"Ansiedad, dar vueltas y vueltas mientras duermes.
Incluso si huyes todavía los ves en tus sueños.
Está tan oscuro esta noche; se ve bien, duérmete.
Está bien, entra y háblame." ¹

• ── ◦ ◦ ── •

No fue capaz de dormir en toda la noche y, cuando Ron lo zarandeó en la mañana, el sonido de los anillos de la cortina interrumpió la marea de pensamientos que lo acechaba. Su amigo se sorprendió un poco al ver a Harry, metido entre las sábanas que parecían incómodas, con los ojos muy abiertos.

—Dame una razón para que no me quede acostado todo el día.

Ron frunció el cejo; el pelo le caía brillante y húmedo, además que emanar el intenso (y algo abrumador) olor a la colonia que Lavender le obsequió. Harry continuó a la espera de una respuesta, y Ron terminó por concluir que su amigo se había vuelto un maniático; sin embargo y como siempre lo hacía: le siguió el juego.

—Primera hora: Snape y va a evaluar avances en magia no verbal. ¿Crees que me irá mal? Todavía no soy capaz de atacar y Hermione no me quiere enseñar…

—Te irá bien… son avances.

Ron emitió un ruido pensativo y relajó el cejo antes de apuntar a Harry con la varita. Harry cerró los ojos, hasta que sintió que su cuerpo se elevaba un poco y volvía a caer.

—¿Qué tratas de hacerme?

—Un levicorpus —pronunció Ron, y Harry, de un segundo a otro, se vio en el aire—. ¡Lo siento!

Al concluir el hechizo, Harry cayó de golpe contra el colchón, con las risas de Seamus de fondo las cuales terminaron por hacerlo despertar completamente.

Harry soltó un gruñido enfadado, mientras afrontaba un nuevo día de decisiones irracionales y falta de sueño.

Se duchó en un afán de quitarse esa extraña pesadez matutina casi insoportable. Le dolía la cabeza y el corazón, poco a poco, aumentó de ritmo, junto a los repentinos temblores en sus dedos que le imposibilitaron cerrar los botones de la camisa. Sin la corbata puesta, se sentó junto a la ventana.

—¿Harry? ¿Qué haces ahí? —le preguntó Ron cerca de la entrada del dormitorio—. El desayuno…

—Ron, adelántate, voy enseguida.

Ron salió del cuarto y quedó en completa soledad. Abrió la ventana y se puso un cigarro en la boca. Despertó con la garganta seca y era consciente de que fumar no le iba a sentar demasiado bien, pero aun así lo hizo, ya que no concebía la inmensidad de la verdad que trató de asimilar toda la noche.

Había sido real.

Habían sido reales.

No durmió para ver si podía saborear una segunda vez los labios de Draco. No durmió para discernir que eso no fue una mala pasada de su incontenible fantasía.

Lo de ambos fue auténtico y, no solo era indiscutible, sino que también era natural.

El destino, lo designado por el universo o los malditos poderes místicos de la luna de Malfoy; hicieron a Harry la persona con la que Draco se encontraba enlazado.

—Tal parece que me persigue eso de ser El elegido —ironizó Harry para sí mismo, mientras dejaba escapar el humo de la boca— ¿Qué mierda hago?

Al terminar el cigarro lo apagó contra los rieles de la ventana y fue capaz de terminar de arreglarse. Apestaba y percibía la boca rasposa, pero tampoco le interesó mucho.

Salió de la sala común, que a esa hora ya se encontraba casi vacía y bajó a través de un pasadizo que conocía de memoria para llegar al comedor. Recorrió las largas mesas y decidió sentarse junto a Ron, porque prefería escuchar los comentarios melosos de Lavender que los reproches de Hermione por el olor que traía encima.

Ese día (el que ahora vivía) lo quería pasar lo más tranquilo posible; ya que lo sentía casi como una ilusión.

Vio la porción de cereales en el pocillo y llevó la atención a la mesa de Slytherin, para darse cuenta de que Draco no fue a desayunar o que tal vez vino más temprano de lo habitual (lo que era factible). El motivo era probablemente Harry, quien supuso que en esos momentos (y después de la noche vivida) era normal sentirse el ombligo del mundo.

La imaginación le llegó a eso y solo eso: el beso. Nunca fue lo suficiente ingenuo —y masoquista—para tratar de idear el paso siguiente.

Volvió a ver los cereales con menos apetito y miró a Hermione con un atisbo de pánico que la chica no comprendió.

Draco fue claro y lo recordaba al dedillo— porque desde que cayó en cuenta de que albergaba sentimientos por el chico, decidió apreciar cada instante que vivieron juntos del año anterior. Este tipo de relaciones gays o lésbicas y como la comunidad mágica no las aceptaba, pero tampoco era aprobado la licantropía y mucho menos una amistad entre un Gryffindor y Slytherin.

¿Tan siquiera podrían considerarse amigos? ¿Cuántas reglas se hallaban decididos a romper?

Eran tantos los pensamientos que se aglomeraban en la cabeza de Harry que lo único que hizo fue masticar los cereales sin nada y seguir a Hermione como una sombra hasta la sala de defensa contra las artes oscuras.

En la puerta aguardaba Draco, con ese talante altivo, los ojos grises llenos de astucia, el pelo largo que Harry tocó, los labios finos que Harry besó con una actitud que no sabía de dónde sacó y ese cuerpo que… Y parecía que ninguno de los dos estaba preparado para verse aún.

Juraba que nunca había visto a Draco ponerse tan rojo. Llegó al punto de que el chico tuvo que meterse al aula para evadir a Harry.

—¿Harry estás bien? —preguntó Hermione alarmada al ver a Harry no entraba al aula—. No comiste nada y ahora estás ardiendo y ¿hueles a cigarro?

—No, Mione, son imaginaciones tuyas.

De alguna forma entró a la sala y se sentó en el puesto junto a Hermione, que no dejaba de darle miraditas a Pansy quien se mostraba igual de confundida acerca del estado de fingida indiferencia de Draco.

En cuanto Snape evaluó a Harry, el chico supo que el hombre venía predispuesto a desaprobarlo, pero pasó con la nota mínima gracias al dominio que poseía con los encantamientos defensivos. El resto de la clase, se la pasó tirado encima del pupitre, con la mirada puesta en Draco para estudiarlo dese todas las aristas posibles. El cómo el rostro se le iluminó por una fracción de minuto al invocar un impresionante incendio y la sutil sonrisa avergonzada que se posó en sus labios justo después de que Pansy lo atacara y no fuera capaz de defenderse. Snape le puso la nota máxima, a pesar de que el desempeño que tuvo fue idéntico al Harry.

Draco al terminar, le dedicó un vistazo a Harry y este la bajó como si no lo hubiera vigilado la clase completa.

Así pasó la mañana y cada vez que se cruzaba con Draco entraban los dos en un corto circuito que los obligaba a voltearse y salir escapando del lugar.

«Al menos no soy el único que actúa patético» pensó Harry para su propio consuelo.

Durante la hora libre de la mañana estudió el libro del príncipe con ligereza, hasta que a eso del almuerzo se percató de que esa dinámica no podía continuar por más tiempo. Qué no quería que continuara por más tiempo. Draco no fue a almorzar, cosa que era extraña en quien pasaba el día entero con un hambre voraz.

En herbología volvió a enfrentarlo, esta vez con una actitud socarrona. Deseaba ver todas las maneras en la que la cara impasible de Draco se contorsionaba de ansiedad o vergüenza, como si quisiera ser él quien metiera la cabeza dentro de la tierra y no las semillas de sopódoro que les tocaba plantar.

—¡Malfoy! ¡Por Merlín! —exclamó Daphne molesta, que empujó al chico— ¡Me mojaste mis zapatos nuevos!

Draco pestañeó y se fijó su maceta la cual se acababa de inundar. Daphne le tiró tierra encima a modo de venganza y con las risas amigables del resto de Slytherin, se dispuso a tratar de arreglar el desastre que hizo con la planta. Harry también se rio y Draco al escucharlo, dejó de prestar asistencia a la plata y emitió un sonido molesto.

Harry decidió que necesitaban hablar las cosas, porque se moría por molestar a Draco cara a cara y no con miradas ambiguas.

Devuelta en la habitación, tras la clase, ubicó a Draco (gracias al mapa) en las cocinas. No se esperaba verlo ahí, pero Harry se encogió de hombros y se encaminó.

Era la hora del té, aunque Harry era uno de los que no acostumbraban a comer nada a esa hora y en lugar de eso, mordía un par de caramelos de camino a hacer otra cosa; no obstante, al pasar por el comedor, advirtió de que unos pocos estudiantes conversaban mientras devoraban galletas, cosa que lo hizo preguntarse por qué Draco prefirió recluirse en las cocinas.

Dentro un olor a delicia lo embriagó, al igual que las sonrisas de varios elfos domésticos que dejaron de limpiar los platos por un segundo y se voltearon para saludarlo.

—¡Oh! ¿Harry Potter gusta de tomar el té en la cocina? —preguntó Dobby, con alegría.

—Sí, Dobby, me gustaría… si se puede.

—¡Claro! El joven Malfoy igual está tomando el té aquí. ¡Dobby pondrá los servicios para Harry Potter!

Notó el gesto alarmado de Draco. Harry casi se ríe al verlo alzar ambas cejas y sacar la lengua al llevarse un poco de té demasiado caliente a la boca. Se tragó la carcajada y avanzó entre los elfos domésticos para dejarse caer en la silla al frente de Draco.

La mesa, aparte del juego de té y la comida, se encontraba repleto de trabajo escolar. Apuntes de materias, libros de textos, plumas e incluso un ejemplar del profeta.

—¿Estudiabas?

Draco se limpió la boca con una servilleta y Harry identificó que se arregló el pelo con el reflejo de la cuchara.

—Eh… sí bueno. — El chico tomó un sorbo de té y recuperó ese carisma tan peculiar de él— Estudiaba hasta que me interrumpiste.

Harry decidió ignorar el comentario.

—¿Siempre tomas el té aquí?

—¿Quién te dijo que estaba aquí?

Harry se encogió de hombros y le enseñó el mapa que sobresalía de la túnica.

—Agh…

—No entiendo por qué siempre me preguntas eso, si ya sabes que puedo dar con cualquier persona—le respondió. Draco puso los ojos en blanco—. En fin, ahora contesta mi pregunta anterior.

—No siempre, a veces; cuando tengo demasiada hambre y me concentro mejor en mi tarea si escucho el ruido de los elfos. Llega a ser un poco relajante de hecho.

—Qué raro… yo prefiero el silencio.

Wow, Potter, no tenía ni idea de que tuvieras tan siquiera la necesidad de estudiar. Pensaba que por ser el elegido te regalaban las notas.

Dobby le sirvió una taza de té acaramelado y Harry examinó por encima la letra desordenada de Draco. Era como si siempre tuviera prisa para anotar las ideas que le llegaban a la mente. Muchas ideas para una mano que era incapaz de seguirle el ritmo. Harry a veces se preguntaba porque no encantaba una pluma y hacía que esta escribiera por él.

—Eres un caso, en serio—gruñó Harry—. Por eso me voy a quedar hasta que termines de comer.

—Pierde el tiempo como quieras, no es mi problema.

Dobby fue a continuar con sus labores y Harry sonrió, ya que llevaba esperando ese instante de soledad con Draco sin siquiera se consciente de esto.

Echó tres cubitos de azúcar al té y esperó a que se enfriara un poco.

—Nunca he considerado el estar contigo como una pérdida de tiempo.

Draco, que acababa de morder una galleta, se atragantó al escuchar a Harry. Un par de elfos se voltearon alarmados, pero pronto se recuperó y estos regresaron al trabajo.

Potter

—Estamos en privado.

—¡No, no es así! —replicó Draco, que señaló a los elfos—. ¿Qué pretendes?

—¿Eso no es obvio? Trato de… ¿Cómo se dice? ¿Ligar? ¿Coquetear? ¿Seducirte?… ¡Trato de hacer que caigas rendido por mí! ¿Está funcionando?

Draco se mordió el labio, soltó un suspiro y se sirvió otra taza de té desde la tetera a un lado. Harry no gozaba la suficiente fuerza de voluntad para dejar de observar los pálidos dedos de Draco.

—No pienso responder a eso —contestó Draco—. Además, deberías dejar de malgastar tu tiempo y hacer la tarea de transformaciones para el lunes, que estoy seguro de que no has hecho.

Lo conocía bien porque en efecto todavía no se ponía a redactar los veinte centímetros acerca de hechizos conjuradores que la profesora McGonagall mandó; pese a esto, volvió a ignorar el comentario, se quitó el anillo que traía colgado del cuello y lo dejó entre medio de ambos. Draco posó la vista encima del accesorio sin comprender el motivo de esta acción.

—Combina con tu arete.

Draco se tocó la oreja y se quitó el piercing para colocarlo al lado. Ambos accesorios a juego sin ser la intención inicial.

—Tengo buen gusto; las serpientes son geniales.

Draco agarró el anillo que le obsequió a Harry y sonrió.

—Me gustaba mucho ese anillo.

—¿Entonces por qué me lo regalaste?

Draco desvió la mirada como si se estuviera maldiciendo por haber confesado lo anterior.

—¿De verdad quieres que te lo diga?… es vergonzoso.

El anillo volvió a ser dejado entre medio de ambos y Draco se puso de nuevo el pendiente. Harry se enderezó en la silla, ansioso por el motivo.

—¿Por qué? Pudiste recriminarme mi curiosidad, pero… ¿Por qué regalármelo?

El té, en ese punto ya estaba templado e ideal para ser tomado. Un delicioso aroma a pastel de cereza inundó la cocina, todo apuntaba a que esa noche, para la cena, sería una de las opciones en el banquete.

—No pienso decirlo aquí. Primero termina de comer y haz la tarea.

Harry hizo un mohín con los labios, se volvió a poner el colgante y Drago le extendió un trozo de pergamino, junto al libro de texto y una pluma; por lo que no le quedó más que obedecer.

De por si la noche anterior Draco le mencionó lo patético que le pareció haberse besado en el suelo del baño, por lo tanto, supuso que también juzgaba vergonzoso el hablar de esos temas en una cocina llena de elfos.

Ahora que lo colocaba en retrospectiva, sí que era bastante extraño hablar de eso en las cocinas.

Draco leyó el periódico y Harry comió sin prisa, en realidad estaba hambriento y un ataque hormonal no le iba a saciar.

Draco tenía entrenamiento de quidditch a las cinco, pero por la tranquilidad que demostraba, Harry infirió que estaba dispuesto a llegar tarde o de por sí, ausentarse.

Con todo, vio los libros y se dio cuenta de que las ganas de hacer tarea eran equivalentes a cero.

—Déjame copiarla.

—¿A cambio de qué?

—Lo que quieras.

Draco emitió un ruido pensativo y no agregó nada, pero metió todas las cosas de un movimiento de varita dentro del bolso y se fue al fregadero para lavarse las manos; por lo que infirió que aceptó su propuesta.

—Bien: sígueme.

Harry del mismo modo se lavó las manos, aunque pronto las metió dentro de los bolsillos del uniforme por el frío que sintió al salir por la puerta trasera del patio.

Ese año se pronosticaba un invierno duro. De esos que persistían hasta marzo y aun a mediados de abril debían salir con la chaqueta puesta.

Harry no hizo ningún comentario y caminó detrás de Draco, hacia quién-sabe-donde. Draco avanzó junto a Harry hasta el sauce boxeador; observó a ambos lados, para asegurarse de que no hubiera ningún curioso por el lugar e inmovilizó el árbol con magia.

—¡¿Qué?! ¿Cómo sabes…?

—Por Merlín, Potter, deja de hacer preguntas estúpidas-

Tan pronto entraron el sauce volvió a sacudirse. Avanzaron por ese estrecho camino por minutos que parecieron eternos hasta que llegaron a la casa de los gritos, donde Draco abrió la trampilla y dejó que Harry entrara primero.

—Qué caballerosidad.

—Aprendí del mejor Gryffindor —ironizó–—. Venga, entra rápido, que esto lo tengo más que prohibido.

El sitio yacía igual que siempre, con un olor a encierro, y destrozado. Harry sintió cierta resiliencia a la hora de subir la empinada escalera por los recuerdos que le evocaba el segundo piso, pero confió en Draco y lo acompañó.

—Hace poco Madame Pomfrey me enseñó como abrir las ventanas.

Draco apuntó con la varita y pronunció un hechizo que Harry no alcanzó a oír. Las tablas se despegaron del cristal y Draco pudo abrir la ventana, lo que dejó que una fresca brisa inundara el lugar.

El suelo era cubierto de tierra y arañazos, pero luego de un Fregogoteo de Draco, quedó sin suciedad, aunque las marcas de las garras aún eran visibles en la madera.

—Prefiero el suelo del baño.

—Tú ya escogiste sitio, ahora me toca a mí —señaló Draco y se sentó en el piso—. Este sitio me hace sentir cómodo.

Se sentó al lado de Draco, que acababa de prender un cigarro. Harry trazó con la mano una de las marcas, se preguntó si esa era una que hizo Draco o que quizás le pertenecía a Lupin. Además, notó en Draco un destello singular que en el pasado hubiese interpretado como incomodidad, empero ahora que conocía la gran gama de gestos del chico, notó que era diferente.

Era una especie de miedo reprimido.

Draco enfrentó a Harry y estiró el brazo para tomar el colgante.

—Ese anillo lo compré en el callejón Diagon, poco después de conocerte ¿te acuerdas?

—Eras el niño engreído de la tienda de túnicas.

Draco hizo una mueca burlesca—. El mismísimo. Recuerdo que lo vi y pensé que cuando volviera a verte te lo regalaría, para "sellar nuestra amistad" o algo así. Una estupidez de niños, pero en mi cabeza sonaba como una mierda espectacular.

Harry recordó ese momento y el desagrado que le trasmitió ese Draco.

—Creí que te parecí estúpido —reconoció Harry.

—Para nada: pensé que eras tímido, pero no tenía ni idea de que eras el niño que sobrevivió ni nada. En esa época me gustaba recolectar amistades igual que estampillas para un álbum

Los dedos de Draco soltaron el colgante, pero Harry alcanzó a tomarlo de la muñeca para evitar que se guardara la mano dentro del bolsillo. Sin mencionar nada, Draco inhaló más del cigarro y exhaló con la nariz.

—Bueno, de todas formas nos peleamos en el tren y guardé el anillo porque me parecía bonito, pero nunca lo utilicé. Supongo que aún albergaba la esperanza…

A Draco le comenzaron a brillar los ojos y por el pulso que Harry lograba percibir, notó que el corazón se le aceleraba.

—Escucha: soy de lo peor para estas mierdas ¿vale? Pregúntale a Pansy, ella te lo confirmará.

La ceniza cayó de la colilla y Harry sintió que Draco deslizaba el agarre para entrelazar las manos y dejarla a un lado.

—¿De qué albergabas la esperanza?

—Si ya lo sabes ¿Por qué quieres escucharlo? —bufó Draco, molesto—. Es absurdo: lo que se ve no se pregunta.

—Porque quiero estar seguro. Yo lo tengo claro.

Draco le entregó el cigarro y Harry fumó un poco antes de soltar el aire por el costado de la boca. En aquel punto se encontraban tan cerca y tan tranquilos que el beso resultó natural. Harry apagó el cigarro y hundió los dedos en el pelo del otro chico, que mantenía los párpados cerrados.

Sabía a cigarro. Eran los Marlboro de Sandía que Eddie vendía, no el sabor preferido de ninguno de los dos, pero con la suficiente cantidad de sustancia letal para que se quedaran un largo rato probando ese sabor desde la boca del otro, en un afán de saber si eran capaces de distinguir un gusto distinto.

Al separarse, Draco abrió los ojos y Harry los encontró serenos, con una profundidad que siempre le hipnotizaba.

—Esperaba que algún día aceptaras mi amistad y por fin, podría darte el anillo.

Harry sonrió y abrazó a Draco. Ayer también lo hizo, pero se hallaba seguro de que nunca se cansaría de hacerlo. Entrelazó las manos detrás del espalda delgada del chico y posó la cabeza en el hombro con una sonrisa inmensa que le adornaba el rostro. Draco pareció extrañado, pero palpó la cabeza de Harry sin saber qué hacer con las manos ahora que no las tenían unidas.

—Pero ya no somos amigos.

—Eso es obvio, Harry —dijo Draco, que deshizo un rulo con los dedos.

Se quedaron en silencio un rato, con Harry con deseos de preguntar una única cosa.

—Oye… dime: ¿Qué somos? —le susurró cerca del oído—. ¿Novios?

Harry se separó de Draco y lo escudriñó expectante, a lo que recibió otra caricia en la cabeza.

—Si eso te hace sentir bien de alguna manera… —suspiró Draco. Harry lo volvió a abrazar, pero Draco lo separó—. ¡Está bien! Tampoco es necesario que te me refriegues tanto.

Harry no pareció convencido, porque se enderezó e hizo un mohín con los labios.

—Bien, entonces mi primera condición es que no volvamos a este lugar para hablar en privado.

—Entendido, es un pésimo sitio, lo comprendo. Mi primera condición es que no te refriegues tanto.

—Y mi segunda

Draco lo calló con un beso, cosa que hizo que Harry se sorprendiera, pero pronto volvió a acostumbrase. Todavía no descifraba quién llevaba el ritmo del contacto, era como si los dos estuvieran en tan perfecta armonía, que no necesitaban ejercer presión de ningún modo para trasmitirse los sentimientos que conservaban.

—Dejemos de poner condiciones —dijo Draco, una vez se separó— porque no terminaremos nunca.

Harry pareció satisfecho con eso, asintió y volvió a besarlo, con la certeza de que, si seguían con esa fórmula—caricia, beso, risa y repetir— iban a desarrollar otra adicción a la que tener que hacerle frente.

Era un hecho, se convirtieron en eso: lo que estaban destinados desde un comienzo a ser.

• ── ◦ ◦ ── •

Notas:

1) Talk to me: Cavetown.

Hola!

Primer aviso: la relación de Harry con Draco se traduce en un grumpy x sunshine, o al menos así será en un inicio. Estuve decidida a hacerlos al principio super fluff y enamorados, tal como sucede en la realidad, que cuando uno comienza con una relación todo es color de rosa y con el paso del tiempo uno sencillamente se acostumbra.

Como ya dije en el capítulo anterior: Lover era.

¡Estoy super feliz por la reacción ante el capítulo pasado! Siempre el primer beso se me hace el más complicado de relatar y me fascina saber que logré el efecto que tanto quería en todos ustedes.

¡Muchas gracias por leer y anticipo que aún queda historia para rato!

Ahora estamos en fluff.

En unas cuantas actualizaciones más retomaré el angst.

THE_MACHINE.

PDTA. Próximo capítulo Q&A, ¡dejen sus preguntas!