TW: Menciones recurrentes a la muerte.
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«La vida le preguntó a la muerte ¿Por qué la gente me ama, pero a ti te odian? La muerte respondió: porque tú eres una hermosa mentira y yo una dolorosa verdad.»
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El señor Weasley no cabía en sí mismo de emoción. Destellaba optimismo y, a pesar de que la noche anterior, quedaron en que iban a salir después del desayuno a la residencia de Lupin; esa mañana a las seis en punto, Arthur ya se encontraba de pie, en el arco de la puerta, con los ronquidos de Ron de fondo y una linterna en las manos con la que alumbró el rostro de Harry para despertarlo.
A las apuradas— y con demasiado sueño encima— se puso un short, una sudadera del equipo de quidditch y, como no tenía nada más que un par de zapatillas deportivas azules, se las puso a pesar de que no combinaban con el resto del atuendo.
La señora Weasley (aun en camisón) terminó de preparar el desayuno de ambos. Harry se fue a sentar a la mesa, con el reloj de la cocina que marcaba las 6:15 a.m. y el olor del café recién hecho, que impregnó los sentidos de Harry.
—Mejor temprano que tarde... te dejo con Lupin y me voy al trabajo.
—¿Pero a qué hora le dijo que nos podía recibir?
Harry preguntó eso porque la imagen que rememoraba de Lupin en Grimmauld Place, no era la de una persona mañanera. A la hora del desayuno siempre parecía aún metido en la quinta etapa del sueño, incluso, durante alguna que otra clase de DCAO que tuvo en tercero durante la primera hora de la mañana, Lupin se la pasaba dando bostezos, con una taza de café, mientras caminaba de un lado al otro del aula para no dormirse.
—¡Por las barbas de merlín! —exclamó el señor Weasley— olvidé avisarle... bueno de cualquier modo llegaremos a su casa como a las nueve ¿no es así?
—Imprudente —gruñó Molly, que le dio un coscorrón a su marido y le sirvió café—. Luego no se quejen si no les abre.
Harry asintió y se dio el permiso de comer con suma tranquilidad, una tostada con mantequilla además de tomarse una leche con el saborizante de frutilla, que Ginny compraba para ella, ya que el de chocolate no le gustaba. El señor Weasley recibió la edición de "El profeta" cuando llevaba la mitad del café y entre sorbos comenzó a comentar las novedades tanto a Harry como Molly.
—¿Te gusta la pasta Harry? Porque vamos a tener que comprar puros fideos por un largo tiempo... Estos precios son de locos ¡Dos galeones por un cuarto de kilo de carne!1 —señaló el señor Weasley al cambiar de página—, qué irónico... los precios de los alimentos suben, pero las escobas bajan. Quizás podamos hacer el esfuerzo y comprarle una nueva escoba a Ron.
—El quedó como Guardián del equipo de Quidditch ¿verdad, Harry? —cuestionó la señora Weasley, al mismo tiempo en que ponía un par de papas a cocer. Harry asintió como respuesta—. ¿Y Ginny? ¿Qué tal juega? Yo le he dicho que es un deporte peligroso, ¡pero no escucha!
—En realidad, me atrevería a decir que Ginny es una de las mejores jugadoras de todo Hogwarts —dijo Harry, dejando la taza en el platillo—. Y eso que usa las escobas que están en los almacenes del equipo... ¡Vuela muy rápido! Aunque la posición de cazadora le quedaría mejor. ¡Sin duda el próximo año va a ser titular!
La Señora Weasley, a pesar de haber escuchado lo mismo por parte de sus hijos, oírlo desde la boca de Harry le pareció más impactante; ya que se dio media vuelta con los ojos puestos en Arthur.
—¿Y mi Ron? ¿Cómo juega?
—¡Ron también es muy bueno! Solo que cuando se pone nervioso suele cometer errores tontos... ¡Pero es un gran guardián! Es alucinante.
—¿Ves, amor?, yo creo que deberíamos usar los ahorros para cambiar el papel tapiz y comprarles a los niños un par de escobas en condiciones —señaló el Señor Weasley, quien dejó el periódico extendido encima de la mesa—. Lo hicimos con Fred y George en su momento, cuando los precios no eran ni la mitad de buenos que estos.
La señora Weasley miró las escobas y asintió—: Está bien... no nos vamos a morir por seguir con ese feo papel. Harry, querido, este será nuestro secreto ¿vale? Así le damos una sorpresa antes de que regresen al colegio.
Aceptó ser confidente del secreto, se levantó de la mesa y dejó los platos cerca del fregadero.
—Deberías cambiarte los shorts, Harry... en Londres está haciendo frío.
Harry se miró las flacas piernas y se acercó a la sala, sin tener ganas de cambiarse de ropa, convencido de que se trataba de una exageración. El señor Weasley terminó el desayuno y los dos se aproximaron a la chimenea. Molly se despidió de ambos, y Harry se desvaneció a través de los polvos flu, para llegar al caldero chorreante, que se encontraba casi desierto. Eran poco menos de las siete y solo quedaban los borrachos magos del día anterior.
—¡Buenos días, Arthur! —exclamó el viejo tabernero, con rostro de recién despertado—. Que inusual verte aquí tan temprano. ¿Asuntos del ministerio?
—No, hoy estoy con Harry —respondió el Señor Weasley. Harry se apresuró a acercarse al par de hombres, tras haberse paralizado en la patética batalla de dos borrachos que hacían fuercitas—, por temas personales.
El tabernero le dedicó un asentimiento como saludo y salieron del caldero chorreante. Harry se percató que tuvo que haberle hecho caso a la Señora Weasley, porque esa neblina que sumergía a la ciudad era en exceso gélida y deprimente. Se puso el gorro de la sudadera y metió las manos dentro de los bolsillos, en un intento de conservar el poco calor que aún albergaba.
Recordó, de repente, como Sirius se desvanecía frente a sus propios ojos y un escalofrío le recorrió la espalda. Harry notó como la expresión del Señor Weasley se endureció y supo que el igual acababa de rememorar algo poco agradable.
Cruzaron la vereda hacia el paradero de buses y esperaron a que una micro roja, que avanzaba con lentitud en esa calle llena de sombras de personas, se detuviera al frente. Harry pagó ambos boletos con un arrugado billete de una libra y se sentó al lado de Arthur, en esos incómodos asientos plásticos del transporte público.
Cayó en cuenta, que con el ritmo tan lento del transporte, llegarían al destino en una hora. Se subían y bajaban personas, la mayoría con ropas formales de trabajo. Por cierta razón, todos lucían configurados para hacer eso, ni las parejas o amigos reían. Harry miró al gentío, tratando de acallar los recuerdos tristes, apoyado contra la ventana medio abierta, pero era complicado. No. Era imposible.
Al detenerse en el lugar que el Señor Weasley le dijo, Harry advirtió que ya era momento de dejar de pensar en la muerte y la pena. Junto al señor Weasley, entraron al edificio y al cerrar la puerta, pudieron recuperar la alegría que creyeron perdida.
—Son los dementores —suspiró el Señor Weasley, frotándose las comisuras de los ojos—, uno de los tantos problemas. Llegaron hace semanas, pero no han podido sacarlos... Todo indica que siguen las órdenes de un tercero.
—Voldemort.
El Señor Weasley asintió y se acercó a la recepción de los apartamentos; el viejo conserje tomaba desayuno con las noticias puestas en una mini-TV, que empezó a mostrar estática tan pronto ellos entraron.
—¡Maldita cosa! —gruñó el conserje, que le daba golpes al aparato, para luego mirar a Arthur—. ¡Es por esa miserable neblina! ¡El mundo se está cayendo a pedazos y nadie hace nada! ¿No cree lo mismo, caballero?
—Oh ¡Claro! Aunque eso luce como un objeto de lo más interesante —contestó el señor Weasley al observar la televisión—. ¿Eso es lo que ustedes llaman como "caja de imágenes"?
—¿Nosotros? ¿A qué se refiere?
—¡Nada! —se apresuró a decir Harry, antes de que el Señor Weasley abriera la boca—. Mi tío es extranjero, por eso... de cualquier modo, veníamos a ver a alguien.
—Ah, claro, pueden pasar.
Harry se sorprendió ante lo poco normalizado respecto al paso de personas. Se fijó en la endeble calidad del edificio; las paredes en un lamentable estado, el ascensor que le daba poca confianza, tenues luces que provocaban más sombra que luz.
—No sabemos el número de apartamento —aclaró Harry, el hombre asintió esperando a que continuara—. Buscamos al señor Remus Lupin.
—Niño, aquí viven muchas personas ¿Cómo es el tipo?
—Alto y delgado, con unas cicatrices en el rostro.
—¡Ah! El profe ¿no? Hace días que no lo veo bajar... una verdadera lástima, ya que siempre me contaba cosas interesantes.
El hombre revisó una gran plantilla, con los nombres de las personas que residían. Harry se preguntó cómo era que en un lugar tan pequeño como ese podían caber tantas personas.
—Apartamento 715, piso trece.
—Muchas gracias.
El Señor Weasley se despidió del hombre con cordialidad y se acercó al ascensor. A pesar de las casi suplicas que Harry le dijo, Arthur parecía más emocionado por probar los ascensores muggles que su propia seguridad.
Entraron al minúsculo ascensor y el Sr. Weasley escogió el piso. El ascensor tembló un poco y pronto comenzó a subir. Harry preparó la varita en caso de una caída, aunque no albergaba ni la más mínima idea de qué hechizo le podía salvar la vida.
—¿El señor Lupin es profesor muggle? —preguntó Harry, que consideraba extraño la manera tan resuelta con el que el conserje saltó la información—. Es decir, me hizo clases, pero no sabía...
—¿En serio que no sabías? Si, Lupin, cuando vivía en el mundo muggle, sacó una pedagogía en literatura—contestó el Señor Weasley, que sonrió al sentir una sacudida del ascensor—. También nos dijo que estuvo un tiempo enseñando en un colegio para niños con dificultades de aprendizaje, si no mal recuerdo.
Harry se quedó pensativo. ¿Qué tantas cosas desconocía de Lupin y de las cuales se enteraba por terceros?
Se detuvieron en el piso trece, la puerta se abrió con lentitud y los dos salieron contentos del ascensor, por razones muy distintas.
—¡Fascinante! Tal parece que a los muggles le encantan las experiencias cercanas a la muerte.
Harry le sonrió sin saber que agregar y buscó el piso. Se trataba del último apartamento de la fila de la izquierda. El número 715, se hallaba torcido y la misma puerta se encontraba resquebrajada como si hubiera sido azotada.
Tocó la puerta una vez, pero nadie abrió. Lo volvió a intentar hasta que el Señor Weasley lo hizo más fuerte. Escucharon unos gritos venir desde dentro y el sonido de los seguros de la puerta.
Lupin se mostró con el pantalón de pijama, por lo que a Harry le resultó incluso más impactante el ver las marcadas costillas del hombre. Mostraba la barba de hace semanas y el pelo le caía largo y grasoso. A espaldas todo era oscuridad, con las cortinas corridas y el aire encerrado.
—¿Arthur? ¿Qué haces...? ¿¡Harry?!
El Señor Weasley adoptó una postura rígida y apuntó la varita hacia Lupin.
—El día del accidente con los Potter... ¿A quién llamaron primero?
Lupin endureció el gesto y se hundió la mano en el cabello—. A Mary McDonald... ¿Por qué...?
—Te toca preguntar, Remus —dijo el Señor Weasley con una sonrisa—. Soy funcionario del ministerio, el protocolo es protocolo.
Harry por primera vez vio a Remus poner los ojos en blanco; sin embargo, entrecerró la puerta y regresó al par de instantes con la varita.
—Arthur ¿Cuál fue la petición que Dumbledore nos encomendó?
—Proteger a Harry sobre todas las cosas.
Harry abrió los ojos y se mordió el labio. Era consciente que Dumbledore guardaba las esperanzas en su persona, pero Harry consideraba que esto era excesivo.
—Harry ¿Con quién llegaste a Grimmauld place cuando te escabulliste por Hogsmeade?
El señor Weasley pareció intrigado ante la mención de este evento que desconocía. Harry se sonrojó de pies a cabeza y contestó sin poder mirar el rostro de Lupin.
—Draco Malfoy.
Lupin apuntó hacia el apartamento.
—Pasen, antes de que uno de mis vecinos salga y se den cuenta de que nos apuntamos con varitas mágicas.
Harry entró y Lupin hizo un hechizo para que el apartamento se ordenara por sí solo, o al menos, las cosas que Lupin deseaba que se ordenaran. Porque los papeles desparramados sin orden encima de la mesa de comedor continuaron en ese mismo estado.
Las cortinas se descorrieron y tan pronto la luz llegó como un gran foco, Harry distinguió en Remus el doble de cicatrices que la última vez que lo vio. Algunas, incluso, todavía no cicatrizaban del todo.
Las puertas de las habitaciones se cerraron con fuerza y la ropa del piso fue tirada a un cesto que estaba a rebosar.
—Lamento el desorden, no esperaba visitas... mucho menos tan temprano —dijo Lupin, agarrando una camiseta oversized para ponérsela—. ¿Gustan una taza de café o té? Creo que aún me quedaba té de manzanilla...
El señor Weasley se quedó boquiabierto al ver los electrodomésticos muggles que Lupin conservaba en la cocina. Harry recordó entonces que Lupin no era sangre pura y, por el aspecto del piso, todo apuntaba a que la magia ya no era un elemento tan recurrente en su día a día.
—No es necesario, Remus. Yo... en realidad, ya debería marcharme al trabajo —aclaró el Señor Weasley—. Harry quería hablar y, si no es de mucha molestia, pasar el día contigo. Ya sabes... como ahora está de vacaciones.
—Pero si no puedes, no importa —se apresuró a agregar Harry, ante la mirada atónita de Lupin—. Lo comprendo y...
—¡No Harry! Claro que puedes quedarte conmigo, la cosa es que me tomó desprevenido tu interés —dijo Lupin, rascándose la cabeza—, aunque te advierto que por aquí no hay muchas cosas llamativas que hacer.
—¡Eso es fantástico! Entonces pasaré a buscar a Harry en cuanto salga del trabajo... Como a las siete ¿está bien?
—Se que el trabajo en el ministerio esta complicado, Arthur. No te presiones yo llevo a Harry a la Madriguera.
—¡Sí! ¡Muchas gracias, Remus! Entonces nos vemos en casa, Harry —exclamó el señor Weasley, cerca de la puerta— ¡Que lo pasen bien!
Harry vio al señor Weasley desaparecer por el pasillo, antes de volver a entrar y encontrarse con Lupin que hervía agua, más animado.
—Le dije de mis intenciones al Señor Weasley hace unos días, pero se olvidó decírtelas —dijo Harry, que se quitó el gorro de la sudadera—. Lamento venir tan de repente.
—No importa, Harry, nunca es desagradable recibirte. De seguro que si Sirius estuviera tampoco le molestaría.
Harry se sintió mejor y se quedó examinando la estantería de Remus. Tres cuartos eran libros muggles (novelas de misterio, enseñanza y ciencia ficción) mientras que el resto se trataban de tomos mágicos acerca de Defensa contra las artes oscuras. En contra de la misma estructura de madera, se hallaban una innumerable cantidad de discos y vinilos de música de los sesenta, como Simon & Garfunkel o The Easybeats. Harry los examinó por encima, para darse cuenta de que en realidad había escuchado poco o nada de ese tipo de música.
Se acercó a la mesa, para encontrarse con las últimas ediciones de "El Profeta" apiladas, al igual que un montón de breves notas pegadas, en esa letra alargada que poseía Lupin.
—¿Me esperas, Harry? Voy a cambiarme de ropa... en cuanto termine de hervir el agua la pones en el termo ¿sí?
Harry asintió y siguió con los ojos a Lupin hasta que se metió a una de las habitaciones. Al minuto siguiente, la ducha sonó con fuerza a pesar de que el calefón no encendió.
El agua terminó de hervir y Harry hizo lo que Lupin le pidió. No podía dejar de pensar en los papeles que Remus disponía con tanto desorden encima de la mesa. Con el ruido del agua que caía dentro del termo, se mordió el labio intrigado, cerró la tapa, se acercó a los papeles y advirtió que no solo había ejemplares del profeta actuales.
"El niño que vivió".
Harry ni siquiera tuvo que leer la fecha para darse cuenta de que era el diario que correspondía al día de la muerte de sus padres. Dejó el periódico de lado, con un mohín en los labios. Sin duda, hablar acerca de ese día, era de sus tópicos menos preferidos, aunque para el resto de la comunidad mágica, significaba una fecha de celebración.
"Sirius Black condenado a Azkaban sin juicio".
/La imagen de Sirius que mostraba en las fotografías era de un "yo" más joven, pero con aspecto enfermizo. Sonreía burlón hacia las cámaras— con un atisbo de locura, pero ojos tristes— al compás en que era empujado dentro de un carruaje por un par de aurores. /
"Debido a recientes ataques, Dolores Umbridge, promulga nueva legislación para los Licántropos"
Esa hoja contenía una nota al lado de la imagen de Umbridge, que dictaban tres palabras concisas: "Hija de puta". Harry dejó el periódico de lado.
"Profesor de defensa contra las artes oscuras, del colegio Hogwarts, despedido por Licantropía"
Harry alargó un suspiro y se quedó con la foto de Lupin, que correspondía a unas tomadas años anteriores, en la cabeza. Lo más probable, porque Lupin no se dejó tomar otra para salir en esa despreciable edición.
El siguiente era el reportaje extenso de Rita Skeeter, que por la posición del marca páginas, parecía que Lupin iba a terminar de leer pronto.
Tan pronto dejó el último montículo de papel apilado, Harry encontró debajo de todo, un par de escritos que lo hizo lamentarse por seguir su insaciable curiosidad.
"Es mi culpa Es mi culpa
Es MI CULPA MI CULPA FUE MI CULPA"
Todo escrito con lo que era un lápiz rojo o sangre. Harry se decantaba más por la segunda opción, ya que los trazos se habían hecho con rabia, al igual que desprendía un tenue—casi imperceptible — olor ferroso.
Deslizó la siguiente nota y leyó:
"No me lo puedo sacar de la cabeza. Todo fue mi culpa. Soy el culpable de sus muertes. Ellos murieron porque no fui lo suficientemente rápido. Lily LO SIENTO... JAMES, MIERDA. FUE MI CULPA. Si no hubiese dudado en el último minuto... Lo siento. Lo siento. Lo siento."
Harry despegó la vista de la nota con los ojos picándole, estuvo tan enfrascado en la lectura, que no notó como Remus se sentaba al frente, con el gesto serio. Harry lo miró, pero no soltó el papel.
—Sirius...
—Lo escribió cuando estuvo en Azkaban. Los aurores encontraron todas esas notas en la celda días siguientes de que escapara —aclaró Lupin. Eran en torno a unos doce escritos—. Se las entregaron a Dumbledore y él me las pasó el otro día, cuando vino a decirme el testamento de Sirius.
Harry continuó con la siguiente nota:
"Lo que más me lastima es no poder recordarlo, a Remus. Porque siempre que lo hago me saca una sonrisa y los dementores se sienten atraídos por eso. Por eso no puedo escapar en ti. Te recuerdo. Y Te quiero. ¿Me seguirás queriendo a pesar de que fue MI CULPA?"
—Nunca fue su culpa —dijo Harry, al dejar los papeles encima. Lupin terminó de secarse el pelo con una toalla y asintió—. Él...
—Gracias a eso fue que permaneció cuerdo. Me lo dijo, Harry. Que de haber pensado en cualquier otra cosa, los dementores se hubieran encaprichado con Él... esa de ahí, es la única que habla de ti.
Harry la tomó y a pesar de la duda inicial decidió dejarla de nuevo en la mesa sin leer.
—Ese no es el Sirius que yo conocí.
Lupin se levantó sin decir nada, posó la mano en el hombro de Harry y, sin pensarlo, lo atrajo a él. Harry sintió la nariz de Lupin encima de su cabello, al mismo tiempo en que las lágrimas del hombre le mojaban la sudadera.
—Ya no... hueles a Él... ¿Por qué Harry? ¿Por qué ya nada huele a Él.
Harry entrelazó los brazos sobre la huesuda espalda de Lupin, intentando con todas sus fuerzas no llorar, pero resultaba imposible. Pronto dejó que el instinto le ganara, que los sentimientos dominaran sobre la voluntad.
—Lo busco, Harry... ¿Por qué? Él estaba aquí, en ti, en mí... en todo y ahora en n-nada, Harry... ¿Por qué?... ¿Por qué no puedo sentirlo?
Cerró los ojos. La cabeza le gritaba una respuesta.
—Porque se fue, Remus... está muerto.
Harry observó los objetos que lo rodeaban. Las tazas que temblaron en los muebles, como un par de papeles levitaron o la ventana que se abría y cerraba reiteradas veces. El aire que los hizo sentir más miserables y luego solo miserables.
—Harry... no me refiero a eso... es el olor. ¿Por qué ahora lo reconozco? ¡No lo entiendo! ¿Por qué ahora huele a cigarros dulces? Tras tantos años... Harry... él olía a cigarro, a magia antigua, a brisa húmeda.
Harry se separó de Lupin, y vio en los ojos una profunda desesperación, como si eso lo estuviera masacrando por dentro. Acompañó a Lupin al sillón de la sala y se sentó al lado, mientras el hombre no podía hacer nada más que agarrarse la cabeza.
—Era desconocido... era maravilloso. Ahora ya no sé... me gusta, pero no es Sirius. ¡No es el Sirius que recuerdo! Es lo único que quiero...
Los sollozos de Lupin menguaron, hasta que se frotó los ojos con los dedos. Lucía haber guardado en sí mismo todo eso, durante demasiado tiempo y que ahora acabó por estallar. Quizás, la mera acción de salir de la casa y respirar el aire de Londres, le recordaba el dolor.
—Sirius dejó de serlo...
—¿Qué cosa?
—Dejó de ser único. De ser especial y solo para mí.
Harry entonces comprendió a lo que Lupin se refería. Tanto tiempo siendo consciente de que el único aroma distinto era el de Sirius, porque lo que el sentía por Sirius era diferente. Era inexplicable, y ahora la muerte. La muerte era lo más definitivo, el final. Ahí terminaba el viaje, las dudas sobre lo que fueron.
La incógnita de la muerte no es porque o como morimos, sino más bien, lo que hay posterior a la muerte. Harry entendió que Sirius, siempre fue irracional para Lupin hasta que se volvió algo que podía asentar en la cabeza con total plenitud: la muerte de Sirius era terminante.
Harry, sin saber qué hacer con exactitud, se presionó contra Lupin de forma fraternal. Pasó la mano por la espalda y observó los ojos miel de Lupin como si fueran lo único importante en ese momento. Lupin trató de esbozar una sonrisa, pero fue en vano, ya que volvió a la expresión afligida del inicio. Su pierna se agitaba ansiosa y, por las manos del hombre, Harry se daba cuenta de que las heridas en torno a las cutículas empeoraron con consideración.
Harry quitó la mano de la espalda de Lupin y la puso sobre la rodilla.
—Lo siento, Harry... sé que no venías para que hablemos de esto. Lamento incomodarte.
—No me incomodas, Lupin... Yo vine a hablar de ti, de todo, porque es necesario —se sinceró Harry, sonriendo con una mezcla de ternura y pena—, porque lo de Sirius, tampoco lo he podido afrontar bien.
Un ronco gemido de dolor se escapó de los labios de Remus, quien se mordió el labio para suprimir las lágrimas.
—No lo merecía... No ahora, no después de todo lo que tuvo que pasar. Harry, él y yo. Nosotros...
Nosotros. Harry lo sabía. Más de doce años que su amor sobrevivió a Azkaban, a la muerte de todos los seres queridos. A la traición de las personas que creían siempre los acompañarían. Dejaron la historia de ambos inconclusa y ahora, obligaban a Lupin a escribir una nueva parte cuando no terminó la anterior.
—Lo sé... Es injusto —agregó Harry, sabiendo que lloraba, pero sin importarle demasiado aquello—. Yo recién comenzaba a conocerlo. A ambos.
Harry, al final de cuentas, cuando se encontraba abrumado por la realidad, siempre recurrió a la fantasía como vía de escape; en lo que imaginaba que Él y Sirius podían hacer. Harry lo pensó desde tantas perspectivas. Como venía en escoba y se lo llevaba de la casa de sus tíos para que lo acompañara. Se veía con Sirius bajo el sol playero; con paletas, risas y refrescos demasiado azucarados.
Con vida.
Era casi como si le despellejaran unas alas que recién salían. Aún peor, que por una maligna razón le dejaran el hueso para que siempre sintiera la intriga de lo que pudo haber sido volar.
Los dos lloraron, a pesar de que Harry recordaba que eso no era apropiado. Que se suponía que los hombres no lloraban y aun así rompieron las normas. Las absurdas reglas. Se abrazaron y se desahogaron. Quisieron gritar pero se contuvieron, porque no querían que los vecinos se alarmaran por el escándalo, que de por sí, ya montaron.
En cierto punto indeterminado, Harry sintió como los párpados le pesaban, a lo que recordó lo temprano que el señor Weasley lo despertó. Las lágrimas lo agotaron. Vio a Lupin que tambien lloraba somnoliento. Sin saberlo demasiado bien, en cuanto el llanto se convirtió en un perpetuo silencio y los dos se separaron para reposar contra el respaldo del sofá.
Durmieron cansados del dolor.
Al menos, ahora, los dos se abrigaban en el mismo dolor.
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"Querida Pansy" NO
"Pansy" TAMPOCO.
"Estimada Pansy" MIERDA NO.
"Srta. Pansy Parkinson" AGH...
Draco se frotó el entrecejo aún dudoso. Tal vez era el excesivo calor que le impedía pensar con coherencia y como el sudor hacía que las piernas se le pegaran al asiento, lo que le dejó una asquerosa sensación.
Incluso en eso difería con su vida anterior. En la mansión las habitaciones siempre estaban frescas, primero porque eran demasiado grandes y, segundo, porque todos los días los elfos domésticos se encargaban de hacerlas refrescar con magia.
A lo mejor, Draco, no podía pensar por el peso de su propia conciencia y, que a pesar de ser capaz de escribir la más hermosa de las cartas, tampoco iba a poder enviársela.
Su madre entró al cuarto con un vaso bien frío de limonada. Frunció el cejó ante los papeles arrugados que rodeaban a Draco y, le dio un afectuoso beso en el nacimiento del pelo.
—Te hace falta un corte, ya casi te roza los hombros.
Draco tocó un largo mechón y lo acarició.
—Quiero dejarlo crecer, mamá. Para cambiar un poco el estilo.
De por si el cabello le crecía en exceso rápido. La última vez que se lo cortó fue la semana previa a la salida de clases y había pasado un mes de eso. Ni siquiera lo cuidaba. Supuso que ese crecimiento excesivo era por el tema de la licantropía. Incluso en las extremidades mostraban el exceso de vello. Aun así, no le gustaba como se veía esa característica en él, pero le daba una enorme pereza el simple hecho de pensar en afeitarse.
Aparte odiaba que le creciera pelo en un montón de sitios, menos en el rostro. No lo admitiría, pero desde que inició la pubertad, todavía no le crecía ni un pelo en la barbilla o el mostacho. Era vergonzoso si lo comparaba con Nott, que traía al colegio todo un equipo de cuchillas consigo, porque él si necesitaba afeitarse.
—Vas a terminar igualito a tu padre, Draco —señaló Narcisa, desenredando el cabello con los largos dedos—. Pero si es lo que quieres, hazlo. Te ves precioso de cualquier manera.
Draco tomó el espejo y lo puso al frente de ambos. Narcisa posó los ojos en el reflejo, justo en la cicatriz en medio del rostro.
—Todos me dicen que me parezco más a ti.
—¿Qué esperabas? Eres mi hijo. Los genes Black son fuertes y formidables, guapo.
Narcisa se separó de Draco y salió del cuarto. Draco bajó el espejo y reparó en la curiosa forma en la que la letra se reflejaba sin sentido en el vidrio.
Sin embargo, se daba cuenta de que para cualquier inglés, la enrevesada letra de Draco, en modo espejo, parecía haber sido escrita en otro idioma... Como el escocés.
—Soy un maldito genio.
...ralugnis ...nat amrof atse ed se ogitnoc ralbah redop ed amrof acinú al y adreim anu odneis atse odot orep, otneis oL. ojepse noc atrac im reel euq sárdneT"
". ysnaP adireuQ (2)
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Notas:
1. Haciendo mis cálculos matemáticos: si un galeón en esa época costaba 3000 pesos chilenos, a 6000 pesos el cuarto de kilo. En fin, la inflación.
2. Querida Pansy. Tendrás que leer mi carta con espejo. Lo siento, pero todo está siendo una mierda y la única forma de poder hablar contigo es de esta manera tan... singular...
Hola!
Para este capítulo quería poner "Cosmic Love" de Florence+ the machine, pero sentía más acorde a la temática esa frase.
Creo que sin duda este episodio es uno de los más dolorosos, lloré varias veces mientras lo escribía y lo editaba. Lo peor, es que en el proximo sucede un evento que cambia muchas cosas...
THE_MACHINE
