Bien. Aquí el capítulo 3 de la historia. Quiero dar gracias a todos los que pusieron la historia en favoritos o la siguen. Y un saludo especial a jean d´arc, que con sus reviews siempre me saca una sonrisa y me alegra el día.

Disclaimer: todo lo que reconozcan pertenece a G.R.R. Martín. Yo solo lo uso para entretenerme y tratar de entretener a otros.

Catelyn:

Estaba en las criptas una vez más: enfrente de ella, su esposo la miraba.

"En verdad eres la mujer más fuerte del mundo: demuéstralo" le dijo.

Intentó hablar cuando todo se desvaneció en una luz repentina e intensa.

Abrió los ojos con cuidado; solo vio blancura. Giró la cabeza intentando discernir algo más, pero siguió viendo solo blanco. Una voz habló.

"Despertó. Ve a llamarla" dijo.

Catelyn intentó distinguir algo, pero no lo consiguió. A los segundos otra voz, o al menos pensó que era otra voz, habló.

"Bebe" sintió como le ponían algo contra los labios; estaba tan débil que no pudo hacer nada cuando un líquido cálido y espeso se deslizó en su garganta. A los pocos momentos se quedó dormida.

La siguiente vez que despertó fue lo mismo, y la siguiente. A veces le costaba discernir la realidad de los sueños, entrando y saliendo de cada uno sin darse cuenta.

Sus sentidos la traicionaban constantemente. Las voces retumbaban en sus oídos, incontables e inentendibles. Abrir los párpados le resultaba una tarea ardua y difícil, y casi no valía la pena para lo poco que distinguía. Todo lo que podía sentir en la boca era repulsivo, tanto que no entendía porque no vomitaba. Sus manos a veces tocaban frío, otras veces humedad, otras veces suavidad, y muchas otras veces algo indistinguible. Incluso su nariz era inútil, ya que no había nada para oler, o si lo había, el aroma escapaba del alcance de su olfato.

Estuvo en esa bruma de desconocimiento y descontrol durante un tiempo que pudieron ser horas, o bien días, o bien años. Poco a poco su cuerpo fue agarrando nuevas fuerzas, aferrándose a la vida. Una parte de Catelyn lo lamentaba; hubiera sido más fácil solo morir.

Un día, cuando sintió que su cabeza era alzada y sus labios tocaban algo antes de ser mojados en agua fresca que procedió a deslizarse en su garganta, abrió los ojos y tras unos segundos, logró enfocar un rostro a poca distancia del suyo.

"Al fin despertaste" pese a que sus oídos sonaron un momento, fue capaz de distinguir y comprender las palabras. Parpadeó varias veces y el rostro se hizo más definido. La nariz era pequeña, la frente era delgada, una cicatriz surcaba una mejilla, y un cabello largo y enmarañado de color oscuro nacía de la cabeza. De su cadera colgaba un cuchillo hecho de piedra.

Muchas preguntas pasaron por la mente de Catelyn: ¿Dónde estoy?¿Qué paso?¿Cómo no me he ahogado?¿Esto es un sueño?¿Si es un sueño por que no estoy en las criptas con mi esposo?¿Dónde están mis hijas?. Al final solo preguntó con voz ronca: "¿Quién eres?"

Un parpadeo más tarde, tuvo la respuesta: "Me llamo Saia"

"Saia" dijo Catelyn, pasando el nombre por su lengua. Lo repitió varias veces sin saber por qué. Fue entonces que notó que lo que tenía delante era una mujer; a la altura del pecho tenía la ropa abultada. Pero luego notó cómo era la ropa que llevaba; pieles, cueros y lana, cosidas todas juntas en un burdo intento de abrigo. Sus pies estaban recubiertos de más pieles, atadas sobre el talón con lo que parecían sogas: "¿Por qué estas vestida así?" preguntó.

Tan pronto las palabras salieron de su lengua se sintió como si acabara de preguntar una estupidez. Ahí estaba ella, sin saber dónde o con qué tipo de persona estaba, sin saber cuánto tiempo llevaba inconsciente, si la iban a matar o a ayudar, ¿y se le ocurría preguntar por la vestimenta?

La mujer (Saia) se miró hacia abajo y luego volvió a subir la mirada; en su rostro se reflejaba la discusión que tenía de si contestar o no la pregunta. Al final lo hizo.

"Es lo que se usa por aquí" dijo la tal Saia "Si es que uno quiere sobrevivir al frío. Los dioses deben favorecerte; estabas casi muerta cuando te encontramos. Llevas dos semanas inconsciente" le dijo la salvaje.

"¿Qu…" fue interrumpida por una tos. Cuando terminó lo volvió a intentar "¿Qué pasó?" preguntó, su voz aún algo ronca.

"Eso era lo que te iba a preguntar. Te encontramos en la playa, tendida sobre un pedazo de madera. Estabas tan blanca como la nieve y todavía más fría. Al principio pensamos que estabas muerta, pero es obvio que no" señaló hacia un punto sobre los ojos de Catelyn y dijo "Eso es gracias a tu cabello"

Catelyn estaba confundida. ¿Su cabello?¿Que tenía su cabello que ver con el hecho de que aun viviera? La mujer pareció leerle la mente.

"Estas besada por el fuego" le explicó despacio, como si fuera tonta "Eso trae suerte" concluyó.

Catelyn no puedo evitar resoplar con incredulidad. ¿El cabello pelirrojo traía suerte? Tonterías.

"Solo es cabello" dijo. Intentó moverse pero sintió como un fuerte dolor se hacía presente justo debajo de sus senos. Cayó y gimió de dolor.

"Más te vale no moverte, al menos hasta que Tyva vuelva para revisarte"

"¿Quién es Tyva?" preguntó.

"Es una bruja de madera. Te ha mantenido viva desde que te encontramos. Te ha alimentado y ha curado tus heridas"

Catelyn aún tenía demasiadas preguntas, y le costaba elegir: "¿Cuánto tiempo hace que estuve inconsciente?"

"No tengo idea de cuánto tiempo estuviste en la playa donde te encontramos. Pero desde entonces han pasado ya 15 días"

Tras unos momentos de silencio, Saia volvió a hablar: "Bueno, ya sabes mi nombre. ¿Y cuál es el tuyo?"

"Catelyn" le respondió. Pensó en añadirle Stark o Tully, pero al final no lo hizo.

"Eres del sur ¿verdad? El nombre te delata" inquirió Saia.

"Sí. De Aguasdulces" dijo Catelyn "¿Dónde estoy?" preguntó al fin.

"En el Norte. En el verdadero Norte" dijo la mujer de cabello oscuro.

"¿Disculpa?" dijo Catelyn. El verdadero norte no le daba ninguna pista de donde estaba. ¿Era la Isla del Oso? ¿O la Costa Pedregosa?¿En dónde estaba?

"Estás al Norte del Muro, Catelyn de Aguasdulces"

Al norte del Muro. Al norte del Muro. Catelyn se estremeció de miedo. Estaba en el norte del Muro. Las tierras salvajes. Dónde habitaban caníbales, gigantes y monstruos. Las tierras donde la ley y el honor no existían. Catelyn no pudo sino buscar en su mente sobre qué iba a hacer ahora, pero nada acudió.

Tras eso se quedaron en silencio. Saia solo la miraba mientras Catelyn examinaba todo lo que la rodeaba: estaba en una tienda de pieles, cosidas entre sí sin orden aparente. Había pieles y rollos de lana atados con sogas, una cacerola medio oxidada y un par de sacos con algo de moho.

Entonces, la entrada de la tienda se abrió y alguien entró. Cuando Catelyn la vio no pudo evitar un grito de terror. La mujer, era obvio por el tamaño del busto, tenía un rostro que parecía haber sido masticado por un perro, y su expresión era la de un asesino nato. En su costado colgaba una maza con picos de aspecto letal que aún tenía restos de sangre seca.

La mujer la miró con una mirada de absoluto disgusto.

"Mañana al amanecer nos vamos; puedes irte con nosotros o quedarte aquí a morir, sureña. Es tu elección" tras esas palabras salió sin más de la tienda.

"Bueno" dijo Saia, haciendo un gesto con la mano hacía dónde salió la otra mujer "ya la oíste. Mañana nos vamos todos. La comida y la seguridad escasean mucho por aquí, así que si quieres vivir, tendrás que acompañarnos"

Catelyn pensó por un momento en negarse, pero no sabía qué hacer ni como volver a… adonde?¿A qué lugar podría ir? No se le ocurrió ninguno.

"Iré con ustedes" le dijo. Saia le dio un asentimiento y eso fue todo.

Más tarde se encontraba a solas cuando una mujer muy anciana le trajo un par de pantalones, una camisa larga, un calzado y una capa. Toda la ropa era vieja y cosida de manera horrible, pero era cálida y en el frío que le calaba hasta los huesos era más que bien recibida. Se las puso en la intimidad, cuidando de que nadie entrara mientras lo hacía. Era tan extraño vestir con pantalones; nunca en su vida lo hubiera hecho de tener opción, pero dudaba que tuvieran vestidos de damas en su lugar. La camisa era grande, pero se la metió dentro de los pantalones para poder conservar el calor. Cuando cerró el broche de hueso de la capa de piel de oso se sintió pesada y tuvo que hacer un esfuerzo para mantener los hombros altos. Por último fueron las botas; eran de piel de conejo sin curtir, anchas y bastas, pero cuando cubrieron los dedos helados de sus pies fueron un sueño.

Salió de la tienda intentando no tambalearse por el peso de la ropa. Miró a su alrededor; estaba en un terreno cubierto de nieve, rodeado de altos pinos y árboles centinela. El cielo estaba cubierto de nubes grises y bloqueaban la luz del sol. Había unas 10 o 15 tiendas, aparte de la que acababa de salir; varias estaban apoyadas contra grandes rocas, y en el medio de ellos había un gran árbol corazón, todavía más grande que el de Invernalia.

Había muchas personas alrededor. Hombres, mujeres y niños, todos ellos vestidos de manera similar a ella misma. No había muchos animales. No se atrevió a acercarse a ninguno, y ninguno intentó acercarse a ella, aunque muchos la miraron con sospecha y desconfianza. Algunos cargaban leña. Otros cosían. Un grupo estaba alrededor de dos que se apaleaban con bastones de fresno. Un par de mujeres hacían flechas. La mayoría estaba alrededor de las fogatas que se levantaban cerca de las tiendas y el arciano, con algunas excepciones.

Cuando terminó de recorrer el lugar volvió, con cierta dificultad, a su tienda. Al anochecer una niña de rostro sonrosado y cabello oscuro y enmarañado vino.

"Es la hora de comer; Saia me pidió que te lo dijera" dijo con voz jadeante.

Catelyn se levantó y fue tras ella. Le costó trabajo alcanzarla, pero cuando lo logró decidió hablarle.

"¿Cómo te llamas?"

La niña la miró de reojo y volvió a fijar la vista al frente antes de decirle: "Rya"

"Es un nombre precioso. Tu madre eligió bien al nombrarte" dijo Catelyn, aunque más que sentir lo que dijo fue solo una de las frases de cortesía que aprendió de niña.

"No me nombro mi madre. Ella murió antes de mi primer año. El nombre me lo puso mi abuela" dijo la niña.

"Lo siento" dijo Catelyn, sintiendo una punzada de tristeza por primera vez en mucho tiempo.

La niña murmuró entre dientes antes de apurar el paso. Catelyn la siguió, decidiendo no hablar más.

Todos estaban cerca del fuego principal. Algunos estaban sentados en el piso o en unos troncos, con cuencos de madera en la mano. No supo distinguir lo que comían.

Se acercó a ellos y tras una espera llegó al frente. Media docena de mujeres estaban junto a varios calderos llenos de lo que parecía sopa. La más joven era mayor que ella y la más anciana ya tenía el cabello totalmente blanco. La miraron de manera penetrante por un largo tiempo, pero cuando Catelyn estaba a punto de irse, pensando que no le iban a dar nada, una de ellas colocó un cuenco sobre uno de los calderos y lo llenó. Se lo entregó junto a un pedazo de pan diminuto.

"Gracias" murmuró antes de alejarse. Buscó por un lugar para sentarse, pero al no verlo se sentó en el piso. Miró con más detenimiento el contenido del cuenco pero aparte de nabos y cebollas no distinguió nada. Con un suspiro cerró los ojos y tragó un poco. No pudo evitar una mueca cuando el líquido amargo le recorrió la garganta; mordió el pan esperando que tuviera mejor sabor, pero su esperanza resultó ser vana. Estaba duro y seco.

De pronto, sin motivo aparente, empezó a reírse. Los salvajes la miraron como si estuviera loca, y quizás lo estuviera. Reía y al mismo tiempo sentía ganas de ponerse a llorar.

Ella era Catelyn Tully Stark, una dama de uno de los linajes más antiguos y nobles de Poniente. Su padre fue señor Supremo de las Tierras de los Ríos, al igual que su hermano. Su hermana era la señora del Nido de Águilas. Había sido esposa del Señor de Invernalia y Guardián del Norte, había sido madre del Rey en el Norte. Había sido la dama de Aguasdulces antes de casarse y la de Invernalia después de ello.

"Y aquí estoy, sentada en la nieve, rodeada de salvajes, vestida con pieles, comiendo poco más que bazofia" pensó mientras seguía riendo.

Jon

"¡Muro de escudos!" El grito de Jon hendió el aire helado. De inmediato una cuarentena de guerreros unió sus escudos hasta formar un gran bloque. Jon lo contempló con cuidado desde una corta distancia, y no pudo evitar una sonrisa de orgullo. Giró la cabeza hasta ver a otro grupo con hachas, espadas y mazas de madera.

"¡Carguen!" ante la orden una sesentena de gargantas gritaron al tiempo que embestían con todas sus fuerzas contra el muro recientemente creado. Se estrellaron con un estrepito increíble y de inmediato empezaron a golpear y empujar con todas sus fuerzas, y por un instante pareció que los hombres que componían el muro iban a ser derrotados de inmediato, pero no paso. Jon no pudo evitar una sonrisa luego de unos momentos; los hombres tras el muro no rompieron filas, sino que se limitaron a aguantar tras el muro mientras les llovían golpes, fuertes y numerosos, pero inútiles. Las maldiciones salían con frecuencia de ambos lados. Jon siguió contemplando el entrenamiento en silencio, hasta que notó que la lluvia de golpes había costado bastante a los atacantes; los golpes eran más lentos y menos fuertes. Había llegado el momento "¡Inicien el contrataque!" volvió a gritar por sobre el estruendo de los golpes y maldiciones, y de inmediato los guerreros tras el muro hicieron uso de las armas que llevaban. Avanzaron poco a poco, golpeando a sus oponentes, que al estar cansados reaccionaban de manera más lenta. Los más rápidos de los atacantes desviaban los golpes pero se veían obligados a retroceder ante el avance del muro; los más lentos caían y eran pisados por el muro. Siguieron de ese modo hasta que el último de los atacantes fue derrotado. Tan pronto como cayó se empezaron a escuchar gritos de victoria por parte de los hombres del Muro.

Alrededor del lugar de la pelea también se escucharon exclamaciones de victoria, provenientes de los parientes y amigos de los guerreros victoriosos. En contraste, se escuchaban maldiciones y gritos de decepción de los seguidores del grupo que había perdido.

"¡Bien hecho!" dijo Jon, acercándose al Muro, que ya se había disuelto. Los jóvenes que lo componían se veían sudorosos pero satisfechos, y unos cuantos le dieron un asentimiento de gratitud. "¡Acérquense todos!" dijo, y los combatientes, tanto victoriosos como derrotados, se acercaron para escucharlo. Jon aún no se acostumbraba a ser obedecido, pero hizo esos sentimientos a un lado y habló "Como acaban de ver, el número puede dar ventaja en una batalla, pero con disciplina y estrategia puede ser contrarrestado. El valor es importante claro, pero no basta para vencer ¿entendido?" a pesar de que algunos tenían una mueca de fastidio, todos hicieron un gesto o dijeron unas palabras para confirmar que lo habían escuchado "Bien, entonces hemos terminado por hoy. Ahora le toca al otro grupo" les dijo con una sonrisa. Todos se fueron del lugar de entrenamiento y se colocaron a una distancia segura mientras los demás reclutas se abrían paso. "Hoy veremos el juego de pies; deben ser rápidos a la hora de pelear, no solo con las manos. Un buen juego de pies los ayudará a esquivar y evitar los golpes del oponente con facilidad"

El entrenamiento siguió por unas horas más, con Jon corrigiendo errores y alentando a los chicos. Cuando finalmente terminó, y luego de que los reclutas se fueron, Jon y otros 4 llevaron los escudos devuelta a la tienda. Luego de que se fueron Jon se quedó solo por un tiempo, y decidió limpiar su espada, que era su forma de pensar.

Así lo encontró Ygritte. De una cuerda sobre uno de sus hombros colgaban varias liebres ya muertas, mientras que llevaba su arco y la aljaba llena de flechas en el otro hombro.

"Jon"

"Ygritte" le dijo, sonriendo cuando la vio "Fue bien la cacería" comentó viendo las liebres.

"No sabes nada, Jon Nieve" dijo Ygritte, sentándose en el piso "no pudimos cazar jabalíes, y apenas un par de ciervos. Hoy muchos quedarán con hambre" dijo la mujer antes de empezar a desollar a la primera liebre.

Jon solo suspiró antes de retomar su propia labor. Por más cazadores que se enviarán al bosque era cada vez más difícil encontrar presas. Las provisiones y lo que quedaba de la última cosecha del verano aún abundaban, pero la marcha hacia el sur era demasiado lenta y desorganizada, y eran cien mil personas. La comida no duraría para siempre, y apenas avanzaban unas pocas leguas al día.

Siguieron en silencio por un tiempo más, ella concentrada en desollar las liebres y él en limpiar la espada y luego en afilar la daga.

"Ha habido problemas con los Thennitas" dijo Ygritte de repente. Jon dejó lo que hacía y la miró con el ceño fruncido "No, conmigo no. Más bien hubo problemas entre los thennitas. Forg y Venip quieren traer a sus clanes para entrenar; Styr se puso como una fiera cuando escuchó al respecto. Si Mance no hubiera intervenido, habría corrido la sangre"

"Pero creía que Styr era el líder de los thennitas. De todos" dijo Jon confundido. Ygritte soltó un bufido de incredulidad.

"En verdad no sabes nada, Jon Nieve" dejó la liebre y el cuchillo de hueso y lo miró con las manos ensangrentadas "Los thennitas vienen de una serie de valles en las montañas al norte; Styr es el líder del clan más fuerte, pero no del único. Hay varios más, y Forg y Venip quieren que sus hombres aprendan a pelear contigo"

"Entiendo" dijo. Otro motivo más para que Styr lo odie; como si ya no hubiera bastantes "En la última quincena se sumaron otros 200 reclutas. Con ellos ya son medio millar de guerreros. Y Forg y Venip tienen entre ambos ¿qué?¿200 hombres?"

"Unos 300 de hecho. ¿Cómo vas a entrenar a tantos tú solo Jon?" le preguntó Ygritte, con un tono que parecía preocupado.

"No puedo. Tendré que elegir algunos entre los mejores reclutas para que me ayuden a controlarlo todo" Jon llevaba varios días meditándolo, y pensaba que era lo único que podía hacer para que funcionara.

"No les gustará. Quieren que tú los entrenes, no otros" dijo Ygritte de inmediato.

"Y los voy a entrenar. Ellos solo estarán para ayudarme". Le aseguró Jon. Empezó a pensar en posibles reclutas que podrían hacerlo, pero sus pensamientos fueron interrumpidos por Ygritte.

"Si tú lo dices…" dijo la mujer pelirroja, aunque no parecía convencida de que fuera buena idea "Esto ya está. Vamos a comer" dijo, al tiempo que levantaba las liebres. Jon envainó la daga y la siguió.

Afuera la noche ya era absoluta. En el cielo un millar de luces iluminaban el firmamento. En tierra las hogueras eran igual de numerosas. El aire frío estaba inundado del olor a madera y comida.

Se acercaron a una de las hogueras, tan grande que podría haberse asado un uro entero en ella. Alrededor había medio centenar de personas, charlando entre sí. Cuatro mujeres estaban junto a la higuera, vigilando calderos de agua hervida mientras echaban cosas dentro.

Intercambió una mirada con Ygritte antes de separarse; mientras ella se acercaba a uno de los calderos con las liebres, Jon se acercó un grupo de personas que estaban alrededor de un anciano que se pasaba una mano por la barba larga y enmarañada al tiempo que contaba una historia sobre cambiapieles. Estuvo entretenido por un tiempo largo, hasta que Ygritte volvió con 2 cuencos llenos de sopa. Se sentó y hablo con ella al tiempo que comía; la comida no era ni de cerca lo que habría comido en Invernalia, pero estaba caliente y llenaba el estómago; no podía pedir más.

Entonces, empezó a notar algo. El calor disminuía; las olas de frio cruzaban a través de las pieles que llevaba. Empezó a sentir como su respiración se dificultaba, como si unos brazos helados lo apretaran con fuerza. Miró hacia el cuenco en su mano; lo último de la sopa que había dentro se había congelado. Miró a Ygritte y la vio tan seria como él, con un destello de miedo brillando en sus ojos azules. Se pusieron de pie de inmediato y Jon desenvainó a Garra. Vio de reojo como algunos fuegos se apagaban; primero uno, luego otro. Para ese momento todos estaban ya de pie, las armas en la mano y los ojos atentos.

"¡Ya vienen!" gritó una voz. Nunca supo a quién pertenecía. Ygritte había tomado un cuchillo y se encontraba a su lado, ambos atentos. Entonces se escuchó un grito que envió escalofríos por la columna de Jon. Y se desató el caos.

Los muertos aparecieron de golpe, gritando mientras cargaban sin miedo hacia ellos. Los salvajes dejaron escuchar sus gritos al tiempo que corrían a su encuentro. Jon los siguió, con el corazón en un puño.

Un cadáver se abalanzo sobre él, pero dejó de moverse cuando lo atravesó con Garra. Liberó la espada y dio un tajo que abrió a otro del hombro hasta la cintura. Giró y paró una espada oxidada que se dirigía hacia él. Intercambió tres golpes con el cadáver que llevaba una andrajosa capa negra antes de desviar un cuarto y decapitar a su oponente.

El mundo perdió todo significado. Se escuchaban gritos de guerra y agonía por todos lados, provenientes de mil gargantas, de diez mil. Las maldiciones y las suplicas salían de todas partes, tan numerosas como incomprensibles. Siguió cortando, esquivando y moviéndose, atacando y defendiendo en contra de cualquier par de ojos azules que viera.

Terminó con un cadáver de ojos azules que llevaba pieles andrajosas y una espada de bronce cuando finalmente se vio solo. Respiró profundamente y aprovechó para mirar alrededor, tratando de recuperar el sentido de la pelea. Entonces lo vio.

Su piel era blanca como la nieve. No había un gramo de carne o grasa en su cuerpo; sus costillas y cada hueso desde los pies hasta el cráneo se distinguía a la perfección. Sus manos tenían uñas largas y su cabello era apenas unos pocos mechones níveos que caían por su espalda hasta más allá de sus cadera. Pero sus ojos eran el verdadero terror; eran de color azul como los de los muertos a los que Jon había vencido, pero de un tono mucho más azul, 2 estrellas brillantes que habían caído a la tierra y habían anidado en las cuencas del cráneo.

Llevaba en sus manos una cuchilla cuya hoja era tan larga como la empuñadura; unidas medían casi lo mismo que una persona adulta. Lo rodeaban una docena de salvajes ensangrentados; por un momento, Jon pensó que podrían ser cadáveres que lo protegieran, pero todos miraban al Caminante Blanco con ira y sujetaban sus armas con fuerza, listos para atacar.

"Son doce a uno; van a acabar con él" se dijo, intentando creer eso con todas sus fuerzas. Doce guerreros podrían acabar con uno con facilidad. Pero estos guerreros no se enfrentaban a un hombre, se enfrentaban a un demonio hecho de hielo, una criatura de cuentos para asustar a niños.

Entonces 3 salvajes atacaron a la vez al Caminante. Este, con una expresión ilegible en su rostro, simplemente esquivo un hacha de piedra, desvió una lanza y atravesó al tercer atacante con su espada. Luego, en un movimiento tan veloz como un parpadeo, sacó el arma y acabó con los otros 2.

Jon mismo no pudo evitar estremecerse, en sintonía con los demás; esa velocidad era increíble, y sus movimientos eran tan mortales como inhumanos. Ya no estaba tan confiado los números.

Los demás salvajes intercambiaron miradas breves antes de decidirse a atacar, todos a la vez. El Caminante Blanco se movió de nuevo, esquivando, parando y desviando los golpes, pero sin atacar, solo defendiendo. Jon se unió a la lucha de inmediato, esperando contra toda esperanza poder hacer una diferencia. Movió a Garra con energía, intentando derribar a su oponente, o llevarlo a un punto donde alguno de los otros pudiera golpearlo, pero el Caminante esquivaba con precisión cada ataque, contorsionándose de una manera que sería imposible para una persona, como si estuviera bailando en medio de una fiesta. Jon se preguntó si esta criatura sentiría cosas como el miedo, el dolor, o al menos el cansancio.

Entonces, en un instante, el hacha de un salvaje logró rozar la espalda del caminante; un corte tan delgado que se asemejaba a un hilo. Jon, a pesar de estar a un paso de distancia, apenas lo distinguió. Pero el Caminante Blanco pareció notarlo, porque de pronto ya no estaba esquivando. La garganta de Jon se apretó de miedo; no tenía medio de saberlo, pero presentía que el Caminante había dejado de jugar con ellos. Y tenía razón; en un movimiento la cuchilla de hielo giró y el salvaje que lo había herido fue abierto en un corte ascendente desde las bolas hasta la cabeza. En unos pocos segundos, tres más habían caído. Luego cuatro. Luego cinco.

Jon y los demás retrocedieron, cada uno mirando al oponente que estaba rodeado de los cadáveres de sus compañeros muertos. El bastardo de Ned Stark miró a los otros 3 que quedaban con vida; una mujer de lanzas alta y delgada con un hacha en una mano y un cuchillo de piedra en la otra. Un Pies de cuerno con una lanza de punta endurecida al fuego. Un saqueador con una espada mellada y oxidada en la mano. Y él sosteniendo a Garra.

Entonces no supo que lo impulsó, pero se adelantó y blandió a Garra con un grito que bien podría ser de rabia, bien de desesperación. El pies de cuerno, el saqueador y la mujer de las lanzas atacaron también. El Caminante Blanco simplemente esquivo la punta de la lanza y el corte diagonal del hacha y lanzó un tajo al saqueador. Este dio un salto atrás y logró salvar su vida, pero en cuanto la hoja de hielo toco la espada esta explotó en un millar de fragmentos de óxido y acero. Jon vio esto con los ojos abiertos, pero era muy tarde para retroceder. Llevó a Garra en un movimiento inútil para detener la cuchilla de hielo antes de que lo tocara….

¡CLANG!

El ruido resonó en el mundo, inundando los oídos de Jon. Garra no se había roto; Jon la miró, con los ojos tan abiertos que podrían haberse caído de sus cuencas. El Caminante lo miró, y por un instante Jon pudo distinguir una emoción en sus ojos; miedo. Giró la espada con rapidez y lanzó un tajo al cuello de su oponente. Y lo logró.

Cuando Garra tocó al Caminante este explotó en un millón de pedazos, desintegrándose en un instante. Jon miró hacia el suelo y vio una pequeña montaña de nieve.

"Por los dioses" escuchó. Miró y vio al pies de cuerno mirándolo como si estuviera viendo un dragón. Miró a los otros y estaban igual, mirándolo con una extraña reverencia.

Miró alrededor y se dio cuenta de otra cosa; la pelea había terminado. Todos los muertos habían quedado inmóviles, pero la mayoría de los vivos estaban en el mismo estado que él, mirando los cadáveres con expresiones atónitas en el rostro.

Entonces el sonido volvió. Primero uno y luego otro, todos empezaron a moverse; Jon envainó la espada y se unió a ellos.

Las personas corrían por todo el campamento; muchos gritaban nombres, con una mirada de desesperación en sus ojos mientras buscaban. Otros pedían ayuda a gritos. Algunas tiendas se habían prendido fuego, y les estaban echando nieve encima para apagarlo.

Entonces vio un cabello rojo e instintivamente corrió hacia él. Era un cuerpo tirado en el piso boca abajo, y por un momento sintió como se le paraba el corazón, pero le volvió a latir cuando volteó el cuerpo y vio que no era Ygritte, sino un hombre de barba poblada y ojos marrones. Soltó el cuerpo y se unió a la cacofonía, que llenaba el aire, intentando encontrar a la mujer. Su mujer.

"¡JON!" escuchó de pronto. Volteó y la vio corriendo hacia él; estaba con sangre en el rostro y un moretón en la frente, pero por demás parecía ilesa. Corrió hacia ella y envolvió sus brazos en torno a su cintura, apretándola con fuerza. Ella lo tomó del rostro y unió sus labios en un beso que le pareció eterno. Jon sintió su lengua rozando sus labios y los abrió para encontrarse con ella.

Cuando finalmente se separaron Jon colocó su frente sobre la de ella; necesitaba sentirla, saber que en verdad había sobrevivido, que estaba a salvo.

"¡Ayuda!¡Ayuden!" les llegó una voz por sobre el estruendo y ambos se separaron. Una mujer de cabello rubio miel estaba gritando junto al cadáver de un gigante, intentando alzarlo. Se separaron y corrieron hacia ella. Alrededor del cuerpo había muchos otros, de personas, hombres y mujeres, e incluso de animales; osos, lobos y perros.

Cruzaron sobre los restos y llegaron junto a la mujer. Detrás de ellos llegaron otros 4.

"¡Está atrapado debajo!¡Ayúdenme a quitarle esto de encima!" les dijo con urgencia. Jon, Ygritte y los demás se colocaron junto a ella y empezaron a empujar. Poco a poco, con muchas maldiciones y jadeos de parte de todos, entre los 7 lograron girar el cadáver putrefacto.

El hombre que estaba debajo era de pecho ancho y piernas largas. Tenía una melena de pelo gris, con unas pocas hebras castañas. Sus pantalones eran de piel y en la capa negra que llevaba había varios retazos rojos. Sus costillas estaba destrozadas, y su brazo estaba torcido en un ángulo grotesco; su rostro tenía arañazos, pero aún era reconocible.

Era Mance.

Y eso es todo por ahora. ¿Están impactados?¿Sorprendidos? ¿Me quieren matar?

Déjenme un review con todos los insultos…digo, comentarios, al respecto. Salu2 y que estén bien.