"Las venas de mis ojos
Están reventando
Si nuestro amor muriera
¿Sería eso lo peor?
Para alguien que pensé era mi salvador
Realmente me haces hacer un montón de trabajo
La piel callosa en mis manos
Se está agrietando
Si nuestro amor terminara
¿Sería algo malo?" 1
• ── ◦ ◦ ── •
Abrió los ojos tan pronto se percató que la transformación finalizaba. Le rodeaban un único pensamiento, una única preocupación— a pesar de tener otras varias de las cuales debía hacerse cargo—. El nombre lo llenaba, hasta llegar a aturdirlo. La lograba oler, pero se trataba de la tenue memoria de la almendrada fragancia.
Jessica. Que tambien le decían Jessi, pero Draco la conocía como Jess.
Quiso levantarse del suelo, pero cayó al hacer el primer movimiento. Era comprensible, las cadenas que le retenían los tobillos lo debilitaban, debido al ardor de la plata que se encontraba tan presente como el recuerdo de la niña.
—Ma...Mamá...
La puerta se abrió con una rapidez impresionante y Narcisa bajó las escaleras con la llave de las cadenas. Los pasos eran algo torpes, ya que intentaba ordenar las prioridades, mientras opacaba el temor que le evocaba ver a Draco en tal estado.
Cuando estuvo fuera de los amarres de la plata, Draco se dejó caer encima de su madre, con los ojos brillantes y sin fuerzas para decir nada al respecto.
—Respira... ya pasó.
Se preguntó si ella tambien lo sintió, porque Narcisa era de la manada. Las palabras se le aglomeraron en la garganta, pero ninguna salió de los finos labios resecos, impregnados de sangre seca.
Narcisa dejó a Draco sentado y volvió a subir, al regreso traía una larga sábana blanca, con la que cubrió las frías piedras del suelo del sótano.
Sin Madame Pomfrey, Draco supo que habría problemas. Ella al menos le daba analgésicos para que pudiera caminar a la enfermería sin dolor y ahí continuar con las curaciones.
Comparado a las dos veces con las que tuvo que lidiar con la enfermedad a comienzos del año pasado, en la mansión Malfoy, sin duda esta era horrorosa. Una macabra escena que dolía tanto que no alcanzaban las lagrimas para expresar esa angustia.
Draco era un experto en curar heridas superficiales, lo que era insuficiente, si tomaba en cuenta las heridas recientes que parecían apuñaladas; largas, profundas, ni siquiera eran hambrientas, si no mas bien desesperadas, como si el lobo hubiera rogado por ayuda.
Narcisa sacó la varita y se arrodilló al lado de Draco. El vestido de noche acabó manchado de la sangre de su hijo y demostró por el lánguido aspecto que le cubría el gesto, que permaneció toda la noche en una vigilia constante.
La seda verde sucia, suave al tacto, hecha con los más caros hilos del mercado. Draco rozó con las uñas rotas la manga del pijama en un amago de limpiarla.
Con magia Narcisa comenzó a limpiar el cuerpo de Draco. Presionó toallas blancas en los cortes sangrantes y que amenazaban con continuar abiertos por un tiempo indefinido.
Draco tosió sangre y se sintió inútil, lo único que podía hacer era morderse el labio con fuerza para evitar gritar de dolor. De ese sentimiento de quemadura constante encima del cuerpo.
Un par de lágrimas cayeron sobre las mejillas de Draco, que abrió los ojos y se mezclaron con las que el chico soltaba.
—Mamá, mi... varita.
Narcisa asintió y corrió a buscarla. En cuanto Narcisa le entregó la varita, Draco respiró hondo y se apuntó al corte más doloroso de todos: aquel encima del estómago, que le llegaba hasta la mitad de las costillas.
No quería verlo desde cerca, porque temía llegar a identificar algún órgano; aun así, con la palpitante luz del sótano, llegaba a darse cuenta de la blancura de una de las costillas.
Supo que quedaría una cicatriz desprolija y eterna, ya que el pulso que manejaba dejaba mucho que desear. Estiró la cabeza hacia atrás, presionó los dientes y acabó por acercarse para tener una mínima idea de lo que trataba de hacer.
Al terminar, soltó la varita y se cubrió los ojos con las manos. Narcisa no dejaba de murmurar palabras que sonaban tranquilizantes pero de las cuales no descifraba el mensaje.
Sentidos a flor de piel, junto a escalofríos que le llegaban hasta la médula. Pensó en las personas que formaban su manada. Narcisa fue la más sencilla, que tan pronto Draco tiró de ese hilo que los conectaba, la mujer lo miró impresionada. El de Lucius ahí estaba, pero lo dejó intacto. Pansy continuaba ahí, viva, respirando junto a ese "alguien".
Jessica. Lo buscó. El de Jessica habia cambiado y ni siquiera comprendía la razón. Seguía viva, el corazón le latía sereno, pero se trataba de otra cosa.
Su madre lo vendó lo mejor que pudo y Draco volvió a ponerse de pie, se puso un calzoncillo y subió con lentitud la empinada escalera. Los Tonks ni siquiera se encontraban en casa, así que Draco no se preocupó por la hora o meter demasiado ruido. Con delicadeza se recostó en la cama con la cabeza ladeada hacia la ventana; afuera el sol se alzaba a pasos de tortuga.
Quería que el tiempo pasara más rápido y al mismo tiempo que retrocediera. Transportarse a un futuro a través de elipsis que cortaban pedazos de historia, los cuales no estaba seguro de que quería vivir.
—Leí que después de una transformación, lo primordial es el descanso —dijo Narcisa, echando el cabello de Draco hacia atrás—. Duerme cuanto necesites y tan pronto despiertes te traeré el desayuno.
Narcisa cerró las cortinas, al mismo tiempo en que Draco apoyó la cabeza encima de la almohada y se durmió.
Esa noche soñó con un lobo negro de pelo sedoso y uno castaño con brillantes ojos verdes. Le pareció curioso, porque era la primera vez que soñaba con lobos y no se trataba de una pesadilla.
Al menos, no era como la realidad a la que se enfrentaba, en donde sufría las consecuencias de la peor luna llena de su vida.
Esperaba que se tratara de la única. Tan ingenuo era ese murmullo de esperanza que pronto lo apartó junto a la fiebre que lo dejaba moribundo.
• ── ◦ ◦ ── •
El domingo, por la ventana, entró una gran lechuza blanca, que traía un pequeño paquete con varias cartas. El ave las dejó caer en medio de la mesa, con tanta fuerza, que el plato de galletas se tambaleó y los servicios sonaron.
Hermione comenzó a repartir las cartas; todas venían de Hogwarts. Harry fue el único que recibió tres. Aunque la diferencia con Hermione y Ron solo recaía en una.
La primera carta era la habitual: la lista de útiles escolares. La Señora Weasley les arrebató la lista a sus hijos y empezó a murmurar palabras inconexas, mientras hacía los cálculos del gasto escolar anual.
—¡Tantos libros! Y tu Ron, ¡Quiero que corras a probarte el uniforme de tus hermanos! ¿¡Cómo se te ocurre crecer tanto?!
El chico lo miró algo avergonzado, sobre la rebanada de pan sin tostar y la taza de leche chocolatada.
Harry dejó la lista a un lado y abrió el siguiente sobre.
"Sr. Harry James Potter.
Se le informa que ha sido escogido como el capitán del equipo de quidditch de Gryffindor; con esto, recibe el acceso a las mismas instalaciones exclusivas de los prefectos y es el encargado de elegir a los titulares que jugaran el próximo semestre en el equipo de Quidditch.
Esperando la más sincera de las acogidas.
Jefa de la casa Gryffindor y profesora de transformaciones del colegio Hogwarts de magia y hechicería:
Minerva McGonagall".
Harry no pudo esconder la sonrisa y en cuanto levantó la mirada, se encontró con los ojos curiosos de Ginny cerca de la carta para espiar el contenido.
—¡Asombroso, Harry! —gritó la chica, que lo abrazó de improvisto. Harry sintió unas leves cosquillas del pelo de Ginny que lo hicieron ruborizar—. ¡Menos mal quedaste tú!
La mesa que no se enteraba de la noticia, dirigieron las miradas hacia Harry, que aun traía a Ginny colgada del cuello.
—¡Soy el nuevo capitán del equipo! —exclamó Harry, junto al asentimiento de Ginny que volvió a sentarse en su puesto habitual en la mesa—. Aunque eso significa que voy a tener que hacer audiciones... y planear la temporada... y... creo que ya no quiero.
—Solo no te vuelvas un Hood y estarás bien —dijo Fred.
George, al lado de su hermano, fingió un escalofrío antes de soltar:
—Esas mañanas de tener que levantarme a las cinco para practicar son una de mis peores pesadillas.
Harry sonrió aunque no podía quitarse un imperioso pensamiento de la cabeza. Si acababa de ser escogido como capitán del equipo, significaba que la supuesta "restricción de por vida" que Umbridge impuso, había sido una patraña o fue removida. Cualquiera de las dos opciones le parecieron viables, aunque Harry prefería la segunda, porque eso significaría que Umbridge tuvo que comerse esas palabras que dijo con tanta arrogancia y veneno.
La última carta era la que recibían todos los años, en donde eran avisados del inicio de las clases. Harry guardó los comunicados y advirtió de último minuto que dentro del sobre con la carta de la selección, tambien venía un pin.
Era de color dorado con el escudo de Gryffindor en él, además del título "Capitán" abajo del león. Harry se lo enseñó orgulloso a Ron y se lo colocó sobre el pijama.
—Entonces tendré que ponerme a practicar —suspiró Ron—, pero... Harry... Sabes que somos los mejores amigos ¿verdad? Los super, mega, ultra mejores amigos...
—No puedo tener preferencias por nadie, Ron —contestó Harry, con una galleta en las manos—... pero si me das algo a cambio puedo tenerte en consideración.
—¡Harry no puedes tener preferencias! —interrumpió Hermione—. ¡Debes ser imparcial!
—Le quitas todo lo divertido, Mione, además, tampoco es como si ustedes hubiesen sido severos conmigo en su cargo de prefectos.
Hermione se puso roja como un tomate e hizo un mohín con los labios, a lo que Ron pareció satisfecho y Ginny ni se inmutó.
—¿No te preocupa que Harry tenga preferencias, hermanita? —cuestionó Fred, dispuesto a echarle sal a la herida.
—¡Si claro! Primero, Ron juega como Guardian y segundo... ¡Se que soy la mejor cazadora que Hogwarts tendrá el lujo de conocer!
Harry ensanchó la sonrisa y se llevó un bocado a la boca. Ginny le ofreció una mirada que no era ni arrogancia o egocentrismo. Era una mirada de plena confianza en ella misma, y Harry tuvo que aceptar que Ginny ya no era la ingenua niña que Tom Riddle engañó en primero.
El panorama del día quedó claro. La Señora Weasley, levantó los platos y los adolescentes se fueron a cambiar la ropa. Sin siquiera haberlo planeado, iban a matar a dos pájaros del mismo tiro. Ir al callejón Diagon a comprar los útiles para el próximo semestre y, más importante, la esperada inauguración de Sortilegios Weasley.
Los gemelos fueron los primeros en marcharse de la casa. Cruzaron los polvos flu, con los porta-trajes bien afirmados en ambas manos y unas brillantes sonrisas emocionadas en los labios.
Cuando el resto estuvo arreglado, empezaron a entrar en los polvos.
El callejón Diagon, como era habitual, se encontraba repleto de magos y brujas. Harry se maravilló de los colores de los atuendos, las vitrinas expuestas y la felicidad del ambiente. Tal parecía que la neblina del resto de Londres no caía encima del callejón Diagon.
Se percataron de la larga fila afuera de sortilegios Weasley, que aún no inauguraba. Los niños, embriagados de emoción, contaban las monedas que tenían perdidas dentro de los bolsillos, expectantes de que en cualquier momento, aquel ostentoso listón rojo fuera cortado.
Se acercaron a la gran multitud fuera y en menos de cinco minutos; Fred y George, salieron vestidos en dos trajes bergamota. Sin decir nada, lanzaron dos proyectiles y cortaron el listón, dejando la puerta abierta para que esa gran cantidad de niños, entraran despavoridos a la tienda.
Harry y Hermione, entraron de los últimos ya que esperaron a que Molly, Ginny y Ron, se acercaran a los gemelos con orgullo, y los abrazaron con fuerzas. Harry estuvo convencido de que vio como Ron se daba media vuelta, para limpiarse una lágrima y volverse para abrazar a sus hermanos.
Era un local gigantesco de tres largos pisos y con artículos a reventar. Los niños no dejaban de pasearse por todos lados, mientras tocaban los distintos objetos.
Harry tranquilo comenzó a ver los estantes, para percatarse que Hermione acabó por irse a un lado completamente distinto. No se preocupó y siguió recorriendo la tienda. Sacó un paquete de surtidos salta clases (solo por las dudas), y justo al lado de donde estaban dispuestos se encontró con un gran letrero que dictaba:
"¿Quieres cazar a verdaderos mentirosos?"
Harry observó unos caramelos de aspecto inocente que eran dispuestos bajo el cartel. Leyó la composición y pronto cayó en cuanta de que venían rellenos de Veritaserum. Lo pensó un largo rato antes de sacar tres unidades.
Al final de cuentas, se hallaba dispuesto a llevarse todo lo que pudiera servirle en algún minuto. Sea o no legal.
Pasó los libros mordedores y los chocolates rompe dientes, hasta que se detuvo frente a un mostrador lleno de unas piedras de profundo color negro.
—¡Polvos peruanos de oscuridad instantánea! —exclamó George a espaldas, lo que logró que Harry se sobresaltara—. Por lo que veo te estas surtiendo de objetos bastante problemáticos.
—Siempre hay que ser precavido.
George abrió el mostrador y le entregó una piedra.
—Lo mantenemos bajo llave porque pueden causar demasiados estragos. Solo déjala caer al piso y todo a tu alrededor se va a oscurecer... ideal para huidas rápidas. ¿Quieres llevarte uno?
Harry se lo pensó un instante y acabó por asentir. George le pasó la piedra y Harry se acercó a la caja, con la sensación de no tener tanto dinero en los bolsillos como esperaba.
En la caja, Fred hacía cobrar a los niños, justo al lado de una gran fuente llena de pociones de amor. Hermione y Ginny se encontraban cerca, con los ojos puestos en los envases en forma de corazón.
—Como si de verdad fueran a funcionar —suspiró Hermione, entregándole una a Harry—. Nada, en absoluto, puede crear amor.
Harry se quedó con la botellita en las manos, destapó el corcho y olió el contenido. Le llegó una tenue fragancia metálica y cerró el envase para dejarla de nuevo en las estanterías, algo cohibido ante la mirada de varias niñas, que no dejaban de sonreír de manera coqueta.
—No creo necesitarlas —dijo Harry—. Ya llevo suficientes cosas.
Harry y ella se fueron a formar a la caja, con Hermione sin nada porque "sería poco ético de su parte como prefecta". Aun así, no dejaba de mirar algunas cosas, con ansias de querer usarlas.
—¿Por qué no le llevas algo a Draco? —sugirió, tomando un par de orejas extensibles—. Vas a verlo el martes ¿no?
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Harry, con el cejo fruncido
—Es bastante obvio. Todo ese lio con Lupin y la llamada muggle. De todos modos, está bien, pero sería amable de tu parte que le lleves algo, porque no creo que pueda salir de donde sea que esté para comprar los materiales... ¡Aprovecha de llevar el par de orejas! ¡Pueden ser útiles!
Harry dejó los artículos frente a Fred, con la atención puesta en la vitrina detrás del mostrador llena de algo que parecían puffskeins, pero que eran tan pequeños como un pelota de ping-pong, que se apilaban los unos con los otros.
—¡Llévale uno Harry! de seguro que le va a gustar.
Sacó el dinero que tenía guardado en los bolsillos, para darse cuenta de que trajo solo cinco galeones.
—¡No! ¡No! De eso nada Harry —exclamó Fred, que le devolvió el dinero a Harry—. Tú te puedes llevarte lo que quieras gratis.
—¿Qué? ¿Y eso por qué?
—Porque, en palabras sencillas, logramos comprar la tienda con tu dinero; cuando quieras y donde quieras, solo nos avisas lo que quieres y te puedes marchar.
Fred le extendió una tarjeta por el mostrador, con una sonrisa que destellaba cordialidad.
—¡Mándanos una carta! Cuando estén en Hogwarts. Estaremos recibiendo pedidos.
Harry se metió la tarjeta al bolsillo del pantalón y volvió a mirar a los animales.
—¿Qué son esos?
—¡Esos son micropuff! —contestó Fred, con los ojos puestos en las criaturas—. Estos animales son de las cosas más populares, en especial entre las chicas; comen lo que sea y no se molestan ante nada.
Harry vio como un par de niñas jugaban entre ellas con sus micropuff muy contentas. Harry se limitó a arrugar la nariz
—Nah... son muy ya sabes... rosas.
—¡Harry! ¡Pero si son preciosos!
Fred parecía divertido ante la situación frente suyo, pero tuvo que intervenir al ver que la cola se alargaba.
—¡Tambien tenemos verdes, amarillos y azules!, pero ese no es el problema ¿no? ¿Para quién es? —indagó Fred—. ¿O solo para ti? La verdad es que Ron tenía uno de pequeño, pero yo lo usé para practicar como bateador. Rebotan un montón.
Hermione ante esto pareció estupefacta y Harry solo se rió.
—Vale, me convenciste, dame uno... el de color verde.
Fred sacó a la criatura, que ni se inmutó y continuó con los ojos cerrados. Harry tomó el micropuff y lo metió en el bolsillo del pantalón.
Los dos salieron de la tienda y Harry encaró a Hermione que no dejaba de sonreír como boba.
—Nuestro secreto.
—Si, si... —dijo Hermione, que se agachó para rozar con el dedo el pelo verde que sobresalía del bolsillo de Harry—. ¡Que ternura! De seguro que le va a gustar.
—Si... de seguro que en un apuro sirven de bocadillo de emergencia.
—¡Harry!
El chico rio y los dos comenzaron a recorrer las calles con la lista de útiles en las manos. La señora Weasley ya debía estar en las tiendas, en esa búsqueda incansable de cada año.
No obstante, antes de entrar a la librería, Harry se percató de como dos figuras entraban hacia el callejón Knockturn. Harry se escondió, al mismo tiempo en que sujetó a Hermione del brazo y le señaló la tercera persona encapuchada que entraba, pero que dejaba al descubierto, un opaco mechón rubio.
—Lucius.
—Harry, no vayas —susurró Hermione, siendo ella quien ahora retenía a su amigo por el brazo—, no seas imprudente.
Harry vio a Ron que salía de la tienda y que observaba a todos lados, escudriñando algo. Luego de ver el gesto que Harry le hizo, Ron se acercó.
—¿Qué hacen aquí escondidos?
—Acabo de ver a Lucius Malfoy entrar.
—¿Enserio? ¡Hay que seguirlo!
Hermione miró atónita a sus amigos, que se metieron por el pasillo que conducía al callejón Knockturn. Resignada, decidió seguirlos, porque tampoco quería quedarse ajena a la situación.
El contraste fue intenso. La neblina les dio de lleno, en parte porque era tan densa que debían ir con precaución por donde andaban y todas las calles tenían un ese olor putrefacto combinado con un mal desagüe. Bajaron el ritmo, mientras tomaban de guía la espalda de Lucius, que se metió a una tienda al final del callejón.
Harry se apresuró a subir por la escalera de incendios del lado y sus amigos, tras mirarse entre ellos dudosos, lo siguieron. Se acercaron a la ventana de la tienda, que se hallaba semiabierta y tomó el par de orejas extensibles que Hermione "obligó" que Harry se llevara.
—Te dije que iban a ser útiles —masculló la chica, mientras Harry dejaba entre los tres una oreja y la otra la bajaba con cuidado hasta quedar un par de metros encima del hombre más alto de los tres.
Harry reconocía haber estado en ese lugar antes, aunque no mencionó nada. Segundo año por error. Vio la mano esquelética que lo apresó y el sarcófago lleno de pinchos donde se escondió.
—¿Estás seguro de que funcionará, Greyback? Nos arriesgamos por esta única oportunidad —dijo Lucius, que se bajó la capucha de la túnica y tocó la campana varias veces más—. Debe funcionar, porque si no...
—¿Si no que, Lucius? Esto para mi es un juego de ganar-ganar y lo sabes bien.
—¡Ambos dejen de discutir! —chilló Bellatrix, que descubrió la gran cabellera desde debajo de la túnica— ¡Borgin! ¡Cuánto tiempo que no nos vemos!
Un anciano pequeño y con aspecto enfermizo, miró con verdadero horror a Bellatrix que se acercó a abrazarlo como si fueran amigos. Lucius mantuvo el impasible semblante, aunque mostraba un aspecto raído, con una barba sin cuidar y tan delgado como Draco; sumado a ambos, Greyback sonreía, lo que dejaba expuesto unos colmillos feroces, mientras se paseaba por la tienda como si se tratara de un león enjaulado.
—Borgin, vinimos a ver algo de aquí —avisó Lucius, al girarse hacia Greyback—. ¿Una bola de cristal?
—¡Claro, claro! Tengo varias, esta, por ejemplo, predice fechas de muertes... —comenzó el hombre, que enseñó una bola de cristal, de un color oscuro— Esta otra: el clima.
—No ese tipo de bola de cristal —interrumpió Greyback, quien señaló con las garras una bola de gran tamaño, azul marino, que flotaba sin necesidad de soporte, mientras grandes anillos dorados lo rodeaban—. Esa de ahí.
—Oh... una bola mágica; curiosa elección —dijo Borgin, al tomar la varita y bajar la bola hasta dejarla encima del mostrador—. Es una lástima que esté defectuosa...
Greyback se acercó a la bola y, con la uñas rozó el cristal ocasionando un chirriante sonido.
—Borgin ¿Cuántas de estas cosas hay?
—Solo se fabricaron seis. Esta es la numero cuatro —contestó el hombrecillo, que apuntaba con la varita el numero escrito debajo de la bola—. Están en los ministerios más importantes del mundo, aunque la del nuestro, por lo que leí, se rompió y la última está perdida.
—Sigo sin entender... ¿por qué nos serviría una estúpida bola para lo que necesitamos? —preguntó Bellatrix, con ambos brazos cruzados, mientras se apoyaba en el hombro de Lucius, que se veía muy incómodo.
—Típico de ustedes... No es cualquier tipo de bola —señaló Greyback, —. Puede absorber la magia de la persona que la utilice... dejarlo como un muggle.
Los chicos se miraron entre ellos, estupefactos y volvieron a posar la mirada encima de los mortifagos.
—Y... bueno, tiene varias facultades mas ¿no es así, Borgin?
El hombre tembló en cuanto Greyback lo tomó del hombro y se agachó—. Eres un licántropo muy poderoso...
—No lo suficiente —gruñó Greyback—. Mientes, Borgin. Huelo tu miedo y no solo eso... ¿A quién le vendiste la otra bola?
Lucius y Bellatrix, apuntaron las varitas hacia el hombre, quien se puso pálido.
—Era alta, morena... dijo que era astrónoma. No me dio su nombre, solo que... la necesitaba; el año pasado.
Greyback empujó al hombre y la bola, dando ambos contra el suelo. Encendido de cólera, sostuvo la mesa y la golpeó en un arrebato tan animal que atravesó el mostrador.
—¡Hija de puta!
—¿¡Quien la tiene, Greyback?!
Greyback sacó el puño que se manchó de sangre de él mismo, y se puso la túnica. Cerca de la puerta miró con repudio a Borgin.
—Aurora Sinistra, la bola que necesitamos está en Hogwarts.
Greyback salió de la tienda dando un portazo y se desvaneció en la neblina. Lucius, le dio una patada al sarcófago y se largó.
—No te mato, porque aún puedes ser útil —dijo Bellatrix, que tambien se marchaba—, nos vemos~.
Harry subió con cuidado la oreja extensible y miró a sus amigos sin saber que decir. Bajaron y se apresuraron en irse del callejón Knockturn, para hablar.
—No entiendo nada... Esa cosa, ¿puede absorber magia? ¿Eso es posible? —cuestionó Ron—, ¿no es ilegal?...
—Debe serlo, Ron. Además, pareciera como si Greyback supiera mucho del tema —contestó Harry.
—Lo busqué, Harry, pero no lo suficiente —dijo Hermione, apenada— voy a tener que ver que más encuentro de Greyback.
—Eso no es lo preocupante ¡¿No irán a buscar la bola al colegio!? ¿Verdad? —puntualizó Ron, mordiéndose el labio.
—Ni idea, pero si el artefacto está en Hogwarts, quiere decir que Dumbledore sabía el peligro que significaba —respondió Harry—. Quien debe saber más de que trata es Malfoy.
—¡Ese idiota que va a saber! ¡Deja de estar tan obsesionado, Harry! —farfulló Ron—. Aunque es bueno en astronomía...
Hermione hizo una mueca extraña, desvió la mirada y agregó de mala gana:
—El mejor... ese imbécil es el mejor en astronomía, estaba en las clases extra de la profesora Sinistra ¿no?
Harry asintió y metió la mano en el bolsillo con el micropuff, para acariciarlo y tranquilizarse un poco.
—No saquemos conclusiones apresuradas... ya me encargaré de interrogar a Malfoy. Ahora, solo nos queda comprar los materiales y, averiguar un poco más de Greyback.
Hermione por un momento se detuvo y tiró de la manga de Harry.
—¡Ya me acuerdo! ¡La esfera del ministerio, Harry! Tú la rompiste.
—¡Mierda! ¡Es verdad! Harry, rompiste un objeto de edición limitada.
Harry se frotó la frente. Ese día sucedieron— y rompió— tantas cosas, que casi lo olvidaba. En el instante en que Hermione se lo señaló, Harry volvió a saborear la exquisita imagen que la bola le brindó.
—Si, me acuerdo... lo conversaré con Malfoy, él parecía saber algo ¿verdad?
Ron y Hermione asintieron y Harry alargó un suspiro. No tenían ni idea de cómo empezar a estudiar ese tema.
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Notas:
1) Labour: Paris Paloma.
Hola!
No tengo ni una duda acerca al hecho de que Lupin le escoja a Harry la ropa a medida, porque Harry comparte gustos con James. Headcanon.
Adivinen quien editó esto el dia antes! Yep. He tenido mucho trabajo en la escuela (¡Odio ser de ultimo año! Ya quiero mis vacaciones de vuelta) y además me he puesto a escribir otros relatos que me emocionan mas que editar, ¡Hay que ser sincera! Escribir es sencillo, editar es tedioso jajaja.
THE_MACHINE
PDTA: La canción de este capítulo, no tiene mucho que ver la verdad, pero me moría de ganas de ponerla porque la he estado escuchando en loop durante todo el dia ajjaja.
