Capítulo 22
20 de abril de 1843
Querido Robin;
Por supuesto que no te echaba de menos. Pensé que si te escribía podría aminorar el peso que debe suponer para ti la tristeza de mi partida. Un acto de misericordia por mi mejor amigo, más bien.
Bromas a parte, ¿cómo va todo por el castillo? Gracias a Loveday me entero de todo lo que pasa en la mansión pero tú te acabas de convertir en un total misterio, pajarito. Espero que los chicos y tú no os metáis en muchos líos en mi ausencia. Odiaría saber que os divertís sin mí más de lo que debería.
Mis cartas te las enviará Loveday, creo que así es más seguro que lleguen sin contratiempos. También estoy pensando en mandar para los muchachos, para que luego no digan que me olvido de ellos y solo centro mi atención en ti. Sería demasiado para tu ego, ya puestos.
Espero recibir noticias tuyas pronto.
Con cariño, Maria.
P.D.: Olvídate de tener tu sombrero de vuelta, aunque regrese a Moonacre pronto, me lo voy a quedar porque estoy segura de que me queda mucho mejor que a ti.
25 de abril de 1843
Querida princesa;
Aún no me acostumbro a este sistema de comunicación. Nunca había escrito una carta hasta que te envié la primera hace unos días. Tendré que lidiar con ello como bien pueda, supongo. Agradezco que ni estando separados desaproveches la oportunidad de ser tan cínica conmigo. Es una buena señal de que incluso la distancia no puede con nosotros, ¿verdad?
Aquí todo sigue igual que siempre. Mi padre sigue siendo el mismo viejo gruñón que el mes pasado, la pandilla de vagos que tengo como amigos me dan la lata día sí, día también. Dudo que algo de eso cambie jamás.
¿Cómo es tu vida en la gran ciudad? ¿Llena de vestidos ostentosos, señoritas refinadas y tardes para tomar el té? Si es como lo imagino, supongo que debes estar aburrida como una ostra. Aunque eres fuerte, lo superarás. Solo te pido que cuando vuelvas no me cambies las tardes en el bosque para ir a tomar el té, por favor.
No me cabe duda que les gustará que les escribas. Pero no más que a mí, al fin y al cabo yo estoy en otro peldaño al tener el título de mejor amigo. Las jerarquías existen incluso en este lugar en medio de la nada.
No me eches mucho de menos hasta que te llegue la siguiente carta.
Con cariño, Robin.
P.D. (o como se escriba esta cosa): Más te vale devolvérmelo o cuando te vea te haré la vida imposible, princesa. Y sí, es un hecho, no una amenaza.
2 de mayo de 1843
Queridísimo Robin;
Da igual que no sepas escribir cartas formales. Tan solo quiero que seas tú mismo, como si estuviésemos hablando en persona. Con eso es mucho más que suficiente.
¿No quieres que reciban más misivas que tú? Pues puede que a partir de ahora lo haga más a menudo. ¿Qué dice tu orgullo a eso, Robin De Noir?
Sí, la escuela es todo eso y mucho más. Pero al menos tengo a mi amiga de la infancia, Evangeline, ojalá la pudieras conocer, estoy segura de que os llevarías bien. Me ayuda a sobrellevar un poco mejor todo este cambio tan repentino.
No te haces una idea de lo que es estar encerrada casi todo el día en este edificio. Si al menos pudiera escabullirme, pero hay mil criados en toda la escuela y siempre están vigilando. Necesito mi paseo diario, lo sabes bien. Sino, corro el riesgo de volverme peor que Wrolf cuando se enfada.
Oye, se me olvidó preguntarte, ¿sigues practicando piano en mi ausencia? Espero que sí, porque cuando vuelva quiero que me dediques un recital completo.
¿Sabes? Hablar contigo así, me hace sentir como si nunca me hubiera ido.
Con cariño, Maria.
13 de mayo de 1843
Mi querida princesa;
¿Por qué me tienes que torturar así? No sabes lo que tengo que aguantar desde que les envías cartas a Henry, David y Richard. Sus bromas son insaciables y aprovechan cada mínima oportunidad para burlarse de mí. Un día de estos voy a sacar a pasear mi daga y más de uno se queda sin lengua, te lo aseguro.
Dejando de lado mis tres desgracias, me alegra oír que tienes una aliada dentro de ese nido de víboras. Nunca está de más. Y sobre lo de escabullirte, no te preocupes, seguro que encuentras la manera, siempre lo haces. A veces eres peor que yo con tus travesuras, por mucho que te quejes. Además, me consta que tu temperamento puede empeorar si no te da el aire libre de vez en cuando. Lo único que espero es que no perturben tus interminables horas de sueño. Si es el caso, compadezco al pobre desgraciado al que le haya tocado tan aciago destino.
Para tu información, estoy mejorando mucho practicando por mi cuenta en casa. Por supuesto, no es lo mismo si no estás constantemente empujándome para que lo haga bien y sin bromear. Aunque pierda un poco la gracia en ese aspecto, te hice una promesa y la pienso cumplir. Seré mejor que Mozart para cuando regreses.
Con cariño, Robin.
Sonreí al leer la carta por quinta vez, riendo por lo bajo mientras me hundía más en la almohada. Evangeline me miró desde detrás de sus cartas, las cuales había traído a mi habitación para leerlas en compañía. Dejó de lado el papel y me dio una mirada significativa. Me detuve un momento y la confronté, dejando en mi regazo el sobre. Estiré el brazo a la mesita para alcanzar la humeante taza de té.
—¿A qué viene esa cara?
—Nada, solo que se te ve muy contenta desde que te mandas cartas con tu novio —de un respingo casi tiro la taza por toda la colcha, causando un desperdicio. Con un ligero temblor en la mano, la volví a depositar en su sitio. Mi amiga ya no podía contener las carcajadas.
—Es de Robin, ya sabes que no es mi novio.
—Oh, pero por como sonríes y te sonrojas cuando lees una carta suya, es obvio que querrías todo lo contrario.
—¡Evangeline! —le eché un cojín, irritada por la vergüenza que me estaba haciendo pasar.
—¡No te enfades conmigo por decir la verdad! Vuestras cartas son tan… únicas. Es como si compartierais una conexión mediante esa complicidad.
—Eso no significa nada. Robin es así de espontáneo.
—Puede ser muy bromista, pero es la manera en la que te trata en la que está la diferencia.
—¿Cómo puedes saberlo? Ni siquiera lo has visto en persona.
—Pero me has hablado tanto de él que es como si ya lo conociera bien—se encogió de hombros, levantándose de la cama despreocupadamente—. Pero si no lo quieres ver, allá tú, amiga. Me voy a por unas pastas a la cocina. Te traeré alguna para ti, pero quita ese ceño fruncido o se te harán arrugas antes de tiempo —solté un bufido de exasperación antes de que cerrara la puerta y la oyera dar saltos de alegría por el pasillo.
Sentí mis mejillas arder, las froté con frustración, intentando que desapareciera. No lo hizo y mucho menos cuando vi el sombrero colgado en el tocador de mi habitación. Decidí despejarme escribiendo una carta para la señorita Heliotrope, quién estaba bastante emocionada porque le comentara mis progresos académicos.
Por fin había llegado el verano, y el buen tiempo, sorprendentemente, reinaba en Londres la mayor parte del tiempo. Los días libres intentaba aprovecharlos al máximo, paseando por uno de los parques más grandes de la ciudad. Estando allí no me sentía tan alejada de mi hogar, ya que me recordaba en cierta manera al bosque del valle.
—Nunca entenderé por qué te gusta tanto este sitio —se quejó Evangeline a mis espaldas, intentando quitarse las hierbas que se enredaban en su pomposo vestido color crema. Muchas veces paseábamos juntas, aunque a ella le desagrada pasar tanto tiempo en esa zona. Seguramente no duraría ni dos días en el campo, al fin y al cabo estaba muy arraigada a la ciudad.
—Aquí parece que el aire está menos cargado, ¿no crees? —respiré hondo, dejando que mis pulmones se llenaran del olor a tierra y flores. Se podría asemejar en apariencia, pero Moonacre tenía un encanto especial que lo hacía único en el mundo.
—Yo lo noto igual que cuando vamos a una tetería o estamos en la escuela, pero vale —reí por el poco entusiasmo en su voz.
—Damos una vuelta más y si quieres luego tomamos un helado en esa cafetería que tanto nos gusta —su expresión cambió súbitamente, tornándose más apacible en cuanto le sugerí el plan. Entendía que a mi amiga podía cansarle pasar todo el día allí, caminando sin rumbo, tan solo observando el paisaje veraniego. A mí, por otro lado, me encantaba. Deseaba que llegara mi día libre semanal para poder deambular todo lo que quisiera. A veces iba sola, así no amargaba a mi pobre amiga y yo podía pensar sin tener que preocuparme por nada más.
Había llegado el ansiado agosto, mes en el que oficialmente empezaban las vacaciones. Tenía una ilusión tremenda por volver a casa y pasar el mes con ellos. Poco me duró la alegría cuando la directora de la institución me dijo que eso no iba a ser posible. Fue como si me alzaran en el aire, como cuando era pequeña, y me dejaran caer sin previo aviso.
Al parecer, la Escuela para Señoritas de Londres tenía un programa especial para esas fechas; un viaje al norte de Gran Bretaña, Escocia. Supuestamente yo estaba inscrita desde hacía meses en ese viaje. Sabía perfectamente de quién había sido la magnífica idea. Intenté revocar esa decisión, pero me dijeron que era imposible ya que llevaba poco tiempo en la escuela y sería bueno para mí recuperar las clases perdidas del curso. Me serviría como un repaso adicional.
Salí del despacho sin el ánimo con el que había entrado, dando pasos pesados sobre los tablones de madera cubiertos por alfombras caras. Uno de los muchos pensamientos se hizo eco en mi mente, dejándome peor de lo que ya estaba.
«No podré estar en el cumpleaños de Robin».
Cuando le dije que mi idea de ir a verlos ese verano se había ido al garete y que no podría celebrar su cumpleaños, me sentí fatal, por no hablar de cuando me disculpó diciendo que ya lo celebraríamos en otra ocasión.
Hacía una semana que había llegado a la residencia que tenía el colegio agenciada en Escocia. El lugar era precioso, tal y como lo describió Loveday. Los prados eran de un verde intenso, los castillos se alzaban regios en las colinas, sus gentes eran amables y sus costumbres cuanto menos extrañas pero encantadoras a su modo.
Evangeline había insistido en ir conmigo, pero la convencí para que fuera a casa de sus tíos en Birmingham. Tenía derecho a disfrutar de sus vacaciones y no la quería arrastrar conmigo, aunque apreciaba el gesto de no querer que fuera sola.
Me intenté acostumbrar lo máximo que pude, disfrutando del cambio, pero ya había experimentado unos cuantos en pocos meses, supongo que tanto ajetreo agobia a cualquiera. Aunque intentaba no transmitir eso en mis cartas.
No escribí tantas como me hubiese gustado, era un poco más difícil mandarlas y esperar que llegaran semana por semana. La distancia era más larga y por tanto, los repartidores se demoraban más de lo que estaba acostumbrada.
9 de agosto de 1843
Querido Robin;
¡Feliz cumpleaños! Sé que cuando te llegue esta carta ya habrá pasado, pero igualmente no quería perder la oportunidad de felicitarte.
Aún recuerdo la fiesta que montasteis el año pasado. No cabe duda de que sois especialistas en haceros notar, estoy segura de que el jaleo se escuchó hasta en Londres. Espero que la de este año sea igual o más memorable que la anterior. Me gustaría saber hasta el más mínimo detalle, ya que no podré presenciarlo yo misma, estoy segura de que será espectacular.
Vigila a los tres pillos por mí, sobre todo a Richard, ya sabemos cómo se pone con unas cuantas copas de más. Lo que me sorprende es que en la boda de tu hermana se comportara. Seguro que lo amenazó hasta la muerte.
Junto a esta carta te llegará un paquete con unos cuantos tablet, un dulce típico de Escocia. Los he hecho yo con ayuda de la señora Madison, la cocinera de la residencia. Espero que te gusten.
Con mucho cariño, Maria.
