Hola a todos, si es que aún siguen aquí. Sé que ha pasado mucho tiempo, pero mi vida ha sido una montaña rusa este año, y la última vez que estuve presente fue cuando estaba en posesión relativamente de mis facultades y capacidades mentales. En fin, aquí les dejo un nuevo capítulo: ojalá les guste y me tengan paciencia, porque no podría dar fecha del próximo ni aunque fuera totalmente optimista.
Disclaimer: todo lo que puedan reconocer pertenece a G.R.R. Martín. Yo solo lo uso para entretenerme y tratar de entretener a otros.
Jon
Jon hubiera preferido salir al amanecer: el sur lo esperaba, y aunque sabía que al final de la marcha habría sangre y muerte, sentía que debía correr a buscarla en sus términos, antes que en los de sus enemigos.
Sin embargo, el Cuello era un territorio muy diferente a las vastas llanuras boscosas y montañosas del norte. El terreno era húmedo e inestable, y las nieblas se engrosaban con la falta de luz; caminar a través de él sin luz, o solo con la luz de antorchas, era demasiado arriesgado. Por lo que debió esperar hasta que el sol se hubiera elevado del horizonte y las nieblas se hubieran disipado lo suficiente para seguir el angosto camino por medio de los pantanos sin fin que se extendían ante ellos.
"Recordad: nada de salir del camino. No importan las circunstancias, permaneced dentro del camino" fueron las palabras que pronunció docenas, si no cientos, de veces mientras se preparaban para partir.
Las pronunció a quienes abrevaban a los animales, a quienes protegerían el convoy de suministros y a quienes irían en la vanguardia. A viejos y jóvenes, a hombres y mujeres, a gigantes y cambiapieles.
Por fin, cuando el ejército ya estaba listo, se dirigió a su montura. Su Guardia Personal lo rodeaba, y aparte de ellos había una solitaria figura parada, que no apartó su mirada de él desde que lo vio.
"Un lacustre" supo Jon, su mirada pasando por las ropas simples que recordaban a los pantanos del Cuello y el rostro cubierto de una pasta que asemejaba al agua estancada de las marismas, deteniéndose brevemente en el arco y las flechas que asomaban por encima de sus hombros, y los dos cuchillos curvos en la cadera, la bolsa de piel y la cerbatana que estaban unidas a su cinturón.
"Alteza" dijo el hombre en cuánto Jon se acercó lo suficiente para oírlo, al tiempo que inclinaba la cabeza.
Desde tan cerca, Jon notó que era un hombre adulto, las hebras de cabello castaño atadas en un moño a la nuca dejando al descubierto un rostro en el que empezaban a notarse las arrugas de la edad "Habla" le dijo, tomando nota que, a pesar de su edad, el hombre era pequeño, más que él.
"Lord Reed envía disculpas por no haber podido asistir como pedisteis" dijo el lacustre "Envía palabra de que, si lo deseáis, os encontrará en el camino en unos pocos días"
"Lo deseo" respondió Jon al instante "Dile a Lord Reed que su rey está ansioso por conocerle" dijo, antes de hacer un gesto en dirección al hombre, que asintió sin dudar.
"Entregaré el mensaje" dijo el hombre, y tras inclinar la cabeza una vez más, salió corriendo en dirección a los pantanos. Para cuando Jon subió a su montura, el mensajero se había desvanecido en el Cuello.
Jon se perdió en sus pensamientos sobre Lord Reed, y solo escapó brevemente de ellos cuando paso por Foso Cailin, seguido por su ejército. Las almenas de las torres estaban llenas de hombres, y por cada trampilla y tronera asomaban rostros para observar su paso. Todos los que no consiguieron un lugar dentro de las torres miraban desde el exterior; lo saludaron, gritaron su nombre, lo llamaron Rey, Lobo Blanco, Maldición de los Bolton, Pesadilla de los Arrodillados, y una docena de nombres más. También gritaron saludos y despedidas a sus amigos y parientes, así como a caudillos y otros hombres y mujeres que conocían. Unos pocos bromearon en voz alta. Jon, por su parte, solo sonrió ligeramente y se aseguró de mirar a cuántos pudiera, aparentando la seguridad que necesitaban ver.
"Esto es todo" pensó, mirando a un trío de mujeres de las lanzas con cabellos largos de color oro, hachas cortas en las caderas y ojos que lo miraban y sonreían con una mezcla de orgullo y lujuria "Setecientos guerreros. Esto es todo lo que se interpondrá entre los leones y mi reino si fracaso" doscientos arqueros y quinientos lanceros, dirigidos por dos caudillos menores, un señor norteño menor y un caballero recomendado por Marlon Manderly "Un mando unificado sería mejor" pero eso no era posible, tanto por el grado de confianza entre norteños y Pueblo Libre como por el presentimiento que no dejaba a Jon en ningún momento.
El presentimiento de que necesitaría a todos los guerreros y líderes competentes que pudiera obtener.
Y a Reed. Tal vez lo necesitaría a él más aún que a los demás.
Jon esperó a Reed a lo largo del día, mientras marchaban a través de un sendero estrecho y húmedo que pasaba por todo tipo de paisajes. Bosques de árboles sin hojas y con las ramas llenas de líquenes y moho colgante, grandes estanques y lagos de aguas verdosas y estancadas, parches de lo que parecía hierba creciendo sobre tierra firme, y más. En ningún punto Jon se alejó del camino, y en más de una ocasión grito y reprendió a quienes lo hacían o se quejaban al respecto.
La impaciencia de Jon creció a medida que Reed no aparecía a lo largo del día. Vio decenas de lacustres, mayormente en los tramos más peligrosos del camino, pero ninguno era Reed, ni venía con un mensaje del señor: simplemente les advertían de los lugares peligrosos y se aseguraban de que nadie se acercara a dónde no debía.
Cuando se detuvieron, a poco de que el sol tocara el horizonte, Jon luchaba contra su temperamento. Estaba impaciente, molesto, nervioso. Impaciente por hablar con Reed. Molesto por la ausencia del señor y la falta de especificidad sobre el encuentro que proponía. Y nervioso por la idea de que él y su ejército debieran pasar la noche en tales circunstancias.
Tales circunstancias era en medio del camino, sin posibilidades de erigir tiendas por falta de tierra firme, y con escasos fuegos, ya que la madera seca en semejante lugar era tan escasa como el acero valyrio. Debían conformarse con sus escudos y pieles a manera de lechos, y una hoguera moribunda si tenían suerte.
Tales circunstancias era con miedo a que los caballos, o peor aún, los mamuts, fueran asustados por alguna criatura del Cuello. Si sus animales se desbocaban podrían correr por los pantanos o aplastarlos bajo sus cascos en medio de su frenetismo. No estaba seguro de cuál posibilidad le preocupaba más.
Tales circunstancias era con las nieblas, o más bien vapores, de los pantanos rodeándolos de tal manera que luchaban por ver más allá de unos pocos pasos. Jon mismo tenía al alcance de la vista de uno de los lugares de dónde surgían, un pequeño parche de agua que, al contrario de otros, parecía soltar los vapores mientras burbujeaba ocasionalmente, como si estuviera hirviendo.
Tales circunstancias era con el miedo y la incomodidad que todos sentían, estuvieran dispuestos a admitirlo o no.
"¿Recordarán a Robb y el fracaso de su campaña?" pensaba Jon al mirar a los norteños "¿Recordarán las tierras en las que nacieron, y pensarán en lo lejos que están de ellas?" cavilaba al ver al Pueblo Libre.
Perdido en sus cavilaciones y en sus miedos, casi no durmió. No era como si el lugar lo permitiera, de cualquier forma.
Rompió su ayuno con agua y carne salada antes de recorrer su ejército, examinando su estado luego de pasar una noche en el cuello. Las ojeras y las expresiones de cansancio eran más numerosas de lo usual, pero su gente aguantaba bien. No pudo más que sentirse agradecido y dar una pequeña plegaria a los Dioses Antiguos para que se mantuvieran así.
Tan pronto como el sol estuvo lo bastante alto para despejar las nieblas que cubrían el camino, se encontró cabalgando de nuevo a la cabeza de su ejército, en dirección al sur.
Forley Prester
"¡No se retrasen!" gritó en cuando vio al carro quedar atascado en el lodo. El conductor espoleó a los caballos con fuerza y luego de una espera, en la cual varios otros carros conteniendo flechas de repuesto lo adelantaron, salió de su atasque "Siete infiernos" murmuró entre dientes al ver que un par de barriles de la parte posterior caían al lodo por el repentino movimiento.
"Con su permiso, me encargaré de esto" dijo William desde su montura, junto a la suya.
"Hazlo" dijo, y dejando la situación en manos del hombre de armas, espoleó a su montura para revisar el cruce que tenía lugar más al sur.
Tal como esperaba, el lugar era un caos. Los caballos luchaban por avanzar, los carros y carretas que tiraban se golpeaban entre sí. A ese desastre se sumaban hileras de soldados dirigidos por hombres incompetentes que aumentaban el desorden. Todo eso mientras cientos de voces proliferaban con órdenes por doquier, todas tan altas que difícilmente alguna podría ser escuchada, y menos aún seguida.
"Por todos los dioses" murmuró entre dientes, al tiempo que se quitaba el casco "Si así fue el cruce de Rhaegar, no es sorpresa que le derrotaran"
El Vado Rubí era un lugar al que no ansiaba volver nunca más. El ancho río, unión de los tres Forcas, era bajo pero rápido en este punto. Las piedras sueltas y las corrientes esporádicas acababan con cualquier esperanza de mantener el equilibrio, y el arrastre ocasional de troncos caídos o ramas sueltas que venían de los bosques corriente arriba no hacía más que empeorarlo todo.
¿Cuánto maldito tiempo les tomaría cruzar a todo el ejército? Si ya era difícil que los veteranos experimentados no se dispersaran y enredaran entre sí, los reclutas y levas inexperimentadas bien podrían terminar en la orilla equivocada luego de luchar por horas para moverse.
Pasando una mano por su cabeza calva, maldijo una vez más. Maldijo a Garlan Tyrell por llevarlos por este sitio, maldijo a Ser Kevan Lannister por ponerlos a todos bajo el mando de la rosa, y maldijo al Camino Real por pasar por este maldito lugar.
Al anochecer, se encontró sentado no en la silla de montar, sino en un taburete enfrente del fuego en el que se cocinaba su cena. A su alrededor, sus hombres hablaban entre sí mientras esperaban que sus propias comidas estuvieran listas. En sus manos llevaban pellejos y tazas de madera con agua para matar su sed; conocían lo suficiente de su temperamento para arriesgarse a despertarlo bebiendo vino.
Sus pensamientos estaban en el Tridente, cuyas aguas amenizaban la noche con un murmullo; solo la mitad del ejército había cruzado antes de que la noche cayera y se decidiera seguir en ello por temor a corrientes traicioneras o piedras sueltas. Incluso en esos momentos, había carros de provisiones que estaban atascados en el cruce, intentando avanzar.
"Mi señor" una voz lo llamó, y al girar la cabeza, Forley vio a su escudero parado a su lado, con una mirada determinado.
Sabía a qué había venido, y no se hizo esperar "Dímelo"
"Los hombres del Dominio maldicen el cruce accidentado del Tridente; están bebiendo vino y dándose un festín con carne para olvidar sus penas. Algunos también juegan justas"
"Niños del Verano" pensó con desagrado "Jóvenes idiotas con la cabeza vacía de sentido y llena de ilusiones" los dioses lo libraran de tales tontos.
"¿Y qué hace nuestro comandante al respecto?" preguntó ahora.
El muchacho extendió las manos en gesto impotente "Doblo la guardia antes de presentarse en el lugar. No los detiene, pero se mantiene más enfocado que ellos. O….al menos eso parecía" las últimas palabras fueron dichas sin certeza, como si no pudiera decidir si Garlan Tyrell lo aprobara o no.
Forley pasaba por un dilema similar. No detener tales frivolidades inútiles hablaba de una carencia en cuanto a la dureza que hacía falta para dirigir un ejército, pero aumentar la guardia denotaba una cabeza pensada para la guerra. Solo se sumaba a una larga serie de contradicciones que había en su cabeza.
"¿Qué hay de los demás?" preguntó ahora al muchacho, eligiendo esas palabras para ver si podía captar lo implícito en ellas.
"Algunos hombres del Oeste y de la Corona se mezclaron con los del Dominio para divertirse o ver las justas, pero la mayoría se mantienen juntos" el muchacho se detuvo un momento antes de seguir, su expresión tornada en una más grave "Los hombres de la Fe están distraídos. Algunos pelean entre ellos. Otros salieron del campamento"
Si hubiera estado en su derecho, Forley habría cazado a esos estúpidos y les habría desollado la espalda a latigazos. Pero tal como estaban las cosas, solo pudo morderse la lengua con fuerza para no dar a sus hombres más pruebas de las necesarias sobre lo que ya sabían todos: que los hombres enviados por ese maldito Gorrión eran una plaga y un lastre más que cualquier maldito tipo de ayuda.
Con un gesto y una palabra de agradecimiento, despidió a su escudero para que fuera a descansar. Poco tiempo después, comía su cena y luchaba por ignorar los sonidos de justas y diversión que llegaban desde la lejanía, todo con el ceño fruncido. Ceño que solo se amplió cuando tres jóvenes caballeros del Dominio cruzaron con un odre de vino en la mano y risas ebrias en los labios.
"Imbéciles" pensó antes de dirigirse a su pequeña tienda para dormir. Presentía que el día siguiente sería tan largo como el actual, y necesitaría sus energías para aguantarlo.
Ygritte
Había conseguido un lugar con una buena vista y cubierto. Desde allí, observó con expresión de piedra como los hombres se preparaban. Treinta norteños, todos montados, partirían a Puerto Blanco con las noticias de la llegada de los arrodillados del Valle en las próximas semanas.
Y al frente de ellos iría Brynden Tully.
Ygritte se encontraba en conflicto sobre sus sentimientos al ver partir al tío de Catelyn. Por un lado, se entristecía un poco, todo debido a la mujer que amaba, sabiendo que ella no estaba feliz de separarse de su único familiar de sangre. Por otro lado, Ygritte estaba feliz de verlo irse. El hombre era un perro malhumorado que descubría los dientes cada vez que la veía. Solo sería cuestión de tiempo para que mordiera, y se conocía lo suficiente para saber que no respondería bien.
Cuando el Pez Negro se perdió a través de las puertas, seguido de los norteños, Ygritte suspiró, y aunque no era su deseo, su mente recordó lo ocurrido tres días atrás.
Le parecía estar abriendo nuevamente la puerta del solar, solo para ver a Catelyn llorando en brazos de su tío. La ira, la confusión y la preocupación luchando en su interior sin un ganador claro, solo para que al notarla, Catelyn la abrazara con fuerza y le susurrara al oído que era cierto, que los rumores de su hija, la hermana de Jon, estaba en el Valle eran verdad.
Luego de eso, las cosas se habían movido con rapidez. Catelyn había escrito respuesta a las cartas y las había dejado en manos de su tío. Mientras el hombre se iba para verlas enviadas con cuervos, Catelyn le explicó mejor las cosas y, a petición suya, le leyó la carta que había recibido.
Pero la reacción de ambas fue muy diferente. Mientras que Catelyn volvió a sonreír y desviar su atención hacia su hija, Ygritte hizo lo propio con las palabras de la carta. Incluso ahora se enfurecía al recordarlas.
…Demandamos un paso seguro… ¿Quién rayos eran esos arrodillados para pedir con tanta arrogancia? Se lo hubieran dado de todas formas, pero eso no significaba que pudieran ser unos imbéciles exigentes.
…discutir una serie de cuestiones directamente relacionadas con el Norte….Jon y los demás harían mejor en discutir el destino del Norte con los caballos y los perros. A diferencia del Valle, los caballos y los perros habían contribuido a la liberación del Norte.
…firme aliado del Valle…. Esa era la parte que más la había molestado, y apostaba que su enojo solo sería una sombra del de los norteños si llegaran a saberlo. La pura hipocresía de las afirmación…¿Aliados? Ellos no eran aliados. No eran enemigos, pero aliados era una palabra que tampoco los definía. ¿O acaso los aliados se encerraban y abandonaban unos a otros ante una amenaza? No podía ver a Jon haciendo eso si la situación fuera al revés. No, Jon nunca abandonaría a alguien de la forma que los arrodillados del Valle habían abandonado a su hermano y a su gente.
"Igual que no nos abandonaría a nosotros" pensó para sí, al tiempo que llevaba una mano a su vientre. Una sonrisa se abrió paso en sus labios. Sus dudas en cuanto a esa cuestión ya casi no existían "Un día más, y lo daré por seguro" si no sangraba para el anochecer del día siguiente, sería el tiempo suficiente. Estaría segura de haber concebido otro bebé.
Otro cachorro. Otro pequeño…..un pequeño que se formaría en su vientre y con el que debería cargar sin contar con Jon. Y tal vez incluso dar a luz….no. Eso no podía ser. No podía.
"Vuelve, Jon" fue su pensamiento, al tiempo que sentía la tristeza llenar su corazón "No estuviste cuando nació Minisa. No puedes hacerlo otra vez…..no puedes hacerme esto otra vez"
Kevan Lannister
Con un suspiro, dejó la carta en el escritorio, cerrando los ojos para dejar que el alivio primario lo llenara por primera vez desde que hacía mucho tiempo.
Tarly había tenido éxito en repeler a los Hijos del Hierro de Antigua. Había abandonado algunas de las defensas más importantes de la ciudad sin pelear para atraerlos y había logrado acabar con un gran número de ellos en una emboscada. Más aún, la deserción entre la Flota del Ojo de Cuervo, junto con los asesinados por Tarly le había costado al retorcido hombre casi un tercio de sus fuerzas. Los reportes hablaban de que estaba retirándose de Antigua y volviendo a una serie de pequeñas islas frente a la Desembocadura del Aguamiel.
No era el fin de los Hijos del Hierro, ni siquiera se acercaba, pero les otorgaba más tiempo, y era algo por lo que estar agradecido.
"Aún podemos lograrlo" pensó, su resolución incrementándose "Sostendremos el trono" era el objetivo de su familia desde hace décadas, desde que Tywin se convirtió en el señor de su casa. Tywin ya no estaba, pero protegería su legado.
Demostraría que los leones son los amos de Poniente, y que todos se inclinan ante su rugido. Calamares, serpientes, y lobos.
"Vénzanlo" murmuró entre dientes, sus pensamientos en el ejército que marchaba hacia el Norte "Venzan al bastardo y a sus salvajes" una vez que ellos cayeran, pacificarían el Norte y luego se volverían hacia el sur.
Lo lograría. Conservaría el prestigio y el poder de su familia, y cuando le llegara su hora, iría a reunirse con su hermano y sus antepasados con la cabeza en alto.
Val
Val nunca había conocido un terreno más atroz que el Cuello. Lo supo antes de pasar su primer día en él, y ahora estaba más segura que nunca de ello.
Llevaban tres malditos días atravesando estos pantanos que parecían no tener fin, luchando por avanzar. Se habían elevado a tierra casi seca y lista para detenerse a descansar un momento, para luego verse hundidos hasta las rodillas en aguas fangosas y estancadas. Habían estado lidiando con troncos hundidos, pastizales de hierba que les llegaban hasta los hombros, aguas estancadas y vapores con olores nauseabundos.
Era un milagro que nadie hubiera muerto todavía.
"Un milagro o ellos" pensó, cruzando junto a otro lacustre, la altura que le daba estar sobre la silla de montar y la manera en que el hombre iba vestido haciéndole recordar las historias de su madre sobre los diminutos Hijos del Bosque "Estos son más hijos del Pantano" pensó no con crueldad, sino con simple sentido común.
Los lacustres habían flanqueado el camino del ejército cada día, previniendo en los tramos más peligrosos del camino y, sospechaba, manteniendo a los animales del Cuello relativamente apartados de la inestable y serpenteante senda que los veía avanzar a través del accidentado terreno. Más allá de algunas serpientes en los árboles y un solitario lagarto león que los había observado desde la distancia con ojos astutos, no habían enfrentado mayores peligros. Algo por lo que todos estaban agradecidos, pero ninguno tanto como Jon.
Agradecido pero impaciente.
Lo había notado, al igual que Tormund, Harma, Cubo Grande, su abue…..Mors, y los otros líderes. Incluso Harrion Karstark, que se mantenía alejado de Jon tanto como podía, había murmurado algo (no a ella) sobre el rey mirando a su alrededor cada pocos momentos, como esperando algo.
"No algo. Alguien" había pensado Val en ese momento "Reed"
El señor era tan escurridizo como las víboras que habían visto durante la marcha; un pequeño hombre que al no aparecer parecía jugar con el temperamento de Jon, inflamándolo con cada día que pasaba y volviéndolo aún más meditabundo y serio que de costumbre.
Lo que le preocupaba era que Jon, tan centrado como estaba por la ausencia de Reed, descuidara otros asuntos en torno del ejército.
Uno de ellos era la creciente cantidad de murmullos entre los norteños sobre cómo tomarían Los Gemelos. Durante sus caminatas los había escuchado hablando entre sí, discutiendo sobre los castillos. Los restos del ejército del Joven Lobo en especial se veían reacios a la idea de volver a un lugar tan maldecido en sus recuerdos, lo que por parte suya era inevitable.
Lo que si era evitable, y que le gustaría evitar, era que estos hombres dañaran la moral del resto del ejército con sus comentarios sobre el tamaño de las murallas, el grueso de las puertas y otras cosas sobre el maldito castillo.
Bran
Se dirigieron hacia el este durante tres días, y al final de cada uno de ellos, Hoja le fue enseñando nuevos momentos de la historia de ese niño y la loba.
En la segunda vez que los vio, la loba amamantaba al niño de su pecho. La leche era bebida con avidez por el pequeño, la suficiente para que algunas gotas blanquecinas mancharan su barbilla y su pequeño torso desnudo. La cueva era una diferente a la anterior, un lugar más cálido y en el que no había rastro del cuerpo de la madre del niño.
En la tercera ocasión, Bran contempló como la loba se paraba protectoramente frente al niño dormido, escudando su pequeño cuerpo de un lobo huargo diferente, un macho de pelo negro moteado de gris. Ambos animales se gruñían enojados, ocasionalmente lanzándose dentelladas entre sí. Pero al final el macho se alejó, y la loba volvió con el niño aún dormido.
La última visión, que contempló la noche anterior, mostraba al niño riendo mientras era lamido por dos pequeños cachorros de huargo, del mismo tamaño que Verano y sus hermanos habían sido una vez. La madre los observaba, atenta, mientras el otro huargo, que Bran sospechaba que era el padre de los cachorros, estaba enfurruñado en un rincón de la cueva.
Esa noche acamparon y comieron manzanas silvestres y moras, junto con carne de conejo asada. La hoguera era un punto de luz en medio del océano de oscuridad que los rodeaba. Incluso el cielo estaba oscuro, la luna y las estrellas ocultas y con ellas la luz que traían.
A la luz de las llamas los grandes ojos de los Hijos eran brillantes; todos guardaban silencio mientras comían, lanzando miradas ocasionales en su dirección o en la de Meera, que comía sentada con las piernas cruzadas y la lanza reposada encima de ellas. Sus ojos estaban enrojecidos por haber dormido poco la noche anterior. Verano había partido hacia el sur para cazar, y Bran no tenía idea de hasta cuando volvería.
Sin palabras, Hoja le pasó el cuenco. Lo llevó a los labios y bebió.
Se encontró en los lindes de un bosque de pinos. La nieve cubría el suelo, una inmensa cantidad que se incrementaba a cada momento, puesto que seguía cayendo del cielo cubierto de nubes oscuras.
Bran miró en la misma dirección que Hoja, al Norte, creía. No habló, aunque deseaba preguntarle a la Hija del Bosque que debían ver. ¿Volverían a ver al niño y a la loba?
Por un tiempo no pasó nada; simplemente siguieron allí, parados en medio de un lugar desolado mientras la nieve seguía cayendo. El fuerte viento del norte complicaba la visión más allá de unos pocos pasos. Bran estaba a punto de darse por vencido cuando pasó.
Una sombra se vio en la lejanía, y así permaneció, lejana, por mucho tiempo. Pero mantenía su forma, y eventualmente, Bran notó que se hacía más grande. Se estaba acercando.
Por fin, en medio de la nieve y el viento feroz, Bran comprendió que no era una persona. Era un grupo de personas. Varias docenas de ellas, cubiertas de pies a cabeza con pieles y lana. Solo sus ojos eran distinguibles, pozos grises y oscuros llenos de una mezcla de sufrimiento y resignación. Por sus tamaños, Bran distinguió a los adultos de los niños. También había algunos perros con ellos, junto con un par de ovejas solitarias. Los animales estaban tan flacos que parecían listos para morirse.
Era una imagen que daba lástima. Las piernas y patas se hundían en la nieve mientras personas y bestias luchaban por avanzar, en el caso de los adultos hasta las rodillas y en el de los niños aún más arriba. Los perros seguían los surcos dejados por la gente, ya que las paredes de nieve los cubrían por completo de la vista.
Por fin, la gente se detuvo junto al bosque. A menos de 100 pasos de dónde estaban él y Hoja. Algunos empezaron a levantar toscas tiendas que se bamboleaban en el viento, mientras los otros abrían bolsas y desenrollaban fardos.
Se acercó, con Hoja a su lado, y vio a la gente sacar raciones pequeñas, diminutas, de comida y agua. Los rostros que descubrieron antes de empezar a mordisquear la escasa comida mostraban marcas de hambre y cansancio.
"Parecen más muertos que vivos" reflexionó Bran.
Fue apartado de sus pensamientos por la mano de Hoja tirando suavemente de su manga. La miró, y Hoja, sin devolverle la mirada, señaló con su otra mano a una figura solitaria que se encaminaba hacia el interior del bosque, alejándose de los demás. Nadie pareció llamarla, pero Bran se sintió interesado y al poco tiempo daba zancadas para alcanzarla, seguido por detrás por Hoja.
Junto a un grueso pino de aspecto envejecido, la figura se detuvo y se recostó, antes de descubrirse el rostro.
Bran contempló a una mujer joven, con rostro algo alargado y ojos de color marrón claro. Sus rasgos denotaban tristeza, y su cabello oscuro, incluso con varios nudos mal hechos en lo que parecían trenzas, relucía y se agitaba en el viento helado del norte.
La mujer respiró hondo varias veces, con los ojos cerrados. Los volvió a abrir y un momento más tarde se dobló por la mitad, mirando hacia el suelo y con una mano sobre la boca. Aún con el aullido del viento en los oídos, Bran no tuvo problemas en escuchar las arcadas.
Pero entonces, otro sonido cortó el aire. Un sonido suave como un susurro: la presión de un cuerpo sobre la nieve.
Al parecer, la mujer también lo escuchó, ya que levantó la vista, aún con la mano sobre su boca, y la fijó en un pequeño ser que la observaba desde su lugar, junto a otro árbol.
Bran lo reconoció al instante. Era uno de los cachorros de lobo huargo de las visiones anteriores. Uno de los compañeros del bebé, y una de las crías de la loba huargo que había encontrado al bebé.
En un instante entendió que allí debían estar los otros lobos, muy cerca de esta mujer. Pero la mujer no lo sabía, ya que en vez de alejarse del pequeño huargo se empezó a acercar a él con pasos lentos, sin apartar sus ojos del pequeño animal que la contemplaba sin maldad, al tiempo que acercaba una mano con lentitud a su espalda, dónde un cuchillo curvo y de aspecto tosco era visible.
"Su gente se moría de hambre, y no pudo resistir la tentación de una presa" susurró Hoja a su lado, su mirada perdida en las dos figuras.
Por fin, cuando la mujer estaba solo a unos pocos pasos, su mano sosteniendo firmemente la daga y ocultándola tras su espalda, el pequeño cachorro sintió que estaba en peligro y empezó a correr. La mujer saltó tras él, extendiendo la mano libre para atraparlo. Falló y cayó en la nieve, pero uso sus manos y pies para levantarse con rapidez y empezó a correr tras el pequeño animal a través del bosque.
Antes de que se perdieran de vista, Bran se dispuso a correr. Pero la mano de Hoja lo detuvo antes de que diera un paso. La miró, frenético por preguntarle si no debían seguir a la cazadora y al cachorro, pero se detuvo al notar algo.
Hoja, por primera vez desde que la conocía, parecía…..asustada.
En un instante, la Hija del Bosque lo sujetó con fuerza y sintió el tirón. Se estaban alejando.
Abrió los ojos, jadeando, pero antes de poder hacer más vio a Hoja desapareciendo en la oscuridad de la noche sin mirar atrás.
Miró alrededor y notó que los otros Hijos del Bosque también se habían largado. Lo habían dejado solo con una aún dormida Meera y se habían ido en absoluto silencio.
Bran tenía un mal presentimiento. Un muy mal presentimiento.
"Meera" llamó a la chica dormida, pero solo consiguió que se removiera mientras murmuraba entre sueños.
El presentimiento de Bran se convertía en una certeza cada vez mayor con cada momento.
Un fuego apareció en medio de la oscuridad, y al ver los ojos cerca de él y el brillo del acero desnudo, Bran perdió toda apariencia de calma.
"¡Meera!" gritó en voz alta, ya sin importarle hacer demasiado ruido.
Meera abrió los ojos y en un instante entendió todo. Su mano salió disparada, pero una lanza salió volando de la oscuridad y atrapó la manga de su abrigo, dejándola firmemente contra el suelo.
En un instante, una docena de sombras los rodearon, todas armadas. Bran sintió su corazón latiendo contra su pecho cuando las lanzas y flechas lo rodearon a él y a Meera. Una de las figuras cogió el asta de la lanza enterrada en la manga de Meera con una mano, mientras una daga de aspecto afilado estaba en la otra.
"No se muevan"
Los ojos de Meera encontraron los suyos, y no tuvieron dificultad para entenderse.
Estaban en problemas.
