"Así que enviemos nuestros pensamientos y oraciones
A quienes perdieron la vida
Pero el ciclo se mantiene
Y en un par de días
Las balas vuelan ¡Y otros pocos mueren!
¡Se que no estoy solo!
Cuando digo que estoy cansado de la violencia.
El mundo se está cayendo
Y nada nunca cambia
Todos somos parte de una multitud silenciosa
Porque nunca nada cambiará." 1
• ── ◦ ◦ ── •
Sus manos temblaron alrededor del palo de la escoba, dio un profundo suspiro antes de elevarse en el cielo con los ojos cerrados.
Instantes después los volvió a abrir y se dirigieron de forma automática al interminable suelo, se aferró aún más a su escoba, mordiéndose el labio.
No era miedo ni angustia. Era extraño. Luego de todos esos meses sin volar, volver a hacerlo era como reencontrarse con un viejo amigo; con el cual comienzas a acércate tímidamente, hasta que retoman las conversaciones que dejaron a medias.
Antes de que la práctica de quidditch comenzara en serio, dio unas cuantas vueltas al campo solo para calentar. Todavía faltaban varios de sus compañeros de equipo, sin embargo en las gradas Pansy junto con Daphne y Nott se acomodaban.
Lo que amaba del quidditch, en ese momento de su vida, y a pesar de que el viento golpeaba en su contra y sobrevolaba una peligrosa altura, era como sus pensamientos se desviaban a una sola dirección; la de no hacer alguna extraña maniobra y terminar muerto. Nada de problemas externos, era el ahora.
En ese momento era Draco volando en el campo de quidditch. Sus amigos veían lo mismo, él se imaginaba haciendo lo mismo, todo el equipo lo veía de la misma forma.
Incluso el lector de este fic está imaginando a Draco sobrevolando el campo de quidditch. Sea cual sea la imagen que haya creado; bella o vulgar, era en si lo mismo.
Si no pensaba en el moretón de su costado, ni si quiera se acordaría de que debía ser cuidadoso para que este se curara rápido.
Aun así, mientras aumentaba la velocidad, comenzó a tararear aquella melodía curiosa, de la cual no recordaba el origen, pero que elaboraba, en su interior, la misma sensación de plenitud de hace horas atrás.
Urquhart lo llamó y Draco se acercó. El chico soltó los balones del cajón, y la practica dio inicio. Crabbe y Goyle se pasaban entre ellos las bludgers que estaban dispuestas a arrancarles la cabeza. Zabini y Harper se encontraban preparando una jugada que planificaron en medio de clase de transformaciones, mientras Urquhart le hacia las correcciones.
Para Draco, Urquhart, en su cabeza lo único que cabía era el quidditch. De seguro que solo pensaba en eso antes de dormir, al despertarse y mientras se duchaba.
Merodeó por el campo un par de segundos antes de notar la snitch rozándole el cabello a Zabini. Draco se aferró a la escoba y fue directo a atraparla, casi como si estuviera poseído por alguna extraña fuerza sobrenatural.
Todos quedaron impactados, en el momento en que Draco quedó boca abajo, con la snitch agitándose en su mano, a la altura de los tobillos de Urquhart.
—¡A ESTO ME REFERIA! —exclamó Urquhart, sacudiendo a Draco por los hombros. El chico despertó de su extraña ensoñación, con la cabeza aun palpitando de emoción—. ¡ESTE CHICO, ES LA CLAVE! ¡Ja! ¡Vaisey, eres un imbécil, yo siempre supe que no estaba siendo prepotente!
La snitch dejó de agitarse en su mano y se la pasó a Urquhart sin decir nada. Todo el equipo estaba impresionado, era la primera vez que Draco reaccionaba así y, por fin, tras dos años, logró romper su récord personal.
Oyó los llamados de las gradas, y Draco se acercó hacia la sonriente Pansy que compartía con Daphne las primeras cosechas de frutillas de la primavera.
—¡Increíble, Draco! —dijo Pansy, mordiendo una frutilla—, te hacía falta volver a jugar, ya te estabas volviendo un gruñón.
—Bueno, mi hermanita piensa que hasta el Draco con cara de amargado es guapo —comentó Daphne entre risas. Draco rodó los ojos—. No sé qué cosa le dijiste, pero ahora no deja de hablar de ti. Mejor ándate con cuidado, que, cuando una Greengrass le hecha un ojo a su presa; no se rinde fácilmente.
Nott no dijo nada, aunque disfrutaba de la situación con una mueca burlona. Mordió la frutilla que Daphne le puso en la boca, mientras la chica le rascaba la nuca con sus largas uñas.
Pansy tomó el envase de frutillas y se lo extendió a Draco, quien dio una mirada de reojo antes de sacar la más grande y roja que identificó.
—Lo siento, dile a tu hermanita que es imposible que caiga por una mini-Daphne —sentenció Draco, volteándose—. También escuché ciertos rumores de que todas las Greengrass son unas niñas mimadas toxicas.
Volvió al campo de juego con un afinado grito que soltó Daphne, seguido por las risas de Pansy y Nott. Urquhart hace ya varios minutos que soltó la snitch y Draco comenzó a buscarla sin perder los nervios.
Solo debía afilar la mirada.
El ruido a su alrededor mermó, solo era el olor del fresco viento, el dulzón sabor de la frutilla en su boca y el tacto áspero de la escoba.
Sacó de sus dientes la hoja de frutilla, en el momento exacto cuando identificó la snitch casi a ras de suelo. Descendió hecho una furia, persiguiendo la pelotita, que esta vez, se hallaba más cerca de atrapar.
Frenó de golpe antes de chocar con una pared, haciendo un pronunciado giro, que sirvió para atrapar la snitch sin sufrir daño.
Miró las alas que se agitaban y el dobladillo de su túnica verde con plateado. Repitió la canción otra vez, recordando por fin el propósito de esa melodía: como siempre, Potter tenía algo que ver, pero que albergaba un profundo detalle. Algo que no lograba identificar del todo.
Su yo mismo del pasado le sonrió, y comenzó a reír de una experiencia de hace años, en ese momento; Draco recordó porque el quidditch era su deporte preferido.
• ── ◦ ◦ ── •
Esa tarde, en la cena, Hermione y Harry se sentaron juntos. Cambiando por ese día la disposición tradicional que mantenían.
De cierto modo, los chicos se sentaron de esa forma, en específico, para quedar viendo, directamente hacia la mesa de Slytherin.
—Debe estar enfadadísimo —susurró Hermione, que untaba su tercera tostada con mermelada—. Yo lo estaría.
Harry se apoyó encima de su brazo y trató de identificar a Draco, entre medio de las mesas de Hufflepuff y Ravenclaw que se interponían entre ambos. Era complejo, pero cuando por un instante las cabezas se alinearon a su favor, pudo ver como Draco cenaba tranquilo. Se miraron, y fruncieron el cejo al mismo tiempo.
—Si: está molesto —aseguró Harry, tan pronto los estudiantes se volvieron a sus posiciones iniciales—, no obstante, creo que debe de estar más irritado contigo que conmigo.
—¿Por qué supones eso?
—Nuestra enemistad es algo desde primero, en cierto momento aprendes a convivir con ella —dijo Harry, tomando el vaso con jugo de manzana—. Lo tuyo es más problemático porque tiene que ver con la sangre que corre por tu venas. De seguro odia que la gente, que él considera como "inferior", lo vea en un momento de debilidad.
—Grandioso análisis, joven Harry Potter, tal vez deberías poner el mismo esfuerzo en clases —respondió Hermione, alzando la mirada a las aves mensajeras que entraron por el comedor, pero pasaron de largo—. Mira, se levantó.
Siempre, que una persona en medio del gran banquete se levantaba, llamaba la atención, pero, si Hermione no se lo hubiera dicho, Harry en realidad no lo hubiese notado, porque estaba al pendiente de lo próximo que se iba a llevar la boca.
Draco los miró a ambos, y señaló a Harry con su típico gesto despectivo, para terminar alzando ambas cejas y volver a sentarse.
—Supongo que tendremos una "amistosa" charla —suspiró Harry. Ron llegó junto a Seamus y Dean a su lado de la mesa. A lo que Harry respondió muy cerca de la oreja de Hermione—. Lamento infórmale, señorita prefecta de Gryffindor, que tendré que ausentarme por un rato después de la hora de dormir.
El resto de la comida se la pasaron escuchando las aventuras que los tres chicos vivieron en su inútil "tiempo de estudio"; Dean les enseñó los dos dibujos acabados que realizó y Seamus parecía que esas dos (casi tres horas), se las pasaron haciendo nada.
La única razón por la que no fueron Harry o Hermione era la imperiosa necesidad de echarse una larga siesta tan pronto llegaron a sus cuartos.
Al llegar a la habitación, los cinco chicos (ya que Neville se les unió tan pronto terminó la comida), se sentaron en la alfombra a charlar; ya que Harry fingió una profunda atención, mientras revisaba el mapa de merodeador. No tenían ni hora o lugar, así que le tocó esperar a que las primeras rondas de los prefectos tuvieran lugar para escaparse.
Hermione tocó la puerta de la habitación en busca de Ron para comenzar sus rondas. Harry revisó su mapa, para darse cuenta de que Pansy y Draco también se iban de sus salas comunes.
Pocos minutos después, los chicos decidieron meterse al baño para prepararse para irse a la cama. Harry aprovechó esta oportunidad, saliendo del cuarto con la capa de invisibilidad, su ropa de fin de semana, varita y el mapa.
Sin embargo, cuando salió del retrato de la dama gorda, se percató de lo innecesario del mapa, porque Draco pasaba por el pasillo en un principio sin prestar atención, hasta que retrocedió un par de pasos y lo señaló.
Trotaron a la sala de menesteres, y frente a la entrada, Harry se percató del cambio de la puerta.
La sala, al identificar primero a Draco que Harry, cambió para convertirse en una habitación acorde a las necesidades que poseía Draco en ese instante; se halló con un frívolo salón, que le recordaba a la casa de sus tíos, con una chimenea encendida y solo un par de sillones uno frente al otro.
La fogata, el ventanal y el candelabro, eran las únicas fuentes que brindaban esa tenebrosa atmosfera. Harry se quedó mirando por la ventana, con la curiosidad de saber, con exactitud, la parte del colegio que reflejaba. No entendía como lo hacía, si se trataba de una ilusión o algo por el estilo, solo que la imagen era el patio principal.
—Este lugar es fantástico —comentó Draco, dejándose caer sobre el sillón—. Supongo que eres lo, suficientemente inteligente como para saber por qué quiero hablar contigo.
Harry se quedó de pie, al lado de la chimenea, con los ojos clavados en la perezosa postura de Draco sobre el sillón.
—¿Vamos a hablar? Pensé que estabas dispuesto a pelear —contestó Harry, enseñándole la varita guardada dentro de su túnica—, conversemos entonces.
—¿Qué mierda hacían la sangre sucia y tú ayer? Es decir, ¿acaso de verdad querían morir o arruinar sus vidas?
La boca de Harry formó una línea recta, y del rostro de ambos desapareció cualquier rastro de broma.
Después de escapar de la casa de los gritos, los chicos no dijeron nada al respecto y se metieron a la cama tan pronto llegaron. Harry se la pasó toda la mañana reflexionando lo que acababa de suceder, a la vez que cabeceaba contra el sueño.
En cierto punto, sus pensamientos se deformaban y soñaba cosas tan efímeras con un único argumento en común: Draco y el lobo.
Lo que más se planteó, luego de que Draco se enterara en la mañana de su presencia, era la repercusión que tendría si le revelaba la verdad.
—Yo, puedo escucharte —respondió Harry, viendo las llamas del fuego, haciendo una pausa que Draco no cortó— cuando eres lobo. Entiendo lo que dices perfectamente.
—Quieres decir, ¿qué te metiste en medio de una transformación solo porque deseabas escucharme? —dijo Draco, a lo que Harry respondió con un monosílabo—... Eso es algo perturbador y extraño.
—Fue Hermione la de la idea, ella le dio forma y me convenció —aclaró. Sentándose en el sillón de enfrente—, nos metimos, quedamos encerrados y te transformaste, pero la barrera fue suficiente.
En ese momento se percató de Que Draco no lo miraba, y respiraba por la boca, siguiendo un ritmo metódico y silencioso. Los dos guardaron silencio, a lo que Harry aprovechó para reordenar sus pensamientos.
—¿Como soy cuando me convierto? —cuestionó Draco sin mirarlo, ya que al momento en que lo hizo, Harry se percató del leve brillo en sus ojos.
—Me agradas mejor como lobo que como humano. —Draco rodó los ojos y se enderezó, tratando de reprimir una sonrisa—. Digamos que todo es... sencillo. Nada de palabras rebuscadas. Solo son conversaciones con respuestas de, máximo una frase.
—Me refiero a mi actitud. ¿Cómo me comporto?
Vio que se mordía el labio nervioso y comenzaba a mover sus piernas ansioso—. Obediente supongo y...paranoico.
—Desarrolla.
—Querías atacar a Hermione en cuanto la viste, fue raro, porque a mí, en lugar de querer devorarme; acotabas todo lo que te decía. Tal vez tenga algo que ver con que pueda escucharte ¿no? —teorizó Harry. Draco por su lado se impacientó y tuvo que levantarse del sillón para moverse—. ¿Sucede algo? No tengo ni idea de hombres lobos.
—¿Mencioné tu olor?
—Uno de los temas principales; dijiste que olía bien y a Lupin.
—¡Ahí está! Ese es el problema, Potter—dijo Draco, pasando su mano por su propio cabello—. Eso es lo que me molesta de ti, eso en tu olor que no soporto ¿Qué relación mantienes con el profesor Lupin? Tienen parentesco o algo así.
—No, solo... —Harry se mordió la lengua y contestó—. Somos buenos amigos, yo lo sigo viendo.
—Perteneces a la manada de Lupin, era algo que me distanciaba —declaró Draco, sentándose de golpe— ahora mismo, cuando quiero respirar tu olor... tiene como más matices que las del resto, aunque al mismo tiempo, eres insípido.
Draco se detuvo y lo miró con los ojos dilatados. A pesar de su actitud cansada, el chico se veía contento y al mismo tiempo estoico.
—Harry —suspiró Draco, en un tono afligido. Harry se sorprendió, tal vez esa era de las primeras veces que lo llamaba por su nombre de pila—, me estas volviendo loco. Odio tu olor, quiero vomitar cada vez que te huelo, pero al mismo tiempo lo amo. ¡No entiendo, por qué tu olor es el único que me hace reaccionar así! ¡Yo tampoco tengo puta idea de los hombres lobos! ¡Y soy uno!
—Te prometo que me baño todos los días.
—No me refiero a la limpieza, imbécil. Es tu esencia. En el resto de las personas, si llegaran a cambiarse de perfume, lo notaria. En ti, en cambio, aunque estuvieras cubierto de mierda, yo seguiría oliendo tu esencia, que además no reconozco del todo.
Draco pareció más aliviado después de expresar todo eso. Harry se cruzó de brazos y se quedó pensando.
—¿Me quieres morder?
—Quiero comerte, completo y también... no importa. Tan solo es eso; yo no puedo convivir bien del todo contigo, mientras sigas atado a Lupin —explicó—. Es algo primitivo, pero lo único que se me viene a la cabeza, Harry.
—Él me lo dijo, en navidad. Que para él olía a manada, a empanadas de calabaza, chocolate y... humedad.
—Si, igual noto esa "humedad", que es casi fría —reconoció Draco—. No obstante, mi mente no puede racionalizar el resto de los matices de tu olor. Los huelo, y es raro, como esa sensación cuando tienes una palabra en la punta de tu lengua, pero piensas y piensas y no la recuerdas.
Los dos volvieron a guardar silencio, formulando teorías que en parte temían poner en práctica y en otra eran imposibles de suceder. Ya ni siquiera les interesaba cuanto tiempo llevaban hablando, solo que ese tema, si no terminaba ahí. Iba a quedar en el tintero por otro largo periodo.
—Me gusta como cantan los lobos —comentó Harry. Draco se levantó de sofá, abrió ambas ventanas y se puso detrás de Harry, donde el chico lograba escuchar su respiración —. Dijiste que la canción se llamaba como yo. No lo merezco.
Harry levantó los pies del suelo y se los llevó al pecho.
—Porque era demasiado hermoso. Yo no lo merezco, no soy nada como eso que cantaste. Solo soy Harry, siempre me pasan cosas extrañas como eso de mi olor. Lamento ser una molestia.
Draco, rozó con la yema de sus dedos el frio cuero del sillón y se puso frente a Harry de pie. El chico levantó la vista para devolverla a la ventana, al instante.
—Solo Harry —repitió Draco, agachándose un poco para obligar que Harry lo viera a los ojos—. Tienes razón, eres molesto, pero eso te hace... tu. Si fueras cualquier otra persona, no estaría empeñado en... lo que sea que seamos ahora.
Escuchó la leña chispear y aceptó el tacto de la mano de Draco en su frente, en un gesto para apartar los mechones de pelo que ocultaban la cicatriz. Con su otra mano, trazó la angulosa figura con su pulgar en un delicado movimiento.
—Soy algo más que el niño que vivió, Draco —susurró Harry, apartándose de la mano de Draco.
—Lo sé —comprendió Draco, enderezando su postura y metiendo las manos dentro de su pantalón de tela—, si no mal me acuerdo, eres un lunático obsesionado por la atención de un centenar de desconocidos ¿No? Además de tener un mediocre complejo de héroe.
Harry bajó las piernas al suelo y se levantó del sillón, con el presente pensamiento de que debía regresar antes de que su desaparición fuera demasiado sospechosa.
—No te vayas sin contestarme.
—¿Qué me preguntaste?
—¿Qué demonios somos? No creo poder llamarte enemigo, tal vez rivales no estaría mal —comentó Draco—, aunque es un poco anticuado ¿no crees? —Draco a contraluz de la chimenea, resultaba casi en un tétrica imagen—. Dímelo. ¿Qué somos?
Harry se acercó a la puerta y se detuvo, un par de segundos, con la mano en la perilla.
¿Qué eran? ¿En quién les correspondía convertirse?
El mundo esperaba en ambos cosas muy distintas. Draco todavía no tenía del todo claro su rol en la vida, o el rol que deseaba adoptar dentro de la sociedad; Harry, en cambio, conservaba sus obligaciones en orden, cargando con el indirecto miedo de la comunidad a sus espaldas, mientras quienes estaban a cargo no se preocupaban.
Mediocre complejo de Héroe. Hermione, se lo decía de vez en cuando y el siempre caía en la misma frase la cual no recordaba donde escuchó, pero era la única que respaldaba su actitud temeraria. «Lo único que necesita el mal para triunfar, es que la gente buena no haga nada. Es mi deber, lo que el mundo necesita, busca y desea.»
«Pero ¿qué deseo yo? ¿Qué deseas tú, Draco? Después de vencer el mal (si es puedo lograrlo) ¿Qué quiero que ocurra? ¿En qué me quiero convertir?»
Se dio media vuelta, pensando en lo que era, en lo que gozaban ambos chicos en común; en una palabra que definiera lo perdido que ambos se encontraban en ese camino llamado: vida.
—Magia. Eso somos Draco; magia. Somos algo que no se puede explicar de forma racional. Como lo que es mi olor para ti —declaró Harry, abriendo la puerta—, no obstante, cada nuevo día es una oportunidad para comenzar a comprendernos mejor... nos vemos.
Salió y desapareció tan pronto pudo por los pasillos hasta el retrato de la Señora Gorda que se preparaba para dormir. A regañadientes dejó a Harry entrar. Vio el reloj notando que se ausentó durante un poco más de media hora. Luego maldijo ya que su capa de invisibilidad se le había quedado olvidada en la sala de menesteres.
Subió las escaleras a su habitación; conociendo a Draco, el chico no dejaría sus cosas abandonadas. Debía de recuperarla al día siguiente.
Dentro del cuarto, las luces estaban apagadas, así que se metió tratando de ocasionar el menor ruido posible. Se acostó con el buzo a la cama y tan pronto su cabeza tocó la almohada, cayó rendido.
Esa noche, después de una semana de pesadillas, soñó con Draco; sin embargo, tan pronto volvió a abrir los ojos, se olvidó de lo soñado.
• ── ◦ ◦ ── •
El cielo estaba despejado y el viento golpeaba en contra de las dos figuras que caminaban hacia una misma dirección, ocultas bajo largas túnicas negras, mientras se agarraban de las manos, dejando al expuesto sus anillos de matrimonio a juego.
Se detuvieron frente a una casa grande entre medio del infinito bosque. Tocaron la puerta tres veces, hasta que fue abierta por una joven de rostro sereno y un brillante cabello negro.
La muchacha no expresó nada con su rostro, ni mencionó ninguna palabra. Ella solo extendió los brazos para tomar sus túnicas y los guio hasta el salón.
—Estamos haciendo lo correcto —dijo Narcisa, acomodando su cabello, aun sosteniendo la mano de Lucius.
—Si se llega a enterar... —meditó Lucius, preocupado. Narcisa lo tomo por los hombros y les sonrió a medias—. Está bien. Estaremos bien.
—Por Draco, mi amor. Lo hacemos por él.
Lucius apretó su mano cuando pudo advertir la presencia de otras dos personas. Una conocida, y la de la que veían a buscar
A pesar de que Lucius y Narcisa eran personas muy altas, Greyback lo era aún más, llegando a resultar atemorizante. Vestía un largo abrigo de cuero de oso y detrás de todas esas cicatrices, podían distinguir algo humano.
Narcisa reconoció al instante al chico que acompañaba a Greyback, no conocía su nombre pero su aspecto era inolvidable. Siempre elegante, era bajo pero no lucia serlo y con su varita color blanco sobresaliendo de su chaleco.
—¡Oh! ¡Que alegría! Ya los estábamos esperando —exclamó Greyback extendiendo su mano hacia Lucius, quien se quedó mirándola por un instante antes de aceptar su apretón—. ¿Les apetece algo para beber? Hija, tráenos por favor una taza de té.
—No es necesario —interrumpió Narcisa, antes de que la chica se fuera—. Seremos breves, solo venimos a conversar.
—Claro, comprendo. Deben ser personas ocupadas... —dedujo Greyback, mirando a la chica antes de sentarse en un gran sillón de cuero. El chico permaneció de pie a su lado, con una sonrisa en sus labios—. Siéntense, por favor.
Mientras se acomodaban, Narcisa pudo identificar en los pasillos como varias cabezas se asomaban de las otras habitaciones. La chica, cerró las puertas correderas del salón, y se acercó a Greyback, poniéndose al lado del muchacho.
—Es un sitio agradable ¿No creen? El señor tenebroso es muy amable en darnos nuevas estancias para que podamos rondar por la zona. Incluso podemos estar hablando ahora tranquilamente, porque no dejo entrar a no lobos a nuestro verdadero hogar—comentó Greyback—, ya saben, porque se mezclan los aromas...Hijo, tráeme algo para beber.
—Si, padre.
El chico se acercó a la zona del bar, y sacó varias botellas para preparar un trago. La chica, al escuchar dos golpes contra la mesa de centro, comenzó a masajear el cuello de Greyback sin dudarlo.
—Supongo que vienen a hablar acerca de Draco ¿no?
Lucius afirmó, sin mostrar ni un gramo de miedo.
—Queremos que no le digas ni una sola palabra acerca de su condición al señor oscuro y que lo dejes en paz —gruñó Lucius, frunciendo el cejo. El chico se acercó dejando el trago en la mano de Greyback—. Eso es todo.
—Puedo cumplir solo lo primero, lamentablemente —contestó Greyback. Lucius soltó un bufido y se apretó las rodillas—. El señor tenebroso, todavía, no posee manera alguna de saber acerca de la licantropía de Draco. Imagino que debe ser un martirio para ustedes tener que lidiar con la incertidumbre de lo que podría llegar a hacerle si se entera ¿no es así?
—Está en lo cierto —respondió Narcisa, posando una mano sobre la pierna de su marido—. Aunque nosotros podemos pagar, cualquier tipo de precio, si lo desea para que cumpla lo segundo que le pedimos. —Narcisa rebuscó en su cartera hasta dar con su chequera—. Draco no lo pasó demasiado bien, con su última... muestra de presencia.
—¿Por qué necesitaría dinero, señora Malfoy? De ustedes no requiero nada, seamos sinceros. Yo no les agrado y ustedes tampoco me agradan a mí.
—¡Arruinaste a nuestro hijo! ¿Quieres que te demos las gracias por eso? —gritó Lucius, levantándose del sofá—. ¿Gracias por dejarlo como todos ustedes?
—No lo arruiné, Lucius. Ustedes no comprenden —dijo Greyback relajado—. Mejoré a Draco.
—Por favor, tranquilicémonos —interrumpió Narcisa—. Greyback, se bien que tal vez hemos tenido nuestros roces en el pasado, pero estamos hablando de nuestro hijo. Draco...es todo para nosotros.
Greyback sonrió y chaqueó sus dedos. Los dos jóvenes se apresuraron a mostrar el tatuaje que poseían en su muñeca, eran idénticos. Una forma parecida a una i griega, con tres rayas diagonales que la atravesaban.
—¿De qué se trata todo esto?
—¿No te das cuenta Lucius? Pensaba que eras inteligente —juzgó Greyback, dejando su trago encima de la mesa—. Es en lo quiero convertir a Draco. Un gamma, como el par que tengo a mi lado. Draco tiene un potencial inexplicable. Mi hijo me lo ha comentado tanto. Por eso no puedo dejar de perseguir a Draco, en sus manos se está perdiendo.
—¡Eres un enfermo! Si no me equivoco, antes de que tu sangre se pudriera, eras sangre pura ¿no es así? —soltó Lucius, con un tono cargado de rencor—. ¿Haces eso para compensar tu inutilidad?
—Déjame decirte, que los únicos inútiles en este mundo son los magos, quienes nunca podrán conseguir el vínculo completo con la luna —gruñó Greyback, cerrando sus puños con fuerza y mordiendo el interior de su mejilla, en un inservible intento de guardar la compostura, al igual que el par de gammas a su espalda—. Miren, yo solo les quería proponer que me den a su hijo, para que yo logre exprimir cada centímetro de su potencial. Aunque me doy cuenta de que...
—¡Como te atreves! ¡No piensa darte a Draco! ¡Primero muerta! —soltó Narcisa sacando su varita y apuntándola junto a Lucius hacia Greyback—. Tú, si mencionas algo al señor tenebroso, yo misma me aseguraré de matarte. ¿Comprendes?
El chico apuntó su varita contra Lucius, y la chica comenzó a mostrar sus dientes afilados. Greyback, por su lado, se levantó con la ceja alzada.
—A la perfección, señora Malfoy.
—Tengo nombre y es Narcisa —siseó, con rencor—. De soltera Black. así que no pienses que si te metes conmigo saldrás bien parado.
—Lo sé, Narcisa —continuó Greyback—. Entonces les pediré amablemente, que se larguen de mi morada. Y que les quede claro, que no pienso quitarle los ojos de encima a su hijo.
—Pues muy bien. Pero estoy seguro de que Draco, sabe muy bien qué lado le conviene, hijo de puta —concluyó Lucius apuntando a su ropa, para atraerla— Vámonos, cariño.
Nadie pronunció ni una sola palabra más. Los Malfoy salieron de la casa irritados, siendo acompañados por la muchacha que recuperó la compostura. Antes de cerrar la puerta, Narcisa le dio un último vistazo a la chica, que se despedía cerrando su mano derecha, con tranquilidad.
—Hijo, manda la carta —ordenó Greyback—. Llegó la hora de movernos otra vez. —El chico asintió y salió de la estancia al mismo tiempo, en que la chica se acercaba haciendo un par de movimientos con las manos—. Si, hija, y después a nosotros nos llaman animales.
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1. Nothing Ever Changes: Nico Collins.
¡Hola!
Nothing ever changes, es una canción que me recuerda tanto a Harry. Me costó tanto escoger una parte de la letra para colocarla
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