«And your skin, oh yeah, your skin and bones
Turn into something beautiful
And you know, for you, I'd bleed myself dry
For you, I'd bleed myself dry»
Yellow, Coldplay.
-Alguien a quien amar-
Can anybody find me somebody to love?
Capítulo 5. La herida que no sana
Se miró al espejo y, después de mucho tiempo, pudo observar una suerte de brillo inquieto en su mirada azul. Parecía que las sombras ya no lo cubrían todo y que un minúsculo rayo de luz atravesaba su alma tras meses llenos de fuertes tormentos.
Se recogió el pelo tras peinárselo con delicadeza, de nuevo frente a su reflejo. Su rostro tenía algo hipnótico que hacía que no pudiera dejar de mirarlo. Tal vez se debía a que podía observar un halo intermitente y extraño de paz.
El primer mes de misión se había cumplido por fin y con él, enero y las temperaturas más frías habían pasado ya. Los días eran ligeramente más largos y le permitían salir más tiempo a la calle, dar paseos más extensos y conocer mejor la región. Su relación con Emily era cada vez más estrecha, aunque aún no había sido capaz de contarle los motivos por los que, según sus propias palabras, la presencia de su compañero era «abrumadoramente especial». La joven no era tonta y ella misma suponía que intuía lo que le pasaba, pero no era capaz de verbalizarlo ante una persona que, a fin de cuentas, apenas conocía, por muy bien que congeniaran.
La situación con Yami seguía mejorando cada día más y eso solo la confundía. Tenían una relación que jamás imaginó y que, en el fondo, le hacía cobijar ciertas esperanzas por una respuesta que debería estar enterrada en el olvido y abandono más profundos. Eso también la asustaba, porque sabía que, una vez que la misión finalizara, debía cumplir con sus compromisos y sentir que Yami podía corresponder el anhelo más grande de toda su existencia podría hacer que se olvidara de las promesas que había hecho en la capital.
Cerró los ojos un instante para apagar su mente por completo y así dejar de hilar pensamientos que le hacían plantearse cuáles eran sus verdaderas responsabilidades. Sin embargo, cuando los volvió a abrir ahí estaba la realidad: su rostro más radiante y su ánimo mejorando solo y exclusivamente por un motivo que únicamente ella sabía.
Se marchó de su habitación, tratando de ignorar todas las emociones que el último mes se habían reavivado en su corazón y, al llegar al salón, vio a Yami sentado, leyendo el periódico y fumándose un cigarro. Se sentó en el sofá de enfrente en silencio para no molestarlo demasiado, pero él enseguida se percató de su presencia. La miró por encima de los papeles que conformaban el periódico y sus ojos oscuros se tornaron afables, revelándole así la sonrisa que no podía ver directamente, pero que sabía que se había formado en sus labios. Cerró y dobló el periódico para dejarlo encima de la mesa. Se quitó el cigarro de la boca y su sonrisa se amplió. Lo aplastó contra un cenicero que tenía cerca e incluso retiró el humo que estaba aún suspendido en el ambiente con una de sus manos.
Parecía un gesto nimio, absurdo y que podría pasar desapercibido para cualquiera, pero a Charlotte le gustaba que, cada vez que la tenía cerca, dejara de fumar, porque sabía que él era consciente de que el humo y el olor del tabaco le molestaba. Era como si ese pequeño gesto le dijera que ella era alguien importante para Yami, que pensaba y velaba por su bienestar constantemente.
También se lo demostraba en la convivencia del día a día e incluso en sus incursiones a las mazmorras, pues siempre intentaba protegerla y en consecuencia se llevaba la mayoría de los golpes de los asaltantes. Charlotte solía molestarse por eso, o al menos así se lo mostraba, ya que siempre le decía que estaba más que capacitada para los combates y que no necesitaba la protección de un hombre. Sin embargo, en realidad no podía dejar de sentir una especie de latido cálido cada vez que se interesaba mínimamente por ella o estaba pendiente de sus movimientos.
—¿Hoy no sales? —le preguntó Yami.
Charlotte salía casi a diario por las tardes. Le gustaba relajarse en su propio tiempo a solas, pasear, descubrir lugares y caminar cerca del mar, que siempre le había encantado, desde que era muy niña, aunque no hubiera una explicación lógica, ya que nunca había vivido cerca de la costa ni había tenido conexión alguna con el océano. Pero ese día no tenía ningún plan. Normalmente iba a verse con Emily a cualquier sitio o a su casa; ese día su esposo descansaba. Pensaba irse en unas horas ella sola, pero el interés que había creído vislumbrar en la pregunta del Capitán de los Toros Negros le decía que tal vez quería que lo acompañara a algún sitio.
—No sé —le respondió ella de forma dubitativa, para comprobar si le propondría algo. No se equivocó.
—¿Quieres venirte conmigo?
—¿Adónde?
—Voy al mercado, a comprar algo para la cena. Podemos dar un paseo por la playa antes si te apetece. Hoy hace un día bonito.
Charlotte miró por la ventana un instante antes de contestarle. Era verdad; el sol brillaba con fuerza, apenas había un par de nubes puramente blancas posadas en el azul radiante del cielo y las temperaturas habían subido ligeramente incluso.
—Está bien.
Yami asintió, le sonrió de nuevo y se levantó, así que Charlotte hizo lo mismo. Salieron de la casa tras coger sus pertenencias. Anduvieron mucho rato en la playa, aprovechando las horas de sol, mientras hablaban sin parar.
Aquel hombre siempre se había dirigido hacia ella con bromas y aun así se había enamorado. Ahora que lo conocía más, que sabía que podían conversar sobre cualquier cosa, pensaba que no había sentimiento más potente que el que su corazón albergaba por él. No entendía cómo era posible que no se diera cuenta de que todo era una mentira, de que seguía perdidamente enamorada, o lo estaba incluso más que antes, pero finalmente llegaba a la conclusión de que no tenía sentido que lo intuyera cuando no lo había imaginado durante toda la década en la que ella lo había amado.
Notaba que quería respetarla lo máximo posible y que se había tomado al pie de la letra aquella falacia que le contó el primer día de convivencia, aquello de que ya no le quería, y que estaba conociendo a alguien. No le había vuelto a preguntar por ese hombre en todo el mes, creía que a veces incluso evitaba comentarios o temas de conversación para no mencionarlo.
—Ayer hablé con Fuegoleon —recordó Charlotte mientras caminaban—. Me dijo que ya han empezado las reconstrucciones en las aldeas de las afueras, que incluso pronto llegarán aquí. No sé si te has fijado, pero sigue habiendo desperfectos en el puerto y en el mercado.
—Sí, oigo a los vecinos quejándose cuando voy. Es normal, están hartos de esperar. Les llegan las noticias de que en la capital todo está nuevo y se enfadan. Pero creo que lo estamos haciendo bien.
—Sí —afirmó ella con una sonrisa llena de orgullo.
—Oye, no te lo he dicho en todas estas semanas, pero muchas gracias por ocuparte de todo el papeleo. Me salvas la vida.
Charlotte se rio quedamente. Algunas veces, Yami se interesaba en los informes, pero ella sabía bien que le molestaba redactarlos y, siendo tan perfeccionista, quería ocuparse siempre de ellos personalmente.
—No tiene importancia. Es como cuando estamos en las mazmorras y siempre te pones delante de mí. Somos un equipo, ¿no?
—Sí. Hacemos un buen equipo, de hecho.
La mujer asintió tímidamente. Todo lo que decía parecía tener una magnitud distinta si venía de sus labios, y todos sus gestos, sus actos, sus atenciones hacían que la ilusión y la esperanza fluyeran por todo su cuerpo hasta desbordarse sin remedio alguno. No solo eran las palabras o su preocupación y protección constantes, es que había notado algo el día que le curó la herida que se hizo en la frente que no podía olvidar.
Mientras cosía la brecha, pudo notar un sumo cuidado en sus gestos pausados para evitar dañarla de más y recordaba bien que, cuando abrió los ojos, observó cómo fruncía ligeramente el ceño para hacerlo todo de la forma que mejor supiera. Además, al acabar, incluso había tenido la sensación de que se había detenido demasiado cerca de su rostro, de que tenía ganas de besarla, y por eso se apartó enseguida por el miedo que le produjo. Aquel momento seguía grabado a fuego en su pensamiento, mucho más que el hecho de que le hubiese dicho que no quería que le quedara cicatriz a un rostro bonito como el suyo.
Para Charlotte, los actos de Yami eran mucho más trascendentales que sus palabras y aquello simplemente se debía a que sabía de primera mano que no se expresaba con discursos, sino con hechos.
Observó su perfil iluminado por los rayos del sol y cómo su pelo se movía ligeramente debido a una repentina brisa que se había levantado. Suspiró, creyendo que no se daría cuenta, pero él la miró enseguida, provocando que Charlotte se recogiera un mechón de cabello detrás de la oreja, fijara sus ojos azules en la arena y que un tenue sonrojo cubriera momentáneamente sus mejillas.
Solo volvieron a hablar para decidir ir al mercado. No querían que se les hiciera de noche o terminarían cerrando y ellos, quedándose sin cena.
Al llegar, observó que muchos vendedores de los puestos conocían a Yami. Lo saludaban con cordialidad, le recomendaban productos o recetas y algunos hasta conocían su nombre. Verlo desenvolverse con los demás de manera tan casual hizo que se sintiera pequeña, porque ella no era capaz de relacionarse así con la gente. No sabía si se debía a su pasado, a su carácter o a propias experiencias, pero simplemente no le salía. Sin embargo, cuando Yami notó que se quedaba callada y medio escondida detrás de él, se la presentó a todos; era como una forma de incluirla en su mundo que no podía ignorar.
Cuando hicieron todas las compras que necesitaban, se dispusieron a marcharse. Pero Charlotte escuchó su nombre proviniendo de una voz que conocía y con un tono que no le gustaba demasiado. Se giró y se encontró con Emily, que llevaba una bolsa en la mano. Le sonreía con semblante curioso y sabía que estaría dispuesta a hacerle todas las preguntas incómodas que se le pasaran por la cabeza y los comentarios más inapropiados que podían existir a Yami.
—Hola querida. Veo que hoy no vienes sola. ¿Él es…?
—Sí, es mi compañero —la detuvo antes de que creara algún tipo de confusión.
—Oh, ya veo —dijo ella, mirándolo de arriba abajo para curiosear—. Hola. Me llamo Emily. Tu compañera y yo somos amigas.
Charlotte se mordió el interior de una mejilla al comprobar el énfasis que había puesto en las palabras «tu compañera». Se empezó a poner sumamente nerviosa, pero sabía que no actuar con naturalidad la delataría.
—Yo soy Yami, encantado —se presentó él, tendiéndole la mano para que se la estrechara. Ella lo hizo—. Veo que vienes con regalo —advirtió mientras le miraba el vientre.
—Sí. Seis meses. ¿Tú tienes hijos?
—No, bastante tengo con aguantar a los mocosos de mi orden.
—¿Habéis venido a comprar para la cena?
—Sí. Creo que lo notarás, pero no soy de por aquí. He encontrado algunos ingredientes para hacer un plato de mi tierra para que Charlotte lo pruebe.
Emily arqueó las cejas y miró a Charlotte de reojo. Pensaba que se iba a morir de la vergüenza si la mujer seguía componiendo esos gestos.
—¿Cocináis juntos?
—No, normalmente cocino yo. Pero podríamos probar hoy. Será divertido.
Charlotte asintió rápidamente y trató de desviar la conversación. Sabía que no acabaría en buen puerto porque Yami era un idiota que no se percataba de las indirectas ni del lenguaje no verbal y Emily no tenía pelos en la lengua. O cortaba la conversación completamente de raíz o acabaría pasando un mal rato.
—Bueno, hablando de otra cosa, tu marido está en casa de descanso, ¿no? Imagino que estarás contenta.
—Contenta porque está con nosotros, pero el descanso no es tan bueno como puede parecer. Descansar significa que hay menos trabajo y eso me tiene un poco preocupada.
La Capitana de las Rosas Azules tensó sus labios en una delgada línea. Ella era noble y no entendía lo que era pasar por ese tipo de dificultades. Intentaba empatizar con los demás, ayudarlos, escucharlos, pero sabía que nunca podría compartir sus preocupaciones o sufrimientos por el mero hecho de que no los había experimentado. Se quedó sin qué decir, pero Yami habló por ella.
—¿A qué se dedica tu esposo?
—Es pescador. El problema es que el puerto se cae a pedazos y no hay dinero para mantenerlo y a la vez a todos los pescadores.
—Se solucionará pronto. Confía en mí.
Emily asintió con esperanza. No conocía bien del todo su trabajo, pero Charlotte sabía que Yami irradiaba ese aura que podía parecer atemorizadora, pero que en realidad estaba llena de confianza.
—Charlotte, ¿podemos hablar un momento a solas?
La mujer se quedó mirando a su compañero, preguntándole sin palabras si le importaba dejarlas solas un rato. Como respuesta, Yami le dijo que se había olvidado de algo y fue a uno de los puestos a comprarlo.
—No quiero que me digas nada de lo que estás pensando —le advirtió Charlotte al notar sus muecas pícaras e inquietas.
—¿Cómo no me dijiste que ese hombre era tan guapo? Es altísimo y mira qué brazos. A lo mejor dejo a mi marido para irme con él —bromeó la más joven de las mujeres. Charlotte, aunque jamás sería capaz de hacer ese tipo de comentarios, se rio por sus ocurrencias. Se giró entonces para mirarlo. Había aprovechado para fumarse un cigarro mientras hablaba con un hombre que tenía un puesto de pescado. Se reía mientras movía las manos enérgicamente para explicarse. No sabía lo que los demás pensaban de él, pero era un hombre muy apuesto a su parecer. No tenía una belleza estándar que a todo el mundo le pudiera gustar, sino que más bien su encanto era tosco y exótico. Le gustaba que alguien más aparte de ella lo supiera apreciar—. Dime por favor que te lo estás…
—¡No! —exclamó mientras se daba la vuelta y la miraba con reprobación. Justo por ese tipo de comentarios no quería que Emily le dijera lo que se le estaba pasando por la cabeza—. Ya te lo he dicho, solo somos compañeros.
—Tus labios pueden decirme muchas cosas, pero los que nunca me van a mentir son tus ojos, querida. —Charlotte enrojeció ante aquella aseveración, sabiendo que la había descubierto—. Al menos reconoce que es guapo.
—Sí, es guapo —aceptó con cierta resignación—. Y lo más importante: es un gran hombre.
Emily asintió y, tras decirle Charlotte que estaba invitada a casa y darle la dirección, Yami se acercó de nuevo a las dos mujeres para preguntarle si se marchaban ya. La Capitana de las Rosas Azules le respondió afirmativamente, se despidieron de Emily y emprendieron el camino de vuelta a casa.
En ningún momento pudo dejar de preguntarse cómo era posible que una mujer que la acababa de conocer fuera capaz de distinguir solo en el brillo de su mirada el amor que le profesaba a Yami y que él, que además vivía con ella desde hacía un mes completo, no se hubiese dado cuenta de que sus sentimientos estaban más vivos y eran más vehementes que nunca.
Soltó las bolsas en la encimera de la cocina. Comenzó a colocar los alimentos necesarios a su lado y los demás los fue guardando en la alacena y en el frigorífico. Vio por el rabillo del ojo a Charlotte entrando a su habitación. Le había aceptado la propuesta de cocinar juntos, pero quería cambiarse antes, así que él lo preparó todo mientras la esperaba.
Quería hacer sushi, ya que hacía mucho tiempo que no lo comía y le parecía un plato bastante representativo de su cultura y que podía gustarle a su compañera. Llevaban varias semanas viviendo juntos y había aprendido a leer sus reacciones, a saber solo por su cara si ciertas comidas le gustaban o no.
Le sorprendía bastante todo lo que se puede profundizar en una relación y lo que se puede conocer a una persona con una simple y corta convivencia. Pero lo que realmente le inquietaba era no haber sabido algo así antes. Podría haberse dado la oportunidad de conocer a Charlotte, pero nunca lo hizo. Y algunas veces tenía ganas de sincerarse con ella, explicarle cómo se sentía en el momento en el que la rechazó y en el presente, pero siempre se arrepentía y finalmente no lo hacía. El motivo era que no lo consideraba algo justo, pues ella estaba reconstruyendo su existencia, no conocía su sufrimiento y no podía volver a su vida de esa manera, contarle su crecimiento y embarrarlo todo.
En muchas ocasiones sentía unas ganas, que creía que serían irrefrenables, de acercarse, de acariciarle el cabello; de besarla y abrazarla. Pero finalmente las conseguía parar y se contenía. Estaba tan desconcertado con la situación, con lidiar con unos sentimientos que no sabía canalizar ni interpretar correcta ni completamente, que el ki de Charlotte ya no le decía nada, así que no podía resolver la incógnita de si el fuego que antes le hacía sentir seguía estando vivo en sus adentros.
La escuchó llegando por detrás, así que dejó de intentar encontrar respuesta a la pregunta más ardua que había enfrentado en su vida, y le hizo sitio en la cocina. Le estuvo explicando los pasos que tenía que seguir para cocer el arroz, así que empezaron por eso, que era lo más sencillo.
Él se encargó de cortar el pescado, ya que requería algo más de técnica, y le dijo que podía ir preparando las algas para algunas piezas. Charlotte lo escuchaba de forma tan atenta que parecía una niña pequeña aprendiendo a escribir, pero hacía todo justo de la forma en que le decía, aunque sabía que había muchos procedimientos que le extrañaban.
Le dijo que podía empezar a enrollar algunos makis de la manera que le había explicado anteriormente. Observó cómo lo intentaba, pero no le salía bien, así que Yami se puso justo detrás de ella. Apoyó su pecho en la espalda de la mujer despacio y rodeó sus brazos para guiarle las manos. El cuerpo de Charlotte tembló con violencia, pero se convenció de que debía ignorarlo, porque lo único que quería en ese momento era sentirla justamente a su lado, con esa ínfima distancia separándolos.
—Lo tienes que hacer de esta manera —le susurró cerca del oído, incluso pudo ver cómo el vello de la nuca se le erizaba por el contacto de su aliento con su piel.
Charlotte se movió entonces, zafándose así de su agarre, y él interpretó su enorme nerviosismo como una señal de rechazo e incomodidad, así que se alejó para respetar su voluntad.
—Va-vale, creo que ya puedo hacerlo yo sola.
Terminaron de prepararlo todo en silencio, así que Yami pensó que había metido la pata hasta el fondo y que esa noche ella no se quedaría siquiera después de la cena con él, que incluso estaría apática mientras comían, pero se equivocó.
Tras el malestar inicial, pronto volvieron a ser los mismos que durante todo ese mes en el que habían cambiado la forma de relacionarse para siempre. Conversaron sobre el día, sobre Emily, las reconstrucciones en las afueras y los utensilios que Yami había llevado para comer y que Charlotte no conseguía usar bien.
—Es que esto es demasiado difícil de sujetar.
—No seas exagerada. Yo hasta cocino con ellos.
—¿Cómo haces eso? —le dijo con cierto asombro y un deje de admiración.
—Es práctica solo.
—Pero sois muy enrevesados. Seguro que a ti no te costó tanto aprender a usar un tenedor.
—En eso tienes razón. Digamos que en el País del Sol somos más complejos y vuestras mentes son mucho más simples.
—Es otro modo de verlo, desde luego. —Charlotte sonrió y después se le cayó una pieza de sushi en el plato, así que lo miró mientras él se reía por su torpeza—. ¿Me ayudas?
Yami se puso serio, al igual que ella lo estaba repentinamente. Solo asintió, se sentó a su lado y le sujetó la mano como hacía solo unos minutos mientras cocinaban. Le movió la mano con los palillos sujetos para que aprendiera y repitió el gesto para volverlo sistemático y así más fácil de hacer.
Se separó de ella en cuanto vio que se le empezaba a dar mejor. No quería ponerse a prueba de esa forma, porque sabía que fallaría y lo último que le apetecía era volver a cruzar apenas dos palabras en todo el día con alguien con quien debía convivir durante dos meses más.
Recogieron todo cuando terminaron de cenar y se sentaron enfrente de la chimenea, después de que Yami la encendiera, como hacía cada noche. Miró a Charlotte; llevaba una de esas faldas oscuras y largas que le gustaba ponerse cuando estaban en casa. Se había dejado el pelo suelto. Ambos estaban sentados en una alfombra que habían comprado hacía tan solo unos cuantos días.
—¿Te ha gustado la comida?
—Sí. Estaba muy buena. No tenía mucha confianza porque el pescado estaba crudo, pero me ha sorprendido que me gustara.
—Bueno, gran parte lo has hecho tú. Será por eso.
—Eso será —aceptó ella con una sonrisa juguetona adornando sus labios—. Podríamos cocinar más a menudo juntos. Me gustan las recetas que haces y aprender cosas nuevas. Hasta podríamos invitar a Emily un día.
—Claro. Me ha caído muy bien. ¿Cómo la conociste? No me habías hablado de ella.
—Me la encontré un día en el mercado. Se le había caído toda la compra y no podía recogerla, así que la ayudé. Ya has visto cómo es; habla con todo el mundo. Es muy buena chica.
—Lo parece.
—¿Sabes qué? —Él arqueó una ceja, dándole pie a que continuara—. Me ha dicho esta tarde que eres guapo. Tienes una admiradora.
Yami largó una carcajada al aire. Eso era bastante inusual y probablemente no le haría demasiada gracia al esposo si se enteraba, pero se sentía ciertamente halagado. Tampoco es que estuviera muy acostumbrado a los elogios y no le importaban en sí, pero a nadie le amarga un dulce.
—Qué sorpresa. Si fuera alguien como tú le daría las gracias solo para ver cómo se avergüenza por la situación, pero no creo que lo haga.
—Ella es muy distinta a mí, eso es cierto. Te seguiría el juego.
—No es tan divertido así.
—¿Por eso siempre me tratabas de esa forma? ¿Te gustaba reírte a mi costa?
Yami abrió un poco los ojos ante aquellas preguntas. Era la primera vez en todo un mes que iban a hablar del pasado, de cómo ellos eran antes de la guerra, el rechazo y la convivencia. Se quedó unos segundos callado, sin ser capaz de articular palabra, porque probablemente no sabía bien qué decir. Carraspeó antes de contestar.
—No lo digas así. No era así, de hecho. Tus reacciones me parecían graciosas, por eso te tanteaba tanto. Pero era porque pensaba que me odiabas. Yo nunca creí que tú…
No terminó la frase. No era capaz de decirlo en voz alta, no quería reabrir una herida que estaba cerrada, jamás se perdonaría hacerla sangrar de nuevo. Sin embargo, al mirarla, vio su rostro imperturbable. Tal vez ya no le importaba mostrar cómo se sentía o hablar sobre ello. Pronto confirmó que no estaba equivocado.
—Vamos, dilo.
—Nunca supe que estabas enamorada de mí. Si no, jamás te habría tratado así.
—Pues entonces me alegra que no lo supieras —afirmó ella ante su más absoluta sorpresa—. Habrías actuado conmigo con cuidado siempre, sin ser como eres realmente.
Yami asintió en silencio, serio. Hablar del pasado de forma tan racional le gustaba, pero también le dejaba claro que Charlotte había pasado página y que él sobraba en su vida totalmente. Cuando la misión finalizara, nunca más volverían a tratarse con tanta familiaridad. Así que quería aprovechar cada segundo que le quedara a su lado.
Charlotte lo miró en la penumbra de la habitación. El fuego iluminaba una parte de su rostro. Parecía que quería decirle algo importante, que quería seguir profundizando en el tema y hablándole sobre esa época de su vida con madurez y raciocinio, pero o él no acertó o simplemente ella no fue capaz de hacerlo al final, porque cambió de tema de manera radical.
—¿Sueles cocinar estos platos en tu base?
—Sí, de vez en cuando, pero mayormente se encarga Charmy de la cocina. Cuando quiero comer platos de mi tierra, suelo ir a un restaurante de la capital. Iba mucho con Julius allí.
El silencio envolvió el ambiente de nuevo. Era la primera vez que hablaba de su mentor con alguien desde su muerte. No había sido capaz siquiera de mencionar su nombre en voz alta, pero Charlotte le daba la seguridad y la confianza suficientes para hacerlo.
—¿Lo echas de menos?
Yami tragó saliva despacio, con dificultad. No quería hablar sobre ese tema, pero tal vez lo necesitaba. Tenía pesadillas recurrentes con él, con su cadáver más bien, en las que lo culpaba de su muerte. No había vuelto a tener ningún episodio como el que Charlotte vio, en el que había empezado a gritar en sueños, pero igualmente le sucedía. Lo ocultaba. Jamás hablaba con nadie de aquello. Y quizás, lo que necesitaba para superar su particular duelo era expresar cómo se sentía.
—Todos los días de mi vida. Fue todo lo que mi padre nunca pudo ser. Me ayudó tanto… Sin él, no estaría aquí hoy. Nunca le agradecí como debía.
—¿Crees que él no sabía lo agradecido que estabas?
—A veces con saber no es suficiente. Las personas necesitamos oír ciertas cosas.
—Los que te conocemos sabemos cómo eres, Yami.
—Eso no importa. No lo justifica. Todo lo que hizo por mí se lo pagué matándolo. Es paradójico, ¿verdad?
Lo dijo con amargura, sonriendo con nostalgia y tristeza. Todos le habían dicho que era el héroe de la guerra, que había logrado acabar con la amenaza suprema del Reino del Trébol y hasta lo felicitaban por no haber tenido escrúpulos para quitarse de en medio a su propio mentor. Pero nadie sabía la culpa con la que cargaba, las pesadillas que soportaba ni su pésimo estado de ánimo. A nadie parecía importarle tampoco.
De repente, sintió el cuerpo de Charlotte moviéndose hacia él. Se puso de rodillas y lo abrazó desde el costado, rodeando sus hombros con los brazos. Él, completamente abatido, notó una lágrima solitaria y silenciosa rodando por su mejilla izquierda. Ni siquiera recordaba la última vez que había llorado y tampoco necesitaba más. Pero también le resultaba curioso que solo fuera capaz de abrirse, de mostrar sus sentimientos y de mostrarse a sí mismo con una mujer que lo había amado de forma visceral durante más de una década en silencio y que él había destrozado con su rechazo.
—No fue tu culpa —musitó ella con la voz temblándole.
Yami se limitó a acariciar su antebrazo con la mano derecha a modo de agradecimiento.
A partir de ese momento y durante mucho rato, solo pudo sentir la calidez que emanaba el cuerpo de Charlotte, sus manos apoyadas sobre su hombro y el temblor de su propio cuerpo arrepentido y hasta de su alma, que seguía hecha trizas; solo pudo escuchar las palpitaciones de su corazón inquieto y temeroso, y la forma en la que latía con más potencia únicamente porque la sentía cerca.
Continuará...
Nota de la autora:
El nivel de intimidad y de confianza que hay en una cocina en la que están dos personas que se quieren. De verdad que es una de mis cosas favoritas de la vida.
¿Qué tal andáis? Yo he estado descansando un poco estas dos semanas, asentando las palabras en mi mente hasta que me saliera el capítulo. Y ahora voy a empezar un curso que durará justo eso, así que haré lo mismo para el siguiente.
Espero que os haya gustado este capítulo. Nos leeremos en el próximo.
