Bien, henos aquí una vez más. Primero que nada hola a quienquiera que lea esto.

Quiero dar gracias especialmente a jean d'arc (me alegra que te guste como retrato al Pueblo Libre. Intento hacerlo mostrando lo que ya sabemos junto con algunos datos de propia invención, pero sin ser demasiado extravagante) y fanatico z (me halagas al compararme con G.R.R.M) por sus maravillosos reviews, que me alegran el día cuando los leo.

En una nota más corta: gracias a quienes siguen la historia o la tienen entre sus favoritos.

Bien, ya he retrasado mucho las cosas. Vamos a lo que nos importa.

Disclaimer: todo lo que puedan reconocer pertenece a G.R.R. Martín. Yo solo lo uso para entretenerme y tratar de entretener a otros.

Maege

Era extraño, pero a la mente de Maege venía a menudo el recuerdo de su difunto padre.

Jorgen Mormont había sido duro e inflexible como padre, tanto para ella como para su hermano, pero también les había enseñado mucho y los había cuidado bien hasta su muerte. Enemigo de toda la vida de los Hijos del Hierro, su odio por los calamares solo había sido superado por su odio a los salvajes. Una vez de niña Maege había escuchado decir a un anciano guardia que su padre había maldecido a gritos cuando supo de la muerte de Lord William Stark en la Batalla del Lago Largo, a manos del salvaje Raymun Barbarroja. Y luego había brindado a la salud de Artos el Implacable, que asesinó a Raymun.

Maege se preguntó qué pensaría su padre de ella si supiera que se había entregado a los salvajes y, en cierta forma, confiado en ellos. Lo más probable es que la llamara niña tonta. Maege esperaba de todo corazón que su decisión fuera la correcta. Aunque la verdad era que no había opción. Superado en un terreno que desconocían contra un enemigo que los rodeaba por todos lados, su esperanza de victoria era nula. Y aunque morir peleando no le daba miedo, la verdad era que necesitaba vivir, al menos hasta que cumpliera la misión que la había traído al norte del Muro.

Se detuvieron al anochecer. Los salvajes se mantuvieron en grupos, rodeándolos y no alejándose de las armas en ningún momento. La charla era escasa, y todos se mantenían tensos. Maege no pudo evitar notar que los salvajes hicieron una gran cantidad de fogatas y que nadie se apartaba mucho de ellas. Aunque tenía cosas más importantes de las que preocuparse que los fuegos.

"Galbart" le dijo, apenas moviendo los labios y en una voz tan baja que pensó que no la había escuchado, hasta que él le hizo un gesto "En cuanto tengamos a Jon Nieve tenemos que largarnos de aquí" confiaba en los salvajes para llevarla ante Jon Nieve; eran, para su desgracia, su única pista sobre el último hijo de Eddard Stark. Pero no confiaba en ellos lo suficiente para bajar la guardia; aun sin armas tenía la intención de pelear si intentaban algo y de huir tan pronto como se volviera inútil permanecer junto a ellos.

"Estoy de acuerdo en largarnos. Pero ¿Crees que en verdad nos lleven ante él?" Galbart lo decía con un tono que dejaba claro cuánto creía en ello.

"Al menos creo que lo conocen" dijo ella, consciente de que estaba evadiendo la pregunta del señor "Esa mujer Val, la que los lidera, mencionó su nombre antes que ninguno de nosotros. ¿Cómo lo sabría si no lo conociera?" aunque eso no significaba que los estuviera llevando con él.

Y estaba ese lobo blanco que habían visto correr un momento después de que hubieran soltado las armas. Claramente era un lobo que ya había tratado con los hombres, y la falta de sorpresa de los salvajes al verlo solo confirmaba que lo conocían. El tamaño de la bestia señalaba que no era un lobo común, y Maege recordaba lo suficiente de Viento Gris, el lobo del rey, para reconocer a un lobo huargo al verlo. Había escuchado que todos los hijos de Ned Stark habían tenido lobos, pero no recordaba si le habían dicho el color del lobo de Jon Nieve, o si incluso había tenido uno. El lobo gigante bien podría ser de Jon Nieve, o bien podría no serlo.

"¿Crees que lo tengan cautivo?" Galbart la sacó de sus pensamientos.

"Es lo más probable" el chico era, después de todo, un hombre de la Guardia de la Noche, y la enemistad entre esta y los salvajes era legendaria. No veía como más podría estar con los salvajes "Lo encontramos, lo liberamos y huimos hacia el muro antes de que se den cuenta" habían llegado muy lejos, y Jon Nieve era imprescindible para sus planes contra los Bolton. Sin importar como debían rescatarlo y llevarlo al sur del Muro.

"Nos quitaron las armas" le recordó Galbart "y nos quitarían los caballos si no los necesitáramos para mantener el paso. Nos matarán en el instante en que salgamos del camino. No digamos si intentamos liberar a su prisionero"

Los matarían cuando salieran del camino. Esas palabras la hicieron notar de nuevo lo más extraño de la situación. ¿Por qué los salvajes no los mataban ya? Estaban desarmados y eran muchos menos que ellos, y aun así estaban vivos. Recordó como la mujer, Val, había insistido en que se rindieran, y pese a que los habían revisado a fondo para estar seguros de que no ocultaban armas, ella había prohibido que sufrieran algún maltrato. Tampoco habían sufrido ninguna crueldad durante el camino.

"Y aunque lo encontráramos y pudiéramos liberarlo ¿cómo haríamos para huir?" seguía diciendo Glover.

"Ya veremos" dijo Maege, y era cierto. Ya verían. Lo primero era ver a Jon Nieve y luego verían como salvarlo. Pero sin importar lo que hiciera falta, Maege lo haría. Salvaría a ese chico y lo coronaría rey, como habría querido el rey Robb.

Maege no durmió mucho esa noche; estar rodeada de salvajes tenía ese efecto en ella. Se turnó con sus hombres para montar guardia, en caso de que alguno de ellos intentara atacar mientras dormían. Sus horas de vigilia estuvieron llenas de pensamientos sobre como escapar de los salvajes en el momento preciso.

Con la primera luz todo mundo se levantó y comió con rapidez antes de volver a montar. Maege, Galbart y el resto de sus hombres se mantuvieron juntos mientras los salvajes los rodeaban. Se dirigieron al norte a un trote rápido. No llevaban ni dos horas viajando cuando pasó. Vieron a un salvaje con el rostro lleno de cicatrices en lo alto de un árbol, con un arco en la mano y un carcaj lleno de flechas en la espalda. Un explorador.

El hombre dirigió unas palabras, que Maege no entendió, a la salvaje Val con una sonrisa en la cara. La mujer le hizo un gesto grosero con la mano antes de que lo dejaran atrás. El hombre se rio en voz alta mientras pasaban. Durante los siguientes minutos vieron más exploradores en las ramas de los árboles o en tierra, pero ninguno les dirigió más de una mirada.

Siguieron adelante y tras unos momentos empezaron a escuchar un murmullo, como las olas del mar oídas desde lejos. Y un corto trecho después lo vieron. Maege tuvo que apretar la mandíbula para que su boca no se abriera sorprendida. Eran empalizadas, filas y filas de estacas que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Y detrás de ellas había terraplenes sobre las que había grupos de personas armadas y vigilantes.

Maege nunca había esperado ver algo semejante; jamás había sabido que los salvajes hicieran cosas como fortificaciones cuando acampaban. Se movieron frente a las empalizadas, yendo hacia el este. La línea de estacas parecía interminable, y entre los terraplenes se distinguían tiendas hasta donde alcanzaba la vista. Maege no pudo evitar estremecerse un momento al imaginar el número de salvajes que habría tras ellas. Por fin llegaron a un punto donde la empalizada se abría, dejando un espacio lo bastante grande para que 5 hombres a caballo la cruzaran al mismo tiempo. La puerta, si se le podía llamar así, estaba mucho más vigilada: a cada lado había un terraplén más alto que los demás, desde donde media docena de arqueros estaban observándolos con el ceño fruncido y una flecha puesta en los arcos sin tensar. Debajo había más hombres, al menos cincuenta, todos vestidos con una armadura de lamas y armas hechas de bronce: espadas, hachas, lanzas y escudos. Cada par de ojos estaban atentos en el grupo.

Uno de ellos se adelantó y habló en voz baja con Val. Luego se apartó de ellos y ladro lo que parecieron órdenes; de inmediato los demás se apartaron del camino y la columna se movió, cruzando las puertas. Tras pasar los terraplenes entraron al campamento.

Maege nunca hubiera creído que hubiera semejante cantidad de salvajes en el mundo; eran tantos que ni siquiera podía empezar a contarlos. Se preguntó si vería el otro extremo del campamento de subirse a uno de los terraplenes que había dejado atrás. Maege había combatido más saqueadores salvajes de los que incluso recordaba; había matado a docenas, puede que incluso a cientos. Sus hijas y los suyos habían matado a miles más. Ahora, viendo el tamaño de este campamento, le parecía que todos los salvajes asesinados en su vida por ella y los suyos eran solo un árbol, y ahora estaba viendo el bosque.

Muchos pares de ojos los miraban: hombres, mujeres y niños por igual detenían lo que estaban haciendo para observarlos. Mientras que los más pequeños se agarraban a las piernas de sus padres los adultos miraban con rostros tallados en piedra a su columna.

Esas miradas erizaban la piel de Maege. La señora de la Isla del Oso lamentó más que nunca no tener su maza para darse seguridad.

Un poco más adelante vieron un terreno despejado, libre de tiendas, árboles y cualquier cosa que pudiera dificultar la movilidad. Estaba lleno de gente, la mayoría de los cuales le parecieron jóvenes a Maege. Había una fila de unos 20 practicando tiro con arco. Una serie de postes de los que colgaban muñecos estaban cerca, y chicos y chicas armados con lanzas golpeaban y practicaban desviar y esquivar golpes. Más adelante había más chicos entrenando en parejas, peleando con espadas y hachas de madera. Pero lo más impresionante era lo que se ubicaba en el centro del lugar: dos grupos de unas 50 personas cada uno estaban frente a frente, y ante un grito todos juntaban sus escudos en formación. Ante el siguiente grito ambos grupos cargaban uno contra otro sin separarse, chocando con un estruendo.

Escuchó detrás a alguien maldecir, y al voltear la vista vio que los hombres de negro miraban aterrados en dirección a los que estaban entrenando.

"No sabía que los salvajes entrenaban…. así" comentó Galbart. Maege tampoco lo sabía. Entonces tomó una decisión. Le hizo un gesto a Galbart y se adelantó hasta que estuvo a la cabeza de la columna.

"¿Cuándo veremos a Jon Nieve?" le preguntó. Su deseo de largarse se había incrementado considerablemente.

"Vamos a ver al rey. Él me pidió que fuera a buscarlos y que los llevara ante él" dijo la mujer rubia mirándola de reojo.

¿Y Jon Nieve?" insistió la mujer. Le importaba verlo a él más que a este rey.

"Lo verás ahí también" dijo la mujer.

"¿Está con el rey?" preguntó esta vez la Osa.

"Adónde va el rey va Jon Nieve" dijo la mujer. Maege estuvo demasiado ocupada considerando el nuevo nivel de dificultad de que Jon Nieve estuviese cerca del líder de los salvajes para notar la pizca de humor que había en la voz de la otra mujer.

"¿Por qué está tu rey tan interesado en nosotros?" Maege omitió el resto de las palabras, pero ambas sabían bien a que se refería. ¿Porque no los mataban ya, cuando estaban desarmados y sin posibilidad de escapar?

"Quiere saber por qué dos señores de gran nobleza" la burla tiño las últimas palabras "han venido tan al norte. Me dijo que se los trajera vivos para interrogarlos. No es común que crucen el Muro. Y menos con tan pocos hombres"

Maege no tenía intención de quedarse de ese lado del Muro ni un momento más de lo necesario. Tan pronto como tuviera a Jon Nieve huiría al sur. Pero por lo visto antes tendría que ver a este rey. Tendría que pensar muy bien que decir y hacer; no esperaba que le perdonaran la vida, pero debía hacerlos retrasarlo bastante para que pudiera huir con el hijo de Ned Stark.

Al final se detuvieron en frente de una tienda, la mayor de todas. Era tan grande que Maege, Galbart y todos sus hombres podrían dormir con comodidad en su interior. Esa debía ser la tienda del rey.

Ygritte

Estaba rodeada de mujeres de las lanzas, haciendo flechas. Comprobó que la que tenía en las manos estuviera bien equilibrada antes de dejarla caer a sus pies y empezar a hacer otra.

Sintió una punzada en su vientre, donde el hijo de Jon se encontraba. Se obligó a respirar hondo y calmar sus nervios. No sería bueno para el niño que llevaba dentro.

Estaba preocupada, esa era la verdad. Si estaba haciendo flechas era para intentar que su mente no se ahogara en pensamientos. El primer pensamiento y el principal era Jon; se preguntaba si estaba bien o sí había muerto, dejándola sola y con un hijo suyo en el vientre. Si ese fuera el caso ni la muerte impediría que le patease el trasero por dejarla. Luego venía la batalla que se estaría librando al este del campamento; Jon y el Pueblo Libre contra los sureños y sus ropas de acero. Confiaba en Jon, sabía que haría todo lo posible por ganar pero ¿qué pasaría si no fuera suficiente?¿Qué pasaría si los sureños los derrotaban? Vendrían y atacarían el campamento.

Pero no los derrotarían tan fácil, pensó Ygritte con una pizca de orgullo. Jon se había asegurado de que las defensas estuvieran perfectas y bien vigiladas antes de irse. Las empalizadas estaban vigiladas por cientos de hombres y las puertas más custodiadas que nunca antes. Si los sureños atacaban el campamento pagarían con sangre.

"Ygritte" una voz la sacó de sus pensamientos. Era Agga "Val ya está de vuelta. Y los ha traído con ella" dijo la mujer de las lanzas, su mano envuelta alrededor de la empuñadura de un hacha de piedra. No dijo a quien había traído Val pero no hizo falta. Ygritte lo sabía a la perfección.

"Ya veo" dijo. Meditó por un momento si debía ir a verlos. Dejó la flecha a medio hacer y cogió su arco antes de despedirse y empezar el camino de vuelta a su tienda. Desde que Jon se había ido mantenía siempre su cuchillo, arco y sus flechas a mano; no tenía intención de alejarse de ellos hasta que supiera que Jon y los demás habían derrotado a los sureños.

¿Podrían estar relacionados los sureños que Jon mandó a capturar con el ejército que venía del este? Ygritte no veía como. ¿Podrían ser una distracción? No parecía probable. Pero parecía menos probable que fueran simplemente una coincidencia.

Apretó el agarre sobre su arco. Había sido difícil quedarse atrás; los pies le habían picado por ir junto a Jon y pelear a su lado, pero de alguna forma sus palabras la convencieron de no ir. Era peligroso para el hijo de ambos que llevaba en su vientre, e Ygritte no era capaz de poner al niño en riesgo. Y luego estaba Jon mismo; Ygritte sabía que él no podría concentrarse en la pelea si estaba preocupado por ella y el niño, y un solo error podría conducir a su muerte. Era irónico que pese a ser una mujer de las lanzas se comportara como una sureña; esperando mientras el hombre se encargaba de la pelea. Pero tan pronto como el niño naciera las cosas volverían a ser como antes.

Casi estaba en su tienda cuando vio una cabellera pelirroja que le recordó a la persona que estaba en la tienda. Catelyn, la dama sureña.

Ygritte aún guardaba un cierto rencor contra Jon por llevarla a la tienda de ambos sin preguntar. Jon era un hombre libre y no necesitaba permiso de ella para hacer lo que pensara mejor, pero aun así Ygritte habría apreciado que le dijera que la mujer que fuera objeto de su odio iba a vivir ahora con ellos.

Cuando Ygritte aceptó finalmente que esta mujer había venido para quedarse pensó en hablar con ella, tener una charla verdadera cara a cara, y no simplemente amenazarla como había hecho tan pronto como Jon se fue. Pero había dos causas por las que aún no lo hacía. La primera y principal era que aún no había superado su aversión a esta mujer, ni sabía si lo lograría pronto.

La segunda era que simplemente eran demasiado diferentes: a pesar de las pieles y botas viejas que la mujer usaba Ygritte lo notaba de su forma de caminar, hablar, escuchar e incluso sentarse. Era una mujer criada en un castillo, con poca o ninguna experiencia en nada que una mujer de las lanzas como ella supiera: Ygritte no la veía cazando o desollando una liebre, y mucho menos peleando. Y no se veía a si misma hablando de vestidos y bailes con ella; no es como si supiera algo de ellos de todos modos.

La verdad es que Ygritte no veía nada que pudieran tener en común, más allá de estar ambas besadas por el fuego. Y conocer a Jon, claro.

Fue entonces que vio a Val; la mujer estaba parada discutiendo acaloradamente con una mujer vieja de cabello gris y largo. A juzgar por la ropa de la mujer mayor era una sureña. Vagamente Ygritte notó al resto de los prisioneros, enojados o asustados, pero ilesos, y rodeados por los guerreros que Val había llevado. Entonces se dio cuenta de que al menos un centenar de personas más se habían congregado y miraban al grupo de sureños con ojos fríos y serios, y a los 5 cuervos entre ellos con abierto odio.

Aunque no lo quería tuvo que intervenir antes de que la discusión escalara a más; es lo que Jon habría hecho de estar aquí.

"¡Ya basta!" dijo, haciendo que ambas mujeres voltearan a verla "¿Qué rayos pasa aquí?" ella no tenía la paciencia ni los modales de Jon, ni le interesaba tenerlos.

"¿Y tú quién mierda eres?" exclamó bruscamente la mujer mayor, mientras la miraba como si fuera un perro que intentó follarse su pierna. A Ygritte le tomó mucho esfuerzo no sacar su daga ante ese pensamiento. Dirigió sus ojos sobre la figura de la mujer por un instante antes de volver a hablar.

"Alguien que a diferencia de ti está armada. Piensa muy bien tus palabras antes de volver a hablarme así" amenazó. A su alrededor la tensión crecía.

La mujer pareció enojarse todavía más "La que debería medir sus palabras eres tu niña. Yo estaba matando salvajes cuando tú aún eras un bebé llorón. No necesito armas para acabar contigo" dijo con una mirada despectiva.

Salvajes. Otra vez esa maldita palabra. Aunque no era tanto la palabra si no como la dijo. Como si fuera un insulto, como si ellos fueran inferiores a los sureños. ¿Quién mierda eran ellos para decir quién era mejor que quién?¿Qué los hacía tan superiores?¿El ser capaces de apilar piedras para formar sus castillos y tener mejor acero?

Ygritte había pasado tanto tiempo con Jon que había empezado a olvidar la opinión de los sureños sobre el Pueblo Libre. Ahora la había escuchado de primera mano. Y la amenaza contra ella solo la enfureció más. Olvidó a Jon, lo que habría querido, por qué había mandado a capturar en vez de matar. Vio de reojo como la mano de Val iba al pomo de su espada y acercó la suya propia al de la daga para….

"¿¡Lady Maege!?" esa voz la distrajo, y no fue a la única. Val y la otra mujer dejaron de lanzar dagas con la mirada mientras miraban a alguien detrás de ella. Giró y vio a Catelyn.

Por un momento pensó en decirle que se largara, que esto no era asunto suyo. Pero las palabras habían penetrado en su mente y la mirada que dio la mujer que como ella estaba besada por el fuego fueron toda la confirmación que necesitaba. Catelyn conocía a la anciana con la que estaban discutiendo.

Escuchó un jadeo detrás de sí. La mujer con el jubón del oso había olvidado su ira y miraba a la pelirroja mayor con una mirada atónita, con sus ojos tan abiertos que pensé que iban a salir de las cuencas. Sus labios se movieron pero ninguna palabra salió de ellos.

Cualquier duda que Ygritte aún albergara murió en ese momento: ambas mujeres se conocían.

Catelyn

Estaba cociendo una camisa vieja cuando escuchó voces afuera. Al principio pensó que solo eran personas charlando, pero las voces aumentaron de volumen y el tono dio a entender que estaban discutiendo. Tras dudarlo un segundo Catelyn decidió salir para ver qué pasaba.

Por un momento pensó que estaba viendo mal.

Había pasado tanto tiempo sin ver un rostro conocido que supuso que su mente le estaba jugando trucos. O quizás el ver a Jon Nieve había despertado un deseo inconsciente de volver a ver personas que conoció en su vida anterior. Y por eso ahora estaba viendo a la mujer que en otro tiempo había peleado junto a su hijo mayor contra los Lannister.

Pero no. No podía ser una ilusión o un truco de su cabeza. Para empezar porque no había tenido un golpe fuerte o algo por el estilo que la confundiera. Y además si la mujer era una ilusión suya ¿por qué estaba discutiendo con una mujer de cabello rubio miel que solo podría ser descrita como atractiva? Sin contar a las otras personas en el borde de la visión de Catelyn que miraban a la mujer con el ceño fruncido.

Entonces vio llegar a Ygritte y casi al instante ella también empezó a discutir con la mujer, que alternó sus miradas de rabia entre ella y la primera mujer.

No se acordaba de haber abierto la boca "¡¿Lady Maege?!" exclamó en voz alta, la incredulidad tiñendo sus palabras. Fue solo después de hablar que notó que tanto Ygritte como la mujer rubia tenían las manos peligrosamente cerca de sus armas.

Sus palabras habían llamado la atención de las 3 mujeres, que dejaron de verse mal entre sí para verla a ella. Ygritte la miró con detenimiento y la mujer rubia con desconcierto, pero fue la mirada de Maege Mormont, señora de la Isla del Oso la que verdaderamente la hizo temblar. La mujer la miraba con una expresión tan atónita que Catelyn casi dudo si no era una estatua poco convencional.

"¡¿LADY CATELYN?!" otra voz se abrió paso en el aire frío, el rugido tal que pensó que todo el campamento escucharía, y entonces la vista de Catelyn se movió a la derecha y vio a un hombre de hombros anchos y barba castaña. Tenía el cabello estaba salpicado de canas pero aún parecía un guerrero, y su capa estaba cerrada con un broche de plata en forma de guantelete. La miraba con una expresión muy similar a la de la mujer.

Estuvieron en silencio por un momento antes de que Galbart Glover se adelantara a zancadas. Se detuvo frente a ella e hizo una perfecta reverencia, a la que Catelyn se encontró respondiendo por pura costumbre, aunque se sintió desequilibrada porque a diferencia de todas las ocasiones anteriores no llevaba un vestido sino pantalones de piel.

"¿Los conoces?" una voz dijo, pero Catelyn estaba muy aturdida para apartar la vista del que fuera banderizo de su esposo y luego de su hijo. Entonces sintió que le apretaban el brazo con tanta fuerza que pensó que lo iban a romper "¡¿Los conoces?!" entonces miró y vio que era Ygritte la que le había hablado, o más bien gritado. Y era Ygritte la que le sujetaba el brazo con fuerza.

"¡No te atrevas a tocarla!" exclamó Galbart, y antes de que Catelyn pudiera decir algo el señor de Bosquespeso empujó a Ygritte por el hombro, haciéndola trastabillar y soltar a Catelyn.

Fue como golpear un nido de avispas con un palo. De inmediato empezaron los gritos de enojo y muchos dieron pasos adelante. Otros fueron más lejos y cogieron sus armas. Vio como la mujer rubia desenvainaba una espada de bronce y la colocaba contra el cuello de Maege antes de que la mujer diera un paso en su dirección. De reojo vio a más guerreros del Pueblo Libre detrás de la señora de la Isla del Oso, con lanzas de punta endurecida al fuego apuntando a su espalda. Otros rodeaban a los hombres de Maege y Galbart, y cuatro mujeres con escudos redondos se colocaron a cada lado de ella con hachas de piedra en las manos, al tiempo que desafiaban al señor a dar un paso adelante con la mirada. Dos mujeres más se colocaron frente a Ygritte, escudos levantados y mazas de piedra listas.

"¡Alto!¡Alto!" exclamó. No podían hacer esto. No debían hacer esto. ¡Era una locura! "Tranquilícense. No hay porqué hacer esto" dijo, suplicando porque la escucharan, pero aparentemente no lo hicieron. Una de las mujeres junto a ella alzó un poco más su hacha y Glover dio un paso adelante, una mirada de enojo en su cara "¡Cálmate Glover!¡TE DE HE DICHO QUE TE CALMES!" lo último lo rugió con tanta fuerza que temió que su garganta se desgarrara. Por absurdo que fuera, en ese momento visualizó a su madre en su mente e imaginó el castigo que le habría dado si se hubiera atrevido a actuar así, gritando de esa forma y encima en público. Qué vergüenza hubiera sido para Minisa Whent saber que su hija actuaba de manera tan impropia para una dama.

Pero su madre estaba muerta y a Catelyn no podría importarle el parecer de la mujer que le dio a luz en ese momento, igual que no podría importarle la mirada atónita que decoró el rostro de Galbart luego de su grito. No cuando las personas a su alrededor estaban a un parpadeo de lanzarse unas contra otras y sacarse las entrañas entre sí. Tenía que hacer que se calmaran. Y solo había una forma de hacerlo.

Miró a Ygritte e ignoró el hecho de que tenía un cuchillo en la mano al hablarle "Jon no querría esto, Ygritte" le dijo, rogando que usar su nombre y mencionar a Jon tuviera efecto en ella "Jon no lo querría" insistió Catelyn.

El aire era tan espeso que Catelyn sintió que se ahogaba. Por unos instantes el mundo oscilo en el filo del cuchillo, decenas de vidas en una balanza entre la vida y la muerte, un vaso lleno que solo necesitaba una gota más para ser rebalsado.

Ygritte se mordió el labio inferior al tiempo que miraba al piso, el conflicto bien visible en sus ojos azules "¡Bajen las armas!" exclamó, cada palabra sacada con resistencia de su boca. Algunos con más dudas que otros, todos bajaron sus escudos y aflojaron el agarre de sus armas. Excepto una persona "Val, bájala" le dijo a la mujer rubia, haciendo referencia a la espada de bronce que aún estaba en el cuello de Maege Mormont "¡Val! Le prometiste a Jon traerlos vivos si podías. Baja la espada" insistió Ygritte, las últimas tres palabras dichas lentamente.

Por un momento temió que la mujer, Val, no hiciera caso, pero al final retiró la espada lentamente del cuello de la mujer mayor. Dio un paso atrás y envainó el arma de bronce.

Catelyn soltó un suspiro que no sabía que estaba conteniendo.

La tensión no se había disipado del todo; el Pueblo Libre, la Guardia de la Noche y los Norteños aún se miraban con desconfianza, pero por el momento no se iba a derramar sangre, y eso era todo lo que Catelyn se atrevía a pedir.

Entonces sonó un cuerno, sobresaltándolos a todos, norteños y Pueblo Libre por igual. Las armas volvieron a ser aferradas con fuerza y todas las cabezas giraron en dirección al sonido.

Entonces Catelyn recordó que el mundo no se había detenido a ver la discusión que había tenido lugar entre ellos. No. El mundo seguía transcurriendo, siguiendo el paso del tiempo de manera incuestionable. Y en este mundo ella seguía en un campamento, viviendo en la tienda del hijo bastardo de su esposo, Jon Nieve. Ese mismo Jon Nieve que había partido el día anterior junto con miles de hombres y mujeres más para luchar contra un ejército. Un ejército que portaba armas y armaduras de acero, junto con caballería pesada. Un ejército que había venido del sur del Muro.

Un ejército que se esperaba que viniera del este. Que era misma la dirección de donde había llegado el sonido del cuerno.

La mujer llamada Val dirigió su mirada a Ygritte, una conversación sin palabras en el encuentro de ambos pares de ojos. Al final parecieron llegar a un acuerdo.

"Ara, quédate aquí y vigílalos" dijo Ygritte, haciendo un gesto vago a los señores y a los otros hombres al tiempo que miraba a una mujer de las lanzas.

"Belga, tú y tus hombres quédense también y vigílenlos" dijo Val, al tiempo que miraba a alguien más. Luego de eso ella e Ygritte empezaron a caminar sin mirar atrás, aunque a un paso rápido que era casi como correr. Tras un momento fueron seguidas por la mayoría de las personas del Pueblo Libre, excepto los que se quedaron para vigilar a los prisioneros.

Catelyn dudó sobre si quedarse con Lady Mormont y Lord Glover o irse a ver cuál era la causa del toque del cuerno. Había dos posibilidades: la primera era que Jon hubiera vuelto y los cuernos anunciaran su llegada, en cuyo caso debía hablar con él y hacerle saber quiénes eran los prisioneros capturados, lo que podría bien salvarles la vida… o al menos mantenerlos más a salvo de lo que estaban ahora.

La otra posibilidad era que el cuerno fuera de los guardias en el borde del campamento informando que estaban siendo atacados, en cuyo caso todos en el campamento estarían en peligro y ella se metería directamente en las fauces de la batalla.

Pero al final recordó el hecho de que si estaban siendo atacados era porque Jon había sido asesinado y su plan había fallado. Y con Jon muerto no habría nadie para protegerla, ni para controlar al Pueblo Libre. Catelyn había estado entre ellos lo suficiente para saber que sin un líder se descontrolarían y empezarían a pelear entre ellos al instante, y a nadie le importaría matarla en esas circunstancias.

"Lord Glover, Lady Mormont" dijo, asegurándose de mirar a cada uno a los ojos antes de continuar "esperen aquí y no hagan nada estúpido" les dijo, intentando que sus palabras fueran dichas con el mismo tono de autoridad que tenía cuando era la Dama de Invernalia, tanto tiempo atrás.

"Mi señora….."

"Lady Stark….."

"Mis señores" les dijo, interrumpiendo a ambos antes de que las protestas se hicieran escuchar "háganme caso. Si valoran vuestra seguridad y la de vuestros hombres" dijo al tiempo que hacía un gesto a los hombres que habían venido con ambos señores "si alguna vez tuvieron alguna fe en la causa de mi hijo Robb…. si alguna vez tuvieron algún respeto por mi esposo, vuestro señor, hacedme caso. Os juro que volveré" dijo. Aunque se veían tremendamente infelices al respecto, al final ambos asintieron. Catelyn, satisfecha, se dio la vuelta y empezó a caminar por el mismo camino que habían usado Ygritte, Val y todos los demás.

Esperó hasta estar segura de que ni el señor de Bosquespeso ni la señora de la Isla del Oso la veían para empezar a caminar cada vez más rápido, hasta que llegó un punto en el que casi corría. No sabía si lo hacía por estar asustada, o ansiosa. Fue solo después de recorrer un gran trecho que notó una sensación de presión. Era preocupación, pero no por una posible batalla, ni siquiera por el hecho de estar en riesgo si el bastardo de su esposo no regresaba. Ni siquiera por los señores que había dejado atrás, un hombre y una mujer que habían sido siempre leales a su esposo y luego a su hijo. No. Estaba preocupada por Jon.

Estaba preocupada por él. Estaba preocupada por su vida, por su seguridad, por su existencia, por la continuidad de su presencia en su vida. Estaba preocupada por el hecho de que si moría, ella perdería a la última persona que la ataba a su familia y al recuerdo que tenía de ellos. Estaba preocupada de perder lo último que le quedaba de su vida antes de la guerra, antes de perder todo lo que le importaba en el mundo.

Tan preocupada estaba que no se dio cuenta de nada a su alrededor, hasta que chocó contra algo y cayó sentada. Miró hacia arriba y pudo ver que había chocado contra un hombre que estaba de espaldas.

El hombre ni siquiera miro hacia atrás; estaba mirando hacia adelante. Fue entonces que notó que el hombre era solo uno entre una multitud tan espesa que Catelyn ni siquiera distinguió algo entre sus pies.

Entonces empezaron los gritos; hombres y mujeres por igual elevaban sus voces, hasta que el estruendo fue tal que Catelyn pensó que se quedaría sorda. Por un momento Catelyn pensó que era de pánico, pero un instante después se dio cuenta de que no era así por la multitud, que no se movía huyendo de una pelea ni yendo hacia ella. Entonces comprendió que más que gritos… eran aclamaciones. Muchos eran en la Antigua Lengua, un conjunto de sonidos cortos y guturales de los que no tenía ninguna comprensión. Pero otros eran en la Lengua Común, aunque tan mezclados con los primeros que le costaba entenderlos. Cuando Catelyn se levantó intentó ver lo que había más allá de la multitud, pero era demasiada espesa y había gente mucho más alta que ella, lo que hacía imposible ver lo que había más allá. Al final se resignó a que no vería nada, por lo que intentó escuchar en cambio. Y entonces le llegó la realización de que los gritos, o al menos los dados en la Lengua Común, se habían sincronizado en una sola palabra repetida por cientos de bocas, y luego por miles.

"¡Victoria!¡Victoria!¡Victoria!¡Victoria!¡Victoria!¡VICTORIA!"

Bien, y con eso concluye este capítulo. Espero que les haya gustado y si fue así dejen un review. O si tienen comentarios, sugerencias o cualquier otra cosa que les gustaría decirme no teman dejar algo en la cajita de abajo. ¡El teclado no muerde!

En fin, eso es todo por ahora. Intentaré actualizar en una semana, pero no prometo nada. Saludos a todos, que estén bien y nos vemos en una semana más si Dios quiere.