Bien. Hola a quienes lean esto. Estoy feliz de poder actualizar el día prometido, pensé por un momento que no lo lograría.
Quiero agradecer a Wtf, Garrosh y jean d´arc por sus comentarios y desearles lo mejor. Bien, eso es todo. Vamos a lo que nos interesa.
Disclaimer: todo lo que puedan reconocer pertenece a G.R.R. Martín. Yo solo lo uso para entretenerme y tratar de entretener a otros.
Catelyn
El día en que la capturaron fue el peor de todos. Se había resistido con uñas y dientes, peleando con una fuerza que no sabía que aún poseía. Había arañado a uno en la mejilla, dejándole 5 líneas rojas que se la cruzaban de lado a lado. El hombre lastimado le había dado un golpe con el guantelete en la mejilla, tan fuerte que la cabeza le había retumbado antes de caer en la oscuridad. Cuando volvió a abrir los ojos, estaba a bordo del barco. Solo fue capaz de reconocer un cuarto con paredes de madera y el sonido de las olas antes de volver a desmayarse. Esto se repitió varias veces, abriendo por unos breves momentos los ojos antes de volver a caer en la inconsciencia, hasta que logró mantenerse consciente del todo. Cuando pudo hacerlo se dedicó a examinar lo que la rodeaba.
Escuchaba voces y pisadas caminando por arriba, por lo que dedujo que estaba bajo la cubierta. La bodega en la que estaba contenía varios barriles que parecían tener, a juzgar por el olor y los ruidos que salían de ellos, agua dulce y cerdo en salazón. A través de un agujero en una de las tablas un rayo de sol penetraba en la nave; con él podía saber si era de día o no.
Estaba encadenada a la pared con 2 juegos de cadenas, uno en los tobillos y el otro en las muñecas. Los grilletes la lastimaban cada vez que los movía mucho, y el golpe que había recibido mandaba punzadas en su cabeza durante todo un día antes de disminuir.
No era la única prisionera. Eran en total unos 20, todos encadenados a las paredes o al techo de madera. Unos pocos eran hombres, muchachos jóvenes, el mayor de los cuales apenas tenía una sombra de barba en el rostro ancho y pálido. Otro de ellos tenía un rostro hinchado por los golpes. Pero la gran mayoría eran mujeres, con cabellos raídos y expresiones asustadas. La mayor era ella; la menor no tendría 10 días del nombre.
Estaban mayormente en silencio, aunque de vez en cuando una de las chicas, una de cabello color caoba y ojos azules brillantes, se largaba a llorar de manera desconsolada. Fue en una de esas ocasiones, quizás la cuarta o la quinta, cuando uno de los hombres, que estaba encadenado al techo con sus manos juntas sobre su cabeza, le dirigió su atención.
"¡Ya cállate, maldita zorra!" le gruñó, apretando los dientes tanto que apenas se le entendieron las palabras. La chica solo sollozó más fuerte. "¡Que te calles, te dije!" los sollozos continuaron "¡CÁLLATE!" rugió, en una voz tan fuerte que Catelyn no pudo evitar estremecerse, al igual que los demás prisioneros. Todos excepto uno, una chica de unos 20 años y de cabello rubio que se encontraba encadenada junto a la puerta. Miró al hombre que había gritado y le dirigió unas palabras con un tono de certeza absoluta.
"Has cometido un grave error; lo pagarás muy caro" susurró, pero Catelyn alcanzó a oír. No tuvo que esperar mucho para entender a qué se refería la chica; un hijo del hierro, con cota de malla y un cinturón del que colgaba un hacha, entró y golpeó al gritón con tal brutalidad que se hizo audible la ruptura de los huesos bajo las manos cubiertas con guanteletes de metal. Siguió en eso hasta dejarlo inconsciente. Para ese entonces, tenía el rostro y los puños manchados de sangre. Miró una vez a su alrededor y pronunció unas palabras.
"¿Alguien más quiere levantar la voz?" su tono sugería que nada le habría encantado más. Nadie habló. Giró una vez más y salió, no sin antes cerrar la puerta.
Se mantuvieron así, con solo el sonido de los sollozos ocasionales y las olas durante lo que debieron haber sido horas, hasta que otro hombre volvió a la habitación. Le tiró a cada prisionero un pedazo de pan mohoso y les dio un sorbo de agua dulce antes de irse. Catelyn devoró su comida con ansia, dándose cuenta recién de lo hambrienta que estaba. Cuando terminó se acomodó lo mejor que las cadenas lo permitieron y se dispuso a dormir. Estaba por cerrar los ojos cuando una voz habló.
"¿Cómo te llamas?" abrió los ojos y vio que una de las mujeres, una pelirroja de grandes ojos marrones y labios delgados le hablaba a la chica que había sollozado. La chica la miró con los ojos rojos por las lágrimas durante unos segundos.
"Dalya" le contesto en un susurro.
"Yo me llamo Noba" le contestó, antes de empezar una conversación.
Catelyn solo cerró los ojos, guardó silencio y no dijo nada. Escuchó los susurros que Dalya y Noba intercambiaban, aunque hubiera preferido no hacerlo, y así se enteró de las historias de ambas.
Ambas eran norteñas; habían nacido en aldeas de la Costa Pedregosa, donde la pesca era el medio principal de subsistencia. Noba no llevaba ni 3 lunas casada cuando los hijos del hierro atacaron su aldea y la quemaron. Lo último que había visto antes de ser arrastrada lejos de las ruinas ennegrecidas había sido el cadáver de su esposo, Gorn. Dalya no tenía más familia que un hermano que había sido reclutado por los Glover de Bosquespeso cuando convocaron a sus vasallos para marchar hacia Invernalia.
Catelyn no pudo evitar pensar que si el hermano del que Dalya hablaba con cariño había sido parte del ejército de Robb la noche de la matanza, era probable que ya no viviera. Se durmió, esperando no soñar nada.
Los siguientes días fueron todos iguales al primero; solo estar ahí, sentada y encadenada, casi sin moverse para evitar el dolor de las laceraciones, mientras escuchaba las ocasionales conversaciones entre susurros de algunos de sus compañeros. El hombre que había sido golpeado por gritar terminó muriendo por la gravedad de las heridas. Dos hombres de rostro serio y aspecto fornido entraron, lo desencadenaron y se lo llevaron. Catelyn supuso que para tirarlo por la borda. Seguramente le harían lo mismo a ella si muriera.
"Mi cuerpo terminaría sobre un lecho de lodo y convertido en comida de los peces" pensó, sorprendida y reconfortada por lo parecido que sería con las costumbres funerarias de los Tully.
Catelyn no hablaba con nadie; no tenía nada que decir. Pero tenía mucho que pensar, tanto que a veces creía que moriría de todo lo que cargaba en su mente y en su corazón.
Su destino era lo más recurrente; cuando el barcoluengo llegara a las Islas del Hierro sería tomada como una esposa de sal. Pese a que la historia de los Siete Reinos nunca había sido un pilar importante en su educación de niña, sabía lo suficiente para entender que sería poco más que una ramera, forzada a aceptar en su lecho a su "esposo" cuantas veces él lo quisiera. Era un hecho terrible; ella no quería otro esposo, menos aún un hijo del hierro, pero por sobre todo no quería un hombre en su cama, tocándola, sintiendo su piel y con su miembro enterrado en ella. La sola idea la hacía estremecerse.
A veces los errores que había cometido eran empujados hacia su mente; el haberle dicho a su esposo que fuera al sur, que debía ser la mano de Robert. Si hubiera sabido a donde llevaría a su amado Ned se habría cortado la lengua antes de hablar. Y dejarlo llevar a las niñas era otro error igual de grave. Su dulce Sansa y su amada Arya… las había dejado ir al pozo de las serpientes. "Más que serpientes, en ese pozo había leones" pensó con amargura. Y capturar al león pequeño había sido otro terrible error; le había dado al Viejo León la excusa perfecta para atacar las Tierras de los Ríos. Liberar a Jaime Lannister también fue un error, cada día estaba más segura. Había causado la perdida de los Karstark, y al final no había servido de nada. Su desesperación la había hecho confiar en un juramento de un Lannister; claramente fue otro error.
En otras ocasiones pensaba también en su espada juramentada, Brienne de Tarth. ¿Habría logrado llegar a Desembarco del Rey para intercambiar al Matareyes por sus niñas?¿O había perecido en el camino y su cuerpo sería la comida de las moscas en algún lugar? Al final no importaba; incluso si lo hubiera logrado y los Lannister, por algún milagro, liberaran a Sansa y Arya ¿a dónde irían? Invernalia había sido quemada hasta los cimientos, y con su padre y todos sus hermanos muertos, ella era la única que les quedaba, pero no estaba en posición de cuidarse ni siquiera a sí misma, mucho menos a ellas. La idea de sus hijas solas era como un cuchillo retorciéndose en su estómago.
También pensaba en su esposo; en el sueño que había tenido con él la noche antes de ser capturada. No sabía que pensar. Su esposo llevaba mucho tiempo muerto, y la idea de que pudiera haberle hablado en un sueño era absurda, pero una parte de su corazón se negaba a aceptarlo, y la hacía aferrarse a la idea de que en verdad había sido su amado Ned el que le había hablado. Aunque lo que le había dicho era muy doloroso. Ned, el amor de su vida, su esposo y el padre de sus hijos, le decía que se levantara, que buscara la felicidad, y continuara con su vida. Lo decía como si no entendiera que él era su vida, él y sus hijos; y con la perdida de cada uno un fragmento de su vida se había perdido también. Desearía poder hacerle caso, desearía saber cómo superar ese dolor, como recuperar a sus hijas y proteger lo que quedaba de su familia, pero cada vez que recordaba todo lo que había pasado con su familia se sentía hundirse aún más en el pozo del dolor.
Luego de una quincena encadenada, finalmente paso algo.
Empezó de una manera simple; el aire perdió el olor a sal y excrementos. Al principio no supo distinguir el cambio, solo el hecho de que algo había cambiado. Unas horas más tarde, cuando se suponía que les dieran de comer a los prisioneros, entró un hijo del hierro, pero no llevaba nada de comida o bebida en sus manos. Entró, comprobó que todos los prisioneros estuvieran restringidos y salió sin pronunciar palabra.
Algo estaba pasando, Catelyn se dio cuenta. Y no era la única; sus compañeros de prisión murmuraban algo parecido entre ellos. Los movimientos del mar, que siempre habían mecido la nave con la misma dulzura que una madre a su bebé, de pronto empezaron a aumentar su fuerza. Desde el exterior se oían gritos; no se distinguían las voces, pero si se distinguía el retumbar sobre todas ellas, como el rugido de un ser gigante que se alzaba sobre el mundo. Eran truenos.
La nave se balanceó de un lado a otro. Los prisioneros se mantuvieron en sus lugares gracias a las cadenas, aunque eso no impedía que fueran sacudidos con cada ola que se estrellaba contra el barco. Los gritos y maldiciones llenaban los oídos; los primeros venían de los compañeros aterrorizados de Catelyn, mientras que los segundos provenían de la tripulación sobre la cubierta. Catelyn misma no pudo contenerse; en un momento estaba apretando los dientes y tratando de resistir las embestidas, y al siguiente las olas que sacudían la nave la enviaban hacia adelante, solo para ser detenida por las cadenas que la aferraban antes de estrellarse con fuerza contra la pared detrás de sí. Gritó, de miedo o de dolor, ni ella misma sabría decirlo.
Siguieron balanceándose con el ritmo de la tormenta que azotaba la embarcación, hasta que de pronto Catelyn sintió un par de manos sobre ella. No se había dado cuenta, pero 6 hijos del hierro habían entrado tambaleándose, tratando de resistir los movimientos bruscos de la nave, para quitarle las cadenas a ella. La arrastraron entre gritos de pánico que no pudo comprender fuera de la bodega, junto a otros 3 prisioneros, entre ellos a Dalya, que se retorcía, sus ojos asustados como los de un cervatillo.
Los llevaron a la cubierta, donde una lluvia torrencial los mojó de pies a cabeza en unos pocos segundos. El cielo estaba cubierto de nubes y resonaba con los truenos, como si un Dios rugiera su ira desde las alturas. Y entre las nubes, iluminando el mundo gris, rayos gigantescos hendían el cielo, como puñales clavados en el alma misma del mundo. Era una vista aterradora, y fría; Catelyn no pudo evitar estremecerse cuando los vientos helados la atravesaron hasta los huesos, agitando su cabellera roja como un estandarte en medio de una carga.
Entonces, uno de los hijos del hierro que estaba en la cubierta subió al mástil de la nave y se aferró con ambas manos para evitar caerse. Tomo aire con fuerza y entonó.
"¡Dios Ahogado!¡Señor del Mar, que desde tus estancias acuosas bajo las olas nos observas a nosotros, tu pueblo elegido!¡Escucha nuestra plegaria!" chillaba "¡Protégenos del Dios de la Tormenta, enemigo tuyo y de tu pueblo!¡Protégenos, tu que habitas bajo las olas!¡Y EN TU HONOR, TE OFRECEMOS ESTE SACRIFICIOOOOO!" exclamó con voz rugiente.
Catelyn sintió terror al escuchar eso. Sacrificarlos, los iban a sacrificar como si fueran animales. Dalya y otra de las otras mujeres que estaban con ella empezaron a chillar, suplicando que no lo hicieran, implorando a gritos a sus captores que tuvieran piedad de ellas. La tercera tenía los ojos abiertos con horror, pero no podía pronunciar palabra, simplemente se estremecía entre los brazos del hombre que la sujetaba. Ella misma no estaba mejor.
Dalya fue la primera; le ataron las manos y los pies con sogas y 2 hombres del hierro la arrastraron a la baranda. Dalya sollozaba ruidosamente, su rostro empapado por lágrimas y gotas de lluvia hasta que era imposible distinguir unas de otras. Lo último que Catelyn vio de ella fueron sus ojos aterrorizados, antes de que fuera lanzada sobre la baranda y se hundiera en las aguas.
Por unos momentos no hubo cambios; la tormenta seguía azotando el barco con fuerza, amenazando con volcarlo. El hombre del mástil volvió a hablar.
"¡No ha sido suficiente, no ha sido suficiente!¡Arrojen a otra!¡El Dios Ahogado requiere más sacrificios!" chilló, dirigiéndose a los hombres en la cubierta. Los mismos hombres que arrojaron a Dalya al mar se acercaron; Catelyn temió por un momento que la eligieran a ella, pero fueron por la otra mujer que estaba muda de miedo. Le ataron las manos y piernas con sogas y la llevaron hacia la baranda, igual que a la víctima anterior; el cabello rubio de la muchacha le caía por la espalda y los temblorosos hombros. La arrojaron sobre la baranda y no se vio más de ella. Pero eso no calmo la tormenta, al contrario, parecía incrementarla. Los rayos se incrementaron. Pasados unos momentos el hombre del mástil se dirigió a la tripulación de nuevo. "¡Arrojen a otra!¡El Dios Ahogado quiere más!¡Arrojen a otra, antes de que seamos arrastrados hacia el fondo del mar!"
Entonces sonó otro estruendo, más fuerte que ninguno que hubiera oído. Un halo de luz blanca cayó con fuerza; Catelyn fue empujada hacia atrás, y sintió un golpe fuerte contra su espalda. Cayó de rodillas, y se sujetó las manos con la cabeza. Sintió algo cálido entre los dedos, y cuando miró vio que estaban manchados de rojo.
Entonces escuchó gritos; miró hacia adelante y vio hombres envueltos en llamas; el agua se filtraba por el costado del barco en grandes cantidades, y junto al mástil ennegrecido había un cadáver tan quemado que apenas se distinguía que era de una persona. Entonces otra ola golpeó el barco y Catelyn se sintió cayendo, y antes de darse cuenta estaba hundida en el mar, sin aire en los pulmones. La sal le entró en los ojos y se los hizo picar; los pulmones le ardían por falta de aire. Nadó hacia lo que pensó que era arriba, ansiando el aire; se sentía desmayar, pero al fin logró sacar su cabeza dela agua. Inhaló con fuerza, llenándose de aire los pulmones. Miró a su alrededor, con su rostro siendo salpicado por las gotas de lluvia. A su alrededor había restos del barco y personas muertas; reconoció a varias como sus compañeros en la bodega; estaban boca abajo en el agua, y pese a ser mecidos por las olas, no había ningún movimiento proveniente de ellos.
Busco desesperada algo a lo que aferrarse, cualquier cosa; y entonces vio una plancha de madera, formada por varios tablones horizontales por uno vertical, más grueso que los otros. Nadó hacia ella y se aferró con fuerza, sacando la mitad superior del cuerpo y apoyándose en ella.
Jadeó, escupiendo algo de agua salada que se había metido en sus pulmones. Entonces, aferrada a la tabla que parecía ser su única esperanza de no hundirse en el mar, volvió a recordar toda la lista de desgracias que había padecido y la alargó con una nueva: naufragar durante una tormenta, en mar abierto.
Intentó mantenerse despierta, alerta; pero los muchos días de comer poco, más el esfuerzo de nadar y la herida que tenía en el cráneo, le estaban pasando factura. Cerró los ojos y cayó en un sueño tan turbulento como la tormenta que rugía en sus oídos.
Mucho tiempo después, su estómago rugía de hambre; abrió los ojos, sintiendo sus párpados pesados. Intentó incorporarse, pero sus brazos no la sostuvieron, y cayó a tierra con un jadeo. Movió la cabeza ligeramente y vio una gran cantidad de blanco, antes de caer de nuevo en la oscuridad.
Jon
Sostuvo el presente con las manos, sus brazos extendidos. Ygritte lo miró con sorpresa en el rostro.
"Ya tengo un arco, Jon" le dijo, al tiempo que movía el hombro sobre el cual reposaba su arma.
"Es cierto, pero esto es un arco de largo alcance; puedes disparar hasta 3 veces más lejos con él que con el tuyo" le dijo. Tragó saliva disimuladamente mientras la veía fruncir el ceño ante el desprestigio que le dio a su arma. Ygritte frunció los labios un momento, pero al final relajó el porte y cogió el arco "Gracias" le dijo, esquivando su mirada. De pronto le volvió a mirar a los ojos y cambio de tema "¿En el sur tienen por costumbre regalar arcos a las mujeres?"
Jon se imaginó regalando un arco a sus hermanas; Arya estaría encantada, pero Sansa con certeza no. Soltó una pequeña risa al tiempo que continuaba "En el sur, la costumbre es regalarle a las mujeres flores y poemas." La mirada que le dio Ygritte mostraba claramente que le parecía una estupidez "Es cierto. En el sur no se le regalan armas a las mujeres; es más, la mayoría de las personas no piensan que sea apropiado"
"¿Enseñarle a una hija a cuidarse sola no es apropiado? Los sureños son tontos" le dijo en burla.
"Las mujeres como mi hermana Sansa piensan que no es de damas decentes usar las armas. Las mujeres deben saber cómo coser, cantar y bailar. Cazar y pelear se reserva para los hombres"
Ygritte soltó un bufido despectivo y sacudió la cabeza antes de cambiar de tema: "¿Sabías que Berroll, el hijo del Gran Morsa, quiere que lo entrenes en el uso de la espada?"
"¿Qué?" Jon no creía lo que escuchaba.
"Ya me oíste. Su hermano Lork te vio peleando contra Sigorn, lo contó a su familia y luego Berroll fue a verme para pedirme que te convenza para que lo entrenes. Y no es el único que lo ha hecho; hay muchos que quieren ser entrenados por ti. ¿Lo harás?"
Cuando era más joven, Jon pensó que podría quedarse en Invernalia convertido en Maestro de Armas cuando fuera hombre. Se imaginaba entrenando a los hijos de sus hermanos, enseñándoles a usar la espada y la lanza. Con el tiempo, ese sueño fue muriendo como tantos otros. Entrenar salvajes no se parecía en lo más mínimo, pero en vez de negarse de inmediato se encontró pensándolo.
"¿Piensas que debería hacerlo?" le preguntó a Ygritte. No era una respuesta.
Ygritte lo miró a los ojos por unos momentos antes de contestarle: "Por supuesto que sí; Berroll y la mayoría de los otros que quieren que los entrenes son jóvenes; cuando llegué el momento de que se cuiden a sí mismos les vendrá bien saber pelear. Además, también te servirá a ti:" Jon frunció el ceño en confusión e Ygritte se volvió más explícita "muchos aún te ven como un cuervo. Aunque hayas cambiado tu capa negra por unas pieles eso no hace que ellos lo olviden, Jon Nieve. El Llorón y Casaca de Matraca te matarían sin dudarlo, y hay muchos otros que piensan igual. Si haces esto, si entrenas a alguien, si les enseñas a usar un arma, estarás demostrando que te interesa el pueblo libre, que haces algo para ayudar"
Ygritte se alejó unos pasos antes de hablarle una última vez: "Pero eres un hombre libre: no te pueden obligar a nada. Al final, es tu decisión" y sin más se marchó, el arco largo aun entre sus manos.
El resto del día Jon se lo paso pensando en las consecuencias, buenas y malas, de entrenar salvajes. Al día siguiente tomó su decisión.
Enfrente de él estaban sus "reclutas": eran unos 50 en total, entre ellos 13 chicas que eran hijas de mujeres de las lanzas, y como dijo Ygritte, la mayoría eran aún menores que él. Eligió a 2 de ellos y les dio las espadas de madera que había confeccionado el día anterior; eran algo toscas, pero servirían para entrenar. Ambos se colocaron dentro de un círculo formado por los demás reclutas y Jon.
"Muéstrenme como se pararían para pelear" ambos lo hicieron, y Jon se dio cuenta de que eran posiciones mayormente incorrectas "Dem, separa un poco más las piernas y flexiona un poco las rodillas. Eso es. Verom "dijo, al tiempo que se le acercaba "no sujetes tan fuerte la espada, y separa un poco más los dedos "le mostró como" Eso es. Ahora ¡peleen!
Lo que empezó como un entrenamiento de un par de horas se convirtió en todo el día, hasta la puesta de sol, con Jon intercambiando parejas y corrigiendo todo tipo de errores: de pies, de manos, de ataques, de defensas, y una infinidad más. Al final del día todos estaban agotados, Jon de enseñar y los demás de aprender y cambiar estilos de pelea.
Al día siguiente fue lo mismo, y al siguiente, y al siguiente a ése. Poco a poco los reclutas de Jon fueron mejorando, y conforme pasaban los días se sumaban más. Algunos días se sumaba solo uno, mientras que otros eran varios. En una ocasión llegaron a sumarse una docena a la vez. Para cuando había pasado una luna el número de los que enseñaba ya era más del doble, y a unos 30 o 40 Jon los consideraba listos para al menos dar una buena pelea.
Durante todos esos días Jon no pudo evitar notar que los entrenamientos atraían a muchas más personas: saqueadores, mujeres de las lanzas, pies de cuernos, hombres morsa e incluso unos pocos thennitas. A veces hasta gigantes venían a contemplar los entrenamientos. Mance vino en una ocasión, y a pesar de no decir nada, quedó claro que no le disgustaba la idea de que Jon entrenara jóvenes para la lucha.
Pero si sus días estaban llenos de sudor y gruñidos de dolor cuando las espadas de madera golpeaban, sus tardes y noches no eran ociosas. Luego de acabar con los entrenamientos se reunía junto a una hoguera y comía la cena que hubiera, que en general era pan y leche y queso de cabra, a veces algo de carne. Mientras eso pasaba charlaba con alguien, mayormente Ygritte y Tormund, y tallaba con su cuchillo nuevas espadas y lanzas de madera.
Las noches, por su parte, las pasó durmiendo durante los primeros días, hasta que cambió. O más bien dicho, hasta que Ygritte las cambió. Una noche se metió entre sus pieles y lo mantuvo despierto la mayor parte de la noche. Luego de eso, casi todas las noches la pasaban follando. Ygritte claramente no era doncella, pero no le importó. Al principio lo hicieron siempre de la misma manera; Ygritte tendida desnuda con Jon encima. Pero a medida que pasaban los días y exploraban el cuerpo del otro se fueron cambiando sus lugares. La primera vez que Ygritte lo montó, con sus manos a cada lado de su cabeza y las suyas en sus pechos, apretando sus pezones, sintió que podría morir por el placer. También disfrutó bajar su cabeza hasta estar en la parte más íntima de Ygritte, besando y lamiendo sus pliegues; a juzgar por los gemidos que dio estaba muy complacida con lo que le hacía. Cuando fue al revés la lengua de Ygritte y el calor de su boca le arrancaron muchos gemidos. También disfrutó cuando Ygritte se apoyaba en sus manos y rodillas y la embestía por detrás.
Luego de una larga noche follando con Ygritte y vaciando su semilla en ella 2 veces se levantó y se vistió. Comprobó que Ygritte estuviera bien tapada con las pieles antes de salir para buscar algo de comer. Luego de comer un poco de pan y un cuenco de gachas fue hacia la tienda de Mance. Él era el único que le podía dar lo que necesitaba.
Tras llegar a la tienda llamó y, cuando obtuvo el permiso, corrió las pieles que tapaban la puerta y entró. Dentro Mance estaba hablando con Styr, Magnar de Thenn, y un salvaje con una máscara hecha de arciano. El cuerpo con curvas y la amplitud del pecho delataron que la persona detrás de la máscara era una mujer.
"Nieve" dijo el Rey-más-allá-del-muro a modo de reconocimiento. La mujer solo lo miró, pero sus ojos parecían indiferentes, a diferencia de los de Styr, que lo miraron con rabia mal disimulada. Desde que había derrotado a su heredero, Jon siempre procuraba no estar nunca a solas con Styr. "¿Qué haces aquí?"
"Vine a hacerte una petición" fue directo al grano "Quiero 30 escudos"
Mance solo levantó una ceja, sin dejar de mirarlo a los ojos. Cuando habló, no se dirigió a él.
"Salgan" dijo, dando una mirada a Styr y a la mujer. La mujer simplemente se encaminó a la salida, pero Styr dirigió una mirada de desafío a Jon "Te he dicho que salgas" dijo Mance de nuevo, fulminando a Styr con la mirada. El magnar de Thenn salió pisando fuerte de la tienda.
El Rey-más-allá-del-Muro lo invitó a sentarse antes de hablar: "¿Cómo están tus reclutas?"
"Mejorando con cada día" dijo Jon, sintiendo orgullo por ello.
"Eso me han comentado. También me han dicho que su número se ha incrementado mucho" comentó Mance, al tiempo que servía hidromiel en un cuerno y se lo entregaba a Jon antes de llenar uno para sí.
"Sí. Al principio eran unos cincuenta, pero ya son más de un centenar. Y el número se incrementa cada día" Jon no quería pensarlo, pero pronto serían demasiados para ser entrenado solo por él. Tomó un sorbo de su bebida antes de continuar "De hecho, hoy he venido a hablar al respecto"
"Te escucho" le dijo Mance.
"Hasta ahora solo les he enseñado a esquivar y atacar, movimientos de manos y pies, a buscar aperturas en el enemigo y a crearlas si no las hallan; les he enseñado combate individual, es la manera corta de decirlo. Pero con los nuevos reclutas tengo suficientes para intentar algo más complicado: formaciones y combate grupal" ante esas últimas Mance frunció el ceño y se tensó de inmediato.
"El pueblo libre no pelea en formación: no somos sureños, Jon Nieve"
"Nunca he dicho que lo fueran. Pero enseñarles a pelear formados no lo convertirá en sureños, y puede resultar muy útil cuando llegue la hora de pelear, tú lo sabes"
"Si, lo sería" concedió Mance a regañadientes "pero igual que me dices eso, ahora te digo esto: todos los que me siguen me siguen no por pelear en una línea; me siguen por ser quién soy, y por no imponerles nada. Si me ven así, ayudándote en esto, pensaran que no soy más que un sureño: habrá problemas, y muchos. El llorón y el señor de los Huesos probablemente decidan irse, y eso si tenemos suerte: si no, intentarán matarme, y probablemente a ti también. ¿Estás listo para eso, Jon Nieve?¿Estás listo para arriesgarte a la ira de esos 2, y de un centenar más como ellos?"
Jon sabía desde el principio que esta idea era peligrosa. A muchas personas no les agradaría que estuviera enseñando a pelear en formación. Les parecería demasiado extraño. Y seguramente varios pensarían que la mejor manera de parar eso sería matarlo. Jon era un buen espadachín, mejor que su hermano Robb, pero no se hacía ilusiones. Si fuera atacado por muchos al mismo tiempo probablemente moriría, y si seguía adelante con esta idea era seguro que ganaría muchos enemigos.
"Estoy listo, Mance" dijo. Su acompañante lo miró largo rato, mientras Jon esperaba que le dijera si lo ayudaría en esto o no. Sin embargo cuando hablo, Jon no se imaginó que la charla tomaría este giro.
"¿Por qué cambiaste, Jon Nieve?" ante el ceño confundido de Jon, Mance se hizo más claro "Luego de que te perdone la vida, estabas todo el tiempo retraído, sin acercarte a nadie. Al principio pensé que era simple desconfianza, pero luego me di cuenta de que no era solo eso. No querías mezclarte en lo más mínimo. Y luego, un día, empezaste a entrenar a unos niños verdes; seguiste y seguiste con eso, tratando con todas tus fuerzas de convertirlos en peleadores. Compartiste comida y fuego con Tormund y otros; incluso aceptaste a esa chica Ygritte entre tus pieles" Jon no pudo evitar sonrojarse un poco ante esto. Mance soltó una pequeña risa antes de seguir "pero exactamente ¿por qué estás tan interesado en esto?¿En qué te afecta que estos chicos sepan pelear o no?" pese a que había un fantasma de sonrisa en el rostro de Mance, Jon se dio cuenta de que esperaba una respuesta sincera y clara.
Levantó su cuerno, bebiendo más de la mitad del hidromiel, antes de empezar a hablar.
"Cuando era niño, mi nodriza me contaba historias de terror, entre ellas de los salvajes. Qué comían carne humana y bebían sangre, que tenían colmillos y se transformaban en animales, que sus mujeres yacían con los Otros y engendraban hijos medio humanos.
Pero el día que fui con Tormund y los demás a la aldea, no encontramos a nadie, todos habían desaparecido. Al principio creí que se habían ido simplemente, pero en un árbol….. a las afueras….. vimos….. niños y bebés muertos. El mayor no tendría ni 5 años" la amargura afloró en la cara de Mance "estaban clavados en las ramas; era una imagen horrorosa. Me subí y empecé a quitarlos para poder quemarlos. Y con cada uno que quitaba ya no veía salvajes, no veía ninguna diferencia con los niños que conocí antes de ir a la guardia, sino solo inocentes, niños que deberían haber tenido una larga vida, pero en vez de eso murieron sin piedad a manos de esos monstruos" se detuvo, incapaz de continuar mientras las imágenes de los pequeños cuerpos ardiendo en la pira afloraba a su mente. Respiró hondo antes de continuar "Cuando hice mi juramento dije "soy el escudo que protege los reinos de los hombres". Quizá las tierras al norte del Muro no sean un reino, pero está habitado por hombres. Lo mejor que puedo hacer para proteger a los hombres aquí es enseñarles a cuidarse solos"
Se quedaron en silencio por un tiempo, mirándose el uno al otro. Los ojos parecían mirar la profundidad del alma de Jon, era como si estuviera algo diferente; no al bastardo de Invernalia, ni al desertor de la guardia, si no a Jon Nieve, el hombre.
"¿Qué necesitas exactamente para seguir entrenando a tus reclutas?" preguntó al fin Mance.
"Cuarenta escudos, de la misma forma y el mismo tamaño aproximado. A ser posible redondos"
"Cuenta con ellos, Jon Nieve. Y entrena bien a tus muchachos. Muy pronto necesitaremos muchos guerreros"
Y eso es todo el segundo capítulo. Dejen reviews con sus comentarios, opiniones, críticas (constructivas) y más. Serán muy apreciados. Me gustaría prometer que el próximo capítulo saldrá en una semana más, pero la verdad no creo que pueda. Aun así no teman, porque esta historia no va a ser olvidada por mucho tiempo.
Salu2 y nos leemos pronto si Dios quiere.
