Final imaginario del siglo XIX
En estos tiempos, las personas que poseen extraños poderes provenientes de su cuerpo o incluso de misteriosas y poderosas armas, son conocidas como ladrones, escoria de la humanidad que roba hermosas y valiosas obras de arte, estatuas o joyas de diversos museos de todo el mundo, con la esperanza de reunir los 108 trozos de inocencia perdidos.
OOOOO
-¿Los niños desaparecen en China? - cuestionó Allen, mirando con curiosidad al líder de la orden oscura.
-Qué horrible... - prosiguió Lenalee, preocupada, sentada a su lado derecho.
Megumi ocupaba el segundo asiento disponible frente al escritorio de la oficina, mientras Kanda se encontraba parado detrás de ella.
-Según el reporte de los buscadores, esto ha pasado en el transcurso de las 2 últimas semanas, en un pueblo escondido al sur. - explicó Komui, levantándose de su gran sillón, para mostrarles un mapa del mundo, con el lugar de su nueva misión tachado con una "x" roja. - Sin embargo, lo que más llama la atención, es el brillo verde claro que aparece, una vez que los niños cruzan cierta parte del pueblo.
-Es posible que un trozo de inocencia se fusionara con una casa o un árbol. - comentó Megumi seriamente.
-Yo también sostengo esa teoría. - Komui le sonrió y le guiñó el ojo izquierdo. - Pero, para estar más seguro, necesito que ustedes cuatro lo comprueben.
Al escuchar aquello, los ladrones se miraron los unos a los otros, no muy contentos con la decisión del hombre de anteojos.
Ante la creciente tensión, Megumi los observaba con curiosidad. Podía comprender el enfado de Allen, ya que, desde hace tiempo, había visto su chocante interacción con Kanda, cada vez que se cruzaban en los pasillos o en el comedor. Lo que no le quedaba claro, era la expresión de Lenalee, dirigida a su izquierda, con inquietud y temor.
Komui se aclaró la garganta. Y rodeando su escritorio, los invitó a salir de su oficina para que se alistaran, haciendo suspirar a Reever.
PPPPP
Al llegar a su habitación, lo primero que hizo Kagome, fue cerrar la puerta con seguro. Respiró aliviada. Caminó hacia su cama y se sentó en la orilla, sacando con más tranquilidad la fotografía de su gabardina.
En ella, se encontraban varios jóvenes sonriendo, portando los antiguos uniformes de los Exorcistas. Megumi estaba entre ellos, abrazada por una chica de cabello largo y con un chico parado a su derecha, luciendo demasiado serio en su opinión.
Por la antigüedad, los colores en los que se hallaban eran tonos de varias escalas de sepia. Una verdadera lástima. Pensó, pasando su vista al lado izquierdo de la imagen. Sus ojos castaños se abrieron como platos.
Otra joven de largo cabello, parada entre una chica de cabello castaño y un muchacho, también de largo cabello, atado, era igual a ella. Sin desaparecer la gran sorpresa que se llevó, volteó la fotografía. "Verano. Entrenamiento de espadas después de una tarde lluviosa".
-¡Kagome-senpai!
De repente, unos golpes en su puerta la hicieron dar un respingo, escondiendo, como acto reflejo, la fotografía detrás de su espalda.
-¡Kagome-senpai! ¡¿Estás aquí?!
Tomando aire y escuchando con atención la voz, se percató de que se trataba de Umiko.
-¿S-Sí? - cuestionó, disimulando su nerviosismo. - ¿Q-Qué sucede?
-¡Lavi-senpai, Bookman-san y yo iremos al comedor! - anunció con alegría. - ¡¿Te gustaría acompañarnos?!
La joven dudó. Sacó de nuevo la foto, mirándola con angustia... hasta que volvió a ver a Megumi.
-L-Lo lamento... - comentó. - ...estaré ocupada en la próxima hora.
-¡Ay, qué lástima! - exclamó Umiko al escucharla. - ¡Nos vemos después, ¿Si?!
-¡Está bien! - replicó, viendo la sombra de su compañera dirigiéndose a la derecha.
Suspiró. Transcurridos unos silenciosos minutos; llenos de paranoia e incertidumbre, se levantó de la cama y se acercó con sigilo a la puerta. Al abrirla un poco, revisó el pasillo, dándose cuenta de que ya no había nadie. Con más confianza, salió de su cuarto y cerró la puerta tras su espalda, asegurando de nuevo la fotografía en un bolsillo de su gabardina negra.
Mientras caminaba con cierta prisa, concluyó que la única persona que podría sacarla de su duda, por ser alguien accesible, era la mismísima guardiana dimensional.
InuYasha también podría hacerlo, ya que, después de todo, fue un Exorcista. Pero, por mera incomodidad, no se atrevía a ir en su búsqueda. Además, horas antes, había escuchado que estaría ocupado entrenando, por lo que, conociendo su carácter, tampoco le convenía interrumpirlo en algo tan importante para él.
Solo le faltaban un par de pasos para llegar al cuarto de su compañera. Cuando, de repente, alguien le puso el pie, haciéndola caer de rodillas, lastimándola y rompiendo sus medias.
-¡Oh! ¡Lo lamento tanto, preciosa! - dijo un buscador, sonriendo con malicia, mientras sus dos amigos se reían.
Kagome, permaneciendo con la mirada agachada, comenzó a temblar. Gracias a una explicación que le dio Lenalee en días anteriores, sabía que la relación entre los ladrones y los buscadores no era muy buena, por lo que aprovechaban cualquier oportunidad para humillarlos y burlarse de ellos, solo por ser los "elegidos de Dios".
Tragó saliva. Y como si no hubiera pasado nada, se levantó y siguió su camino. Para su mala suerte, el buscador que le puso el pie, la sujetó y la jaló con fuerza de su brazo izquierdo.
-¡S-Suéltame! ¡Déjame ir! - exigió enojada, golpeándole el brazo con su mano derecha convertida en puño.
-¡Pero si apenas comenzamos a divertirnos! - dijo sonriente, acercando su mano libre a su rostro.
De repente, una sombra se interpuso entre ambos, pateando al buscador hacia sus amigos, para que los tres cayeran al piso.
-Bastardos... - dijo InuYasha, tronándose los nudillos y mirando con frialdad a los hombres, cuyos rostros se horrorizaron al verlo. - ¡...si vuelven a ponerle una mano encima, los mataré!
Los tres lloraron. Y, muertos de miedo, se levantaron como pudieron de los ladrillos viejos y comenzaron a correr al otro lado del pasillo, dándoles la espalda. El joven bufó. Dejó caer sus manos a sus costados y se giró hacia su compañera.
-No vuelvas a andar sola por los pasillos o te arrepentirás. - advirtió, pasando por su lado derecho.
Kagome, aunque se encontraba asustada y atónita por lo ocurrido, consiguió darse la vuelta, correr hacia InuYasha e interponerse de nuevo en su camino.
-¿Qué? - cuestionó, arqueando una ceja.
-Necesito hablar contigo. - dijo seriamente. - ¿Podría...?
-Tendrá que ser mañana. - la interrumpió, dándole un vuelco inesperado a su corazón. - Ahora estoy muy ocupado.
Sin tener la intención de rendirse, Kagome lo siguió. Sus zapatos café oscuro hacían tanto ruido como para desquiciar al Hanyou, quien, enojado, se volteó una vez más hacia ella, quedando parado junto a una ventana, donde se mostraba el cielo nocturno.
Con su largo cabello plateado, ondeando de un lado a otro, sucedió algo inesperado en presencia de la joven. Sus mechones se volvieron de color negro, al igual que sus ojos. Sus garras, sus colmillos y las orejas de perro que escondía debajo de su pañuelo, desaparecieron. La ladrona se detuvo en seco, observándolo anonadada.
Fue entonces que, con cierto temor, dirigió su mirada hacia su mano derecha, percatándose, por las malas, de los cambios que sufrió. Maldijo por lo bajo. Y cuando escuchó unas voces cercanas, que cruzarían ese pasillo en cualquier segundo, no le quedó más opción que arrastrar a Kagome a un pasadizo a su derecha, sosteniéndola de los hombros mientras se escondían en la oscuridad.
Como estaban demasiado cerca, ella podía escuchar los frenéticos latidos de su corazón. Los segundos pasaron como minutos, hasta que él decidió apartarla, suspirando agotado y pegando su cabeza en la pared.
-¿InuYasha? - Kagome le habló temerosa, obteniendo su atención. - ¿Qué fue lo que te pasó? ¿Por qué te ves tan...?
-¿Humano? - culminó la pregunta por ella, apartando su cabeza de la pared y llevándose una mano a su largo cabello negro. - Cada luna nueva, pierdo mis poderes sobrenaturales. - hizo una pausa. - Aunque, por la intervención de cierta persona, esta era la apariencia que tenía cuando era Exorcista.
Encajando sus palabras con la fotografía, la joven decidió mostrársela. Cuando el Hanyou la vio, abrió los ojos como platos.
-¿De dónde la sacaste?
-De un antiguo libro en la biblioteca. - respondió, apenada. - Yo... la encontré por casualidad, intentando dar con la historia de los Exorcistas.
InuYasha suspiró. Como era claro que no lo dejaría en paz, por el modo en el que lo seguía hace unos instantes, la tomó con gentileza de su mano derecha y la condujo hacia los pisos inferiores, pasando por varios pasillos estrechos, hasta dar con una especie de refugio secreto, detrás de una pared en ruinas.
Espejos de cuerpo completo se encontraban colocados cuidadosamente en los alrededores, formando un círculo. Cortinas de color lavanda colgaban del techo y la poca iluminación que otorgaban las estrellas esa noche, se traspasaba por diferentes huecos y grietas en los ladrillos.
También había un árbol de cerezo torcido al fondo, cuyos pétalos se esparcían por todo el suelo. Sus raíces eran fuertes, gracias al agua que corría al otro lado de la pared donde estaba.
-¿Qué clase de cuarto es este? - preguntó Kagome, maravillada con otras cosas que sus ojos castaños encontraban. Velas, libros, vasos de cristal...
-Es mi santuario privado. - contestó, sentándose sobre un cómodo cojín rojizo, acomodado al fondo de los espejos.
Teniendo otro a su lado izquierdo, invitó a la joven a que se arrodillara. En silencio, ella se acercó y lo obedeció, escuchando con más fuerza, el agua que corría entre las paredes.
-¿Realmente quieres saber sobre los Exorcistas? - InuYasha preguntó de pronto, volteando sus ojos negros del rostro de su compañera, hacia el papel que sostenía en sus manos. - ¿O estás más interesada en la historia de esa fotografía?
Kagome suspiró.
-Es más lo segundo. - contestó con sinceridad. - La verdad, me sorprendió saber qué hace 50 años, existió una mujer idéntica a mí.
El joven agachó la cabeza, ocultando sus ojos con su flequillo.
-Su nombre era Kikyo. - dijo seriamente. - Ella... fue mi prometida.
Saber ese dato fue revelador para la ladrona. Ahora tenía sentido su mirada llena de tristeza, cuando la vio por primera vez.
-Nos conocimos en una aldea lejana en Japón, cuando realizaba una misión para la orden oscura. En aquel entonces, mi madre y mi hermano menor aún estaban con vida. Como de costumbre, había salido a cazar algo para la cena, pero, de pronto, me topé con un Akuma de nivel 1. Kikyo me salvó. Y yo, en agradecimiento, decidí ayudarla a encontrar el trozo de inocencia que estaba buscando. Una vez que lo obtuvo, regresó a Inglaterra. No volví a verla hasta unas semanas después. Para ese entonces, mi madre y mi hermano... ya habían sido asesinados por el maldito de Sesshomaru. - sollozó y gruñó. - Para luchar contra él y defenderme, usé a colmillo de acero, la espada que mi padre me dejó antes de morir. Sin embargo, antes de que pudiéramos asestarnos el golpe final, un rayo nos separó, haciéndonos caer desde un barranco, hacia las profundidades de un rio que pasaba por ahí. Kikyo me encontró unas horas después de lo ocurrido. Había vuelto a la aldea para llevar a cabo otra misión. Ahí fue cuando tomé la decisión de convertirme en Exorcista.
Acongojada por su historia, Kagome volteó sus ojos castaños de él hacia la fotografía.
-Antes... - comentó. - habías dicho que la intervención de cierta persona te volvió humano. - sus ojos lo observaron de nuevo. - ¿Kikyo fue quien...?
InuYasha asintió.
-Cuando me encontró en el rio, me dijo que tenía una maldición en mi interior. - explicó. - Y que, para detener su avance, hizo un conjuro para que mi apariencia humana predominara más que mi apariencia sobrenatural. - sacó lo que llevaba en su cuello y se lo mostró. - Actualmente, lo que detiene su avance, es este rosario especial que me entregó el maestro Cross.
Kagome asintió.
-El conjuro de Kikyo... se deshizo cuando decidió traicionarme. - agregó, poniéndose de pie y sacando un botiquín de primeros auxilios de un mueble.
Volviendo con la joven, se arrodilló frente a ella y empezó a sanar las heridas en sus rodillas con un algodón humedecido con agua oxigenada.
-InuYasha lleva sobre sus hombros un pasado que le es difícil sobrellevar y superar. - pensó entristecida, haciendo muecas por el ardor que le provocaba la medicina en su piel. - Me pregunto... si puedo ofrecerle algo más que mi compañía y mi apoyo para poder ayudarlo.
-¿Te duele mucho? - cuestionó, soplando para que el agua secara más rápido y despertándola de sus pensamientos.
Ella negó con la cabeza. Después de haber puesto un par de gasas, envolviéndolas con vendas, el Hanyou guardó su equipo médico y lo colocó de nuevo en su lugar.
-Puedes quedarte todo el tiempo que gustes. - dijo sin mirarla, sentándose junto a una grieta que daba al exterior, mostrándole el cielo estrellado y una parte del bosque que rodeaba la orden oscura. - Yo, por mi seguridad, tengo que hacerlo toda la noche.
Kagome lo vio con comprensión.
-Si no te molesta... - habló de pronto, llamando su atención. - ...me gustaría quedarme contigo.
InuYasha estrechó sus ojos negros. Se levantó del piso de la pared agrietada de ladrillos y caminó al otro lado del cuarto, llenando el espacio con cojines y dos frazadas.
-Si te da sueño, no dudes en dormir aquí. - señaló las almohadas y dio un par de pasos, para volver a la pared.
-¿Cuándo vienes a este cuarto no te entretienes con algo? - lo cuestionó con curiosidad. - Ya sabes, como una actividad pequeña o un juego de mesa.
Bufando, sonrió de lado. Y regresando al mueble donde guardó su botiquín, sacó un mazo de cartas gastadas.
-¿Sabes jugar póker?
-No, pero podrías enseñarme.
Mirando embelesado la dulce sonrisa que tenía en su rostro, InuYasha se ruborizó de golpe. Negó con la cabeza, moviéndola de un lado a otro. Y, aclarándose la garganta, tomó una pequeña mesa que tenía guardada entre los espejos y la colocó entre ellos, sentándose.
Mientras Kagome veía asombrada la forma en la movía las cartas en sus manos, él evitaba a toda costa encontrarse con sus ojos castaños. Tal vez había sido mala idea aceptar que se quedara con él... aunque, la idea de tener compañía, en especial, en noches de luna nueva, tampoco le parecía una situación desagradable.
Al contrario, se sentía agradecido.
PPPPP
Dentro de un comedor oscuro, alumbrado gracias a las velas flotantes de Road Kamelot, se encontraban cenando los cinco miembros restantes de la familia de Noé.
Siendo atendidos en todo momento por muñecas; controladas por piedras carmesí en forma de magatama, que brillaban en sus frentes en todo momento, degustaban en silencio los exquisitos y elegantes platillos de los que disponían a lo largo y ancho de la mesa redonda, hasta que el teléfono de una de las esquinas comenzó a sonar.
La muñeca que estaba más cerca se dispuso a responderlo. No obstante, con un ademán hecho por el mayor de la familia, Tyki Mikk, detuvo su trayecto, dándole espacio para acercarse hacia el objeto y llevarlo a su oído izquierdo.
-¿Diga?
-Está hecho.
Tyki bufó con una sonrisa. Apartó el teléfono de su oído y lo colocó de nuevo en su lugar. Agarrándolo otra vez, giró la rueda del centro para marcar un número y lo llevó a su oído izquierdo. Una vez que contestaron al otro lado, sin recibir un saludo, pronunció con suavidad:
-El telón está arriba.
Fin del capítulo.
