para ayudarte, pero la furia que sentí fue tan grande que lo único que deseaba era hacerle pagar a Sakura por lo que te hizo.
—Bueno..., no es lo idóneo, pero ahora creo que te entiendo mejor. Has actuado impulsado por la venganza durante tantos años que dejarla atrás no es algo que puedas lograr todavía. Y, aunque no hayas acudido enseguida conmigo, sé que me amas. Precisamente porque te dolió mucho lo que me pasó es que reaccionaste de esa forma.
—Gracias por ser tan comprensiva.
—Es lo que te has ganado —dijo curvando sus labios.
—Y tú te has ganado que me preocupe por ti eternamente. De hecho, proteger una sonrisa tan linda como la tuya es lo que todo hombre querría.
Ella se sonrojó tanto por la emotiva forma en que lo dijo como por las palabras en sí. Además Uchiha la miraba como si fuese la mujer más bella que existía en este mundo, cosa que la puso tan nerviosa que incluso la hizo salivar.
—Yo... no sé qué decirte. No creo que mi sonrisa sea tan bella como dices.
—Créeme que lo es y con creces. Basta que me des una sola para que mejores todo mi mundo —remató sin ningún temor a la curislería o parecer más tierno de la cuenta. Eso era lo que realmente sentía y lo expresaría sin tapujos cuántas veces fueran necesarias.
—E-esto... Muchas gracias, amor... —coartada de nuevo, Hinata no pudo seguir hablando aunque deseaba hacerlo.
—El que debe tener una sonrisa horrible soy yo —continuó él ante ese nervioso mutismo—. Y más ahora que tengo los labios estropeados.
—No es así —renegó inmediatamente y con una seguridad que al pelinegro sorprendió. Recién mostraba todo lo contrario, pero por defenderlo cambió su tímida actitud en un abrir y cerrar de ojos.
—A ver, déjame comprobarlo. Tráeme ese espejo de allí. —Lo apuntó con el dedo que servía para ello—. Quiero verme.
Hinata reaccionó dando un pequeño respingo.
—Te va a herir la vanidad... —advirtió la dama.
—No me importa, necesito calcular cuánto tiempo requiero para verme normal de nuevo.
—Está bien... —aceptó no muy convencida. Ver su reflejo podría reflotar todo el odio que sólo unos minutos atrás sentía contra Uzumaki. Rogando que eso no ocurriese, sacó el espejo de la pared y se lo entregó a su amado. Un segundo después cruzó los dedos de su diestra a un costado del muslo.
—Pero qué hijo de puta es ese rubio maldito —comentó con voz de sorpresa a la vez que, lentamente, movía su faz de un lado a otro—. Me dejó más deforme de lo que imaginaba.
—Pero sé que te sanarás bien porque Sakura dijo que no tenías ninguna fractura.
—Claro, pero demoraré como dos semanas para estar normal de nuevo. A eso súmale el tremendo ardor que ahora mismo siento en todo mi rostro.
La molestia hizo que tirara el espejo de tal forma que quedó haciendo equilibrio justo al final de la cama. Hinata, recordando instantáneamente la creencia de los siete años de mala suerte, se apresuró a agarrarlo antes de que se estrellara contra el suelo. No es que fuera una persona especialmente supersticiosa, pero a su parecer más valía prevenir que lamentar. Sin comentar nada al respecto, caminó hacia la pared y lo colgó de nuevo en el lugar que le correspondía. Luego se volteó y esperó un par de minutos a que Sasuke abandonara ese talante violento que se había apoderado de él otra vez. Por suerte lo que anhelaba terminó sucediendo, de modo que volvió hacia él confiadamente.
—Me encantaría darte un masaje para aliviarte —dijo al regresar a la cama, sentándose muy cerca de su varón—, pero creo que tocándote sólo empeoraría las cosas.
Sasuke asió la mano de Hinata por sorpresa, llevándola velozmente hacia su entrepierna.
—Aquí no me duele.
Ella adquirió un color tan intenso que ya ni siquiera podría llamarse rojo; habría que darle un nuevo nombre a lo que su cara había creado. Él disfrutó infinitamente aquello, pues ese era su verdadero propósito para dejar al enojo apartado: avergonzarla hasta verle ese lindo rubor que aparecía a relampagueante velocidad. No esperaba más que eso pues su vitalidad era nula ahora mismo, pero Hinata, decidida a cambiar por fin su timidez de niña hacia la osadía de una mujer hecha y derecha, mantuvo su diestra allí a pesar de que Sasuke se la había soltado. Y, sorprendiéndolo todavía más, muy pronto le propondría una oferta difícil de rechazar...
—¿Q-quieres... quieres que te dé una terapia bucal? —propuso con una tímida y balbuceante coquetería—. Seguramente un orgasmo te ayudaría a reducir el dolor que ahora sientes...
Uchiha la observó dándole alas a un brillo travieso en sus ojos brunos. Le encantaba que su prometida, a través de la intimidad que les otorgó ese viaje a través de cuantiosos parajes boscosos, hubiese adquirido una gran confianza respecto a su sexualidad. Estando juntos ya no temía expresar sus deseos más instintivos ni necesitaba procurarse el comportamiento de una dama intachable. Eso le hacía sentir orgulloso, pues la había ayudado a dejar de lado los prejuicios y ser simplemente libre; tan libre como él lo era con ella.
—Me encantaría, amor mío, pero creo que mi virilidad no sería capaz de erectarse siquiera. La verdad es que ahora mismo tengo tanta energía como un muerto.
Hinata se levantó de la cama, caminó hacia la puerta, le puso el seguro y, mirándolo desde allí, su rostro volvió a arderle de una manera muy vívida. Sin embargo, estaba decidida a que su timidez no se interpusiera en su meta de ser más sensual, sin saber que era precisamente esa candorosa cualidad lo que la volvía más tentadora a ojos de su novio. Relamiéndose nerviosamente, necesitó carraspear antes de lanzar una frase que estuvo a punto de aprisionar entre sus labios, empero, osó liberarla.
—Pues lo que te haré podría revivir incluso a un muerto...
Y a partir de lo dicho, Sasuke recibió el mejor tratamiento que un malherido pudiese anhelar...
Continuará.
Notas Finales: Bien, creo que ahora sí que Hinata ha quedado fuerte de una manera creíble, ojalá que ustedes también estén de acuerdo con esto. Puede que su desarrollo fuese lento, pero siempre me ha parecido que cambios así no pueden darse de la noche a la mañana sino que toman su debido tiempo.
Aviso que en el siguiente capítulo habrá un salto en el tiempo de dos meses hacia adelante, ubicándonos un poco antes del ataque final contra Danzo y la llegada de Pain. Obviamente no describiré cada batalla que se dé en la guerra porque no quiero estirar esto, así que me enfocaré sólo a lo estrictamente necesario. Sin más que agregar, saludos gigantes y muchas gracias por leer :D
