Capítulo 29

—Estúpido, eso es lo que es. ¡Un estúpido!

—Cálmate Loveday, te hará daño alterarte así —alcé las manos hacia la rubia, quien estaba por levantarse de lo inquieta que se encontraba.

—Por mí no te preocupes, Maria. Más bien preocúpate por mi querido hermanito porque si lo atrapo, ¡te aseguro que lo arrastro de las orejas por todo Moonacre! —la ayudé a sentarse de nuevo en la silla junto a mi cama.

Nada más llegar a casa subí a mi habitación, negándome a hablar con nadie y saltándome la comida de ese día. La mujer sabía que algo no había ido bien en mi caminata y se preocupó, así que subió a ver qué había ocurrido exactamente. Su enfado no se hizo esperar cuando terminé de contarle sobre mi encuentro con Robin.

Me llevé las manos a la sien, sintiendo que me dolía la cabeza un poco. Debía ser por el llanto que no había parado desde que llegué a la casa y me forcé a contener cuando la De Noir tocó a la puerta.

—Oh, perdona, querida. A veces no mido mucho mis impulsos —se disculpó, dándose cuenta de que no me veía muy bien.

—No te preocupes, solo necesito descansar un rato.

—Duerme un poco hasta la cena si quieres. Te vendrá bien.

—¿Estarás bien sin mí? —dije, no muy convencida.

—No soy de cristal. Estoy embarazada, no inválida —rodó los ojos. Suspiré y asentí, sabiendo que no podría ganarle la batalla. Me abrazó por los hombros y me dejó sola en la habitación. Bueno, no completamente. Wrolf estaba tumbado en el rincón junto a la chimenea apagada. Por alguna extraña razón, el león no se despegaba de mí ni un momento del día desde que regresé. Aquello me había inquietado al principio, pero llegué a la conclusión de que simplemente quería pasar tiempo conmigo dada mi larga ausencia.

Me tumbé en la cama por un buen rato, dándole vueltas a muchas cosas. Me detuve al sentir que el dolor en mi cabeza se hacía más agudo, obligándome a dormir un poco, tomando el consejo de Loveday.

Cuando me levanté a causa del toque suave en mi puerta, me arrepentí de haberme dormido. En mis sueños me perseguía la escena en el bosque que se repetía una y otra vez, doliendo más en cada ocasión.

Hice caso a la insistencia de la señorita Heliotrope y bajé junto con todos a cenar. Prácticamente fui obligada por Loveday y Marmaduke a engullir todo lo que me servían en el plato. Una vez parecieron conformes, fui liberada para volver a la soledad de mi alcoba. Pasé la noche despierta, sin sueño por haber dormido gran parte de la tarde.

A pesar de todo, seguía pensando que algo no encajaba. Todo aquel asunto era extraño, sin sentido para mí. O tal vez estaba en negación, no queriendo aceptar que nunca podría volver a estar con Robin, ni como amigos ni como nada más.

Un par de días después, me encontraba sentada en el jardín, leyendo un libro que había tomado prestado de la biblioteca. Uno de mis favoritos, sin duda. Cuando estaba triste o andaba baja de ánimos, siempre recurría a refugiarme entre sus páginas.

Loveday estaba con el tío en alguna parte de la casa y la señorita Heliotrope pasaba tiempo junto a Digweed ahora que no estaba tan ocupada conmigo y mis lecciones. Yo había decidido optar por un paraje más natural y tranquilo.

El revoloteo de un pájaro hizo que llevara mis ojos a los árboles que tenía delante, unos metros más allá. En verano el bosque rebosaba vida propia, albergando animales que raramente se veían durante las demás estaciones. Los sonidos eran constantes y a mí, lejos de molestarme, me parecían agradables. Volví la vista al libro en mi regazo, acariciando la hierba entre mis dedos mientras leía.

Mi oído captó otro sonido. Algo así como un murmullo lejano, aunque debía ser alto como para yo poder oírlo a pesar de la distancia. Intenté concentrarme en la lectura, ignorando el ruido una vez más.

Un golpe en mi pie hizo que la alarma sonara en mi cabeza alta y clara. Di un respingo al sentir el contacto contra mi zapato, lo suficientemente notable como para que me diera cuenta. Aparté el pie para ver una pequeña piedra detrás. Era del tamaño de una almendra.

La recogí y la examiné en mi mano. Fruncí el ceño, mirando hacia el bosque, de donde había venido o al menos eso me había parecido. No vi nada fuera de lo común. Solo árboles, ramas y poco más. Dejé el objeto a un lado, tomando el libro en mis manos. No sabía muy bien qué estaba ocurriendo.

Por el rabillo del ojo vi otra cosa que fue lanzada a mí, pero se quedó a medio camino esa vez, aterrizando en el césped cortado. Me levanté y dejé de lado todo lo que estaba haciendo para centrarme en la nueva piedra, esta un poco más grande que la anterior. Volví a mirar hacia el bosque, levantándome para poder ver mejor desde mi altura.

—¿Quién anda ahí?

No hubo respuesta, pero sí capté movimiento detrás de un arbusto no muy lejano, justo en la linde.

Despacio, llevé mis pasos allí. Instantáneamente, el sonido de las hojas meciéndose cesó. Me detuve por un momento, analizando la situación. Había alguien ahí escondido. Un animal no me tiraba piedras y se callaba de repente al verme.

Reuní valor y reanudé la marcha, yendo más deprisa para no dar tiempo al desconocido, o quién quiera que fuese, de actuar.

—¡Alto! —salté junto al seto, impidiendo su huida. Me quedé parada allí, sorprendida por quién se trataba en realidad. Tres cabezas con sombrero se dirigieron hacia mí, mirando desde abajo y levantando los brazos al incorporarse.

—Sentimos haberla asustado, señorita Maria —habló Henry, visiblemente apurado por la situación. David y Richard asintieron, de acuerdo con su amigo—. No sabíamos si querría vernos, después de tanto tiempo —agregó el moreno, una leve sonrisa de disculpa en su rostro. Sonreí tenuemente, algunas cosas siempre suelen permanecer iguales.

—Creí que ya habíamos dejado atrás las formalidades hace mucho tiempo, ¿no? —se miraron entre ellos, perplejos. Extendí los brazos—. ¿No váis a saludar a vuestra amiga?

Ni siquiera lo pensaron cuando se lanzaron los tres para darme un gran abrazo que casi me asfixia. Debido a la fuerza perdimos el equilibrio y caímos al suelo entre risas. Oh, cuánto los había extrañado.

—Nos alegramos mucho de que estés de vuelta, Maria.

—Ya temíamos que te volvieras tan estirada que no querrías tener nada que ver con nosotros —bromeó David.

—Eso nunca —les di una palmada a cada uno en el brazo o la cabeza, tirando sus sombreros—. ¿Cómo sabíais que estaba aquí?

—Nos lo ha chivado un pájaro —resoplé, entendiendo la metáfora.

—¿Cómo no? —miré alrededor—. Supongo que no está con vosotros hoy.

—Se ha quedado en el castillo. Dice que tiene "trabajo" que hacer —rodé los ojos ante la frase que me ponía de los nervios desde que el chico la había dicho con ese tono tan irritante.

—Robin anda de muy mal humor últimamente —comentó Richard.

—Está insoportable.

—Intratable —asintió Henry.

—A veces me entran ganas de darle una lección, por listo.

—¿Así que está así con todos? —inquirí, los tres asintieron con muecas de disgusto—. ¿Qué demonios le pasa? —murmuré, más para mí que para los chicos que caminaban junto a mí, adentrándonos en el bosque. No quería que mi tío se percatara de que tenía visitas claramente no deseadas por él.

—Si lo supiéramos te lo diríamos. Aunque ahora que estás aquí, esperamos que tu presencia calme ese temperamento suyo.

—Por el bien común —David se apoyó en Henry, quién intentó quitárselo de encima con un manotazo.

—Lo dudo mucho —me mostré bastante pesimista.

—¿Por qué? —enarqué las cejas.

—Nuestro encuentro no fue agradable, digámoslo así.

—Vaya, sí que debe haberse portado como un idiota.

—¿Quieres que lo pongamos en su sitio?

—Con mucho gusto lo haríamos, ¿eh? —el rubio tronó sus dedos.

—Por mucho que se lo merezca, no es lo que quiero. Me gustaría entender la razón de su comportamiento.

—Va a ser difícil, Robin es un libro cerrado herméticamente.

—No lo veía tan amargado desde antes de que se rompiera la maldición —pensé detenidamente en lo que dijo Richard. Mirándolo así… el paralelismo era notorio.

Recuerdo cuando al principio su comportamiento me parecía grosero y de total cretino, pero con el tiempo me di cuenta de que Robin actuaba así alrededor de todo el mundo, sobre todo de su padre, para que no vieran a través de él.

Estuve a punto de preguntarles si sabían algo de el por qué Robin no acudió al sitio señalado para ir a Londres, ya que por carta nunca traté ese tema con ellos, pero un sonido de pisadas apresuradas me detuvo, alertando que alguien más se acercaba.

—¡Ahí estáis! Empezaba a pensar que habíais huido del valle con tal de no trabajar hoy —la voz tenía un tinte burlón bastante característico. El chico de cabellos rizados salió entre los árboles, saltando entre las rocas hasta nosotros. Cuando levantó la vista hacia nosotros y se topó con mi mirada, la pequeña sonrisa en sus labios se congeló y se aplanó en una línea insulsa.

«Vaya cambio».

—Antes de que empieces, no, no nos hemos olvidado que tenemos cosas que hacer —el moreno levantó la mano en su dirección, intentando calmarlo aunque no parecía nervioso en absoluto—. Nos hemos tomado la licencia de visitar a nuestra querida amiga —me dieron palmaditas en la espalda, sacudiéndome en el acto.

—No seas maleducado y saluda, anda —azuzó Richard. Algo parecido a un gruñido salió de la garganta de Robin, notablemente molesto por el tono de su amigo.

—Si va a empezar a llamarme "señorita" y tonterías como esa, prefiero que no —los tres pasaban sus miradas entre nosotros, fijándose en el intercambio de miradas.

—¿"Señorita"? Pensaba que no sabías lo que significaba esa palabra —David soltó una carcajada. No sabía si quería aliviar la tensión, pero si ese era su objetivo, estaba fracasando estrepitosamente. Robin parecía realmente molesto.

—Es verdad, ¿dónde ha quedado tu mote favorito, Robin? "Princesa", ¿no era así? —estaban provocando demasiado al chico, probando que su paciencia tenía un límite. Su mirada era dura como el acero. Decidí intervenir antes de que se lanzara para golpear a sus tres amigos que aquel día estaban especialmente traviesos.

—Creo que será mejor que me vaya ya —me planté en medio de su camino. Entendieron que ya estaba bien y su pequeño show debía terminar. Yo no sería partícipe de ello—. Mi tío se preocupará si descubre que me he esfumado sin avisar. Creerá que me han secuestrado —rieron al captar la referencia.

—Qué mala imagen tienes de nosotros —Henry se agarró el pecho con fingido dolor.

—"Cría fama y échate a dormir" —recité el dicho, enarcando las cejas con gracia.

—¡Vale, vale! Lo hemos pillado —refunfuñó el rubio.

—No tenemos todo el día y hay mucho que hacer —casi rodé los ojos ante la voz demandante de Robin, quien parecía harto de la situación. Lo miré de reojo, por supuesto, no se dignó a devolverme la mirada.

—Primero la acompañamos a casa, hay tiempo de sobra. Creo que estás de acuerdo en que Maria debe regresar sana y salva, ¿no? —Henry dijo, alzando una ceja en su dirección, claramente retando a que replicara. No lo hizo, tan solo le dio una mirada que no supe comprender—. Puedes esperar aquí si quieres. No tardaremos —con eso, lideró el paso, caminando más allá de mí hacia la mansión. David, Richard y yo lo seguimos también, dando por concluida esa conversación.

Hice mi mejor esfuerzo por no girarme para verlo. No tenía esperanzas de que quisiera acompañarnos. Pero me sorprendió cuando lo vi pasar por mi lado a paso rápido. Nuestros ojos intercambiaron miradas una vez más, pero yo giré la cabeza cuando caminó más lento al llegar a mi altura.

Me pareció escucharlo soltar un pesado suspiro antes de retomar el ritmo y adelantar a Henry. Este se quedó rezagado y lo dejó caminando solo delante.

—No le hagas caso —me dijo en voz baja, no queriendo que llegara a oídos del cazador—. Se le pasará.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Porque lo conozco desde que éramos críos y es como mi hermano —esbozó una sonrisa confiada—. Además, dudo que pueda estar mucho tiempo así contigo.

—No me habla desde hace un año y medio —dije con algo de desconfianza, reticente a creer eso tan fácilmente. No quería ilusionarme por nada.

—Bueno, pero ahora estás aquí. No puede evitarte eternamente —insistió. Bufé en respuesta, viendo su figura caminar al frente. Al no verme muy convencida, continuó—. ¿Qué te apuestas? —lo miré con incredulidad.

—¿Tan seguro estás como para apostar en algo así?

—Pongo la mano en el fuego.

—Me interesa este negocio, ¿puedo participar? —intervino Richard, contento de repente al oír la conversación.

—¡Claro! Así ganaré más cantidad.

—Me uno —saltó el rubio a su vez. Chocó la mano con el moreno, cerrando el trato—. Le doy una semana, y estoy siendo generoso.

—Yo creo que no llega ni al mes —supuso Richard.

—Bien, tres contra una —me miraron con sonrisas en sus rostros—. ¿Hay trato entonces? —tendió la mano. La estudié por un momento. Finalmente acepté, bastante desganada. Al menos ellos parecían divertirse de lo lindo a pesar de la situación. Hacía que fuera menos dolorosa con su entusiasmo y optimismo. David y Richard me estrecharon la mano también, soñando despiertos en las posibilidades y en lo que querían comprar con el dinero que obtendrían del trato. Negué con la cabeza, soltando una risa sin querer.

La cabeza de Robin salió disparada hacia atrás, mirándonos algo confundido por la repentina diversión en nuestra charla secreta. Quise sonreírle, o darle un puñetazo, para quitarle esa mueca. No dejé que mis impulsos me dominaran y lo ignoré lo mejor que pude todo el camino hasta llegar al límite del bosque con la mansión Merryweather.

—Me hubiera gustado pasar más tiempo con vosotros, ha sido bastante breve —dije apenada, de espaldas a la gran casa.

—En un par de días tenemos la jornada libre —comentó Richard—. Quizá podamos pasar el día todos juntos como solíamos hacer.

—¡Oye, es buena idea!

—Cuando ese cerebro tuyo piensa, es un prodigio —Henry le quitó el sombrero y le revolvió el cabello, ocasionando que este se quejara por ello.

—No por nada se dice por ahí que soy el listo del grupo —hinchó su pecho con orgullo cuando se deshizo del agarre del moreno.

—¿Quién dice eso? —saltó Robin, mirándolo con cansancio—. ¿Tu madre?

—¡Vaya, si puede hacer bromas y todo! —se llevó las manos a la boca.

—Vamos progresando —bromeó David.

—Por mi bien, es muy buena idea —Richard hizo una reverencia exagerada en agradecimiento por mi apoyo.

—¿Podrás escaquearte? —preguntó Henry, algo dudoso.

—Me las apañaré. Siempre lo hago —sonreí con suficiencia, gesto que contagió a los chicos, ya que también sonrieron.

—Maria ha vuelto —los tres se pasaron los brazos por los hombros uniéndose en un abrazo mientras me observaban con orgullo.

—¿Nos vamos? —Robin se mostró impaciente o tan solo se sintió excluido en el intercambio de bromas. No solía pasar mucho tiempo callado. Si no bromeaba reventaba. Lo estaba aguantando bastante bien, a mi parecer.

—Sí, sí, ya —David agitó la mano en el aire despreocupadamente, restándole importancia a su tono.

—Qué aguafiestas eres —Richard pasó por su lado posando una mano en su hombro y dándole dos golpecitos. Huyó a tiempo antes de que pudiese tomar represalias contra él.

—¡Hasta luego, chicos! —se despidieron en la distancia antes de desaparecer entre los árboles. Robin demoró un poco en ir tras ellos. Me dedicó una última mirada antes de girarse para reunirse con el grupo, pero mi voz lo detuvo—. Espera —pensé en si debía hacerlo en ese momento o no. Puede que quisiera solo para retenerlo un poco más allí conmigo. Me daba la sensación de que casualmente tendría cosas que hacer en su día libre y no acudiría con nosotros. Sí, debía ser ese día. Se quedó allí, expectante por lo que tuviese que decir—. Voy a por una cosa y enseguida vuelvo, no te muevas de aquí —abrió la boca seguramente para objetar, pero lo silencié con un gesto de mi mano—. Solo te tomará un par de minutos. No te estoy pidiendo todo tu tiempo —exhalé fuerte antes de dejarlo allí y escabullirme por el pasadizo secreto de mi habitación. Era una suerte que el tío Benjamin no hubiese cumplido su amenaza de tapiarlo como dijo en su día.

No necesité rebuscar mucho entre mis cosas para encontrar lo que quería. Volví sobre mis pasos y escondí el objeto tras de mí mientras caminaba de regreso. Para mi alivio, no se había marchado como temía. Me observó con curiosidad cuando me planté frente a él.

Sin más dilación le mostré lo que llevaba conmigo. Rodé una vez más el bombín en mis manos, sintiendo el tacto del material tan familiar para mí. Se lo extendí, colocándolo en el espacio vacío entre nosotros. Tardó un poco en reaccionar, pero finalmente lo tomó con una expresión llena de emociones. Bueno, al menos había conseguido romper ese muro que había construido con hielo.

—Aún lo conservas —fruncí el ceño ante su tono incrédulo.

—Por supuesto, sé lo que significa para ti —el aire se me escapó cuando me devolvió una mirada cargada de agradecimiento y algo más que no pude descifrar. Vi cómo la comisura de sus labios se movió hacia arriba levemente, pero fue tan fugaz como si se tratara de un espejismo. Se colocó el sombrero y al verlo con él puesto sentí mi corazón saltar en mi pecho. Solo podía recordar la imagen, pero era mucho mejor verlo con mis propios ojos. Le quedaba tan bien…

—Gracias.

—No hay de qué —celebré en mi interior poder haber formulado la frase sin tartamudear—. Me dijiste que te lo devolviera cuando volviera, no podía romper esa promesa —un destello de dolor cruzó su mirada así como la tristeza por los eventos pasados acudía a mí de nuevo. Me obligué a recomponerme para que no se notara, así que añadí con más prisas de las que planeaba—. Nos vemos.

No le di tiempo a añadir nada más cuando me di la vuelta y caminé con toda la entereza que pude a través de los jardines de la mansión.