Hola a todos. Aquí un nuevo capítulo. Infinitas gracias por los reviews, que me encanta leerlos. Disfruten.

Disclaimer: todo lo que puedan reconocer pertenece a G.R.R. Martín. Yo solo lo uso para entretenerme y tratar de entretener a otros.

Ygritte

Ansiaba a Jon. Lo necesitaba. Se arrepentía de haber cedido con tanta facilidad a que se fuera. No podía dormir, comer, ni siquiera podía disfrutar propiamente de estar con Minisa. Y la ausencia de Jon era la causa de todo eso.

…..No. Eso era una mentira; al menos en parte. Había podido sobreponerse a la ausencia de Jon, sobre todo debido a que serían unos pocos días. Lo que no podía era hacerlo tras las palabras de Catelyn.

¿Se iría? Esa era la pregunta que la carcomía y la hacía revolverse en la cama por la noche, maldiciendo a los dioses y al mundo. ¿No bastaba el que Jon se hubiera alejado antes y lo volviera a hacer en el futuro próximo? ¿Debía Catelyn también irse a un destino incierto para no volver en mucho tiempo?

"Si es que vuelve" susurró una voz maliciosa en sus pensamientos. Se estremeció.

¿Podría ser? ¿Catelyn se iría y no volvería? No, no podía ser. Era imposible. Lo era. ¿Lo era? En ese lugar estaría su hija, y su hermana. Puede que no estuviera en buenos términos con la última, pero sabía que ella sacrificaría el mundo por la primera. ¿Pero en verdad se arriesgaría a dejar un lugar seguro para arriesgarse en otro más incierto? No sería sensato…¿pero que es la sensatez en comparación con lo que ansía el corazón? ¿Y que ansiaba el de Catelyn más que a su hija?

"¿Y qué ansío yo más que tener a Minisa, a Jon y a ella conmigo?"

Nada. Nada en absoluto.

Jon

Su cabeza daba vueltas. Sentía náuseas, figurativamente. Ansiaba volver a Invernalia: su recorrido había terminado esa misma noche, y los caudillos y él ya habían acordado la asignación a los clanes que se asentarían en las tierras que habían estado recorriendo.

Sabía que era observado mientras se sentaban en torno a la hoguera. Llevaba días sin hablar más de lo necesario. Todos los suyos lo atribuían a la desaparición de Helga, y aunque especulaban en varios sentidos, ninguno se acercaba siquiera a la pérdida en pleno viaje de uno de sus Guardias Personales.

"Si tan solo supieran….." no, no podían saberlo. No era prudente saberlo. Una parte de él se preguntaba si incluso algún día podría llegar a saberse por alguien más "¿Cuál sería el punto? ¿Qué ganaríamos?" la familiar sensación del asco por sí mismo le subió por la garganta por centésima vez desde que lo escuchó "¿Cuándo me volví tan….cínico?" su padre se revolcaría en su tumba si lo viera. Su padre…

"Iré a dormir" dijo repentinamente, aunque en verdad necesitaba solo alejarse unos momentos de la charla a la que varios de los caudillos intentaban atraerlo. Se alejó varios pasos y se acostó en el suelo, en un lugar con escasas piedras. Llevó sus manos detrás de la cabeza y cerró los ojos. Antes de darse cuenta, cayó en el sueño.

Sus patas se movían debajo de él: la tierra cruzaba a toda velocidad, árboles entrando y saliendo de su visión de manera borrosa. Por delante, un alce intentaba escapar. No era un macho adulto, sino un viejo que se había separado demasiado de la manada. Por eso no intentaba pelear; presentía que no le ganaría. Con un gran salto se aferró a sus cuartos traseros y hundió los colmillos en la carne: el animal soltó un sonido de dolor. Aún tenía algo de fuerza, y atinó a darle una patada que si bien no alcanzó su cabeza, si lo hizo soltarle. Pero sus colmillos habían sido profundamente enterrados, y el animal cojeaba mientras se alejaba con dificultad. Espero hasta que supo que ya no estaba en su campo de visión; se lanzó con rapidez por su costado y enterró los colmillos en el cuello. El alce se retorció, pero un movimiento de su boca vio abierta la vena del cuello. Mientras su presa se retorcía unos últimos momentos, sintió la sangre tibia inundando su boca.

Comió hasta saciarse, hasta que su estómago estuvo atiborrado de carne y su boca del sabor de la sangre. El amanecer despuntaba, y estaba a punto de volver con su compañero cuando escuchó en la lejanía un sonido que no era de los suyos.

Eran hombres.

Movido por la curiosidad, corrió en esa dirección, hasta detenerse en los límites del bosque. Una gran cantidad de hombres bordeaban los árboles entre los que observaba, ciegos a su presencia. Algunos iban a lomos de caballos, pero eran pocos contra los que caminaban. Muchos llevaban esas extrañas garras brillantes con las que peleaban. Algunas de las garras estaban adornadas con esos colores que los hombres usaban para separarse en manadas diferentes.

Abrió los ojos, sintiendo la somnolencia encima de su cuerpo y el sabor a sangre en su boca. Escupió y se levantó; acercándose al fuego casi moribundo arrojó leños nuevos para mantenerlo encendido. Mientras los suyos empezaban a despertar, desayuno en solitario y meditó sobre qué hacer. Cuando los últimos miembros de su grupo estaban en pie, se había decidido.

"Volved a Invernalia" anunció a los caudillos "No iré con vosotros" ante las miradas sorprendidas de muchos, se explicó "El ejército de Sigorn se acerca por el este; voy a ir hacia ellos" cuando algunos fueron a protestar, los calló con un gesto "Está decidido. Vuelvan al castillo e informen a los vuestros de los arreglos que hemos hecho: que sepan que ya tienen sus tierras y que pronto podrán recamarlas y asentarse" con esas palabras acalló al menos algunas quejas mientras levantaban su simple campamento.

Llevó a sus Guardias aparte antes de volver a hablar "Dos de ustedes vendrán conmigo a encontrar a Sigorn y al otro ejército. Uno debe volver con los demás a Invernalia y explicar mi retraso. ¿Quién va?" preguntó, mirando a cada uno.

Alysanne, Rijeth y Dormund se miraron entre sí. Al final, este último dio un paso al frente y asintió. Con un asentimiento propio, Jon aprobó su elección. Antes de que el sol hubiera terminado de separarse del horizonte, se habían separado en dos direcciones. Hacia el oeste iban Dormund, los caudillos, sus hombres de mayor confianza, y los mensajeros que Catelyn había enviado para mantenerlo al tanto de lo que había sucedido en Invernalia en su ausencia: en total, eran casi cien jinetes.

Hacia el este, apenas tres cabalgaban: Alysanne Mormont, heredera de la Isla del Oso.

Rijeth Wull, sobrino de Cubo Grande, el líder del Clan norteño de los Wull.

Y Jon Nie….Stark, Rey de Norteños y del Pueblo Libre.

Dos días de cabalgata dura los vieron cruzando el Cuchillo Blanco por el Puente del Agua Bellota, las aguas debajo rugiendo con estruendo el único sonido. El resto del tercer día corrieron contra el sol, y mientras ellos iban hacia el oriente, el sol lo hacía al Occidente. Y fue con las últimas luces que este daba antes de ocultarse que cruzaron a los exploradores de la vanguardia, la veintena de lanceros de los cuáles solo uno iba a caballo mirando atónitos no tanto por el trío de jinetes sino por el inmenso lobo huargo blanco que acompañaba al del frente, delatando su identidad más de lo que haría cualquier heraldo, mensajero o ejército.

Cuando contempló la larga columna que venía en su dirección, Jon sonrió y espoleó a su caballo; el pobre animal estaba cansado, pero pronto se aliviaría. Al acercarse reconoció muchos rostros: Helmat, la hija de Halleck, junto con la muchacha a la que tenía predilección….Crymea, creí recordar que se llamaba. Bargon Flint, uno de los nietos del anciano Flint que había sido asignado a Sigorn como un escudero, aunque dudaba que cualquiera de ellos tuviera conocimiento de lo que se supone que debía hacer un escudero. Y a su izquierda, en el puesto de mando, el más reciente Magnar del clan más fuerte de los Thenn, Sigorn.

Sigorn

Por un momento no creyó en sus ojos, pero era cierto. Allí estaba. El Rey. Era él, igual a la última vez que lo vio, con la excepción de la cicatriz sobre su ojo.

Antes de que pudiera hacer más que cerrar la boca y recuperar una postura más digna, el monarca había adelantado su corcel hasta que estuvo delante del suyo. Con las manos en las riendas, esperó.

"Rey" saludó, inclinándose lo mejor posible sobre la silla de montar. De reojo, vio que Bargon había hecho lo mismo, mientras Helmat y otros realizaban saludos menos ostentosos, inclinando las cabezas o golpeándose el pecho con el puño cerrado.

"Magnar" saludó él, su rostro solemne reflejando el suyo propio.

Se sintió a la vez orgulloso y dañado. El reconocimiento del Rey a su posición era algo a lo que daba la bienvenida, pero el sentimiento se agriaba al recordar lo que tuvo que perder para convertirse en el líder de su gente.

"Helmat. Bargon. Crymea, ¿verdad?" continuó saludando el Rey, ajeno a sus sentimientos "Seguidme" dijo al terminar, señalando a los cuatro. Sin una palabra, espoleó a su caballo y cruzó por su derecha, moviéndose junto a la columna. Aún algo confundido, Sigorn lo siguió junto a Bargon, Helmat y Crymea.

Lentamente, el monarca recorrió las filas con la mirada, su caballo caminando sin apuro. Sonreía y asentía en dirección a la columna, gran parte de la cual lo observaba con distintos grados de asombro y reverencia.

"Me han llegado historias de vuestro valor en el campo" empezó a hablar el monarca; en el silencio, su voz llegó muy lejos mientras su montura continuaba caminando "Feroz el ejército que tengo ante mí. Detenido en los vados…..para resurgir, con el valor que solo tienen aquellos que nacen libres, y derribar a quiénes se interponían en su camino" algunos gritos y muchos asentimientos surgieron entre las tropas, mientras Sigorn luchaba por mantener la frente en alto. El error en los vados aún horadaba profundo.

"Los conquistadores no de uno, ¡sino de dos castillos!" el incremento de la voz del Rey fue contestado con una oleada de vítores entre el ejército. Algunos golpearon sus armas contra los escudos, añadiendo aún más sonido a la cacofonía. El Rey esperó hasta que el estruendo se hubo reducido para seguir "Pronto, iréis a otro castillo. ¿Creen que podrán tomar ese también, o será mucho para ustedes?" preguntó.

"Mándanos, Lobo Blanco. El castillo será nuestro aunque haya que romper las puertas con los dientes" se jactó una mujer de las lanzas, una lanza en su mano y el extremo de un martillo de guerra asomando por encima de su hombro.

Las risas sonaron, y el Rey se unió de buena gana a ellos antes de responder.

"Los dientes estarán a salvo" dijo, mirando a la mujer de las lanzas pero dirigiéndose a todos "Habrá algo más confiable cuando se tenga que tomar el castillo" el silencio se prolongó unos segundos, con las miradas curiosas dirigidas al Rey aumentado en número "Yo" exclamó al fin.

Las sonrisas estallaron, y muchos gritos también. La perspectiva de luchar y conquistar con su Rey hizo maravillas entre el ejército. Sigorn mismo se emocionó ante la perspectiva, y a su lado Helmat esbozó una sonrisa feroz.

"Pero por ahora" continuó el Rey, al tiempo que alzaba las manos para pedir silencio "descansaremos. Quiero escuchar vuestros relatos de guerra" prometió.

Pero, cuando las columnas se rompieron y se empezó el proceso de armar el campamento, el Rey no se dedicó a escuchar, o al menos no a escuchar historias de guerra. Apenas hubieran dejado sus caballos en manos de otros para que pudieran darles comida, bebida y reposo, el Rey le encargó llevarlo hasta los prisioneros que habían sido rescatados de las mazmorras del Fuerte Terror. Aunque sorprendido, Sigorn asintió.

Cuán grande era la diferencia entre el Pueblo Libre y los arrodillados. Dónde los suyos vitorearon y se enorgullecieron con las palabras del Rey, los prisioneros sollozaron y retrocedieron como perros pateados. Aun cuando el Rey les aseguró que no serían dañados, que contaban con su favor y su gratitud por la lealtad demostrada a la Casa Stark, se mantuvieron en su mayoría alejados de él. La única excepción parcial fue una niña, la misma que habían interrogado luego de tomar Fuerte Terror, Beth si no recordaba mal. Aunque encogida y temerosa, mantuvo la vista fija en el monarca, y solo se estremeció un poco cuando él puso una mano en su hombro por un momento, antes de retirarla.

Cuando el Rey declaró que no perdería a los prisioneros de vista mientras acampaban, Sigorn mandó que crearan una hoguera a menos de doscientos pasos de distancia de ellos. A lo largo de la noche el Rey dirigió la mirada en esa dirección varias veces, y siempre con tribulación en sus ojos.

Alysanne

Había algo en marcha, estaba segura de ello. ¿Por qué sino el Rey Jon se desviaría tanto? Lo que se suponía que era un recorrido para asignar tierras a los salvajes se había tornado en un viaje mucho más lejano, encontrando a otro de los ejércitos en el Norte.

Y ahora, tras establecer el campamento, se encontraba cuidando la espalda del Rey mientras hablaba, primero con los comandantes del ejército, luego con los sirvientes y otros miembros de la Casa Stark rescatados, y luego con media docena de señores norteños menores que se habían unido a este ejército luego de la derrota de Roose Bolton en batalla.

Una vez que las palabras hubieron acabado, la comida siguió. Tras acabar, y rechazando la invitación de Lord Mollen para dormir en una tienda que parecía bastante acogedora, el Rey se recostó sobre una piel, y usando otra como manta, cayó en el sueño en pocos momentos.

Siguiendo sus órdenes, Alysanne se recostó no muy lejos. La dureza de la cabalgata del día, sumada a la de los anteriores, le costó caro. A pesar de su esfuerzo para mantenerse despierta un poco más, se encontró cayendo dormida en instantes.

Jon

Acostado a los pies de su compañero, podía sentir la calma que reinaba en este lugar. Todos dormían; no había un alma en pie.

Con la certeza que le otorgaban los sentidos de Fantasma, se levantó. En silencio esquivo varios cuerpos dormidos antes de inclinarse sobre uno que yacía de costado. Colocó con firmeza una mano en el hombro de Sigorn. Un momento después los ojos del joven Magnar se abrieron.

"No hagas ruido" le susurró en la Antigua Lengua, inclinándose para estar más cerca de su oído "Levántate. Llévame a ver el tesoro que encontraste en Fuerte Terror. Solo nosotros"

Aunque sorprendido, Sigorn se apresuró a obedecer. Mientras se ponía en pie, Jon envolvió su cabeza en un grueso rollo de tela de color negro, dejando solo sus ojos visibles.

El ejército dormido no notó cuando cruzaron a través de él: el silencio era roto por ronquidos de algunos y el chasquido de las hogueras cuando el fuego abría nuevas grietas en los leños que consumía.

No encontraron a nadie despierto hasta llegar a los carros. Los centinelas bajaron lanzas en ristre o los apuntaron con arcos, pero se calmaron al reconocer a Sigorn. Jon apenas los notó; estaba demasiado concentrado en los carros.

"¿Tantos?" no pudo evitar pensar.

Sigorn hizo un gesto en su dirección, pidiéndole que se acercara. O al menos así debía verse a ojos de los guardias; la verdad era todo lo contrario. No era el Magnar quién mandaba allí.

Subió a uno de los carros, mientas Sigorn lo seguía. Entre ambos, voltearon un gran cofre que estaba ante ellos. Al abrirlo, el brillo del oro los saludó gracias a la antorcha sostenida por uno de los guardias.

Jon contempló con sorpresa la gran cantidad de monedas que había en el cofre. Todo era oro: la plata era inexistente, y el bronce también. En un movimiento involuntario, cogió un puñado y las observó deslizarse por su mano antes de caer en el cofre. El movimiento rebeló un fragmento del valioso metal liso enterrado entre las monedas. Tiró de él y extrajo del cofre una copa hecha de oro puro. La acarició con un dedo, distraído.

"Todo el tesoro del Fuerte Terror está en estos carros, ¿verdad?" preguntó a Sigorn en voz baja. Siegerd se lo había dicho, pero quería una confirmación.

"Así es" respondió el otro hombre, continuando hablando en la Antigua Lengua.

"¿Cuántos carros?" murmuró, al tiempo que devolvía la copa al cofre y lo miraba.

"Cuarenta y dos, además de este" fue la respuesta.

Jon tragó, luchando con el asombro que buscaba escapar por su boca. ¡Cuarenta y tres carros! Miró al resto del contenido de aquel en el que estaba. Además del cofre abierto, había más de una docena cerrados, dos de los cuáles eran de la longitud del carro de un lado a otro.

Sin palabras, pero lleno de pensamientos, cerró el cofre y con la ayuda de Sigorn lo devolvió a su lugar en el carro. Hizo un gesto que esperaba no fuera perceptible para nadie más que Sigorn y esperó. Al poco tiempo, y tras una excusa de parte del Magnar, ambos se alejaban del botín y de los guardias que los custodiaban.

Cuando casi habían completado el camino de vuelta, detuvo a su compañero.

"No le hables a nadie de esto. Que quede entre nosotros" murmuró, al tiempo que quitaba de su cabeza el rollo de tela con el que se había cubierto. Sigorn asintió en silencio. "¿Dónde están las cartas y los otros papeles que encontraste en el solar de Bolton?" preguntó.

"Están entre mis posesiones" contestó, al tiempo que hacía un gesto con la cabeza.

"Mañana a la mañana lo mencionarás antes de que partamos. Fingiré indiferencia cuando lo hagas. Luego te los pediré, y me los entregarás. ¿Entendido?" explicó, y Sigorn asintió una vez más "Bien. Ahora vamos, antes de que noten nuestra ausencia"

Sansa

Cada día llegaban más historias acerca de su hermano. Medio Hermano. De lo que pasaba en el Norte.

Los salvajes arrasaban el Norte. Sus aldeas eran incendiadas de raíz y los habitantes usados a placer por los conquistadores. Invernalia se había convertido en una morada dónde se sacrificaban mujeres y niños para beber su sangre. Los señores que se oponían a Jon se ocultaban en sus fortalezas, debatiendo entre huir del Norte para siempre y envenenarse para no caer en manos de los salvajes. Manderly se había rendido al ejército salvaje y había entregado a su nieta para que fuera usada por los salvajes medio centenar de veces, antes de que la devolvieran más muerta que viva. Su hermano tenía una espada mágica de Acero Valyrio.

Había hablado discretamente con Lord Royce y Redfort. Bajo la apariencia de interesarse por la hija del primero y la posibilidad de convertirse en una acompañante, y por el hijo menor del segundo y su recién ganado el título de caballero, había sondeado a ambos usando las enseñanzas de Petyr.

Los resultados habían sido mejores de lo esperado: ambos parecían indignados por las historias que llegaban del Norte, y si bien no creían algunos de los relatos (como el de lo sucedido con la desdichada Wylla Manderly, o el de la espada mágica que porta su medio hermano) si estaban plenamente a favor de la idea de que debía hacerse algo. Royce en particular había afirmado con una pasión fervorosa que con gusto marcharía para expulsar a los salvajes del Norte, como sin duda Lord Eddard desearía desde el otro mundo.

"Pero no puede hacerlo. No lo hará, sin la aprobación de Robin, o más bien, de Lisa" en su cabeza aún resonaban los desvaríos aterrados de la hermana de su madre, preocupada de llamar la atención del bastardo salvaje hacia ella y su precioso hijo.

Y es por eso que estaba aquí, ahora, tocando una puerta para ver a una persona que no ansiaba, pero a la que necesitaba. Cuando se le dio permiso, respiró hondo antes de poner la mejor sonrisa que podía y entrar.

"¡SANSA!" chilló Robin con deleite, al tiempo que se levantaba y embestía contra ella. Colocó sus manos sobre sus hombros y los acarició, luchando contra un estremecimiento al sentir sin problemas los huesos debajo de las capas de ropa y piel. Era tan delgado….

"¡Hola, mi valiente señor!" dijo con una voz llena de falsa dulzura y emoción, inclinándose para besar sus mejillas. A Robin le gustaba cuando lo besaban "¿Cómo está el más valiente de todos hoy?" aduló.

"Aburrido. Madre no me deja salir al patio. Dice que enfermare con el frío" refunfuñó el niño "Estoy jugando" desde su posición con una mayor altura, Sansa efectivamente vio varios muñecos "¡Juega conmigo!" comandó, antes de sentarse en el piso y mirarla con impaciencia.

Reprimiendo una mueca, Sansa se sentó y preparó su mente para varias horas de tedio. Su asunción fue correcta; Robin era un versado empuñador de muñecos mientras otros niños de su edad hacían lo propio con espadas y escudos de práctica.

"Frágil, temeroso e incapaz de pelear: tiene más aspecto de titiritero que de señor" pensó, no por primera vez desde que conocía a su único primo. Aun así, se mordió la lengua durante un largo tiempo mientras el muñeco que sostenía simulaba ser una doncella atrapada en lo alto de una montaña, en un nido perteneciente a un águila gigante. Se suponía que el muñeco de Robin era el caballero que escalaba la montaña, rescataba a la doncella y luego domesticaba al águila gigante para usarla como montura para bajar con su amada.

Un juego infantil acabó y empezó otro. Cuando ese acabó, lo siguió un tercero. Y a través de todos ellos, Sansa sonrió, actuó y representó la compañera de juegos perfecta que su primo siempre quería. Alabó su coraje, le ensalzó por su virtud, y le destacó por su inteligencia. No suplicó en ningún momento, ni para intentar obtener lo que deseaba, ni para siquiera enfocar la atención de Robin dónde quería.

"Las lágrimas son el arma de una mujer" susurró esa voz que escuchaba en sus pesadillas. Reprimiendo un escalofrío, siguió jugando con su primo pequeño. Por fin, cuando el niño se cansó, Sansa sugirió que se recostara y durmiera un momento. Mientras se encaminaban al lecho, Sansa meditó fugazmente lo extraño que era que Lysa no hubiera venido a comprobar a Robin: la protección de su tía con su hijo bordeaba la locura.

"Una historia" demandó Robin en el instante en que su cabeza tocó la almohada.

Normalmente, las historias para dormir de Robin eran un asunto tedioso para Sansa, con su única esperanza siendo que se durmiera pronto, lo que lo sucedía si se había agotado con sus juegos. No le pasó desapercibido la ironía: hoy, necesitaba que estuviera despierto y escuchara con atención.

"Había un valiente caballero una vez" comenzó "Era alto como una montaña, grueso como un tronco, y con el corazón de un tamaño inmenso" para reclamar mayor atención, gesticulaba con sus manos sobre el personaje al que daba vida "Se llamaba….se llamaba Robald" el niño la miraba con los ojos bien abiertos. Perfecto "Robald siempre fue valiente. Cuando era niño, ayudaba a las doncellas siempre que lo hacían, y a veces cuando no lo hacían"

"¡Como hacen los caballeros!" chillo Robin, encantado "¡Los caballeros ayudan siempre!"

Qué ingenuo era.

"Robald siempre tuvo corazón de caballero, aún antes de ser uno. Le latía muy fuerte, y estaba lleno de valor. Aquí" dijo, tocando con suavidad el pecho de Robin "¿Quieres escuchar cuando venció a un gran ejército de monstruos?"

"¡Sí!" grito Robin, antes de agarrar a su muñeco favorito y apretarlo contra sí.

"Pues bien, estos monstruos estaban al norte del hogar de Robald, pero él sabía que hacían mucho daño a gente buena, así que se decidió a ayudarlos. Entonces él…."

Y mientras proseguía su historia y llenaba al niño con proezas y actos heroicos, Sansa no fue consciente de que a través de una rendija en la pared dos ojos la miraban, ni de la sonrisa de suficiencia que se apoderaba del rostro del que formaban parte.

Garlan

Una llamada de su abuela para reunirse con ella en sus habitaciones privadas era una prueba evidente de que los asuntos que allí hablarían serían de la mayor importancia. A diferencia de su padre, Garlan no esperaba nunca más que lo necesario en este tipo de encuentros.

"Padre estará muy ocupado pretendiendo ser quien gobierna los Siete Reinos. ¿O serán los Cinco Reinos?" con la rebelión dorniense en el sur y la invasión salvaje en el Norte, empezaba a sonar ridículo hablar de Siete Reinos, no importa cuántas veces se nombraran así a las tierras que gobernaban su hermana y el niño rey con el que estaba casada.

Al llegar a la puerta la vio flanqueada por los dos guardias gigantes de su abuela; eso solo habría matado cualquier diminuta duda de que ella no estuviera allí. Sin esperar, abrió sin tocar y entró.

Su abuela estaba sentada en el balcón, con una pequeña mesa al frente en la cual había varios bocadillos. Al otro lado de ésta, había una silla vacía. Sabiendo bien lo que se esperaba de él, Garlan se sentó, quedando en igualdad de términos con su abuela, solo separados por la mesa que había entre ellos.

Olenna miraba a la ciudad, un ceño fruncido que era muy usual en su rostro. Lo que no era tan usual era ese silencio, como si no supiera que decir. Dudaba que fuera el caso con la afamada Reina de las Espinas.

"¿Ya estás listo? ¿Para perder algunos dedos y las orejas por congelación?" escupió su abuela con su usual mordacidad en su tono.

"Estoy listo para hacer lo que es necesario" respondió con calma pero con firmeza.

"Y con los Hijos del Hierro plagando nuestras aguas y amenazando Antigua, ¿te parece necesario distraerse con el Norte?"

Garlan no respondió, no es que su abuela lo esperara de todas formas.

La Reina de las Espinas continuó "El Norte…Aegon el Conquistador debía estar loco cuando se interesó por ese yermo helado sin fin. Y tu padre es un tonto por involucrarnos en eso" La mirada de Olenna no se suavizó un ápice, pero lo contempló por un largo momento "Sobre todo a ti"

La única respuesta de Garlan fue enarcar una ceja.

"Willas está solo, y tú sabes sobre los gustos de Loras" le regañó su abuela "Eres el único de mis nietos que está bien casado: eres la mejor esperanza para el nombre Tyrell en este momento" La mirada en los ojos de su abuela era aún más afilada que de costumbre "Si algo te pasa, el nombre Tyrell está tan bien como acabado"

Ante esta posibilidad, Garlan tragó saliva. No tenía miedo a la batalla, y aunque amaba a su esposa, no le preocupaba morir y dejarla sola tanto como tenerla atada a un cobarde o un incompetente en la lucha. Pero el final de su Casa si le aterraba.

"Nada me pasará. Un ejército entero se interpondrá entre el peligro y yo" afirmó, seguro de sus palabras "El bastardo de Eddard Stark no puede hacer nada contra los Tyrell"

"¿Y si no fuera él solo?" preguntó Olenna "Sansa Stark está en el Valle. Royce y muchos otros señores han jurado protegerla del Trono. ¿Qué pasaría si los convenciera de unirse a Jon Nieve?"

Ese escenario…era preocupante. Garlan no temía a los salvajes, pero los Caballeros del Valle eran un asunto completamente diferente, sobre todo si les dieran caza luego de que se hubieran cruzado la Encrucijada. "Si los salvajes nos combatieran por el Norte y el Valle nos golpeara por la retaguardia, nos aniquilarían"

Pero tenía motivos para dudar de que pasara.

"Jon Nieve se ha hecho con el control del Norte, aunque Sansa Stark es la legitima heredera después de la muerte del Joven Lobo. ¿Por qué ayudaría a quién le arrebata su herencia? Además, no tiene nada contra los Tyrell"

Su abuela…miró al suelo. La sola acción, el evitar su mirada (o la de cualquiera para el caso) fue tan sorprendente que lo dejó sin habla. Pero duró solo un instante, y al encontrarse con su mirada de nuevo, volvía a ser la Reina de las Espinas. Con un dedo nudoso, le indicó que se acercara.

Garlan se inclinó sobre la mesa y escuchó con creciente consternación mientras su abuela le relataba una historia de una boda, una redecilla para el cabello y un sinsonte que miraba desde las sombras.

"Dioses" fue lo único que pudo pensar, antes de que su mente empezara a correr con las posibilidades. Si el rumor empezaba a esparcirse…no, eso no era preocupante. Las personas que lo sabían con certeza (el mismo incluido ahora) no dirían una palabra, y Sansa Stark podría ser pintada como una traidora que intentaba culpar a otros por un crimen del que se acusaba a su esposo, el Gnomo. No era ese el problema.

Pero para que se pudiera calumniar a la muchacha, debería decirlo, lo que implicaría que lo supiera. ¿Lo hacía o no? ¿Sabía que sin consciencia había jugado un papel en el asesinato de un monarca? ¿Qué, de cierta manera, era una Matareyes?

"¿Por qué?" preguntó entonces, luchando por mantener una voz tranquila y baja. Tenía náuseas.

"El Gnomo, como Maestro de la Moneda, le había arrebatado a Baelish el puesto del que se había valido durante años para robar oro. Más que eso, había empezado a investigarlo; si las historias se hubieran esparcido, Baelish se habría visto comprometido. Con el Gnomo muerto, la amenaza acababa"

"¿Y nuestra parte?" Garlan tenía suficiente inteligencia para saber que su abuela no se involucraría con alguien como Baelish sin una ganancia sustancial.

"Mantener a tu hermana a salvo de esa bestia" es decir, Joffrey "y liberar a Sansa Stark para casarla con alguien mejor. Como tu hermano" la voz de Olenna era tan baja que parecía el susurro del viento.

Eso era…..un buen plan. La chica era de la familia más antigua de los Siete Reinos, y una dama perfecta además. Habría podido ser una magnífica Dama de Altojardín, y un ejemplo como esposa para Willas.

"Ahora lo entiendes. La niña tiene un muy buen motivo para desear vengarse, y es lo suficientemente encantadora para poder convencer a los señores del Valle, la mayoría de los cuales son viejos amigos de su padre. Si lo sabe, puede ser un gran problema para nosotros"

Y eso es todo. Prometo subir el próximo capítulo tan pronto esté listo y pueda, porque acá estamos con muchos cortes en la luz debido al calor del verano y al gran aumento en el consumo.

Cuídense del tres veces condenado virus. Un abrazo, y hasta la próxima.