¡Hola! Una disculpa por el atraso, honestamente la vida me consumía. Espero que alguien siga leyendo esta historia, porque prometo que voy a terminarla. Abajo hay más notas.
Osamu se dio cuenta de que los sueños comenzaron a cambiar. Aquella semana en que dejó de ver a los tres chicos insoportables fue tan feliz y su sonrisa tan grande que algunos de sus compañeros lo confundieron con Atsumu. Por supuesto que la sonrisa se le borró de inmediato con cada equivocación, pues él no era ningún amargado como para que lo identificaran de esa forma. Aunque tuvo que reconocer para sus adentros que normalmente sus expresiones eran más sutiles.
Fuera como fuera, cada noche esperaba la fantasía que le traía novedades de su alma gemela. Con gusto, comprobó que no solo había hecho un amigo, sino que también había empezado a jugar vóley. Como él. Dirigiendo su destino a encontrarse pronto con el suyo, quizás. Solo saber que en otro lugar él también estaba jugando, lo motivaba a mejorar sus jugadas, a entrenar todavía más.
Atsumu recibió su entusiasmo con igual energía, y con una sonrisa maliciosa en cuanto logró obligarle a confesar. Sin embargo, su hermano estaba en la misma situación que él; comprendía sus ánimos y su impaciencia del mismo modo en que se le hacía inevitable ponerse nervioso (mínimamente) cada vez que llamaban la atención, que los grababan y que crecía su fama. Eran conocidos. Cada año lo fueron más, tanto por interés del público como por las transmisiones de Tsumu, pero nunca se les acercó ningún chico de cabello oscuros y lunares misteriosos, ni tampoco un chico moreno con lindas pecas.
El mismo vóley conseguía aliviar sus preocupaciones, pero con el paso del tiempo no pudieron ignorarlas. Después de todo, al crecer se hacía más probable dejar de verlos. Cualquier sueño podía ser el último. Cuando sus chicos cumplieran doce años se acabaría todo. En ese momento, dejarían de enterarse de lo que ocurriera en sus vidas. No podrían verlos hasta encontrárselos en la realidad, si es que lo lograban…
Osamu no quería ser pesimista, pero sabía que no era imposible. Se le hizo todavía más difícil descartar esa opción cuando una mañana su gemelo se largó a llorar de la nada mientras desayunaban. Era un día de abril precioso, las flores de cerezo entraban por su ventana y era su desayuno favorito, pero el otro era incapaz de controlar las lágrimas. Entre sollozos, confesó que hacía un mes que no soñaba nada de su chico. Que se habían visto, incluso tratado de hablar entre señas torpes y confusas, pero que nada lo había ayudado a prepararse para echarlo tanto de menos, a pesar de que ni siquiera pudieron hablarse.
—Creo que se había preparado mucho para hablarme. Lástima que no entendí sus gestos… debe pensar que soy un idiota.
—Eso es bueno. Lo eres, tiene que prepararse para tratar contigo.
—¡Desgraciado! ¿Se supone que me estás consolando?
—¿Viste que eres idiota? Es obvio que lo hago.
—Pues tu alma gemela tendrá que acostumbrarse a que seas un tarado en eso.
—Solo en eso, al menos. En cambio, la tuya tendrá que soportarlo todo el tiempo.
—Púdrete, Samu —replicó, pero su voz se quebró en el último instante. Parecía que ser como siempre no funcionaba para esta situación.
Con un pequeño deje de incomodidad, tiró de él para abrazarlo. Sus ruegos internos de que por favor aquella humedad en su hombro solo fueran lágrimas pronto quedó apartado por el desasosiego de ver tan mal a su hermano.
Consolarlo fue duro, y lo fue más ir a acostarse ese día, así como todos lo que le siguieron. Los sueños eran esporádicos, lo que le hizo pensar en que el otro también temía aquel momento…
El momento de verse directamente en sus sueños. Ocurriría una única vez, y marcaría el final de compartir subconscientes. Incluso él se sentía tímido al pensarlo; podía suponer que su alma gemela estaría atacado por los nervios.
Los meses pasaron, Tsumu preguntando con la mirada cada mañana, él encogiéndose de hombros en respuesta.
Cuando sucedió, apenas tuvo ocasión de ponerse nervioso.
Yamaguchi parpadeó confuso, notando de inmediato lo real que se sentía su sueño. Cada uno de sus sentidos estaba aún más aguzado que cuando estaba consciente. Despierto no podría ver con tanta nitidez (le habían dicho hace poco que quizá tendría que ocupar gafas para algunas tareas), ni fijarse en tantos detalles. Y para ser sincero, ni despierto ni dormido tenía tanta imaginación ni coraje para ver aquel rostro, que hacía que su corazón latiera como si lo extrañara desde antes.
"Hey", intentó decir, solo para acabar como un lío sonrojado cuando ningún sonido salió de sus labios. Mierda, y él que quería verse genial… ahora simplemente debía lucir estúpido, olvidando un dato tan básico como que no se podían hablar. Por suerte, la mirada del chico de cabello castaño era comprensiva, ya fuera porque no había esperado mucho de él o porque estaba acostumbrado a lidiar con idiotas. Esperaba que lo segundo, aunque dudaba que alguien pudiese tener muchas expectativas luego de ver que había sido acosado cuando niño. Tuvo que resignarse y saludar con la mano, sin poder reprimir una sonrisa triste.
Verse significaba que este sería el último sueño que compartirían juntos.
Los ojos del chico permanecían tal y como los recordaba: con cierto deje apacible, y sin embargo con una familiaridad abrumadora, cálida, como si estuviera dispuesto y se le hiciera muy fácil dejarle entrar a su vida. Tenía aquella actitud confiada y tranquila que siempre admiró y envidió a partes iguales, y a pesar de que dudaba que se hubiera atrevido a hablarle sin conocerle (o sin el respaldo de Tsukki) creyó que podían volverse cercanos. Su corazón se llenaba de calidez con cada paso que daba hacia él, sintiendo que por primera vez estaba realmente presente. ¿Estaría mal querer comprobar si el otro también estaba interesado en ese sentido? ¿Querer abrazarlo, tratar de descifrar los matices para saber si lo correspondía como amigos o algo más?
Antes de que pudiera hacerlo, el chico se señaló a sí mismo con una sonrisa cansada, para después extender ambas manos delante suyo. Las dejó un momento de esa manera, y luego dejó solo tres dedos extendidos. Yamaguchi abrió los ojos por la comprensión, entendiendo vagamente las implicaciones. Si su alma gemela era un año mayor que él, ¿eso significaba que tuvo que esperar todo ese tiempo para poder conocerlo? Incluso más que un año, resultaba poco probable que hubiese nacido el mismo día… Le costaba imaginar lo solitario que debió ser. ¿Él mismo, habría podido aguantar con la incertidumbre? Considerando lo desdichado que se sintió esa edad y sus problemas de autoestima, seguro habría creído que alguien como él no tenía alma gemela. A pesar de que sabía que el asunto no era su culpa, se prometió hacerse responsable y encargarse de que jamás se sintiera solo en cuanto se encontraran.
Por si acaso, se señaló a sí mismo y su edad antes de sonreírle también, aunque apostaba que ya lo suponía. En este estado, incapaz de hablar, era imposible darle más. Sin embargo, al verlo asentir y encogerse de hombros ni siquiera se sintió impotente. En serio, lucía tan relajado… Era difícil ser pesimista a su lado. Incluso estaba tentado a descartar su vergüenza pasada, de sentirse infantil, insuficiente, poco especial…
¿Y qué si lo era? No le estaba exigiendo nada, no le estaba pidiendo que fuera alguien distinto; para su sorpresa, no había rastro de desilusión en el rostro del castaño.
Tenía que hacerle saber que estaba agradecido por eso.
Se esforzó por concentrarse. Cuando cerró los ojos, siente que el aire cosquillea a su alrededor, casi tanto como su propio interior acelerado. Ni siquiera tenía que concentrarse en su pecho para sentir ese algo nuevo creciendo allí, como apostaba que también crecía fuera de él. Al abrirlos, respiró aliviado al comprobar que al menos en el exterior las cosas habían sucedido tal y como imaginaba, y no sin control como en su corazón: ahora se encontraban en un lindo y soleado valle, lleno de césped por todos lados, excepto donde ellos mismos se encontraban. Tenía en sus manos dos varitas de madera, y con gesto solemne le entregó una al otro.
Ambos conocían perfectamente las reglas del mundo onírico. Al menos por hoy, tendrían control absoluto de este mundo, aunque no podrían comunicar nada acerca de su propia realidad. Si Yamaguchi escribía su nombre, se vería como una mancha borrosa. Si Osamu intentaba escribir dónde vivía, sería igual de ilegible. No obstante, ninguna regla impedía tratar de comunicar cualquier tontería.
"Perdón", fue lo primero que escribió Tadashi, abrumado todavía por la antigua vergüenza de siempre. "Por darte tantas pesadillas". Y luego, tal y como le habían enseñado, agregó: "y gracias por darme sueños lindos. Fueron mi mayor alegría en ese entonces".
Sonrió, y ni siquiera se dio cuenta de que volvió a flechar al otro solo con ese gesto. Tanto, que tardó un momento en reaccionar y sonreírle a su vez. Casi dejó caer su propia varita por la emoción, y al principio su letra salió un poco temblorosa. Por suerte, consiguió dominarse y logró decir aquellas palabras que llevaba tanto pensando.
"No hay nada por lo que pedir disculpas. Si tuve miedo fue siempre por ti". Mierda, ¿sería muy cursi? Bueno, aunque lo fuera, lo mejor era ser directo. Tenía que dejarle en claro sus pensamientos, para que dejara de culparse por algo que estaba más allá de su responsabilidad. "Si quieres que me sienta mejor, puedes presentarme a esos imbéciles para desahogarme. Te prometo que se solucionarían muchas cosas".
Yamaguchi rio, y el otro maldijo por tener todo este sueño silenciado y ser incapaz de oír esta risa. Apostaba que sería preciosa. Lamentaba también que se tapara la boca y no le dejara ver su sonrisa.
Por su parte, Tadashi apenas podía parar de reírse, asombrado de sí mismo por su obvia debilidad por los chicos con confianza. Qué cierto parecía ser la atracción por los opuestos.
"Dudo volver a saber de ellos, iré a una preparatoria distinta a jugar vóley".
"Sabes que también juego, ¿cierto?"
"Sí. Encontrémonos algún día".
Él mismo se sorprendió por ser capaz de hacer una promesa dejando de lado su timidez. Juntarse tanto con Tsukki parecía haber sido útil en su personalidad, por lo visto. Y quizá haber ganado ese partido el día de ayer, anotar puntos y sentirse orgulloso de algunas jugadas. Si seguía de esta forma, ¿podría presentarse ante él algún día sin encogerse?
Miya también lucía sorprendido y encantado a partes iguales.
"Por supuesto. Pero no creas que te dejaré ganar solo por tener una cara bonita".
¿Era sarcasmo? ¿Lo era, así de la nada? Tsukki le había demostrado que el sarcasmo era imprevisible, pero parecía fuera de lugar tratándose de su apariencia, más todavía con la manera en que lo trató hasta ahora. Así pues, ¿era en serio? ¿De verdad pensaba que era lindo?
"Lo mismo digo". Sí, la jugada más segura era devolverla. "Cuando te derrote tienes que invitarme a comer".
Oh, ¿el chico también amaba tanto la comida como él? Era inevitable que Osamu se entusiasmara con la idea. Claro que quería que invitarle a comer, idealmente su propia comida. Un par de veces había cocinado con sus padres y, a juzgar por las numerosas felicitaciones que obtuvo, incluyendo las de su testarudo hermano, tenía un futuro prometedor en la cocina.
Un cumplido de su alma gemela tenía que saber a auténtica gloria.
"Te invitaré a comer sin importar quién gane".
"Me gusta. Sin rencores. Aunque me gustaba la idea de tener un incentivo para ganar".
"Si me ganas cocinaré para ti", escribió, y por primera vez en su vida sintió cómo se ruborizaba, más de lo que creyó posible. "Prometo practicar en eso también".
Era dulce. Su alma gemela era tan dulce que Tadashi volvió a confirmar que no lo merecía, que era imposible merecer a alguien como él. ¿Qué clase de respuesta debía darle ahora? ¿Siempre tendría tanta dificultad para decidir cómo hablarle? ¿Su corazón dejaría de acelerarse tanto en un futuro? Tenía que actuar más a la defensiva si quería sobrevivir.
"¿Por qué, crees que vas a perder?".
Oh, obtuvo una sonrisa por eso. Una muy linda, irresistible por lo relajada que era, maravillosa por las sensaciones que provocaba.
"Practicaré para el resto de nuestra vida".
Dios, ¿cómo prepararse contra eso? Una frase así destruía cualquier defensa. Yamaguchi tendría que acostumbrarse a ser derrotado en esto, o practicar también cómo devolver una promesa implícita tan intensa. Porque no lo estaba malinterpretando, ¿verdad? Esa eternidad que se infería solo podía ser romántica, ¿cierto? ¿Podría hacerle saber que él también quería lo mismo, ahora?
"Yo también quiero esforzarme y ser mejor para ti", escribió, aunque tan lento que la vergüenza volvió a inundarle. "Incluso estoy dispuesto a hacer cosas ridículas, como dedicarte puntos". Oh, qué rápido había huido a la zona de humor. Ojalá perdonase su cobardía de nuevo.
"Ew, paso. Un punto es poca cosa para mi alma gemela, yo solo dedicaré victorias completas". Osamu sabía que quizá estaba siendo demasiado directo con un chico aparentemente tímido. Pero sabía de igual forma cuánto había crecido, cambiado y cuánto seguía intentando cambiar, tal y como acababa de decirlo. Y con las pocas frases que habían intercambiado podía adivinar una personalidad bastante compatible con la suya, más audaz de lo que el mismo chico debía saber, y quería dejar en claro desde el comienzo todo lo que quería con él para ahorrarse malentendidos.
Le gustaba, así de simple. Si era amor o no podían averiguarlo e intentarlo las veces que hiciera falta; estaba dispuesto a hacerlo junto a él.
"Me gusta, suena menos ridículo. Solo no me dediques partidos antes de haberlos ganado, es malo confiarse".
"La confianza siempre es un arma. Pero tranquilo, «no necesitamos recuerdos» es nuestro lema".
¿Esta filtración contaba como información demasiado personal? ¿Podría leerlo? A juzgar por su mirada supuso que sí, aunque solo le quedaba esperar que relacionara esta información con la realidad, y que quizá investigara los lemas de las escuelas… Bueno, incluso si lo hacía sería complicado buscar los lemas de las escuelas de todo Japón. Mejor abandonaba las ilusiones desde el comienzo.
"Sé que no es la intención de la frase, pero a mí sí me gustaría poder deshacerme de mis recuerdos. Tal vez sin ellos podría tener confianza".
Soltar esta verdad ahora apagó un poco la calidez del encuentro. A fin de cuentas, Tadashi sabía que no era un buen partido: al menos ahora, no tenía nada que ofrecerle; un pasado de mierda en que fue un llorón, un presente en donde trataba de dejar de ser un lastre, y un futuro poco prometedor si se dejaban de lado sus ilusiones. Resultaba inevitable compararse, dejar ir el pesimismo de siempre, incluso cuando el otro no luciera decepcionado por ser su destino. Sabía que podría ser peor: que existía la posibilidad de que se hubiera negado a aceptarle, que quisiera negar ser su alma gemela, y que debía agradecer que no fuese así… Pero le costaba admitir que en serio tuviese la posibilidad de ser feliz.
"Estoy seguro de que vas a darte cuenta de lo genial que eres en algún momento. Habría sido lindo que te vieras a través de mis ojos, aunque sea en sueños, pero ya ves que solo sueño estupideces".
Vaya, su alma gemela podía ser muy cursi sin darse cuenta. Estaba ahí, concentrado escribiendo con el ceño fruncido, sin percatarse de las cosas que decía y solo genuinamente preocupado porque ya no podría ver sus sueños. Yamaguchi se sentía afortunado a pesar de eso, sin embargo. De todas maneras, le habría parecido extraño ver cómo soñaba con él mismo, siendo un espectador. Además, ¿qué clase de cosas soñaría? ¿Que eran amigos? Porque la posibilidad de que fuese algo romántico ya conseguía subirle varios colores a la cara…
"¿En serio piensas que soy genial? ¿Qué cosa te gusta de mí?".
Osamu pensó con seriedad su respuesta. Había demasiadas cosas que decir, pero el problema era que resultaba difícil ordenarlas según relevancia, o adivinar cuáles necesitaba escuchar el otro.
"Bueno, te conozco muy poco como para poder ponerlo en palabras", comenzó, notando de inmediato la desilusión del contrario. "Y aunque pudiera, tal vez para ti no signifique lo mismo que para mí. Yo ni siquiera creo que sea malo llorar. Lo único malo de tu pasado fueron las personas que estuvieron en él, no tú. Espero que en el futuro tengas mejores personas a tu lado, y que puedas incluirme en él. Me gustaría seguir hablando contigo, jugar vóley juntos y verte sonreír".
"Y prepararme comida deliciosa, no lo olvides", escribió, porque de haber dicho cualquier otra cosa se habría puesto a llorar. Y aunque al otro no le pareciera algo malo, él de verdad quería intentar sonreírle con todas sus fuerzas, porque sabía que eso era lo que también quería él.
"Eso seguro. Pero es muy fácil hacer sonreír con comida. Yo voy a esforzarme al máximo por ti".
Tantas promesas lo estaban mareando. No creyó que fuese tan fácil hacerlas, aunque suponía que quizá lo era porque llevaba mucho tiempo queriendo decirlas. Necesitaba asegurarse de que el chico comprendiera cuánto llevaba pensando y sintiendo esto, aún con el riesgo de verse como algo precipitado.
"Tú también eres una de las razones por las que me esfuerzo todos los días". Si Yamaguchi hubiese visto la expresión con la que Osamu leyó eso, no habría dudado ni por un segundo que sus intenciones eran completa y sinceramente románticas. Pero siguió concentrado, escribiendo, maravillándolo más y haciéndolo sentirse seguro de lo que decía su corazón. "Me alegra haberlo intentado. El vóley, digo. Es algo que comparto contigo, e hice mi primer amigo por él".
Un leve temor comenzó a instaurarse en el estómago de Osamu. ¿Sería su alma gemela alguien tan apasionado por el deporte como Atsumu, tan apasionado como en realidad no lo era él? ¿Se sentiría decepcionado si le confesara que en verdad no se imaginaba un futuro por siempre en ello? ¿Traicionado, abandonado tal vez? Odiaba la idea de admitirlo, de ver la decepción en su rostro. Tampoco quería contárselo antes que a Tsumu, que era su compañero de jugadas también.
"¿Hablas de ese chico rubio?"
Por la forma en que el más bajo dio un respingo, supuso que era un tema delicado. Casi resultaba divertido verle nervioso, aunque leves celos mitigaban la risa.
"Sí, aunque no creo que diga que somos amigos, si es que le preguntas".
"Dudo que sea tímido".
Tadashi negó mientras sonreía, confirmándole aquella personalidad a todas luces complicada. Aunque ¿qué más daba? Si le atrajo al vóley, más cerca de él, intentaría ser amable con aquel primer amigo.
"¿Qué hay de tus amigos?"
"Son todos unos idiotas. Buenos chicos", añadió, solo porque le era imposible ser completamente desalmado en sus comentarios con alguien tan dulce a su lado. "Seguro te harán reír por lo imbéciles que son".
"Cuento con ello. Yo no puedo prometer que te rías con Tsukki… quizás él de ti, pero cuando le agrades seguro será contigo".
"Y del pobre desafortunado que se cruce en nuestro camino. Mi hermano, probablemente".
"Casi me da pena por él".
"Seguro te terminas riendo también".
De repente, una sacudida en su hombro lo sobresaltó, tanto que soltó la varita con la que escribía. El otro enarcó una ceja, ligeramente preocupado. De haber sabido lo que iba a pasar, ya habría entrado en pánico hace mucho y se estaría culpando por no aprovechar mejor el tiempo. Pero tampoco Osamu tenía idea de qué era esa sensación, que volvía a repetirse y comenzaba a desdibujar su mundo onírico. Literalmente: la realidad que imaginaron comenzaba a borrarse desde los bordes, con lentitud, pero sin detenerse, para consternación de ambos. Era evidente que ninguno tenía idea de qué estaba pasando, aunque comenzaban a comprender que era la representación exacta de cuando todo se iba a la mierda. Vio que el otro chico trataba de hablar, al parecer habiendo olvidado que era imposible aún con su varita en la mano. Sin embargo, su intento de leerle los labios fue la causa de sus noches de insomnio por años. Pasaría cientos de noches rememorando aquella expresión desesperada y llena de angustia, seguro también detestando que terminara así su momento, cuando esperaron tanto por éste. Y aunque recordaría todo con absoluta precisión para siempre, miles de veces siguió confundiéndose tanto como al principio.
Por un instante, juró que de los labios del otro salía un "te amo".
Osamu despertó sintiéndose extraño, no solo por el perdido encuentro de recién, sino porque siempre estuvo consciente en su sueño, y jamás había cerrado los ojos. En la realidad, en cambio, estaban pegajosos por el sueño y con los párpados muy pesados. Su habitación estaba a oscuras, y el móvil que Atsumu estaba casi restregándole en la cara tenía el brillo tan alto que dolía.
—Samu, despierta —repetía, sin dejar de sacudirle el hombro. Esas sacudidas lo habían despertado. Su hermano había hecho que se cortara el primer encuentro con su alma gemela. Tal vez el último, porque con las pocas cosas que se dijeron parecía imposible llegar a hallarle. —Lo encontré, Samu. Es él.
En la pantalla aparecía un chico de cabello oscuro y rizos muy definidos. Y sí, tenía unos lunares bastante únicos, pero actualmente no podía importarle menos toda la situación, por más emocionante que fuera para el otro. Todo su cuerpo estaba helado. Su corazón, congelado. Y al mismo tiempo, ardiente de envidia. Atsumu había soñado primero. Y ahora le encontraba primero también, mientras que él…
—Apártate.
Solo porque él había estado ahí viendo a su hermano sufrir por todo el tiempo que tampoco pudo soñar fue que se contuvo de apartarlo él mismo. Sin embargo, eso no era suficiente para aplacar la envidia; no viéndolo así, todavía tan ensoñado que ni reparaba en su enojo, con su mirada iluminada, apenas despegándose de la fotografía. Él ya no necesitaba esperanza: tenía al alcance de su mano infinitas posibilidades con su amor. Mientras tanto, él mismo…
—Le envié un mensaje apenas lo vi. Bueno, una reacción, después un mensaje y luego un audio —Oh, por supuesto que lo había hecho. — Traté de hacer una videollamada, pero no me respondió. Bueno, en realidad no ha contestado ninguno de mis mensajes. Estará durmiendo, supongo —La despreocupación con la que se encogió de hombros volvió a alterarlo. Claro, podía relajarse porque ya sabía quién era. Tenía un nombre, imágenes nítidas y a su alcance para poder verlo cuando quisiera, y para colmo podían comunicarse en serio. Ya le gustaría a él tener problemas como que se demorasen en contestar. Podría conformarse únicamente con la oportunidad de enviarle un maldito mensaje.
Su silencio debió de alertar a su hermano, que por primera vez desde que llegó lo vio directamente. Y entonces comenzó a notar en su cara todo lo que pasaba detrás, preocupándose de inmediato. — ¿Samu? ¿Estás bien?
Asintió, sin saber si por costumbre o por odiar la idea de amargarle un día tan especial. A pesar de eso, todavía se preguntaba: de haber sido al revés ¿Tsumu mostraría la misma consideración con él? ¿O en lugar de eso haría un drama, culpándole de todas sus desgracias y de todo su destino? Puede que incluso llorase, lo golpeara y terminara llorando en su hombro de nuevo.
No estaba seguro de poder evitar hacer lo mismo, incluso si no iba con él. Jamás se había sentido tan vulnerable como en este momento. Nunca pensó que un momento tan especial, como el primer encuentro en sueños, pudiese ser cortado tan fácilmente. Por un accidente. Por un acto sin ninguna mala intención. Probablemente, lo único que frenaba las lágrimas y la violencia era que aún no procesaba su situación por el shock.
—Estoy bien —dijo, sabiendo que su gemelo vería a través de su más obvia mentira. Bueno, en realidad cualquiera vería a través de él ahora mismo. Estaba a punto de romperse. — Baja el brillo.
La petición se cortó con un sonido lastimero, que hizo que el rubio se estremeciera. También él estaba en shock, por ver a su hermano de esta forma. En lugar de bajar el brillo prefirió bloquear el celular, dejándolos en completa oscuridad. Solo entonces Osamu comenzó a llorar, pero fue Atsumu quien tuvo que acercar su hombro para que lo hiciera. Las lágrimas del otro mojaron su pijama incómodamente, pero permaneció sosteniéndolo para evitar su derrumbe.
Tuvo que esperar varios días para que le contara lo que ocurrió, y entonces ambos volvieron a llorar juntos. Atsumu lloró por la culpa, arrepentirse de haberlo despertado y no esperar hasta la mañana. Osamu lloró de nuevo porque, suponía, aquella noche su alma gemela debió encontrarse solo y sin nadie con quien llorar.
Osamu tenía razón.
Nuevamente, una disculpa por tanto atraso. Para colmo, con un final triste. Pero la historia sigue, y realmente no me van esos finales, así que pueden relajarse. Solo espero poder avanzar pronto con el siguiente capítulo y poder publicarlo pronto. Saludos y gracias por seguir aquí.
