"Y no puedo explicar
La manera en la que se siente
verte crecer alocadamente,
en la persona que no estabas seguro
si serias.
Oh dios pensé que podría perderte
aférrate al amor, el pecado y tu juventud" 1
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Los días previos a la navidad, se fueron acortando sin siquiera notar el paso de los días. Entre visitas al señor Weasley, y las amenas charlas en Grimmauld Place, Harry no se percató de que el día del alta del señor Weasley iba a ser la mañana de víspera de navidad
El veinticuatro, las visitas al hospital estaban limitadas hasta cierto horario. Por lo que todos salieron esa mañana, temprano y con un desayuno ligero en el organismo. En los últimos días, la señora Weasley se limitaba a preparar la cena y el almuerzo, pero siempre salía de la casa cuando el sol todavía no salía, y era siempre la primera visita de su marido.
—¿Cómo voy a dejar a tu padre solo, Ronald? —inquirió su madre molesta, cuando escuchó las quejas de hambre de su hijo—, tu padre tiene que alimentarse bien para poder recuperarse en condiciones. Si tienes tanta hambre, pues deberías prepararte una colación antes de Salir ¡En la casa hay suficiente comida para todos!
Las calles se hallaban colmadas de nieve. Los chicos debían caminar preocupados por cada pisada que daban y, por el frío que hacía, ni siquiera con cinco capas de ropas era suficiente para combatir los tiritones. Pero aun así, Molly se negaba a que usaran la chimenea a menos de ser casos excepcionales, porque para llegar al destino tenían que gritar la dirección exacta de la casa (y tener a un prófugo de Azkaban, acompañado de su amigo hombre lobo, era algo bastante ilegal) y el suelo siempre acababa lleno de cenizas que después ella debía limpiar, porque Kreacher se negaba a hacer cualquier trabajo relacionado con ellos.
Cuando llegaron al hospital, Hermione reconoció al instante al chico que se dirigía a la segunda planta. Los tres se acercaron, y saludaron a Neville que parecía algo nervioso por la presencia del trío.
—¿y qué hacen ustedes aquí? —preguntó Neville, mirando con ansiedad el letrero de su costado—, nunca lo había visto.
—Internaron a mi papá, por un accidente que tuvo en el ministerio —respondió Ron, contestando la mentira que todos habían acordado utilizar—. ¿Y tú?
No alcanzó a responder, porque un enfermero rubio, bajo y con acné saludó a Neville con amabilidad. Los chicos se miraron entre ellos, cuando el chico desapareció de su vista, demostrando que Neville venía lo, suficientemente, a menudo como para conocer a los sanadores.
—Vengo a ver a mis padres... ellos, bueno, no están demasiado bien.
—Lo lamento muchísimo —habló Hermione, sosteniendo por el hombro a Neville quien se encogió de hombros y comenzó a subir la escalera, los tres lo siguieron hasta la planta superior.
—Hace años, una mortifaga de nombre Bellatrix Lestrange, torturó a mis padres —relató Neville. El chico les señaló un letrero y continuó—, es en la cuarta planta. No es necesario que vengan, pero tampoco me molesta.
Los chicos se miraron entre sí, pero al final Harry respondió, solo porque hace ya un rato que no había agregado nada a la conversación:
—Está bien, de todos modos tenemos algo de tiempo libre.
Neville esbozó una media sonrisa y continuaron subiendo las escaleras, pasando por la planta de "enfermedades mágicas" y "envenenamientos provocados por pociones o hechizos". Ante el último tramo de escaleras, Neville retomó su historia.
—Ella, uso el cruciatus contra mis padres, para que les revelara información confidencial. Pero ellos se negaron y no dijeron nada. —"Daños provocados por Hechizos", el letrero parecía reluciente, y solo les quedaba registrarse en la recepción—. Neville Longbottom, vengo de visita por Alice y Frank Longbottom.
—¿Quién es el resto? —cuestionó la mujer de la recepción, mascando un trozo de chicle, mientras trataba de completar el crucigrama del periódico—. Nombres.
Cada uno les dio su nombre, y los dejaron entrar. El ala, a diferencia del resto, tenía una gran área común en el centro y por los alrededores los distintos pasillos hacia las secciones más especializadas. Por el lugar, algunos ancianos jugaban ajedrez mágico, sanadores conversaban con internos desmemoriados y pudieron a identificar a Lockhart que contaba los cuadros de la pared.
Como si se tratara de un bicho raro, Ron señaló a Gilderoy, pero Harry lo ignoró, más por pena ajena que otra cosa. Seguían sorprendidos de que la vida de ese hombre diera tal vuelco y ya no tuviera arreglo.
El muchacho saludó a bastantes enfermos, quienes lo trataban como si fuera su nieto. Se desviaron de la sala principal y fueron al área especializada en "Maleficios". En el fondo del todo, había un pequeño jardín interno. Neville les sonrió a sus amigos, y los tres captaron el mensaje de que ya no lo siguieran más. Se quedaron detrás de la puerta y vieron la situación a través de la ventana.
La madre de Neville, Alice, era delgadísima, traía el cabello corto y se agarraba con firmeza del brazo de Frank, el padre de Neville. Los dos vieron a su hijo como si fuera un desconocido y aunque intentó entablar conversación, ellos se mostraban desconfiados. No pasó mucho tiempo antes de que los tres se percataron de que ya era momento de irse.
Caminaron de vuelta a la primera planta, con un nudo en el estómago.
Tal vez Harry no tenía padres vivos, pero era mejor que tenerlos y no se acordaran de ti.
Una cólera inexplicable le llegó, junto a un escalofrío. Ni siquiera la conocía, pero ya odiaba a esa Bellatrix con toda su alma, porque había sido la encargada de destrozar la vida de su amigo.
Esa imagen fue impactante para Ron, quien apenas entró a la habitación de su padre, le dio un gran abrazo y momentos después, llenara de besos a su madre.
—¿Y ahora que te dio? Que amaneciste más cariñoso de costumbre —Dijo Molly, dejando a un lado su tejido y mirando extrañada a Ron—. Bueno no me molesta, pero ¿Estás bien?
—Si, mamá —replicó Ron, dándole un ultimó beso en su mejilla—, solo no me olvides.
—¡¿Cómo si pudiera olvidar tus rabietas?! Ya mejor, anda y ayúdame con los medicamentos de tu papá.
Tanto Harry como Hermione se miraron, pero no comentaron nada al respecto. Porque podían hacerse los desentendidos y acreditar la actitud de su amigo como un: milagro navideño.
• ── ◦ ◦ ── •
Con las campanas, el 25 de diciembre se dejó ver con todo su esplendor. Draco veía el bosque desde la ventana de su habitación, en busca de encontrar algún par de ojos rojos que merodeaban por los terrenos de la mansión. Sin encontrar ninguno.
Seguía vivo. Escuchó que de entre la gran arboleda, un aullido grave se dejó escuchar, seguido por otros cuatro. Su piel se erizó, no por el sonido, sino porque había comprendido a la perfección lo que los lobos decían.
No, los lobos estaban cantando.
"La manada es lo primero.
Pensaba que estabas listo.
Supongo que tendrá que ser por la fuerza.
Padre no está feliz.
Pero es compasivo"
Draco cerró la cortina y quedó a oscuras en su habitación, con el corazón sobrecogido, apoyado contra los pies de su cama. Cerró los ojos con la esperanza de que los lobos dejaran de cantar. Algo que se cumplió un par de instantes después.
¿Qué había sido todo eso? ¿Una amenaza? ¿Una advertencia? ¿Un aviso?
Se volvió a acercar a la ventana y deslizó la cortina para ver el patio trasero de su casa. Pero la nevada se intensificó, trayendo consigo una espesa neblina. Perturbado, volvió a acomodar las persianas y se metió entre las sábanas.
—No es nada, revisamos y no hay nada —murmuró su madre, con comprensión—. Por las dudas, mantendremos vigilados los alrededores de la casa, pero mientras vivas en este techo, Draco, nadie que no deje entrar, te podrá hacer daño.
Trataba de reconfortarse en las palabras de su madre, pero le resultaba un acto de voluntad propia inmenso. No era fácil confiar, cuando se está jugando tu cabeza en la discusión.
Acabó haciéndose un ovillo encima, y cerró los ojos, hasta que durmió. Cuando horas después despertó, lo hizo confundido por el silencio que habitaba en su casa y la poca conmoción por ser navidad. Ya no era un niño pequeño, eso lo tenía claro, pero de todos modos esperaba algo más. Aunque fuera unos buenos días.
No le iba a recriminar nada, pero después del miedo que vivió la noche pasada, necesitaba algo de reconforte. De todos modos ¿Cómo sus padres podrían haberse enterado de esas emociones, si Draco no se las había mostrado?
Eran innumerables las preguntas que se hacía y odiaba no tener respuestas. Se levantó hecho un lío de la cama, y la situación en la casa no era mejor. Era el primer año en que ni siquiera se molestaron en armar el árbol de navidad, y los regalos que llegaron de parte de distintos familiares, solo estaban apiñados a un lado del sofá. Todo se sentía tan vacío.
Tan triste.
Se acercó al salón y se percató que, con diferencia, en cantidad eran muy pocos regalos, o al menos eso parecía a su perspectiva. Los veinte paquetes le pertenecían casi todos a él, pero comparado al más del centenar que recibió cuando tenía once, la diferencia era abismal. Ahora poseía quince, y a pesar de tener los regalos a su disposición, no tenía ganas de abrirlos.
Narcisa bajó en bata mañanera bostezando, pero sin descomponerse por eso. A ojos de Draco, siempre lucia hermosa, sin importar las adversidades. Ella le hizo un gesto y Draco se acercó para recibir un beso en la frente, justo antes de que terminara de bajar todo el tramo de escaleras
—Tu padre tuvo que ir a trabajar, pero llegará a medio día —avisó Narcisa, en un susurro—, dijo que podíamos abrir los regalos sin él.
Él la miró por un instante, antes de asentir. Se sentaron en la mesa y mientras se dedicaban a intercambiar unas cuantas palabras, Draco se servía tanta comida como cabía en su plato. Luego de diez minutos, donde Draco ya no podía seguir devorando más, se levantaron de la mesa y fueron al salón.
Comenzaron por Draco, porque siempre lo habían hecho así. Y a pesar de la cantidad de ropa de lujo, libros y algunos cuantos cheques con dinero, Draco no sintió esa felicidad del pasado. Al menos, hasta que llegó al último regalo, el de sus padres. Lo abrió deshaciendo el lazo y sonrió al ver lo que era.
Se trataba de un telescopio encogible. Eran portátiles, y profesionales. Cuando estaba en su forma miniatura, podía hacerse pasar por cualquier llavero común y corriente, pero su forma real era imponente. Aparte de eso, unas grandes enciclopedias de astronomía, láminas de plástico y la caja con el resto de los lentes.
—¡Es increíble! —exclamó Draco, cambiando el porte del telescopio al instante. Narcisa miró a su hijo con una sonrisa—. ¡Wow! Es el mejor regalo, gracias.
—Después de tus cartas, tu padre y yo decidimos elegir eso —mencionó, agitando su varita y haciendo desaparecer todas las envolturas de los regalos—. Me gusta que tengas otra afición aparte del quidditch.
Abrazó a su madre, otra vez y aprovechó de entregarle los regalos a su nombre. Ella los abrió, pero se cubrió la boca cuando leyó la tarjeta del próximo obsequio.
"Para: Cissy.
De: Bella"
A Draco le llegó un escalofrió; de su tía Bellatrix, solo recordaba breves relatos que le contó su madre en alguna ocasión, y que se suponía, estaba en Azkaban, desde hace más de una década.
Era imposible que ese regalo fuera de ella.
—Es su letra... —suspiró Narcisa. Abriendo el paquete con temor—, ella escribía las "g", "p" e "y", muy similar. —Terminó de romper el paquete y se quedó viendo la fina caja. Cuando la volvió a abrir, una reluciente pieza de joyería plateada deslumbró con las incrustaciones de un tono zafiro—. Es precioso...
Se lo colgó en el cuello y se miró en el espejo, con los ojos clavados en el colgante. Tenía los ojos húmedos y las manos temblorosas. Su hijo se acercó y le tomó de la muñeca, estaba gélida. Ella se volteó y escondió su rostro entre el cuello de su hijo, con el corazón desorbitado de sentimientos olvidados y la cabeza repleta de memorias incompletas.
—Es ella, está libre —dijo Narcisa, para ella misma—, pero ¿Cómo?
Draco acarició la espalda de su madre, sin quintarle los ojos a la joya. Sobre el delgado cuello de Narcisa, el colgante vislumbraba en todo su esplendor, luciendo el doble de lujosa. En un gesto maternal, Narcisa tomó la mano de Draco y besó el dorso.
—¿Mamá, que haremos ahora? —Draco se apartó desviando su vista a la fotografía que descansaba encima de la chimenea, donde tres niñas posaban con enormes sonrisas.
Bellatrix, Andrómeda y Narcisa, cuando compartían el apellido Black y todavía no se veían divididas por sus propios ideales.
—Nada, querido. No vamos a hacer nada —contestó, Narcisa, dejando boca abajo la fotografía y encendiendo la chimenea con una llama que sacó de su varita—. Feliz navidad, mi niño.
Abrió los brazos esperando un abrazo. Draco dudó, pero como siempre se hundió en la calidez de su madre, e intentó olvidar lo que significaba el hecho de que Bellatrix, estaba libre.
—Feliz navidad, mamá.
Porque sabía qué hacía eso por amor. A su madre y a los dolorosos recuerdos de una infancia donde Él no estaba presente. En una vida que Draco desconocía, donde todo era sencillo y no trataba de agarrarse de una frágil sensación de felicidad.
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Todo pudo ser increíble si, el titular de esa víspera de navidad hubiese sido otro muy distinto. En su lugar, dictaba lo siguiente:
"Masiva fuga navideña: Más de una docena de presos de Azkaban, escapan en nochebuena"
Un fuerte golpe resonó contra la mesa, provocando que todas las miradas se dirigieran a Sirius que se mordía el labio con fuerza. Dejaron de masticar y el ambiente se silenció.
—¡Los nombres, Lupin! —dijo Sirius. Lupin apretó el diario, arrugando las orillas de las hojas—. Dime la lista de los que escaparon.
—¡Sirius por favor, tranquilízate! —exclamó la Sra. Weasley, recibiendo un desaire por parte del nombrado.
Aunque se mostró un instante de indecisión y silencio, Remus se levantó de la mesa y le entregó el periódico a Sirius, con la lista de los presos identificados en la fuga, además de la noticia completa.
—Según el ministro de magia, Fudge, el autor intelectual de la fuga fue el asesino, Sirius Black... —Leyó Sirius. En ciertos momentos su voz temblaba de odio y resentimiento, pero se las ingeniaba para continuar hablando—Quien sabemos es la única persona que logrado escapar de la prisión, y no podemos evitar relacionar a Black con su prima... Bellatrix Lestrange. Sin embargo, estamos intentando hacer, bla, bla, bla —acabó Sirius, dándole un largo sorbo a su taza de café—. ¡Pues claro, como yo adoro a mi preciosa prima demente!
El desayuno continuó más tenso de lo habitual. Lupin y Sirius conversaban en susurros en el pasillo, siendo más un intento del primero en calmar al otro, quien no daba brazo a torcer en su amargura.
Intentaron ignorarlo, pero estaba claro que el título de "asesino" y la familia, para Sirius eran temáticas delicadas y complicados de abarcar. Harry sintió un nudo en el estómago al darse cuenta de que solo usaban esos aspectos para hacer noticias más jocosas y desacreditar a Sirius.
Levantaron los platos sucios, y por las indicaciones de la Sra. Weasley les indicó que fueran a la sala, para comenzar a abrir los regalos. Ron, llevó a su padre a la sala, acomodándolo a un lado de la chimenea y se sentó, tratando de formar una amigable plática con sus hermanos.
—¡Que te jodan, Remus! ¡Tú no sabes lo que se siente!
Escuchó las pisadas de Sirius subir, acaloradamente, a la planta superior, y después de un rato, Lupin entró a la sala, forzando una media sonrisa. Harry suspiró decepcionado, porque esperaba pasar su primera navidad, de verdad, con Sirius.
Toda la sala estaba decorada con motivo navideño. Luces que colgaban del techo, el árbol frondoso con al menos un regalo para cada uno, y lazos de colores rojo. A pesar de la nieve que caía afuera, adentro la chimenea temperaba la casa a la perfección.
Comenzó Ron entregando los regalos a toda su familia, y una vez todos tenían el paquete que les correspondía en sus manos, lo abrieron al mismo tiempo. Harry y Hermione los imitaron, recibiendo las abrigadas prendas que Molly siempre le hacía a cada uno. Harry abrazó su bufanda amarilla y sin pensarlo demasiado abrazó a la Sra. Weasley bastante sensibilizado.
Porque, aun cuando sabía que recibiría, año tras año, los obsequios de la misma persona, y que eran casi lo mismo, no podía despreciar, en lo más mínimo ese acto. Que era de amor, y tenía el tiempo invertido de la Sra. Weasley en algo tangible, como lo era la ropa tejida.
Quedaban regalos bajo el árbol; Hermione, por parte de Víctor Krum, recibió un bolso pequeño rosado. Ron miró el paquete y analizó la reacción de su amiga al ver el objeto.
—¿Te sigues hablando con esa cabeza hueca? —cuestionó Ron, tomando un par de galletas, comiéndolas con prisa—, no me digas que esas cartas...
—Solo somos amigos por correspondencia, Ron —Hermione, rozó su mano contra la bolsita y sonrió—, además si estamos hablando de cabezas huecas, bueno... pues tampoco tienes mucho que decir.
—¡Hermione!
—¡Ron!
Las risas inundaron la sala, dejando a Ron con las mejillas tan sonrojadas como su propio cabello. Harry se adelantó y agarró los últimos regalos. Eran de amigas de Ginny y los gemelos. Además de un obsequio de Hermione para Harry. Tratándose de un libro bastante pesado titulado: "astrometría para principiantes"
—Supuse que como te toca trabajar con Draco, no querrás que él haga todo el trabajo ¿No? —mencionó su amiga. Harry abrió el libro por la mitad, encontrándose con imágenes extrañísimas con ángulos que su mente no lograba comprender—. Me lo vas a prestar ¿Verdad? Es decir, con Parkinson en mi grupo, no puedo decir que ella vaya a hacer demasiado.
Bajo el árbol quedó, solamente, el regalo de Sirius. Harry estiró sus brazos y se levantó del sofá con la excusa de ir al baño. Subió las escaleras, pero a mitad del camino, escuchó el susurro de una voz que se le hacía conocida.
Examinó las paredes hasta llegar al cuadro que le llamaba la atención, era el que estaba conectado con la oficina de Dumbledore, del exdirector Phineas. Harry se paró, observando al hombre que no sonreía, y en su lugar, todo su rostro era adornado por una mueca de disgusto.
—Mira, niño, seré rápido —habló el hombre—. Dumbledore me dio un mensaje para ti: "Quédate donde estás"
—¿Eso es todo?
Phineas asintió y repitió —"Dile a Potter que se quede dónde está"
Se mordió el labio algo enfadado, porque sin contexto, ese mensaje era una orden cualquiera. Sin motivos, Harry sabía que no podía alejarse, y tampoco tenía pensada hacerlo, pero aquel mensaje demostraba que, Dumbledore, no confiaba tanto como Harry si confiaba en el hombre.
Creyendo que el retrato no le iba a decir nada más, se alejó, pero Phineas lo interrumpió.
—Mira, niño, no me agradas ni un poco. Pero escucha lo que Albus te dice —declaró Phineas—. Él sabe lo que hace.
—Si lo supiera, tendría las agallas de decírmelo en persona —sentenció Harry, cruzándose de brazos—. Déjame en paz.
—¡Por eso mismo es que odio trabajar con adolescentes! Piensan que lo saben todo.
Sin decir nada, Phineas se dedicó a ignorar a Harry. El chico frustrado maldijo en voz baja y cuando regresó del baño trató de comprobar si el cuadro deseaba volver a dirigirle la palabra. Pero era imposible, el hombre de verdad que lo detestaba.
El día trascurrió con normalidad hasta la noche cuando, a pesar de ser víspera de navidad, tocaba reunión con el resto de los miembros de la orden. Obligaron a todos los menores de edad a subir a sus cuartos a medida que los adultos llegaban. Harry solo alcanzó a saludar a Tonks y Moody, antes de ser regañado por la Sra. Weasley para que se fuera.
Desde la mañana que Sirius no salía de su cuarto, y cuando lo hizo parecía recién despertado de una larga siesta. Antes de bajar, le dio una palmada en el hombro a Harry, y le dedicó una mirada desdeñosa a Lupin, quien tampoco quiso hacer ademán de disculparse.
Cuando escucharon la puerta cerrarse, todos supieron que la reunión había comenzado. Los gemelos sacaron su nuevo par de orejas extensibles, asegurándose de que Crookshanks, estuviera encerrado en el cuarto, y comenzaron a escuchar la conversación a escondidas.
—Eso fue lo que Dumbledore ordenó.
—Entonces ¿hay que separar a Harry del resto?
El grupo frunció el cejo y continuó escuchando. Harry comenzó a sudar frío, al darse cuenta de que esa reunión, solo había sido llamada a hacerse por Él.
—No es normal ver cosas en sueños, Sirius. Dumbledore opina que puede ser por... la conexión entre Harry y quien-ya-sabes-quien.
—¿Él no era un maestro en la Legeremancia?
—Con la fuga, también escapó Bellatrix ¿verdad?
Un silencio se expandió por la sala y el que retomó la conversación fue Sirius
—Ella, que le gusta jugar con su comida. Tenía un bizarro talento en la Legeremancia.
—¿Estás insinuando que...?
—Es obvio que Voldemort no hace nada a la ligera ¿no?
Harry no pudo soportar la conversación más. Soltó su extremo de la oreja sintiendo asco de sí mismo, del vínculo involuntario que poseía con Voldemort, con el miedo de que incluso podría estar escuchando todo eso.
Se apartó de la barandilla y fue a la habitación, con las miradas de sus amigos clavados en Él. Todo estaba tan oscuro que no pudo identificar si tenían miedo, o pena. Pero de cualquier manera no quería averiguarlo.
Su cabeza comenzó a doler, pero intentó bloquear aquel vínculo. Siendo casi imposible. Porque mientras más se lo negaba, Él se hacía más fuerte.
Como si se trataran de uña y carne, Voldemort no lo iba a dejar tranquilo. Y Harry se sentía enfermo de esa conexión.
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Tras la reunión nadie volvió a mencionar el tema. Pero en la expresión de Hermione, Harry era consciente que ya había comenzado a averiguar más sobre la Legeremancia.
Casi todos los días, siempre y cuando no nevara demasiado, todos los adolescentes salían por la ciudad. Les quedaban dos semanas antes de regresar al colegio, y año nuevo se encontraba a la vuelta de la esquina.
Ginny adoraba visitar las tiendas de ropa muggle con Tonks, para probársela, pero no comprar nada. George coqueteaba con cada chica de su tipo que encontraba, mientras Fred se mantenía al margen tratando de serle fiel a Angelina.
Pero ellos tres siempre iban juntos, porque esa era la petición exclusiva de los adultos. Nadie podía ir a ningún lugar estando solos, pero en especial Harry. De cualquier modo, salir por la ciudad sin amigos; era aburrido, y si iba con sus amigos el paso del tiempo se le hacía ameno.
En cierto punto ya había perdido la noción del día que era. Solamente, disfrutaba el presente. Vagaban por la ciudad sin rumbo específico y aquello estaba bien. Londres era demasiado grande, pero las tiendas eran imitaciones de la una con la otra. Entraron al cine, donde Ron por primera vez conoció lo que era una película muggle y quedó fascinado.
—¿Cómo hacen eso sin magia? —preguntó, muy impresionado— Los colores fueron increíbles.
—Bueno, pues lo hacen a través de imágenes y cámaras de video.
—¿Video?
Hermione se dedicó a explicarle largo y tendido a Ron, quien parecía más pendiente de escuchar la voz de la chica que entender algo de lo que decía. Harry sonrió para sí mismo y cuando se acercaron a la casa, Él los detuvo.
—¿Por qué no le muestras a Ron el estadio, Hermione? —sugirió Harry, con una convincente inocencia—, tal vez puedan ver algún partido de futbol.
—¿Futbol?
La chica miró a Ron y luego a Harry—¿Seguro que no quieres acompañarnos?
—Nah... odio el futbol, prefiero quedarme en casa. Además, todavía me queda tarea pendiente.
Los chicos asintieron y Harry se metió a la casa, satisfecho de haber cumplido su pequeña labor de cupido. Se sacó el abrigo y examinó la sala donde el Señor Weasley dormía una siesta junto a la chimenea. Sin querer despertarlo, subió en silencio la escalera. Nadie, aparte de él, había regresado.
Era pequeño y delgado, además de ágil, casi como si se tratara de un ninja. Harry podía escabullirse con facilidad por los lugares sin emitir ruido alguno.
Pero un ruido seguido por un gruñido se escuchó venir de una de las habitaciones: la de Lupin. Temiendo cualquier problema, se aproximó a la puerta y trató de escuchar con más atención.
Vinieron más gruñidos, eran inhumanos, tal vez había algo dentro, una criatura que merodeaba dentro. De cualquier modo, Harry abrió la puerta, arrepintiéndose en el acto de hacerlo.
Porque estaba Lupin, sin camisa, con los ojos brillando, sus brazos alrededor de la cintura de Sirius, y la cabeza apoyada contra su cuello. Ambos se paralizaron ante la intromisión del chico, y Harry se percató de como su padrino tenía las manos puestas; más abajo de la espalda media de Lupin, rozando el borde del cinturón.
Ese no era, para nada, un abrazo amistoso.
—Lo siento.
Sirius soltó a Lupin y se llevó la mano a su cabello, hundiendo los dedos en las largas hebras de pelo oscuro.
—Sabía que este día llegaría —declaró Sirius, tomando la camisa de Lupin del suelo, entregándosela—, pero para la próxima toca la puerta.
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1) David Hugo: "We made it"
¡Hola!
Lamento haber dejado el capítulo ahí, pero un poco de intriga no está mal ¿no?
El capítulo me estaba quedando muy largo así que opté por cortarlo ahí. Creo que hay bastantes revelaciones de golpe, así que, de momento, con eso es suficiente.
Si te ha gustado este capítulo, me lo puedes hacer saber con un voto, comentario o compartiendo este fic con tus conocidos. Te lo agradecería un montón
THE_MACHINE
