"Conocí a un chico como tú

Él es una como tú

Tan falso como tú.

Pero puedo ver la verdad.

Alma transparente

Puedo ver a través

Solo para que sepas."1

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Los avances con las clases de Oclumancia de Snape estaban siendo nefastos y, a pesar de llevar solo tres, Harry sentía como si ya hubiera pasado un semestre desde la primera.

Los lunes, que en contra a la mayoría de sus compañeros, nunca le pareció el peor día de la semana, ahora sí que lo era. Antes le tocaba entrenamiento de quidditch, DCAO y clase con Hagrid; ese año, sin lugar a duda iba siendo el peor con diferencia.

—No estás haciendo ningún esfuerzo Potter ¡Eres débil! —regañó Snape, dejando a Harry exhausto encima de la silla—. ¿Acaso crees que el señor tenebroso va a ser paciente contigo?

—¡No es mi culpa! ¡Tampoco haces nada por ayudarme!

—¡No te di el permiso de tutearme, Potter! La Oclumancia la tienes que ejercer tú, no yo. —Snape lo miró con rabia, apuntando la varita hacia Harry—, vamos, prepárate ¡Legeremens!

Vio el extenso pasillo oscuro extenderse frente a su campo de visión. Ese era el sitio con el que últimamente llevaba soñando de forma compulsiva, esa puerta era la clave. Nunca llegaba a abrirla. Tal vez si se quedaba bajo el poder de Snape podría saber lo que se hallaba detrás.

De forma repentina, Snape detuvo el hechizo y lo miró irritado.

—¿Eso que fue, Potter? Literalmente me di un paseo por tus recuerdos.

—Ese lugar, ¡Lo recuerdo! Es el departamento de misterios ¿Verdad? Estuve ahí para mi audiencia el verano pasado—mencionó Harry con la respiración agitada—, yo necesito saber... lo siento, he soñado con esa parte demasiado tiempo ¿Qué hay ahí dentro?

—Dije que me llamaras de "señor", Potter, no voy a soportar tu comportamiento insolente ni una vez más.

—Lo siento ¿Qué hay en el departamento de misterios, señor?

Snape, bajó la varita y se quedó con la mirada fija en el agotado aspecto de Harry.

—Por algo se llama departamento de misterios. Nadie sabe con exactitud lo que hay dentro, solo que no te incumbe ¿comprendes?

Harry asintió, peinando su cabello hacia atrás para secar su frente sudada, mientras veía como Snape volvía a concentrarse.

—Una última vez, Potter. ¡Legeremens!

Cho entrelazaba sus brazos detrás del cuello de Harry para darse su primer beso... El tacto de su mano mientras conjuraban juntos... Su sonrisa.

—¡Basta! —gritó Harry, haciendo que Snape se separara de sus recuerdos—. Ya es suficiente.

—Te quiero ver el miércoles, para tu próxima lección —ordenó Snape, dejando la varita encima de su escritorio—. Por las noches vacía tu cabeza de cualquier emoción y pensamiento antes de dormir. En esos momentos es cuando estás más vulnerable y, si lo haces, el señor tenebroso no podrá abrirse paso en tu cabeza cuando estés soñando. Más te vale hacerlo Potter, porque si no, ¡yo lo sabré!

Tomó su mochila, salió del aula con la chica llenando sus pensamientos y se fue corriendo en busca de Cho, hasta encontrarla saliendo de la biblioteca con una pila de libros sobre sus delgados brazos.

Tomó la mitad de los textos, Cho pestañeó con una tímida sonrisa posicionándose en sus labios.

—Hola Harry —saludó—, ¿Cómo estás?

—Cho, yo... Lamento no haberte hablado demasiado —tartamudeó Harry, acomodando con su mano libre los textos de Cho—. ¿Estás estudiando?

—Si, quería repasar un poco antes de mi próxima clase de transformaciones.

—Te acompaño entonces.

Subieron las escaleras hasta la sala común de Ravenclaw, ella mantuvo en todo momento su sonrisa tímida; puertas afuera de la sala común, no dejó a Harry entrar a la estancia, en su lugar, ella se adentró rápidamente, para dejar los libros. Cuando regresó, Harry estaba apoyado contra una de las columnas de mármol, aún con la mitad de los textos entre sus brazos.

Varios estudiantes miraron a ambos chicos con curiosidad, e incluso pudo escuchar las leves risas de las amigas de Cho, antes de que ella volviera a salir, provocando que Harry se pusiera algo nervioso.

—Te quería preguntar si... —cambió su foco de atención tratando de no ver los oscuros ojos de Cho que esperaban expectantes—, ¿si querías ir conmigo, el próximo sábado a Hogsmeade?

—El próximo sábado es San Valentín ¿Verdad?

Harry asintió confirmando las sospechas de la chica, que tomó los textos y se lamió los labios antes de responder.

—¡Claro! Será una cita entonces.

Cho siguió su camino dejando a Harry con las mejillas muy sonrojadas ante la palabra "Cita". Era la primera (con ese título) de su vida.

De vuelta a su sala común, trató de no comenzar a fantasear con el próximo sábado, siéndole bastante complicado. Las citas suponían ser el momento idóneo para dar el siguiente paso en una relación ¿no? Ya se imaginaba pidiéndole a Cho, el mismo día de San Valentín, comenzar a salir. Eso sería tan romántico, que de seguro que a Cho le fascinaría.

Abrió la puerta encontrándose con Hermione y Ron, cerca de la chimenea hablando. Se integró a la conversación de forma natural sin prestar demasiado atención al contexto en que se desarrollaba la plática.

—¿Te parece bien, Harry?

La voz de Hermione interrumpió sus pensamientos, Harry se quedó mirándola por un instante antes de preguntar a lo que se refería.

—¿Todavía no has leído el último ejemplar de "EL PROFETA? —preguntó Ron, entregándole el periódico—, hermano, no entiendo cómo es que, escribiendo tanta basura, la gente les continúa creyendo.

"TODAS LAS VERDADES SOBRE LOS BLACK: LA CONSPIRACIÓN DE SIRIUS Y BELLATRIX"

—Esto ya parece una novela de mal gusto —bufó Harry, doblando el periódico con furia—. Agh... si tan solo supieran que Sirius no tiene nada que ver.

—Se pone peor —señaló Ron, apuntando a un párrafo en específico de la "noticia del titular". Como Harry no tenía ánimos de revisar por cuenta propia, Ron decidió leer—. «Según el ministro Fudge, la fuga masiva de Azkaban sufrida durante la víspera de navidad, no tiene relación estrecha con el supuesto "regreso del Innombrable". Hace un llamado a la atención de toda la comunidad, asegurando que no hay peligro aparente y, en cualquier caso de ver a uno de los criminales enlistados en la página 16, llamar de inmediato a las autoridades...»

—Como si el 90% de los que escaparon no fueran mortifagos —se quejó Harry, cruzándose de hombros y cerrando los ojos.

Hermione se apartó un grueso mechón de cabello del rostro y se sentó al lado de Harry, poniendo su mano sobre la de su amigo para llamar su atención.

—Harry, ¿te gustaría dar una declaración sobre el regreso de...?

—¡Como si fueran a escucharme, Mione! Todos me tachan de loco e insensato.

—Bueno es que, estuve hablando con Luna y ella me dijo que si le dabas el material podía ponerlo en "El Quisquilloso"

—¿En serio? —Harry se acomodó mejor sobre la silla, más interesado que antes—. Ya, pero la revista de Luna no tiene mucha credibilidad.

—Eso no importa si, quien escribe la noticia, es un periodista aclamado ¿no es así?

—¿Qué estás planeando?

Hermione se levantó del asiento, y luego le guiñó un ojo a Ron, quien continuó.

—Hermione quiere extorsionar a Rita Skeeter para que escriba la exclusiva.

—"Extorsionar" suena demasiado intenso —aclaró Hermione—, digamos que es solo usar bien los contactos. ¿Qué te parece?

—¡Eres Increíble, Hermione! ¿Y para cuándo?

—El próximo sábado.

Tan pronto los ánimos de Harry se elevaron, se cayeron al piso en picado.

—¿El próximo sábado? —repitió Harry—, ¿de verdad?

—Si, según tengo entendido, los sábados no tienes nada importante.

Harry se levantó del sofá mordiéndose el labio algo preocupado.

—¡Es que acabo de pedirle una cita a Cho para este sábado!

Tanto Ron como Hermione suspiraron molestos, a pesar de que Ron no iba a estar en esa improvisada reunión (porque los sábados entrenaban quidditch), seguía resultando una situación muy vertiginosa.

—¡Menos mal le dije a Rita que viniera a las dos! —exclamó Hermione—, ten tu cita en la mañana y después ven a tres escobas a dar tu entrevista. Puedes traer a Cho, no creo que le moleste.

Los tres se miraron asintiendo con fervor, con Hermione lista para retomar su libro de texto en el capítulo que marcó con su brillante marcapáginas.

Ron avivó el fuego de la chimenea, luego se giró sobre sus talones con una sonrisa cómplice en sus labios.

—Después quiero todos los detalles de esa cita —susurró Ron antes de apartar la almohada del sofá y sentarse al lado de Hermione.

—Obviamente.

Se quedaron los tres frente al fuego, con un pequeño dolor de cabeza intermitente. Harry trató de detenerlo, aunque era imposible. Ya no era tan intenso como cuando tuvo su primera clase de Oclumancia, donde esas migrañas no lo dejaban tranquilo por horas, pero eso no significaba que no fuera molesto. Su cicatriz ardía fuego vivo; siempre.

Hermione levantó la vista un segundo de su libro para fijarse si Ron la miraba, en su lugar se percató de la mueca de dolor de Harry. Cerró el libro con fuerza y preguntó:

—¿Qué sucede Harry?... Oh es la cicatriz ¿Verdad?

Asintió diciendo—: Efecto tardío esta vez. Siempre duele después de las clases de Snape. ¡Agh! Lo peor es que no estoy haciendo ningún avance.

Sus amigos se miraron entre sí, y luego Ron se levantó para ayudar a Harry a hacer lo mismo. Se aferró a Ron por los hombros entreabriendo los ojos.

—Y si tal vez, Snape es el que no quiere que hagas ningún avance —susurró Ron, acomodando el brazo de Harry—. Es decir, él al final de cuentas fue un mortifago. Incluso podría estar pasando información y todo...

—¡Ron! Si Dumbledore confía en él debe ser por algo —concluyó Hermione—. Lleva a Harry a su cuarto para que descanse un poco antes de la cena.

Ron lo subió hasta su cuarto, dejando su cuerpo tendido sobre la cama. Harry sonrió cuando su amigo le apartó el cabello de la frente, en un gesto suave y consciente, para observar la cicatriz.

—Al menos se ve igual. Descansa, vendré en un rato más ¿Vale?

Harry asintió, escuchando como la puerta del cuarto se cerraba. Por instinto puso su mano sobre la marca, con los ojos cerrados, esperando que el tiempo pasara lo más rápido posible.

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Apartó el texto de su vista por un par de minutos, tratando de asimilar las palabras que se apilaban en su cabeza como un zumbido.

Luna llena era esa noche, la primera que caía martes y, por lo tanto, no podría asistir a sus clases extra de astronomía.

Llevaba al menos diez minutos tratando de comprender un miserable párrafo, sin embargo, por más que lo intentaba siempre volvía al principio. El mínimo ruido lo desconcentraba, haciéndolo adoptar distintas posturas para una lectura más "cómoda". Tal vez era el nerviosismo o la expectación, que lo mantenían alerta.

Rindió en las clases lo mejor que pudo, considerando que no prestó atención a ninguna de las palabras de la profesora McGonagall. Le quedaba un par de horas antes de irse a la enfermería siendo, desde el retorno de las vacaciones de invierno, su primera noche.

Su cuerpo se lo decía implícito. Cada mes, las transformaciones se tornaban más violentas y dolorosas, ya que las marcas en su cuerpo eran hechas con furia. No entendía por qué su yo lobo actuaba de esa forma brutal, casi como si quisiera llamar su atención sin lograrlo.

Agradecía ser prefecto, porque eso significaba que podía adoptar una actitud despreocupada acerca de los horarios de las duchas. Casi todos los prefectos de las otras casas preferían la mañana y él se daba el lujo de estar solo en el inmenso baño del quinto piso.

Nadie, aparte del mismo y madame Pomfrey, eran conscientes de las largas cicatrices que recorrían cada centímetro de su piel.

Cerró los ojos fingiendo estar dormido para cuando abrieron la puerta de la habitación. Solo le bastó afilar su olfato para identificar quien entró.

Dentífrico, el Shampoo que todos usaban y perfume; el dulzón perfume de Daphne.

—No te hagas el dormido, Draco —dijo Nott, acercándose a su cama.

—¿Ya terminaste de darte el lote con Daphne? —cuestionó Draco, con los ojos aun cerrados, pero una sonrisa maliciosa en los labios—, apestas a ella.

—No me digas que estás celoso. —Nott se agachó en busca de su baúl que abrió para sacar de dentro un paquete pequeño—. Nadie dijo nada cuando te escapabas con Pansy.

Draco se volteó del colchón y desordenó su cabello, últimamente le estaba creciendo más que de costumbre y, en los reflejos quedaban los recuerdos de haber sido rubio; ahora crecía casi blanco, algo que le comenzaba a preocupar un poco.

—¿Qué te traes entre manos? —Nott le enseñó el paquete de cigarrillos de lujo que sacó—. ¿Qué parte del sueldo de tu padre te costaron?

Nott rodó los ojos y se acercó a Draco para darle uno. No eran tan caros, como parecían serlo. Tal vez cinco o seis veces más que unos muggles, la única razón de su precio era, que marcaban una diferencia entre los que podían costearlos de vez en cuando o a diario.

Estaba seguro de que Nott le robó una decena a su padre antes de irse al colegio. Él era el que más fumaba de los cinco, y de vez en cuando, si lo encontraba esparciendo el humo en la habitación, le daba uno a Draco y entre los dos se dedicaban a limpiar todo rastro de crimen antes de que Zabini llegara y comenzara a quejarse del olor.

—Pansy me dijo que te vio fumando esas basuras muggles —mencionó Nott encendiendo el cigarro de Draco con los dedos—, no pensaba que caerías tan bajo.

—No son tan malos, solo necesitas tres para sentir el efecto; creo que incluso son mejores, porque te dejan insatisfecho.

—Estás mal de la cabeza —sentenció Nott, abriendo su cajón de nuevo y sacó una cajetilla sellada—, Toma, prefiero que te mates con cosas de buena calidad.

—¡Que considerado de tu parte!

La cajetilla cayó a su lado. Al lado de la cama de Draco dormía Zabini y Goyle (izquierda y derecha), siendo su cama la central de la habitación. Nott apartó una de las cinco almohadas que le gustaba tener a Zabini y se sentó frente a Draco, compartiendo el mismo contaminado aire.

El olor de esos cigarros era tan fuerte y memorable que Draco recordaba la primera vez que le dio una calada a uno. El año pasado, en una de las prohibidas incursiones que hizo con el resto de sus compañeros al barco de Dumstrang. Todo era alcohol, nicotina y fiesta. Las únicas mujeres que bailaban eran estudiantes de Dumstrang, que enfundadas en sus apretados pantalones de cuero negro y fuerte actitud, soportaban más alcohol que cualquiera de los estudiantes de Hogwarts.

Viktor era el único que parecía no disfrutar la fiesta, tomaba de mala gana Coca-Cola Zero y evitaba los insistentes coqueteos de la chica más hermosa de Dumstrang, que se paseaba por todo el barco con su pronunciado escote mientras agitaba sus anchas caderas.

—¿Qué pasa Krum? Acabas de ignorar a Miroslava ¿sabes? —Draco sentía la fiesta a todo su esplendor. La mirada de Viktor se posó encima de él por un largo minuto, algo que no pasó desapercibido por su amigo—. ¿A quién miras tanto?

Draco no tuvo que ser llamado para acercarse a Viktor, sus interacciones hasta el momento habían sido mínimas, la más notoria en el mundial, cuando consiguió un autógrafo suyo que terminó vendiendo luego de que Irlanda ganara.

—Malfoy ¿Verdad? —habló Viktor, con su pronunciado acento y la voz grave, Draco asintió con arrogancia—. Mione me ha dicho cosas bastante desagradables de ti.

—Un placer entonces —respondió Draco, sintiendo como Viktor le daba una cajetilla de cigarros— ¿Y esto? No me querrás envenenar por las declaraciones de Granger ¿no?

—No la molestes en el resto del año, y te daré estas cajetillas siempre que quieras.

—¡Viktor, pero si son de tus patrocinadores! —interrumpió su amigo, recibiendo un golpe amistoso para que se mantuviera en silencio.

—¿Tenemos un trato, Malfoy?

Draco tomó la cajetilla y la examinó, para terminar encogiéndose de hombros.

—De todos modos, estoy enfocado en molestar a Potter... Estoy contigo Krum.

Viktor sonrió, para luego levantarse de su asiento. En ese entonces Draco tenía quince y no estaba enfermo, por lo que, Viktor le pareció el chico más alto que alguna vez conoció, si lo miraba en retrospectiva: tampoco era para tanto.

—Me caes bien, Malfoy —declaró Viktor, agarrando por la cintura a Miroslava que le traía otro vaso con bebida—, aunque los niños bonitos como tú, en Dumstrang son destruidos. Nos vemos.

Ese pudo haber sido el mayor contacto que tuvo con Viktor. Se volvió un adicto a los cigarros del chico y cada vez que se lo encontraba le hacía un gesto para que le diera una cajetilla, hasta que acabó dándole el bolso deportivo en donde guardaba todos los cigarros. Claro que era un problema, pero semanas antes de la última prueba, decidió disminuir la cuota, hasta que regaló sus provisiones a un desvalido en Hogsmeade. Luego de la mordida; fumar era casi como si le agregara más problemas a su complicada existencia.

Apagó el cigarro contra la mesa de noche y esperó a que Nott terminara, en ese momento, solo bastó un leve movimiento de varita para que todo el humo que se acumuló en la habitación desapareciera dejando, únicamente, un dulce olor de galletas de navidad.

Nott se paseó por la habitación y luego tomó el libro de Draco para analizarlo.

—¿Hombres lobos? —preguntó cerrando el libro y dejándolo de vuelta sobre la cama—, ¿Hay alguna tarea de ellos? Porque de ser así, estoy jodido.

—Solo quería algo ligero para distraerme.

—Demasiado específico —sentenció Nott, volteándose hacia el espejo de la habitación, para arreglar su corbata—, mientes, Draco. Siempre que lo haces arrugas la nariz.

Draco volvió a agarrar el libro, esta vez para dejarlo dentro del cajón de su mesa de noche.

—Entonces, si me conoces tan bien, sabrás que tampoco tengo la intención de revelarte mis secretos.

—Agh... Lo que sea, hoy no estoy de ánimos para molestarte —declaró, acercándose a la puerta—, venga, vámonos que la cena ya debe estar servida, y tal vez aún sirvan galletas de navidad.

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Bebió el vaso con agua que Madame Pomfrey le extendió, solo para mantener la boca ocupada mientras la mujer limpiaba sus cicatrices. Recién amanecía y por la ventana los primeros rayos de sol se reflectaban contra los frascos hacia todas las direcciones.

—Me preguntaba el otro día ¡ay! —La mujer murmuró una leve disculpa a lo que Draco asintió—. Ese otro chico... ¿Era el señor Lupin?

Madame Pomfrey detuvo sus movimientos serenos, como si estuviera pensando las consecuencias de responder. Durante ese instante el silencio reinó en la enfermería hasta que comenzó a vendar una extensa herida que iba desde su ombligo al hombro.

—Así es, querido —respondió Pomfrey—. Desde primero a séptimo, tuve que asistir sus transformaciones.

Se lo esperaba, era obvio, al menos desde que pasó por fuera de las vitrinas de trofeos y en la sección de Griffyndor (eso sí que fue toda una revelación para él, ya que el sensato hombre no era Ravenclaw, como Draco lo supuso), identificó su nombre entre los reconocimientos a los prefectos de los años 70.

—¿A qué edad fue mordido?

—Si no mal recuerdo a los cuatro o cinco años.

Draco se mordió el labio tratando de asimilar aquello. Esa era la edad en la que aprendes a leer, lo que era bueno y malo, cuando aún eras embriagado por los inocentes juegos infantiles.

¿Qué tan cruel debía ser una persona como para arrebatarle a un niño toda su infancia?

—Sé que suena impactante, pero a pesar de todos los años de experiencia previa que tenía antes de asistir al colegio, seguía sin poder controlar bien las transformaciones. —El sonido de las tijeras hizo despertar a Draco de su ensoñación. Pomfrey pasó sus dedos por su cabello—. ¿Quieres que te corte el pelo?

Asintió, la mujer se levantó para buscar otro par de tijeras, una peineta y afeitadora. Ya estaba acostumbrado a las manos de la mujer, y a pesar de que siempre se cortaba el pelo en Hogsmeade, confiaba en que ella no le iba a dejar un desastre en la cabeza.

—¿Sabe quién mordió al señor Lupin?

—No, querido —contestó Pomfrey, peinando el fino y delgado cabello de Draco—, aunque lo más probable es que Él sí.

Dejó a la mujer trabajar tranquila, viendo como su pelo comenzaba a cubrir el piso. Ambos ya estaban tan acostumbrados a esos largos silencios, que ya no eran incómodos.

Le gustaba en especial el ambiente de la enfermería, que a pesar de tener varias camillas, era más acogedor de lo que parecía. Aun así, no había nada para entretenerse, si estabas internado, te veías obligado a contar las baldosas de las paredes.

Madame Pomfrey, al lado de la enfermería, se encontraba su despacho/habitación. Nunca había tenido que ir, pero sí que recordaba como ella se lo describió: pequeño, con una gran librería llena de libros sobre medicina y decorado con los tejidos que tanto le gustaba hacer.

Cuando la mujer finalizó le entregó un espejo, a diferencia de la melena con la que llegó, que en lugar de verse bonita para los hombres con el pelo ondulado, en él lucia como si siempre tuviera el cabello mojado; ahora podía manejar su cabello, no era del tipo de persona que le gustaba cambiar de estilo, así que traer el cabello parecido a como lo llevaba en tercero (con flequillo y los lados rebajados), no le molestaba en absoluto.

—Muchas Gracias. —Draco se sacudió el cabello para retirar algunos mechones—, antes de irme quería pedirle algo.

—Lo que sea, querido —contestó Pomfrey, agitando su varita para que una escoba comenzara a barrer el suelo—, para eso estoy. Te ayudaré en lo que pueda.

—¿Me podría prestar algún libro sobre... mi enfermedad?

La mujer asintió, y salió de la enfermería, dejando a Draco tiempo para que pudiera ponerse el uniforme que Pomfrey preparó para Él. Para sus transformaciones siempre usaba ropa sencilla o, incluso, vieja. Aunque cuando despertaba, casi en todas las ocasiones, veía los restos de la tela tirados por el piso.

El lobo atacaba su ropa, porque era lo único en la casa que olía a ser humano.

Cuando se acomodó la corbata, la puerta volvió a abrirse. Eran cuatro libros el triple de gruesos que el de la biblioteca. Ella los dejó encima de la mesa, con una sonrisa.

—Mucho del contenido es para fines médicos, pero explican ciertas cosas que en los textos de la biblioteca no —explicó—, te los puedes llevar y devolvérmelos cuando termines.

—Asombroso, muchas gracias. —Draco recogió la pila de libros y se despidió de la mujer con un leve asentimiento.

Para cuando regresó a la habitación se encontró a sus amigos recién levantados, con cara de sueño y enfrascados en una discusión acerca del paradero de Draco.

—¡¿Dónde estabas!? —exclamó Zabini, con sorpresa—, ¡En cualquier caso, buen corte!

Draco pasó entre sus compañeros, abrió su baúl y dentro dejó los libros.

¿Cómo decirles, sin revelar la verdad, que debajo de ese uniforme estaba vendado como momia, y que Madame Pomfrey, después de pasar toda la noche como un lobo hambriento, le cortó el cabello?

—Después de la cena me sentí enfermo, pasé la noche en la enfermería, y la enfermera me cortó el pelo. —Draco cerró su baúl, sentándose encima de Él—. Aproveché de ir a la biblioteca antes de regresar. —Rodó los ojos y agregó—: Ni que fueran mi madre para que me pregunten donde estuve.

Aquella excusa fue convincente para que Crabbe y Goyle lo dejaran tranquilo y salieran a los baños para arreglarse; Zabini y Nott, por su lado, se cruzaron de brazos, sin dejar de fruncir el cejo.

—¿De verdad quieres que nos creamos toda esa mierda? —juzgó Zabini, dando un paso al frente, mientras apuntaba con su índice a Draco—. La biblioteca abre a las siete.

—Es imposible que te hayas enfermado, todos comimos lo mismo, y ninguno de los cuatro se quejó, ¿No es así?

Zabini afirmó la declaración de Nott, los dos chicos parecían como si estuvieran acusándolo de algo que no había hecho.

—Que me crean o no, es problema de ustedes, —dijo Draco, levantándose para luego conjurar, sobre su baúl, un hechizo protector; ya era suficiente con tener las acusaciones de sus amigos encima, no quería incriminarse más con los textos que trajo a la habitación— ¿O acaso vamos a jugar a los mejores amigos de por vida? Yo tengo un límite y ustedes también.

—Draco, estamos preocupados ¡Vale! Tu comportamiento no es normal —replicó Zabini, alterándose. Nott, a su lado, se mantuvo impasible.

—¿¡Que mierda saben ustedes de mí?! —acusó Draco—, tal vez deberían ir a vestirse y continuar como lo hacen Crabbe y Goyle.

Aquello fue la gota que colmó el vaso. Nott sostuvo a Draco por el cuello de su camisa, pero como ambos chicos eran de la misma altura, solo sirvió para llamar la atención de Draco.

—Déjalo Zabini —indicó Nott, soltando a Draco—, no vale la pena, solo espero que te conste, Malfoy, que Tú eres quien se niega a hacernos un espacio en tu vida. —Nott se alejó, tomando una muda de ropa limpia del uniforme—. Arréglatelas solo, o con ese par de descerebrados (que es casi lo mismo), ¡Me da igual! Aunque al menos espero que pienses en que, Zabini y Yo, si te hemos dejado entrar a nuestra vida.

Con un portazo la puerta se cerró, dejando a Draco asimilando lo que acababa de suceder, ese par era valioso y, por la maldita enfermedad (o al menos a ella le echaba la culpa), estaba perdiendo todo lo que había construido.

Dio un puñetazo contra la pared tan fuerte que hizo que la foto enmarcada de los seis cayera al piso y se quebrara; sostuvo su mano adolorida, con los nudillos heridos y se sentó en la cama mirando al espejo.

Sus ojos brillaban, pero por primera vez no destellaban en un color blanquecino, casi plateado, sino que eran amarillos, como si se tratara de oro reluciente.

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1. Transparent Soul: Willow and Travis Barker.

¡Hola!

Pues un capitulo con un final bastante Angst. Me duele hacer pasar mal a Draco, pero tengo que hacerlo para lograr mi objetivo con este fic. Sorry not sorry.

The_Machine