Bien, aquí estoy una vez más. Como siempre, antes que nada, HOLA a quienquiera que lea esto.

Muchas, muchas, muchas gracias a miguelgiuliano. Co, jean d'arc, Xechu. S, pablo 21, Kirito 720, SNlikano, coki 13566, Isaac LB, Luna y jon snow 1298 por sus reviews, que son un placer de leer. Y hablando de los mismos:

Miguel : ¡qué onda hermano! Bien, tengo que decir que el review llegó después de que publicara el capítulo anterior; por eso no lo contesté. Sobre él, muchas gracias y, si Dios quiere y mi salud no me traiciona, verás esos mamuts acorazados con el tiempo. Sobre el otro, sí, fue un poco lento, pero espero compensarlo un poco con éste. Sin más, muchas gracias, cuídate mucho y hasta la próxima.

Jean d'arc: ¡qué tal! Cómo dijiste, el capítulo anterior fue un poco más de sentimientos; este…..bien, creo que el mejor término a usar es percepción. Ya verás porque. La verdad es que no deseo dar saltos de tiempo demasiado grandes; es decir, no es que cada día hay una nueva situación nueva, impresionante y que influenciará directamente en la guerra y la historia, pero me parece que dejar de lado todos los aspectos triviales no lleva a nada bueno a la larga. Un gran abrazo para ti y toda tu familia. Nos vemos.

Xechu .S: te juro que me estoy mordiendo los codos por darles un avance mayor a esas dos, pero, con mucho pesar, me sigo recordando que hay que ser coherentes. No todo puede ser tijeras medievales (para pena de muchos, sin duda). Aníbal es uno de los mejores en el uso de mastodontes en la guerra, pero hay un aspecto que hace poco confiables a este tipo de bestias: son animales sumamente nerviosos. Más allá de su tamaño, el elefante es un animal generalmente pacífico por naturaleza, por lo que requería mucho tiempo enseñarle a no temer a los hombres, sus armas y al fuego. De hecho, fue esta falta de experiencia lo que marco la peor derrota de Aníbal Barca en la Batalla de Zama. Este y el siguiente capítulos son casi todo de Invernalia. Bueno, un gran saludo y un abrazo todavía más grande. Que estés muy bien.

Pablo 21: Pues más que nada te agradezco la paciencia en estos capítulos, que son el inicio del fin, por decirlo de alguna manera. Uy, cuando el alcohol te borra la memoria es porque, o tomaste mucho, o era demasiado fuerte jajaj. A mí me pasó una vez; se me fue la mano con un whisky que trajo un compañero; tres vasos de esos chicos y no tengo idea de cómo llegue a mi cama luego. En fin, cuídate y no te olvides de cuidar el auto; cómo dijo Jason Statham en "El Transportador": si cuidas tu auto, tu auto te cuida.

Kirito 720: holaaaa. Mañana seré yo el cansado porque retomo el gimnasio luego de seis meses y sé que mis músculos me harán pagar por la inactividad jejej. Bueno, te agradezco la sinceridad y la fe en la otra historia; a esa aún le falta bastante, pero una vez que esté la trama, lo demás vendrá con el tiempo estoy seguro. Bueno, somos dos los que tenemos poco tiempo entonces. Si, Ygritte está creciendo; la maternidad hace milagros eh. Y en cuanto a los Bolton, lo cierto es que aún hay más para ver aún después de que se cierre el arco en torno en Invernalia. ¡Mucha suerte y hasta otra ocasión!

S Nlikano: muchas gracias ante todo; tus suposiciones en cuanto a Ramsay son bastante acertadas, pero no entremos en detalles. A su debido tiempo ya lo veremos. Bueno, hasta otra ocasión y cuídate.

Coki 13566: sí, tienes razón, pero los muros son algo sólido y los recuerdos no. Las personas buscamos lo tangible más que lo intangible. Me fascinan algunas novelas (aunque no tengo muy claro la diferencia entre novela y serie) pero no voy a mezclarlas con esto. "Yo cocino aparte" como decía mi abuela cuando había algún delicado para el almuerzo. Ah, ya entiendo. Sabes, yo espero ver Naruto algún día para entender bien de que es la serie, aunque lo cierto es que estoy muy perdido en cuanto a número de temporadas y capítulos. Bueno, un gran y afectuoso abrazo y nos leemos pronto.

Isaac LB: aaaaaahh, no me había dado cuenta, pero estás releyendo capítulos publicados hace mucho. Ya caí, ya caí. Bien, para ser 100% honesto fue precisamente la falta de historias en las que Jon y Catelyn tuvieran protagonismo a la vez lo que hizo surgir esta: un día estaba buscando y no encontraba ninguna para mis gustos y una vocecita en mi cabeza dijo "Y si tanto quieres que haya una historia así, ¿por qué no la escribes tú?" Y…..pues el resto es historia. Me alegro que la batalla en el Bosque Encantado aun convenza; por aquellas épocas era mucho más inseguro en torno a mi manera de escribir, además de que la historia era mucho menos comentada y por ende conocía poco de las opiniones de los lectores. Asumís bien; en medio de la bronca, las palabras son más difíciles de escuchar. Espero que no estés enojado ahora, para que escuches bien las mías: hasta luego y cuídate mucho.

Luna: aquí te lo compenso, tranquila. Yo tampoco puedo estar mucho tiempo sin esas dos. Si te gusta la preparación, espera la batalla. Jajajaj me imagino al Pez Negro cuando vea a Catelyn; le va a dar un patatús. Un beso grande y cuídate, y a no soñar demasiado con esas rojas eh.

Jon Snow 1298: el entendimiento me parece muy importante; de hecho, en este capítulo surgirán preguntas que, con suerte, podré contestar en el próximo. En cuanto al ejército que viene del sur…..ay, mira, estás tan cerca y a la vez tan lejos…Gracias por la recomendación, lamentablemente en estos días no he tenido tiempo, pero espero que eso cambie en un par de semanas más y poder ver la serie. Un saludo y un gran abrazo. Cuídate.

*Bien, ahora sí, basta de hablar. Vamos a lo que los trajo hasta aquí.

Disclaimer: todo lo que puedan reconocer pertenece a G.R.R. Martín. Yo solo lo uso para entretenerme y tratar de entretener a otros.

Galbart

¡Awoooooooooo!

El sonido del cuerno reverberó en al aire por largos momentos, y al grito de una mujer, la marcha hacia las murallas de Invernalia empezó.

En el cielo, las nubes grises bloqueaban el sol, anunciando una pronta nevada.

Galbart no podía escucharlos debido a la distancia, pero estaba seguro de que desde la cima de las murallas los centinelas y guardias Bolton gritaban para llamar a sus compañeros a las armas.

"Dudo que haga falta" pensó con indiferencia, mirando a las tropas que avanzaban en un apretado muro de escudos, con dos precarias escalas y varios ganchos para salvar las murallas.

Trescientos guerreros. Trescientos, dirigidos por Ewith, una de las nietas de Ygon Oldfather. Las tropas no eran una fuerza sobresaliente, y tampoco lo era la mujer que las guiaba.

Ewith y sus fuerzas no iban a atacar; resultaba obvio. Si en verdad pretendieran asaltar las murallas del castillo se lanzarían a la carrera lo más rápido posible, en lugar de perder tiempo, que sin duda sería aprovechado por los Bolton para prepararse.

Una ráfaga de flechas voló desde las murallas del castillo, para luego caer sobre las fuerzas de Ewith. El muro de escudos era demasiado apretado; las flechas que no golpearon el suelo helado se clavaron inofensivamente en las armas defensivas, sobresaliendo como pulgares adoloridos. Unos pocos arqueros asomaron entre los escudos y dispararon para luego esconderse tras los escudos con rapidez. Galbart no creía que tan solo una de las flechas disparadas hubiera encontrado un blanco verdadero.

Una segunda ráfaga cayó desde las murallas, sin más éxito que la primera.

¡Awooo! ¡Awooo!

Galbart ni siquiera alzó una ceja cuando los trescientos guerreros retrocedieron con rapidez, manteniendo el muro de escudos hasta que salieron del alcance de los arqueros Bolton. No se habían acercado ni a quinientos pies de las murallas antes de retroceder.

Los trescientos hombres ni siquiera habían roto su formación cuando un nuevo cuerno se escuchó hacia el sur. Galbart sabía que era por el mismo propósito que el de la nieta de Ygon: para lanzar un ataque que acabaría apenas unos momentos después de haber empezado.

Galbart no había estado presente cuando el Rey dio las órdenes, pero no había tardado en enterarse de su contenido. El joven monarca había pedido que se formaran una treintena de fuerzas pequeñas, ninguna mayor a unos pocos centenares de hombres y mujeres. Algunas estaban formadas solo por el Pueblo Libre, y otras por norteños, pero la mayoría eran una amalgama de ambos pueblos.

Al escuchar de la organización de estas tropas Galbart pensó por un momento que había llegado el momento de atacar. Incluso se atrevió a pensar cuál sería el plan más probable del Rey, basándose en sus órdenes: mientras unos pocos miles desgastaban a los Bolton en las murallas, el cuerpo principal del ejército se haría con las puertas. Con su gran superioridad numérica, la fortaleza no tardaría en caer y los Bolton en morir.

Sin embargo, el Amo de Bosquespeso, y cualquiera que hubiese pensado como él, no tardaron en decepcionarse. Las fuerzas creadas por el Rey habían sido puestas todas al mando de personas que podían, en mayor o menor medida, ser consideradas confiables para un pequeño mando. Pero ninguna de éstas era un caudillo o señor importante. Ewith era una de ellas, junto con otros guerreros como Qylrom el Enano, Odric del Lago de la Espina o Gwinth la Robesposos. Sin embargo, también había norteños al mando de algunos grupos: Alyk Burley, el hermano menor del líder de los Burley, Harqyn Harclay, el primo de Lord Agnar y Maron Nieve, el rumoreado hermano bastardo de Morgan y Rickard Liddle. Todos tenían órdenes estrictas de no acercarse en exceso al castillo. Cada movimiento realizado era similar al que Galbart acababa de presenciar: un toque de cuerno, algunos pasos al frente, unas pocas flechas intercambiadas y un retroceso dejando pocas o ninguna baja para los dos bandos.

Sin embargo, no era la pobreza de los movimientos ni el pequeño tamaño de las fuerzas lo que suscitaba la ansiedad de muchos. Era que estas fuerzas pretendían atacar de manera inconstante. Algunos atacaban bajo el velo de la noche, otros con los rayos del amanecer, otros con los últimos a la puesta del sol, y otros más en medio de la tarde. La mayoría lo hacía tres o cuatro veces al día, con lo que los cuernos sonaban cada poco tiempo, contribuyendo a aumentar la incomodidad del ejército.

Tras dos días todos, sin excepción, estaban impacientes y confundidos. Una serie de preguntas habían sido pronunciadas por la mayoría de las bocas, y escuchadas por todos los oídos. Entre ellas, las más acostumbradas eran dos:

¿A qué estaba jugando el Rey? ¿Qué esperaba para atacar en verdad?

Alysanne

Una de las ventajas de ser parte de la Guardia Personal del Rey era la cercanía al monarca y, por ende, a todos los que trataban con él. Sus turnos de guardia habían permitido a Alysanne aprender los rostros y nombres de la mayoría de los líderes salvajes. Conocía a Tormund Matagigantes y a Soren Rompescudos, a Harle el Cazador y a Harle el Bello, a Harma Cabeza de Perro y a su hermano Halleck.

No conocía a la mujer que en ese momento se encontraba encerrada en la tienda con el Rey.

Según Dormund, a quién había relevado de su guardia a media mañana, la mujer, que al parecer se llamaba Reyt, había estado casi desde el amanecer. Dormund también le había dicho que su hermano se había acostado con ella; Alysanne no tenía ninguna necesidad de esa información.

Por el aire llegó el sonido de la piedra rompiéndose contra la piedra. En la distancia, el largo brazo de un trabuquete era bajado nuevamente luego de ser disparado.

Al mediodía, dos hombres de aspecto desaliñado llegaron con platos de madera repletos de comida. Sin palabras, uno de ellos le entregó su espada antes de adentrarse en la tienda. El otro no esperó a su compañero; se alejó tan pronto hubo entregado la comida a ella y al otro guardia.

Alysanne esperó a que el segundo hombre saliera y se alejara para empezar a comer. El pan estaba algo rancio, pero la carne lo compensaba: estaba caliente y sangrante, recién sacada del fuego.

"Ojala que el Rey coma; esto no puede seguir así" la voz del otro guardia le llamó la atención.

"¿A qué te refieres, Ery?" preguntó, confundida.

La mujer se metió más pan en la boca antes de hablar "Lleva varios días comiendo poco. Nunca acaba su plato; en ocasiones no come ni siquiera la mitad de lo que le traen" dijo la nieta de Ygon Oldfather.

Alysanne no supo que decir. En días anteriores nunca le había tocado guardia en los horarios de las comidas; no se había dado cuenta de lo que Ery decía. Aunque no desconfiaba de ella; no había motivos para que dijera algo semejante.

Por fin, cuando la tarde empezaba, el Rey y la tal Reyt finalmente dejaron la tienda. No había nada anormal en ellos, con la excepción de sus rostros. El de la mujer estaba demasiado pálido, y se frotaba los ojos al salir de la tienda. El del monarca era el usual; ceño ligeramente fruncido, labios rígidos y ojos de acero. Alysanne notó con disimulo que, bajo las ropas, el monarca si parecía más delgado.

"¿Todo en orden, Alteza?" la pregunta dejó los labios de Alysanne sin pensar. Lo lamentó; tras las noticias del intento de asesinato de la familia del Rey, parecía casi estúpido preguntar algo semejante a un hombre claramente atribulado.

"No" reconoció el Rey Jon, sin siquiera mirarla "Pero lo estará" añadió tras un silencio que se hizo interminable, sus ojos fijos en las inmensas murallas que bloqueaban el horizonte.

Mors "Carroña" Umber

El sol debía estar en su punto más alto, pero estaba escondido tras las nubes de las que caía una ligera nevada desde la noche anterior. El suelo estaba totalmente cubierto de blanco, pero la capa era delgada; no se podía caminar por el campamento sin dejar un rastro de huellas fangosas detrás de sí.

Mors se encontraba flanqueado por dos de sus hombres, sus brazos cruzados a la altura de su pecho mientras su ojo estaba fijo en las personas ante él.

"Preparen" gritó la mujer, y de inmediato el brazo del trabuquete fue bajado. Cómo si esa fuera su señal, un gigante se acercó con una gran roca en sus manos, cargándola como si no fuera nada. El sigilo de su casa colocó la roca en su posición, y poco después el trabuquete ya estaba preparado para realizar su obligación "¿Listos?" preguntó la mujer, y una serie de gritos y asentimientos de confirmación llegaron del resto de la tripulación del arma "¡Disparen!" exclamó, y al instante un hombre a pocos pies de distancia, con un martillo de acero de gran tamaño alzado sobre su cabeza, dejó caer el arma, accionando el mecanismo que lanzó la roca contra las murallas de Invernalia "Recarguen" dijo la mujer, aún antes de que la roca se estrellara contra la parte central de la muralla exterior.

La tripulación del trabuquete llevaba todo el día disparando el arma sin pausa. Los hombres y mujeres de los otros cinco trabuquetes listos hacían lo mismo.

Desde que las primeras armas de asedio habían sido terminadas, cinco días atrás, los disparos contra las murallas del oeste de Invernalia habían sido constantes. A medida que nuevos trabuquetes eran completados, eran sumados de inmediato al bombardeo. Los sonidos de las armas siendo utilizadas se escuchaban en lo más profundo de la noche, a la salida del sol y a su puesta. Cada día al menos una docena de carros cargados con más rocas llegaban para reponer las municiones ya gastadas. Los miembros de las tripulaciones debían ser relevados por otros para poder comer y dormir. Nada detenía a las armas en su interminable ejercicio de disparar y recargar.

Pero era un ejercicio inútil; las rocas podían ser sólidas, pero las murallas eran macizas. Los proyectiles se rompían en muchos fragmentos al impactar las murallas, y los que si cruzaban por encima de éstas posiblemente no tendrían un efecto mucho mayor. El daño en las murallas, si es que lo hubiera, era tan escaso que no podía ser visto desde el campamento. Mors dudaba que el bastardo de Bolton y el resto de la escoria hicieran tanto como perder el sueño debido al bombardeo.

Mors sentía las dudas carcomiendo su interior. Si el Rey deseara causar verdadero daño a los Bolton, ¿Por qué no usaba brea ardiendo para intentar incendiar el castillo? ¿Y porque ordenó específicamente atacar las murallas? ¿No habría sido más fructífero atacar las torres que se extendían a lo largo de ellas?

"¿Y no habría sido más fructífero lanzar un ataque total contra las murallas, en vez de hacer fintas y más fintas?" cuestionó una voz crítica en el interior de Mors.

Había algo más, estaba seguro. Mors lo presentía, como una sombra que estaba ante él, pareciendo lista para ser atrapada, solo para ser atravesada por sus dedos si lo intentaba.

Odiaba esa sensación.

Jon

La noche se había cernido sobre el campamento. El cielo oscuro cubría las estrellas y la luna, ofreciendo en intercambio por la argentina luz helados copos de nieve. Alrededor de las hogueras, algunas de ellas probablemente cubiertas con burdos refugios hechos con capas sujetas por palos, guerreros de ambos sexos y de toda procedencia se apiñaban, buscando calor.

"Se acerca el invierno" las palabras de Ned Stark llegaron a la mente de su hijo bastardo. La nieve era uno de sus heraldos, junto con los vientos helados que venían desde el Norte.

"Y desde el norte vienen cosas mucho peores" pensó Jon, recordando ojos azules brillantes y miembros helados moviéndose al compás de la lucha inmisericorde.

Se encontraba acostado en su catre; había intentado dormir, sin éxito. Cuando se dio cuenta de lo inútil de su esfuerzo, apartó las pieles sobre él con brusquedad, para luego sentarse. A su lado, Fantasma reposaba, siempre fiel, sus largas y poderosas patas extendidas frente a él y su cabeza descansando sobre ellas. Los ojos del gran lobo estaban cerrados, los dos rubíes ocultos por sus párpados.

La mano de Jon se alzó del catre, recorriendo el lomo de Fantasma, permitiéndose apreciar el pelaje inmaculadamente blanco, los fuertes músculos que se ocultaban bajo la piel, la calidez que desprendía. A su mente llegó el día en que lo había encontrado.

"Corrimos una carrera a caballo, Robb y yo" casi le parecía oír cascos resonando sobre las piedras y jadeos equinos "Mi montura casi me tiró cuando el huargo muerto apareció ante ella" el animal se había alzado sobre sus cascos, al tiempo que relinchaba espantado "Seis cachorros de huargo. Cinco para los hijos de la Casa Stark, y uno, el pequeño, para el bastardo" cuatro de esos lobos estaban indudablemente muertos, al igual que tres de los Stark. El pensamiento era, aún tras tanto tiempo, una herida que nunca terminaría de sanar.

Jon siguió acariciando a Fantasma por un tiempo, su mano moviéndose con suavidad. Pudo sentir una casi imperceptible tensión durante solo un instante antes de desaparecer, y supo que Fantasma estaba despierto. Sabía que debía apurarse, que el tiempo estaba en su contra, pero no pudo resistir dar unas pocas caricias más al lobo antes de retirar su mano. Fantasma lo miró, sus grandes ojos brillando a la luz de la única vela, casi totalmente extinguida, que estaba encendida en la tienda.

"Es hora, muchacho" dijo, el suave susurro de su voz muriendo casi al salir de sus labios. Solamente un oído tan fino como el de un huargo podría haberlo escuchado.

Jon siempre había creído que Fantasma era más listo de lo que ningún lobo debería serlo. Lo creyó una vez más mientras se alzaba en un rápido movimiento y salía disparado de la tienda a toda velocidad. No escuchó ninguna exclamación de sorpresa; era habitual que el lobo del Rey saliera a cazar en los bosques del Norte de Invernalia durante las noches.

"Entre otras cosas…" pensó Jon, al tiempo que ataba su cabello en un apretado moño detrás de su cabeza.

Con rapidez, se levantó del catre y empezó a prepararse. Sus ropas fueron cambiadas por otras, más sencillas, oscuras, a juego con las botas y la pechera de cuero reforzado.

Contó las armas a medida que las escondía. Una daga en la cara interna de cada brazo y en cada una de sus botas, una espada corta en su cinturón de piel negra, al lado de una pequeña hacha de batalla. Revisó que su movilidad no se viera afectada por ellas antes de encaminarse a la entrada de la tienda.

Siempre debía haber dos guardias a la entrada de su tienda. Los de turno eran Rickard Liddle y Dormund. Ambos se giraron y lo vieron con expectativa.

"Dormund" dijo "Ve a buscar a tu hermano. Lo necesito aquí. De inmediato" ordenó, viendo como el hijo de Tormund lo miraba con extrañeza, pero obedecía.

En cuánto se hubo quedado a solas, la mirada de Jon se clavó en Rickard Liddle "¿Eres leal, Rickard?" preguntó, esperando que el uso de su nombre en solitario bastara para que el menor de los hermanos Liddle comprendiera la seriedad de su pregunta.

"Lo soy, Alteza" replicó Rickard, su rostro mostrando la resolución de sus palabras.

"En ese caso, cumple esta orden sin discutir. Vuelve a tu tienda, toma tu caballo y encuentra otro para mí. No le digas a nadie a dónde te diriges, y cuida mantener tu paso por el campamento en secreto. Espera mi llegada en los lindes del bosque de los lobos, más allá de las tiendas de tu clan. Alguien estará esperando allí" Liddle lo contempló, sin entender realmente sus palabras "¡Ahora, Rickard!" espetó Jon, su voz baja pero no menos apremiante.

"Su Alteza" dijo, antes de hacer una reverencia y alejarse con los hombros encorvados y la cabeza agachada.

Jon contempló la partida de Liddle por unos momentos, y dirigió una mirada furtiva en busca de curiosos. Pero la noche había hecho su efecto sobre su ejército; todas las tiendas estaban llenas de hombres, y la falta de luz dentro de ella delataba que sus ocupantes estaban atrapados en los brazos del sueño. Casi todas las hogueras eran fuegos moribundos abandonados a la nieve que caía sobre ellos. Solo había una, a unos doscientos pasos, con gente alrededor. Pero los pocos hombres se apiñaban muy juntos buscando calor, y ninguno se apartaba del fuego.

Jon volvió con rapidez a su tienda, cogió los últimos objetos que necesitaría y salió con rapidez, casi embistiendo contra un adormilado Torreg.

"Aq…"

"Re…"

"Shhh" los calló Jon, reforzando el sonido con un gesto de su mano "Guardad silencio. Escuchad" ordenó, antes de respirar hondo y decirlo todo de una vez "Tengo que ir a un lugar. A solas"

Esas últimas palabras no gustaron a los hijos del Matagigantes "Iremos también" afirmó Dormund.

"Por supuesto que no" dijo Jon, evitando que Torreg, que había abierto la boca con claras intenciones, dijera un solo sonido "Se quedarán aquí, en silencio, y fingirán que estoy adentro durmiendo" ordenó, no dispuesto a escuchar protestas.

Pero los hombres ante él no eran sirvientes. Eran hombres libres, y para colmo, hijos de Tormund Matagigantes, cuya audacia, que bordeaba el entrometimiento, había sido evidentemente heredada por sus vástagos, que hablaron a la vez.

"Pero….….." empezó Dormund.

"¿Y si algo…." inquirió Torreg.

"¡Basta!" espetó Jon, esforzándose por mantener baja su voz "Cierren la boca y obedezcan" espetó, al tiempo que intentaba abrirse paso. Intentaba, ciertamente. Dormund se interpuso, con una mirada obstinada que Jon deseó borrar de un puñetazo. Si no lo hizo, fue debido a que había prioridades más importantes.

"Pero Rey ¿a dónde vas, que no podemos saberlo?" insistió Torreg, sus ojos enrojecidos por la falta de sueño cubiertos por sus cejas fruncidas en su dirección.

Ya había perdido demasiado tiempo "¡Voy por una mujer!" espetó Jon en un destello de imprudencia, siendo consciente un momento más tarde de lo que dijo, y luchando contra un malditamente inoportuno sonrojo. Si tuviera tiempo, se detendría a pensar en lo absurdo de que pudiera luchar y matar con abandono, pero no admitir que buscaba compañía por un propósito menos noble.

El cambio que se produjo en el ambiente era nada menos que anonadante. Las miradas de sospecha y los ceños fruncidos de ambos hermanos desaparecieron, para ser reemplazadas por ojos brillantes y sonrisas descaradas.

"Vaya, Rey" dijo Dormund, una sonrisa burlona impresionantemente parecida a la de su padre apareciendo en su rostro "Nunca te creí capaz"

"Aun así" dijo Torreg, algo más discreto, pero con una sonrisa propia "Podemos acompañarte. No intervendremos. Estaremos ocultos a unos pasos de distancia; te cuidaremos la espalda desde lejos, Rey" aseguró.

"No" dijo Jon, impaciente y ligeramente avergonzado "No me acompañarán; no serán parte de esto" no lo permitiría "Finjan que estoy durmiendo, y si alguien viene a buscarme díganle que estoy durmiendo. Volveré antes del amanecer" aseguró antes de colocar la capucha de su capa negra sobre su cabeza y alejarse, esta vez sin ser detenido.

Jon no estaba seguro, pero podría jurar que escuchó el nombre de Ygritte detrás de sí. Se estremeció al pensar en lo que pasaría si el estúpido rumor que inconscientemente acababa de crear llegaba a los oídos de la madre de su hija. Y sí conocía a Catelyn, y lo hacía, estaba seguro de que tampoco le haría gracia escucharlo.

En otra ocasión, quizás se habría detenido para dejar las cosas claras con Dormund y su hermano Torreg. Pero había mucho que hacer y el tiempo era escaso.

"Prioridades, Jon. Prioridades" se repitió.

Galbart

Lo primero de lo que volvió a ser consciente fue de una presión y una constante sacudida en su hombro. Un movimiento leve pero incesante que disipó el velo del cansancio y lo arrancó del mundo de los sueños. Parpadeó varias veces, acostumbrándose a la escasa luz de la tienda y distinguiendo una silueta junto a él, su sombra cubriéndolo, y bloqueando a su hermano Robett de su vista.

Parpadeó un poco más, y en cuánto sus ojos se hubieran acostumbrado, distinguió a Larence arrodillado junto a su catre. Era el quién lo había despertado.

"¿Qué sucede?" preguntó, su voz saliendo ronca por el largo tiempo en que no había pasado por su garganta.

"Mi señor" empezó su pupilo, sus ojos muy abiertos, como si estuviera muy impresionado o asustado "Es el Rey" susurró "Él…os está esperando afuera"

La lucidez volvió a Galbart en gran medida cuando comprendió las palabras de su pupilo. Apartó las pieles con las que se cubría con rapidez y se sentó en su catre, al tiempo que extendía una mano para alcanzar sus botas.

"¡Mi señor!" urgió Larence, aún en voz baja "El Rey ha venido solo. Dijo que nadie debía enterarse de que estaba aquí"

Galbart tuvo un presentimiento desagradable. Las palabras de Larence no parecían augurar nada nuevo "Trae mi capa" impelió, mientras cogía sus botas. Se las puso con rapidez mientras Larence cogía su capa de un broche apoyado en uno de los soportes de la tienda y se la entregaba. Dejó caer la lana de color escarlata sobre sus hombros y la abrochó debajo de su cuello antes de abandonar su tienda, seguido por su pupilo.

Allí, junto a una hoguera encendida, vestida completamente de negro y con sus rasgos ocultos por una capucha, una figura aguardaba. La nieve aún caía, y el viento del norte hacía danzar la capa oscura y las llamas. Por un instante Galbart receló, pero las llamas iluminaron la figura y, aunque con algo de dificultad, reconoció los rasgos del Rey. Se acercó con rapidez.

"Ni una palabra, ni reverencias, mi señor de Glover" interrumpió el Rey en cuanto Galbart abrió la boca "Cómo podéis asumir, no deseo que nadie sepa de mi presencia, y arrodillarse ante mí ciertamente podría llamar la atención de los hombres"

Galbart miró alrededor con discreción y vio pocas y distantes figuras además de ellos y Larence, que mantenía una distancia respetuosa.

"El hecho de no verlos no significa que no estén, mi señor" dijo el Rey "O tal vez en verdad nadie más que vuestro pupilo nos mira, y estoy siendo paranoico. En cualquier caso, eso es lo de menos. Tengo una serie de órdenes que deben ser cumplidas sin vacilación, y creo que sois la mejor opción para ver que sean ejecutadas"

Aunque honrado por las palabras del Rey, la confusión ganó la batalla en el interior de Galbart "Su Alteza, ¿qué…"

"¡Silencio!" espetó el Rey, con calma pero con firmeza. Sin palabras, cogió un tronco pequeño, capaz de caber en su mano, de una pila ubicada tras de sí y lo arrojó a las llamas "Cuando se termine de consumir, arrojad otro, y cundo ese también se termine de consumir, arrojad un tercero. Repetidlo hasta que hayáis quemado dieciocho en total, y luego despertad a vuestros hombres y llevadlos hacia los trabuquetes" el ceño de Galbart se frunció en confusión, pero antes de que pudiera inquirir algo más, el Rey siguió "Mientras hablamos, una gran cantidad de barriles de brea están siendo dejados cerca de los trabuquetes. Arrojadlos contra Invernalia" y sin más palabras, el Rey Jon giró sobre sus talones y empezó a caminar lejos de él.

Galbart no lo pensó: con dos largas zancadas salvó la distancia entre ellos y colocó una mano sobre el hombro del monarca. Solo cuando lo hizo recordó que los Targaryen acostumbraban cortar las manos de aquellos que osaban imponerlas contra los de la familia real.

Sin embargo, el Rey no era como los Targaryen. No se exacerbó por el atrevimiento de Galbart, ni de palabra ni de acto, sino que se detuvo y lo miró por encima de su hombro, sus ojos de acero brillando.

"Fuisteis de los primeros norteños en poner vuestra espada a mi servicio, mi señor. Deseo creer que no lo hicisteis solo por necesidad. Si no fue así, haced lo que os comando" instó en una voz firme, antes de que su rostro perdiera un tanto de su rigidez. "Confiad en mí, como confié en vos para retomar vuestro hogar y liberar nuestras costas de los Hijos del Hierro" concluyó, antes de escabullirse de su agarre y alejarse.

Jon

Tal como había ordenado, más allá de las tiendas del Clan Liddle y las patrullas, junto a un trío de árboles tan cercanos que sus ramas se volvían indistinguibles a la luz de una solitaria antorcha, dos figuras solitarias se encontraban en compañía de tres caballos. Una de ellas, con curvas femeninas bien disimuladas bajo las capas de ropa oscura, se movía impaciente de un lado a otro, aunque se detuvo en el instante en que se percató de su presencia.

"Vamos" murmuró Jon al llegar a ellos. Sin palabras cogió las riendas que le ofrecía Helga y montó. Al frente, el Pequeño Liddle abría el camino, sujetando las riendas con una mano y la antorcha con la otra. Detrás, Helga le cubría la espalda. Jon estaba seguro de que ambos iban completamente atentos. Jon divisó a Fantasma en la lejanía, su pelaje blanco reflejado por un ínfimo instante por la luz de la antorcha antes de desaparecer una vez más.

El bosque era peligroso durante el día, y aún más durante la noche. Las fieras que lo habitaban no preocupaban a Jon; tanto él como sus acompañantes iban armados, y además contaba con Fantasma.

Tal vez pudiera haberse movido con mayor rapidez, pero necesitaba guardar sus energías. Además, el bosque estaba poblado por raíces salidas del suelo, ramas rotas, piedras sueltas, pequeños surcos y pozos creados por las inclemencias de la naturaleza. Si se movía con demasiada rapidez, se arriesgaba a dejar coja a su montura.

Mantuvieron un trote ligero, con Jon determinando el curso a seguir basándose en un viejo y angosto sendero, que si no recordaba mal llevaba a un viejo molino abandonado siglos atrás y parcialmente derruido. Sin embargo, se desviaron hacia el este mucho antes de acercarse allí, cuando Jon encontró la seña que buscaba en una roca dentuda. No habían dado ni mil pasos cuando encontraron el nacimiento de un pequeño riachuelo. Lo siguieron hasta su abrupta caída en un barranco de quince pies de alto, cubierto de rocas grandes y lisas.

Catelyn

¿Dónde estaba Ygritte? ¿Y Minisa? ¿Dónde estaban Munda, Srigda, el resto de mujeres de las lanzas…

Se encontraba sola, en medio de la nada. El viento agitaba su cabello, un estandarte carmesí que ondeaba tras de sí. Era un viento helado que lograba pasar a través de las gruesas pieles que la envolvían y humedecer las comisuras de sus ojos.

Todo lo que veía era un campo con arbustos espinosos que se extendía en todas direcciones, flanqueado por el este y el sur por suaves colinas en las que se acumulaban escasos y esbeltos pinos y cipreses. Fue en esta última dirección que lo vio.

Una gran columna de humo negro elevándose, antes de perderse en las nubes grises que cubrían el cielo.

Su corazón empezó a latir con fuerza, y antes de darse cuenta estaba corriendo a toda velocidad. Sus pasos eran largos, y aun así sentía que no avanzaba ni tan siquiera un poco. Su corazón estaba calmado, y al mismo tiempo latía con fuerza contra sus oídos. Y en su pecho, una creciente sensación de temor le arrebataba el aliento.

Subió la colina, ignorando los arañazos y desgarros que las largas espinas de los arbustos le hacían en la ropa. Tropezó con una roca suelta y soltó un quejido cuando una espina particularmente larga abrió su mejilla; una gruesa gota carmesí emergió del corte, pero no le importó. Nada importaba; solo quería llegar al origen del humo.

Llegó a la cima y se detuvo, atónita ante la vista. No creía en sus ojos. No podía ser cierto lo que contemplaba.

Un mar de muertos se alzaba ante ella; los primeros lamían los lindes de la colina en la que se hallaba, los últimos hacían lo propio con el horizonte.

Se acercó con pasos ausentes y sus pies, por propia voluntad, empezaron a caminar entre los cuerpos inmóviles, teniendo cuidado de no tocarlos. Catelyn contempló los cuerpos, siendo consciente de que muchos de ellos estaban decapitados.

Las cabezas estaban apiladas en túmulos de varios pies de alto, y cualquier duda que Catelyn pudiera tener de los responsables de esta matanza se desvaneció ante los estandartes que ondeaban sobre las mortuorias edificaciones: hombres desollados, torres azules, ciervos coronados y leones dorados.

El humo que la había atraído provenía de decenas y decenas de carros y trineos quemándose. Madera, huesos y pieles ardiendo por igual. El viento avivaba las llamas y las hacía danzar; los cuerpos cercanos exponían piel negra y desprendían el olor inconfundible de la carne quemada.

Un graznido sonó sobre ella, y Catelyn alzó la vista hacia los cielos. Cientos, miles de cuervos se habían reunido y danzaban en el aire. Como si esperaran su contemplación para actuar, empezaron a descender en picada, sus alas de sable extendidas en el viento por un momento antes de plegarse cuando sus portadores empezaron a posarse sobre los cuerpos inertes. Con graznidos de dicha, los cuervos empezaron a desgarrar carne y a arrancar ojos con sus picos afilados, ocasionalmente peleando entre sí. Catelyn sintió las náuseas luchando por salir de su garganta.

"Madre" el susurró llegó a sus oídos, suave como la caricia de una brisa benévola, y al girar la cabeza lo vio. Parcialmente oculto por las llamas y el humo de un trineo ardiendo, un gran roble se elevaba hacia el cielo, sus hojas desvanecidas, sus ramas gruesas y desnudas "Madre" llamó de nuevo la voz, y Catelyn no pudo evitar a acercarse, atraída como una polilla a la luz.

Con cada paso, el temor crecía más, y más, y más en su pecho. Una parte de sí misma hubiera deseado correr en otra dirección; el temor que la había inundado al ver a tantos muertos ahora amenazaba con ahogarla.

Rodeó el trineo en llamas con lentitud, ignorando los cuerpos negruzcos dentro de él. Al llegar al otro lado, sus pies le fallaron y cayó de rodillas.

De las ramas del árbol cuatro cuerpos colgaban. Las gruesas sogas alrededor de sus cuellos, la negrura de sus rostros y su total inmovilidad delataban su indudable estado de muerte. Les habían quitado la ropa, reemplazándola por retazos de tela desgarrada de color gris y blanco. Supo en su corazón que eran retazos de estandartes que habría distinguido entre todos los del mundo.

Catelyn los conocía; conocía la cabellera rojiza y enmarañada que exhibía uno de los cuerpos. Conocía el rostro alargado y la forma esbelta y firme de otro de ellos. Su garganta se apretó hasta un dolor insoportable cuando el viento movió la pequeña forma entre los dos cuerpos, sus escasos mechones una réplica de los de la derecha, testimonio de la sangre y el vínculo que compartían.

Sus manos debieron aferrarse al suelo ante ella para evitar caer, pero temblaban tanto que no podrían sostenerla mucho tiempo. Sus ojos se ahogaban, el excedente del agua salada rodando sobre sus mejillas, pero no bastando para impedir que sus ojos desobedecieran su deseo, su ruego, por cerrarse. En vez de ello, miraron el último cuerpo, separado de los demás, colgado de una rama diferente.

No la había visto en años, pero la reconocería en cualquier lugar. Su corazón, su mismísima alma le habría gritado que era ella si fuese capaz de olvidarlo.

Una forma delgada, y hasta algo baja para su edad. Pechos pequeños e incipientes, caderas pequeñas y mejillas con los últimos vestigios de la redondez infantil, signos de una juventud que bordeaba la niñez. Mechones lacios y oscuros que ondeaban en el viento.

"Madre" el susurró salió de los labios ensangrentados y agrietados, al tiempo que los parpados se levantaban, dejando a la vista dos ojos ensangrentados y de un color gris heredado de su progenitor masculino "No me ayudaste"

La palabra, la acusación, fue más de lo que podía soportar. Sus brazos perdieron la poca fuerza que conservaban aún, y se sintió caer en la oscuridad…..

Se despertó con un jadeo, y fue recibida por un par de brazos que la envolvieron con fuerza. Jadeó, desesperada, e intentó soltarse, pero sus manos solo atinaron a intentar empujar a su captor, incapaces de realizar un agarre firme.

"Tranquila, tranquila. Soy yo" dijo la voz de su captor, al tiempo que una mano caía sobre su nuca y otra en su espalda media, luchando por contener sus movimientos "Soy yo, Catelyn. Tranquila"

Reconoció esa voz. Ygritte.

Se derritió en sus brazos, el cálido agarre otorgando la bienvenida calma y restableciendo del todo su conciencia. Fue allí que notó su frente perlada de sudor, sus manos temblorosas y sus mejillas cubiertas de lágrimas.

"Gracias" susurró, su frente cayendo hasta el hombro de la otra mujer. Ygritte solo hizo un ruido restándole importancia.

Cuando finalmente fue capaz de separarse de Ygritte sin temor a derrumbarse, Catelyn se separó con lentitud.

"Una pesadilla" dijo, en respuesta a la mirada interrogante dirigida a ella por la madre de Minisa.

Ygritte asintió, su rostro lleno de compasión "¿Quieres hablar?" preguntó en voz suave.

Catelyn dudó por un momento "Soñé con una derrota. Los norteños y el Pueblo Libre vencidos y muertos. Y Jon…..ustedes…."

"Asesinados" murmuró Ygritte, su voz volviéndose más grave "Yo…..Jon…y ella" con sus últimas palabras, dirigió una mirada fugaz a la pequeña cuna dentro del carro dónde Minisa dormía profundamente, ajena al resto del mundo. Catelyn se alegró por ella y al mismo tiempo la envidió.

"También estaba Arya, mi hija" contó, sin que se lo pidieran, pero necesitando sacarlo de su pecho "Ella estaba junto a todos ustedes…compartiendo el mismo destino" añadió a último momento, no pudiendo pronunciar las palabras específicas.

"A veces pienso en lo mismo" las palabras fueron tan bajas que Catelyn apenas las oyó "Nunca tuve miedo a la muerte; incluso ahora. Si llegara en este momento la enfrentaría sin dudar. Pero tan solo imaginarme…" Ygritte no pudo continuar, sus palabras perdidas en la nada y su mirada en su hija durmiente.

Catelyn conocía el temor por un hijo y por un esposo mejor de lo que nadie debiera. La había ahogado cuando sus peores miedos se cumplieron. Cuando Ned y sus hijos les fueron arrebatados uno por uno hasta que no quedó nadie pensó que sería el final, pero el resurgimiento de Arya en manos de los Bolton le demostró lo equivocado de su creencia.

Sin palabras, Catelyn tiró de Ygritte hacia ella, sus puestos invertidos desde su aterrado despertar. Ambas sabían bien que nunca hablarían de nadie con esto: eran demasiado orgullosas para reconocer un momento de debilidad.

Pese a que debía hacerlo solo para ser un lugar de apoyo para Ygritte, Catelyn no pudo evitar regocijarse en el calor de sus brazos y en el aroma de su cabello, una combinación embriagante entre la leña de la hoguera junto a la que se habían sentado y el hidromiel que habían bebido.

"Será mejor dormir" dijo Ygritte en cuánto se hubo separado de ella, tras un tiempo demasiado corto para el gusto de Catelyn "Necesitaremos nuestras fuerzas mañana"

"Sí" se limitó a decir Catelyn, siendo más consciente de la pesadez de sus párpados y miembros.

"¿Duermes a mi lado?" le pregunta salió de los labios de Ygritte en voz baja, y aun así pareció resonar por todo el recinto con la fuerza de un rugido.

Catelyn aún no estaba segura de que hacer con respecto a Ygritte, y en otras circunstancias quizás se habría negado por temor a la posibilidad de que ella mal interpretara las cosas, pero el sueño y la desagradable sensación inducida por su pesadilla aún estaban latentes, y solo atinó a asentir brevemente.

Lo último que vio antes de volver a caer dormida fueron los ojos azules de Ygritte frente a los de ella. Lo último que sintió fue la mano de la madre de Minisa entrelazada con la suya a la altura de sus corazones, las pieles que compartían dos veces más cálidas por el calor del cuerpo junto al suyo.

Bueno, una vez más les he dejado con más preguntas que respuestas. Se aceptan teorías de lo que Jon hará. Y si quieren preguntar, enviar sugerencias, pensamientos o cualquier otra cosa, háganlo. Serán muy bien recibidos y debidamente contestados.

Cuídense del covid-19 (a partir de hoy, daré avisos cortos porque ya no aguanto más todo esto. Entre menos lo mencione, mejor).

Bien, espero que tengan una buena semana, y ojala que estén muy bien (sobre todo de salud. Y que sigan así).