Bien, primero lo primero. Hola a quienquiera que lea esto. Voy a ser honesto: estuve tentado a subir este capítulo hacer varios días, pero decidí esperar. Hay algo que me muero porque lean. Lo reconocerán cuando lo lean.
Quiero agradecer de todo corazón a gsiant413, Kirito720, alfil94, jean d'arc, guest y Luna por sus hermosos reviews que me alegran el día cuando los recibo y cuando los leo. Y hablando de ellos:
Gsiant 413: ¡Qué bueno que hablas español! Me ahorras muchas dudas sobre si serás capaz de entender estas notas. Viste que el traductor no siempre es confiable. En cuanto a la historia, no olvides que el Gran Jon tiene varios hijos además del pequeño Jon, por lo que el hijo de Val no será heredero del Último Hogar. En cualquier caso, primero vendría Carroña en la línea sucesoria. Y no te preocupes, con el tiempo vendrán más escenas sobre Mors, Val y Dalla.
Kirito720: me alegra que haya salido bien la parte de las negociaciones, la verdad era una de las que más dudas me generaban. En cuanto a las actualizaciones: y si viste, eso es algo que hace que se pierda interés en muchas historias: la falta de actualizaciones constantes. Yo hago el esfuerzo para que no pase lo mismo con esta historia, pero siempre existe la posibilidad de que pase algo (Dios no lo permita). De todas formas, la gente debe entender que los escritores somos personas con toda una vida que manejar, y a veces esta se descontrola y nos anula cualquier tiempo de escritura. Hay que ser paciente.
alfil94: yo trato de retratar no solo la guerra, sino algunas de las consecuencias que trae. No quiero que sea como un cuento infantil, donde no pasa nada malo que pueda ser arreglado o todo es bonito. En cuanto a la sugerencia, la agradezco mucho pero no creo que la haga. No solo porque se sale mucho de la línea que tengo semi-trazada para esta historia, sino porque ya tengo una idea al respecto para los Manderly. Pero no nos adelantemos.
jean d'arc: me alegra que te haya parecido muy bueno, y no te preocupes si no tienes tiempo de dejar un review muy largo. A veces el tiempo nos juega en contra. Ojala te haya salido bien lo que tuvieras que hacer en ese momento.
Guest: me alero que te haya gustado el capítulo; aquí está el próximo y espero que te guste.
Luna: si amaste el último capítulo, con este me vas a estar tirando besos. Lento pero constante, se acerca la venganza contra los Bolton y los Frey.
Bien, habiendo dicho todo, no perdamos más tiempo y vamos a lo que nos importa.
Disclaimer: todo lo que puedan reconocer pertenece a G.R.R. Martín. Yo solo lo uso para entretenerme y tratar de entretener a otros.
Catelyn
Catelyn se había encontrado extrañamente a gusto durante el viaje. Sabía que era una misión importante, y aunque la tomaba con seriedad no podía evitar la emoción que había anidado dentro de su pecho. No estaba muy segura, pero quizás se debía a que por primera vez en muchas lunas podía montar a caballo con libertad, sin preocuparse de que hubiera ramas o piedras sueltas o escondidas en el camino frente a ella. O quizás era porque justamente estaba haciendo algo para obtener justicia para su familia, en vez de solo sobrevivir.
Eran un grupo pequeño, apenas una veintena de personas. Trece eran mujeres de las lanzas, dirigidas por Lea. Su hermana Rea había ido con Jon al Último Hogar. Ambas eran conocidas cercanas de Ygritte. Después estaban los cinco hombres que habían seguido a Glover en su largo viaje desde que había salido de su hogar en Bosquespeso para responder el llamado a las armas de Robb, casi dos años atrás. El grupo era completado por Glover mismo y ella.
Habían pasado 3 días cabalgando duro en dirección al oeste, atravesando las grandes planicies del Agasajo. La tierra que habían obtenido de la Guardia de la Noche era inmensa, y aunque estaba deshabitada no era un territorio vacío. Había bosques, lagos, colinas pequeñas, espacios limpios de todo menos hierba. Había visto varias aldeas abandonadas asimismo; conjuntos de edificios infestados de maleza y derruidos, junto con algunas cosas dejadas por los moradores al huir o morir; un arado oxidado, un martillo cuya cabeza había desaparecido, y mucho más.
En el cuarto día, habían girado hacia el sur, y para el final del día se habían visto unas manchas oscuras en la distancia, que según Gabart Glover eran las montañas a las que se dirigían. Al otro día cabalgaron con fuerza en dirección al sur, pero aun así no pudieron llegar a las montañas antes del ocaso, si bien estas crecieron considerablemente de tamaño. Se decidieron a detenerse y proseguir al otro día.
Esa noche armaron varios fuegos y comieron una cena sencilla a base de pan y pescado atrapado ese día en un lago cercano; ella se sentó junto a Glover y Lea. Los pensamientos de Catelyn se alternaban entre Ygritte y Jon. Esperaba que Ygritte se acordara de dormir de lado; de esa forma tanto ella como el niño que llevaba podrían estar cómodos. Y esperaba que Jon tuviera cuidado cuando tratara con los Umber; el odio entre ellos y el Pueblo Libre era conocido por ella, y aunque nunca había visto a Mors Umber, lo que Maege Mormont y Galbart Glover le habían contado la dejado preocupada por Jon, aunque había sabido ocultarlo bien. Una de las ventajas de ser educada como una dama era saber ocultar las emociones bajo casi cualquier circunstancia.
"¿En qué pensáis, mi señora?" la voz de Galbart la sacó de sus pensamientos. Alzó la mirada del fuego y los pescados que se cocinaban en él y la centró en el norteño.
"En el Rey Jon" le respondió, no viendo motivo para contarle de Ygritte "Ya debería haber llegado al Último Hogar ¿no?" no tenía forma de estar segura; nunca había estado más al norte de Invernalia, exceptuando cuando estuvo más allá del Muro.
"Así es, mi señora. Por el camino real debería haber llegado en dos días, tres como máximo" le confirmó Glover "Con algo de suerte habrá convencido a Mors Umber de que se una a nosotros" a Catelyn no se le escapó la normalidad con que Galbart dijo la última palabra, ni la forma en que estaba cada vez menos incómodo entre el Pueblo Libre. Eso le daba una pequeña esperanza; si un señor norteño podría aceptar al Pueblo Libre, los otros también podrían.
"Ojala sea así" dijo Catelyn "Mañana, cuando lleguemos a las montañas, ¿con qué clan hablaremos primero?" sabía que eran muchos, cerca de cuarenta, pero no tenía idea de cómo se distribuían en las montañas del Norte.
"Los primeros serán los Norrey, mi señora. Son los que viven más cerca del Agasajo"
"Recuerdo a los Norrey" comentó Catelyn "Lord Brandon visitó a mi esposo en Invernalia, y llevo a su hijo con él. Creo recordar que también se llamaba Brandon" intentó ignorar la punzada que sintió en el pecho al decir el nombre de su segundo hijo, perdido para siempre.
"Así es. Brandon el Joven, lo llaman. Es el mayor de los hijos de Brandon el Viejo" le confirmó el hombre frente a ella.
"No conozco los nombres del resto de la familia del Norrey. ¿Podrías decirme? Si es que los conoces" le pidió.
Galbart tomó un trago de su pellejo lleno de agua antes de hablar "Brandon el Viejo tiene cuatro hijos. Brandon el Joven, Bennard, Berjen y Garlon. Los tres mayores ya le han dado nietos. El Viejo tiene además dos hijas: Sara y Rerna. Si no recuerdo mal, Sara ya está casada y hasta le ha dado un par de hijos a su esposo. Rerna es de una edad muy cercana a la del rey Jon, y lo último que supe es que no estaba prometida con nadie" le contó Glover.
"Brandon el Viejo tenía fama de astuto" comentó, recordando de pronto una plática que tuvo con su esposo durante la visita del jefe del Clan Norrey, muchos años atrás.
"Y es una fama bien merecida, mi señora" le confirmó Galbart "Brandon Norrey es astuto como un viejo zorro. Mañana, cuando lleguemos a sus tierras, no sería una sorpresa que tuviera hombres escondidos y vigilándonos, listos para emboscarnos si lo creen necesario" Glover se acomodó mejor en el piso antes de seguir "Y en los caminos estrechos de las montañas, que apenas son senderos para cabras, nada sería más sencillo que una emboscada" concluyó.
Luego de eso hablaron por unos momentos más, antes de irse a dormir. Mientras se acostaba en el piso y se cubría con una manta, Catelyn pensó que al otro día vería cuanta verdad había en las palabras de Glover.
Al otro día continuaron su cabalgata al sur, luego de una comida rápida. No llevaban ni mil pasos cuando el caballo de una de mujer de las lanzas gruesa y rechoncha llamada Olerye se rompió una pata con una piedra suelta y cayó. Olerye fue lo bastante rápida para apartarse antes de que su montura le aplastara la pierna, pero no hubo nada que hacer por el animal, más que darle una muerte rápida. Luego de eso siguieron adelante, con una de las mujeres de las lanzas compartiendo su caballo con Olerye.
Cabalgaron por varias horas, evitando el descanso a favor de llegar a las montañas que casi estaban al alcance.
Poco antes de llegar a las montañas Glover los hizo detenerse y desmontar. Cuando Catelyn le preguntó porque dijo que era muy probable que hubiera rocas sueltas donde podían romper las patas de los caballos, y que de todas formas no era buena idea montar mientras subían por la ladera de las montañas. Entonces bajaron de los caballos y los guiaron por las riendas.
Catelyn se había acostumbrado a caminar; había caminado durante meses por las tierras más allá del Muro. A veces se preguntaba cuanta había sido la distancia que había recorrido desde ese día tan lejano en que había despertado en una tienda de pieles, tras haber sido rescatada por un grupo de salvajes. Mucha, ciertamente. Era en esos momentos, mientras subía la montaña valiéndose de sus piernas y a menudo de su mano libre para seguir adelante, en los cuales se sentía agradecida por haber caminado tanto; si esto lo hubiera hecho en su antigua vida no habría logrado dar un centenar de pasos sin terminar jadeante y con el rostro cubierto de sudor. Ahora, a pesar de sudar y sentir como su cabello rojo se le pegaba a la nuca como causa del sudor que le recorría el cuerpo, tenía la energía para seguir adelante.
Escalaron casi hasta la mitad de la ladera de la montaña, donde encontraron un camino, que rodeaba la montaña como una línea clara en medio de la piedra negra que se alzaba, arañando el cielo. Era un sendero simple, apenas una marca, pero bastaba para que lo cruzaran, siempre que fuera con cuidado. Catelyn no tardo en notar las piedras sueltas cerca del borde.
Se dispusieron en una fila, con Galbart al frente y los demás tras él, cada quien llevando a su caballo con cuidado. Catelyn quedó en algún punto a mitad de la columna.
El sendero era estrecho, demasiado para una carreta. Pero su columna avanzaba bien, a pesar de que cada tanto un caballo relinchaba asustado o una persona maldecía cuando la piedra bajo uno de sus pies se movía, acercándolo de manera repentina al borde del abismo. Siguieron el camino, que se ondulaba, siguiendo el contorno de la montaña. A pesar de que sabía que no debía, en un momento Catelyn no pudo evitar lanzar una mirada por el borde del camino. No debió haberlo hecho: solo había ladera de montaña, totalmente empinada y cubierta de rocas de aspecto afilado. Caer por allí sería una muerte segura, bien sea por la caída, bien por las heridas sufridas contra las rocas. La mujer besada por el fuego respiró hondo y volvió la vista al frente, intentando ignorar lo que había a un lado de ella.
Estuvieron así durante tres días, subiendo, bajando y girando al ritmo que imponía el camino. En varias ocasiones el sendero se dividió en dos o varios caminos; en esos casos siempre seguían el que pareciera guiar al sur. Un viento helado proveniente del norte siempre los acompañaba, en algunas ocasiones ligero como una brisa, y en otras tan fuerte que parecía querer desprenderlos del camino. Las montañas eran tan similares entre sí que Catelyn apenas notaba alguna diferencia entre ellas. Había piedras sueltas que a menudo se movían bajo sus pies, o en otras ocasiones caían desde la cima de la ladera de la montaña, pero más allá de varios sustos inmensos, no pasó nada. Por fin, cuando el sol casi había tocado el horizonte en el tercer día, encontraron una cueva; no era más que un hueco que se abría a un par de metros sobre el sendero que estaban siguiendo, pero era grande y ofrecía una protección contra el viento. Tras deliberar unos momentos acordaron quedarse allí y descansar por el resto del día. La mayoría se retiró al interior de la cueva, llevando consigo a los caballos. Encendieron un fuego para poder ver en la oscuridad y se echaron a descansar. Los únicos que se quedaron afuera fueron los 3 centinelas, dos mujeres de las lanzas y uno de los hombres de Glover.
Esa noche durmieron con la espalda apoyada contra las paredes de la cueva; Catelyn durmió entre dos de las mujeres de las lanzas, con el sonido de la respiración de ambas en los oídos. Pese a que la piedra era dura e incómoda logro dormir unas horas antes de levantarse con la espalda tiesa. Se levantó y se la frotó con fuerza, notando que no había nadie despierto. Se pasó las manos por los ojos al tiempo que un bostezo escapaba inevitable por su boca. Miró a la entrada de la cueva y se dio cuenta de que había algo mal: faltaba un hombre de Glover, el de la barba de color rubio y la nariz rota. Cein, si no recordaba mal. Y también faltaba una de las mujeres de las lanzas, llamada Rlewa. Pensó en ir a hablar con la otra mujer que montaba cuando se dio cuenta de que habían vuelto. Cuando los vio llegar con un aspecto más relajado y con una sonrisa en la cara, no tuvo que pensar mucho para saber lo que habían estado haciendo. No pudo evitar una sonrisa cansada; a pesar de todo, los hombres tenían sus…. necesidades. Y las mujeres de las lanzas también.
Entonces pasó. Un sonido de un cuerno se escuchó, con un estruendo tan fuerte que pareció temblar hasta las montañas. Era como escullar el aullido moribundo de una bestia, pero dudaba que hubiera un animal capaz de hacer semejante sonido. El cuerno solo sonó un momento, pero aun así su eco resonó entre las montañas, con lo que parecía seguir sonando.
Para ese momento la mayor parte de las personas dentro de la cueva salieron; muchos estaban aún dormidos o con los ojos rojos por una mala noche de sueño, pero salieron con armas listas. Lord Glover salió con la espada ya desenvainada.
"¿¡Qué rayos fue eso!?" preguntó una mujer de las lanzas en voz demasiado alta.
"¡De allí vino el maldito cuerno!" exclamó Cain, señalando un punto al norte. No se veía nada más que camino desierto y rocas desnudas.
"¡Lea!" exclamó otra mujer de las lanzas, al tiempo que señalaba hacia la ladera de la montaña. Ahí, encima de ellos, había dos hombres con largos palos de madera, mucho más gruesos que lanzas. Y había más hombres con ellos; unos con arcos, otros con lanzas listas para ser lanzadas, y unos pocos más que estaban mirando.
Instintivamente todos los escudos se alzaron para bloquear cualquier flecha o lanza enviada a sus portadores. Y los pocos que no tenían escudos, Catelyn entre ellos, se refugiaron detrás de alguien que sí lo tuviera.
Pero no fueron atacados. Los hombres que estaban sobre la ladera de la montaña solo les apuntaban con sus arcos y lanzas. Entonces se escucharon sonidos de pisadas; Catelyn miró al camino por el que habían venido el día anterior y observó cómo al menos una docena de hombres llegaban por él. Giró la cabeza y vio como más hombres llegaban por el otro lado. Los hombres de Glover y las mujeres de las lanzas se colocaron espalda contra espalda para hacer frente a la amenaza que venía de varios lados. Catelyn estaba entre ellos, junto con Glover y dos mujeres de las lanzas que habían dejado sus escudos en la cueva.
En cuestión de momentos estuvieron rodeados por tres lados, y el único por el que no estaban era el que daba a una caída abrupta. Estuvieron en ese estado de tensión hasta que Glover dio un paso adelante, saliendo de la protección que le daba el muro de escudos y mirando directamente a uno de los hombres sobre la ladera. El hombre tenía una barba corta y fruncía el ceño. A pesar de sus rasgos Catelyn no le daría más de 20 años.
"¡Norrey!" gritó, al tiempo que avanzaba más "¡Garlon Norrey!" gritó, con más fuerza que antes "¿Me reconoces?"
El hombre se inclinó un poco, como para ver mejor, antes de estrechar sus ojos "Recuerdo tu rostro, pero no estoy seguro de dónde" dijo el Norrey, su ceño fruncido aún. Su forma de hablar delataba que no era un hombre dado a cortesías.
"Hace un decenio que no nos vemos. Me viste en Bosquespeso, cuando acompañaste a tu padre y a tus hermanos Brandon y Bennard a unirse a nosotros antes de partir para luchar contra los Hijos del Hierro" relató Glover, y Catelyn vio por una ranura entre los escudos como Garlon Norrey se alzaba con lentitud.
"¡¿Galbart Glover?!" la incredulidad tiñó sus palabras, antes de que la desconfianza se hiciera presente "¿Qué has venido a buscar aquí?" preguntó con voz solemne.
"A tu padre. Y a Cubo Grande Wull. Y al Viejo Flint. Y a Burley, Harclay, Knott y al resto de los clanes. Vengo a traerles unas noticias que les interesarán" aseguró Galbart.
Garlon Norrey giró la cabeza y conversó en susurros con el hombre a su lado por unos momentos antes de mirar "Te llevaré a ver a mi padre….. si entregan sus armas" ofreció el norteño. De inmediato Catelyn sintió como las mujeres de las lanzas se tensaban y fruncían los labios ante esas palabras.
Galbart sacudió la cabeza "No habrá necesidad de eso. No atacaremos a nadie; no hemos venido a buscar sangre" dijo, sin estremecerse ante la mirada dura que el hijo de Brandon Norrey le lanzó.
El líder de los hombres de las montañas murmuró lo que parecía una maldición antes de volver a mirar a Glover "De acuerdo. ¡Pero no pienses en intentar algo estúpido Galbart, ni tú ni los que te siguen! Si lo haces te mataremos. Y si no lo hacemos nosotros lo harán los hombres que te han estado vigilando desde que pusiste un pie en las montañas" le prometió. Catelyn estaba segura de que Norrey no formulaba una amenaza vacía. Se preguntó cuántos hombres los estarían observando, ocultos entre las rocas.
Luego de eso Garlon Norrey y los demás hombres que estaban sobre la ladera bajaron por un camino que ni Catelyn ni los demás habían visto antes.
"Vámonos. Es un camino largo hasta el salón de mi padre" dijo. Luego de eso empezó a seguir el sendero en dirección al sur. Galbart y sus hombres fueron los primeros en seguirlo, y Catelyn y las mujeres de las lanzas fueron detrás. Los hombres de Norrey se dividieron en dos grupos que los flanquearon mientras avanzaban. No fue hasta que hubieran recorrido un buen trecho que Garlon Norrey habló.
"¿Cómo es que has llegado aquí? Lo último que supimos es que estabas con el Joven Lobo cuando fue a ver a esos Frey" a Catelyn no se le escapó el odio que salpicó la última palabra.
Tras un momento de silencio Glover habló "El rey Robb me encomendó una misión importante antes de dirigirse a Los Gemelos" el tono de Galbart dio a entender que no hablaría más, y Norrey no insistió.
Marcharon durante todo el día y la mayor parte del siguiente. Catelyn sintió una pizca de celos al ver la forma en que los hombres de los clanes se acercaban mucho más de lo que se habría atrevido al borde del abismo, ignorando totalmente la posibilidad de una abrupta caída y una muerte segura. La charla era escasa, y nunca entre los hombres de las montañas y las mujeres de las lanzas. Los hombres de Glover se llevaban la peor parte; tanto las mujeres como los Norrey los miraban con desconfianza, como esperando que en cualquier momento se desatara una disputa y ellos se pusieran del lado contrario.
Hacia el atardecer del segundo día finalmente terminaron su viaje. El sendero por el que los guiaba Garlon Norrey subió gradualmente, hasta que estaban tan alto que incluso se podían ver las nubes que cruzaban cerca de ellos. Dieron un último giro y se encontraron con una pared de roca que evitaba su avance. Al mirarla más de cerca, Catelyn se dio cuenta de que era absolutamente lisa, sin un recoveco o agujero.
"¿Y ahora qué?" preguntó una mujer de las lanzas "No hay forma de subir eso, y además deberíamos dejar los caballos atrás" acarició el hocico de su montura con el ceño fruncido. No parecí dispuesta a dejarlo atrás.
Garlon no se dignó a responder, sino que sacó un cuerno de su cinturón y se llevó a los labios.
AAAAuuuu…AAAAuuuu…AAAAuuuu. Los tres toques fueron breves pero fuertes, y cuando el eco del último se perdió la roca empezó a moverse sola. Catelyn observó asombrada, fantaseando por un momento que el cuerno de Norrey era capaz de abrir senderos, pero luego recapacitó y se dio cuenta de que era una tontería. La piedra siguió moviéndose poco a poco, hasta que se dejó despejado un camino lo bastante ancho para que cruzaran. Lo primero que notó al cruzar fueron diez guardias con lanzas y jubones desgastados de color amarillo que llevaban bordados cardos de sinople.
La vista que se extendía a sus pies la dejó sin aire. Un campo inmenso se extendía hacia el este hasta perderse de vista, cubierto de hierba color bronce, sin duda por el otoño que ya se cernía sobre ellos. De una de las montañas al oeste caía una cascada de aguas furiosas, como un velo que humedecía y le daba un aspecto hermoso al valle, llenando un lago de aguas cristalinas. Del lago salía un arroyo que corría hacia el sur, hasta perderse a los pies de otra montaña. Cerca del arroyo se alzaban una pequeña aldea, quizás una veintena de casas. Y tras ellas se alzaba un edificio de techos empinados, casi tan grande como el salón de Invernalia. A unos cien pasos de él había corrales vacíos y un molino cuyas aspas se movían lentamente. Había varias figuras moviéndose entre los edificios, todas ellas del tamaño de hormigas. La imagen era completada por un árbol inmenso de color blanco, con hojas rojas como la sangre fresca.
Todo estaba encerrado por montañas que se extendían como centinelas gigantescos, guardando todo lo que había entre ellas y protegiéndolo del mundo.
"Vamos" la voz de Garlon la sacó de su estupor. Reafirmó el agarre sobre su caballo y siguió al hijo menor del Viejo Norrey cuando empezó a descender por un camino en dirección al valle que había debajo.
El camino se partía en varios lugares, como una escalera gigante tallada en la misma montaña. Pero era ancho y sencillo de recorrer.
Cuando finalmente terminaron de bajar se dirigieron directamente hacia la aldea, cruzando el campo de hierba que los separaba de ella. Puesto que no había muros, empalizadas ni otras barreras no hubo necesidad de buscar un acceso: estaban por todos lados.
A medida que se acercaban las personas se empezaron a hacer más distinguibles: había hombres, mujeres y niños que miraban en su dirección. Todos los miraban con desconfianza, y los hombres se colocaban frente a sus esposas e hijos, como para protegerlos. La mayoría de ellos llevaban además armas rudimentarias: bastones de endrino, lanzas y mazas que en realidad eran solo pedazos de madera tallada, hachas que parecían más acostumbradas a cortar madera que a matar personas.
Los siguieron en silencio cuando pasaron junto a sus casas. Para cuando se detuvieron ante el salón eran ya muchas las personas que los seguían, pero solo una de cada cuatro parecía tener algún tipo de arma, y menos aún parecían saber cómo usarlas.
Catelyn se había asegurado de esconderse entre las mujeres de las lanzas: quería ver la reacción de Brandon Norrey cuando viera que había traído su hijo menor. No tuvo que esperar mucho.
Brandon el Viejo fue el primero en salir del salón: su cabello y su barba habían encanecido bastante y su rostro tenía muchas más arrugas desde que lo vio por última vez, pero no había otro cambio significativo en él. A su lado estaba su hijo y tocayo, junto con otros dos jóvenes que guardaban un cierto parecido con el jefe del Clan Norrey: supuso que eran el resto de su descendencia masculina. Unos cuantos hombres más venían tras ellos.
"Padre…." empezó Garlon Norrey.
"Tu hijo no me recuerda Norrey, pero espero que tú tengas mejor memoria" interrumpió Galbart, al tiempo que soltaba las riendas de su caballo y se adelantaba un par de pasos. Algunos de los hombres de Norrey dieron un paso adelante, pero fueron detenidos por un gesto de Brandon el Viejo.
"Mira nada más. Cuando me dijeron que mi hijo venía con un grupo de mujeres de las lanzas y hombres con jubones de Glover, pensé que habían visto mal. ¿Qué has venido a hacer aquí Glover?" preguntó el señor. Su voz contradecía el aspecto de su rostro: era la de un hombre de la mitad de su edad.
"Vengo a darte noticias" respondió Galbart, sin faltar a la verdad "Estoy seguro de que te interesarán" le aseguró al Viejo Norrey.
"¿Y entre esas noticias está la explicación de por qué vienes con un puñado de mujeres de las lanzas?" dijo, haciendo un gesto con la mano. Si no fuera porqué estaba mirando aún a Glover, Catelyn habría esperado que la viera.
"Lo están. Pero la verdad es que han venido conmigo para proteger a alguien" reconoció Glover.
Era el momento. Catelyn salió de entre las mujeres de las lanzas, caminando con paso firme y la barbilla en alto, tan orgullosa como podía estar. Ignoró los pensamientos que la asaltaron de manera repentina, pensamientos sobre lo que pensaría uno de los banderizos que fuera de su esposo y luego de Robb al verla vestida con pantalones, botas y una capa de piel vieja y desgastada.
Muchas cabezas se giraron para verla, pero ella mantuvo su atención enfocada en el líder de los Norrey. El hombre la vio y su rostro cambió en un instante: sus cejas se alzaron, su mandíbula se aflojó y sus ojos se abrieron sorprendidos. Movió la boca un par de veces sin que saliera sonido antes de tragar e intentarlo de nuevo.
"¿Lady Catelyn?" la incredulidad tiño su voz. Quizás fuera por el hecho de que no era el primer señor norteño que reaccionaba con sorpresa al verla, pero se estaba acostumbrando.
"Lord Norrey" le respondió con voz suave, al tiempo que daba una sonrisa simple y hacía una pequeña reverencia.
El heredero y tocayo de Lord Brandon dio un paso en su dirección; se veía igual de sorprendido que su padre "Mi señora…. ¿cómo es que estáis aquí? Nos había llegado el rumor de que estabais en los Gemelos cuando el rey murió. ¿Habéis estado oculta, protegida por Lord Glover?" preguntó.
"Esa es una larga historia" le respondió a Brandon el Joven, que estaba cerca de su edad, antes de mirar de nuevo a su padre "Mi señor, el viaje que hemos realizado ha sido agotador. Antes de dar las noticias que nos han traído aquí ¿podríamos gozar de la legendaria hospitalidad por la que son famosos los clanes de la montaña?" la petición mezclada con alabanza le salió sin problemas. Se sintió sorprendida de que sus cortesías y modales aún se mantuvieran intactas.
El Norrey hinchó el pecho al hablar "Será un honor tener a la mujer del Ned bajo mi techo" declaró en voz alta, para que todos escucharan.
"Mi señor" habló una vez más, para no dejar lugar a cualquier posible malentendido "pese a que no albergo dudas de que estaré a salvo bajo vuestro techo, mi escolta no os conoce y ha recibido órdenes estrictas de guardarme en todo momento. Sin duda sería mejor para todos que se les facilitara habitaciones cercanas a las mías, para su tranquilidad en lo que a mi seguridad concierne" el tono de su voz era el de una petición, no el de una imposición. Y fue útil.
Brandon el Viejo miró por unos momentos a las mujeres de las lanzas antes de volver a enfocarse en ella "Como mi señora desee" accedió. Catelyn notó la renuencia en sus ojos.
Unos momentos más tarde fue guiada hacia una habitación que estarían preparando para ella. Su guía fue la joven Arra Norrey, la nieta del Viejo Norrey. La muchacha era tan dulce e inocente como solo podía serlo alguien que nunca había conocido las penurias ni las pérdidas. Catelyn no pudo evitar pensar en que, si tuviera éxito en el motivo de esta visita, esta joven y muchas otras podrían ver su inocencia pérdida por las consecuencias de la guerra.
Su habitación se ubicaba en el piso superior del hogar de los Norrey: era un espacio pequeño y cuadrado, donde una cama sencilla y una mesa y silla, ambas de madera tosca, eran los únicos muebles que había en la habitación. Las mujeres de las lanzas entraron con aire impetuoso en la habitación, y un par de ellas tocaron con cautela el colchón de la cama, una mirada de recelo en sus ojos.
"Me retiraré para que podáis descansar, mi señora" dijo Arra "Si necesitáis algo, no dudéis en pedirlo"
"De hecho, lady Arra, si hay algo" dijo Catelyn, impidiendo la salida de la muchacha "El viaje ha sido largo, y desearía que se me trajera agua para un baño, si es posible" suponía que apestaba.
"Haré que la traigan de inmediato, señora" aseguró la chica antes de dar una reverencia final y marcharse, dejando a las mujeres de las lanzas y a ella solas.
"Arrodillados" dijo una de las mujeres de las lanzas, despectiva.
"Somos sus huéspedes" le recordó Catelyn "Cuida tus palabras mientras estemos bajo su techo"
La mujer abrió la boca, pero una mirada de Lea la hizo guardar silencio. Al final solo dio un asentimiento hosco y se quedó enfurruñada. Luego de eso todas las mujeres se acomodaron para descansar. Catelyn se sentó en la única silla, mientras Lea y Rlewa se sentaban sobre la mesa. Dos más se sentaron, no sin cierto recelo, en la cama, y no dudaron en comentar lo extrañamente suave que era. El resto se sentó en el piso o se apoyó contra las paredes.
Catelyn no pudo evitar una cierta incomodidad mientras estaba sentada en una silla, solo esperando. Se había acostumbrado a estar en movimiento durante tantas lunas, que esperar a que alguien le trajera algo, en este caso lo necesario para un baño, era incómodo.
Unos momentos después volvió lady Arra, guiando a cuatro hombres de cabello canoso que cargaban una bañera de peltre. La nieta del Viejo Norrey llevaba además ropa en sus manos; Catelyn distinguió piel, un calzado y una falda entre ellas. Tan pronto como los hombres dejaron la bañera dentro de la habitación la joven los despidió antes de mirarla.
"Os he traído ropa limpia, mi señora. Es de mi madre; espero que os quede bien. Si me dais la que lleváis puesta, haré que la laven" le dijo con una sonrisa, al tiempo que le dejaba las prendas en la mesa. Miró al resto de las mujeres "Hemos preparado las habitaciones a cada lado de esta" dijo la Norrey, al tiempo que su sonrisa se volvía mucho más nerviosa "Ahí hay camas y agua, si gustan refrescarse o descansar"
Las mujeres de las lanzas se miraron entre sí "Estoy segura de que todo está en orden. Vayan y descansen tranquilas; cuando deba salir las buscaré" les prometió. Algunas intentaron protestar, pero las convenció de que fueran a descansar. La última en salir fue Lea, dejándola sola con Arra Norrey.
Estuvieron en silencio antes de que Catelyn hablara "Gracias por las disposiciones para mí y mi escolta, mi señora" le agradeció.
"Es un placer servir a la esposa de Ned Stark" le respondió, dando una nueva sonrisa, en la que dejó al descubierto unos dientes blancos y casi totalmente rectos "Cuando era niña, mi padre contaba historias de él" le confió en voz baja, como si fuera un secreto.
"Historias buenas, imagino" comentó ella. Se sentía en una repentina confianza con la muchacha.
"Como todas las del Ned" le confirmó, la sonrisa aún en su rostro. Entonces sus ojos se abrieron un poco, como si hubiera recordado algo "Mi señora, mi abuelo me pidió que os comunicara que os invita a cenar con él y el resto de mi familia. También estarán presentes algunos de los hombres más importantes de nuestro clan, así como Galbart Glover. En honor de vuestra llegada habrá un festín" le comunicó la muchacha.
Cuando fuera una niña verde como la hierba del verano se habría sentido hinchada de orgullo porque le organizaran un festín. Cuando fuera la Dama de Invernalia, no habría esperado menos para honrar su lugar. Ahora no estaba ni cerca de sentir algo parecido "Lady Arra, como siempre los clanes se muestran hospitalarios con sus huéspedes. No deseo ofender a vuestro abuelo, pero debo suplicarle que no ocupe demasiados recursos ni gaste demasiados alimentos en honrarme" la cara de la muchacha cayó, y Catelyn se apresuró a explicarse "Con el otoño ya en curso y el invierno acechando, sería sabio cuidar los alimentos que tengamos. Transmitid mi más sincero agradecimiento a vuestro abuelo y decidle que, aun sin festín, me sentiré honrada de cenar con él y los suyos esta noche" intentó transmitir con su voz la sinceridad de sus palabras, pero no estuvo segura de que hubiera tenido éxito.
"Como mi señora diga" dijo Arra, aunque se notaba algo más seria "Os dejaré para que podáis bañaros sin mi intromisión" se inclinó una última vez antes de dejarla sola.
En cuanto estuvo sola aseguró la puerta antes de empezar a quitarse la ropa. Sus pies le dolieron ligeramente cuando se quitó las botas. Luego de eso desabrochó su cinturón de piel con hebilla de hueso; sus pantalones cayeron a sus pies y salió de ellos. La ropa interior que llevaba debajo no tardó en seguirlos. Por último se quitó el abrigo de piel y la camisa de lana que llevaba, quedando desnuda.
Se metió con lentitud en la bañera, sumergiéndose hasta el cuello. El agua estaba tibia, pero no le importó. Era el primer baño que había tenido en muchas lunas. Antes de él solo había lavado sus manos y su rostro, y su cabello solo había recibido la nieve que caía sobre él y se derretía y arrastraba algo de suciedad con ella.
Se frotó con lentitud, sintiendo plenamente la sensación del agua que cubría su cuerpo desde el cuello hacia abajo. Por primera vez en mucho tiempo dedicó una mirada considerable a su cuerpo, y notó las diferencias que había en él. Sus muslos estaban más duros, fruto de la gran distancia que había recorrido a pie. La planta de sus pies era más áspera, y algunos pequeños callos se encontraban en ella, pero no muy molestos. Sus manos también habían ganado aspereza. Sus hombros llevaban algunas marcas de los fardos que había cargado en ellos. Sus senos estaban más erguidos, lo que era una sorpresa. Incluso sus brazos, que durante toda su vida habían sido suaves y tersos, se habían vuelto más firmes. No eran duros por una vida de pelea como los de Ygritte o las otras mujeres de las lanzas, pero estaban más firmes de lo que nunca pensó que los tendría.
La parte más complicada del baño fue sin duda lavar su cabello. Estaba enredado, con sus mechones unidos y pegados por sudor seco y alguna que otra suciedad. Se sumergió totalmente en 3 ocasiones para humedecer su cabellera, y en más de una ocasión una mueca adornó su rostro cuando tuvo que separar dos o más de sus mechones con un tirón particularmente fuerte.
Por fin, tras un tiempo que no supo definir, se limpió del todo. Pero no encontró en sí misma prisa por salir de la bañera; aun cuando el agua ya estaba fría, encontraba gusto en seguir así. Cerró los ojos y se permitió concentrarse en las sensaciones; el agua contra su cuerpo, la dureza de la cara interna de la bañera contra la que presionaba sus piernas y brazos, y un mechón corto de su cabello que flotaba contra su hombro. Su mente empezó a nadar en recuerdos de las últimas lunas: el dolor que la abrumó al perder a Robb, la primera vez que estuvo consciente luego del naufragio, los dolores que experimentó en su carne cuando tuvo que aprender a valerse por sí misma. La primera vez que vio a Jon, el vivir con él y con Ygritte, el verlo dar órdenes, entrenando con sus hombres, su firmeza ante Glover y Mormont, la forma en que sus ojos parecían mirar el fondo de su alma, la sonrisa que daba cuando estaba agradecido, lo atento que era…
Cuando un gemido llegó a sus oídos abrió los ojos de golpe. Lo primero que notó fue que el gemido provenía de su boca. Y luego notó donde estaba: se encontraba en la bañera, con sus piernas separadas….. y con una de sus manos entre ellas. Dos de sus dedos estaban en ese lugar al que solo había accedido su esposo, y se movían con vigor…. Mientras pensaba en Jon. Su mente, contra todo lo que esperaba, trajo a su pensamiento el recuerdo de haber entrado en la tienda y haber escuchado a Ygritte gemir mientras tenía a Jon dentro de ella. Su mano libre voló a su boca y apenas llegó a tiempo para cubrir el nuevo gemido que dejó su garganta, mucho más fuerte que el anterior. Sus pechos se alzaron y sus pezones se endurecieron. Sus dedos fueron apretados por sus paredes internas, y sintió que algo estalló detrás de sus ojos cerrados. Algo maravilloso que no había sentido desde que había estado en Invernalia con su esposo. Unos suaves jadeos empezaron a salir de su boca, y sintió como su piel ardía, contrastando con el agua helada.
Salió de la bañera y luchó contra un estremecimiento cuando el aire frío golpeó su cuerpo húmedo. Se dirigió con rapidez a la mesa donde estaban las ropas que había traído Arra Norrey, y se sintió aliviada cuando encontró entre ellas algo para secarse. Se frotó con rapidez, intentando olvidar lo que acababa de hacer, y luego empezó a vestirse a la misma velocidad. Cuando terminó se tomó un momento para ver su nuevo atuendo. Lo que sea para evitar pensar en lo que había hecho en la bañera.
El vestido era de un tono amarillo apagado, con el borde de la falda de color leonado. Dejaba al descubierto el nacimiento de los senos, pero no lo bastante para ser considerado atrevido; además le quedaba ligeramente holgado en la cintura y ajustado en la zona del pecho, y un dedo demasiado corto para sus brazos, pero no lo bastante para molestarla. Las zapatillas eran más prácticas que hermosas, pero aun así eran más delicadas que las botas con las que había llegado. Por último había una sencilla cadena de plata, que usó para decorar su cuello. No se molestó en tratar de hacer algo en su rostro, y prefirió dejar su cabello suelto y detrás de sus hombros.
Cuando estaba a punto de salir de la habitación, recordó de nuevo el porqué de querer venir a ver a los clanes. Ayudar a convencerlos de que se alíen con el Pueblo Libre y el nuevo Rey. Por lo que había visto, aún tenía una cierta importancia por haber sido la esposa de Eddard Stark, y debía usar eso para tratar de convencer a los clanes de la montaña para que declaren por Jon.
Esta era su oportunidad para tener un papel en la caída de los Bolton y obtener justicia por la muerte de su hijo. Inhaló profundamente y cruzó por la puerta. Lo iba a lograr. Iba a conseguir el apoyo de los clanes norteños… para Jon.
Tengo dos presentimientos:
1-Quieren matarme por haberlos dejado justo antes de empezar las charlas entre Catelyn y los Norrey.
2-Quieren tirarme flores luego de leer sobre Catelyn en la bañera.
¿Qué tan ciertos son mis presentimientos? Dejen un review con todos sus comentarios, opiniones, críticas, sugerencias y más. Estaré ansioso por leerlos.
Saludos y que estén bien.
