— ¡Bajad! ¡Tenéis que ver esto! — con un fuerte estampido, Fred y George se aparecieron en el cuarto oscuro y húmedo de Grimmauld Place que Harry y Ron compartían.

Como era el día de Navidad, y se habían pasado las últimas cuarenta y ocho horas eliminando las plagas de doxys y sacudiendo las polvorientas cortinas para que el lugar pareciese festivo, seguían metidos en la cama y no tenían muchas ganas de levantarse.

— Todavía no es la hora de comer — gruñó Ron, y se dio la vuelta para seguir roncando.

— Ronald, tío, de verdad que a veces me sorprende que seas mi hermano… ¿no te pica la curiosidad?

Ron les lanzó el cojín en un vano intento de que se callasen, pero Harry ya no podía dormir más y tanteó mesilla en busca de sus gafas.

— ¿Qué pasa? — tenía la voz cargada de sueño.

— Pues pasa que el romance ha acudido a Grimmauld Place…

— El grinch de la Navidad y los Reyes Magos se han confabulado para favorecer…

— Tras largos años escuchando peticiones lacrimógenas y recibiendo cartas mugrientas y manchadas de grasa y…

— Decidlo ya, pesado — Ron se había incorporado y se frotaba los ojos.

Los gemelos se rieron y golpearon la zona más cercana de la cama, a modo de tambores de guerra.

— Y… ¡tarantantán! ¡tarantantín! ¡tarantantía!

— Snape tiene novia.

— Y no una cualquiera.

— Un bombón.

— Espectacular.

— Explosiva.

— Rubia.

— ¿Queréis hacer el favor de hablar de uno en uno? ¿Qué estáis diciendo? — Ron les había lanzado una zapatilla, con tan mala puntería que fue a estrellarse contra el cuadro oculto detrás de una sábana.

— ¡Canalla! — masculló la imagen del cuadro.

Pero Ron la ignoró:

— ¿Qué decíais?

Los gemelos se miraron y se echaron a reír:

— Ay, Ronnie, que Snape se te ha adelantado y tiene novia. Y está aquí. Con ella.

— ¡¿Con ella?!— más que un chillido, fue un rugido, y Ron saltó de la cama, dispuesto a bajar en pijama simplemente para ver aquel milagro.

— Pero ¿es en serio? – preguntó Harry.

— Totalmente, tío. Así que espabilad vosotros dos si no queréis acabar con Kreacher.

Harry y Ron se pusieron a reír.

— Ah, y dice mamá que, cuando bajéis, lo hagáis vestidos.

Y con un sonoro ¡crack! desaparecieron nuevamente.

Ron miró a Harry:

— Yo creo que es una broma de los gemelos. A lo mejor Snape ha llegado con Tonks y no han podido distinguirla.

— Ni idea, pero yo quiero verlo.

Se quitaron el pijama y se pusieron los vaqueros y la camisas que la señora Weasley había planchado el día anterior. Luego, corrieron escaleras abajo en dirección a la cocina.

La estancia estaba llena de gente. En las cacerolas humeaba el puchero navideño de la señora Weasley y por encima de las conversaciones se oían los villancicos de los angelotes que Lupin y Tonks habían conjurado.

— Feliz Navidad, Harry, querido — la señora Weasley le dio un abrazo. — Ron, hijo, ¿quieres peinarte esas greñas que llevas?

— Feliz Navidad también para ti, mamá — contestó su hijo.

Hermione y Ginny estaban sentadas a la mesa y se reían de Tonks que, en esta ocasión, lucía un peinado que se asemejaba a un portal de Belén con las figuras principales incluidas. El Niño Jesús saludaba desde su cunita y San José blandía el bastón de un lado a otro.

— Es el espíritu navideño. Hay que encarnarlo — repuso Tonks muy seria.

De pie junto a la cocina, el señor Weasley discutía con Ojoloco Moody. Y Lupin estaba sentado leyendo la edición navideña de El Profeta. Pero de Snape no había ni rastro.

— Ya me lo imaginaba — refunfuñó Ron. — Otra estrategia de Fred y George para fastidiar un dulce despertar. Harry, ¿quieres una rana de chocolate?

Harry atrapó al vuelo la caja que le pensaba Ron y se sentó junto a Ginny. Los gemelos se aparecieron en ese momento, luciendo una gran sonrisa y se ganaron una regañina de su madre. Ron iba a lanzarles el envoltorio vacío de su chocolatina cuando les llegó una voz de fuera de la cocina. La puerta se abrió y Harry, Ron y los gemelos clavaron los ojos en las figuras que ocupaban el umbral.

— Aunque comeremos en el comedor, están todos aquí. Pasad a saludar — estaba diciendo Kinglsey en ese momento. El auror se giró sonriendo hacia los ocupantes de la cocina y dijo alegremente: — ¡Feliz Navidad!

Snape le seguía de cerca y, aunque no sonrió, hizo una inclinación de cabeza y entró en la cocina seguido de cerca de una mujer desconocida que, apoyando su mano en el antebrazo del profesor:

— ¡Oh, Sev, no me habías dicho que seríamos tantos!

Todos los ojos se clavaron en los recién llegados. Ron quiso abrir la boca para decir algo, pero Harry le dio un golpe en las costillas. Severus Snape, de pelo largo y nariz ganchuda, lucía lo que parecía una túnica nueva, negra y ligeramente satinada, y que contrastaba con la mujer que estaba de pie junto a él. Era alta, llevaba los labios ligeramente pintados y el pelo dorado recogido en un sobrio pero elegante moño. Los ojos de un gris claro recorrieron rápidamente la sala, analizando todo. La mano que se apoyaba en el antebrazo de Snape era blanca y llevaba las uñas almendradas esmaltadas. Era, con diferencia, la mujer más elegante de la habitación. Y aunque era la primera vez en su vida que la veía, a Harry le resultaba vagamente similar.

Fue Molly Weasley la primera en acercarse a la pareja.

— Bienvenidos. Severus, en unos momentos subiremos arriba a comer, llegáis justo a tiempo — y dirigiéndose a la recién llegada, añadió: — Soy Molly Weasley.

— Lisistrata Malfoy. Encantada — la mujer esbozó una sonrisa y le tendió la mano.

— ¿Malfoy? — susurró Harry a Hermione y Ron.

— Oh, Sev — fue lo único que acertó a decir Ron.

Los gemelos también habían fruncido el ceño, pero miraron triunfalmente a su hermano:

— Nos debes unas disculpas, Ronald.

— Oh, Sev — volvió a decir Ron, haciendo reír a Fred.

Lupin se levantó en aquel momento de la mesa y se acercó.

— Lisa.

La mujer le dirigió una sonrisa y, por primera vez, en sus ojos relució cierta calidez:

— Cuánto tiempo, Remus. ¿Cómo estás?

Lupin le estrechó la mano, sonriendo abiertamente.

— Sobreviviendo como puedo. Tú estás estupenda. Te sienta bien la edad.

La mujer echó la cabeza hacia atrás y se rió con ganas.

— Ven, te presentaré al resto — Lupin la cogió por el codo y, apartándola de Snape la condujo a la mesa. — Los pelirrojos son hijos de Molly y Arthur. Fred o George, Ginny y Ron.

Los Weasley fueron sonriendo y agitando la mano para identificarse.

— Aquella es Nymphadora Tonks.

— Sí, nos conocemos del Ministerio.

— Hermione Granger y Harry Potter.

Al oír el último nombre, los ojos grises se clavaron en los verdes.

— Encantada de conocerte, Harry.

— Lo mismo digo.

Y Ron con voz ahogada murmuró: «Oh, Sev». Harry le dio un codazo en las costillas.

La señora Weasley anunció que la comida estaba prácticamente hecha y que tenían que poner la mesa. Los jóvenes abandonaron encantados la cocina.

— ¡Es muy fuerte! — gritó Ron una vez estuvieron en el comedor, mientras esquivaba una ristra de platillos volantes que los gemelos manejaban. — Snape enamorado.

— Yo no creo que estén juntos — terció Ginny, colocando los vasos. — Pero, ¿os habéis fijado en los pendientes que llevaba ella? ¡Me han encantado! Combinaban súper bien con el color de las uñas.

— Ha dicho que se llamaba Malfoy — dijo Harry. – Tal vez es la hermana de Draco.

— No creo, Harry. Tal vez es su tía. Lupin y ella se conocían… — Hermione se interrumpió, intentando atar cabos. E hizo bien, porque en ese momento la puerta de la cocina se abrió y oyeron a Tonks, a quien la señora Weasley había prohibido que ayudara con la comida, subiendo a avisar a Sirius, que estaba con Buckbeak.

Unos minutos más tarde, las ollas y las bandejas con el festín navideño irrumpieron en la sala, bajo la dirección de Lupin y los señores Weasley. Tonks entró unos segundos después.

— Estoy muerta de hambre. ¿Falta poner algo?

— ¿Le has dicho a Sirius que comeremos ya?

— Sí, ahora viene.

Kingsley entró acompañando a Lisa, que examinaba sin disimulo toda la casa, como si estuviese buscando algo.

— Oh, Sev— volvió a murmurar Ron, provocando la risa de Ginny.

— Sentaos, por favor — dijo la señora Weasley.

Kingsley apartó una silla para que Lisa se sentara, y la señora Weasley hizo señas a su marido para que hiciese lo mismo con ella.

Unos instantes después oyeron a Sirius bajar las escaleras. Estaba de buen humor y silbaba un villancico. Le alegraba tener la casa llena. En el rellano de la escalera, justo enfrente de la puerta del comedor le oyeron felicitar la Navidad a Snape y, a continuación, la voz fría, algo maliciosa del profesor respondió:

— Por fin ocupado, ¿n? Verás que te he traído un regalo de Navidad.

Entraron juntos en la sala y, en ese momento, Harry, que estaba sentado cerca de Lisa, vio cómo la mujer se ponía tensa y adoptaba una postura rígida. Le pareció que apretaba los labios.

— Sirius, Severus, daos prisa, o la comida se va a enfriar — dijo Tonks, cuyas tripas rugían con fuerza.

Sirius rodeó la mesa para ir al único sitio que quedaba libre.

— Disculpa mi falta de educación, Black —Snape sonreía, desde su sitio junto a la elegante mujer. — No sé si te acuerdas de Lisa Malfoy.

Sirius palideció y, entornando los ojos, los clavó en la mujer que había quedado sentada frente a él.

— Hola, Sirius.