Un saludo a quienes siguen esta historia o la tienen entre sus favoritas. Y un saludo especial a Jean d´arc, que por lo visto le encanta esta historia. Te deseo lo mejor siempre desde acá.
Bien, tengo una buena noticia. Me llego un diluvio de inspiración y logre terminar nada menos de 3 capítulos juntos, así que las siguientes 3 semanas actualizare como yo quisiera, es decir uno por semana.
Ahora, sin más que decir vamos a lo que nos importa.
Disclaimer: todo lo que puedan reconocer pertenece a G.R.R. Martín. Yo solo lo uso para entretenerme y tratar de entretener a otros.
Catelyn
Catelyn sintió que acababa de cerrar los ojos cuando una punzada en su costado la hizo abrirlos. Los abrió y vio que Saia la observaba desde toda su altura, un ceño fruncido en su rostro.
"¡Levántate pronto, que ya nos vamos! Y come tu desayuno" sin más salió de la tienda, dejándola aún medio aturdida por el sueño. Se levantó y se vistió rápido, ansiosa por alejar el frio que la esperaba fuera de las pieles con las que durmió. Su "desayuno" consistió en un cuenco de gachas que apenas estaba tibio, un pedazo de pan y un vaso de madera que contenía agua. Comió intentando ignorar la temperatura de las gachas y la dureza del pan.
Cuando acabó la comida salió y vio una actividad mucho mayor que el día anterior. Todo mundo estaba moviéndose. Las hogueras estaban siendo apagadas con nieve, las tiendas desechas y todo lo demás siendo juntado. Vio unos carros extraños, de forma angosta y larga, que en vez de llevar ruedas llevaban unos patines hechos de madera. En vez de caballos o bueyes, estaban tirados por perros de un tamaño monstruoso.
"¡Sureña!" oyó una voz gritando. Instintivamente giró la cabeza y vio a un hombre que la miraba con impaciencia "No te quedes ahí parada, ven y ayúdanos" dijo, señalando la tiendo a medio derrumbar junto a él. Catelyn se acercó con duda, sin saber bien como ayudar "quita las maderas" le dijo el salvaje, haciendo un gesto con la cabeza.
Catelyn se arrodilló junto a una, puso sus manos alrededor y empezó a tirar. No era fácil. La tierra estaba dura y la madera estaba cubierta de nieve derretida, lo que la hacía resbalosa. Tiró con fuerza, jadeando por el esfuerzo, hasta que empezó a notar como se movía. Siguió tirando, con tanta fuerza que cuando finalmente la estaca salió cayó sentada. Unas risas se hicieron presentes, y al levantar la vista vio que varios de los salvajes alrededor se estaban riendo, los ojos brillantes de burla. Los ignoró mientras se levantaba e iba por otra estaca. Tras unos momentos más de risa burlesca los salvajes la ayudaron a desmontar la tienda. Cuando finalmente cayó la última estaba por tomar una esquina de la tienda para empezar a plegarla cuando los demás simplemente la enrollaron al tiempo que metían las maderas en cualquier orden. Aunque más rápido, también fue más desordenado. No pudo evitar fruncir el ceño ante el manojo de tablas y pieles.
"Ayúdame a llevarlo al carro, sureña" dijo la mujer que estaba al lado de ella. Los demás se fueron mientras ambas levantaban la tienda y la llevaban a uno de los carros. Catelyn se sorprendió de lo pesada que era la tienda, pero no se quejó mientras paso a paso ella y la otra mujer la acercaban a los carros. Cuando hubieran cargado la tienda Catelyn se apoyó un momento en el carro para recuperar el aliento, pero se incorporó cuando escuchó a uno de los perros gigantes gruñir.
"Ustedes sureños le tienen miedo a todo" dijo la otra mujer.
"¿No has visto el tamaño de esos perros?" dijo Catelyn, haciendo un gesto en dirección a los animales.
"¿Y qué? Un perro es un perro; con una buena patada se los aleja" le dijo la mujer. De pronto cambió el tema "¿Cómo dijiste que te llamabas?"
"No te lo dije" replicó Catelyn. Entonces se dio cuenta de lo grosera que había sonado y se apresuró a corregirlo "Me llamo Catelyn"
"Yo me llamo Asa" le contestó la mujer "Vamos, aún hay mucho que hacer si queremos irnos hoy" le dio un golpecito en el hombro y se fue en dirección a otro grupo de salvajes. Catelyn la siguió, sobando el lugar donde la había golpeado. Ayudó a deshacer otra tienda y mientras un par de hombres de barba poblada se la llevaban cargando Catelyn se alejó. Siguió ayudando a empacar y cargar cosas, hasta que vio que el campamento casi estaba desmontado. Una cosa que nunca había hecho antes de hoy era ayudar en la parte manual de levantar un campamento; a lo sumo daba órdenes, mientras los sirvientes se ocupaban de todo.
Recordó cuando viajo al sur para hablar con Renly Baratheon; solo se había quedado quieta mientras los hombres de su escolta se encargaban de la tarea. Se preguntó cuántos de los hombres que habían ido con ella aún vivirían. No le agradó la respuesta más probable.
Entonces sus pensamientos fueron interrumpidos por una fuerte sensación de ardor en su brazo. No pudo contener un pequeño grito de dolor. Miró al costado y vio a Saia, que la miraba con el puño levantado.
"Me alegro de que funcionara. Parecías haber perdido la cabeza" comentó en un tono sencillo, como si no acabara de causarle un considerable dolor.
"¿Y no podías hablarme si querías que te prestara atención?" le dijo Catelyn, sin poder ocultar el enojo en su voz. Estaba harta de los golpes, y apenas era su primer día con esta gente.
"Te hable 3 veces" le dijo Saia con la ceja levantada "y la última prácticamente fue un grito pero no hubo caso"
"Oh" dijo Catelyn "¿Y qué me querías decir?" preguntó, intentando cambiar de tema.
"Ten" dijo la mujer salvaje, poniendo un fardo de pieles bastante grande en la espalda de Catelyn. Esta tuvo que sujetarse con ambas manos y enderezar la espalda que el nuevo peso había doblado hacia atrás.
"¿Tengo que cargar esto?" dijo con incredulidad. No tenía idea de cómo lograría caminar con este peso sobre su espalda.
"Por supuesto, igual que hacemos todos" dijo Saia. En ese momento Catelyn se dio cuenta de que ella también llevaba un fardo de pieles en la espalda, aunque no parecía ni notarlo "Vámonos ya" y sin más empezó a caminar.
Catelyn la siguió, intentando ignorar el peso sobre sus hombros. Vio que los demás salvajes también se ponían en marcha, con un hombre grande con una barba y cabellera oscura al frente. A su lado iba una mujer de cabello castaño. Los demás los seguían, cerca pero no demasiado.
Se fueron adentrando en el bosque, caminando entre los árboles altos sin orden aparente, pero nadie muy alejado del grupo. Catelyn notó que a menudo los salvajes dirigían miradas al bosque, como buscando algo. A medida que avanzaban también vio que la mayoría de los salvajes llevaban fardos al igual que ella, en algunos casos más grandes que el suyo. Incluso los ancianos llevaban fardos o sacos al hombro. Los únicos que no parecían llevar peso encima eran los niños.
También observó que había hombres, y mujeres, que cargaban armas; mazos y hachas de piedra, lanzas de punta endurecida al fuego y dagas de hueso y piedra. Algunos también llevaban escudos, cosas toscas cubiertas de cuero y a veces, pintura.
"Hey" dijo una voz a su lado. Miró y vio a un muchacho de cabello rubio y rostro pecoso "¿Cómo te llamas? Yo soy Corl" comentó, señalando su pecho con un dedo, o mejor dicho un muñón.
"Catelyn"
"¿Cómo es el sur?" preguntó Corl.
"¿Por qué te interesa?" Catelyn frunció el ceño.
"Mi madre me contaba historias de niño" el joven se encogió de hombres "Decía que los sureños habían abandonado a los dioses, que talaron sus arcianos y que adoraban a otros dioses en templos de piedra"
"No se llaman templos, se llaman septos. Ahí se adoran a los Siete. Y no todos los adoran; hay casas que aún creen en los Antiguos Dioses" dijo, pensando en tantas familias norteñas: Umber, Glover, Mormont.
"¿Y es cierto que es todo verde por allá? Me decían que hay campos inmensos, sin un solo árbol, en la que hay hierba verde hasta donde alcana la vista" comentó el muchacho, su voz adquiriendo un tono soñador.
"Si, los hay" dijo Catelyn. No sabía que más decirle, y de pronto se le ocurrió algo "¿Quién está al mando de este grupo?" Si iba a quedarse con ellos, debería al menos intentar aprender algo.
"Clan" dijo Corl. Ante la mirada de Catelyn especificó "No es un grupo, es un clan. Y el que está a cargo es Hyrew" hizo un gesto con la cabeza, en dirección al frente.
"¿Quién fue el padre de Hyrew?" preguntó Catelyn. Estaba segura de que no habría escuchado nunca del padre, igual que nunca había escuchado nada del hijo hasta hoy. Aun así, tenía curiosidad.
"No tengo idea" dijo Corl. A juzgar por su tono, Catelyn pensó que tampoco le importaba "De todos modos, no importa. Seguimos a Hyrew, no a su padre. Es un bastardo cruel y gruñón; en una ocasión mató a alguien para no compartir su hidromiel con él"
Catelyn abrió la boca horrorizada: "¿Y por qué siguen a alguien así?" preguntó, en una voz quizás demasiado alta; no le importaba. Ya había decidido que no se acercaría a Hyrew a menos que no tuviera otra opción.
Corl se encogió de hombros "Hyrew es un guerrero; en una ocasión mató a un oso solo con las manos. Golpeo a la jodida bestia en la cara hasta matarla" comentó, volviendo la mirada al frente "en tiempos como estos, hacen falta peleadores" dijo, su voz seria.
Catelyn se sintió confundida. ¿A qué se refería con tiempos como estos? Se lo preguntó, pero el muchacho se negaba a responder.
Una desventaja de no seguir conversando fue notar lo cansada que se encontraba; sus pies le dolían muchísimo, y el peso que llevaba en su espalda la encorvaba y empujaba sus hombros hacia abajo. Y no parecía que fueran a detenerse pronto. Miró alrededor y vio que nadie parecía cansado. Serios, callados la mayoría, pero no cansados. Incluso los niños parecían mantener el paso.
Siguió caminando a pesar del cansancio y la incomodidad, sin emitir una queja. Sentía la tentación de detenerse, o de pedir que se detuvieran, pero no decía nada. En parte por que dudaba que le hicieran caso o que se apiadaran de ella, en parte por orgullo; ella era una Tully, y los Tully no recurrían a la lástima para obtener algo. Cuando finalmente se detuvieron estaba agotada. Prácticamente cayó al suelo y jadeó, intentando recuperar el aliento. Se quitó el fardo que llevaba en la espalda y casi sollozó de alivio al desaparecer el peso.
Miró alrededor; todo mundo estaba sentándose en el piso, contra los árboles o en donde pudieran, dejando la carga que llevaran y tomando tragos de pellejos.
"¡Vengan a comer!" el grito se escuchó. Provenía de una anciana que estaba sentada contra un árbol. Otras dos mujeres estaban con ella, cada una armada. Era obvio por qué estaban ahí.
Catelyn se acercó con todos los demás, y recibió un pequeño pedazo de pan y una mitad de manzana. Tanto la fruta como el pan estaban secos, pero aun así los comió con desesperación. Apenas había terminado de comer cuando volvieron a moverse. Cargó con un jadeo el fardo en su espalda y siguió moviéndose.
Basándose en el lugar del sol y la hora que creía que era se dio cuenta de que se dirigían hacia el este. La marcha siguió y siguió hasta que fue casi de noche. Cuando finalmente se detuvieron, fue arrastrada de inmediato por una mujer salvaje que tenía cabello gris y una fuerza sorprendente para su edad.
"Toma" dijo, al tiempo que le pasaba un cuchillo de piedra y un saco mohoso "Hazlo rápido, hay muchos con hambre" Catelyn miró adentro del saco y vio un montón de cebollas. De inmediato entendió lo que pretendían de ella.
"No sé pelar cebollas" dijo, con un ceño fruncido.
"Entonces tienes que aprender. Y para aprender debes practicar" le dijo la mujer con el ceño fruncido. Sin otra palabra se fue hacia el fuego recién encendido.
Se sentó y tomó una cebolla con la punta de los dedos; estaba sucia. Intentó limpiarla un poco con la nieve que tanto abundaba, pero aún le quedó algo de suciedad encima cuando acabó. Resignada, tomó el cuchillo con la mano libre e hizo un corte, intentando seguir el contorno del vegetal, pero sus manos, tan habilidosas para hacer costuras, demostraron no estar al mismo nivel en lo que a habilidades de cocina se refería. El corte era disparejo, y había quitado no solo las capas de la cebolla, sino partes que eran comestibles. Con la sensación de estar haciéndolo todo mal, siguió en su tarea hasta que la cebolla estuvo pelada, mal pelada, pero pelada. La dejó en su regazo y siguió con otra, con resultados similares a la primera.
Siguió en ello hasta que ya no encontró más cebollas dentro del saco. Había una montaña de vegetales, y por un momento se preguntó cómo iba a llevarlas todas hasta la olla sin dejarlas caer. Entonces se le ocurrió. Tomó el saco y lo volteó, para que la cara interna llena de tierra y suciedad quedara por fuera, mientras que la externa con moho quedaba por dentro. Colocó las cebollas dentro del saco y se lo echó al hombro antes de caminar en dirección al fuego, donde como al parecer era costumbre, un grupo de mujeres estaban junto a las ollas cuidando la comida.
"Ya era tiempo" dijo una, con cabello rubio enmarañado y figura delgada "Yolia no dijo que tardarías tanto. A ver, dame eso" dijo, al tiempo que le quitaba el saco de los hombros. Catelyn no se resistió, y una vez libre del saco dio un par de pasos hacia atrás. La mujer sacó una cebolla y frunció el ceño cuando vio los cortes que tenía encima. Alzó una ceja y Catelyn no pudo evitar sentirse avergonzada "solo tenías que pelar las cebollas, no asesinarlas" dijo. La burla era clara.
"No le hagas caso" dijo otra voz. Catelyn giró la cabeza y vio a una chica mirándola, una sonrisa de dientes torcidos en su cara "Ven, necesito que me ayudes" dijo, al tiempo que la tomaba de la mano y la guiaba hacia una tienda. Catelyn notó que la chica era muy joven; no debía tener ni la mitad de su edad.
Adentro de la tienda había otras personas. Catelyn contó a 7 mujeres, e incluso a un par de hombres que se veían muy ancianos. También había una muchacha que era muy joven, como evidenciaban la grasa infantil de sus mejillas.
"Estamos haciendo pan" le dijo la chica "no te preocupes, no hace falta cortar ni pelar nada. Solo lleva harina, sal y agua. Es sencillo de hacer. ¿Lista?" preguntó con una sonrisa.
"Supongo" dijo Catelyn. Al poco tiempo de estar amasando se dio cuenta de que la chica que la había guiado a la tienda tenía razón: era en muchos aspectos más sencillo que cortar verduras. El único aspecto desfavorable que había era la gran fuerza que tenía que ejercer en los brazos. Cuando finalmente dejó de hacerlo tenía los brazos tan agotados que le dolían al menor movimiento brusco.
Poco a poco fue acostumbrándose a su nueva vida. Los días eran una rutina constante: se levantaba al amanecer y tras una exigua comida y ayudar a levantar el campamento caminaba junto con el resto del clan, siempre al este. Luego de detenerse brevemente a la mañana y comer una pequeña comida seguían caminando, casi hasta el anochecer. Cuando paraban montaban el campamento y tras comer sopa, o algo de carne hervida con pan, se iban a dormir. Y al día siguiente empezaba todo de nuevo.
Las primeras semanas fueron horribles: sus pies, tan habituados a pequeñas caminatas alrededor de un castillo, llegaban incluso a sangrar y se cubrían de ampollas que dolían hasta que reventaban, cuando el dolor se reducía ligeramente pero no lo suficiente para dejar de atormentarla. Los músculos de sus piernas le ardían como si estuvieran sobre un brasero encendido, por las interminables horas de caminatas. Sus brazos también le ardían, como consecuencia de amasar, cortar y un millar de trabajos manuales. Y sus manos, sus manos que hubieran sido suaves como la seda, sus manos que habían cuidado y acariciado a sus hijos, sus manos que habían sido sus instrumentos mientras cosía, bordaba y escribía…. Estaban llenas de ampollas y marcas de mugre.
Pero al final sus ampollas y callos reventaron, sus piernas se fortalecieron y sus manos dejaron de dolerle. Cada vez le resultaba menos difícil seguir el ritmo de la marcha, o trabajar.
También fue conociendo a los salvajes que la acompañaban. Conoció a Tyva, la bruja de madera que la había curado luego de que la encontraran casi muerta; era una anciana de cabello largo y quebradizo, rostro arrugado y ojos tristes que además era tía de Saia. La única similitud que en verdad encontró en ambas fue el color de sus ojos. También supo que Saia tenía un hijo, un niño de apenas 3 años llamado Bolid, con una mata de cabello enmarañado oscuro y unas orejas diminutas. Otra persona que conoció fue Prunn, un salvaje que tenía 10 años menos que ella y una barba tan espesa que le costaba distinguir su rostro en medio de ella. Vicwon, que pese a tener un aspecto mortífero con su collar de huesos humanos, era bastante agradable. Lora, que era una mujer de las lanzas de rostro horrendo y voz hermosa….
Pero por más que hiciera en el día, sus noches estaban dedicadas a sus seres amados, vivos, desaparecidos y muertos por igual. Sus hijas eran a menudo las dueñas de sus pensamientos, y aunque una parte de sí misma pensaba que estaba desperdiciando tiempo, aún oraba a la Madre y la Doncella para que las guardaran.
También pensaba mucho en su esposo, su amado Ned, muerto hacía ya tanto tiempo. Pensaba que, al menos, él debía estar orgullosa de ella. Le había hecho caso; no se había dejado morir por las heridas ni se había encogido ante su nueva vida, tan diferente de la anterior. Estaba demostrado lo fuerte que era.
¿Cierto?
Jon
El amanecer acarició la tierra con dedos rosados y pálidos. Era un espectáculo sereno y hasta hermoso. No se podía decir lo mismo de lo que Jon veía.
El campamento estaba atestado de muertos; hombres, mujeres e incluso niños yacían tirados por el piso, con la escarcha cubriéndolos como un manto delicado. Si atacaron el campamento o pelearon para defenderlo no estaba claro aún. Había muchas personas alrededor de ellos. Algunos tenían rostro de desesperación mientras intentaban encontrar a sus seres queridos, mientras otros simplemente se dedicaban a tantear los cadáveres, buscando cualquier cosa de valor que pudieran llevar encima.
Jon veía todo esto, sintiendo una impotencia tan grande como el Muro mismo. A lo lejos, varios gigantes y al menos 50 personas, hombres y mujeres, apilaban troncos para crear una pira inmensa.
Dio un suspiro y se encaminó hacia la tienda que compartía con Ygritte. Cuando llegó vio a la mujer pelirroja parada en medio de la tienda, mirando el arco y el carcaj de flechas como si el solo contemplarlos le produjera dolor. Se paró a su lado y guardó silencio, esperando hasta que decidiera hablar.
"Debemos irnos antes del anochecer" dijo Ygritte.
"¿Disculpa?" Jon no creía haber escuchado bien.
"Ya me oíste; debemos irnos pronto de aquí, antes de que empiece a derramarse sangre" dijo de nuevo la mujer de las lanzas "El Llorón y el Señor de los Huesos enloquecerán en cualquier momento. Y los thennitas te odian con todas sus fuerzas; la verdad me extraña que aún no hayan venido a intentar matarte"
"No podemos irnos. Solos no sobreviviremos" dijo Jon, plenamente convencido.
"Sobreviviremos más que si nos quedamos aquí. No sabes nada, Jon Nieve" dijo Ygritte. Estaba cada vez más enojada.
"Hay algo que sé bien" dijo Jon "ahí fuera aún están los Otros. Uno atacó ayer y asesinó a miles antes de que pudiéramos detenerlo. Si nos vamos nos cazarán como animales"
"¿Y cuál es la opción? De todas formas se irán todos. Mance era lo único que los mantenía juntos, y Mance está muerto" la voz de Ygritte se elevó peligrosamente, pero Jon lo ignoró. No iba a dar un paso atrás en esto, no cuando estaba totalmente seguro de que tenía razón.
"Y si nos dispersamos lo seguiremos muy pronto a la muerte Ygritte" dijo Jon.
"Probablemente" admitió Ygritte a regañadientes "pero a menos que surja alguien para tomar el lugar de Mance, se irán todos" dijo la mujer pelirroja.
Jon no pudo encontrar manera de refutar eso. Sabía que Ygritte tenía la razón: el ejército, si es que se le podía llamar así, estaba formado por un centenar de clanes distintos; los clanes del rio de hielo, la gente de las cavernas, los saqueadores, thennitas, los hombres morsas y muchos otros, tantos que ni siquiera los conocía a todos. La única razón de que estuvieran juntos era Mance; él los había unido a todos, con palabras, promesas o a punta de espada. Sin el irían cada quien por su lado.
Estuvieron en silencio por unos minutos, sin hablar o mirarse siquiera. Entonces Jon escuchó un suspiro profundo por parte de Ygritte y giró para verla. La mujer de las lanzas lo miraba "Hay alguien que puede tomar el lugar de Mance" dijo con un rostro de seriedad absoluta, tan inusual en ella.
"¿Quién?" dijo Jon. Ya estaba pensando en ir a buscar a esa persona y convencerla de intentar mantener juntos a los clanes. Y si tuviera que ayudarlo, lo haría.
"Tú" fue la respuesta que dio Ygritte.
Jon se quedó sin palabras ante eso. Cuando finalmente reaccionó la molestia fue la primera emoción que cruzó su boca: "¡Esto es serio Ygritte! No es momento para bromas" ¿Rey-más-allá-del-Muro?¿Él? ¡Era absurdo!¡La sola idea era una estupidez!
Ygritte se cruzó de brazos "¿Tengo cara de estar bromeando?"
"¡No puedo tomar el lugar de Mance!¿Quién rayos me seguiría?" fue un antiguo Hermano Juramentado de la Guardia de la Noche, los enemigos del pueblo libre durante milenios. Él mismo no lo había olvidado ¿por qué lo haría alguien más?
"Te sorprenderías" dijo una voz detrás de él. Giró y vio al intruso; era Val, una mujer de las lanzas bastante mayor que él y que solo se podía describir como hermosa, con sus profundos ojos azules, cuerpo esbelto y cabello rubio miel. Val era hermana de la esposa…..la viuda de Mance "Si lo pides muchos te seguirán"
"¿¡Acaso todo mundo se ha vuelto loco?!" exclamó Jon a gritos.
"¿Acaso tú te has vuelto un cobarde?" le dijo Val, una mirada retadora en su cara.
"Es posible que te sigan. Tú lo sabes. Así que ¿Por qué dudas, Jon?" preguntó Ygritte, los brazos cruzados todavía.
¿Por qué dudas? Esa era la pregunta que sacudió a Jon. ¿Qué causa tenía para dudar? ¿Por qué la idea de liderar le parecía tan insoportable?
Porque no naciste para liderar. Esa era la tarea de Robb, era su destino. No el tuyo. Nunca el tuyo una voz le susurró en su mente. Una voz que le traía recuerdos de su infancia, una voz que relacionaba por instinto con miradas frías y rencorosas y con un largo cabello rojo.
Jon decidió no responder a Ygritte. En vez de eso, soltó un fuerte suspiro "No soy un líder" dijo débilmente.
"Eres algo mejor. Eres un peleador" le dijo Ygritte, su cabello rojo de repente brillaba más, como si fuera a encenderse en llamas "todos los que te vieron con una espada en la mano lo saben. Y sabes mucho: tus ideas para pelear juntos y la forma en que entrenas a otros hablan a gritos" Ygritte tomó su rostro entre sus manos y lo miró con tal intensidad que le hizo estremecer "tienes todo lo que hace falta para ser un líder Jon. Sólo tienes que aceptarlo"
"Ella tiene razón. Hay muchos líderes que te han visto pelear o entrenar jóvenes, y varios tienen hijos entre los chicos que entrenas" dijo esta vez Val "necesitan un líder y piensan bien de ti. Te seguirán"
Jon quería seguir discutiendo, pero encontró difícil discutir con ellas 2. Aunque no deseara liderar, era posible que de hecho lo aceptaran. Pero era igual de posible que lo rechazaran o lo asesinaran, o ambos.
Pero aún si lo aceptaran como líder él no creía estar preparado para una responsabilidad semejante. Había visto lo suficiente con Mance para saber que mantener unido al Pueblo Libre iba a ser una tarea increíblemente difícil. Y no imaginaba a la Guardia de la Noche dejándolos pasar por las buenas el Muro; sin duda se derramaría sangre. Pensó en Sam, gordo y asustadizo; Pyp, con sus orejas grandes; Grenn, con su tamaño y pocas luces. Sapo, Dareon, el Viejo Oso, Donal Noye. Pensó en el Maestre Aemon, anciano y ciego.
Mata al niño, Jon Nieve, y deja que nazca el hombre.
Esas palabras reverberaron en su mente; para hacer esto, para ser líder, para llevar al Pueblo Libre al sur y mantener la paz entre ellos y los norteños, tendría que matar al niño que había en sí y convertirse en un hombre.
"De acuerdo. ¿Cómo exactamente logramos eso?"
Al día siguiente estaba en medio del campamento, dónde las palabras y rumores atrajeron a todo el mundo a comprobar si era cierto, si Jon Nieve estaba de verdad intentando tomar el lugar de Mance.
Los líderes y caudillos del Pueblo Libre estaban en el frente: Howd el Trotamundos, Morna Máscara Blanca, Kyleg de la Oreja de Madera, el Gran Morsa, 4 caudillos de los pies de cuerno, con los pies negros y descalzos, Borroq el cambiapieles, Devyn el Desollafocas, Harle el Cazador, Harle el Bello, Doss el Ciego, Ygon Oldfather, Soren Rompescudos y muchos otros a los que no conocía, todos flanqueados por sus guerreros. Tormund estaba acompañado por sus 4 hijos y su hija Munda. El Señor de los Huesos y el Llorón estaban rodeados de sus saqueadores, y Styr estaba rodeado por sus acólitos vestidos de bronce y su hijo. Y al final, fue el Magnar de Thenn el que habló.
"¡¿ES CIERTO, JON NIEVE?!" si el grito no fuera señal suficiente del estado de ánimo del Magnar, la mirada de rabia que le dedicaba a Jon si lo sería.
"Si, lo es" no había necesidad de ser más específico.
"No te seguiré Nieve" Gruño el Llorón.
"Tú no eres mi rey, Cuervo" dijo esta vez el Señor de los Huesos. Más voces se alzaron y Jon decidió hablar antes de que se perdiera el frágil estado de tranquilidad que había.
"¡Ustedes quieren ir al sur!¡Y yo puedo llevarlos allí!¡Pero para eso necesito que confíen en mí!¡Si queremos sobrevivir tenemos que aprender a confiar unos en otros!" gritó. Aunque no les gustara ese era el camino correcto, Jon lo sabía.
"¿Qué confiemos en ti? Tengo nietos que son más viejos que tú, muchacho" se burló esta vez Ygon Oldfather.
"¿Y qué más quieres, Jon Nieve?¿Qué peleemos uno al lado del otro como esos niños verdes que te siguen?¡¿Qué nos arrodillemos y te besemos el trasero?!"
"No" dijo Jon. Sabía que la siguiente parte le granjearía el odio de muchos pero era necesario "A cambio quiero juramentos de lealtad de todos ustedes. No hace falta que se arrodillen para darlos"
De inmediatos se hizo un silencio lleno de incredulidad. Al final fue Tormund Matagigantes el que lo rompió: "¿Qué clase de juramento?"
"Jurarán seguir mis órdenes, hacer las paces con quienes digo que son nuestros aliados, hacer la guerra contra quienes digo que son nuestros enemigos y ayudarme a castigar a cualquiera que rompa el pacto que hoy hacemos aquí!" dijo. No pudo evitar notar cómo varios acercaban las manos a sus armas. Y cómo muchos otros parecían tener ganas de escupirle en la cara. Pero ninguno se fue.
"Eso me suena como algo que diría un arrodillado" gruño una voz a sus espaldas. Jon no se molestó en ver a quien pertenecía.
"¡Y a cambio!" exclamó con voz fuerte, viendo sus rostros desconfiados, sabiendo que no le creían y deseando con todo su corazón que lo hicieran "les prometo que siempre estaré ante ustedes, que nunca deberán arrodillarse ante mí y que todo lo que haga y diga será siempre pensando en vuestro bienestar ante todo lo demás"
Por unos momentos nadie habló, nadie se movió. Todos los ojos estaban sobre él, mirándolo con odio, incredulidad, confianza o aceptación. El mundo adquirió un silencio tan espeso que casi se podía cortar. Y al final fue cortado.
"Muy bonitas palabras, Cuervo" dijo el Señor de los Huesos, mirándolo con un disgusto más que evidente "pero las palabras se las lleva el viento. Las acciones, en cambio….. dices que quieres ser rey, que vas a cuidar al Pueblo Libre. Demuestra que eres capaz de hacerlo" dijo, al tiempo que se adelantaba y sujetaba su lanza con las 2 manos.
Jon no reaccionó por fuera, pero soltó un gran suspiro por dentro. Sabía que esto iba a pasar. Por más palabras que usara al final solo la acción lo haría digno de ser líder ante el Pueblo Libre.
Desenvainó a Garra y se preparó para enfrentarse al Señor de los Huesos.
El Señor de los Huesos era uno de los saqueadores más sanguinarios de todos. Y Jon por fin entendió por qué; sus movimientos tenían un alcance perfecto, sin ser demasiado cortos ni largos. Mantenía el equilibrio de un gato y su lanza era tan rápida que apenas la podía ver. Jon desvió y esquivo, intentando acercarse a su oponente pero sin conseguirlo. Lanzó un par de golpes para sondear al Señor de los Huesos, pero no era fácil.
A medida que la pelea continuaba, sin que ninguno de ellos cediera, Jon sintió como el cansancio empezaba a hacerse presente en su cuerpo. Si el Señor de los Huesos sentía alguno lo ocultaba bien. Continuó esquivando y desviando los golpes de la lanza, y en un momento creyó ver una apertura en la defensa de su oponente y decidió tomar la oportunidad. Fue un error; el Señor de los Huesos esquivó el corte de Garra y lanzó un golpe con la lanza. La punta del arma mordió la carne y Jon no pudo evitar un gruñido de dolor cuando sintió el ardor en el brazo. Lanzó un nuevo corte con su espada y el Señor de los Huesos saltó hacia atrás en el último instante, aunque eso no evitó que el acero valyrio le provocara un arañazo en el torso, cortando los huesos de su armadura y las pieles que había debajo.
Ambos retrocedieron y se miraron sus respectivas heridas; el mordisco de la lanza le había sacado sangre a Jon, pero al menos su brazo seguía siendo útil. El Señor de los Huesos bajó la cabeza y examinó la ruina de su armadura y sus pieles, pero no vio sangre. Soltó una risita despectiva antes de mirar a Jon.
"¿Eso es lo mejor que tienes Cuervo?" dijo con una mueca burlona en el rostro.
En ese momento no supo explicarlo, pero sintió como la ira lo inundaba, llenando sus venas y haciendo que su corazón latiera tan rápido que pensó que iba a explotar.
Soltó un grito de pura rabia y se lanzó hacia adelante, atacando con una ferocidad de la que no se hubiera creído capaz. Olvidó toda pretensión de nobleza o virtud que pudiera haber en su mente, olvido el honor y el deber, olvido todo menos el irrefrenable deseo de asesinar al hombre ruin que estaba enfrente de él. Garra se convirtió en un destello plateado en sus manos, cada vez más rápida, cada vez más difícil de ver, cada vez más letal. Su esgrima era tan buena que si su maestro de armas, el anciano Ser Rodrik Cassel, lo hubiera visto se habría enorgullecido.
Por un momento vio la expresión de terror del Señor de los Huesos; al siguiente rompió la lanza en 2 con un corte diagonal y en un parpadeo enterró su espada entre las costillas del Señor de los Huesos, haciendo un ruido horrible cuando raspó los huesos de la armadura. Refirmó el agarre a dos manos en la empuñadura de Garra y la retiró en un movimiento fluido, al tiempo que el cuerpo del Señor de los Huesos caía con un golpe seco en el suelo.
Respiró profundo un par de veces antes de alzar la vista. Todos lo miraban atónitos, algunos incluso con la boca abierta en una expresión que en otro momento le hubiera hecho gracia, pero no en este. Nunca en este.
"¿Alguien más?" dijo, o más bien grito. Nadie dijo nada, nadie se movió adelante, de hecho le pareció ver de reojo que unos pocos daban un pequeño paso hacia atrás. Pensó que eso sería todo, pero escuchó a alguien aclarando su garganta. Se giró con expresión desafiante, pero cuando vio a Tormund dando un par de pasos adelante sintió como gran parte de su furia se desvanecía.
Definitivamente no quería pelear con Tormund.
Pero antes de poder hacer nada Tormund habló.
"Esa manera de pelear…. Solo un loco pelearía así. Un loco….. ¡O un rey!" exclamó con fuerza. En el silencio, la voz del Matagigantes resonó como un trueno "¿Quieres mi juramento Jon Nieve? Mi espada es tuya" dijo al tiempo que se arremangaba y dejaba su antebrazo izquierdo. Tomó la daga de hueso que llevaba encima y se hizo un corte en la piel recién descubierta, dejando que unas gotas de sangre cayeran a la nieve "Voy a pelear por ti" concluyó.
Entonces alguien más se adelantó; era Soren Rompescudos: "El Señor de los Huesos lo llamó Cuervo" dijo, haciendo un gesto con la mano al cadáver "pero a mí no me parece un cuervo. Me parece un rey" tras decir esto retiró la manga de su abrigo y se hizo un corte en el brazo, al igual que Tormund. Cuando unas gotas de sangre ensuciaron la nieve volvió a hablar "¡El hacha de Soren es tuya Jon Nieve!" Gritó con fuerza.
Entonces todos los otros líderes, unos con más renuencia que otros, sacaron sus armas, descubrieron sus brazos y derramaron su sangre sobre la nieve. Era un acuerdo, un juramento, una promesa. Lo seguirían.
No supo de donde empezó, nunca vio quien lo pronunció primero. Solo escuchó que alguien lo gritó, una voz solitaria. Al siguiente momento lo gritó de nuevo, esta vez acompañado por alguien más, y luego por otro, y por otro más. El cantó se fue multiplicando cada vez más, llenando el mundo, acallando cualquier otro sonido, unas pocas palabras gritadas por cien voces, por mil voces, por diez mil voces.
"¡El Rey Más Allá del Muro!"
"¡El Rey Más Allá del Muro!"
"¡EL REY MÁS ALLÁ DEL MURO!"
Y así finalmente he terminado. Debo admitir que costó bastante hacer este capítulo, pero me siento satisfecho con el resultado. Ojalá les guste, y si lo hace por favor dejen reviews, que me alegran mucho el día.
Bueno, eso es todo. Trataré de subir el próximo capítulo pronto. Un salu2 y que estén bien. Nos leemos pronto si Dios quiere.
