Bien, hola a quienquiera que lea esto. He decidido publicar un capítulo extra porque me parece que estuve mal con el último: los dejé con ganas de ver una pelea, y dejé abierto el asunto de Bastión Kar, que estoy seguro que hizo dudar a muchos. Por lo que, en este capítulo, veremos más de ambas cuestiones.

Bien, quiero agradecer a Xechu. S, jean d'arc, coki 13566, miguel Giuliano. Co, JL Dragneel Storm, javi 30 y Luna por sus buenos reviews, que me alegran el día siempre. Y hablando de los mismos:

Xechu S: jajajaj un ascenso no sé, pero un premio seguro. Sí, me parece que sí, ahora si entiendo bien a que arma te referís, pero me parece que tiene distintos nombres, todo dependiendo de la fuente de la que se saqué la información. Yo lo conozco como Tigre agazapado, pero no sé cómo lo conoces tú. En fin, saludos y un abrazo.

Jean d'arc: ¿Fácil? No me parece que lo sea. Creo que es sencillo, que es diferente. Pero igual, hay una cuestión que me parece que no consideraste: en Bastión Kar ya no queda casi nadie para protegerlo: Arnolf y sus hijos se han ido a Invernalia, dejando una guarnición muy escasa para defender el castillo. Cómo Alys misma vislumbra desde afuera, hay pocos hombres. La desventaja numérica es ciertamente un factor muy importante para los defensores, que pueden verse forzados a elegir entre pelear una batalla pérdida y aferrarse a Alys, quién, dada su posición, es la única chance que tienen de salir vivos.

Una vez más: ¿fácil? No, no será fácil. Pero ¿Cuándo ha sido fácil la paz y la armonía entre dos bandos enfrentados? No sé si complicaciones, pero habrá consecuencias, como siempre que se realizan acciones.

P.D: se acabó la espera. Saludos y ojala te guste.

Coki 13566: Alys no entró al castillo; le hizo gestos a Sigorn y a los demás para que se adelantaran. Y Arnolf y Cregan no están en Bastión Kar: remitiendo al capítulo 35, se han ido a Invernalia. En cuanto a lo de Fantasma…¡bien hecho! ¡Me preguntaba cuando alguien se daría cuenta de ese pequeño cambio que hice! Ok, nos leemos pronto y un saludo.

Miguelo Giuliano. Co: me alegro de que seas paciente, y que bueno que te gustaron las historias recomendadas. Wow que locura, si te recuerdas el nombre de esa historia, pásamelo. Me gustaría verlo. Cuídate, y un saludo.

JL Dragneel Storm: aquí esta, y ojalá satisfaga tus expectativas. No suena mal, si estás a favor de Jon y el Pueblo Libre en la historia, es obvio que te alegre que las cosas salgan a su favor. Aunque eso sí…. Pobre cuervo, muerto solo por tratar de hacer lo único que sabía hacer. Oh, la batalla de Invernalia será difícil, eso tenlo por seguro. El Norte no se va a ganar con facilidad, eso te lo garantizo.

Javi 30: has tocado un punto que nadie más (¡bien por ti!). La gran cantidad de hombres de Bastión Kar, tanto en la serie como en los libros, que pelean cerca de Invernalia deja el castillo muy mal defendido. Como Alys le confiesa a Jon en los libros, las cosechas de sus tierras se perdieron en gran parte debido a que su padre se llevó demasiados hombres a la guerra en el sur. Si a eso le sumamos los que se llevó Arnolf, creo que podemos afirmar con certeza que las reservas de hombres para defender el castillo son extremadamente bajas. En cuanto a lo de Jon-Val, reconozco que es un gran emparejamiento (no digo que lo haré, aclaro. No te ilusiones). Y en cuanto a Ygritte, ya falta muy poco. Tibio, tibio…

Bendiciones para ti y todos los tuyos también. Un abrazo.

Luna: ¡aquí está! ¡aquí está! No me comas jajajajaj. Si, el bebé va a nacer mientras Jon no esté (emoji de carita triste). Un beso y cuídate mucho.

-Bien, basta de hablar. Vamos a lo que ustedes quieren ver-

Disclaimer: todo lo que puedan reconocer pertenece a G.R.R. Martín. Yo solo lo uso para entretenerme y tratar de entretener a otros.

Galbart

Los hombres de los clanes del Bosque de los Lobos habían preparado grandes cantidades de barro y ramas de árboles cortadas para ser usadas como camuflaje. Los hombres de los Clanes de la Montaña y gran cantidad de salvajes se acercaron a ellas, cubriendo sus rostros y cuellos de la negra sustancia, y colocándose varias ramas sobre las ropas. Los hombres de Mormont no mostraron interés en tales tácticas.

Por órdenes suyas, el ejército se había dividido en tres oleadas para asaltar el castillo.

La primera estaría compuesta por mil quinientos hombres, entre los cuales se encontraban doscientos arqueros. En ella irían los Mormont y los hombres desertores de la Batalla de las Puertas de Invernalia, así como un centenar de hombres de los clanes; el resto de ellos serían del Pueblo Libre. Estos hombres estarían armados con ganchos para escalar las paredes.

La segunda oleada la compondrían otros mil quinientos hombres, todos ellos del Pueblo Libre. Ellos llevarían las escaleras para superar las paredes, así como los arietes para derribar las puertas.

La última oleada la compondrían el resto del ejército: mil hombres.

El ataque sería simultáneo contra las dos puertas: Galbart comandaría el ataque a la puerta sur, mientras Aki Veintehijos dirigiría a los hombres que atacarían la norte.

Era la hora del lobo cuando los hombres de la primera oleada empezaron a moverse. Galbart se quedó en el linde del bosque, oculto. Con él se quedaban los arietes y las escaleras, por ser demasiado difíciles de ocultar en los campos desnudos.

Era una noche de luna llena, pero la gran abundancia de nubes bloqueaba a menudo a la gran vigilante del cielo. Galbart daba gracias por ello; entre menos luz hubiera, sería mejor para el ataque. En las almenas del castillo brillaban los fuegos, contra los que cada tanto se distinguía una silueta oscura en forma de hombre que duraba solo un momento antes de perderse de nuevo en la oscuridad. Sobre las dos torres que flanqueaban la puerta colgaban raídos los estandartes de la Casa Greyjoy: un kraken de oro sobre campo de sable.

Los atacantes se fueron acercando en absoluto silencio, muchos de ellos agachándose o caminando tanto con las manos como con los pies, al tiempo que se encogían lo más posible, en un esfuerzo por no ser vistos.

El corazón de Galbart latía con rapidez, esperando el sonido del cuerno del castillo, que sin duda sonaría cuando los Hijos del Hierro se dieran cuenta de que estaban bajo ataque. Pero pasaban los instantes, y con cada uno, la primera oleada se acercaba más y más a las murallas del castillo. Galbart no se atrevía a albergar grandes esperanzas en cuanto al despiste de los enemigos, pero sabía que si los hombres con ganchos lograban salvar la muralla y abrir las puertas, podría lanzar un ataque total. Una vez que el grueso del ejército estuviera dentro del castillo su abrumadora ventaja numérica haría sencilla la tarea de someter a los Hijos del Hierro.

Cuando finalmente sonó el cuerno, Galbart solo pudo apretar los labios. Los Hijos del Hierro ya sabían que estaban bajo ataque.

Mil quinientos hombres y mujeres se lanzaron a la carrera hacia las murallas. Unos permanecieron en silencio, pero otros gritaron. No importaba. Ya no contaban con el elemento sorpresa; que hicieran el ruido que quisieran. No tardó en escucharse el siseo de las flechas surcando el aire, pero Galbart estaba demasiado alejado para poder ver con certeza la trayectoria de las mismas.

Los primeros gritos de dolor rompieron el aire, cuando una flecha encontró su objetivo: los gritos del hombre eran altos, y su tono de dolor los hacía distinguibles entre todos los demás. No pasó mucho hasta que otras voces se sumaran a la cacofonía.

Las formas oscuras se acercaron lo suficiente a las murallas de madera, y un instante después sus brazos se alzaban para arrojar los ganchos. Algunos cayeron de vuelta, pero otros encontraron su agarre, y pronto las siluetas de hombres del Norte y del Pueblo Libre se recortaron contra las murallas, sus pies caminando sobre ellas mientras sus manos los aferraban a las sogas.

Las siluetas sobre las murallas se habían vuelto más numerosas, y desde las torres que guardaban la puerta se disparaban cada vez más flechas. Los gritos de dolor se habían incrementado en número, y dos de las sogas sobre las murallas habían sido cortadas, enviando a los escaladores de las mismas gritando hacia el suelo.

Era el momento "¡Vamos!" gritó Galbart con todas sus fuerzas, al tiempo que desenvainaba la espada y empezaba a correr hacia las murallas. Al mismo tiempo cientos de pies más lo siguieron en su carrera, mientras hombres y mujeres por igual lanzaban gritos y aullidos. En algún punto detrás de él, el cuerno dio la señal para la segunda oleada: dos toques largos. Cuando la escucharan, las fuerzas de ataque del norte también se verían reforzadas.

"¡Ataquen!" gritaron varias voces detrás, unas femeninas y otras masculinas.

Galbart nunca había corrido tan rápido en toda su vida, y aun así, la distancia entre las murallas de madera y él nunca había parecido más interminable. Cada paso era dado con rapidez, y aun así se sentía más lento que nunca. Un silbido en el aire hizo que Glover alzara instintivamente su escudo, pero ninguna flecha lo golpeó. Al acercarse a las murallas vio por fin los primeros signos de la batalla: algunos cuerpos estaban tirados en el suelo. La mayoría estaban inmóviles, pero uno de ellos se agitaba levemente en el suelo, una flecha sobresaliendo de su hombro. Otro de ellos estaba en sus últimos estertores, su mano intentando alcanzar en vano la flecha que estaba enterrada en su cuello.

"¡Vamos! ¡Escalen!" gritaba la voz de una mujer "¡Ahora!" urgía.

"¡Suban!¡SUBAN!" gritaba un hombre, no muy lejos.

Al ver llegar las escalas, las flechas que caían desde las torres empezaron a apuntar hacia ellas.

"¡Arqueros!" gritó Glover, mirando hacia atrás, al tiempo que alzaba el escudo para protegerse "¡Arqueros!¡Apunten a las torres!" gritó. No había ningún arquero cerca, pero no importaba. Solo hacía falta que escucharan las ordenes, por lo que siguió gritando, aun cuando dos golpes se escucharon contra su escudo. Galbart se agachó para minimizar el objetivo de los arqueros enemigos.

Casi todas las escalas ya habían llegado a las murallas, y por muchas ya habían empezado a subir los atacantes, entre gritos.

Galbart miró un momento sobre el borde del escudo, y vio a una mujer de las lanzas con el rostro cubierto de barro y una espada de bronce en la mano apremiando a empujones a un puñado de hombres y varias mujeres a subir por una de las escalas.

Fue en ese momento que llegó el ariete, portado por una treintena de hombres y mujeres, todos ellos corpulentos. Cada uno se protegía con un escudo alzado, mientras llevaba el ariete con la mano libre. Una nueva oleada de flechas cayó desde las torres, y dos de los portadores del ariete fueron derribados, pero los demás siguieron adelante.

Galbart corrió en dirección al ariete, que llegó a las puertas.

Sobre la cacofonía de gritos, aullidos y silbidos de flechas, con algunos choques de armas, se escuchaba la punta afilada del ariete resonando contra las puertas. BUM. BUM. BUM.

Jorelle

El sonido de la batalla se escuchaba lejano, pero aun así Jorelle distinguía el vuelo de las flechas, los gritos incoherentes y el choque de las armas contra sí. En cuanto escuchó los dos toques largos, miró a sus acompañantes.

"Prepárense" susurró. Los más cercanos asintieron, al tiempo que su agarre sobre los ganchos se apretaba. Jorelle contó en silencio hasta diez antes de correr hacia las murallas, haciéndose lo más pequeña posible, mientras era seguida por los demás.

Eran un grupo pequeño: solo veintiséis personas. Diez de ellos eran soldados Mormont, diez más eran salvajes, y cinco eran soldados de Glover. Estos últimos eran los guías de Jorelle y sus acompañantes dentro del castillo.

Al llegar a la muralla de madera Jorelle se colocó de espaldas a ella, al tiempo que trataba de hacerse lo menos visible. Los demás siguieron su ejemplo. La hija de Mormont miró hacia arriba al tiempo que aguzaba el oído, tratando de escuchar pasos, o de ver una antorcha o un rostro asomados sobre la muralla.

Pero no se escuchó nada, y luego de unos momentos Jorelle hizo un gesto con la mano. De inmediato dos hombres de Mormont y tres salvajes se separaron de la pared y arrojaron ganchos de hierro envueltos en lana sobre ella. Uno de los ganchos falló, y Jorelle fulminó con la mirada al hombre que lo manejaba, que se apresuró a arrojarlo de nuevo, teniendo éxito en el segundo intento. Esperaron unos momentos más, y cuando estuvo segura de que no habían llamado la atención, se aferró a la soga del medio y empezó a escalar, seguida por otros cuatro.

Habían cubierto sus calzados con barro, en un esfuerzo por evitar cualquier sonido. Paso a paso, Jorelle subió por la muralla, al igual que otros cuatro, dejando un rastro de manchas oscuras tras de sí. Con cada paso, esperaba ver una cara asomando por la muralla y gritando que había escaladores en esta parte de la muralla occidental, muy lejos de los ataques que se producían al sur y al norte. Pero no apareció ningún rostro, ninguna voz de alarma. Al parecer, todos los Hijos del Hierro estaban atentos a los ataques de Glover y el tal Aki.

En cuanto llegó al adarve tomó el escudo que llevaba en la espalda y lo puso ante sí, preparada para un ataque que no llegó. Miró hacia ambos lados, pero no había nadie. Los otros cuatro que habían subido con ella llegaron a la muralla, y como ella se quedaron agachados mientras los siguientes subían por los ganchos.

Jorelle miró alrededor, y no pudo evitar sentir satisfacción. Tal como habían asegurado los hombres de Glover, la sección de la muralla donde estaban se encontraba oscurecida por la sombra de la torre vigía, y cerca del linde de la sombra había un establo, que podrían usar para bajar al patio del castillo sin acercarse a las escaleras que unían los adarves con el suelo.

El tiempo siguió pasando, mientras poco a poco seguía subiendo el resto del grupo. Los cinco se volvieron diez, luego quince, y luego veinte. Todos los que ya habían subido se encontraban encogidos, esperando a la llegada de los últimos, y vigilando los extremos por sí aparecía alguien. Pero nadie apareció.

Por fin los últimos habían subido, y uno de los hombres de Glover fue hacia los establos, dejándose caer sobre el techo de madera antes de empezar a descender. Cuando llegó al patio dio una mirada a los alrededores antes de asentir en dirección a Jorelle. La mujer se apresuró a copiar sus movimientos, cayendo al patio y siendo seguida por los demás.

Se deslizaron por entre las sombras, observando de lejos la batalla alrededor de la puerta sur. Las escalas eran muy útiles, y cada pocos momentos una nueva persona subía hasta los adarves para enfrascarse en una lucha cercana con los Hijos del Hierro que estaban en ellos. Ninguna de los dos bandos parecía capaz de tomar las murallas.

"Vamos" susurró, antes de seguir. Aunque quisiera ayudar a los demás, tenía una misión propia.

Los hombres de Glover siguieron liderando el camino. Doblaron un recodo y un objeto salió disparado a toda velocidad hacia Jorelle, que por instinto alzó su escudo. El hacha arrojadiza quedó atrapada en él, temblando. Si Jorelle no hubiera alzado el escudo, el hacha habría quedado enterrada en su cráneo. Alzó la vista y los vio. Eran una docena al menos, quizás más. Armados con hachas y lanzas, y protegidos por cotas de malla.

No había tiempo para detenerse a pensar "¡Ataquen!" exclamó la mujer Mormont, antes de cargar hacia los Hijos del Hierro. De reojo vio como los demás hacían lo mismo.

Si los isleños estaban intimidados por ser superados en número no dieron muestras de ello. Con gritos propios se lanzaron hacia adelante, al encuentro de Jorelle y sus compañeros.

Las dos fuerzas chocaron con fuerza. Jorelle solo logró ver un hacha enterrada en el cráneo de uno de sus hombres antes de tener que enfocarse en su propia pelea.

Dos Hijos del Hierro la atacaron, armados con hachas. Detuvo el golpe de una con el escudo mientras se agachaba para esquivar la otra en el último instante, llegando a sentir la corriente de viento que generaba el arma al cortar el aire sobre su cabeza. Lanzó un golpe con el mango de la maza a la pantorrilla del responsable, que cayó al suelo con un gruñido, pero sus grabas de acero lo protegieron de una herida. Jorelle no pudo acabarlo; estaba ocupada lidiando con el otro. Trató de acabarlo rápido, pero el hombre se las arregló para resistir lo suficiente para que su compañero se volviera a unir a la pelea. Atrapada entre ambos, Jorelle siguió peleando, no ya para matar, sino para no morir.

El combate siguió, y Jorelle no tardó en ver su escudo reducido a poco más que astillas debido a los continuos ataques de sus dos oponentes. Entonces escuchó un aullido, y un instante después uno de los Hijos del Hierro fue derribado por la espalda, cayendo al piso. Jorelle no dudó; de inmediato centró toda su atención en el otro. Lanzó tres golpes con la maza, antes de ver su oportunidad. Su enemigo dejó una abertura y Jorelle la tomó: con un movimiento de su maza envió el hacha al suelo, antes de lanzar un golpe ascendente que acertó con toda su fuerza en la mandíbula del hombre. Puede que el casco amortiguara parte del impacto, pero aun así el enemigo de Jorelle voló hacia atrás, una gran cantidad de sangre, fragmentos de hueso y dientes saliendo de su boca. Estaba muerto ante de caer al suelo, su cerebro incrustado con fragmentos de huesos rotos.

Jorelle giró la cabeza y alcanzó a ver el instante en el que un cuchillo de bronce era introducido profundamente en el ojo del otro Hijo del Hierro, que dejó de debatirse. La responsable, una mujer salvaje de mentón escaso y cuerpo esbelto lanzó un jadeo mientras golpeaba el mango del cuchillo para hundirlo todavía más en la cuenca del ojo.

La pelea estaba casi terminada, pero uno de los Hijos del Hierro aún vivos logró deshacerse de su contrincante y correr en dirección a la muralla, demasiado rápido para que lo alcanzaran.

"No hay tiempo" soltó Jorelle, al ver como dos de los hombres Mormont intentaban ir tras él "¿En qué dirección?" preguntó al hombre Glover más cercano. Tenían que encontrar al chico.

"Por aquí" jadeó el hombre, empezando a correr de nuevo. Jorelle y el resto lo siguieron, dejando atrás a siete de ellos muertos: dos Mormont, un Glover y cuatro salvajes.

Tenían que encontrar al chico, para que esas muertes no fueran en vano.

Subieron la colina sobre la que se asentaba Bosquespeso, y no tardaron en llegar a la torre del vigía. Una sombra se vio desde la cima de la torre, y en cuanto vio un arco Jorelle se dejó llevar por su instinto.

"¡Cúbranse!" exclamó, al tiempo que se agachaba y cubría su cabeza con ambos brazos.

La orden no fue obedecida a tiempo por todos, y la flecha que salió volando de la torre encontró un blanco en el ojo de un soldado Glover.

"¡Vamos!" alentó Jorelle. Si se quedaban al descubierto solo sería cuestión de tiempo para que el arquero terminara con todos, uno a la vez. Dos flechas más cayeron mientras corrían hacia la puerta de la torre, pero una solo golpeó el suelo y la otra fue detenida por el escudo de un salvaje.

En cuanto llegaron Jorelle y el resto de los que habían perdido los escudos se refugiaron debajo de los de sus compañeros, que los alzaron sobre sus cabezas. Sin perder tiempo, Jorelle empujó la puerta con el hombro. No se molestó en maldecir al encontrarla bloqueada, sino que tomó su maza con ambas manos y golpeó contra ella. Poco después era ayudada por un salvaje con una gran hacha de piedra. Entre ambos no tardaron mucho en reducir la madera a astillas.

"¡Espera…!" gritó Jorelle cuando el hombre se apresuró a entrar, pero fue demasiado tarde. Una lanza salió de la nada y atravesó el pecho del salvaje "¡Maldición!"

Jorelle saltó hacia atrás; no tenía un escudo y no sabía si el hombre de la lanza era el único que estaba esperando dentro. Los demás tomaron la delantera, y tras un momento Jorelle los siguió al interior de la torre. Nueve Hijos del Hierro estaban dentro, y Jorelle se sumó de inmediato a los otros, lanzando un grito de batalla. Esquivó un golpe de espada y detuvo otro, antes de lanzar un golpe con la maza que fue detenido por el escudo de su objetivo, pero que lo hizo trastabillar hacia atrás. Lanzó dos golpes más, antes de colocarse detrás de él y lanzar un golpe que estaba segura destrozó la mitad de sus costillas.

Miró alrededor de la habitación; otros cuatro Hijos del Hierro además del que ella mató yacían inmóviles en el suelo. Uno de los hombres de Glover y dos salvajes también, incluyendo al que murió al cruzar la puerta con imprudencia.

Jorelle dudó, pero al fin se alejó hacia el interior de la torre. Los demás podrían ocuparse de los cuatro Hijos del Hierro restantes, y aun debían encontrar al chico Nieve. Subió la escalera de caracol con premura, abriendo todas las puertas que encontró, pero no había nadie tras ninguna de ellas. La desesperación empezaba a apoderarse de Jorelle: ¿dónde rayos estaba el muchacho? ¿Seguiría vivo siquiera? ¿O había muerto ya? ¿Lo habían matado cuando empezó el ataque?

Abrió otra puerta, y golpeó la madera con un puñetazo lleno de rabia al ver que era solo un depósito de barriles. Fue entonces que lo escuchó. En el techo de madera sobre la habitación se escuchaban ruidos. Parecían…. Forcejeos. Los ojos de la mujer Mormont se abrieron; era la primera señal de vida que había escuchado en la torre desde los Hijos del Hierro en la entrada. Sin detenerse a pensar fue a la escalera y subió los escalones a zancadas. Llegó al siguiente piso y corrió en la dirección de la que venían los forcejeos, que habían adquirido un tono más violento. Más….desesperado.

Abrió la puerta de un empujón con el hombro y entró con la maza sujeta con ambas manos. Registró todo en un instante: un Hijo del Hierro con la nariz rota y la barba enmarañada manchada de sangre, con una mirada enloquecida en los ojos y un gruñido animal en los labios, mientras sostenía ambas manos alrededor del cuello de un muchacho que estaba de rodillas.

"¡Graaaaaaah!" con un gritó Jorelle saltó hacia adelante, balanceando su maza con todas sus fueras en un arco horizontal. La cabeza de acero surcó el aire, pasó sobre el muchacho y golpeó en el lado derecho del rostro descubierto al Hijo del Hierro, que soltó al muchacho y cayó. El golpe fue tan fuerte que los oídos de Jorelle escucharon sin problemas el sonido del cráneo rompiéndose en pedazos, algunos de los cuales se enterraron en el cerebro del isleño, matándolo al instante.

Jorelle lanzó una mirada frenética alrededor de la habitación, buscando cualquier otro enemigo, pero no había nadie. Nadie más que el muchacho.

Jorelle le dedicó una mirada: era joven, más que ella. Tenía el cabello oscuro y ojos grises con motas azules, y estaba vestido con un jubón simple y una capa abrochada con un alfiler de hierro negro. Recordó la descripción que Galbart Glover le había dado de Larence Nieve.

"¿Cómo te llamas?" preguntó Jorelle. El chico seguía tosiendo, pero la paciencia de Jorelle había muerto. Estaba ansiosa, agotada y en riesgo de muerte, en un castillo ocupado por enemigos y durante un asalto completo "¡¿Cómo te llamas?!" insistió.

"Lar….mmmphm, mmmphm" el chico tomó aire a bocanadas, al tiempo que sus manos iban a su cuello para frotar las marcas en formas de dedos de color morado "Larence Nieve" respondió con voz ahogada.

Galbart

El ariete era la única oportunidad que les quedaba. Las escaleras aún se mantenían, pero la lucha en los adarves no estaba inclinada al lado de nadie. Casi todos los ganchos habían sido cortados, y los arqueros que quedaban eran necesarios para mantener a sus homólogos enemigos ocupados.

Unos trescientos hombres se mantenían cerca de las puertas, esperando a entrar. Los demás estaban esperando su oportunidad para subir por las escalas. Había sin embargo, muchos cuerpos desperdigados por los campos que rodeaban el castillo. Quienes estaban heridos intentaban arrastrarse de nuevo al bosque; Galbart no tenía tiempo de pensar si era para buscar ayuda o solo para alejarse de la lucha.

"¡Fuerte!¡Fuerte!" gritaba Hott, al mando del ariete. Los golpes resonaban con fuerza, y el daño de la puerta era inmenso. Pero aun no cedía "¡Golpeen más fuerte!" rugía el soldado de Mormont.

Cada tanto una flecha caía de las torres, pero los hombres con el ariete mantenían escudos alzados, y pocas encontraban un verdadero blanco.

Galbart escuchó el primer crujido de la puerta, y por un momento una pequeña sonrisa de esperanza intentó florecer en su rostro, pero murió cuando de las torres cayó un líquido oscuro, sobre los hombres del frente del ariete.

Una serie de chillidos de dolor se escucharon; eran diferentes de todos los demás. Más fuertes y agudos, helaban la sangre. Provenían de los hombres que habían sido rociados por aceite hirviendo. Muchos dejaron caer el ariete en su dolor, al tiempo que caían al piso, agitándose con violencia mientras sus manos iban a sus rostros y cuellos, donde el líquido caliente había tocado la piel.

"¡BASTARDOS!" el rugido rompió el aire, y por un momento los sonidos de la batalla se ahogaron en ese sonido primario que Galbart asoció al rugido de un oso enfurecido. Glover miró atónito como Hott corría en dirección al ariete, tirando el escudo en el camino para rodear el ariete con ambos brazos y luchar para alzarlo "¡Vamos!" gritó, la mirada enfocada en los cielos.

Era un despliegue de valor suicida, pero dio sus resultados. No pasó mucho para que un puñado de guerreros Mormont fueran en ayuda de Hott, seguidos por algunos montañeses e incluso algunos del Pueblo Libre. Ni flechas ni la amenaza de más aceite los disuadieron. Con ellos para reemplazar a los heridos por el aceite, el ariete volvió a golpear las puertas. Los rugidos de Hott parecían alentar a los hombres, que con rugidos propios empleaban todas sus fuerzas en golpear las puertas.

Hott seguía gritando mientras empujaba el ariete "¡Fuerte!" BUM "¡Más fuerte!" BUM "¡Más fuerte!" BUUM "¡Pongan toda su energía!" BUUUM "¡Más fuerte!" BUUUUM "¡MÁS FUERTEEEEEE!" BU—¡CRACK!.

En cuanto escuchó el crujido y se distinguió un resquicio del interior entre las dos mitades de la puerta, Galbart miró al heraldo "Suena el toque para la tercera oleada" le dijo, antes de desenvainar la espada "¡TODOS! ¡Síganme!" y con esas palabras el señor desposeído de Bosquespeso corrió hacia las puertas rotas, dispuesto a recuperar su hogar de la escoria que lo había invadido.

Un centenar de gritos se escucharon cuando hombres y mujeres por igual se dirigieron a las puertas a toda velocidad, al tiempo que alzaban sus armas en preparación para la lucha.

"¡Por el Norte!"

"¡Por el Lobo Blanco!"

"¡Pueblo Libre! ¡Pueblo Libre!"

Los hombres del ariete eran los más cercanos a la puerta, y tan pronto como esta se rompió soltaron el arma de asedio y entraron por las puertas. Cuando Galbart cruzó las puertas vio que Hott y el resto de ellos ya se encontraban enfrascados en una lucha contra una fila de Hijos del Hierro que bordeaba un semicírculo alrededor de las puertas, con sus escudos de cometa al frente de ellos. Sin pensarlo, Glover cargó hacia el frente con el escudo en alto y la espada alzada sobre el hombro, para estrellarse contra otro hombre, armado con un hacha.

Galbart y su oponente intercambiaron unos pocos golpes sin ningún daño verdadero, antes de que el señor de Bosquespeso se sintiera presionado hacia el frente.

"¡Resistan!" gritó una voz ronca "¡Lo que está muerto no puede morir!" rugió la voz, pero pocos de los isleños se sumaron a ella; estaban siendo abrumados por los números superiores de los atacantes.

La presión cada vez mayor desde atrás restringía la movilidad de Galbart, pero aun así logró dar un golpe con la empuñadura de la espada a su oponente, que se aturdió un momento, pero fue todo lo que se necesitaba. Empujó con todas sus fuerzas y se abrió una brecha entre el hombre golpeado y el que estaba a su lado, por la que Galbart se introdujo, junto con los hombres más cercanos a él.

Sin pensarlo Galbart giró sobre sus talones y lanzó un tajo a la espalda del Hijo del Hierro más cercano, que cayó con un gruñido de dolor cuando la espada abrió un gran corte en su espalda. El hombre solo tardó un momento en morir, y con el caído la brecha en la línea de los Hijos del Hierro se hizo más amplia, y los atacantes cruzaron en mayor número.

La lucha no duro mucho más; Galbart mismo, acompañado por muchos otros, atacaron a los defensores restantes por el flanco y la retaguardia, asesinando a la mayoría. Una vez que la línea de los Hijos del Hierro se destruyó definitivamente muchos hombres derribaron las puertas de las torres que flanqueaban la puerta sur del castillo, para luego subir por decenas a las torres, y de allí a los adarves, donde unos pocos Hijos del Hierro resistían aún, luchando con los guerreros que seguían llegando al castillo por las escalas del exterior.

Galbart Glover debía reconocer una cosa de los Hijos del Hierro: eran valientes. Aun superados por cientos, y sin esperanzas de escapar, los que estaban en los adarves siguieron luchando, hasta que el último cayó, con un hacha enterrada en el cuello y una daga en la espalda.

"¡Hott!" llamó Galbart a gritos, al ver al anciano soldado de armas apoyado en una lanza mientas jadeaba y sudaba con profusión "¡Que los hombres de Mormont registren los edificios y encuentren a cualquier Hijo del Hierro que se oculte entre ellos!" el anciano solo asintió antes de dedicarse a su tarea "¡Todos los demás!" gritó, señalando con la espada cubierta de sangre a los hombres en los adarves "¡Vayan a la puerta norte, AHORA!" ordenó. De inmediato los hombres empezaron a correr. Los que habían venido de la Isla del Oso corrieron hacia el establo, los almacenes, la torre del homenaje y el resto de los edificios. Los que habían venido de las montañas y del norte del Muro corrieron en la misma dirección que Galbart, dirigiéndose hacia el norte, corriendo por patios y adarves, encontrando pocos enemigos en el camino, que fueron despachados con rapidez y brutalidad.

Al llegar a la puerta norte Galbart vio que Aki ya se había abierto paso a través de las puertas, pero estaba contenido por un grupo muchos más numeroso que el que había tratado de detener a Glover. Con un grito, el señor de Bosquespeso cayó sobre los Hijos del Hierro por la retaguardia, seguido por muchos más. Galbart golpeó y cortó, sin detenerse a pensar en lo poco honorable que era atacar por la espalda a un oponente. Atacados por los dos lados, los Hijos del Hierro fueron masacrados rápidamente. Glover acabó con uno, y se adelantó para matar otro, cuando cayó muerto… a manos de Aki.

El caudillo manco vio a Galbart y esbozó una sonrisa ensangrentada, antes de asentir. Fue entonces que Galbart se dio cuenta de que por primera vez en lo que parecía mucho tiempo, los sonidos de la batalla se habían apagado casi por completo, dejando una calma que reverberó en sus oídos, alterada solamente por los gemidos de los heridos y los jadeos de los agotados. En el silencio de las armas había un mensaje.

Habían ganado.

"¡Siiiiiiiiiii!" gritaron un centenar de voces, que como Galbart se dieron cuenta de que la victoria era suya.

"¡Ganamoooos!" exclamaron muchas otras voces.

"¡Victoriaaaaa!" se sumaron otros luego.

Galbart se sumó a los gritos del ejército, dejándose ahogar por la sensación embriagadora de la victoria, abriendo la boca para gritar con todas sus fuerzas hacia el cielo y alzando su espada al aire. Muchos más hicieron lo mismo; piedra, acero, hueso, madera y bronce blandidos en victoria.

Alys

Lo primero que Alys había hecho cuando suficientes hombres del ejército había cruzado las puertas fue pedirle a Sigorn que trajeran a cualquier persona que encontraran en el castillo al patio, donde habría suficiente espacio para que ella pudiera hablarles y explicarles la situación.

El Pueblo Libre fue rápido; bandas de hombres y mujeres armados recorrieron la fortaleza, revisando cada palmo del terreno, entrando a cada edificación, cada habitación, cada lugar donde una persona pudiera estar. La guarnición fue revisada y desarmada de cualquier arma que pudieran tener. Los depósitos de comida, las barracas, la herrería, los establos, la armería: en todos fueron colocados guardias. Grupos más numerosos de los mismos fueron asignados a las torres del castillo, así como a las murallas y las puertas.

"Qué lugar. Lo reconozco, Alys; tu hogar es increíble" dijo Cwenya, que no se había separado de Alys, y miraba la torre del homenaje con maravilla "¿Cómo mierda pueden apilar las piedras tan alto sin gigantes?" preguntó con una sonrisa.

"Empiezas por la base, y luego usas la base como soporte mientras sigues haciendo más alta la torre" respondió Alys. Era una respuesta ambigua, basada más en lo poco que sabía de construcción que en un verdadero saber, pero no conocía mucho más. Y le bastó a Cwenya, que solo asintió y no preguntó más.

Las dos mujeres se encontraban en el patio, al que cada poco llegaban guerreros trayendo a algún miembro de la servidumbre: un mozo de cuadra, una sirvienta, un guardia. Algunos llegaban con protestas o lanzando miradas furibundas a sus captores; muchos más en silencio temeroso, y otros más dando gritos de terror ante los que percibían como salvajes. Todos eran puestos dentro de un par de cuadros formados por guardias del Pueblo Libre armados con lanzas y escudos, en el medio del patio. En el cuadro de menor tamaño iban los guardias; en el de mayor, los demás.

Alys miró a los guardias: eran pocos. Diría que menos de cincuenta hombres. Y casi todos eran muy viejos o muy jóvenes.

Cwenya continuó platicando con Alys, hasta que al fin regresaron Sigorn y Helmat, acompañados por pequeños grupos de hombres y mujeres de su confianza. Alys distinguió entre ellos a Bargon y a Crymea. Helmat venía además acompañada de un cadáver, transportado por cuatro guerreros, que lo depositaron sin cuidado frente a Alys.

"Te dije que no mataras a nadie" reprendió Sigorn, mirando a Helmat con el ceño fruncido.

La hija de Halleck no se dejó intimidar "¡Yo no lo maté!" espetó "Estaba casi muerto cuando lo encontramos" Helmat se inclinó y volteó con ambas manos el cuerpo, revelando un rostro blanco como la nieve cubierto de una barba oscura y un jubón con la parte delantera manchada de sangre. Mucha sangre "¿Ves? Alguien lo hirió. Lo encontramos en sus últimos suspiros"

"Yo lo hice" una voz a espaldas de Alys habló. De inmediato la hija de Rickard Karstark se dio la vuelta, y vio a quién había hablado. Era el mismo muchacho que había salido al frente del pequeño grupo que le había dado la bienvenida a su hogar "Yo lo herí" dijo, luchando para hacerse ver por entre los dos corpulentos guardias que había frente a él.

"Acércate" dijo Alys, haciendo un gesto al muchacho con la mano.

"¡Déjenlo pasar!" ordeno Sigorn con voz resonante. Los guardias se separaron el tiempo suficiente para que el muchacho cruzara, antes de volver a cerrar el cuadro.

En cuanto el muchacho llegó ante ellos cayó de rodillas, bajando la vista.

"Alza la cabeza. Ahora" ordenó Alys, su voz en una mezcla de suavidad y firmeza. El muchacho lo hizo, y Alys estudió con cuidado sus facciones, tratando de recordar si lo había visto en algún momento de su vida. No podía estar segura, pero suponía que él si la había visto, ya que la reconoció cuando estaba a las puertas del castillo "¿Cuál es tu nombre?" preguntó.

"Donys" respondió el muchacho "Mi señora" añadió.

"No puedo recordar haberte visto, Donys. Ciertamente no eras un guardia del castillo la última vez que estuve aquí" dijo Alys. De eso estaba segura "¿Cómo sabías quien era en las puertas, antes de que me presentara?" quiso saber.

"Cuando erais niña, muchos años atrás, cruzabais a caballo y os deteníais en mi aldea. Ibais con vuestro padre o con alguno de vuestros hermanos. Yo traía agua a vuestras monturas, de allí os recuerdo" dijo el muchacho.

"Ya veo" respondió Alys. Helmat la miró con una pregunta en los ojos, y Alys asintió, dando a entender a la otra mujer que la historia del muchacho era probablemente cierta. Alys había recorrido muchas veces las tierras de su familia en compañía de su padre o sus hermanos "¿Y por qué lo mataste?" preguntó ahora, haciendo un breve gesto con la mano al cuerpo del hombre muerto.

"No fue mi intención" un bufido de Sigorn dejó claro que no creía al muchacho "¡No lo fue!" insistió "Cuando dijisteis que abriéramos las puertas bajé para decirle a los otros que lo hicieran, pero él se negó. Dijo que si las abríamos nos matarían a todos" contó, haciendo un gesto hacia Sigorn y Helmat "Le repliqué que os debíamos lealtad, y él dijo… dijo que…" el muchacho parecía asustado de seguir.

"¡¿Qué dijo?!" presionó Sigorn, sin apartar la vista de Donys.

"Dijo que erais la puta de los salvajes" susurró Donys, que no tuvo valor para mirar a Alys a los ojos mientras hablaba "Dijo que no le debíamos nada a una… a una zorra que se abría de piernas para los salvajes" concluyó, su voz baja, casi un susurro.

"Y entonces lo heriste" afirmó Sigorn, que casi parecía ¿complacido? Con el muchacho por primera vez.

"Me estaba defendiendo. El sacó su espada y trató de matarme, así que me defendí y logré herirlo en el estómago. Se fue corriendo hacia el interior, y yo hice abrir la puerta para salir a saludaros" Donys añadió.

"¿Y el castellano no dijo nada sobre el hecho de que mataste a uno de tus compañeros y abriste las puertas del castillo a un ejército desconocido?" preguntó la hija de Rickard Karstark.

Donys se llevó una mano a la nuca en un además nervioso "Él era el castellano" dijo, señalando al cadáver "mi señora"

La dama de Bastión Kar parpadeó "Hiciste bien" dijo Alys, para poner una mano en el hombro del muchacho "Bien hecho, Donys" reafirmó, dando una sonrisa alentadora al muchacho "Cuando aparecí, dijiste que te dijeron que estaba muerta. ¿Fue Arnolf quién lo dijo?" preguntó ya sin sonreír, aunque creía saber la respuesta.

"Si, mi señora. Lord Arnolf y sus hijos dijeron que habíais muerto de una enfermedad, y que os habían dado sepultura" confesó.

Alys no estaba sorprendida por el hecho de que su tío abuelo mintiera sobre su muerte. Si le daba más credibilidad a su reclamo de Bastión Kar, Arnolf seguramente lo haría.

"Entiendo. Una vez más, gracias" dijo Alys, al tiempo que le hacía un gesto a Donys para que se fuera. El joven pareció entender lo que Alys esperaba de él, porque sin más palabras se dirigió de vuelta al cuadro con todas las demás personas del castillo, bajo la guardia del Pueblo Libre.

Un silencio se estableció entre los cuatro jóvenes. Parecía que cada uno esperaba que los demás hablaran primero. Al final, Sigorn tomó la delantera.

"Bien ¿Qué hacemos con esta gente?" preguntó mirando a Alys, al tiempo que hacía un gesto con las manos a las personas.

"Les daré la posibilidad de elegir. Los que quiera quedarse y servir como hasta ahora, pueden hacerlo. Los demás se irán" declaró Alys.

"Solo si están desarmados, deberíamos dejar que se vayan" propuso Helmat "Y que se vayan después de nosotros. Así estamos seguros de que no irán por delante para informar a las personas equivocadas de que un ejército ha tomado este lugar" añadió tras una pausa.

"Estoy de acuerdo" concordó Sigorn "Pero con algunas excepciones. El herrero de tu castillo y cualquier otro que sepa forjar armas de acero deben quedarse, para empezar a trabajar"

"Está bien" sabía que si el herrero u alguien más se negaran probablemente el Pueblo Libre recurriría a la amenaza para forzarlos a trabajar. No le gustaba la idea, pero había cosas más importantes.

"Debemos dejar a los hombres descansar aquí dentro. No hay lugar para todos, pero los que puedan deberían dormir bajo un techo mientras sea posible" dijo esta vez Sigorn, al tiempo que llevaba sus pulgares al cinturón del que colgaba su espada.

"Sí. No hay problema. Pero que no se los arrebaten a los criados y mozos" aceptó Alys, pero con sus restricciones. No era desagradecida con el Pueblo Libre, pero tampoco privaría a personas que habían servido bien a la Casa Karstark de un techo bajo el que dormir.

Sigorn solo asintió.

"Empezaré a asentar al ejército" declaró Sigorn "Helmat, busca personas confiables para hacer un inventario. Quiero saber cuántas armas, armaduras, caballos y comida hay en este lugar" Helmat solo asintió antes de despedirse e ir a cumplir con lo que le habían ordenado "¿Qué piensas hacer, Alys?" inquirió el thennita.

Alys meditó unos momentos antes de responder "Recorreré el castillo" quería recuperar la sensación que le había dado ese lugar en el pasado. La sensación de estar en su hogar.

Bien, gente, eso es todo por ahora. En el siguiente capítulo, volvemos con Jon, Ygritte y Catelyn, que ya extraño escribir de ellos.

Bien, dejen sus comentarios sobre todo, pero particularmente la batalla y la explicación en torno a los hechos de Bastión Kar. ¿Qué les pareció? ¿Estuvo bien o mal? ¿La descripción fue lo suficientemente clara o dejó mucho que desear? ¿Lo de Bastión Kar tuvo el suficiente sentido?. Por favor sean honestos. Honestos, NO groseros.

Bien, como siempre, trataré de subir el siguiente capítulo en una semana, pero no prometo nada.

Saludos y que estén bien (sobre todo de salud. Y que sigan así).