Capítulo 17
Los golpes metálicos eran lo único que sonaba en la austera y fría sala. Nos hallábamos en un cubículo que se nos quedaba pequeño para los cinco que estábamos allí encerrados. Los chicos que tenía delante no paraban de moverse de un lado para otro, como leones en una jaula.
—¡Dejadnos salir! —gritó Richard zarandeando los barrotes, pero ni siquiera se movieron ni un milímetro del sitio donde estaban clavados. David y Henry miraban hacia la puerta con rabia mientras que Robin y yo estábamos sentados en la camilla de la celda.
Los amigos de Luke y este fueron trasladados a otra celda por los guardias. Al menos habían tenido la decencia de quitárnoslos de vista. Ni siquiera ellos se libraban, ya que algunos ciudadanos del pueblo dijeron que ellos también habían contribuido en el escándalo y que estaban hartos de sus peleas nocturnas. Se ve que era bastante recurrente.
—¡Calláos o sabréis lo que es bueno! —un guardia dio un golpe seco con su arma en los barrotes, haciendo retroceder al chico de cabello castaño. Se alejó tras mandar una mirada de advertencia.
—No lo provoques más o los que acabaremos saliendo mal de todo esto seremos nosotros —siseó Henry, arrastrando el cabello fuera de su rostro exasperado.
No dije nada, mantuve silencio como había hecho desde que llegamos allí, analizando la situación. Era cuestión de tiempo que el tío Benjamin se enterara de lo sucedido y viniera en mi busca. Nos habían registrado y pedido la identificación para avisar a nuestros familiares para que fueran a recogernos. De lo contrario no saldríamos hasta la mañana siguiente.
Un movimiento a mi derecha detuvo el tren de pensamientos que marchaba por mi mente y me hizo fijarme en Robin. Movía la pierna nerviosamente a gran velocidad, sus manos entrelazadas y su nariz pegada a estas. Si no lo conociera bien, diría que estaba orando.
Posé mi mano sobre las suyas, sobresaltándolo. Estaba allí dentro pero su mente volaba hacia otra parte. En sus ojos vi lo que nunca quise vislumbrar; culpa y tristeza.
—Tranquilo, pronto saldremos de aquí.
—Soy yo el que debería consolarte a ti después de lo que ha pasado, no al revés —su risa sonó amarga, vacía.
—Estoy bien, Robin —le susurré, aunque no hacía falta hacerlo. El espacio era escaso en esa celda y los demás podían escuchar a la perfección todo lo que hablamos.
—¿Segura? —asió mis manos ansiosamente. Estudió mi rostro con cuidado, como si temiera que yo no estuviese ahí con él y fuera una ilusión—. Si te ha tocado el más mínimo pelo, dímelo, porque te juro que ese desgraciado no tiene suficiente mundo para correr —oí sus dientes rechinar a través de su mandíbula cerrada. Apreté su agarre, intentando que se calmara.
—Llegasteis a tiempo para evitar daños mayores —al recordarlo un escalofrío me recorrió la espalda. Él también lo notó. Su expresión se suavizó.
—¿Sabes qué es lo que más coraje me da? —ladeé la cabeza—. Que tiene razón. Por mi culpa estás así, asustada, aunque no quieras mostrarlo porque eres más fuerte que nadie que haya conocido jamás. Por mi culpa estás aquí encerrada. Tú no deberías estar aquí. No debería haberte dejado sola… —su voz sonó cada vez más angustiosa. Un nudo se instaló en mi garganta.
—¿Qué ibas a saber tú que alguien intentaría algo conmigo? No podías saberlo. Ninguno podía —miré a nuestro alrededor, sabiendo muy bien que Henry, David y Richard estaban escuchando. Desviaron la mirada al encontrarse con la mía, avergonzados por la culpa—. Los únicos que deberían pagar por esto son ellos, no nosotros. Ninguno se merece esto —sujeté su mentón entre mis dedos, haciendo que esos hermosos ojos marrones me miraran de una vez—. Y no voy a tolerar que cargues con ese remordimiento —soltó un suspiro tembloroso.
Me atrajo en un abrazo apretado, cruzando sus brazos en mi espalda. Le correspondí el gesto sin dudar. Quería refugiarme en él y que no me dejara ir nunca. Ahí sabía que podía sentirme segura.
—Lo siento. Lo siento… —su voz amortiguada por el espesor de mi cabello, en dónde había enterrado el rostro. Juraría que sentí humedad en mi cabeza—. Lo siento mucho, Maria —negué con la cabeza, incapaz de hablar. Si lo hacía también me echaría a llorar. En cambio apreté mis manos tras su cuello y dejé que ambos nos consolaramos en la presencia del otro.
—Ellos empezaron primero —defendió Richard—. Se metieron con nuestra amiga y la quisieron ofender.
Seguíamos en la celda, pero esta vez todos alineados de pie enfrentando al capitán que nos miraba juicioso tras los barrotes. Quería saber lo que había ocurrido.
—¿Qué clase de ofensa puede ser tan importante como para darles tremenda paliza? —soltó una risa seca de discrepancia.
—La clase de ofensa que tiene relación con el honor de una dama, capitán. Y ella no estaba dispuesta a cederlo —Robin mordió cada palabra. Estoy segura de que si estuviéramos en otras circunstancias, ese hombre también habría recibido un puñetazo.
Esto pareció alertar al guardia, ya que miró con ojos confusos hacia mí. Levanté el mentón, sacando fuerzas para no derrumbarme de nuevo.
—Esa es una acusación muy grave. ¿Fue eso lo que sucedió, señorita? —me preguntó algo tenso.
—Así es.
—Como comprenderá, no íbamos a quedarnos de brazos cruzados —masculló David.
—A los que debería estar interrogando como lo criminales que son, es a ellos, no a nosotros —solté. Me lanzó una mirada afilada, advirtiendo mi tono. Lo ignoré y no aparté la vista ni por un segundo. No tenía nada de qué avergonzarme y defendería nuestros actos porque habían sido justificados en todo momento.
—Con todo respeto, señorita, pero no está en posición de exigir nada.
—Sí, me queda claro quién está dentro de la celda y quién no, pero también espero que usted haga las cosas como es debido, como su trabajo lo amerita, señor —una tos ahogada hizo eco en el lugar. David y Richard estaban haciendo su mejor esfuerzo por no reírse de la cara de estúpido que puso el captán ante mis palabras. Supuse que no estaba acostumbrado a que una joven lo retara.
—Así se hará, puede contar con ello —murmuró a regañadientes.
—Estoy segura de eso.
A esas alturas de la noche, tras haber pasado varias horas del incidente, ya estaba más calmada y había retomado mi carácter. No estaba de humor para que ese hombre viniera a cuestionar nada de lo que pasó sin saber al respecto.
—Entonces, ¿cuánto tiempo más vamos a estar aquí? —demandó Robin.
—Hemos notificado a vuestros familiares que estáis aquí. Es una larga distancia hasta el castillo De Noir, un poco más que la mansión Merryweather, pero confío en que llegarán pronto. Hasta entonces, esperaréis aquí sin armar escándalos, ¿entendido? No debería ser difícil para vosotros, no es la primera vez que pasáis la noche aquí —aquello último se lo dijo a mis compañeros de celda, quienes refunfuñaron y resoplaron ante la pulla.
—¿Y qué va a pasar con ellos? —quise saber, refiriéndome a los tres que estaban en la otra sala contigua a la nuestra.
—Tendremos que preguntarle a su tío qué es lo que quiere hacer al respecto, dado que él es su tutor legal. Cuando esté aquí se lo explicaremos más detalladamente —asentí despacio y lo vi alejarse hacia el pasillo. O sea que todo dependía de Ser Benjamin Merryweather. Ya podía imaginar la respuesta. No tenía dudas de si creería en mí o no, sabía que lo haría pero temía más la reprimenda por ocultarle mi verdadero paradero esa noche y por quién estuve acompañada.
Esperamos durante lo que me parecieron horas pero probablemente no llegaría ni a una completa hasta que escuchamos el repentino alboroto fuera del edificio. Dos voces graves parecían discutir. Unos momentos más tarde, se escucharon más cerca, probablemente desde el recibidor. Un guardia apareció con las llaves tintineando para abrirnos la puerta al fin.
Suspiros y exhalaciones de alivio fue todo lo que transmitimos al caminar por el largo pasillo. Al primero que vi fue al tío, gesticulando con las manos y elevando la voz más de lo que solía. Detrás de él estaba el padre de Robin, paseando por la estancia con las manos tras la espalda. Sentí al chico tensarse detrás de mí cuando puso sus ojos oscuros en nosotros.
—¡Maria! ¡Cielo Santo! ¿Estás bien? —mi tío se lanzó a mí y me envolvió en un abrazo nada más verme—. Ya estoy aquí, mi niña, tranquila…
—Sí, tío. Todo ha quedado en un susto —le dije con tranquilidad, pasando una mano por su espalda. Se retiró con el ceño fruncido de preocupación.
—Ten por seguro que esto no se va a quedar así —encaró al capitán que observaba la escena—. ¿Dónde están esos desalmados? ¡Exijo que los traiga aquí!
—Ser Benjamin, está muy alterado, no creo que sea buena idea un encuentro en estas circunstancias. Además, dudo que la señorita quiera verlos en este momento.
«No, pero si muestran sus caras, con gusto las abofeteaba» —pensé con resentimiento.
—No trate de encubrirlos, tarde o temprano recibirán su castigo y eso no me lo impedirá ni usted ni nadie, Rogers —sonó tan familiar que pude entender que se trataba de un amigo cercano para mi tío, al fin y al cabo, en ese pueblo se conocían todos.
—No los estoy defendiendo, lo que han intentado hacer no tiene perdón de Dios. Pero estoy tratando de apelar a su buen juicio, tiene que calmarse un poco.
—Tiene razón, Benjamin —el señor De Noir habló por primera vez. Robin estaba con él, mirando la escena con expresión ilegible. David, Henry y Richard tras ellos—. Creo que lo mejor será irse y resolver este asunto mañana temprano. Tomar decisiones precipitadas puede dar lugar a arrepentimientos en el futuro.
—Bien —soltó secamente, descansando su mirada en el hombre unos segundos de más. No entendí ese gesto hostil de su parte. El señor De Noir estaba siendo mucho más sensato de lo que esperaba y tenía que coincidir con él en esa ocasión. Lo único que quería era salir de ese lugar—. Manténgalos encerrados hasta que vuelva mañana. Entonces decidiremos cómo proceder.
Coeur De Noir fue el primero en liderar hacia la salida, los muchachos lo siguieron de cerca y Robin esperó para reunirse conmigo. Caminamos a la par, muy conscientes de la mirada afilada de mi tío desde atrás. Una vez estuvimos fuera, pude ver el carruaje de Digweed y al mayordomo esperando no muy lejos, así como los caballos de los chicos junto al del padre de Robin. Los había recuperado de donde habían pasado gran parte de la noche, atados a uno de los postes que había en el pueblo.
Hubo un tenso silencio que nos asoló a todos, esperando que alguien tomara la iniciativa de romper el hielo. Mi tío lo hizo.
—Francamente, no sé qué me decepciona más —sus palabras fueron duras mientras clavaba la mirada en mí y Robin—, si la mentira de mi sobrina o que hayas permitido que esto pasara, chico.
—Robin no tiene nada que ver en esto —hablé en el mismo tono. No iba a permitir que le echara la culpa a él.
—Te había confiado su seguridad —me ignoró descaradamente, clavando cuchillos en el chico de cabellos rizados. Se mostró arrepentido, lo pude ver por su postura, inclinando ligeramente la cabeza y con los hombros encogidos—. Por tu descuido casi pasa una desgracia.
—Si no fuera por él y los chicos, a saber si estaríamos hablando en este momento, tío —me coloqué entre él y mi amigo, desafiante.
—No me malinterpretes, les estaré agradecido de por vida por eso, pero no puedo dejar pasar el hecho de que te dejó sola cuando se suponía que debía cuidar de ti. ¿Cómo pretendes que confíe en alguien que no se toma en serio una simple encomienda? —no podía creer lo que decía. Estaba refiriéndose a él como si fuera el mayor culpable del mundo cuando era al revés.
—Admito mi culpa y mi responsabilidad en este asunto, Ser Benjamin —habló por fin—. Nunca quise que le pasara nada a Maria —me miró por un momento pero no me sostuvo la mirada por más de un segundo—. Fui un estúpido, tendría que heber tenido más cuidado.
—Al menos tienes remordimientos y algo de vergüenza, De Noir. Un hombre que rompe sus promesas no es uno digno.
—¡Tío, ya basta! —alcé el tono, mis ojos abiertos en incredulidad. Había dicho que Robin no tenía honor. Con eso se había pasado de la raya.
—Creo que ya te has desahogado suficiente, Merryweather —el padre de Robin miraba a mi tío con ojos fríos como el hielo. Al fin y al cabo era su hijo de quién estaba hablando—. No estoy dispuesto a quedarme escuchando los insultos que tienes guardados para mi hijo —tomó su capa y con paso rápido se alejó de nosotros, dirigiéndose a sus caballos. Los chicos se apartaron para que pudiese pasar, temerosos de su temperamento.
—Nosotros también nos retiramos, en casa están preocupados —sacó su reloj y lo miró un momento, después a Coeur De Noir y finalmente caminó en dirección al carruaje—. Vamos, Maria.
Me quedé donde estaba. Robin dejó de fijarse en su padre y posó sus ojos en mí, quién lo miraba con disculpa y pena por lo que había pasado. Me sonrió tenuemente, dejándome claro que no estaba enfadado. Pero habría preferido eso a verlo tan afligido consigo mismo.
—¡Maria! No me hagas repetírtelo, jovencita —la mano del tío asió mi brazo, arrastrándome con él hasta Digweed. No quería irme aún. No podía dejarlo así. En un intento desesperado de quedarme, cogí la mano del chico, quién la recibió al instante. Tan solo le dio tiempo a pasar sus dedos por mis nudillos antes de que fuera arrancada por la fuerza que ejercía sobre mí el hombre más mayor. Una última mirada de advertencia en su dirección antes de agregar—. Vámonos de aquí.
David posó una mano en el hombro de Robin, alentándolo a seguirles. Hasta que no me subí al carruaje y marchamos, no despegué mi vista de ellos. El viaje fue tenso, mi tío y yo envueltos en un pesado silencio, soltando algún que otro suspiro de cansancio por su parte. Centré mi atención en el bosque, intentando despejar mi mente.
Nada más llegar fui recibida por abrumadores abrazos. Loveday y la señorita Heliotrope parecían estar al borde del infarto. No se calmaron hasta que les repetí como quince veces que estaba bien. Hicieron que me sentara en el sofá del salón, con una manta sobre mis hombros y una taza de té en la mano.
Era tarde en la noche y allí estaban todos, incluso Wrolf, quien descansaba cerca de mis pies. Después de contarles lo que había pasado a las dos mujeres y al pequeño chef, todos se quedaron mudos por el susto. No sabían toda la versión hasta ese momento, ya que el mensajero no les había explicado con detalle lo que había ocurrido, pero fue suficiente para hacer que el tío mandara a Digweed preparar el carruaje y dirigirse hacia la estación de los guardias del pueblo a toda velocidad. El hombre se enteró poco después junto con el señor De Noir por el capitán, quién les había comentado lo ocurrido.
—¡Qué horror! Debiste pasar mucho miedo, querida —me dijo con algunas lágrimas en los ojos la institutriz. Incliné la cabeza y limpié el rastro de su mejilla con cariño.
—Menos mal que estás bien, Maria —Loveday me envolvió los hombros. No estaba tan afectada como la señorita Heliotrope pero no podía ocultar su rostro desencajado—. No sé qué hubiéramos hecho si no llegan a encontrarte a tiempo.
—Sencillamente, no habría pasado si tu hermano se tomara sus responsabilidades más en serio —la mujer miró a su marido por encima del hombro. El tío tomaba de su bebida como si fuese un vaso de agua normal y corriente.
—¿No me has escuchado? Yo le envié a que me trajera algo de la taberna. No es su culpa.
—Estoy de acuerdo con Maria. ¿Es adivino para saber que en un lugar plagado de gente alguien se atrevería a hacer algo semejante?
—No soy una niña a la que le tengas que encomendar a nadie y Robin tampoco es mi niñero particular, tío —eso pareció ofenderlo, ya que se detuvo a medio trago.
—Tus recientes amistades no te están haciendo ningún bien, sobrina. Ya eras respondona antes pero ahora más desde que confraternizas con esa pandilla de rufianes. ¡Jamás te he visto meterte en una pelea y hoy descubro que le has pegado un botellazo a un chico!
—¡Quería hacerle daño a Robin! ¡Podría haberlo matado! Además, fue el que se quiso pasar de la raya conmigo, ¡se lo merecía!
—¡Una dama no se mete en peleas callejeras!
—¿Ni siquiera para defenderme a mí o a las personas que me importan? ¿Qué es distinto de lo que han hecho los chicos? —lo miraba con incredulidad.
—¡Lo distinto es que eres mi sobrina y no quiero que te pase nada malo! —con el grito que dio me pareció que tembló toda la casa—. Si están acostumbrados a esa vida, bien por ellos, pero no voy a dejar que te involucren más de lo que ya lo estás —se separó de la mesita y dio varios pasos en mi dirección. Nadie se atrevía a decir nada. Yo apreté mi agarre en la manta, tomando fuerzas para lo que estaba por venir—. Ni siquiera a mí se me escapa lo despistada que estás últimamente y desconozco la razón, pero me aventuraría a decir que tiene mucho que ver con el clan De Noir. Prefieres escaparte al bosque, donde hay innumerables peligros, en vez de dedicar gran parte de tu tiempo a las lecciones de la señorita Heliotrope como solías hacer cuando te mudaste a Moonacre. Por no hablar de lo que has estado haciendo mientras estábamos fuera en nuestra luna de miel, que seguramente habrán sido muchas cosas que no tienen que ver con tus clases de bordado francés —se llevó la mano a la frente, masajeando su sien—. Tendría que haberte vigilado más. Creo que te hemos dado demasiada libertad aquí.
—Puedo hacer los deberes que me mande la señorita y puedo pasear las veces que quiera y con quien quiera en el bosque. No hago daño a nadie haciéndolo. No entiendo por qué te ofusca tanto lo que haga con mi tiempo —hablé entre dientes, más triste que enfadada.
—Nunca antes nos había mentido, Maria —entrecerró sus ojos oscuros hacia mí. Miré a Loveday de soslayo, advirtiendo que no dijese ni una sola palabra. Sabía que estaba por soltar que ella sí tenía el conocimiento de las circunstancias de la salida. No deseaba que se metiera en problemas con el tío por mi culpa. Al fin y al cabo, siempre me ayudaba en todo—. Pero hoy lo has hecho y quién sabe cuántas veces más.
—Si te decía que no solo había quedado con Robin para la fiesta, no me habrías dejado salir.
—Por supuesto que no. Una dama que camina con muchos hombres no está bien vista en nuestra sociedad —Loveday rodó los ojos con fatiga. Para una mujer que se había criado en un entorno plenamente masculino, seguramente debía estar maldiciendo el nombre Merryweather por lo que estaba diciendo su marido—. Y no son una buena compañía.
—Puedo elegir mis propias compañías. De Robin no pensabas igual, ¿qué tiene de diferente? —alcé una ceja.
—Que es el hermano de mi esposa y que pensaba que había cambiado para mejor.
—Si lo conocieras en lo más mínimo sabrías que no lo ha hecho. Él siempre ha sido así, solo que cuando lo conocí estaba influenciado por el odio de su padre hacia nosotros —repliqué con fiereza—. No puedes negar que es una buena persona, aunque te pese admitirlo.
—No es bueno para ti.
—¡Es mi amigo!
—¡No me levantes la voz, Maria! Te lo advierto.
—¡Estás siendo injusto! —me levanté de golpe, dejando caer la manta. Hubo un silencio en la sala.
—Tranquila, Maria. Estás muy nerviosa —la señorita Heliotrope me tomó del brazo, tirando hacia abajo para que me sentara, pero le aparté la mano con cuidado, negándome a hacer tal cosa. Miré a mi tío desafiantemente, y él me devolvió una mirada vacía. Siempre hacía eso cuando se enfadaba, no dejaba que viéramos a través de él—. Creo que lo mejor será que vayas a descansar un poco. Ha sido una noche larga.
Me quedé en mi lugar un momento, estudiando el rostro del hombre. Estaba allí pero era como si su mente divagara en otra cosa. Loveday me dio un pequeño empujón, colocando una mano tras mi espalda. Me acompañaría a mi habitación. Estábamos a punto de cruzar la puerta hasta que habló.
—Cuando te encuentres mejor, hablaremos sobre tu viaje a Londres.
Nos detuvimos en seco. Volteé a verlo con el ceño fruncido. La respiración me abandonó cuando oí el nombre de la ciudad.
—¿Qué?
—Mañana escribiré a la escuela de señoritas para que te admitan pese haber iniciado ya el curso de este año. Tengo un amigo que es buen conocido de la directora, no creo que haya problemas con eso —intenté buscar respuestas en Loveday. Negó con la cabeza rápidamente.
—Te juro que yo no sabía nada de esto, Maria. ¿Benjamin? —Loveday parecía tan o más confundida que yo. Miraba a su esposo como si se hubiese vuelto loco. Al oír su nombre dirigió sus ojos a ella.
—Lo he estado pensando desde hace un tiempo —enfocó su atención en mí entonces—. Volverás a Londres y terminarás tus estudios allí. Está decidido.
—La señorita Heliotrope es perfectamente capaz de ocuparse de mi educación aquí —aún no podía creer lo que estaba oyendo.
—Sí, Ser Benjamin. No creo que sea necesario enviar a Maria–
—Lo sé, pero necesitas otros aires. Pensé que al traerte aquí estarías bien, pero ya veo que existen muchos más peligros e inconvenientes para ti en este lugar —cortó a la institutriz. Sus ojos se desviaron hacia el gran ventanal—. Allí no tendrás tantas distracciones. Es lo mejor.
—¿Para quién? Porque si crees que yo estaré bien en un lugar que no sea Moonacre, estás muy equivocado, tío. Este es mi hogar.
—Antes Londres lo era. Seguro que después de un tiempo volverá a serlo. Solo es cuestión de acostumbrarse. Recuerdo que no te gustaba Moonacre cuándo llegaste.
—Pero cambié de opinión. Aquí está mi familia, mis amigos —intentaba no desesperarme, pero podía sentir el latido de mi corazón volverse más continuo—. No puedes apartarme como si eso no significara nada.
—Me alegro de que nos tengas en tan alta estima, pero en este caso eso es indiferente —sabía lo que estaba haciendo. Intentaba evitar mis protestas. Pero no lo conseguiría.
—Me estás echando de mi propia casa, tío.
—Sabes perfectamente que no es así, Maria —empezaba a perder la poca paciencia que había reunido de nuevo. Tormentas se arremolinaban en sus ojos oscuros. Bien, porque en mi interior había una también y quería salir a como diera lugar.
—No voy a ir —sentencié.
—Harás lo que se te diga.
—¡No puedes hacer esto! —grité al fin, dejando escapar las lágrimas que llevaba aguantándome desde que anunció su plan.
—Te estás equivocando, Benjamin —advirtió la rubia, sus manos sobre mis hombros temblorosos.
—¡No discutiré más este asunto! —dio una palmada a la mesa, haciendo temblar los vasos y la bandeja.
—Mi opinión no te importa. Ni siquiera me escuchas —susurré, pero al estar el lugar en completo silencio, se me entendió a la perfección—. Pensé que eras como el padre que debería haber tenido, pero me doy cuenta de que sois los dos iguales —una lágrima resbaló en mi mejilla—. Tú también me has dado la espalda.
En la confusión y estupor que se originó en la sala, vi mi oportunidad para marcharme al fin. Las manos de Loveday abandonaron mis hombros cuando me di la vuelta, como si estuviera petrificada. Observé una vez más antes de irme. El rostro del tío estaba desencajado, la señorita Heliotrope contenía su llanto con la ayuda de Digweed, quien se sentó junto a ella en el sofá. Marmaduke tenía una expresión de pena inmensa, cuando él siempre tenía una sonrisa para todos.
—No te preocupes, no tendré que seguir siendo una molestia.
Con eso, me marché pese a los llamados de la institutriz y Loveday. Tan pronto llegué a mi habitación, cerré la puerta, asegurándola para que nadie entrara, así como el pasadizo secreto. No quería hablar, quería estar sola.
Me eché en la cama, envuelta en mí misma y sollocé por lo que parecieron horas hasta que mi cuerpo sucumbió al cansancio.
No salí de allí por días.
