LXXXIV
Sucede a comienzos de 1986: el hombre suspira y clava la vista en el techo, como quien toma una decisión muy a su pesar.
—Lo estuve pensando… y he decidido aceptar el trabajo.
Sus palabras toman por sorpresa a su esposa, acostada a su lado.
—Pensé que habíamos decidido permanecer en California, cariño…
—Sí —coincide el hombre—. Pero, dados los últimos… acontecimientos…
—Eso no fue culpa de nuestro angelito —replica la mujer con una clara actitud defensiva—. Fue un malentendido. La otra niña…
—Lo sé, lo sé —le asegura él—. Comparto tu opinión. Justamente por eso, pienso que un cambio de ambiente podría venirle bien, en especial si así la alejamos de toda esta gente que no hace más que inventar disparates. —Toma las finas manos de su esposa entre las suyas—. ¿Qué dices?
La mujer no habla por unos instantes. Finalmente, deja caer los hombros, rendida.
—Okay —acepta—. Hagámoslo.
Sonriente, el hombre deposita un suave beso en la frente de su esposa.
—Verás que será para mejor.
Incluso un pueblo tan pequeño como Hawkins recibe, ocasionalmente, a nuevos rostros. Consecuentemente, lo mismo puede decirse de Hawkins High School, dependiendo de si los nuevos rostros en cuestión se encuentran en edad escolar.
Desde la llegada de Max, no obstante, ni Eleven ni sus amigos se han preocupado por prestar particular atención a los recién llegados. Son simplemente felices con el grupo que han formado, y no les interesa demasiado hacer nuevos amigos. Además, como si eso fuera poco, últimamente los chicos han hecho amistad con un estudiante de un curso superior que comparte su interés por Calabozos y dragones: un tal Eddie Munson.
Sí, están bien como están.
Entonces, cuando una chica de ojos azules y largo cabello rubio se presenta como la nueva estudiante, Eleven no le presta mucha atención. Como mucho, lo único notorio es lo rápido que la chica se hace de amigos: es apenas el almuerzo del primer día de clases tras las vacaciones de invierno cuando toma asiento con Jason Carver y Chrissy Cunningham, los chicos más populares de la escuela, y ríe con ellos como si se conociesen de hace años.
Como se hallan en una mesa no tan lejana a la de ellos, las risas alborotadas se la pasan interrumpiendo a Max, quien está intentando relatar una anécdota desde hace varios minutos.
—Ugh, ¿es que tienen que hablar tan fuerte? —masculla, irritada.
Eleven tan solo se encoge de hombros y le sonríe como diciendo «así son las cosas».
