«It's not your fault I ruin everything
And it's not your fault I can't be what you need
Baby, angels like you can't fly down hell with me
I'm everything they said I would be»
Angels like you, Miley Cyrus.
-Alguien a quien amar-
Can anybody find me somebody to love?
Capítulo 2. Seguir avanzando
Abrió un ojo cuando la claridad del día se coló por las rendijas de la persiana y le dio directamente en el rostro. Se volteó para ignorarlo y seguir durmiendo, pero tras estar algunos minutos intentándolo sin conseguirlo, se rindió. Se puso boca arriba sobre la cama, estiró los brazos y las piernas y fijó su mirada oscura en el techo de la habitación. Tenía algunas humedades, así que iba siendo hora de que se le diera una capa de pintura. Iría a buscar a Asta más tarde para que lo hiciera.
Se frotó los ojos y bostezó. Estaba bastante cansado. No había estado durmiendo bien desde hacía algunos meses, pues había estado teniendo sueños recurrentes que viajaban de forma constante a su niñez.
Normalmente, cuando lograba por fin conciliar el sueño, oía la voz de su madre llamándolo en susurros quedos. «Sukehiro, despiértate ya», le solía decir. Después veía su rostro cálido, su hermosa trenza azabache y sus ojos marrones y llenos de vida y amor. Incluso podía sentir sus reconfortantes caricias sobre su pelo. Pero después despertaba desorientado, porque no podía comprender que su madre apareciese de forma tan frecuente en sus sueños, cuando ni siquiera lo había hecho tan habitualmente tras morir o al llegar él al Reino del Trébol.
Hacía mucho tiempo que nadie lo llamaba ya por su nombre. Y, en realidad, lo agradecía enormemente, pues solo le traía recuerdos tristes o llenos de rabia y dolor.
Cuando llegó a aquel nuevo país, se presentó como solían hacer en su tierra natal; anteponiendo el apellido al nombre siempre. Si se tomaba la confianza necesaria con la persona que se acababa de conocer, se le podía llamar por su nombre con el tiempo. Pensaba que allí también lo hacían de ese modo. Con el paso de los meses descubrió que sucedía al revés, pero ya todos lo conocían como Yami y le daba pereza dar explicaciones, así que lo dejó estar y finalmente se acostumbró.
Realmente, que alguien lo llamara Sukehiro lo hacía viajar en el tiempo. A la época en la que su madre vivía. Era una mujer fuerte y buena, y jamás entendió que se hubiera casado con alguien como su padre. Cuando fue creciendo, fue comprendiendo que probablemente su madre había sido condenada a casarse por obligación. Siempre recordaba que en el trasfondo de su mirada podía ver una infelicidad que le sobrecogía el pecho, incluso cuando era muy pequeño. Se debía a que estaba atrapada en un matrimonio sin amor, sin consenso, sin respeto ni cariño. Al final, él solo era producto de todo aquello, probablemente incluso de un acto infame y que la mujer que le dio la vida no quería llevar a cabo. Y aun así, ella siempre lo trató con el más puro y genuino amor, así que estaba agradecido por que le hubiera otorgado el calor propio y único que solo saben dar las madres.
Cuando era pequeño, recordaba que su padre era un ser frío, distante y apático, pero al menos solía ignorarlos durante casi todo el día. La situación se torció por completo cuando sus padres tuvieron a su hermana. Recordaba que el embarazo fue un buen proceso, que tanto él como su madre estaban muy ilusionados y que tenían muchas ganas de conocer al bebé.
Sin embargo, ella no sobrevivió al parto, como les pasaba a tantísimas mujeres que perdían la vida a diario siendo madres. Su padre se volvió violento, inquisidor y tirano. Y él sabía que no se debía solo a que Ichika era idéntica a su madre y a que le recordaba constantemente que su esposa había sido débil y había muerto dando a luz, sino porque jamás imaginó que tendría que cuidar a dos mocosos que eran un simple estorbo para él. Yami supo desde una edad muy temprana que su padre solo quería engendrar hijos para perpetuar su linaje, pero nunca tuvo ni un mínimo sentimiento de cariño por ellos. Fue su madre la que peor suerte tuvo, porque fue escogida para ser su esposa y tener a sus hijos, y tuvo que lidiar con ese matrimonio lleno de amargura durante mucho tiempo. En cierto modo, se consolaba pensando que la muerte fue una especie de liberación para ella.
Además, el problema de su padre con el alcohol empeoró con los años, haciendo que volcara toda su frustración sobre Ichika, que era pequeña, asustadiza y más débil mentalmente, porque él se había encargado de machacarla diariamente desde que nació. Yami hizo lo que pudo por protegerla, pero también era un niño. Sus trece años y su fuerza —que era bastante superior a la de alguien de su edad, pero seguía teniendo limitaciones— no podían enfrentarse a los ataques de ira de ese hombre al que jamás había considerado realmente como su padre.
Él también lo llamaba por su nombre siempre, así que el sonido de aquella palabra comenzó a chirriarle y finalmente lo terminó detestando por completo. Se alegraba mucho de la confusión que se produjo con su presentación y que hizo que una nueva vida comenzara y una nueva persona naciera muy lejos del lugar en el que verdaderamente su madre le dio a luz.
Sus inicios en el Reino del Trébol fueron muy complejos. Yami arrastraba un lastre enorme, pues había tenido que abandonar a su hermana tras culparse por una masacre que él no había cometido.
Estaba solo, no tenía un techo en el que refugiarse, no sabía comunicarse correctamente con los demás y todo le extrañaba, pues ese lugar era muy distinto al País del Sol. Cuando el hambre comenzó a apretar, se vio obligado a robar en los mercados de la capital. Los caballeros mágicos empezaron a familiarizarse con su rostro y fue buscado durante mucho tiempo. Nadie pensó jamás en ayudar a un niño de trece años que estaba completamente solo.
Sobrevivió así durante un tiempo. Robaba, pescaba, se refugiaba en los bosques espesos o se sentaba frente a la costa con la mirada perdida, preguntándose qué estarían haciendo las personas a las que amaba en ese momento, o si lo recordaban, si les iba bien sin él.
Uno de esos días en los que se pasaba observando con nostalgia el mar, fue encontrado por un caballero mágico. Se asustó al verlo a su lado, porque estaba tan concentrado en sus pensamientos tristes que ni siquiera se dio cuenta de que su ki se acercaba. Estaba seguro de que lo iba a detener. Su sorpresa fue enorme cuando al hombre le brillaron los ojos con emoción. Le preguntó qué tipo de magia usaba, Yami se la mostró y él se quedó completamente fascinado; dijo que era porque la magia de oscuridad era muy difícil de encontrar.
Yami sintió un poco de desconcierto, pero su corazón palpitó de alegría. Era la primera vez que alguien en aquel lugar hostil le mostraba algo de simpatía y también, la primera persona que no se asustaba o se sentía asqueada por su atributo mágico.
El caballero mágico se presentó. Su nombre era Julius Novachrono. Le preguntó que si quería acompañarlo. Al principio, Yami se negó. No le daba confianza y no era de extrañar; no podía fiarse de alguien solo porque le hubiese impresionado su magia. Pero la cosa cambió cuando aquel hombre le ofreció comida y un techo estable.
Terminó aceptando. Le enseñó a leer, escribir y comunicarse con las personas del Reino del Trébol. Incluso llegó a reclutarlo para su orden cuando tuvo la oportunidad. Se convirtió en su mentor, en su referente y en un hombre al que admiraba profundamente, y no solo por su fuerza, sino también por su cándido corazón, ya que era una persona pura que no prejuzgaba a la gente.
El tiempo pasó, conoció a grandes personas, amigos y caballeros mágicos. Perdió a algunos por el camino y fundó su propia orden. Quería darles cobijo a personas que, como él, no eran aceptadas por los moldes férreos de una sociedad tan elitista y clasista como lo era la del Reino del Trébol. Se unieron a ella todo tipo de gente, pero que tenían en común grandes metas y un sólido sentimiento de superación y amor por sus iguales. A veces pensaba que esos chicos y chicas lo habían elegido a él, y que no había sido al revés como siempre creyó, para crear a la familia más caótica, irreverente y ruidosa de todo el reino, pero también a una familia llena de admiración, conexión y cariño. De fondo, siempre estaba Julius apoyándolo, aconsejándolo y cuidándolo, mucho más de lo que alguna vez hizo su propio padre.
Por ese motivo, cuando la identidad de Lucius Zogratis se reveló, entró en un estado de shock del que le costó mucho salir. Las batallas fueron difíciles, pero sabía que no podía estar al cien por cien porque ese pensamiento no se despegaba de su cerebro, y también porque compañeros, rivales y amigos preciados desaparecían o volvían del mundo de los muertos para luchar contra él.
El último golpe, el que decidió la guerra y el futuro del reino, lo asestó él. Y no pudo condenar a Lucius y salvar a Julius al mismo tiempo. Cuando aquel hombre, que era el único que le había brindado una oportunidad sin obligación de hacerlo cuando todos le daban la espalda, pudo tomar control de su cuerpo antes de morir, le dijo que se sentía tremendamente orgulloso de todo lo que había logrado, que se debía refugiar en aquellos a quienes quería para paliar su dolor y que no estaría mal que se diera la oportunidad de amar.
Yami pensó durante días en esas últimas palabras. Su muerte le pesaba tanto que estuvo semanas apático, sin ganas de salir de su habitación e irritable con todo el que se le cruzaba en el camino. El trauma que le supuso acabar con la vida de su mentor le perseguía hasta el presente, pues su mente no podía asimilar que hubiera tenido que acabar con la persona que más había hecho por el Reino del Trébol para arrancar de raíz la fuente de sus problemas y ponerle fin a la mayor amenaza a la que se había enfrentado en toda su historia.
Además de lidiar con la responsabilidad de su muerte, le tocaba afrontar una conversación incómoda que tenía pendiente. Yami no estaba seguro, pero sospechaba que Julius se refería a Charlotte cuando le dijo que se diera la oportunidad de amar. De hecho, antes de que la guerra concluyera, lo pensaba hacer. Por eso le dijo a la Capitana de las Rosas Azules que quería que lo escuchara cuando todo hubiera acabado.
Pero la situación se ensombreció tanto que no pudo ver con claridad las cosas. Charlotte era una mujer fuerte y especial que siempre le había atraído de forma muy intensa. Era preciosa, tenía mucho carácter y le encantaba hacerla rabiar, así que ¿por qué no darse la oportunidad de conocerla más? Era cierto que se sorprendió mucho cuando descubrió que ella lo amaba en secreto, porque siempre pensó que lo odiaba de forma visceral, pero no quería que se le escapara aquella ocasión.
Sin embargo, la pérdida le nubló el juicio y de forma paradójica hizo también que se diera de bruces con la realidad. Charlotte estaba enamorada de él y esas palabras le quedaban grandes a su nimio sentimiento de atracción. No quería dañarla. No podría soportar quebrarla tras un acercamiento que desembocara en el descubrimiento de que no podía reciprocar sus sentimientos.
Así que la cobardía y el pesar actuaron por él. Yami fue a verla a su base. Se tomaron ese té que tenían pendiente y le expuso lo que en ese momento sentía: que estaba halagado por sus sentimientos, que no imaginaba que alguien como ella pudiera haberse enamorado de una persona como él y que lo sentía muchísimo, pero que no podía corresponderla.
Jamás olvidaría su mirada hueca al escucharlo. No era fría, no era apática, ni furiosa ni avergonzada. No había nada en sus ojos azules que le dijera que dentro de ese cuerpo aún residía el alma de Charlotte Roselei.
Ella solo le agradeció por su sinceridad. No le dijo mucho más o ni siquiera se acordaba, porque su gesto de decepción le provocó un aturdimiento que hizo que se fuera de la base de las Rosas Azules mucho antes de lo que esperaba.
Desde ese día, no habían intercambiado más de tres oraciones seguidas. Yami pensaba que eso era lo mejor, porque Charlotte merecía estar bien, seguir adelante y ser feliz, y él, en ese estadio de su vida en el que todo era una maraña confusa de culpa y arrepentimiento en su corazón y en su mente, no se lo podía proporcionar. Sabía que con el transcurso del tiempo ella lo acabaría olvidando y se alegraba por eso. Sin embargo, también sentía una punzada en el pecho y un vacío extraño en el estómago al imaginar un escenario en el que la única mujer que lo había amado de forma romántica seguía avanzando sin él.
Bajó las escaleras con pasos pesados, casi arrastrando los pies. Su desayuno se limitó a un cigarro porque tenía el estómago cerrado. Al llegar al salón, se encontró a Grey y a Gauche en el sofá dándose la mano y diciéndose cosas al oído. Chistó y carraspeó con molestia y para que ambos lo escucharan, pero no se quedó solo en eso.
—¿Podéis comportaros como adultos? Parecéis dos adolescentes en celo, joder.
Vio a la chica sonrojándose completa. Gauche se levantó, le sujetó la mano y decidieron irse, aunque antes susurró un «menudo aguafiestas» que alcanzó a oír. Fingió no haberlo hecho, porque no quería tener que empezar una discusión.
Le echó un vistazo al periódico para leer el titular. No había nada interesante, así que ni se paró a sentarse en su sillón favorito mientras lo leía y se fumaba un cigarro, como siempre acostumbraba a hacer.
Fuegoleon lo había citado ese día, aunque no recordaba bien la hora, así que simplemente iría cuando le apeteciera. Pero como no tenía nada mejor que hacer, decidió ponerse en marcha. Se fue en su escoba, porque no había visto a Finral ni podía sentir su ki cerca, y tampoco le apetecía demasiado ir andando.
El Palacio Real sin Julius se sentía completamente extraño. Lo habían cambiado todo además y le daba la sensación de que habían intentado ignorar su paso por él, a pesar de que había sido uno de los mejores mandatarios de la historia del reino. En otras circunstancias, lo habría reclamado, pero no tenía fuerzas ni ganas para entrar en discusiones que no lo llevarían a ningún lado.
Los candidatos a Rey Mago le daban igual, así que votó al azar en la reunión que decidiría quién debía ostentar el cargo. De hecho, pensaba que otra persona se presentaría para el puesto, pero finalmente no lo hizo, por lo que su voto ya carecía de relevancia.
Al entrar al despacho, Fuegoleon le saludó con la cordialidad que siempre le había caracterizado. Estuvieron hablando algunos minutos sobre la reconstrucción y las remodelaciones, y pronto le dijo que debía encargarle una misión importante a la que no iría solo y que sería larga, de una duración aproximada de tres meses. Le explicó también en qué consistiría.
—¿Elijo yo a alguien para que me acompañe?
—No. De hecho, yo te he elegido a ti para que la acompañes a ella, que fue la primera persona en la que pensé. He recurrido a ti porque los demás capitanes no están disponibles y realmente esas mazmorras no aparecerán con fuentes de magia que no sean de gran potencia. Sé que estáis en una situación un tanto compleja, pero si os ceñís al trabajo todo irá bien.
Yami, previendo de quién se trataba, suspiró y se pasó la mano por el rostro con algo de cansancio. Si había estado evitando a Charlotte era para que pudiera olvidarse de él. No podría lograrlo si lo tenía al lado a diario durante meses.
No podía negar que la idea no le disgustaba para nada. Charlotte era una persona muy cerrada, pero sabía que su cáscara fría y apática escondía a alguien inteligente, interesante y con quien sería agradable conversar. Si esa misión se la hubieran encargado en el pasado, habría estado contento con la idea de estar atormentándola con sus bromas de mal gusto durante tanto tiempo. En el presente, no estaba seguro de que se sintiera tan satisfecho con aquel acontecimiento, ya que sí, sería su tormento, pero de una forma dolorosa y que él nunca hubiera querido.
—Es Charlotte, ¿verdad?
A Fuegoleon no le quedó más remedio que asentir con cierto abatimiento.
—No me queda de otra. Necesitamos los recursos. Mañana vendrá aquí y le explicaré la situación detalladamente. Sé que es alguien responsable y comprometida, así que aceptará. Te daré las llaves de la casa en la que os quedaréis, un dispositivo de comunicación de última generación y la localización. Te pido por favor que no la molestes demasiado.
—Joder, esto va a ser difícil —masculló Yami. Se sacó un cigarro ante la mirada reprobatoria del Rey Mago, pero la ignoró y comenzó a fumar—. ¿Al menos la casa es grande? Para que no tenga que cruzarse demasiado conmigo.
—Sí, es grande. Y me da igual cómo paséis el tiempo allí, pero ni se os ocurra ir por vuestra cuenta a las mazmorras. Ya sabes que puede haber cualquier cosa dentro. Es una misión conjunta. Se lo recordaré a ella también.
Yami asintió sin ganas. Escuchó algunas directrices más y se marchó hacia su base. No hizo nada destacable durante el día, aparte de pensar en el problema que tenía encima.
Por la noche, se bebió un par de vasos de whisky antes de acostarse. Ya en la cama, comenzó a dar vueltas sin poder dormirse, como le llevaba sucediendo desde hacía un buen tiempo.
La idea de dañar a Charlotte más de lo que ya lo había hecho lo tenía asustado, porque no sabía si debía poner más distancia entre ellos o actuar como si nada hubiera pasado. No sabía qué comportamiento heriría más sus sentimientos, pero sí que, hiciera lo que hiciese, ella acabaría lastimada, y no era justo para ninguno de los dos.
Algunas veces, se le había pasado por la cabeza intentar dar el paso y retomar su antigua relación —pero sabía que ya nada sería lo mismo— o incluso crear una nueva. Tenía curiosidad de saber cómo Charlotte se había enamorado de él, qué había visto en una persona que representaba completamente lo contrario a su estatus o a su carácter sosegado y disciplinado. También quería experimentar si su corazón vibraría al verla sonreír o al observar sus ojos azules mirándolo directamente con un amor que nunca había sabido ver de verdad.
Sin embargo, esos pensamientos eran descartados siempre de manera veloz, porque en el fondo, Yami sabía que solo sentía curiosidad y deseo; dos emociones que no podrían satisfacer las expectativas de un sentimiento amoroso que Charlotte tenía impregnado por todo el cuerpo, pero que él no había conocido jamás.
Finalmente, llegó a la conclusión de que dejaría ese problema para el Yami del futuro, que probablemente no sabría mejor qué hacer con todo aquel embrollo, pero al menos se quitaría de momento esa responsabilidad de encima. Actuaría de la forma más espontánea que supiera y trataría de hacer todo lo posible para no molestarla demasiado, porque podría parecer que no le importaba nadie, pero realmente no quería que se sintiera incómoda con su presencia. Esa misión, por lo tanto, tendría un trasfondo, que sería preservar el bienestar de Charlotte en todo momento, anteponiéndolo incluso al suyo propio.
Al contrario que todos los anteriores, los dos días para comenzar la misión se le pasaron muy rápido. No sabía si se sentía nervioso, ansioso o inseguro, pero había intentado estar entretenido para no pensar demasiado y lo había logrado.
Le había encargado a Asta tapar las humedades del techo de su habitación y, como no tenía nada mejor que hacer, lo había acabado ayudando. Entre ellos se dio una conversación que podría parecer arbitraria, pero que le dejó pensando bastante rato. El joven, hablando sobre las humedades, le dijo que una simple capa de pintura no iba a hacer que desaparecieran completamente, que solo era un parche que retrasaba lo inevitable y que volverían a aparecer sin remedio.
Eso sucede con mucha frecuencia con las personas. Que nos ponemos un parche caduco que parece retener las humedades, pero finalmente no hace nada, pues si el problema tiene una raíz profunda hay que tratarlo desde dentro, y no intentando disimularlo con algo que solo lo ocultará durante un ligero periodo de tiempo. Ignorar los problemas no hace que desaparezcan. Tal vez ese había sido su fallo, que no había tratado sus problemas desde la causa y por ese motivo sentía que todo lo que estaba haciendo en los últimos tiempos no le llevaba a ningún sitio.
Quizás, estaba afrontando su situación con Charlotte desde esa perspectiva, pero tenía miedo. Miedo, básicamente, de mostrar sus debilidades, pues no lo había hecho nunca y no quería ser juzgado. Por eso siempre se disfrazaba de hombre bromista al que no le importa nada.
Sacudió la cabeza justo enfrente de la puerta. No tenía sentido seguir dándole vueltas a cosas que no le harían llegar a ninguna conclusión que no fuera perjudicial para su mente, así que se centró en observar la casa por fuera. Finral lo había dejado cerca, pero había tenido que ir andando hasta allí. Le gustó la experiencia, pues así podía observar y analizar un poco el terreno.
Le agradaba mucho que esa zona fuera precisamente costera, pues le recordaba a los atardeceres que pasaba junto a su madre cuando era un niño o a las mañanas de pesca con Ichika en las que alababa sus capacidades.
Sintió el ki de Charlotte dentro de la casa. Se movía de un sitio a otro sin parar. Sonrió de forma irremediable; esa mujer era inquieta por naturaleza, así que seguramente estaba acomodándolo todo a su gusto. Emanaba una energía estable pero intranquila.
Cuando introdujo la llave en la cerradura, sintió una fluctuación exagerada proviniendo de su energía vital. No quiso estirar demasiado el momento, así que giró la llave, abrió la puerta y entró.
La observó durante algunos segundos. Sus ojos vibraban inseguros, sus labios estaban apretados en una fina línea y, aunque seguía irradiando la belleza que la caracterizaba, se veía algo desmejorada, debido a ciertos signos de cansancio que su rostro no podía ocultar.
Pensó en comenzar con un discurso en el que le diría que sentía si podía incomodarla y que pretendía molestarla lo menos posible, pero es que él no era así. No pudo evitar sonreírle como siempre, acercarse a ella y saludarla con el apodo que le dedicaba desde hacía muchos años.
—Hola, Reina de las Espinas.
Su ki osciló de nuevo; esta vez de forma tan violenta que no pudo interpretar bien cuáles eran sus emociones. Seguramente eran una amalgama inexplicable y que ni Charlotte era capaz de interpretar.
Miró sus ojos y ella, durante algunos segundos, le aguantó la mirada. El azul estaba nublado por completo. No los veía vacíos como el día en el que la rechazó, pero sí se notaba que estaba afligida y todo su lenguaje corporal le decía claramente que estaba incómoda.
—Hola —saludó tras apartarle la mirada, ya incapaz de seguir sosteniéndosela.
Comenzó a colocar distintos utensilios, justo como estaba haciendo hasta que había llegado. Yami no sabía si debía ir a instalarse, preguntarle si quería ayuda o solo quedarse mirando sus movimientos nerviosos.
Fue ella la que, sintiendo su parsimonia y cómo sus ojos la escudriñaban constantemente, detuvo sus quehaceres y le habló.
—Hay tres habitaciones en la casa. Yo he escogido la del fondo porque tiene una ventana enorme y entra mucha luz. Supuse que, haciendo esta misión contigo, me tendría que encargar de los informes, así que necesitaré luminosidad y el escritorio que tiene. De las otras dos, puedes elegir la que más te guste. Solo hay un baño y, teniendo en cuenta tus… problemas intestinales, me gustaría que midieras bien el tiempo. Cocino lo básico, así que es mejor que cada uno se encargue de su comida, y me acuesto temprano todos los días. Te pido que no hagas mucho ruido y que no tengas la luz del salón encendida hasta tarde. La limpieza de la casa será conjunta, cada uno se ocupará de su habitación y las zonas comunes nos las repartiremos o nos las iremos turnando.
—Wow, es mucha información que procesar —admitió Yami mientras se rascaba la barbilla—. Escogeré la habitación que sea, no te preocupes. De la comida me encargo yo, que no se me da mal. Estoy de acuerdo en todo. Intentaré molestarte lo mínimo posible.
Charlotte pestañeó en varias ocasiones. Parecía atormentada por la elección de palabras que había hecho o tal vez por su tono tan distante, pero no la culpaba. Consideraba que era completamente lógico que lo tratara con cierta indiferencia, pues la situación era compleja para los dos.
—No quería insinuar que me molestas…
Un sonrojo tenue y tímido se coló por sus mejillas y Yami le sonrió. Llevaba mucho tiempo sin verla así a su alrededor y no podía negarse la realidad; le encantaba ver aquel lado vergonzoso que siempre había considerado bastante enternecedor.
—Pero soy consciente. Nunca nos hemos llevado demasiado bien.
—Tampoco mal.
—Es cierto. Pero sé que esta situación puede resultarte un poco incómoda.
Charlotte dio dos pasos hacia adelante. Su gesto cambió. Pareció que la decisión se apoderó de su cuerpo en un instante. Lo afrontó directamente, lo miró a los ojos y le habló de una forma tan fría que le pareció estar viendo a la Charlotte de quince años que conoció cuando acababa de unirse a las Rosas Azules.
—¿Por qué me resultaría a mí especialmente incómoda?
—Bueno, ya sabes… —Yami se rascó la nuca con nerviosismo. El ambiente era tenso. Lo había sido desde el minuto uno de hecho, aunque había pretendido comportarse de forma casual y natural. Suponía que su enfrentamiento y aquella conversación eran inevitables—. Por tus…
—¿Por mis sentimientos, ibas a decir? —le interrumpió ella, finalizando su frase.
—Sí —le respondió con sinceridad, sin titubeos.
—Yami, yo ya no estoy enamorada de ti.
Fue difícil de explicar lo que sintió cuando escuchó esas palabras. Siempre pensó que se alegraría cuando librara a Charlotte de ese amor unidireccional, pero, al contrario de sus expectativas, se sintió completamente perdido.
No pudo saber si la mujer decía la verdad por la lectura de su ki, porque solo le reflejaba un potente malestar, pero la seguridad con la que pronunció las palabras no dejó cabida a las dudas. Charlotte ya no lo amaba. Y era lógico. Habían pasado meses y ella no tenía obligación de esperar por absolutamente nada. Él había sido claro, había enterrado todas y cada una de sus esperanzas y posibilidades, pero igualmente le dolía intensamente darse cuenta de que su dinámica ya nunca sería igual.
—Entiendo.
—Estoy conociendo a alguien.
—¿Os lleváis bien?
—Sí.
—Me alegro muchísimo por ti, Charlotte. Así será más fácil.
La Capitana de las Rosas Azules asintió. Se miraron unos segundos más y ella se marchó a su habitación. Yami se instaló tranquilamente. La tarde pasó de forma algo lenta, pero decidió cocinar algo elaborado para entretenerse.
Ambos cenaron juntos y en silencio. Pensaba que se destensaría la situación y sus interacciones, pero ocurrió todo lo contrario.
Charlotte insistió en recoger la cocina, argumentado que él había cocinado, y aceptó. Tal y como le había dicho, ella se acostó temprano. Yami se quedó algunas horas en el salón fumando mientras pensaba. Se fue a la cama de madrugada, pero no pudo dormir hasta pasadas un par de horas más.
Antes de quedarse dormido, se arrepintió de todas las oportunidades perdidas, aunque realmente pensaba que no estaba preparado para acercarse a Charlotte ni para afrontar la magnitud de sus sentimientos. Sin embargo, para lo que realmente no estaba listo era para perderla, aunque ni siquiera se había planteado tenerla jamás.
Continuará...
Nota de la autora:
Quería aportar la perspectiva de Yami en esta historia y así lo he hecho. No sé bien qué pasará en el manga, pero aquí he propuesto una situación en la que Julius/Lucius muere y bueno, ya sabemos las consecuencias que eso podría acarrear para Yami, más aún si, como aquí, es él quien lo mata. Yo imagino que al tener un cuerpo y dos almas, si matas el cuerpo, mueren los dos (?). Es solo una teoría que ni sé si es o será así, pero el planteamiento para la historia será este.
Y bueno, en el siguiente sabremos qué ha llevado a Charlotte a mentir a medias y seguiremos con la trama. Tampoco esperéis algo demasiado original, que los que me conocéis sabéis que no lo soy. Espero que os esté gustando mucho.
¡Hasta pronto!
